El jardín de invierno - Heidi Swain - E-Book

El jardín de invierno E-Book

Heidi Swain

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Beschreibung

 ¿Florecerá el amor en el jardín de invierno?     Freya Fuller está viviendo su sueño: trabaja como jardinera en una hermosa finca de Suffolk, donde también reside. Pero, cuando la propietaria muere, Freya se ve obligada a dejar su trabajo y su casa, sin tener a dónde ir. Sin embargo, con la suerte de su lado, le surge la oportunidad de ayudar a crear un hermoso jardín de invierno que abrirá al público en Navidad y se muda a Nightingale Square.   Allí, todos los vecinos le dan una calurosa bienvenida, excepto Finn, el atractivo pero serio artista local. Por mucho que lo intenten, no consiguen llevarse bien, y trabajar juntos para dar vida al jardín de invierno se convierte rápidamente en una batalla para ambos. Por si no fuera suficiente, la llegada de alguien del pasado de Freya hará que todo se descontrole aún más.   El jardín de invierno es el tercer libro sobre los vecinos de Nightingale Square; un romance estacional que corta la respiración.     «La reina del feelgood». Mujer y Hogar ⭐⭐⭐⭐⭐   «Lleno del encanto característico de Heidi. Cierra la puerta, sírvete un poco de vino caliente y sumérgete en este maravilloso regalo navideño». Milly Johnson ⭐⭐⭐⭐⭐   «Más navideño que una semana en Laponia: ¡nos encantó!». Heat ⭐⭐⭐⭐⭐   «Repleto de brillo navideño». Trisha Ashley ⭐⭐⭐⭐⭐   «Date un capricho navideño y acurrúcate con este libro mágico». Sue Moorcroft ⭐⭐⭐⭐⭐   «Una lectura realmente navideña». Penny Parkes ⭐⭐⭐⭐⭐   «Acogedor, navideño y profundamente satisfactorio. Otra lectura maravillosa». Mandy Baggot  ⭐⭐⭐⭐⭐ 

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El jardín de invierno

El jardín de invierno

Título original: The Winter Garden

© Heidi Swain, 2020. Reservados todos los derechos.

© 2024 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

Traducción: Maribel Abad Abad

ISBN: 978-87-428-1305-8

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.

This edition is published by arrangement with Simon & Schuster UK Ltd. through International Editors and Yañez' Co.

A Amanda Preston,

agente extraordinaria y fabulosa amiga.

¡Feliz Navidad, querida!

Capítulo 1

Antes de mudarme a la finca de Broad-Meadows, en Suffolk, nunca había celebrado ni el solsticio de verano ni el de invierno, pero eso cambió, junto con muchas otras cosas, cuando conocí a la octogenaria propietaria de la finca, Eloise Thurlow-Forbes.

—Para cultivar un huerto sano —me había dicho el día que nos conocimos, que casualmente cayó en el solsticio de verano de hace tres años—, hay que estar en sintonía con la naturaleza, las estaciones, la Madre Tierra, la luna y todos sus ciclos.

Había estado a punto de mencionar cómo la raza humana, el calentamiento global y la subida del nivel del mar cambiarían todo eso muy pronto, pero lo pensé mejor. Aunque acababa de conocerla, Eloise Thurlow-Forbes, con su elegante moño blanco y sus rasgos refinados, me parecía una mujer que sabía lo que quería, y no tardé en darme cuenta de que mi corazonada era cierta. Sin embargo, fue una sorpresa descubrir que ella también sabía lo que quería yo.

—Vamos, Nell —dije, devolviendo mis pensamientos al presente y saliendo de mi furgoneta—. Tenemos que darnos prisa o nos lo perderemos.

Tras estirarse y bostezar, Nell, la cruce de Bedlington Whippet de pelaje leonado, se levantó a regañadientes del asiento del copiloto y trotó detrás de mí. No éramos las únicas que habíamos viajado hasta Ness Point, el punto más oriental del Reino Unido, para ver el amanecer, pero nos quedamos un poco apartadas de los demás y contemplé con asombro cómo el cielo se volvía dorado antes de que el sol apareciera majestuosamente sobre el horizonte, con las escasas nubes que lo tapaban convirtiendo sus rayos en algo parecido a una ráfaga de sol art déco.

—¿Qué hacemos ahora? —le pregunté a Nell una vez terminado el espectáculo. Ella respondió apoyándose en mis piernas y apretó su húmeda nariz contra mi mano—. ¿Vamos a ver a Eloise?

Su cola se agitó y sus ojos se iluminaron un poco al oír el nombre de su ama.

—Muy bien —dije, regresando hacia donde la furgoneta estaba aparcada—. Vámonos.

Cuando llegamos, tenía sentimientos encontrados sobre la visita. No podía hablar con Eloise sin mencionar lo que me había tenido media noche en vela, tratando de encontrar una forma de contárselo, pero sabía que no podía aplazarlo mucho más, por desagradable que fuera.

—Espero equivocarme, Eloise. —Tragué saliva y me pasé la espesa trenza oscura por el hombro en un gesto que ella reconocería como una búsqueda de valor y consuelo—. Tengo la horrible sensación de que Jackson planea vender la finca. Puede que me equivoque —añadí con rapidez—, pero en las últimas semanas ha hecho un par de comentarios que me dan una sensación...

Mis palabras se apagaron y volví a apartarme el pelo. Eloise confiaba mucho en sus instintos y me había enseñado a confiar en los míos, así que no tenía sentido tratar de endulzar la situación. Nell suspiró, apoyó la cabeza en las patas y me observó con lo que interpreté como reproche.

—No me mires así —le dije—. No tiene nada que ver conmigo. Sería un milagro que yo lo hiciera cambiar de opinión, ¿verdad?

Me preguntaba qué le pasaría a Nell si Jackson vendía su casa y volvía a Estados Unidos. No creía ni de lejos que el bienestar del perro de rescate de su tía abuela fuera una de sus prioridades.

Si él se largaba, yo podía perder no solo mi trabajo, sino también mi casa, así que tenía cosas más urgentes de las que preocuparme; pero le tenía cariño a la perra y, a diferencia de mí, ella no podía decidir sobre su destino.

Cuando fui por primera vez a visitar a Eloise, no sabía que, aunque mi plan original era evaluar su preciosa casa y el jardín como posible lugar de celebración de mi boda, el destino me había llevado allí para, a falta de una frase menos tópica, encontrarme a mí misma.

A las pocas horas de mi llegada había roto mi compromiso y aceptado la oferta de Eloise de trabajar como jardinera y quedarme a vivir. Los tres años siguientes me sirvieron de aprendizaje, tanto personal como profesional, y aunque no me sentía preparada para graduarme, las circunstancias —esta vez, ajenas a mi voluntad— me decían que era hora de volver a avanzar.

—Siento no venir con mejores noticias —dije, inclinándome sobre la tumba para recolocar las flores que había llevado la semana anterior y que seguían aguantando a pesar de los calurosos días de septiembre—, pero quería que lo escucharas de mí, Eloise, y sé que es mucho pedir, pero si se te ocurre qué puedo hacer ahora, me vendría muy bien una señal, porque yo no tengo ni la más remota idea.

Me puse en cuclillas y escuché el silencio en mi cabeza. Todavía tenía los pensamientos demasiado nublados por el dolor como para ver el camino que se abría ante mí. Oía a Nell husmeando, el gorjeo de un herrerillo y, en algún lugar a lo lejos, un tractor trabajando, sin duda preparando el terreno para la cosecha del año siguiente, pero eso era todo. No hubo ningún golpe de inspiración, ninguna epifanía que reavivara mi chispa creativa.

—No te preocupes —sonreí, intentando parecer fuerte mientras me preparaba para irme—, seguro que se me ocurre algo. Además, puede que me equivoque. Nos vemos la semana que viene.

Hacía calor en la furgoneta, así que puse el motor en marcha, bajé las ventanillas y encendí la radio. Nell bebió hasta saciarse del bebedero para perros que siempre llevaba conmigo mientras yo intentaba decidir si regresaba a Broad-Meadows o aprovechaba al máximo mi día libre y exploraba los alrededores.

—Esto no está bien, ¿verdad? —dije tratando de sintonizar la radio, que, de alguna manera, había cambiado de la BBC de Suffolk a la de Norfolk—. Vamos, Nell. Es hora de irnos.

Apenas había recorrido unos metros antes de que la radio crepitara y volviera a las noticias de Norfolk, pero no pude cambiarlas porque la carretera estaba muy transitada.

—Los hermosos jardines de Prosperous Place ya están al servicio de la comunidad local, ¿verdad?

Mi cerebro sintonizó con la mención de un jardín y me arriesgué a subir un poco el volumen, con lo que se me escapó un hueco en el tráfico.

—Así es. En el antiguo jardín amurallado tenemos el Grow-Well, que es un espacio comunitario utilizado por los residentes de Nightingale Square. Allí cultivamos frutas y verduras y tenemos algunas gallinas.

—Tengo entendido que el Grow-Well acaba de ganar un premio, ¿no es así?

—Sí, ganamos el premio al jardín comunitario y eso nos dio fondos suficientes para montar otro jardín y una zona de fauna y estanque justo detrás del centro juvenil local.

—Eso es maravilloso, ¿y qué es exactamente lo que planeas hacer aquí ahora?

—Bueno, los jardines que rodean la casa de Prosperous Place ya están abiertos algunos fines de semana durante el verano, pero pienso utilizarlos también en invierno. No hay muchos espacios verdes de ese tamaño cerca del centro de Norwich, y quiero abrir el lugar para que la gente pueda venir y disfrutar del aire libre incluso durante los meses más oscuros del año.

—Te diagnosticaron una depresión estacional el año pasado, ¿verdad?

—Eso es, y de ahí surgió la idea. Es tentador quedarse en casa en los días largos, oscuros y fríos, pero salir, aunque solo sean unos minutos, puede suponer una diferencia.

—Así que tu idea tiene que ver tanto con el bienestar mental como con la salud física.

—Exacto, y por eso hoy abro el jardín para invitar a la gente a que venga a echar un vistazo...

No llegué a escuchar el resto de la entrevista, ya que un coche pitaba con impaciencia detrás de mí y me di cuenta de que había entorpecido el tráfico. Me disculpé con la mano, regresé a la carretera y después me metí en un aparcamiento para reflexionar un poco.

No necesitaba mucho tiempo. Tenía todo un día a mi disposición, Norwich estaba a menos de una hora y yo era una firme partidaria de la naturaleza y la jardinería para la salud mental, sobre todo durante los «largos días oscuros», como los había descrito la persona entrevistada. Sería fascinante ver cómo era ese jardín en el centro de la ciudad y qué tenían pensado hacer con él.

Una rápida búsqueda en internet me llevó al sitio web de Grow-Well, donde descubrí, junto con los detalles de la jornada de puertas abiertas, que el propietario era un tal Luke Lonsdale. Antes de que pudiera arrepentirme, introduje el código postal en Google Maps y encontré la ruta más rápida.

—Muy bien, Nell —dije, metiendo el móvil en el soporte del salpicadero para poder seguir las indicaciones—, ¿qué te parece si nos vamos un poco de aventura?

Su largo bostezo sugirió que no le gustaba la idea, pero la ignoré y seguí adelante.

***

Era fácil encontrar Prosperous Place, pero al acercarme a la puerta me di cuenta de que quizá no me dejaran entrar con Nell. Me quedé fuera mientras algunas personas se acercaban. Algunos llevaban carritos de bebé y un señor mayor se acercó en un scooter, pero nadie llevaba perro.

—¿Vas a entrar? —preguntó una voz detrás de mí—. Los jardines están abiertos a todo el mundo hoy.

Me di la vuelta y me encontré con un hombre de unos sesenta años, de aspecto amable, que llevaba un chaleco verde acolchado y una placa con su nombre —que me informaba de que se llamaba Graham—; sostenía una gran cesta de pícnic.

—Tenía esa intención —le dije—, pero no había pensado en la perra. No estoy segura de poder entrar con ella. Supongo que trabajas aquí. ¿Crees que pasaría algo?

—En realidad, no trabajo aquí. —Sonrió, me rodeó y cruzó el umbral—. Hoy solo estoy ayudando al dueño. Vamos a preguntarle por tu compañera, ¿vale?

—Gracias —dije, siguiéndolo dentro.

Mis ojos se fijaron enseguida en la hermosa mansión victoriana y en lo que parecía un gran jardín y los terrenos que la rodeaban. No sabía qué me esperaba, pero las fotos de internet no le hacían justicia a su tamaño. Me sorprendió encontrar un lugar así, de propiedad privada, en medio de una ciudad.

—¡Luke! —exclamó Graham, haciendo señas a un hombre de rizos oscuros e intensos ojos marrones.

Si ese era Luke Lonsdale, eso también era una sorpresa. Había supuesto que el dueño sería alguien mucho mayor. Intenté acallar la voz de mi cabeza, que se empeñaba en recordarme lo peligrosas que podían ser las suposiciones y que sonaba muy parecida a la de Eloise.

—Graham —dijo Luke, saltando de la sorpresa—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Esta joven quiere entrar —dijo Graham, señalándome innecesariamente—, pero no está segura de si puede traer a su perra.

—Bueno, vamos a ver —dijo Luke, suavizando su expresión mientras echaba un vistazo a Nell, que estaba, como siempre, un poco detrás de mí y fuera del centro de atención.

Se puso en cuclillas y extendió la mano. Para mi asombro, Nell se apartó de mi sombra y le permitió que jugara con ella.

—No creo que vaya a causar demasiados estragos, ¿verdad? —Luke me sonrió.

—Y tengo bolsas de caca biodegradables —dije, sacando un puñado de mi bolsillo—. Ya sabes, por si acaso.

No tenía ni idea de por qué había dicho eso y noté cómo se me encendían las mejillas.

—En ese caso —dijo Luke, enderezándose de nuevo y con aire divertido—, tienes vía libre.

—Gracias —dije, metiéndome de nuevo las bolsas en el bolsillo.

Por suerte, me salvó de una mortificación mayor la llegada de un equipo de televisión que quería entrevistar a Luke para su programa del mediodía. Desde luego, parecía ser una atracción para los medios de comunicación locales y no pude evitar pensar, mientras le daba las gracias a Graham y Nell y yo nos adentrábamos en el jardín, que me resultaba vagamente familiar.

Sin embargo, una vez dentro, mis pensamientos no se detuvieron en el apuesto propietario porque todo lo demás me cautivó. Por el tamaño de los árboles, deduje que el jardín era tan antiguo como la casa, con extensos arriates herbáceos, un jardín oculto de helechos, una rosaleda, un cementerio de mascotas, lo que parecía un serpenteante tramo de río y grandes extensiones de césped. Todo estaba rodeado por un alto muro de ladrillo, bellamente blanqueado y suavizado por el tiempo. Era una auténtica joya, o lo había sido alguna vez.

Para el ojo inexperto, probablemente era perfecto, pero yo veía lo que se ocultaba bajo la superficie. El césped crecía con normalidad, pero los arbustos no se habían podado bien; las rosas que trepaban por los muros estaban casi descontroladas y en algunas partes la maleza se había desbordado. No era un jardín propiamente dicho, pero no sería demasiado difícil devolverle su antiguo esplendor, y como posible jardín de invierno tenía un enorme atractivo.

Vagué durante una hora más o menos, perdida en mis pensamientos, hasta que Nell se detuvo en seco.

—¿Qué pasa, perra tonta? —le pregunté, sin poder hacer nada porque se negaba a ceder.

No vi nada que pudiera haberla asustado, pero a veces se comportaba como un bicho raro. Eloise y yo habíamos especulado a menudo sobre la vida que había llevado antes de ser acogida en el redil de Thurlow-Forbes.

—¿Qué le parece a la perra? —gritó una voz de hombre.

Me giré y vi a Luke cruzando el césped hacia mí con una niña cómodamente sentada sobre sus hombros.

—¿Lo aprueba? —Sonrió deteniéndose y bajó a la chica.

—Le encanta —le dije, acariciando la cabeza de Nell mientras la niña se inclinaba para mirar cómo se escondía detrás de mis piernas—. Aunque acaba de pararse aquí por alguna razón y se niega a moverse.

Luke miró el magnífico cedro que había detrás de mí.

—Podría ser el árbol —comentó, entrecerrando los ojos hacia las ramas.

—Lo dudo —me reí—. Le gustan más los árboles que la gente.

—Pero este árbol tiene una historia —dijo con seriedad, volviendo a coger a la niña—. Esta es Abigail, por cierto —añadió—. Mi hija pequeña.

—Encantada de conocerte, Abigail —le dije, y ella se deshizo en risitas, enterrando la cabeza en el hombro de su padre.

—¿Qué te parece el jardín? —me preguntó.

Me tomé un momento antes de contestar.

—Es impresionante —dije, volviendo a mirar a mi alrededor.

—¿Pero?

—¿Pero? —repetí.

—Me ha parecido que venía un pero.

Qué desconcertantemente intuitivo por su parte. Arrugué la nariz e intenté formular mi respuesta de forma que no resultara ofensiva, o al menos eso esperaba.

—Bueno —dije, aclarándome la garganta—, el césped está genial.

—Como debe ser —dijo Luke, mirando la hierba cortada bajo sus pies—, dado lo mucho que pago a un contratista para que lo mantenga. ¿Y el resto?

—¿Quieres mi opinión personal o profesional? —le pregunté.

Eran lo mismo, pero la personal todavía podía suavizarla un poco.

—¿Eres horticultora profesional? —preguntó Luke, alzando las cejas.

—Más o menos —dije de forma evasiva.

No estaba segura de que mi experiencia justificara un título tan elevado, pero había sido una jardinera muy feliz durante los últimos tres años, y había mantenido Broad-Meadows maravillosamente. Tal vez Jackson aprovechara cualquier oportunidad para señalar que no tenía una cualificación formal que respaldara mis conocimientos, pero aún no me había desanimado lo suficiente como para impedirme compartir mi opinión.

—Profesional, entonces —dijo Luke, mordiéndose el labio—. Dímelo sin tapujos.

Después de animar a Nell a moverse —con una chuchería que saqué del bolsillo—, paseamos juntos por los jardines y le señalé algunas de las cosas que ya había observado. Los bordes herbáceos fueron los que más comentarios merecieron. Si se hubieran podado con regularidad, habrían seguido floreciendo mucho más tiempo, y habría sido mejor tutorar los Delphiniums en primavera para ocultar los soportes, en lugar de dejarlos hasta que hubieran crecido del todo y luego atarlos con cañas y cordeles al estilo Heath Robinson para intentar mantenerlos en pie.

—Hago lo que puedo —dijo Luke, sombrío—, pero la mayor parte del tiempo estamos solos una voluntaria y yo, y ella solo viene un par de días a la semana. Sé que podría pedírselo a mis amigos y vecinos, pero ya están muy ocupados con el Grow-Well.

—En ese caso —dije, deseosa de enmendar mi opinión sobre el lugar—, lo haces muy bien. No hay nada aquí que no se pueda salvar, si se le presta la atención adecuada, y su potencial como jardín de invierno es inmenso.

—¿De verdad lo crees?

—Definitivamente —dije con firmeza—. Un profesional a tiempo completo lo tendría todo encarrilado en un santiamén.

Luke asintió pensativo.

—¿Y qué quieres decir con «jardín de invierno»?

—Uno que exhiba arbustos, bulbos y árboles que estén en su mejor momento desde finales de otoño hasta la primavera —expliqué—. Estos cornejos de aquí, por ejemplo —dije, señalándolos—, con la poda adecuada podrían volver a ser una explosión de color; también hay muchas plantas invernales que podrían incorporarse con facilidad y que florecen con los tallos desnudos y tienen un aroma de lo más delicioso.

Luke parecía intrigado.

—Suena maravilloso —dijo, mirando hacia los parterres con ojos nuevos—, y mucho más espectacular de lo que tenía en mente. Solo pensaba abrir el lugar. Parece que sabes de lo que hablas. Supongo que no querrás trabajo, ¿verdad?

Estuve a punto de reírme, pero parecía que lo decía en serio. Su expresión me recordó bastante a la que había puesto Eloise cuando me ofreció un puesto prácticamente a los pocos minutos de conocerme. Sin embargo, por familiar que me resultara, no dejaba de ser una sorpresa enfrentarme a ella por segunda vez en mi vida.

—Gracias, pero ya tengo uno —dije, tratando de mantener la voz firme. No añadí que no tenía ni idea de cuánto tiempo me quedaba en él—. Superviso un jardín en Suffolk, cerca de Beccles, en la finca Broad-Meadows.

—Qué vergüenza —dijo—. Lo siento, no recuerdo tu nombre.

—Es Freya —le dije—. Freya Fuller.

—Bueno, Freya Fuller —dijo, bajando a Abigail al suelo de nuevo—. Si no puedo darte trabajo, ¿me dejas al menos tus datos de contacto en casa?

—¿Para qué? —pregunté.

—Para consultarte —sonrió—. En calidad de asesora.

—De acuerdo —acepté—, no veo por qué no.

Esa misma tarde, después de disfrutar de un pícnic para los visitantes elaborado con productos cultivados en el Grow-Well —que se encontraba en la parte opuesta del recinto—, pasé por la casa y le dejé mis datos a Kate, la mujer de Luke.

Fue tan amable como Luke y, mientras volvía al aparcamiento donde había dejado la furgoneta, no pude evitar pensar que Eloise y el solsticio de verano no me habían dado ninguna señal sobre mi futuro a largo plazo, pero mi viaje a Norwich había sido una distracción bienvenida. Si alguna vez Luke se ponía en contacto conmigo, iba a disfrutar participando en el jardín de invierno de Prosperous Place, aunque solo fuera en calidad de asesora.

Capítulo 2

Me había dejado el móvil en la guantera de la furgoneta y, cuando volví a encenderlo para negociar el regreso a Broad-Meadows, descubrí que había cuatro llamadas perdidas del móvil de Jackson que me remordían la conciencia. Y, cuando llegué a casa, había otras dos.

Tenía un manos libres, pero, a pesar de mi lealtad a Eloise y a la finca, no quería hablar con él en mi día libre, y menos mientras conducía. Estaba más cansada de lo esperado y necesitaba concentrarme.

No lo había notado mucho durante mis tranquilos días de trabajo y mis aún más tranquilas tardes y fines de semana, pero me había acostumbrado a pasar tiempo sola, a veces sin hablar con otra alma viviente en varios días. No creía que fuera un problema, pero tras el día hablando con Luke, Graham y Kate en Prosperous Place, estaba agotada, y eso ponía de manifiesto que tal vez corría el riesgo de sentirme demasiado cómoda en mi propia compañía.

Nell y yo disfrutamos de una cena ligera, y luego me di un largo baño con la intención de acostarme antes de mi hora habitual para estar espabilada y alegre, lista para empezar a trabajar temprano a la mañana siguiente. Sin embargo, Jackson tenía otra idea. Apenas había terminado de atarme el cinturón del albornoz cuando lo oí aporrear la puerta. No era probable que fuera nadie más, porque estábamos muy aislados y, además, Nell solo gruñía cuando él andaba cerca.

Abrí la puerta y me asomé, con el pelo aún húmedo serpenteándome casi hasta la cintura. Si no me lo secaba pronto, no podría domarlo.

—Ah, estás aquí, Freya. —Frunció el ceño, su tono sarcástico y su mirada arrolladora hicieron que mis pelos se erizaran tanto como los de Nell—. Llevo todo el día intentando localizarte en el móvil.

No pude evitar un respingo al oír el lento arrastrar de su acento sureño y cerré un poco la puerta. No era su aspecto lo que me desagradaba: con apenas un par de años más que yo, era alto, macizo, moreno y guapo. Posiblemente atractivo si no te importaban sus dientes demasiado blancos.

Y tampoco se trataba de su acento —yo era tan receptiva a un vaquero como cualquier chica sureña, gracias a la buena ración de películas de Sam Elliott que había visto—, sino más bien de la forma en que decía las cosas que de la voz con que las decía.

—Sabías que hoy me tomaba el día libre, Jackson —le recordé—. Lo hablamos la semana pasada. Quería honrar la memoria de tu tía celebrando el equinoccio.

—Eso es hoy, ¿no? —dijo, sonando divertido.

—Sí —suspiré—, y como hoy es mi día libre, soy libre de entrar y salir cuando quiera.

—Pero trabajarás el próximo sábado para compensar, ¿verdad? Lo he recordado bien, ¿no?

—No —dije paciente—. Trabajé el sábado pasado para compensarlo. Hice las horas antes de haberlas cogido. Lo hablamos largo y tendido.

—Ah, sí —asintió—. Es verdad, ahora que lo mencionas.

Desde luego que sí. Había intentado propasarse conmigo cuando estábamos en el invernadero hablando de ello, y me había visto obligada a recurrir a algunas tácticas ingeniosas con la manguera para ahuyentarlo. Accidentalmente, por supuesto. O no.

—En fin —dije, alzando las cejas—. Ya hemos quedado en que estoy aquí, así que, si no te importa...

Fui a cerrar la puerta, pero él se acercó un paso y me detuve. Darle en las narices no contribuiría en nada a mejorar nuestra relación laboral y, además, algún día podría necesitar referencias de este tipo.

—En realidad —dijo—, hay algo de lo que necesito hablarte. ¿Puedo pasar? Solo un momento.

—¿Puede esperar hasta mañana? —pregunté, tratando de sonar más amigable—. Estoy a punto de acostarme.

Estaba decidida a no dejarlo cruzar el umbral de la cabaña ni por un minuto. No me fiaba de él y, desde luego, no me habría sentido cómoda hablando con él vestida solo con mi endeble albornoz de algodón. Los gruñidos de Nell detrás de mí me decían que ella también era reacia.

—¿Qué tal si nos vemos en la oficina a las ocho y hablamos entonces? —sugerí—. Podemos tomar un café.

Entrecerró los ojos, pero por suerte me dio tregua.

—De acuerdo —dijo—. Te veré a las ocho. Que tengas dulces sueños.

Aunque el baño había calmado mi cuerpo y tranquilizado mi ajetreado cerebro tras un día inusualmente sociable, mi breve conversación con Jackson me impidió conciliar el sueño. No me cabía la menor duda de que iba a decirme que se vendía, y cuanto más pensaba en ello, más me espabilaba.

Por consiguiente, en lugar de sentirme descansada y renovada a la mañana siguiente, como había planeado, eché el edredón hacia atrás, malhumorada, con los ojos hinchados, el pelo revuelto y completamente infeliz por tener que concederle audiencia tan temprano. Al menos había sido lo bastante astuta como para sugerir que nos reuniéramos en el despacho, donde el pesado escritorio se interpondría entre ambos.

—Buenos días —dijo, justo a las ocho en punto—. ¿Cómo has dormido?

Con una mirada a mi rostro debería haberle resultado obvio que no lo había hecho.

—Bien —dije con firmeza, empujando mi silla más debajo de la mesa—. ¿De qué querías hablar, Jackson? Tengo mucho que hacer esta mañana.

—Hay que aprovechar, ¿eh?

—Algo así.

Septiembre estaba resultando caluroso y soleado, y el jardín aún lucía su hermosa floración de finales de verano. Los arriates que Eloise y yo habíamos renovado y replantado juntas se estaban llenando de flores. Cuando me propuso el proyecto, sabía que ella estaba pensando en el futuro, y me entristecía pensar que lo más probable era que ni yo los viera florecer.

—Me prometiste un café —me recordó Jackson.

—Lo siento —me disculpé—, se me ha acabado. Creía que quedaba una cucharadita o dos, pero la lata está vacía.

No sé por qué parecía tan disgustado si me había dicho en más de una ocasión que odiaba el café instantáneo.

—Bueno —dijo, mirándome un momento antes de sentarse en el asiento de enfrente para que quedáramos a la altura de los ojos.

Tras mi agitada noche me sentía un poco cascarrabias, y mi mal humor amenazaba con sabotear la recomendación que tenía la sensación de que iba a necesitar, aunque en ese momento, ante su expresión de suficiencia, no me importaba mucho.

—En ese caso —empezó, ladeando la cabeza—, vamos al grano, ¿vale?

Tragué saliva y lo miré a los ojos. Había temido este momento desde que apareció después del funeral de Eloise y tomó el mando. Desde el primer momento en que lo vi, supe que no iba a hacerse cargo de la casa ni a seguir dirigiéndola como mi querida amiga esperaba.

Nunca había comprendido por qué ella tenía tanta fe en él, pero ahora, ante lo inevitable, no podía evitar pensar que lo mejor que le podía pasar era que la vendieran. Sin duda, la casa, el jardín y los terrenos estarían mejor con otra familia, una familia que los amara tanto como lo habían hecho Eloise y sus antepasados.

—Cuanto antes, mejor —lo animé.

—De acuerdo —asintió; soltó un largo suspiro y adoptó el papel de un médico a punto de dar malas noticias—. No sé muy bien cómo decirte esto, Freya...

—Entonces, ¿quieres que lo diga yo por ti? —pregunté, deseando darle a entender que ya lo había deducido.

No pareció apreciar la interrupción y se inclinó hacia delante en su asiento.

—Lo he estado pensando mucho —continuó—, y no ha sido una decisión fácil de tomar, pero he mirado las cuentas de la finca y he hablado con el banco, y... —hizo una pausa para dar dramatismo— he llegado a la conclusión de que tengo que vender la finca.

—Entiendo —dije, con voz firme y tranquila.

—Por supuesto, sé que esto es lo último que la tía Eloise hubiera querido —continuó—, pero no puedo dirigir esto desde Estados Unidos. Tendría que trabajar aquí a tiempo completo para controlar las cosas, pero no puedo comprometerme a eso. Mirando el papeleo, es obvio que mi tía perdió un poco el rumbo durante el último par de años, y ahora toca reparar los daños.

Me mordí la lengua. Llevaba con Eloise más tiempo que los dos últimos años y su mente para los negocios era tan aguda como un alfiler. Su capacidad para dirigir el local con eficacia nunca había decaído. Era su cuerpo el que le había fallado, no su mente.

—Con respecto a lo que hubiera querido tu tía —le dije—, creo que has tomado la decisión correcta.

—¿En serio?

—Sí —dije—, estoy segura de que ella querría que el lugar recibiera el amor que ella le daba, y como has dicho en más de una ocasión, no es un lugar que coincida con todo lo demás en tu impresionante cartera de propiedades.

Me sentí bien al hacerle tragar sus palabras.

—Y por supuesto —añadí por si acaso, manteniendo la barbilla alta—, no tienes que justificar tus decisiones ante mí, Jackson.

—No lo hago —dijo, aún más contrariado—. Eso no es lo que yo...

—Solo soy la jardinera —lo corté, encogiéndome de hombros—. Lo que decidas hacer con el lugar depende tan solo de ti.

—Ya lo sé —farfulló, poniéndose rojo—. Solo pensé que podrías...

—Por favor —le dije con una sonrisa de comprensión—, ya tienes más que suficiente en lo que pensar, no te preocupes por mí también.

Se sentó un poco más erguido y jugueteó con los puños de la camisa. Era un misterio por qué seguía vistiéndose como si estuviera trabajando en su oficina de la ciudad, pero el brillo acerado de sus ojos era señal inequívoca de que se sentía frustrado porque yo no había reaccionado como él quería. Si esperaba ofrecerme un hombro sobre el que llorar, no había tenido suerte.

—Ya he tasado la finca —dijo, de repente muy serio—, y saldrá a la venta en las próximas semanas. Mi corredor de propiedades me ha dicho que puede tardar un poco en venderse. En el clima financiero actual, tal vez resulte difícil encontrar a alguien que pueda permitirse esto.

—Agente inmobiliario —interrumpí.

—¿Qué?

—Aquí se dice «agente inmobiliario», no «corredor de propiedades».

—Vale —dijo, tamborileando con los dedos sobre el escritorio—. Agente inmobiliario.

—Lo siento —dije—, continúa. No quería interrumpirte.

—Bueno, solo quería mantenerte al tanto. Por si te preguntabas por qué estaba fotografiando la casa y enseñándosela a extraños.

—Gracias —dije—. Te lo agradezco.

No quería tener que hacer la siguiente pregunta, pero necesitaba saber a qué atenerme.

—¿Y qué hay de mí? —dije—. ¿Quieres que me quede?

—Por supuesto —sonrió, aprovechando mi única muestra de vulnerabilidad—. Ahora es más importante que nunca que los jardines tengan buen aspecto.

Asentí.

—Te quedarás, ¿verdad?

—Sí —dije—. Por supuesto.

No tenía ningún otro sitio al que mudarme y me parecía importante conservar la casa tal y como Eloise la había amado hasta el momento en que pasara a ser de otra persona. No tenía ni idea de lo que haría después de venderla, pero eso podía ser una preocupación para la Freya del futuro. Eloise me había enseñado que a menudo no valía la pena mirar demasiado lejos.

—Así que eso es todo —dijo Jackson, empujando hacia atrás la silla, y se puso de pie.

—Sí —dije—, ya está.

—Ah, no —añadió con despreocupación—, solo hay una cosa más.

—¿El qué?

—Quiero que dejes la casa de campo.

—¿Qué?

—He comprobado los papeles —continuó, mirándome—, y el lugar no forma parte oficialmente de tu contrato, ¿verdad?

—Bueno, no, pero...

Me alegré de seguir sentada porque no estaba segura de que mis piernas me hubieran aguantado. Se habían vuelto gelatinosas y a Jackson le habría encantado el espectáculo de verme tambaleándome.

—Tampoco es que tengas un contrato —insistió—, al menos no uno legalmente vinculante.

No podía discutirlo. Mi acuerdo con Eloise había sido legal en cuanto al pago de impuestos y demás, pero más allá de eso nuestra asociación era bastante informal.

—Y, dado lo que tardará la venta —continuó Jackson—, he decidido alquilar la casa. Dios sabe que necesito intentar generar algún tipo de ingresos con la finca. Ya tengo inquilinos dispuestos a pagar el alquiler de mercado.

—Pero ¿dónde voy a irme? —tartamudeé—. ¿Y por qué no me dijiste que pagara el alquiler del mercado?

—No creo que con la miseria que te pagan sea una opción factible, Freya.

—Eloise y yo acordamos esa cifra sobre la base de que se me proporcionara un techo —dije con firmeza—. Tengo ciertos derechos, ya lo sabes.

—Y yo también —contraatacó—. Y bajo qué techo en particular te alojas nunca se ha especificado, ¿verdad? Hay muchas habitaciones de servicio vacías en la casa. Puedes mudarte a una de ellas. Piensa en lo conveniente que será para nosotros vivir más cerca.

Abrí la boca, pero no me salió ninguna palabra, lo cual probablemente fue mejor así, dadas las blasfemias a las que podría haber recurrido. La primera vez que Eloise me propuso vivir y trabajar en Broad-Meadows, me dio a elegir entre vivir en la casita o en las habitaciones de la casa, y se alegró de que me decantara por la casita.

—Te dará algo de espacio e intimidad —había dicho, amable.

Y lo había hecho. Iba a ser un golpe dejarla.

—Y para demostrar que soy tan generoso como mi tía —añadió Jackson con una sonrisa nauseabunda—, ¿qué tal si te doy el día libre para que puedas trasladarte? Después de todo, no hay tiempo como el presente cuando se trata de hacer las cosas, ¿verdad?

Dado lo poco que tenía, no me había llevado nada de tiempo trasladar mis cosas de la casita a la casa. La mayoría de los muebles pertenecían a la finca y todo lo demás pude meterlo en la parte trasera de mi furgoneta. Elegí un par de habitaciones alejadas del ala en la que Jackson se enseñoreaba, y tanto Nell como yo hicimos todo lo posible por evitarlo, pero no fue fácil.

Cada vez que nos cruzábamos, esbozaba una sonrisa, decidida a no darle la satisfacción de saber cuánto echaba de menos mi acogedor refugio y la intimidad que me había proporcionado, pero de repente los días se alargaban y el otoño tardaba una eternidad en aterrizar. Dicho esto, había encontrado una forma de mantener el ánimo arriba y, gracias a Nell, el contacto entre Jackson y yo al mínimo.

Cuando me mudé a la casa, Jackson insistió en que fuera a la cocina al final de cada día para hablar de lo que había estado haciendo, pero una noche el extraño comportamiento de Nell hizo que ya no tuviera que soportar su interrogatorio diario.

—Preferiría que no trajeras aquí a esa maldita perra —refunfuñó Jackson, cuando se dio cuenta de que daba vueltas y lloriqueaba delante de lo que había sido su antiguo sitio junto al fogón—. No es higiénico, y, de todas formas, ¿qué le pasa?

Sabía que Nell quería el baño, pero no iba a decírselo.

—Es Eloise —dije, mirando a mi alrededor y a lo lejos por encima del hombro de Jackson.

—¿Qué? —espetó.

—Nell la percibe en todas partes —dije, intentando no reírme mientras el color se le iba de la cara—. Pero sobre todo aquí.

—No seas ridícula. —Tragó saliva con los ojos desorbitados.

Llamé a Nell y me encogí de hombros.

—Es verdad —dije, dirigiéndome a la puerta trasera antes de que Nell se avergonzara—. He oído sus pasos por la noche, ¿tú no?

Nos evitaba a Nell y a mí desde aquello, pero aun así seguía resultándome difícil. Si me hubiera ido a otro sitio, no me habría visto ni por asomo. Sin embargo, mi única opción real habría sido telefonear a mis padres y preguntarles si podía quedarme con ellos, y no podía enfrentarme a eso. Además, el desplazamiento habría sido imposible.

Por consiguiente, no me quedaba más remedio que agachar la cabeza y seguir trabajando, pero al mismo tiempo me sentía resentida por el hecho de que mis días felices y mis recuerdos más preciados de la vida con Eloise al timón de Broad-Meadow se estuvieran empañando cada vez más.

En el jardín no había la cobertura suficiente para que sonara mi teléfono, pero el primer martes de octubre, justo cuando había terminado de inspeccionar los adorados arriates de Eloise y me disponía a empezar a rastrillar las hojas, debí dar con un punto donde sí la había.

—Diga —respondí, quedándome inmóvil por miedo a perder la conexión.

—Hola, ¿Freya? —preguntó una voz de hombre—. ¿Freya Fuller?

—Sí —dije—. ¿Quién es?

—Luke.

—¿Luke?

—Luke Lonsdale —explicó la voz—, de Prosperous Place, en Norwich.

Había pasado tiempo desde mi visita y, como no había tenido noticias suyas, supuse que ya no llamaría.

—Viniste a echar un vistazo a mi jardín hace un par de semanas —continuó, sin duda asumiendo que había olvidado quién era—. Hablamos de hacer un jardín de invierno.

—Por supuesto —dije—. Hola.

—Hola —volvió a decir.

—¿Cómo va todo?

—Bien —dijo—, muy bien. Bueno, en teoría. En mi cabeza todo es perfecto, pero fuera de ella aún no ha pasado gran cosa.

—Todavía hay tiempo de sobra para empezar. El tiempo está siendo muy benévolo este año.

—Es cierto —aceptó—, pero tengo muchas ganas de ponerme a ello. Siento no haberte llamado antes.

—No pasa nada.

—Extravié tu número, ya ves.

—Está bien. —No era como si hubiéramos llegado a un acuerdo sólido de colaboración tras mi visita—. ¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunté.

—Bueno —dijo—, sé que es un poco descarado, pero me preguntaba si considerarías volver para echar otro vistazo y ayudarme a tomar algunas notas sobre la plantación y esas cosas. Te pagaría el viaje y el tiempo, por supuesto.

—Oh —dije—. Ya veo.

Estaba encantada, pero su petición me había cogido por sorpresa. Después de saber quién era, creía que todo se quedaría en una conversación telefónica.

—Sé que es mucho pedir, pero te lo agradecería mucho. Parecías tener una buena idea de lo que quiero hacer cuando hablamos.

Vi a Jackson caminando hacia mí y pensé que me vendría bien pasar un tiempo lejos de Broad-Meadows, aunque solo fueran unas horas.

—Estaré más que encantada de ayudar —le dije con entusiasmo a Luke—. ¿Este sábado, por ejemplo?

—¿En serio? —Sonaba exultante.

—Sí —confirmé—, puedo estar allí sobre las once si te viene bien.

—Por supuesto —dijo, y me di cuenta de que estaba sonriendo—. Eso sería perfecto. Y conduce directamente hasta la casa. Abriré las puertas para que puedas aparcar aquí.

—Fantástico.

—Estupendo. Nos vemos entonces.

—Nos vemos el sábado.

Colgué justo cuando Jackson llegaba; tenía el ceño fruncido.

—¿Estabas al teléfono? —refunfuñó—. No te pago para que hagas llamadas personales en horas de trabajo, Freya.

Iba a responderle, pero me distraje con la contraportada de la revista que llevaba bajo el brazo.

—¿Qué es eso? —Fruncí el ceño.

Hizo una mueca y miró lo que me había llamado la atención.

—¿Qué es qué?

—Eso —señalé.

—La revista Esquire —dijo—. ¿Por qué?

Entrecerré los ojos ante el anuncio de loción para después del afeitado que adornaba la contraportada y el modelo semidesnudo estéticamente colocado sobre un barco de aspecto muy elegante. El modelo se parecía mucho a Luke Lonsdale.

—¿Nunca habías visto a un hombre medio desnudo? —preguntó Jackson, examinando el detalle más de cerca—. Este anuncio es de hace unas temporadas, pero sigue circulando. No puedo creer que nunca lo hayas visto.

—Pues no —dije, extrañada—, pero acabo de quedar el sábado con el tipo que sale en ella.

—Claro que sí —rio Jackson, alejándose de nuevo—. Claro que sí, Freya. Empiezas a sonar tan chiflada como la tía Eloise.

Me di la vuelta rápidamente para ocultar mi risa cuando tropezó con el rastrillo y, por si acaso era poco, Nell le mordisqueó los tobillos.

Capítulo 3

Todas las noches de esa semana me quedé en mis habitaciones, hojeando mis libros y tomando notas sobre posibles plantas e ideas que mejorarían el proyecto de Luke para el jardín de invierno. Puede que aquello no llegara a nada para mí, pero era una distracción bienvenida y hacía que dejara de añorar mi casita y de echar de menos a Eloise.

Hacia el final de la semana, el tiempo se volvió húmedo y, para cuando llegué a las puertas de Prosperous Place el sábado por la mañana, llovía a cántaros. Recogí mi carpeta, mis recortes y mi bolso, y le dije a Nell que íbamos a correr hacia la casa. No le gustaba el tiempo lluvioso y se habría quedado acurrucada en mi cama de buena gana, pero no podía dejarla en Broad-Meadows todo el día. Jackson no habría pensado en sus necesidades.

—Buenos días —dijo Luke cuando salí de la furgoneta y apareció con un paraguas lo bastante grande como para cubrir al menos a cuatro personas.

—Buenos días —le sonreí.

Puede que pareciera un poco mayor que el tipo de la contraportada de la revista de Jackson, pero sin duda era él. No sabía si mencionar que sabía quién era o no.

—Creo que será mejor que empecemos con un café en la casa —sugirió, haciendo un gesto con la cabeza hacia la lluvia—. Según la previsión, hará sol dentro de una hora, así que no tiene sentido mojarse ahora.

Dada la espesa capa de nubes sobre nuestras cabezas, no estaba segura de estar de acuerdo con su predicción, pero me agaché agradecida bajo el paraguas, con Nell pisándome los talones, y lo seguí al interior. Se quitó el abrigo y cogió el mío antes de guiarme a través de la impresionante casa.

—Entra en la cocina —dijo—. Está más calentita.

Hacía un poco de frío, pero la cavernosa cocina, casi tan grande como la de Eloise, era sorprendentemente acogedora.

—Freya —sonrió Kate, poniéndose en pie para saludarme como si fuera una amiga perdida hacía mucho tiempo, en lugar de alguien a quien había conocido brevemente durante un día muy ajetreado—. Ven y siéntate.

—Espero que no te importe que haya traído a Nell —dije en tono de disculpa—, no era práctico dejarla hoy.

Empezaba a tener la sensación de que nunca iba a ser práctico dejarla. Hacía poco había oído a Jackson murmurar algo que sonaba mucho a «llevarte de vuelta al lugar de donde viniste», y si era a ella a quien se refería, sin duda se avecinaban problemas.

—Es más que bienvenida —dijo Kate.

—Me habría decepcionado que no la hubieras traído —dijo Luke, poniéndose en cuclillas para jugar con ella.

Nell rodó sobre su espalda, como si fuera masilla en sus manos.

—Otra mujer que se enamora de tu atractivo —dijo Kate, poniendo los ojos en blanco.

—Sí. —Le guiñó un ojo—. Todavía lo tengo.

Creía que nunca tendría un momento más oportuno para hacer la pregunta que empezaba a quemarme.

—¿Por casualidad fuiste modelo alguna vez, Luke? —pregunté—. Es que el otro día vi un anuncio de aftershave en la contraportada de una revista y el tipo que aparecía en él se parecía bastante a ti.

—Sí —dijo, enrojeciendo de una forma adorable—, pero de eso hace ya tiempo, y era solo por dinero.

Mientras nos preparaba el café, me explicó que había sido una forma fácil de saldar sus deudas estudiantiles y llegar a ser lo bastante solvente como para hacer realidad la compra y restauración de la casa de sus ancestros, Prosperous Place.

Me fascinó descubrir que había sido construida por un pariente lejano, un filántropo de la época victoriana llamado Charles Wentworth, propietario de una de las fábricas de calzado de Norwich, y que también había alzado las casas situadas al otro lado de la calle, en Nightingale Square, para uso de sus trabajadores. Recuperar la casa había sido el sueño del padre de Luke, pero tras su muerte, Luke se sintió igualmente fascinado por la historia y decidido a recuperar y restaurar lo que pudiera y también a hacer tantas obras de bien en la localidad como había hecho su antepasado.

—De ahí el Grow-Well —sonrió Kate.

—Y ahora el Jardín de Invierno —añadió Luke.

—Guau —murmuré, asombrada tanto por el pasado como por el presente—. Me he pasado los últimos días investigando sobre los jardines de invierno —les dije a los dos—, pero igual debería haber buscado en Google sobre Prosperous Place y tu familia, Luke. Me encantaría saber más sobre ellos.

—No hay problema —dijo, dejando una taza delante de mí—. Kate y yo podemos contarte lo que quieras saber sobre la marcha.

Sentí una punzada de decepción por no poder participar de verdad en el proyecto, porque parecía absolutamente fascinante.

—Bueno, ¿qué has descubierto en tu investigación? —preguntó Kate, mirando con interés la pila de papeles y mi abultado archivador.

Les mostré mis notas, en las que había ampliado la lista de plantas y árboles que le había mencionado a Luke, y volví a insistir en la importancia del olor y de todos los demás sentidos, y en cómo el uso de la forma y la estructura mejoraría lo que ya había.

—Hablando de estructura —dijo Luke cuando me detuve para tomar aliento—, también he pensado en añadir algunas esculturas.

—Oh —dije, preguntándome qué tendría en mente.

¿Hablaba de encargar algo a medida o de ir al vivero a por unos cuantos gnomos? Esperaba que fuera lo primero. No es que tuviera nada en contra de los gnomos, pero no estaba segura de cómo encajarían en el elegante proyecto del Jardín de Invierno de Prosperous Place que tenía en mente. No es que fuera mi visión la que se iba a crear, pero aun así.

—¿Qué tipo de esculturas? —pregunté.

No tuvo ocasión de contestar porque la puerta de la cocina se abrió de golpe y entraron corriendo dos niñas pequeñas, seguidas de cerca por una mujer con las mejillas sonrojadas. Nell se arrellanó aún más bajo mi silla y yo apoyé la pierna en ella para asegurarle que todo iba bien. Estaba claro que yo no era la única que se había acostumbrado demasiado a su propia compañía.

—¡Nos morimos de hambre! —gimió la mayor—. ¿Ya es hora de comer?

—Lo siento —se disculpó la mujer, alzando a la pequeña, que reconocí como Abigail—. No querían esperar.

Miré el reloj y me sorprendí al ver que ya había pasado la hora de comer. Habíamos estado hablando mucho más tiempo de lo que pensaba.

—Es culpa mía —dije—. Creo que me he dejado llevar un poco.

—En absoluto —dijo Kate—. Tu entusiasmo es contagioso, Freya.

—Y tú sí que sabes de lo que hablas —dijo Luke, cogiendo a Abigail de manos de la otra mujer antes de acomodarla en una trona y entregarle un palito de pan, que ella aniquiló de inmediato golpeándolo contra la bandeja.

—Esta es Carole —dijo Kate, presentándome a la mujer—. Vive en Nightingale Square y forma parte de la cuadrilla del Grow-Well.

—Conociste a su marido, Graham —dijo Luke—, en la jornada de puertas abiertas.

—Ah, claro —dije, poniéndome en pie para estrechar la mano de la mujer, lo cual era un poco formal, pero tenía la sensación de que era alguien que apreciaba una buena primera impresión. Iba vestida de forma casi idéntica a la de su marido. Solo le faltaba la placa con su nombre—. Encantada de conocerla.

—Igualmente, querida.

—También es el pegamento que mantiene al comité del Grow-Well en pie, a las chicas a raya y a casi todo lo que hay por aquí funcionando como una máquina bien engrasada —sonrió Luke.

Carole parecía complacida.

—No sé de qué hablas —se sonrojó—, pero me gusta aportar mi granito de arena.

—Más que eso —dijo Kate—, y todos te queremos por ello.

—Y yo soy Jasmine —dijo la niña mayor, tendiéndome la mano para que se la estrechara e imitando lo que acababa de hacer con Carole.

—Y yo también estoy encantada de conocerte —dije, estrechándola pero no con tanta firmeza.

—¿Cómo está usted? —preguntó con voz tonta y pija.

—Muy bien —la imité, haciéndolos reír a todos—. ¿Y usted?

Jasmine se deshizo en risitas y Abigail me ofreció el extremo empapado de su palito de pan, lo cual me hizo sentir como en casa.

—Volveré a por las niñas dentro de un rato —dijo Carole—, así podréis echar un vistazo por el jardín en paz. Por cierto, ha dejado de llover, pero está todo mojado. Necesitaréis botas de agua.

Afortunadamente, había guardado las mías en la furgoneta. Rara vez viajaba sin ellas y ninguna de mis prendas se oponía a un poco de barro. Mi viejo Barbour arrugado y mis gastados jerséis y vaqueros eran, en general, lo más sofisticado que llevaba.

—Gracias, Carole —dijo Kate.

—¿Has visto a los gatos? —le preguntó Luke, tendiéndole a Abigail otro panecillo porque había empezado a reclamar el de su hermana en cuanto me había entregado el suyo.

—Los dos dormidos en la cabaña —dijo Carole—. Nos vemos en un rato.

Después de almorzar sopa casera y un pan delicioso que, según me contó Kate, procedía de una panadería estupenda, donde lo había horneado otro residente de Nightingale Square, Carole volvió a por las niñas y los tres salimos al jardín. Estaba lleno de charcos que se acumulaban en los caminos, y todo parecía empapado, desamparado y necesitado de una buena poda, y de cuidado y cariño en general.

—Este clima ha ayudado a la maleza —comentó Luke, agachándose para arrancar un ejemplar especialmente grande.

—Creo que ya hemos llegado al final del verano —coincidí—. Antes de que nos demos cuenta, será hora de plantarlo todo y, con suerte, hacer que crezca el Jardín de Invierno.

Ambos parecían entusiasmados ante la perspectiva, aunque no estaban muy seguros de cómo hacerlo.

—¿Estás completamente segura de que no puedo tentarte con esa oferta de trabajo? —preguntó Luke cuando ya terminábamos la visita, después de haber echado un vistazo a una zona que me había perdido antes y que, según Kate, era una alfombra de campanillas de invierno florecida—. Todavía sigue en pie, ¿sabes?

—Nos encantaría tenerte en el equipo —dijo Kate, enlazando su brazo con el mío.

Empezó a llover de nuevo, así que echamos a correr hacia la casa mientras el corazón me daba un vuelco. Me entristecía no haber visto el Grow-Well, pero al menos sería la excusa perfecta para volver.

—Dijiste que administras un jardín en Suffolk, ¿verdad? —preguntó Luke, ofreciéndome una silla en la mesa de la cocina una vez que nos hubimos quitado las botas de agua embarradas junto a la puerta trasera y retomamos la conversación—. En la finca Broad-Meadows.

Tenía muy buena memoria.

—Así es —confirmé.

—¿Y te gusta estar allí? —preguntó Kate, como si esperara que la respuesta fuera negativa.

—Sí —suspiré—, pero es complicado.

Mientras tomábamos té con un trozo de bizcocho Victoria —otra delicia de la panadería—, les conté que tal vez me quedase sin empleo pronto y que actualmente vivía en mi lugar de trabajo. No entré en detalles sobre cómo había conocido a Eloise porque no venía al caso.

—Total —les dije—, que pronto perderé tanto mi trabajo como mi casa, y no puedo considerar otro puesto a menos que me ofrezcan un lugar donde vivir.

Nadie dijo nada durante unos segundos, pero la pareja cruzó una mirada, Luke enarcó las cejas y Kate asintió. No tenía ni idea de lo que significaba aquel intercambio silencioso, pero estaba claro que ellos sí.

—¿Me disculpáis un momento? —dijo Luke. Se puso en pie y salió.

Había vuelto antes de que me bebiera la segunda taza de té que Kate me había preparado y parecía bastante satisfecho de sí mismo.

—¿Y bien? —preguntó Kate.

—Podemos ir cuando estemos listos —respondió—. Suponiendo que Freya quiera —señaló.

—¿Suponiendo que Freya quiera qué? —pregunté, dejando mi taza.

Luke se volvió para mirarme.

—Vale —dijo, y tomó aire—. Permíteme asegurarme de que tengo tu situación actual de trabajo y alojamiento perfectamente clara en mi cabeza, Freya.

—Vale —dije, mirando de él a Kate.

—Por lo que nos has contado, creo que podrías estar interesada en venir a trabajar aquí y ayudarnos a montar el Jardín de Invierno, ¿no?

—Sí —dije enseguida, porque estaba sumamente interesada—. Si no fuera porque no tengo dónde vivir —me apresuré a añadir, por si acaso—, me vendría aquí como una flecha.

—¿Y crees que te gustaría quedarte para gestionar el jardín y los terrenos una vez hayamos creado el Jardín de Invierno?

—Por supuesto —dije, confusa—. Es un espacio precioso. Cualquier jardinero estaría orgulloso de mantenerlo, pero eso no cambia el hecho...

Luke negó con la cabeza.

—Acompáñanos —dijo, tendiéndole la mano a Kate, que se levantó para seguirlo—.

Y no pongas esa cara de preocupación —me dijo—, porque creo que hemos encontrado la solución perfecta.

Dejaba de llover cuando hicimos el corto trayecto a través de la carretera hasta Nightingale Square, donde había media docena de bonitas casas construidas alrededor de un parque. Todas parecían en buen estado y la plaza estaba bien cuidada.

—Aquí es —dijo Luke, abriendo la puerta de la segunda casa a la derecha—. ¿Te gustaría vivir aquí, Freya? El alojamiento sería parte de tu sueldo.

—No lo entiendo —dije cuando se abrió la puerta y un señor mayor nos hizo pasar.

—Entra antes de que empiece otra vez —insistió—. Y límpiate los pies. Qué perro más adorable —añadió, acariciando la cabeza de Nell.

Parecía tan insegura de todo como yo.

—Pasad a la sala —dijo, haciéndonos entrar antes de que pudiera recuperar la cordura—, y podremos hablar como es debido. Por la expresión de tu cara, querida, me atrevería a decir que no tienes ni idea de lo que está pasando, ¿verdad?

—No. —Tragué saliva.

—Ni la más mínima idea —se rio—. Soy Harold, por cierto.

Tras rechazar educadamente su oferta de tomar otro té y una salchicha fría que le había sobrado de la comida para Nell, nos sentamos los cuatro en el salón, que tenía un gran ventanal con vistas a la plaza, y Kate insistió en explicarlo todo porque sabía que el entusiasmo de Luke se apoderaría de él y acabaría omitiendo algunas cosas.

—¿Ves la casa de al lado? —me dijo, haciéndome señas para que mirara la preciosa casa contigua a la de Harold.

—Sí.

—Bueno, es mía —me dijo—. La compré cuando me mudé aquí desde Londres, antes de conocer a Luke. Luego, cuando me mudé con él a Prosperous Place, decidí quedármela y alquilarla. Ahora vive allí una joven encantadora llamada Poppy con su hermano, Ryan.

—Vale —dije, aún sin ver cómo eso podía estar relacionado conmigo, o cómo explicaba por qué estaba sentada en casa de Harold cuando debería estar pensando en volver a Suffolk.

—Como formaba parte del imperio Wentworth original, a falta de una palabra mejor —no pudo resistirse Luke a intervenir—, a Kate le pareció que estaría bien conservarla y considerarla una extensión de Prosperous Place.

—Bien —dije.

—Y ahora voy a mudarme a una residencia asistida —añadió Harold—, así que voy a venderle mi casa, en la que ha vivido mi familia desde que Charles Wentworth la construyó, a Luke.

—Entonces, ¿es otra pieza del legado del señor Wentworth que vuelve al redil? —adiviné—. ¿Será otra extensión de Prosperous Place, como tu casa, Kate?

—Exacto —dijo ella—. Y el plan era alquilarla, pero...

—Pero, como necesitas un lugar donde vivir —añadió Luke—, y Kate y yo queremos que aceptes el trabajo de jardinera jefe y directora del proyecto del Jardín de Invierno, pensamos que sería perfecta para ti.

En teoría, sonaba maravilloso y mi corazón saltaba ante la perspectiva, pero si aceptaba, ¿iba a saltar de la sartén al fuego? Al fin y al cabo, por muy encantadores que fueran Luke y Kate, el arreglo podría acabar llevándome al mismo lío al que me enfrentaba ahora si las cosas no funcionaban.

—Todo sería legal —dijo Kate, captando el motivo de mi reticencia—, tendríamos un contrato debidamente redactado, junto con un contrato de arrendamiento.

—No es que no confíe en ti —empecé.

—Lo sabemos —sonrió—, pero también comprendemos que las circunstancias a las que te enfrentas ahora te hagan recelar de la posibilidad de enfrentarte a una situación similar en el futuro, por lo que podemos tomar medidas para garantizar que eso no ocurra.

Asentí y solté un suspiro, tratando de asimilarlo todo.

—Pero no sabéis nada de mí —dije, aún decidida a no dejarme arrastrar—. No me habéis pedido referencias o recomendaciones, ni mi experiencia ni nada en realidad.

—Sabemos lo suficiente —dijo Kate—. Creemos mucho en nuestro instinto.

Sonaba igual que Eloise, y de nuevo pensé en cómo esta oferta de trabajo y hogar se hacía eco de la anterior.

—Y tengo que admitir que he averiguado algo sobre ti, gracias a una rápida búsqueda en internet —admitió Luke—. Encontré información sobre la jornada de puertas abiertas de Broad-Meadows el verano pasado, junto con tu entrevista en la prensa local. Era una lectura impresionante y las fotografías eran maravillosas.

Eloise había abierto el jardín con fines benéficos e insistió en que el artículo del periódico se centrara en el jardín y en mi trabajo en él, más que en la historia de su vida.

—Ya veo —dije.

—Mira —dijo Luke—, no digas nada todavía. Deja que Harold te muestre el lugar y luego vuelve a la casa. Sé que es una gran decisión para ti.

—Enorme —coincidió Kate.

—Y no hay prisa —añadió Luke con un brillo en los ojos.

—Pero te gustaría empezar el proyecto del Jardín de Invierno a tiempo para tener algo que enseñar pronto —sonreí, haciendo una suposición calculada—, ¿verdad?

—Exacto —sonrió él mientras Kate negaba con la cabeza.

—Nos vemos dentro de un rato —dijo, conduciéndolo a la salida—. Y a pesar de lo que dice Luke, de verdad que no hay presión.

Harold me enseñó orgulloso la casa, señalándome la habitación donde había nacido y explicándome que la mayoría de los muebles y parte del contenido se quedarían, ya que no iba a tener sitio para ellos.

—No sé qué te parece —dijo, mirando la cocina. Estaba claro que hacía tiempo que no se había reformado; en ella abundaban los muebles de pino anaranjado y los recipientes de cerámica de Hornsea—. Supongo que nada de esto está de moda ya.

—Al contrario —le dije—. Esta cocina está de moda, Harold. El look retro es muy popular ahora mismo.

—Entonces, ¿no iría todo directo a la basura? —preguntó con la voz un poco temblorosa.

—En absoluto —lo tranquilicé—. No tiraría nada de eso. Al menos, no si me mudo. Entre tú y yo, no tengo muchos muebles ni posesiones materiales. Siempre he viajado ligera de equipaje, así que cualquier cosa que me dejaras sería bienvenida.

Harold se alegró mucho ante mi respuesta. Atravesamos el comedor y volvimos al salón, donde había tenido la amabilidad de encender el fuego eléctrico para Nell porque le parecía que tenía un poco de frío.

—¿Qué te parece? —preguntó—. ¿Vas a aceptar el trabajo?

—Desde luego, voy a pensármelo seriamente —le dije.

—Si yo fuera tú, se lo arrebataría de las manos —dijo con firmeza—. No encontrarás un lugar mejor para vivir ni una familia mejor para la que trabajar.

Le di las gracias y Nell y yo regresamos a Prosperous Place. Si aceptaba la oferta de Luke y Kate, mi trayecto diario al trabajo sería apenas más largo que el actual. La pareja me había dado mucho en que pensar.

Después de la llamada de Luke pidiéndome que volviera, me había preguntado si la oferta de trabajo seguiría en pie, pero ni por un segundo había especulado con que podría haber un alojamiento que la acompañara, ¡y menos, una casa entera enfrente del bonito jardín de Nightingale Square!

—Entonces —dijo Luke, balanceándose sobre sus talones desde donde me esperaba en el camino—, ¿qué te parece?

—La casa es preciosa —le dije—, y es una oferta muy tentadora.

—Y puedo enviarte un correo electrónico con los detalles del salario, las vacaciones y demás, esta tarde si quieres.

Kate salió de casa con Abigail en brazos. La niña tenía las mejillas sonrojadas, como si acabara de despertarse, y probablemente así era.

—Eso sería genial —asentí—. Gracias.

—Entonces, hay alguna esperanza —dijo Luke, y se mordió el labio.

—Siempre hay esperanza —respondí—. Y os prometo que no os dejaré esperando —añadí, dirigiéndome a los dos.

—De verdad espero que digas que sí, Freya —reiteró Luke.

—Y, por supuesto, estaremos encantados de que traigas a Nell —añadió Kate.

Ojalá fuera mía.

—Tenéis pinta de ir en un pack, y ella sería una incorporación maravillosa a nuestra comunidad, como tú.

Les di las gracias, besé a Kate en la mejilla antes de acordarme de recoger mis botas de agua y los papeles, y volví a subir a la furgoneta, acomodando a Nell a mi lado.

—Hasta pronto —dijo Luke, esperanzado, mientras me despedían.

Les devolví el saludo y salí a la carretera antes de encender la radio. De algún modo había vuelto a Radio Suffolk, aunque estábamos en Norfolk y a pesar de que no había vuelto a sintonizarla desde que se había reiniciado misteriosamente después de pedirle una señal a Eloise.

—Gracias, Eloise —reí al aire que me rodeaba—. Mensaje recibido y entendido.