Escapada secreta a la costa - Heidi Swain - E-Book

Escapada secreta a la costa E-Book

Heidi Swain

0,0

Beschreibung

Tess Tyler necesita un descanso. Agobiada por su estresante trabajo y su exigente padre, apenas le queda tiempo para cuidar de sí misma. Pero, después de un impactante descubrimiento, huye a Wynmouth, la ciudad costera de la que se enamoró de niña, para escapar de todo. Con sus playas de arena, sus impresionantes pozas y su acogedora comunidad, Tess siente que por fin puede volver a respirar. Y, a medida que se acerca cada vez más a Sam, el dueño del pub local, se atreve a soñar con no regresar jamás a su vida anterior. Pero su idílica estancia se ve perturbada cuando una persona conocida regresa al pueblo. Tess se da cuenta de que también hay secretos en Wynmouth y de que su propio pasado podría estar a punto de alcanzarla… «Me encantó esta magnífica historia de secretos familiares y segundas oportunidades». Rachael Lucas «Una lectura deliciosamente soleada con intriga y secretos añadidos». Bella Osborne «Disfruté mucho de "Escapada secreta a la costa". Con personajes entrañables, un precioso escenario veraniego y una gran historia llena de secretos. Es la lectura perfecta para un día de relax». Caroline Roberts «¡Una delicia veraniega!». Sarah Morgan «Una lectura encantadora, dulce y veraniega». Milly Johnson «Sabio, cálido y maravilloso». Heat «¡Un rayo de sol literario!». Laura Kemp «Chispeante y romántico». My Weekly

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 485

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Escapada secreta a la costa

Escapada secreta a la costa

Título original: The Secret Seaside Escape

© Heidi Swain, 2020. Reservados todos los derechos.

© 2024 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

Traducción: Maribel Abad Abad, ©Jentas

ISBN: 978-87-428-1320-1

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.

This edition is published by arrangement with Simon & Schuster UK Ltd. through International Editors and Yañez' Co.

__

Para Michael, mi padre,

a quien no veo muy a menudo,

pero que siempre está en mis pensamientos

y siempre estará en mi corazón.

Capítulo 1

Si cerraba los ojos y me concentraba, podía ver el mar extendiéndose ante mí hasta el lejano horizonte. Podía respirar el aire fresco y salado y casi sentir su sabor en los labios. Si me situaba en ese punto exacto, podía ver cómo salía el sol y llegaba rápidamente a las relucientes pozas rocosas, tentándome a explorar sus profundidades secretas. Y, si me concentraba aún más, podía oír las olas rompiendo contra la orilla, las gaviotas revoloteando sobre mi cabeza y sentir la arena suave y cálida introduciéndose entre los dedos de mis pies desnudos...

—¿Tess?

Me esforcé por mantener la concentración.

—¿Estás bien?

Cerré los ojos con más fuerza, esperando ver a mi madre. Estaría sentada en una tumbona, luciendo su vestido amarillo favorito y saludando con una mano, mientras que con la otra sujetaría con firmeza un libro de bolsillo.

—Tierra a Tess. ¿Me recibes?

Era inútil. El hechizo se había roto. No había concentración posible capaz de tapar el ruido de la oficina y de mis compañeros, que, cuando por fin abrí los ojos, se habían agolpado en torno a mi mesa con la preocupación marcada en sus ceños fruncidos.

Por lo visto, no era posible cerrar los ojos y taparse los oídos sin llamar la atención, pero yo me había sumergido profundamente en mi momento de meditación consciente y habría preferido que me dejaran con mis asuntos. Dicho esto, supongo que debería haber agradecido que mi equipo se hubiera dado cuenta de mi «ausencia». Teniendo en cuenta la semana que habíamos pasado, me sorprendía que alguno de ellos se preocupara por mi bienestar.

—Muy bien, ¿sigues con nosotros, entonces? —me espetó Chris.

El tono de Chris no solía ser cariñoso, pero, dado que eran las ocho menos cuarto de la tarde de un viernes y aún teníamos trabajo que hacer, no me extrañaba que los ánimos estuvieran crispados.

—¿Dónde iba a estar si no? —respondí. Tratando por todos los medios de parecer, al menos, presente, me alisé el pelo y me enderecé en la silla.

No resultaba fácil cuando aún podía oír la llamada del mar a lo lejos e imaginar el calor del sol en la nuca. Puede que mi cuerpo estuviera sentado ante mi escritorio en las oficinas de Tyler PR, pero mi mente vagaba por otra parte. Ansiaba la libertad de unas vacaciones con cada fibra de mi ser, aunque fuera una miniescapada de tres días, pero, como jefa de proyecto en la empresa de mi padre, las posibilidades de que eso ocurriera eran pura fantasía.

A juzgar por la enormidad de mi actual carga de trabajo, cada vez parecía más probable que este año acabara sacrificando de nuevo la mayor parte de mis vacaciones. No podía negar que mi puesto venía con el beneficio de lo que parecía, al menos sobre el papel, el derecho a unas largas vacaciones, aunque nunca había conseguido cogerlas en su totalidad. De hecho, cuanto más arriba estaba en la escala salarial por la que tanto me había esforzado en subir, menos oportunidades de recargar las pilas tenía.

Y, la verdad, así era como funcionaba yo, sobre todo durante el último año y medio desde la inesperada muerte de mi madre. Superar lo que la vida me deparaba se me había antojado el mejor método de salir adelante, pero ya no. Ahora corría el riesgo de derrumbarme porque tenía los medios para reconocer que estaba abocada al agotamiento y que mi método no me había ayudado en absoluto a aceptar mi pérdida.

Por el contrario, mi padre no tenía ni idea de mi frágil estado mental. Solo se fijaba en los aspectos de mi vida que le convenían, y le complacía contarles a sus contemporáneos que estaba increíblemente orgulloso de mi compromiso con el negocio. Aborrecía el nepotismo, por lo que me había hecho trabajar el doble que los demás para demostrar mi valía, y le encantaba que mi ética de trabajo coincidiera con la suya. No tenía ni idea de que este último proyecto me había llevado al borde del abismo y me hacía soñar con huir incluso en mis horas de vigilia.

—Creíamos que te ibas a desmayar. —Lucy, mi ayudante, frunció el ceño mientras me tendía un vaso de agua y me abanicaba con una carpeta.

—Eras tú la que creía que se iba a desmayar —le espetó Sonya, otra compañera.

Relativamente nueva en el puesto, eficiente y ansiosa, Lucy tenía tendencia a ponerse hecha un manojo de nervios cuando aumentaba el estrés, pero yo estaba trabajando en encontrar formas de calmarla. En nuestro tipo de negocio se necesitaba una cabeza fría y serena, aunque solo fuera en apariencia.

—Estoy bien —dije, antes de dar un sorbo al agua y apartar la carpeta—. Solo estaba poniendo mis pensamientos en orden.

—¿Y ha pasado algo útil? —preguntó Chris.

No parecía muy esperanzado y yo sabía que estaba desesperado por volver a casa. Todos lo estábamos, pero necesitábamos tener a punto una estrategia de limitación de daños antes de pensar en nuestros planes para el fin de semana. Aunque tampoco era como si los míos me hicieran especial ilusión.

—Es posible —asentí—. Nos vemos en la sala de conferencias uno en veinte minutos.

Como de costumbre, fui la última en salir y ya era casi medianoche cuando entré en mi apartamento, me quité los tacones y me serví una reconstituyente copa de vino. Si alguien hubiera creído que ser la hija del jefe tenía sus ventajas, yo podría haber desmentido sus suposiciones con cualquiera de mis planillas de horarios de los últimos meses.

Ya ni me acordaba del camino de vuelta a casa. Mientras conducía, mi mente había estado a kilómetros de distancia de la carretera; no en la playa, sino revisando las atroces fotos de los tabloides que habían hecho que mi semana cayera en picado. ¿En qué había estado pensando aquel tipo? Ignoré el agudo dolor de estómago y me dejé caer en el sofá.

Cuando me entrevistaron para trabajar en la empresa de relaciones públicas de papá, después de licenciarme en marketing siete años atrás, nunca habría imaginado que tendría que desenredar un embrollo como el de los últimos días.

En los tiempos en que mis tareas se limitaban a repartir la ronda de café matutino y el pedido diario de sándwiches —papá creía firmemente en empezar desde abajo—, soñaba con trabajar con clientes prestigiosos en proyectos millonarios y asumir el inusual papel de hacer coincidir sus requisitos con las «celebridades» perfectas para promocionar sus marcas, pero, si hubiera sabido que mi mayor proyecto hasta la fecha estaba destinado a irse al garete pocas semanas antes de su lanzamiento, me habría limitado a repartir sándwiches de huevo con berros.

—Mierda —murmuré, derramando parte del vino cuando mi móvil empezó a vibrar arrastrándome de vuelta al presente y haciéndome dar un respingo.

Cogí mi bolso con la mano libre y lo sacudí en el sofá; su contenido se esparció sobre él mientras yo rezaba para que no fueran más malas noticias. Me estremecí al recordar las explícitas imágenes que habían salpicado las portadas, en las que mi futbolista de élite le metía la lengua hasta la campanilla a una chica escasa de ropa.

El avispado periodista las había colocado junto a la imagen de estudio en la que aparecía con su mujer y sus hijas, que yo me había encargado de hacer pública unos días antes para reforzar su imagen de «personaje reformado» antes de la campaña publicitaria sobre valores familiares para la que mi cliente lo había contratado. Había sido la humillación definitiva, y no solo para su mujer y sus hijas.

—Hola, papá —dije cuando por fin localicé mi teléfono.

—¿Todo resuelto?

Directo al grano, como de costumbre. A veces me costaba creer que el padre en que se había convertido hubiera sido alguna vez el hombre tranquilo que solía llevarme a hombros cuando era pequeña.

—Creo que sí.

—¿Crees que sí?

Se me puso la piel de gallina.

—Hemos hecho todo lo que se podía por el momento —añadí con un poco de acritud—. Tenemos un plan en marcha y lo retomaré el lunes.

—De acuerdo —dijo—. ¿No había manera de terminar esta noche?

—No —dije con firmeza—. No he podido hablar con nadie del equipo de publicidad después de las diez, así que hemos dado la jornada por terminada.

A decir verdad, por el bien de la cordura de mi equipo, no había vuelto a intentar contactar después de nuestra última reunión interna de la noche.

—¿Y estás segura de que no quieres que intervenga?

—Del todo.

Por supuesto que no quería que interviniera. No quería ni pensar en el ridículo al que me expondría si lo hiciera. Se quedó callado un segundo y yo contuve la respiración. Por un momento pensé que estaba a punto de decir que lo iba a hacer de todas formas.

—Entonces, nos vemos mañana —respondió finalmente.

Expulsé poco a poco el aire que había estado conteniendo y cerré los ojos. Ahora era yo la que no decía nada.

—¿Sigues ahí, Tess?

—Sí —respondí, aclarándome la garganta—, sigo aquí.

Había sido yo la que abordó el tema de ordenar las cosas de mamá. Había sido yo la que insistió en hacer un hueco en nuestras apretadas agendas para empezar a revisarlo todo como era debido. Había leído en alguna parte que el proceso podía ser catártico, ofrecer un cierto nivel de cierre, y definitivamente me vendría bien una dosis de eso, aunque fuera pequeña.

Al principio, papá había insistido en que no era un buen momento, pero yo había rebatido su argumento señalando que nunca lo sería, y él había accedido a regañadientes a fijar la fecha para este fin de semana. Resultaba irónico que, después de tanto leer sobre el tema, ahora fuera yo la que no estaba preparada.

Hacía ya dos años que mamá había muerto de un infarto que nadie había visto venir, pero seguía estando muy presente. Su ropa aún colgaba de los armarios, sus joyas estaban colocadas en su lugar y, a veces, su cuarto de baño aún olía a Chanel. Era imposible creer que se había ido para siempre cuando sus posesiones parecían ordenadas y colocadas para darle la bienvenida. Era imposible creer que se había ido para siempre cuando yo no había pasado ni de lejos el tiempo suficiente con ella en los últimos años. Si hubiera sabido que la arena de su reloj estaba casi agotada, me habría asegurado de que las cosas fuesen diferentes.

En mi corazón, siempre sería la mujer de mi infancia. La madre sonriente en la playa, con su vestido amarillo, el pelo recogido en una coleta y un libro en la mano, pero en mi cabeza sabía que hacía años que no era esa mujer. A medida que el negocio había crecido, ella, como papá, se había convertido en una persona completamente distinta. Una persona a la que ya era demasiado tarde para conocer.

—Será mejor que vengas pronto —dijo papá—, queda un trabajo tremendo.

A la mañana siguiente no me paré a recoger el periódico ni tampoco volví a encender el teléfono. Si iba a seguir recibiendo malas noticias sobre mi malogrado futbolista, quería retrasarlas todo lo posible.

Cuando salí de la carretera, entré en el camino de grava y llamé al interfono. Las puertas de hierro se abrieron lentamente y las atravesé. La impresionante casa, enclavada entre altísimos robles, no había sido nuestro hogar familiar original. Hasta el final de mi adolescencia, vivíamos en una casa unifamiliar de tres dormitorios, pero mis padres consideraron entonces que este prestigioso rincón de Essex nos daría una nueva y elegante imagen cuando el negocio empezó a prosperar.

Era preciosa, pero demasiado grande. Papá no necesitaba las cinco habitaciones con baño, pero Joan —el ama de llaves— y su marido, Jim —el jardinero y manitas— estaban muy a gusto en el piso del personal y yo sabía que papá nunca se iría. Para él, la casa era la guinda que coronaba su éxito, aunque solo pudiera ocupar una fracción de ella a la vez.

—Tess —dijo, saliendo a mi encuentro cuando apagué el motor—, por fin has llegado.

No eran ni las ocho, a duras penas se podía decir que había comenzado el fin de semana tras una semana estresante en extremo.

—¿Alguna noticia más? —me atreví a preguntar.

—Esta mañana no había nada en los periódicos —respondió.

—Gracias a Dios —suspiré; mis hombros cayeron al menos cinco centímetros.

—¡El desayuno! —exclamó Joan desde la cocina.

—¿Has comido algo? —preguntó papá, guiándome hacia la casa.

—No desde ayer por la mañana.

Asintió en silencio, a todas luces sin entender, como de costumbre, por qué las crisis laborales me quitaban el apetito cuando no hacían más que alimentar el suyo. El olor a bacon que flotaba por toda la casa hizo que mi estómago vacío refunfuñara, y el nudo de dolor se tensó en respuesta. Era un círculo vicioso: mi ansiedad me impedía comer y los calambres resultantes hacían que fuera demasiado doloroso comer.

—La verdad, papá —solté antes de poder controlarme—, puede que sea más tiempo. Creo que no puedo seguir trabajando así.

Dada la rapidez con la que me había enviado a que me revisaran el corazón después de perder a mamá, seguro que captaría la esencia de lo que intentaba decirle. Habían sido unos meses intensos, con largas jornadas de trabajo y plazos casi imposibles, y temía que, si no aflojaba el ritmo pronto, acabaría haciéndome un daño irreparable. Después de esta campaña, iba a necesitar un descanso. Tenía que entenderlo.

—Claro que puedes —dijo estoicamente, irguiéndose cuan alto era cuando entramos en la cocina palaciega—. Eres una Tyler, Tess. No nos rendimos, ¿recuerdas? Nos crecemos ante el estrés. Nuestra capacidad para superarlo es lo que nos mantiene un paso por delante de la competencia.

Quería señalar que eso ya no era así. Canalizar mi dolor en el trabajo me había dado fuerzas para trabajar más horas, pero mi energía mental y física se había agotado. Ya había tenido suficiente y, si quería ser sincera —al menos conmigo misma—, no era solo mi dolor lo que me estaba causando problemas.

Cada vez con más frecuencia tenía que justificar, encubrir e incluso mentir sobre el estilo de vida y el comportamiento de algunos supuestos famosos para que resultaran una propuesta lo bastante atractiva para nuestros clientes, y no me gustaba hacerlo. El sueldo que me daba mi puesto en la empresa podía haberme proporcionado un coche fabuloso y un apartamento admirable, pero ¿qué importaba todo eso si no podía dormir por las noches?

—Mira —me dijo cuando no me sumé a su filosofía de «los Tyler somos duros»—, quizá no deberías ser tan exigente contigo misma. Esta vez has metido la pata, pero...

—¿Que he metido la pata? —lo interrumpí.

Sabía que sonaba indignada, pero ¿estaba culpándome de la caída en desgracia del futbolista?

—Fue su agente quien le dio permiso para salir a celebrar esos goles —dije a la defensiva—. Yo no tenía ni idea.

—Pues deberías —me interrumpió—, y lo sabes. Deberías haber conocido sus idas y venidas mejor que las tuyas.

Me mordí el labio para no soltar que estaba harta de hacer de niñera de adultos que deberían saber comportarse. Estaba claro que no era el momento de intentar que me entendieran. El día ya iba a ser bastante duro para, encima, pelearme con «el jefe».

—Bueno, ya lo hemos atado en corto —dije, tragándome mi enfado—. No volverá a descarriarse.

—Pero no puedes incluirlo en la campaña, Tess —contraatacó papá—. El público no tendrá la más mínima confianza en él.

Pensé en el elaborado plan de limitación de daños en el que mi equipo había estado trabajando hasta altas horas de la noche anterior.

—Pero...

—Sin peros —dijo papá, levantando la mano antes de que pudiera explicarme—. Los Tyler tenemos una reputación que mantener, y sé que dijiste que no interviniera, pero hice un par de llamadas anoche. Creo que Vicky Price podría ser una posibilidad.

—Vicky...

—Price. Juega al fútbol con Inglaterra y está disponible.

Sabía quién era, pero no podía creer que papá hubiera «intervenido» cuando yo le había pedido expresamente que no lo hiciera.

—Acaba de tener su segundo hijo y pensé que sería un giro interesante tener a una mujer al frente del proyecto. Su agente estaba muy interesado.

—¿Te has puesto en contacto con el anunciante? —le pregunté.

—No, pensaba dejártelo a ti —dijo sin rodeos, apilando en un plato los huevos revueltos de Joan—. Y ahora, a comer.

No podía creer que lo hubiera hecho. Era cierto que pensar en Vicky Price había sido una idea acertada, pero así me había hecho parecer una absoluta inepta.

Joan me persuadió para que comiera un poco, y así fue como conseguí desayunar algo, y menos mal, teniendo en cuenta la cantidad de trabajo que suponía disponer las cosas de mamá. Si me hubiera quedado con el estómago vacío, probablemente habría acabado desplomándome.

—La mitad está incluso sin entrenar —refunfuñó papá mientras metía una prenda tras otra en las cajas que había enviado la organización benéfica para llevarse la ropa—. Esto todavía tiene la etiqueta puesta.

Tenía razón; una ojeada me bastó para ver cuantísimo dinero había gastado mamá. La organización benéfica sacaría una fortuna en el desfile de moda que iba a celebrar a finales de año para subastar sus mejores donaciones.

—No me extraña que sus tarjetas de crédito estuvieran siempre al límite —se quejaba papá—. Tu madre se había transformado en una compradora profesional.

Quise señalar que lo más probable era que su hábito naciera del aburrimiento y de todas las horas que pasaba sola, pero no lo hice. Esperaba que papá hubiera sido capaz de expresar su dolor cuando empezáramos a revisarlo todo, pero, al verlo moverse con indiferencia de una caja a otra, no estaba segura de que sintiera nada. Verlo pasar con rapidez una percha tras otra sin una segunda mirada me hizo sentir muy triste.

—No hay rastro del vestido de verano amarillo —suspiré con la esperanza de que una reminiscencia del pasado evocara una respuesta emocional.

—¿El qué?

—El vestido que mamá siempre llevaba a la playa cuando íbamos de vacaciones a Wynmouth, ¿lo recuerdas?

Papá se enderezó. Por un momento puso cara de nostalgia, pero luego frunció el ceño.

—Tu madre era una mujer diferente entonces —dijo con frialdad.

—Y tú eras un hombre diferente —murmuré en voz baja.

Sabía que el matrimonio de mis padres no siempre había sido tan perfecto como el que proyectaban al mundo exterior, pero la aparente indiferencia de papá era difícil de soportar.

—Probablemente se desprendió de ese vestido el día en que se puso su primer bolso de diseño, Tess.

Asentí, pero no dije nada más.

Al mirar los armarios llenos de ropa, se me puso un nudo en la garganta, y me hizo darme cuenta de que no había pasado ni de lejos tanto tiempo con mamá como en la oficina con papá. Esperaba que no pensara que me había puesto de su parte porque trabajaba para él. Siempre había supuesto que tendríamos tiempo de sobra para ponernos al día, pero su frágil corazón tenía otros planes.

—Bueno, tengo que decir —suspiró Joan cuando apareció con una bandeja con tazas de té y un plato de galletas, justo a tiempo para evitar que me pusiera demasiado sensiblera— que no parece que hayáis avanzado mucho.

—No lo hemos hecho —dije, mirando a mi alrededor—. Creía que nos bastaría con hoy, pero apenas hemos arañado la superficie.

—Esto va a llevarnos mucho más que un solo día —dijo papá, apilando varios joyeros y un pequeño baúl junto a la puerta—. Ya te has dado cuenta, ¿no?

Me encogí de hombros. Empezaba a parecer que no había hecho más que criticar todo lo que yo había dicho desde mi llegada.

—Pareces agotada —continuó—. ¿Por qué no coges este montón y lo revisas en tu casa?

La perspectiva de un baño largo y caliente y de acostarme antes de medianoche resultaba de lo más atractiva, y agradecí que se hubiera dado cuenta de que estaba sin fuerzas, aunque lo hubiera pintado como un defecto más.

—¿Estás seguro?

—Sí —insistió—. Tendrás que estar descansada y dispuesta el lunes por la mañana, ¿no?

Esa noche no paré de dar vueltas en la cama y acabé dormitando durante la mayor parte de la mañana del domingo. Cuando por fin me levanté, me dediqué a hacer zapping para ahogar el persistente zumbido de mi cabeza, y al final me decidí por un programa sobre parejas que quieren escapar de la rutina y el estrés e instalarse en el campo.

Después del café, centré mi atención en el pequeño baúl que papá había metido en el coche junto con la colección de joyas de mamá. Me sorprendió descubrir que estaba lleno de lo que parecían recuerdos —cuadernos, cartas, cuadros que le había regalado de niña—, no el tipo de cosas sentimentales que había asociado con ella en los últimos años, y sentí la quemazón de las lágrimas que asomaban a mis ojos. Un álbum de fotos llamó mi atención, lo saqué y me acomodé en el sofá.

—Oh, por el amor de Dios —resoplé mientras ojeaba las instantáneas.

Había docenas de mamá, papá y yo de vacaciones en el mismo lugar al que había estado soñando con escapar desde que mis niveles de estrés habían empezado a derrotarme. Puede que Wynmouth, en la costa de Norfolk, no fuera un destino de ensueño para casi nadie, pero para mi niña interior era la perfección absoluta. No solo el pequeño lugar en sí, sino la sensación de embriagadora felicidad que siempre me infundía.

Hacía mucho tiempo que no sentía ese tipo de satisfacción sin complicaciones. En el presente, solo obtenía placer ganándole la partida a otro o peleando hasta conseguir un proyecto que una empresa rival había estado esperando. Mi felicidad ya no tenía nada de sencilla ni de sana.

Yo era una adolescente la última vez que visitamos Wynmouth, y mamá y papá se asombraron de que aún pudiera entretenerme con un paseo por la playa y rebuscando entre los mundos extraños de las pozas de roca. No había salones recreativos ni establecimientos de comida rápida ni ruidosas atracciones de feria, pero el repentino aleteo en mi pecho me recordaba que había algo que había llamado mi atención adolescente. Seguí pasando páginas hasta que encontré una foto en particular.

—¿Seguirá...? —reflexioné, dejando el álbum a un lado, y cogí el portátil.

No tardé mucho en encontrar lo que buscaba. Crow›s Nest Cottage, en el corazón del tranquilo pueblo, siempre me había parecido el lugar perfecto para pasar las vacaciones, de ahí mi insistencia en que me fotografiaran delante de él.

Construido junto al pub y a un tiro de piedra de la pendiente hacia la playa, era un lugar en el que no había orden ni concierto, pero que estaba lleno de encanto. Nunca nos habíamos alojado allí. El limitado presupuesto para vacaciones que mis padres tenían entonces era lo justo para asegurarnos una de las pocas caravanas estáticas que había en los acantilados de las afueras del pueblo, pero yo siempre me había prometido que algún día me alojaría en la casita, y aquí la tenía, todavía catalogada como alojamiento vacacional.

Mis dedos dudaron antes de abrir el formulario de consulta de disponibilidad. ¿Existía siquiera una mínima posibilidad de convencer a mi padre de que era un buen momento para tomarme un descanso? Y, si de algún modo lo conseguía, ¿seguiría Wynmouth siendo el mismo? ¿Sería capaz de llenarme de esa misma sensación de calma? Porque eso era lo que me desesperaba. Eso era lo que me apetecía tanto como el vigorizante aire marino. Volcarme en mi trabajo no me había ayudado a superar la pérdida de mamá, pero quizá Wynmouth lo hiciera.

Entonces recordé la precipitada partida que rodeó nuestras últimas vacaciones. Papá había insistido en hacer las maletas y marcharnos pronto, diciendo que había surgido una oportunidad de trabajo ineludible y que era imperativo que nos fuéramos enseguida.

—Es el principio de nuestra vida —nos había dicho, instándonos a hacer las maletas—. Una oportunidad de poner al fin Tyler PR en el mapa.

Fuera cual fuera la oportunidad —estaba demasiado afligida como para preocuparme—, debió tener éxito, porque al año siguiente el negocio había despegado, y también nuestras vacaciones habían alzado el vuelo hasta mucho más allá de Norfolk. Nunca volvimos a Wynmouth y, sin embargo, seguía siendo el lugar con el que soñaba, el sitio al que siempre me llevaban mis momentos de meditación consciente.

Mi teléfono empezó a sonar y lo cogí.

—¿Has visto los periódicos? —ladró papá en cuanto contesté.

—No. —Tragué saliva—. ¿Qué pasa?

—Tu hombre ha estado de juerga otra vez y su mujer lo ha echado.

Me tomé un momento para respirar hondo, pero no me resultó nada tranquilizador.

—Tengo mi portátil aquí mismo —dije con una urgencia que no sentía, mientras abría una nueva pestaña junto a la página de Crow›s Nest Cottage—, si me das la dirección, le enviaré un correo electrónico al agente de Vicky Price y al anunciante ahora mismo.

Capítulo 2

Incluso antes de colgar el teléfono, sabía que no podría salir corriendo precisamente, pero aun así envié el formulario de disponibilidad de la casa de campo. Fue mi intento equivocado de engañarme a mí misma pensando que estaba poniendo en práctica algún tipo de autocuidado.

Vicky Price, su agente y el anunciante estaban encantados con la perspectiva de que trabajáramos juntos, pero el otro tipo, que había vuelto a rehabilitación, y su cada vez más beligerante agente, no estaban muy contentos con el giro de los acontecimientos. Era inconcebible que ninguno de los dos pudiera pensar en serio que seguía siendo el adecuado para el puesto, pero así era, y pasaron rápidamente de quejarse a amenazar con acciones legales. Teníamos un contrato a prueba de bombas para asegurarnos de que eso no ocurriera, pero la mera mención de la mala prensa para Tyler PR había puesto a mi padre en pie de guerra y me había provocado una migraña que dejaba en ridículo a todas las demás.

—¿Te vas a casa? —me preguntó Lucy a última hora de la tarde del martes—. Creo que deberías, tienes una pinta espantosa.

No solo estaba luchando contra un mazo que atacaba mi frágil cráneo, sino que también sentía cada vez más náuseas y las luces de la oficina me hacían daño en los ojos. Sentía el cerebro demasiado hinchado para caber en mi cabeza y ninguna combinación de analgésicos me había ayudado.

—Lucy tiene razón —dijo Sonya, mirándome con el ceño fruncido—. Deberías irte, Tess. Podemos arreglárnoslas hasta mañana.

Si Sonya me estaba diciendo que me fuera a casa, debía tener muy mala cara. Lo último que quería era desertar de mi puesto, pero no tenía elección. Había agotado todas las vías para sobrellevar el dolor y nada había servido.

—Vale —respondí—. Me voy, pero si pasa algo, llámame, ¿vale? Tendré el teléfono encendido y mañana vendré incluso más temprano.

Cuando llegué a casa, revisé mis correos electrónicos. Había uno de alguien llamado Sam sobre la casa de campo.

Gracias por su consulta sobre la posibilidad de alojarse en Crow›s Nest Cottage. La casa ya ha sido reservada para las dos semanas que especificó. Disculpe la decepción que esto pueda causarle.

Teniendo en cuenta todas las preocupaciones que manejaba al mismo tiempo, me sentí mucho más decepcionada de lo que debería y, aunque sabía que era inútil, envié una respuesta de todos modos.

Hola, Sam. Gracias por el aviso. ¿Está disponible en algún momento de junio o julio?

Esperaba encontrarme de nuevo en plena forma a la mañana siguiente, pero lo que descubrí al abrir los ojos fue que el mundo se había desplazado sobre su eje y la cabeza me daba vueltas.

—¿No crees que deberías llamar al médico? —preguntó Lucy cuando por fin encontré una postura que detuviera el mareo el tiempo suficiente para marcar el número de su casa.

—No —dije con firmeza—. Es solo un poco de vértigo. Ya he pasado por ello antes.

—Puedo llevarte a la consulta —continuó—. No es ninguna molestia.

—De verdad, Lucy, no hace falta.

—Pero ayer tuviste migraña —señaló, como si necesitara que me lo recordaran—. Creo que deberías hacerte un chequeo.

—Te prometo que no me pasa nada —la tranquilicé—. Es un fastidio más que nada —añadí, pensando en el mal momento en que se había presentado— y puramente relacionado con el estrés. Se me pasará en cuanto volvamos a la normalidad.

—Bueno, si estás segura...

—Lo estoy —interrumpí—, pero hay una cosa que podrías hacer por mí, Lucy.

—Dime.

—Ven a buscarme y llévame.

—¿Qué?

—Llévame al trabajo —le supliqué—. No puedo ponerme al volante, sería una imprudencia, pero, si me llevas hasta mi mesa y me quedo relativamente quieta, estaré bien para seguir. Necesito seguir.

A modo de respuesta, recibí una frase repleta de palabras que yo nunca habría imaginado entre el vocabulario de la apacible Lucy.

—Entonces, ¿eso es un no? —suspiré cuando por fin se calló.

Ni Chris ni Sonya estaban tampoco por la labor, así que pasé una mañana miserable intentando no moverme ni preocuparme demasiado por lo que ocurría en mi ausencia. No pude evitar pensar que Chris iba a estar en su elemento. Como segundo de a bordo, sin duda saborearía la oportunidad de dar una buena impresión.

A primera hora de la tarde, oí girar una llave en la cerradura.

—Solo soy yo —gritó Joan—. Quédate donde estás.

—¿Qué haces aquí, Joan? —pregunté, apoyada en el sofá—. No es que no me alegre de verte, ¿eh?

—Ha llamado Chris y le ha dicho a tu padre que estabas enferma —explicó, entrando cargada con una cesta—. Sé que eres como tu padre y que jamás te pondrías enferma, así que quería comprobar cómo estabas. He cogido la llave de tu padre. Espero que te parezca bien.

—Por supuesto —dije, acordándome de no asentir justo a tiempo—. Pero estoy molesta con Chris por haberme delatado.

No quería decirle a papá que no estaba bien. Sabía que él estaba trabajando desde casa, así que mi ausencia de la oficina durante unas horas podría haber pasado desapercibida de no haber sido por la intromisión de mi adjunto.

—No creo que llamara para causar problemas —dijo Joan, que siempre se esforzaba por ver lo mejor de cada uno—. Al parecer, tenía alguna duda sobre un contrato urgente que hay que firmar y no quería molestarte. ¿Te suena?

—Oh, sí —gemí—. Vaya si me suena.

Chris se estaba comportando justo como sospechaba que lo haría. Se estaba aprovechando de mi delicada posición ante papá para caerle en gracia. Como persona que lo había contratado y formado, supuse que debería haberme sentido orgullosa de su ambición. Si yo hubiera estado en su lugar, habría hecho lo mismo.

—Se me ha ocurrido traerte la comida —continuó Joan, amable—. ¿Estás lo bastante bien para comer?

—Lo intentaré —dije, sabiendo que sería inútil decir que no.

La sopa de pollo que ella se había tomado la molestia de preparar no me apetecía mucho, pero después de los primeros sorbos mi estómago empezó a relajarse y la sopa desapareció en cuestión de minutos.

—Gracias —dije, agradecida de verdad, mientras ella limpiaba tras de mí—. Estaba delicioso.

—Pensaba que sería lo más adecuado —sonrió—, y que sería más fácil en una taza.

Tenía razón, como siempre.

—Entonces, ¿qué ha dicho papá de que esté fuera del trabajo? —reuní el valor para preguntar.

—No mucho. Cuando he dicho que vendría a ver cómo estabas, ha dicho que llamaría a la oficina.

No estaba segura de que me gustara cómo sonaba eso.

—Murmuraba algo sobre dejar que Chris supervisara el contrato, ya que debe resolverse con rapidez. El chico me ha sonado muy dispuesto.

—Oh, sí, por supuesto —coincidí; mi estado de ánimo se desinflaba por momentos.

—Bueno, no te preocupes por eso —dijo Joan.

—No me preocupa. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué iba a preocuparme?

—La vida es algo más que trabajar —continuó, apretándome la mano—. Aunque jamás dejaría que tu padre me oyera decir eso, por supuesto.

Intercambiamos una sonrisa de complicidad y empezó a recoger sus utensilios.

—Volveré mañana —dijo, dirigiéndose a la puerta. Asegúrate de descansar mucho. Me parece que todo está bajo control.

Por desgracia, a mí también me lo parecía.

Tras haber dormido por fin, después de tomar un poco más de la maravillosa sopa que Joan había dejado, a la mañana siguiente me sentía mucho mejor. No tan bien como para conducir hasta el trabajo, pero desde luego menos propensa a caerme cada vez que me levantaba. Sin embargo, en lugar de tentar a la suerte y reservar un taxi y arriesgarme a una recaída, decidí pasar otro día en casa. Las palabras de Joan, unidas a mis recuerdos de cómo era mi vida antes y a lo que le había pasado a mamá, me habían hecho pensar, y me sorprendí a mí misma llegando a la precipitada conclusión de que, dijeran lo que dijeran, iba a tomarme un descanso en condiciones.

No quería defraudar a papá ni a la empresa, pero esta última serie de mareos me había obligado, de algún modo, y por fin me había dado cuenta de que, si no quería que mi salud mental o física se resintiera aún más, iba a tener que replantearme mis prioridades y encontrar un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida personal. No podía seguir pensando en ello, seguir convenciéndome de que sería suficiente: tenía que ponerme manos a la obra y hacerlo realidad. Pero no en Crow›s Nest Cottage...

Gracias por su consulta. Crow›s Nest Cottage no estará disponible a partir de finales de mayo, ya que se retira del mercado de los alquileres vacacionales. Si todavía desea alojarse en la zona, hágamelo saber y le recomendaré otro alojamiento, algo más alejado, en la costa.

Por triste que fuera, se acabó, porque si no podía ir a esa casa de campo, prefería no volver a visitar Wynmouth en absoluto. Decidida a no ver frustrada mi decisión de tomarme un descanso, decidí viajar a algún lugar lejano y exótico.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Joan cuando llegó con más delicias comestibles y un ramo de rosas amarillas recién cortadas del jardín.

—Mejor —dije—, casi al cien por cien.

No parecía muy convencida, pero yo lo decía en serio, aunque aún estuviera un poco pálida. Incluso tomar la decisión de marcharme me había hecho mucho bien.

—Ya está —dijo cuando terminó de llenar la nevera—. Esto está mejor.

Debía admitir que la había tenido un pelín vacía y desangelada antes de su llegada. Los berros marchitos y la leche desnatada casi caducada no iban a contribuir mucho a mi recuperación.

—¿Alguna noticia del frente? —pregunté mientras ella ponía las rosas en un jarrón, antes de colocar el baúl de mamá sobre el sofá para que pudiera revisarlo sin tener que agacharme.

—Tu padre parece encantado con Chris —me dijo.

No me extrañaba nada, y si jugaba bien mis cartas, esto podría acabar beneficiándome.

—Dice que es un motivo de alabanza para ti, Tess —sonrió—. Que has hecho un excelente trabajo con su formación.

Aquello sí era una sorpresa y me encantaba oírlo, aunque habría sido aún mejor oírlo directamente de papá.

—Bueno —le devolví la sonrisa—, al menos he hecho algo bien.

—Lo haces todo bien —dijo Joan con firmeza—. La forma en que este chico ha progresado es prueba suficiente de ello.

¿Y hasta qué punto había resultado fortuito? Chris no había perdido tiempo en mostrar su verdadera cara y, dada mi decisión de escapar de la filosofía basura del «vivir para trabajar» y tirarme de cabeza a la de «trabajar para vivir», había que aplaudirle en lugar de resentirse. Mi muy cumplidor segundo había presentado su vena ambiciosa en el momento justo.

Esa misma tarde, me sumergí en las profundidades del baúl de mamá. Justo al fondo y ocultos bajo lo que parecía una hoja de papel de forro, descubrí unos sobres A4 que contenían páginas y páginas de lo que parecían entradas de diario impresas desde un ordenador.

Cada hoja tenía una fecha en la parte superior y, al hojearlas, vi que todas estaban en orden cronológico. Una parte de mí me decía que lo que sostenía en mis manos temblorosas no me incumbía en absoluto y que debía devolver esas páginas al lugar donde las había encontrado.

Sin embargo, había otra parte, una mucho más fuerte, que me susurraba que probablemente era el último vínculo posible con mi madre y que tal vez descubriera algo que me ayudaría a aceptar por fin su pérdida. Me senté y empecé a leer la hoja superior del sobre que tenía la fecha más lejana.

No tuve que leer demasiado para darme cuenta de que lo que había descubierto distaba mucho de ser reconfortante. Las lágrimas me nublaron la vista y se me cortó la respiración.

Anoche los vi juntos y se me partió el corazón en dos. No puedo hablar de ello con nadie, así que voy a escribirlo. Necesito expresar lo que siento en algún sitio y este me parece el lugar más seguro...

Estaban en un restaurante al otro lado de la ciudad. Esta vez era una mujer diferente. Era preciosa y mucho más joven que yo...

Dejé caer la página como si las palabras me hubieran quemado los dedos. Siempre había sabido que las mujeres encontraban atractivo a papá, solo había que ver cómo revoloteaban a su alrededor para darse cuenta, pero yo no sabía que había tenido la tentación de alejarse del lecho conyugal. Pero eso era lo que sugerían las palabras de mamá, ¿no? Y, viendo el número de páginas repartidas a mi alrededor, estaba claro que no se trataba de un único desliz.

Durante un rato me quedé sentada en un silencio atónito, hasta que sentí la ira aflorar.

Estaba estupefacta ante la flagrante hipocresía de mi padre. ¿Cómo podía un hombre que defendía la lealtad familiar por encima de todo tratar a su mujer con tan poco respeto? ¿Qué le daba derecho a seguir insistiendo en los valores familiares y en que la familia es lo primero, cuando se le había visto en un restaurante, cenando con una mujer que, evidentemente, no tenía nada que ver con nuestra familia?

Quería seguir leyendo, pero la cabeza empezaba a darme vueltas otra vez. Pensé en los armarios llenos de mamá. En cómo había se había enfrentado con valentía a la adversidad y presentado una fachada prístina al mundo, cuando la verdad detrás de la máscara era de tristeza y angustia. Hasta ahora nunca había entendido por qué papá era incapaz de llorar por ella, pero ahora me daba cuenta de que no la había querido en absoluto.

De repente, no me importaba en absoluto si estaba defraudando a papá o si Chris era capaz de llevar la oficina o no. Tenía que irme lo antes posible y me iba a llevar el diario de mamá.

Volví al trabajo temprano a la mañana siguiente y, siguiendo el ejemplo de mi madre, estaba inmaculadamente maquillada, vestida para impresionar e instalada detrás de mi mesa mucho antes de que llegaran los demás.

Me había costado mucho no conducir hasta la casa y enfrentarme a papá, pero el sentido común se impuso. No hablaría con él hasta que hubiera leído todo lo que mamá había escrito y tuviera mis emociones bajo control. Todo lo que quería de esta temprana aparición en la oficina era mantener la compostura y marcharme con mi dignidad intacta.

—Tess —dijo Chris, y sus andares seguros flaquearon al verme—. No te esperábamos. ¿Seguro que te encuentras lo bastante bien como para estar aquí?

—Sí —respondí, agrupando con energía los papeles sobre mi escritorio—. Gracias. Ya estoy bien.

—¿Qué tienes ahí? —Frunció el ceño y echó un vistazo al archivador.

—El contrato de Vicky Price y el papeleo.

—Ah.

—Quería asegurarme de que no se había pasado nada por alto.

—Respecto a eso... —vaciló, pasando nervioso un dedo por el interior del cuello de su camisa.

—Parece que has pensado en todo —dije, alzando las cejas—. No queda nada por hacer.

—Bueno, tu padre pensó que era mejor actuar lo antes posible, con el anunciante exigiendo que empezáramos a grabar los anuncios, y yo...

—Tú —le corté— pensaste que podrías aprovechar el hecho de que yo no estaba para apuntarte un buen tanto.

Su rostro empezó a teñirse de un interesante tono rojo.

—Bueno, yo no lo diría así —objetó.

—¿Cómo lo dirías, entonces?

Había visto a Lucy merodeando por la puerta, pero, al oír mi pregunta, dio marcha atrás y cerró la puerta en silencio. Chris abrió y cerró la boca un par de veces como un pez de feria boqueando en su bolsa de plástico.

—Vamos, Chris, tendrás que hacerlo mejor si quieres sobrevivir en Tyler PR —dije con firmeza—. Tienes que tener una respuesta instantánea para todo, y la correcta además, si quieres seguir impresionando a mi padre.

—Lo siento mucho.

—No te disculpes —le dije—. Nunca te disculpes. El señor Tyler lo odia.

—¿Qué?

El pobre parecía no tener ni idea de lo que estaba ocurriendo.

—Oh, no pasa nada —dije, decidiendo que ya lo había avergonzado lo suficiente—. Te felicito, Chris. Has hecho un buen trabajo.

—¿Qué? —repitió, con más cara de pez fuera del agua que nunca.

—Me quito el sombrero —dije, guardando los papeles en su carpeta, y se la tendí—. Viste una oportunidad y la aprovechaste.

No respondió.

—Si yo hubiera estado en tu lugar, habría hecho lo mismo. A decir verdad, me habría decepcionado que no lo hubieras hecho.

Aún parecía no creerme.

—Papá te va a ascender enseguida —le dije—. Asegúrate de que el contrato digital coincide exactamente con el de papel. Ya sabes que el sistema falla de vez en cuando y eso es lo último que nos faltaba, ¿no te parece?

—Sí —dijo con la voz entrecortada antes de aclararse la garganta—. Pensaba cruzar todos los datos esta mañana. Es la razón por la que he venido tan temprano.

—No llegas tan temprano —dije, señalando el reloj de la oficina—. Tienes que poner el despertador un poco antes si de verdad quieres adelantarme.

El resto de la mañana transcurrió sin incidentes. Lucy me dijo que papá había dejado dicho el día anterior que iba a trabajar desde casa, lo cual fue un gran alivio, y con el contrato a salvo en las competentes manos de Chris, me tomé un tiempo esa tarde para rastrear internet en busca de la escapada perfecta, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

El mundo entero estaba literalmente a un vuelo de distancia, pero no me decidía por ningún sitio. Casi había abandonado la búsqueda y estaba a punto de apagar el ordenador cuando llegó un correo electrónico a mi bandeja de entrada...

Estimada señorita Tyler: le envío un correo para informarle de que Crow›s Nest Cottage está disponible para las próximas dos semanas debido a una cancelación inesperada. Soy consciente de que es muy precipitado, pero si me puede decir si sigue interesada en alquilar la casa de campo a partir de este lunes —el 18—, estaré encantado de renegociar el precio. Esperamos sus noticias. Sam

Capítulo 3

Ni que decir tiene que, tras darme cuenta de que necesitaba cuidarme y tras el reciente descubrimiento sobre el comportamiento de papá, no sentí ni una pizca de culpabilidad al teclear que, efectivamente, estaba interesada en quedarme con la casa de campo durante las dos semanas siguientes. Mis vértigos, junto con las oportunas palabras de Joan sobre el trabajo y las desgarradoras entradas de mamá en su diario, eran todas las pruebas que necesitaba de que estaba tomando el camino correcto y justo a tiempo.

Me iba a Wynmouth sin mirar atrás, aunque con la conciencia intranquila. No estaba segura de poder perdonarme nunca por no haber detectado las señales de las aventuras amorosas de papá. Debería haber estado allí para apoyar a mamá, pero, en lugar de eso, había estado tan obsesionada con el trabajo que no me había dado cuenta. Pero eso se acabó. Iba a dedicar las dos semanas siguientes a reevaluar mi vida y mis relaciones y volver al buen camino. Era demasiado tarde para cambiar las cosas con mamá, pero aprender la lección sería la mejor manera de respetar su memoria.

Contuve la respiración mientras marcaba el número de casa para presentar mis disculpas por no poder seguir recogiendo las cosas de mamá, como habíamos planeado cuando me fui el fin de semana anterior, y recé para que no fuera papá quien contestara.

—Residencia Tyler.

Fue un alivio oír la voz de Joan. Explicarle que aún no estaba bien sería pan comido y, si ella transmitía mi mensaje, no tendría que hablar con papá. Podría enviarle un mensaje el lunes diciéndole que Chris estaba al mando y que yo volvería al trabajo en quince días. Fácil.

—Hola, Joan —dije—, soy yo.

—Tess, querida —contestó, abandonando el tono formal—. ¿Cómo te encuentras? ¿Has ido a trabajar hoy?

—Sí —tragué saliva—, y creo que me he excedido un poco.

Y no era una mentira muy grande, pues estaba bastante cansada.

—¿Lo ves? —respondió Joan—. Te dije que no tuvieras prisa por volver.

—Lo sé.

—Supongo que no vendrás mañana —afirmó en lugar de preguntar—. Le diré a tu padre que no te espere.

—Gracias, Joan —sonreí. Sin duda, me lo estaba poniendo fácil—. Te lo agradezco. Te veré pronto.

—Sospecho que no muy pronto —dijo, astuta—. Cuídate, Tess, cariño, y no te preocupes por tu padre. Ni por el trabajo.

—No lo haré —susurré, y colgué.

Con el escenario preparado y mi reserva confirmada, lo único que tuve que hacer al levantarme el sábado por la mañana fue prepararme para mi escapada secreta. Después de tanto tiempo sin tener vacaciones, casi no tenía ropa informal, pero una vuelta relámpago de compras pronto puso solución a eso.

Mi apetito había regresado inesperadamente gracias a Joan, y me comí casi todo lo que había metido en la nevera mientras hacía las maletas y el domingo preparaba los correos electrónicos para Chris y Lucy. Les expliqué lo que podían esperar de mi ausencia y les pedí disculpas por no haberles informado de los detalles de mi poco anticipada marcha. Cuanto menos supieran, menos podría sacarles mi padre.

Hacia la hora en la que programé el envío de los correos electrónicos para la mañana siguiente, cuando ya estaba conduciendo hacia Wynmouth, me sentía un poco nerviosa. ¿O era emoción? Hacía tanto tiempo que no hacía nada solo para mí, nada que no girara en torno al trabajo, que no estaba segura. Mi estado mental actual era difícil de precisar, sobre todo porque el diario de mamá le había añadido su propia capa de confusión, pero Wynmouth pronto me aclararía las ideas. O eso esperaba.

El viaje a mi paraíso personal no debería haber durado más de tres horas, pero estuve al volante cerca de cinco. No uno ni dos, sino tres accidentes habían entorpecido mi viaje por la autopista, y ya me había adentrado en Cambridgeshire antes de empezar a notar el cambio en el paisaje. Hacía siglos que no me detenía a admirar el paisaje y ver crecer nada de color verde.

Un poco más adelante crucé la última línea del condado y me adentré en Norfolk. Por fin, apareció la primera señal de que me dirigía hacia Wynmouth, y me tragué un nudo en la garganta mientras intentaba calmar mis emociones encontradas.

—Hogar, dulce hogar —susurré conforme entraba despacio en el pueblo, y el sol, que había brillado toda la mañana, desaparecía—. Bueno, al menos durante un par de semanas.

El banco de nubes grises que soplaba desde donde sabía que el mar me esperaba podría haberme bajado el ánimo, pero no lo permití. Después de tanto esperar y recordar, por fin estaba aquí. Por fin había encontrado el camino de vuelta al único lugar del mundo donde siempre me había sentido feliz y siempre brillaba el sol, al menos en mi mente.

Bajé la ventanilla y aspiré una bocanada del añorado aire cargado de sal. Conduje alrededor de la gran extensión de hierba conocida previsiblemente como The Green y sonreí al ver el cartel de madera con la imagen de un alto barco a toda vela. La pintura no era tan brillante e inmaculada como la recordaba y la estaca que la sujetaba estaba inclinada, pero sabía que también había un marinero y que se contaba una leyenda sobre él en las noches de tormenta. No recordaba los detalles, pero esperaba refrescar mi memoria pronto.

Después me llamó la atención la pintoresca hilera de tiendas tradicionales de ladrillo y pedernal, que me resultaron familiares, aunque quizá un poco más pequeñas y más tranquilas. Miré a mi alrededor, pero no se veía ni un alma. Estaba bastante desierto, pero, con las nubes que se acumulaban, tal vez los lugareños se habían ido a casa por si llovía y, por supuesto, aún no eran las vacaciones escolares, lo que sin duda también influiría en el número de visitantes.

Giré el coche con cuidado en la curva cerrada que me llevaría al pub Smuggler›s Inn, a mi largamente codiciada Crow›s Nest Cottage y luego a una vista de la playa.

—¡Puedo ver el mar! —grité siguiendo una tradición intemporal, aunque no había nadie para oírme.

La carretera descendió con suavidad y por fin vi la playa con la que tanto había soñado. No era más que un estrecho atisbo entre las dos hileras de casas que bordeaban el camino, pero a pesar de ello me dio un vuelco el corazón.

Sin nadie detrás, reduje la velocidad hasta detener el coche, eché el freno de mano y solté el embrague. El pequeño sendero era de un solo sentido y, en mi opinión, ofrecía el trozo de costa más bonito de todo Norfolk. A la izquierda se veía el pub, y sabía que mi casita estaba justo detrás, un poco apartada, con un jardín diminuto y una valla delante.

Al otro lado había una hilera de lo que en su día fueron casitas adosadas de pescadores. Había media docena más o menos, también construidas al estilo tradicional y con materiales locales, y esperaba que no estuvieran todas copadas por el turismo. Hipócrita, lo sé, ya que yo misma era turista y también sabía que un pueblo como Wynmouth necesitaba llegar a fin de mes, pero odiaba la idea de que el lugar estuviera desprovisto de familias locales, repleto de turistas en verano y abandonado y tapiado en invierno.

Se trataba de encontrar el equilibrio adecuado, pero, consciente de los elevados precios inmobiliarios de propiedades igual de pintorescas en otros lugares de la costa, sabía que definitivamente no se había conseguido. La balanza se inclinaba con firmeza a favor del turista.

Un agudo pitido detrás de mí me devolvió la cordura y agité una mano en señal de disculpa al tipo de aspecto impaciente que iba en un tractor. Al menos quedaba un pescador en el pueblo. Los viejos tractores, oxidados por el aire marino cargado de sal, se utilizaban para arrastrar las barquitas por la playa y para entrar y salir del mar.

—Lo siento —dije mientras me apartaba y le indicaba la izquierda, pero creo que no me oyó.

Se había acercado tanto a mi parachoques que tampoco creí que pudiera ver mi intermitente, pero debía saber por dónde iba. En realidad no había otro sitio, a menos que quisiera llevar el coche a la playa. Concentrada en tomar la curva sin arañar la pintura del coche, no había podido mirar la cabaña al pasar, pero no importaba. Pronto giraría la llave en la cerradura.

Cuando entré en el aparcamiento del pub y descargué las maletas, empezaron a caer unas gruesas gotas, y para cuando volví al camino y subí la cuesta hasta la casa, ya caían más rápido. Eso no impidió que me tomara un momento para admirar el derroche de flores de colores del jardín delantero ni la fachada de ladrillo y pedernal.

La casa era tan bonita como la recordaba. Mientras forcejeaba con la verja, que estaba un poco torcida sobre sus goznes, y escarbaba en el porche repleto de goteras en busca de la maceta que escondía debajo la llave de la puerta, me sentí extremadamente feliz de estar de vuelta en Wynmouth, aunque estuviera lloviendo y algunos de mis recuerdos ya estuvieran siendo sometidos a una pequeña prueba.

—La del otro lado —dijo una voz de mujer cerca de mí.

—Mierda —maldije mientras dejaba caer la maceta que tenía en la mano y aterrizaba en el escalón con un fuerte crujido.

La recogí y me di la vuelta.

—Lo siento —dijo la mujer, que iba cargada de bolsas—, no pretendía sobresaltarte.

—Y yo no pretendía romper esto —le dije, mostrándole los daños y sintiendo cómo se me sonrojaba la cara al morderme el labio—. Se ha agrietado por un lado.

—No importa —dijo con amabilidad, sacudiendo la cabeza—. Estoy segura de que podremos pegarlo de nuevo.

Dejé la maceta a un lado, localicé la llave y por fin entré en la cabaña. La puerta daba directamente a la sala de estar que había visto en internet. Era incluso más acogedora de lo que había imaginado, con un sofá y una silla mullidos, un viejo escritorio de pino bajo la ventana de guillotina y una estantería bien surtida junto a la chimenea de ladrillo, que albergaba una estufa de leña. Definitivamente, el espacio era más reducido de lo que había imaginado cuando posé para la instantánea de mis vacaciones.

Habría que apretarse mucho para que cupieran dos personas con comodidad, excepto para quienes estuvieran en el primer arrebato del romance y se pasaran el día uno encima del otro. Era una emoción que no sentía desde hacía mucho tiempo. Las relaciones eran otra cosa que había sacrificado en mi afán por mantenerme centrada en mi carrera. Todo lo que fuera más allá de media docena de citas —o antes si las cosas parecían ir remotamente en serio— quedaba descartado. En los últimos años había decepcionado a muchos hombres y mi corazón también había sufrido algunos golpes. El resultado fue que renuncié para siempre al romance, aunque no al sexo sin complicaciones ni ataduras.

Me daba miedo pensar que, si mi interpretación de lo que mamá había escrito era correcta, entonces yo era como mi padre en ese sentido. Estaba segura de que él y su amante se habrían sentido como en casa en el reducido espacio de Crow›s Nest Cottage, pero enseguida deseché esa idea. En algún momento me ocuparía de los detalles de los diarios de mamá, pero ahora no era el momento. Ahora quería disfrutar descubriendo la casa de campo, lo que, dadas sus dimensiones, no me llevaría mucho tiempo.

Oí que la mujer de las bolsas me seguía al interior y respiré aliviada cuando las dejó en el suelo. Por un momento tuve la horrible sensación de que la casa había sido reservada por partida doble, pero entonces caí en la cuenta de quién era.

—Tú debes ser Sam —dije, segura de haber hecho la suposición correcta.

—No —sonrió, cerrando con rapidez la puerta a la lluvia—. Sam es el dueño de la cabaña y el propietario del Smuggler›s de al lado. Me llamo Sophie. Soy amiga suya.

—Oh —dije, echando un vistazo a la habitación de nuevo y esta vez dándome cuenta de que las cosas no parecían tan perfectas como deberían. Los cojines del sofá necesitaban más relleno y la pantalla de la lámpara de mesa estaba un poco torcida—. Ya veo.

Sophie siguió mi mirada.

—Sam tenía una cita inesperada esta tarde —explicó—, así que me ha pedido que te diera la bienvenida. Solo quedan los últimos retoques, pero siento que no se haya hecho todavía. Ha sido un poco apresurado para mí desplazarme. Normalmente Sam se ocupaba de todo él solo y con tiempo de sobra.

—Bueno, no importa —respondí. Dejando a un lado los cojines algo planos y una pantalla de lámpara torcida, seguía siendo encantador—. A mí me parece estupendo, incluso más bonito de lo que imaginaba.

Sophie parecía aliviada.

—Soy Tess, por cierto —añadí. La emoción de haber cruzado por fin el umbral de la casa me había privado momentáneamente de mis modales y no me había presentado—. Tess Tyler. Aunque supongo que ya lo sabes.

Por un momento, la sonrisa de Sophie vaciló.

—¿Tyler? —Frunció el ceño.

—Eso es.

—Encantada de conocerte, Tess —dijo—. Bienvenida a Crow›s Nest Cottage.

—Gracias. No sabes cuánto me alegro de estar aquí.

Estaba a punto de hablar de cómo había soñado con volver a Wynmouth durante años, pero un repentino trueno nos hizo dar un respingo y Sophie continuó la conversación antes que yo.

—Sam se alegró mucho de que pudieras venir con tan poca antelación —dijo mientras enderezaba la pantalla y encendía la lámpara y luego otra junto al fuego.

La habitación parecía aún más acogedora bañada en un cálido resplandor color melocotón, pero hacía frío. Demasiado para estar en mayo, me di cuenta mientras me estremecía. Solo había metido en la maleta un par de jerséis y un par de vaqueros. Todo lo que me había regalado en mis rápidas compras estaba pensado para un clima mucho más cálido.

—Estas viejas paredes tardan en calentarse en verano —dijo Sophie, notando que se me había puesto la piel de gallina—. Y este año no hemos tenido el comienzo más soleado.