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Un largo verano. Un escenario perfecto. ¿Puede la ficción inspirar la vida real? A veces, un libro te llega al alma y se hace un hueco en tu corazón. Para Emily, Rachel y Tori ese libro es Hope Falls . Por eso, cuando después de mucho tiempo por fin tienen la oportunidad de pasar el verano en la casa donde se grabó la adaptación cinematográfica, intuyen que van a ser las vacaciones de su vida. Pasar seis semanas fuera les permitirá reevaluar sus vidas. Emily necesita decidir qué camino tomará su carrera: ¿el camino seguro o la opción creativa pero más arriesgada? Rachel tendrá que decidir si se va a vivir con su novio, Jeremy. Muy a su pesar, Tori tiene que abandonar en el último momento, y su lugar lo ocupa Alex, que también es amante de Hope Falls . Pero, cuando llegan a la casa, las vacaciones dan un giro inesperado y, a medida que el verano avanza, también lo hace su amistad. ¿Será aquí donde sus vidas cambien de rumbo para siempre? «¡Una delicia veraniega!», ⭐⭐⭐⭐⭐ Sarah Morgan «Una lectura deliciosamente soleada con intriga y secretos añadidos», ⭐⭐⭐⭐⭐ Bella Osborne «Repleto de personajes entrañables, un precioso escenario veraniego y una gran historia llena de secretos que te mantendrán pasando las páginas, es la lectura perfecta para relajarse y acurrucarse en casa», ⭐⭐⭐⭐⭐ Caroline Roberts «Una lectura veraniega maravillosa», ⭐⭐⭐⭐⭐ Milly Johnson «Una historia de amor y secretos muy veraniega», ⭐⭐⭐⭐⭐ Rachael Lucas «Preciosa lectura veraniega», ⭐⭐⭐⭐⭐ Woman's Weekly «Un pedacito de alegría», ⭐⭐⭐⭐⭐ Heat «Una bonita y reconfortante lectura», ⭐⭐⭐⭐⭐ Fabulous Magazine «Espera kilómetros de sonrisas, carcajadas y lágrimas, montones de secretos y la diversión de conocer a un carismático elenco de personajes, y tendrás la chispa de sol perfecta para la lectura de primavera y verano», ⭐⭐⭐⭐⭐ Lancashire Evening Post
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Unas vacaciones inolvidables
Título original: The Book-Lovers’ Retreat
© Heidi Swain, 2023. Reservados todos los derechos.
© 2024 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
ePub: Jentas A/S
Traducción: Maribel Abad Abad, ©Jentas
ISBN: 978-87-428-1313-3
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.
This edition is published by arrangement with Simon & Schuster UK Ltd. through International Editors and Yañez' Co.
A mis Cinco.
¡Ya sabéis quiénes sois!
A las tres nos resultaba imposible aceptar que llevábamos tres meses viviendo en la casa de campo junto al lago y que, en unas horas, teníamos que devolver las llaves y partir hacia extremos opuestos del país.
Nos habíamos encontrado por casualidad; éramos tres extrañas que habían dejado atrás la realidad durante todo un verano, pero ahora nuestras vidas funcionaban exactamente como queríamos y estábamos listas para afrontar el futuro, armadas con un nuevo comienzo. Las tres nos habíamos convertido en una unidad, una unidad sólida. El trauma común y la búsqueda del alma que compartíamos nos habían unido durante los tres meses que duró nuestro viaje y, por eso, habíamos formado un vínculo que sabíamos que duraría toda la vida.
—Firme e inquebrantable —había dicho la despreocupada Rose la noche anterior mientras bebíamos champán frío junto a la hoguera a la orilla del lago.
A su llegada, Rose había afirmado que solo estaba «de paso», pero entre las dos habíamos rascado la superficie del barniz con el que había recubierto su vida y debajo habíamos encontrado a alguien dulce, vulnerable y perdido que solo dudaba. Ahora tenía un objetivo en la vida y un plan para conseguirlo. Seguía siendo la más extrovertida y relajada de nosotras, pero ya no utilizaba su actitud de estar dispuesta a todo como cortina de humo.
—¡Firme e inquebrantable, para siempre! —Laurie había sonreído, arrastrando ligeramente las palabras del brindis y resoplando de risa porque seguía sin poder beberse más de un vaso de cualquier cosa sin que le entrara la risa tonta.
Aunque se había resistido a admitirlo, Laurie era la única que estaba huyendo de verdad. Al principio, cuando empezábamos a conocernos, ella insistía en que estaba deseando llegar al altar con su príncipe azul —que resultó no ser tan príncipe—, pero tuvo que esperar a nuestra visita a Hope Falls para darse cuenta.
Cada una había pedido un deseo secreto en la cascada. Rose y yo estábamos contentas con el nuestro, pero Laurie había roto a llorar y confesado entre sollozos que había deseado que ocurriera algo que le permitiera romper su compromiso sin disgustar a nadie.
Parecía pedir demasiado, pero entre las tres lo habíamos conseguido, y Laurie había prometido que nunca volvería a escapar de una situación comprometida y que dejaría de intentar agradar a la gente, que era lo que generalmente la hacía querer huir.
¿Y qué hay de mí? Bueno, había llegado con la cabeza tan revuelta como las otras dos, pero ya la había puesto en orden. Sintiéndome valiente y dispuesta a seguir a mi corazón, había dejado de lado los «síes», los «peros» y los «quizá». Había decidido que debía dejar de titubear y no seguir a ciegas el camino que ya me había marcado la empresa familiar; quería abrazar mi creatividad mientras la chispa siguiera encendida y me había permitido volver a enamorarme también. Resulta que no se puede —ni se debe— meter todas las relaciones en el mismo saco...
—¡Heather! —exclamó Laurie. Mis pensamientos se alejaron del nuevo hombre de mi vida—. ¡Por favor, date prisa!
—¿Te estás acobardando? —Rose hizo un mohín, desnuda como el día en que vino al mundo y con una mano en una cadera mientras me miraba de arriba abajo.
Laurie, por el contrario, estaba cubierta en su mayor parte por la enorme sudadera que acababa de deslizarse por la cabeza. Estaba segura de que había decidido ponérsela para taparse con pudor hasta el último momento.
—¡No! —exclamé, me bajé la cremallera de los vaqueros y me los quité—. Por supuesto que no. Ya voy.
Laurie se asomó por el borde del embarcadero y contempló el agua oscura.
—No puedo creer que me hayas convencido para esto —le murmuró a Rose mientras yo me desnudaba con rapidez y me unía a ellas.
—Sellará nuestro vínculo —insistió Rose.
—¿Bañarse desnudas en el lago y pillar una neumonía sellará nuestra amistad? —Laurie frunció el ceño.
—O eso, o nos matará la congelación —repliqué, agarrando las manos de ambas, lo que hizo que Laurie soltara la sudadera—. ¡Piensa en los titulares!
Rose echó la cabeza hacia atrás con una carcajada y Laurie se unió a las risas.
—Vamos allá —dijo, retrocediendo lo suficiente como para que pudiéramos tomar carrerilla—. A la de tres.
Volvimos a mirarnos y sentí que se me hacía un nudo en la garganta. Independientemente de a dónde nos llevaran nuestras vidas después, nunca olvidaría el verano que había pasado junto al lago con estas dos increíbles mujeres.
—¡Vamos allá! —Rose sonrió con los ojos llenos de lágrimas y Laurie resopló.
Nos dimos la mano y corrimos.
—¡Uno, dos y tres! —gritamos juntas, sin importarnos quién pudiera oírnos mientras nuestras voces alcanzaban un crescendo y saltábamos con total abandono tan lejos y tan alto como podíamos al lago que teníamos debajo.
Las copas de los viernes por la noche con mis dos mejores amigas, Rachel y Tori, habían sido una tradición irrompible durante casi una década. Se suponía que nada se interpondría en nuestra salida habitual de fin de semana, pero el novio de Rachel, Jeremy, cada vez más pegajoso, la resaca del jueves por la noche de Tori y mi ética de trabajo, a veces obsesiva, habían hecho que el ritual se viera un poco afectado últimamente.
No es que mi ética de trabajo fuera demasiado útil ahora que me habían despedido de lo que una vez creí que era un trabajo de analista de datos para toda la vida con una trayectoria profesional definida, pero ya me entendéis. Las copas de los viernes por la noche siempre habían sido un gran acontecimiento, incluso cuando andábamos escasas de pasta —al menos Rachel y yo— a final de mes. Estas salidas habían sido una prioridad desde nuestra época de estudiantes, así que era un misterio por qué Tori no había aparecido después de haber elegido el Flamingo, de entre la variedad que lugares que había, para nuestra importantísima reunión de aquel primer viernes de julio.
—Cuando elegí este mismo sitio hace tres meses, ella dijo que era muy hortera —me recordó Rachel mientras nos dirigíamos a una mesa lo más alejada posible de la barra decorada con marabús, unos pájaros demasiado parecidos a los buitres—. Y no en el buen sentido —añadió, dejando el vaso, y adornó su comentario con unas comillas—. No me equivoco, ¿verdad? —Frunció el ceño.
—Lo recuerdas bien —confirmé, girando mi vaso, y aparté el regaliz rojo cubierto con una sombrillita y un flamenco de papel para poder dar un sorbo al cóctel demasiado azucarado—. Pero —añadí, poniendo una mueca de dolor por el sabor a jarabe mientras echaba otro vistazo a mi alrededor— me da igual. Al menos esta noche. —Sentía que mis entrañas volvían a burbujear, y con algo más que el alcohol—. Nada puede estropear esta noche.
Rachel negó con la cabeza, pero no esbozó la sonrisa que yo esperaba. Había estado preocupada toda la semana, pero teniendo en cuenta el instituto en el que trabajaba, tratando de engatusar y coaccionar a los alumnos para que digirieran y diseccionaran un plan de estudios de literatura inglesa que no les interesaba en absoluto, junto con libros que no se parecían en nada a sus vidas, no era de extrañar que permaneciera imperturbable.
Abrí la boca para recordarle que estaba a punto de terminar el curso, pero la cerré de golpe al darme cuenta de que ella me respondería que aún le quedaban tres agotadoras semanas hasta las vacaciones de verano y la realización de nuestro tan ansiado sueño.
—Toma —me dijo, y en su rostro por fin apareció una sonrisa mientras me tendía una larga pajita de papel—. He cogido esto del bar. La necesitaremos más tarde, ¿no?
Se la quité y me removí en mi asiento, casi derramando mi bebida.
—¿Estás emocionada, entonces? —aventuré tras conseguir acomodarme.
—Pues claro que estoy emocionada. —Me miró con una risita—. No voy a dejar que la perspectiva del agotamiento del final de trimestre me estropee nada.
Me aliviaba oírlo.
—Deberíamos haber ido a Glitter a celebrarlo —sonrió, nombrando un popular club nocturno local mientras yo seguía contoneándome arrítmicamente con la música.
—O podríamos haber ido a Raunch para...
—No necesito ir a Raunch —interrumpió riendo—. Ya no. Ahora tengo a Jeremy.
No respondí, pero crucé mentalmente los dedos con la esperanza de que no apareciera y nos estropeara la diversión. Otra vez. Su irrupción los viernes por la noche se estaba convirtiendo en una horrible costumbre.
—No vamos a poder oírnos pensar aquí dentro —señaló Rachel cuando no dije nada—. Y mucho menos, ultimar detalles.
—Sigo sin creerme que vayamos a hacerlo —sonreí, elevando la voz por encima del ruido del DJ, que acababa de subir aún más el volumen—. Porque de verdad vamos a hacerlo, ¿no?
—¡Sí! —gritó, chocando su vaso contra el mío antes de que nos bebiéramos el contenido de un trago—. Bueno, eso si Tori aparece y podemos concretar los últimos detalles.
A las tres se nos presentaban Las Mejores —mayúsculas totalmente justificadas— vacaciones de verano en el horizonte y, como me recordaban la cuenta atrás de mi teléfono y la fecha marcada con un círculo en el calendario de la cocina, ya nos quedaban solo veinte días para que por fin llegaran.
—Seis semanas enteras —suspiré soñadora, recordando las imágenes de la página web que debía haber visitado al menos un millón de veces—. Seis semanas enteras en esa cabaña.
Me preguntaba qué diría mi abuelo si supiera que nos íbamos a alojar en la misma propiedad a orillas del lago que se había utilizado como escenario principal para la adaptación cinematográfica de Hope Falls, el más maravilloso de todos los libros a los que me había introducido cuando era pequeña.
El libro nos había ayudado durante mi estancia veraniega anual en los Lagos tras la muerte de Nana, y por eso me gustaba mucho más. Aquel año no pasó un solo día sin que el abuelo leyera un fragmento del libro y, a finales de agosto, yo ya lo recitaba casi de memoria.
Al principio, fueron las descripciones del dramático paisaje las que cautivaron mi joven imaginación, pero, cuando pasé de ser una adolescente torpe a una adolescente malhumorada, me cautivó la historia de amor y la amistad de los tres personajes principales, muy diferentes entre sí, extraños unidos en un intento de escapar de sus problemas y tragedias individuales. Me hubiera gustado que mi abuelo hubiera estado en casa para ver la película, y sabía que si hubiera conocido a mis amigas, sin duda habría querido hacer el viaje con nosotras.
Llevaba años planeando la escapada y aún no asimilaba que estaba tan cerca. Tenía lo que siempre había soñado: amigas obsesionadas con el libro y la película, ¡y de verdad nos íbamos a la casa de campo junto al lago durante casi todo el verano!
—No pasaremos todo el tiempo dentro de casa —me recordó Rachel con agudeza—. No con todos los lugares que hay que visitar.
—Y con los pícnics a orillas del lago que tenemos que recrear —asentí, entrando en el ya familiar pero aún emocionante frenesí—. Y bañarnos desnudas.
—Sin olvidar las visitas al pub.
—Por supuesto —chillé en pleno ataque de efervescencia.
—Me pregunto quién se quedará con la habitación de Heather —dijo Rachel, señalando con la cabeza la pajita que íbamos a utilizar para zanjar la discusión.
—Yo, espero —me apresuré a decir—. Soy más Heather que tú y Tori juntas.
—Eh... —dijo, tirando de uno de los muchos hilos por los que siempre habíamos discutido—. Ya veremos.
Rachel y yo nos habíamos unido inicialmente gracias a nuestro amor obsesivo por el libro cuando lo vimos en las cajas de embalaje de la otra el día que nos mudamos al mismo piso en la residencia universitaria, y luego, después de haber decidido pasar una noche de novatas dando a nuestros respectivos hígados un respiro de los chupitos interminables que seguían siendo el rito de paso favorito utilizado para iniciarse a los dieciocho años en la vida estudiantil, el acuerdo se selló cuando vimos la película y lloramos y reímos en todos los mismos momentos.
No perdí tiempo en reclutar a Tori, que estaba en el mismo curso que yo, para que se convirtiera en la tercera superfán. La había distinguido enseguida el primer día de clase porque llevaba una camiseta de Hope Falls.
Por increíble que parezca, las tres habíamos añadido nuestros nombres a la lista de espera de la cabaña y habíamos pagado la fianza para alojarnos en el idílico lugar hacía casi tres años, tal era la demanda de los obsesivos de Hope Falls, y habíamos estado ahorrando desde entonces para cuando llegáramos al primer lugar y tuviéramos que pagarla. Bueno, Rachel y yo habíamos estado ahorrando, Tori solo tenía que pedirle a su megarrico padre que firmara un cheque cuando llegara el momento. ¡Que iba a ser muy pronto!
Planeábamos releer el libro, volver a ver la película y visitar todos los lugares que aparecen del pueblo de Lakeside y sus alrededores. Íbamos a vivir literalmente el sueño de los amantes del libro y, sin que mis amigas lo supieran, yo también tenía otra esperanza para el viaje.
Iba a utilizarlo para decidir qué iba a hacer con el resto de mi vida ahora que me habían despedido, exactamente igual que había hecho Heather. Es cierto que trasladar algo tan monumental de las páginas de una novela a la vida real era demasiado, pero sentía que el tiempo pasado en la casa de campo iba a estar a la altura.
—Voy a enviarle un mensaje a Tori —dije, sacando mi teléfono mientras otro caleidoscopio de mariposas empezaba a revolotear en mi estómago—. No quiero que nada nos fastidie la noche.
—No hace falta. —Rachel sonrió, tocándome el brazo—. Ya está aquí.
Como siempre, Tori era la última en llegar. Su profusión de rizos oscuros, su piel de porcelana y su presencia imponente siempre llamaban la atención, y, junto con el mono de lentejuelas y los tacones Suola So Kate Louboutin, que atraían a los admiradores como una polilla a la llama, tardaba aún más.
—Madre mía —dijo Rachel cuando Tori llegó a nuestra mesa.
—Lo mismo digo —me uní; mi alivio por que al fin hubiera aparecido ahuyentó las mariposas—. No me extraña que llegues tarde. Debes haber estado quitándotelos de encima desde que has salido de tu casa. Estás impresionante.
—No viene de su casa —dijo Rachel con un codazo mientras Tori ocupaba el asiento vacío frente al nuestro y cruzaba sus largas piernas—. Lleva la ropa de anoche.
Tori tuvo la delicadeza de sonrojarse cuando le lancé una falsa expresión de sorpresa. Falsa porque, en verdad, ya nada de lo que hacía Tori me escandalizaba.
—Madre mía —añadí cuando Rachel me enseñó las fotos que Tori había colgado en internet mientras se preparaba para salir la noche anterior.
—No es lo que parece —fue lo primero que dijo Tori, pero no por primera vez desde que nos habíamos hecho amigas.
—¿No? —rio Rachel, arqueando una ceja.
—No —dijo Tori, su chispa y brillo habituales parecían un poco apagados a pesar del deslumbrante atuendo—. Pero ya estoy aquí, así que...
En retrospectiva, probablemente debería haberme dado cuenta de que algo iba mal, pero en ese momento estaba demasiado atolondrada por el entusiasmo con nuestra próxima aventura como para pillar algo más que otro cóctel.
—Bueno —dijo Rachel en tono de profesora—. Vamos al grano, ¿vale? Lo primero es lo primero, averigüemos de una vez por todas quién va a dormir en la habitación de Heather.
—¡Yo, yo, yo! —Solté una risita y Rachel puso los ojos en blanco.
Después de romper la pajita en tres trozos, dos cortos y uno más largo, le pidió ayuda por señas a una camarera de perilla incipiente que llevaba un vestido rosa de plumas y una bandeja con bebidas de colores chillones.
—Pues que sea rápido —dijo, dejando la bandeja y cogiendo los trozos de pajita en cuanto Rachel le explicó brevemente nuestro propósito—. Y buena suerte —añadió, alineándolos en su mano para que todos tuvieran la misma longitud.
Contuve la respiración mientras Tori sacaba primero. No reaccionó cuando nos mostró lo corta que era su pajita, pero mi corazón latió con fuerza. A diferencia de las demás, yo no quería la habitación solo porque fuera la más bonita. La quería porque era donde Heather había decidido su futuro y ese era el propósito que tenía en mente para ella. Iba a ser mi santuario y mi lugar seguro para explorar todas las posibilidades de cambio que me esperaban.
—Te toca, Em —dijo Rachel, generosa.
—¿Seguro?
—Vamos, chicas —dijo la camarera—. Tengo que servir estas bebidas.
Tragué saliva y tiré de uno de los trozos de la pajita. Era más largo que el que Tori había elegido, pero no quería cantar victoria todavía. Rachel cogió el tercero y por fin me di cuenta de que había ganado. ¡La habitación era mía!
—No me lo puedo creer —dije sin aliento, besando en la mejilla a una Tori que parecía poco entusiasmada mientras le blandía el trozo de pajita en la cara y la camarera se alejaba—. ¡No puedo creerlo!
Esperaba que todo lo demás encajara igual de bien.
—Yo sí que me lo creo —dijo Rachel sin rencor—. Parece que al final compartiremos la habitación doble, Tori.
—En realidad, no —graznó, doblando la pajita por la mitad antes de dejarla caer sobre la mesa mientras se aclaraba la garganta.
Su piel de porcelana había palidecido bajo su base de maquillaje personalizada, y Rachel y yo intercambiamos una mirada.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, guardándome la pajita en el bolsillo como recuerdo.
—Lo siento mucho —resopló Tori, y sus ojos de repente se llenaron de lágrimas—, pero no voy a ir.
Mi boca se abría y se cerraba, pero no salía ningún sonido.
—¿Qué quieres decir, Tori? —repitió Rachel—. No lo entiendo.
—Tienes que venir —dije, tratando de animarla—. Somos las tres mosqueteras, ¿recuerdas?
Tori negó con la cabeza.
—No voy a ir —insistió, con sus ojos llenos de rímel pasando de la una a la otra. Parecía mortificada—. No puedo.
—¿Cómo que no puedes? —Contuve el aliento; sentía por fin la convicción de sus palabras y ya no tenía ganas de seguir bailando.
Me había preguntado en ocasiones anteriores si Tori estaba tan involucrada en el fandom como Rachel y yo, pero nunca pensé ni por un segundo que renunciaría al verano de su vida. No podía ser; llevábamos mucho tiempo planeándolo y, sobre todo, ella sabía cuánto significaba esto para nosotras. Puede que su padre la hubiera mimado hasta un punto ridículo y que, de las tres, fuera la más parecida a como Rose había empezado en el libro, pero no era mala.
—No puedo —dijo entonces, estremeciéndose— porque papá me ha cortado el grifo.
Al ser la menor de cuatro hermanos y la única hija, el padre de Tori siempre le había dado todo lo que quería. Rachel y yo pensábamos que era su forma equivocada de compensar la muerte de la madre de Tori cuando era solo una niña, pero obviamente nunca se lo habíamos dicho.
—Pero vas a pagar tu parte, ¿no? —soltó Rachel—. Tenéis que pagar vuestro tercio del alquiler de la cabaña, ¿no? Lo siento —se disculpó enseguida—. No quería que saliera así...
Sonaba desesperada, como no podía ser de otra manera. Sin la parte del dinero de Tori, el viaje sería imposible para todas.
—Lo siento mucho —sollozó, secándose una lágrima—. Eso tampoco puedo pagarlo. Papá se presentó en mi piso después de que publicara esas fotos anoche y me dijo que tenía que dejar de gastar. Me ha cortado todas las tarjetas y me ha congelado la paga —continuó lloriqueando—. Y, por si fuera poco, se ha negado a renovar el contrato de alquiler de mi casa y me ha obligado a volver con él. Dice que a la larga será lo mejor y que es lo que mamá habría querido.
Podía ser verdad, pero el momento de hacerlo era espantoso y una dura lección para Tori, que tanta indulgencia había recibido. Más bien, parecía un tratamiento de choque.
—Bueno —dijo Rachel, tratando de sonar tranquila—, tal vez lo sea, pero tienes compromisos, Tori, y tu padre es un hombre razonable. Estoy segura de que si le explicaras...
—Lo he intentado —la cortó ella—. Por eso he llegado tan tarde. Me ha dicho que no. Dice que, si vosotras dos ya os habéis llevado la peor parte de mi irresponsabilidad, entonces las repercusiones de cómo he estado viviendo y cómo me comporto podrían afectar a nuestra familia. Y que aunque reuniéramos el dinero para pagar mi parte, no quiere que vaya.
—Pero eres una mujer adulta —señaló Rachel—. No puede jugártela así. Se supone que vamos a hacer esto juntas. Tenemos que hacer esto juntas.
Tori se encogió de hombros; parecía mucho más resignada a la situación de lo que yo habría estado en su lugar, pero, claro, nuestras vidas no se parecían en nada.
—Bueno, ¿y si tiras de ahorros? —sugerí, aferrándome a la última chispa de esperanza, aunque sabía que se apagaría al instante—. ¿Podrías quizá pagar tu parte con el dinero que tengas guardado y demostrarle así a tu padre que te mereces venir?
Rachel me lanzó una mirada.
—Sabes que no he ahorrado un solo céntimo en mi vida —gimoteó Tori.
—Cómo no —suspiré.
¿Por qué iba a hacerlo si el banco de papá le había financiado todo lo que había querido en un santiamén? Este lío, en realidad, no era culpa de Tori en absoluto. Si su padre no hubiera estado tan dispuesto a complacerla durante toda su vida, nunca habría tenido que aprender esta dura lección.
—Lo siento mucho —dijo en tono desdichado—. He intentado razonar con él, pero dice que me escuchará cuando haya decidido qué voy a hacer con mi vida. ¿Cómo voy a hacerlo si no tengo dinero para intentar nada?
Eso era parte del problema. Tori era como el señor Sapo, pero en un envoltorio extremadamente bonito: se había pasado media vida cambiando de un plan al siguiente sin pensar en los gastos que supondría abandonar la última moda o la afición que no había conseguido dominar. La constancia nunca había sido su punto fuerte. Había abandonado la universidad en cuanto nos pusieron trabajo de verdad, y desde entonces no se había comprometido con nada durante más de tres semanas seguidas.
Resultaba irónico que la cabaña de Lakeside hubiera sido el único lugar en el que habría podido tomar alguna decisión importante, y ahora no iba a tener la oportunidad de ir.
—Tomad. —Se sorbió la nariz, abriendo su bolso Tom Ford, y sacudió su contenido sobre la mesa—. Esto es todo lo que tengo. Espero que al menos os dé para el tren ahora que no puedo llevaros.
—¿Cómo que el tren? —Rachel frunció el ceño mientras Tori alisaba los pocos billetes arrugados—. Comprendo que no puedas llevarnos, Tori, pero ¿no podrías prestarnos tu coche?
Tori negó con la cabeza.
—¡No puede haberte confiscado el Range Rover! —Reprimí una exclamación—. ¡Podríamos haberlo tomado prestado!
—Está encerrado en uno de los garajes —se lamentó Tori—. Me ha dicho que no puedo prestarlo y que a partir de ahora tendré que acostumbrarme a ir en autobús a todas partes.
Imaginarme a Tori en el transporte público me puso sobria de golpe.
—Bueno, vale —dijo Rachel—, pero si de alguna manera encontramos el dinero para tu parte de la casa, no podemos ir a los Lagos en tren porque ni siquiera nos dejará cerca de allí, y un taxi desde la estación costaría una fortuna y también nos dejaría completamente aisladas...
—Y, además, no puedo llevar mi máquina de coser en el tren —añadí—. Necesitamos un coche.
—¿Tu máquina de coser? —Tori frunció el ceño, momentáneamente distraída—. ¿Por qué te llevas eso de vacaciones?
—Porque tengo algunos encargos que cumplir —respondí, intentando no parecer demasiado orgullosa, en vista de su crisis—. Tendré que terminarlos y enviarlos mientras estamos fuera.
—Creía que eso del patchwork era solo un pasatiempo —dijo Tori, arrugando la nariz.
—Uno cada vez más lucrativo —dijo Rachel, mostrándome una sonrisa a pesar de nuestra situación—. Sobre todo ahora que Em está creando algo más que fotos para el recuerdo.
—Ah, ¿sí?
—Sí —dijo Rachel, exasperada porque habíamos pasado horas discutiéndolo—. Ahora también añade las tiras de patchwork estampadas a las faldas y vestidos que diseña y confecciona, ¿recuerdas?
—Por supuesto —asintió Tori, pero no me pareció que lo recordara.
—Suenas emocionada de repente —le dije a Rachel, su entusiasmo desviaba aún más mis pensamientos de la catástrofe en la que Tori nos acababa de meter—. Me parece recordar que decías que el patchwork era para abuelas.
—Creía que lo que hacías al principio lo era —admitió—. Todo eso de medir y cuadrar con precisión. Era tan rígido como los gráficos y las hojas de cálculo que elaboras para tu trabajo. Cero creatividad.
—Las hojas de cálculo que elaboraba —corregí, ignorando su insulto a mi adorada artesanía tradicional—. Y los paneles aún tienen que ser precisos.
—Pero ahora están en otra liga —elogió—. Y los cuadros enmarcados que utilizan telas con significados especiales son muy tuyos y creativos.
—Entonces, ¿lo apruebas? —reí, levantando las cejas y sintiéndome halagada mientras estallaba una ovación porque había llegado una despedida de soltero y se estaba haciendo bastante de notar.
No necesitaba su validación, pero me hizo sentir bien y, sabiendo cuánto valor daba a la seguridad de un sueldo regular, su actitud hacia mis diseños sería de gran ayuda cuando llegara el momento de decirle que estaba considerando convertirlos en mi única fuente de ingresos.
Mi plan secreto para mi estancia en la casa de campo era decidir si iba a lanzar mi propio negocio o comprometerme con el trabajo que me habían ofrecido a principios de esa semana como analista de datos para una empresa mucho menos atractiva que para la que había trabajado antes.
Sabía que mis padres estarían a favor de que optara por el camino seguro y, hasta hacía poco, yo también lo habría estado, pero este cambio de rumbo en el patchwork había provocado un cierto cambio también en mí. No es que eso importara, recordé de repente, si al final no nos íbamos de vacaciones y se me negaba la oportunidad perfecta para pensarlo todo.
—Por supuesto —dijo Rachel, apretándome el brazo mientras el DJ subía el volumen—. Es un maravilloso pasatiempo.
Sus palabras pincharon mi burbuja, pero me recuperé con rapidez.
—A decir verdad —bramé por encima del estruendo antes de volverme hacia Tori—, llevo tiempo soñando con terminar mis encargos en la cabaña de Lakeside, así que tenemos que averiguar cómo hacer que eso suceda, ¿vale? Y cómo convencer a tu padre para que te deje venir también.
En ese preciso momento, un deslumbrante drag con barba subió al escenario y colocó una boa de plumas teñidas de fucsia alrededor del novio, que parecía avergonzado, para deleite del resto de su despedida, y Tori me agarró del brazo.
—Joder —murmuró en voz baja, y seguí la dirección de sus ojos hacia la barra.
—Rach —dije tajante—. ¿Qué hace él aquí?
Abriéndose paso entre la multitud hacia nosotras con toda la apariencia de un pez fuera del agua estaba su pareja, Jeremy.
—¿Le has dicho que veníamos aquí? —Fruncí el ceño.
En una ocasión anterior, en la que legítimamente se había unido a nosotras en una noche de fiesta, estuvo a punto de pegarle a un pobre tipo que le había preguntado a Rachel dónde estaban los baños y, desde entonces, se las había arreglado para localizarnos con una excusa u otra los viernes por la noche.
—No, no se lo he dicho —insistió ella, nerviosa—. Le he dicho que tal vez probáramos ese nuevo bistró, ya que teníamos asuntos que hablar, pero en absoluto le he mencionado este lugar.
—Bueno, sea cual sea su excusa para aparecer —dije con brusquedad—, ¿podemos no hablar de las vacaciones delante de él? —De verdad esperaba que solo fuera una pausa momentánea en nuestros planes—. Solo se regodeará.
Rachel no me contradijo.
—¿Y qué creéis que va a ser esta noche? —dijo Tori, recordando algunos de los pretextos de Jeremy para aparecer sin invitación—. Hagan sus apuestas, amigos. ¿Será el combo de cartera perdida y sin dinero suelto para llegar a casa?
—¿O habrá extraviado las llaves del piso? —me uní.
—¿O una reserva doble para cenar con sus padres? —terminó Tori, añadiendo en voz baja—: A quienes Rach no está ni cerca de conocer.
—Hola —dijo, inclinándose para besar la mejilla de Rachel cuando por fin llegó hasta nosotras.
—Ey —dijimos Tori y yo con dulzura.
—Parece que va a llover —dijo agitando un paraguas plegable—. Y te has dejado esto en casa.
—Patético —vocalizó Tori hacia mí, olvidando momentáneamente sus propias penas.
—Gracias —dijo Rachel, cogiéndolo, y lo metió debajo de la mesa.
En circunstancias normales, y si no hubiera estado todavía en estado de pánico por conseguir la parte del dinero de Tori y convencer a su padre para que la dejara venir con nosotros, junto con encontrar un nuevo medio de transporte, por supuesto, habría estado tentada de hacer algo con la endeble excusa de Jeremy para aparecer de nuevo. Pero solo tentada. Rachel parecía ciega respecto a todo esto, así que a la larga no habría valido la pena.
—He ido primero al bistró —dijo cuando ninguna le respondió—. Pensaba que habías dicho que os veríais allí esta noche, Rach.
—Y así era —dijo—. Pero hemos cambiado de plan.
—Entonces, ¿qué te ha hecho venir aquí después? —no pude resistirme a preguntar—. Está muy lejos del bistró.
Dado que sabía que teníamos que ultimar los detalles de las vacaciones, habría tenido más sentido que nos buscara en lugares más tranquilos. El Flamingo era el bar más ruidoso de la ciudad con diferencia.
—Igual tiene una de esas aplicaciones de rastreo instalada en el teléfono de Rach —bromeó Tori.
Le lancé una mirada y luego miré a Jeremy, quien de repente se había puesto rojo, incluso bajo las luces de neón del bar.
—Creo que tienes razón —murmuré.
Era otra bandera roja, pero sabía que no conseguiría nada agitándola delante de Rachel. Por alguna razón, mi amiga estaba convencida de que el comportamiento de Jeremy era una prueba de que le importaba, en lugar de una prueba de que estaba jugando con los límites de lo peligroso, y lo último que queríamos era pelearnos por él.
—Está loco por mí —había dicho ella para justificarlo cuando golpeó a aquel tipo.
Locura era una forma de decirlo. Mientras miraba a aquella pareja tan incompatible, me decidí a alejar a Rachel de él y llevármela a los Lagos a pasar el verano y, si era posible, también quería llevarme a Tori con nosotras.
Tras separarnos por fin de Jeremy, dejar a una llorosa Tori en casa de su familia en un Uber que Rachel y yo pagamos, y con su bolso de diseño aún cargado con el dinero que había intentado darnos, Rachel y yo volvimos al piso que compartíamos y pasamos un fin de semana díscolo intentando idear un plan de rescate.
A última hora del domingo, no solo no teníamos ninguno, sino que el padre de Tori se había negado a cambiar de opinión aunque consiguiéramos de alguna manera su parte del dinero. Había llegado a citar la desheredación si insistíamos tanto como para convertirlo en un problema, y eso desalentó enseguida la determinación de Tori de unirse a nosotras. Nada, al parecer, merecía el riesgo.
Y, por si fuera poco, también había tranquilizado tontamente a mis padres contándoles la entrevista a la que había asistido hacía poco. Habiendo crecido ambos en hogares donde el dinero no abundaba, mis padres eran partidarios de carreras estructuradas, aportaciones anuales al plan de pensiones y mantener unos ahorros regulares.
Era lo que los hacía sentirse seguros y, en consecuencia, siempre habían supuesto que yo también me sentiría segura así. Y había sido cierto durante un tiempo, pero, ante la emocionante perspectiva de lanzar mi propio negocio, me preguntaba si el suyo era «el único camino», como siempre decía mi padre. Si ahora decidía seguir adelante, iba a tener que dar aún más explicaciones.
Por suerte, sin embargo, había aceptado el consejo de mis padres de ahorrar con regularidad, lo que podría hacer que mi cambio de carrera fuera una opción más aceptable. Además del dinero del despido, aún me quedaba el modesto regalo económico que me dejó el abuelo en su testamento, así que tenía lo suficiente para vivir, aunque frugalmente, durante un año si decidía armarme de valor y poner en práctica mis planes de dedicarme al patchwork a tiempo completo. El único problema era que me había propuesto decidirlo todo en Lakeside, y ahora parecía bastante probable que no fuera.
A nuestro casero le alegró saber que la madre de Rachel iba a venir cada dos fines de semana para vigilar el piso mientras estuviéramos fuera, pero vetó nuestra propuesta de subarrendarlo durante un mes. La última esperanza que nos quedaba era acertar los números ganadores de la lotería, y no era probable que eso ocurriera, por mucho que nos esforzáramos en adivinarlos.
—Podría utilizar algo de mis ahorros para pagar la parte de Tori —le sugerí a Rachel, que seguía haciendo números en la mesa de la cocina a última hora de la tarde del domingo—. Y entre las dos podríamos reponerlos poco a poco de la misma forma que hemos estado ahorrando para reservar la casa de campo.
No sería lo ideal, pero, si no llegaba a ir a Lakeside para tomar mi decisión, no necesitaría los fondos enseguida porque lo más probable era que olvidara mis planes de negocio y aceptara el trabajo que me acababan de ofrecer.
—En absoluto, Em —dijo Rachel con firmeza, frunciendo el ceño ante la calculadora y presionando las teclas con la goma de un lápiz—. Ya sabes cuánto tiempo hemos tardado en ahorrar para esto. No vamos a tocar ni un centavo del colchón que has reunido. Eso está fuera de toda cuestión, y no pienso escuchar ni una palabra más al respecto. Prestar dinero a los amigos nunca acaba bien, según mi experiencia.
Seguro que tenía razón, así que lo dejé estar.
—No tenía ni idea de que el alquiler de un coche fuera tan caro —gimió entonces, estremeciéndose al ver las cifras en la pantalla, e hinchó las mejillas.
—Bueno, quizá podrías preguntarle a Jeremy si quiere venir —sugerí mientras retorcía el paño de cocina entre mis manos—. Tiene coche, ¿no?
Aquella propuesta obscena era la prueba de lo desesperada que me sentía.
—Voy a fingir que no has dicho eso —respondió Rachel, y dejó caer el lápiz sobre la mesa para beberse de un trago su Pinot Grigio Blush rebajado—. Ni siquiera te cae bien.
Arrugué la nariz; no estaba dispuesta a contar otra mentira. Me había esforzado por que mi aversión no fuese tan obvia desde que ella había desestimado mis preocupaciones y las de Tori después de lo de la puerta del baño, pues lo último que necesitaba era darle a Jeremy munición suficiente para que me tachara como la zorra de la mejor amiga de su novia, pero quizá ya lo había hecho.
—Maldita sea —resoplé, tirando el paño de cocina al fregadero, y repartí lo que quedaba de vino entre nuestras copas—. Todo esto es culpa del padre de Tori. Lo culpo completamente por este desastre.
—¿Qué? —balbuceó Rachel—. ¡No puedo creer que digas eso cuando la semana pasada eras tú la que decía que había que cerrarle el grifo!
—Ah, ya lo sé —concedí—, pero no esperaba que lo hiciera justo antes de nuestras vacaciones, y encima —añadí para no sonar tan egocéntrica—, antes de que Tori hubiera experimentado algo que de verdad podría haber resultado beneficioso para ella.
—Sea como sea —suspiró Rachel, retirándose la manga de su jersey de los domingos, y acarició el tatuaje de corazones entrelazados que llevaba en el interior de la muñeca—, ha ocurrido y tenemos que encontrar una forma de evitarlo.
Dejé el vaso y miré mi propio tatuaje. Era idéntico al que las chicas del libro se habían hecho en señal de solidaridad a las pocas semanas de estar en la casa de campo. Rachel y yo también nos habíamos hecho juntas los nuestros, pagados con parte de nuestro primer cheque del préstamo de estudios. Se suponía que Tori también iba a hacerse uno, pero no acudió a la cita y nunca volvió a concertar otra. Un rasgo clásico de la despreocupación de Rose.
—¿Sabes? —dije para expresar mi opinión, lo cual era infrecuente—. No estoy muy segura de que Tori se haya implicado alguna vez con Hope Falls tanto como nosotras.
—Lo único en lo que Tori se ha implicado hasta ahora es en pasárselo bien —sonrió Rachel con pesar—. Pero habrá que quererla igual.
—Eso sí —acepté—. Dios, ojalá pueda venirse.
—Al menos lo dices como si todavía fuéramos a hacerlo —sonrió Rachel.
—Es que vamos a hacerlo —insistí—. Debemos hacerlo. Y no bastará solo con nosotras dos.
Entonces sonó el teléfono de Rachel. Era Jeremy, que seguía enfadado porque Rachel no había ido a verlo desde que le llevó el paraguas al bar y quería hacerle saber que se sentía especialmente afrentado por ello, ya que tampoco iba a verla durante las vacaciones de verano. Al ver las ojeras y el ceño fruncido de mi amiga, no pude evitar pensar que si aún podíamos encontrar la manera de conseguirlo, no estaría nada mal.
El viernes siguiente era mi último día de trabajo para Visionary y también era el día del plazo que Rachel y yo nos habíamos autoimpuesto para conseguir el dinero o encontrar a alguien que ocupara el lugar de Tori. Las dos nos habíamos quedado en blanco, y Tori, con toda su bondad, había estado haciendo las sugerencias más aleatorias y extravagantes para conseguir los fondos que nos permitieran ir.
—Esto es bonito —dijo Rachel, echando un vistazo al bistró cuando se nos unió a Tori y a mí para tomar unas copas el viernes por la noche—. Mucho mejor que el Flamingo.
Estábamos allí solo porque había visto un vale en el periódico local que hacía que el coste de comer por ahí fuera casi justificable. Me pregunté cuánto tardaría en aparecer Jeremy, pero no lo dije en voz alta.
—No sé yo —dije en su lugar, observando el aspecto desaliñado y el delineador de ojos emborronado de Rachel—. Parece que te vendría bien un poco de estimulante. Quizá podríamos ir allí después de comer aquí. ¿Qué te parece, Tori?
Tori ya estaba en el bistró a mi llegada, lo que no había ocurrido nunca, pues siempre llegaba tarde, aunque solo fuera un par de minutos. Era Rachel la que siempre llegaba a tiempo.
—Mejor no —dijo Tori, con una pequeña sonrisa—. Mi toque de queda es a las once, así que...
—¿Tienes toque de queda? —Rachel frunció el ceño—. ¿Deberíamos preocuparnos?
—No, no —dijo Tori, sorprendentemente aceptando su situación actual—. No pasa nada. No me gusta coger tarde el autobús y papá no es un ogro controlador. En el fondo sé que lo hace por mi bien.
Era una situación extraña para una treintañera, pero la admiraba por aceptarla, aunque no se lo dije por miedo a parecer condescendiente. Tampoco comenté el hecho de que Rachel estuviera preocupada por el toque de queda de Tori pero ignorara por completo que Jeremy era igual de controlador con ella.
—Bueno —dijo Tori—. ¿Habéis encontrado a alguien para sustituirme?
—Me temo que no —suspiró Rachel.
—Y, por lo tanto, supongo que eso significa que aún os faltan cinco mil para llegar a la cantidad que necesitáis, ¿no? —preguntó, algo más animada, a saber por qué.
—En realidad, son casi diez mil —dijo Rachel antes de morderse el labio.
—¡Diez! —exclamó Tori sin aliento, con las mejillas sonrojadas—. ¿Cómo se llega a eso?
—Es por el alquiler del coche —le expliqué—. Probablemente podríamos comprar un coche por lo que costaría alquilar uno durante seis semanas.
—¡Eh! —dijo Rachel, chasqueando los dedos—. Si nos toca la lotería, quizá no fuera mala idea.
—Si os tocara la lotería —dijo Tori—, esperaría que os gastarais algo más que unos cuantos miles en un coche.
—Bueno —les recordé a ambas—, no hemos ganado la lotería, no es probable que ganemos la lotería y, por tanto, no tenemos la pasta para comprar un coche. Ni siquiera tenemos la parte de Tori para la casa de campo y nos estamos quedando ya sin tiempo.
Cerré los ojos con fuerza y me tragué el nudo en la garganta que se me hacía cada vez que pensaba en renunciar a ese sueño.
—No va a pasar, ¿verdad? —estallé, mareado.
Al principio de la semana había estado imbuida de un espíritu de lucha, pero ahora se me escapaba más rápido que un charco evaporándose en una ola de calor.
—Todavía no me doy por vencida —dijo Rachel con determinación.
—Yo tampoco —añadió Tori—. Aunque ahora no estoy tan convencida de que vayáis a ir como lo estaba hace cinco minutos.
—¿Por qué no? —preguntó Rachel, dándome un pañuelo para secar mis incipientes lágrimas.
—Porque el dinero que he reunido no es ni de lejos suficiente —suspiró.
—¿Has conseguido algo de dinero? —pregunté tras enjugarme los ojos—. ¿Cómo lo has conseguido?
—Ya tengo un buen pellizco para mi parte del alquiler, pero...
—¿Cómo? —volvió a preguntar Rachel.
Tori agitó las manos intentando quitarle importancia a lo que había hecho.
—He vendido algunas cosas —dijo con aire desenfadado—. Unos pares de zapatos, un vestido de Valentino y mi bolsito de mano de Tom Ford.
—¿Qué? —gritó Rachel—. Adorabas ese bolso.
—No tanto como a vosotras dos. —Tori tragó saliva—. No podría conseguir ni de lejos lo que pagué, quiero decir, papá pagó, por esos objetos, pero ahora tengo cuatro de los grandes en el banco esperando a ser transferidos a quien los necesite.
—No puedo creer que hayas hecho eso —le dije, cogiéndole la mano.
—Bueno —confesó—, les habría sacado más, pero papá se dio cuenta de lo que estaba haciendo cuando el mensajero vino a recoger los paquetes y me lo impidió. Le dije que tenía que enviar las ventas que ya había hecho y estuvo de acuerdo, pero dijo que nada más porque era hacer trampas.
—Ay, Tori.
—También quería que le entregara el dinero, pero, cuando le dije que era para vosotras, cedió.
No sabía qué decir. Que Tori se desprendiese de una sola cosa de su precioso vestidor estilo Carrie Bradshaw ya era mucho decir, pero unos zapatos, un vestido y, encima, su querido bolso de mano era un acto increíblemente generoso, sobre todo porque nos iba a dar todo lo que había conseguido por ellos.
—Gracias, Tori —dije, soltando su mano, y levanté mi copa para brindar por su generosidad.
—Ha sido un placer —dijo, chocando su vaso contra el mío y el de Rachel—. Solo espero que sea suficiente para sacaros del aprieto en el que os he metido. Cuatro de los grandes no va a suponer ninguna diferencia en absoluto, ¿verdad?
Abrí la boca para asegurarle que apreciaba enormemente sus esfuerzos, pero me quedé cortada al ver la sonrisa que iluminaba el rostro de Rachel. Recé en silencio por que no hubiera invitado a Jeremy después de todo. Dicho esto, él no era conocido por ser desprendido y fácil con sus gastos, por lo que seguro que no habría firmado para tomar el lugar de Tori, ¿verdad?
—En realidad, podría suponer la diferencia —dijo Rachel, misteriosa.
—¿Cómo es eso? —preguntó Tori, intrigada.
—Sí —añadí—. ¿Cómo es eso, Rach?
—Bueno —dijo ella—. Y, por favor, no te enfades por esto, Em.
—¿Qué has hecho? —grazné.
Era Jeremy. Tenía que serlo. Iba a acabar siendo el tercero en discordia en mi escapada de ensueño basada en un libro.
—Sé que dijimos que no nos pondríamos en contacto con Catriona Carson hasta un par de días antes de que venciera el plazo —empezó Rachel.
—Ese es el nombre de la dueña de la cabaña, ¿no? —interrumpió Tori.
—Sí —confirmé. Me había sentido mal por aceptar no comunicarle lo ocurrido hasta el último momento, pero estaba desesperada por aferrarme al sueño hasta el último aliento.
—Pero entonces me acordé de la lista de espera —continuó Rachel.
—¿La lista de espera? —repitió Tori.
—Catriona ya me había dicho que tiene una larga lista de personas dispuestas a quedarse en la casa de campo con poca antelación si, por cualquier motivo, alguien tuviera que renunciar.
—Oh, Dios. —Me entró el pánico—. No habrás anulado nuestra reserva, ¿verdad?
—Por supuesto que no —dijo Rachel—. ¿De verdad crees que haría algo así sin hablar contigo primero, Em?
—No —dije, más calmada—. Lo siento. Claro que no.
—Entonces —dijo Tori, frustrada—, ¿qué has hecho?
—Nada todavía —dijo Rachel—, porque quería hablarlo contigo primero, Em.
—Continúa.
—Bueno, llamé a Catriona y le expliqué nuestra situación.
—¿Y?
—Fue muy comprensiva —sonrió Rachel—. Ella sabe lo mucho que significa para los aficionados de Hope Falls alojarse en la propiedad.
—Y cuánto cuesta —añadió Tori poniendo los ojos en blanco.
Solo unos días antes, ella ni siquiera habría considerado tener en cuenta algo así, por lo que quizá el plan de su padre no era tan cruel como yo había pensado en un principio.
—Y —continuó Rachel— ella se ha ofrecido, pero solo si estás de acuerdo con la idea, Em, a contactar con algunas de las otras personas de la lista de espera y encontrar a alguien que pueda apuntarse y ocupar el lugar de Tori.
Me senté un momento para asimilarlo. ¿Estaba de acuerdo con esa idea? Desde luego, parecía que Rachel sí.
—¿Te has enfadado? —preguntó Rachel cuando no dije nada.
—No —la tranquilicé—, en absoluto. Me parece bien que le dijeras que había un problema con nuestra reserva; la estábamos dejando sin margen.
—Vale —dijo Rachel—, estupendo. Me preocupaba que pensaras que me había pasado de la raya, pero...
—De verdad —sonreí—, no pasa nada.
—Entonces, ¿te alojarías con un extraño? —Tori hizo una mueca.
—Pues —murmuró Rachel—, bueno, sí, pero...
—Pero un desconocido al que le gusten el libro y la película tanto como a nosotras —dije. La idea crecía en mí y mi sonrisa se ensanchaba por momentos—. Y, teniendo en cuenta a dónde vamos y lo que vamos a hacer, eso es lo más importante que hay que tener en común, ¿no?
—Exacto —dijo Rachel, más entusiasmada si cabe.
—Pero ¿hay gente que viaja sola en la lista de espera? —pregunté, tratando de no dejarme llevar demasiado—. Siempre he supuesto que este era el tipo de viaje que hacías con amigos o quizá en pareja.
Sin embargo, el número perfecto era tres, porque ese era el número de personas que se alojaban en la cabaña en el libro.
—Bueno —dijo Rachel—, según Catriona, hay gente apuntada sola en la lista, y lo único que tiene que hacer es encontrar a alguien que pueda unirse a nosotras con tan poca antelación durante las seis semanas. Me dijo que podíamos escribirnos por correo electrónico antes de ir, para asegurarnos de que hay buen rollo entre nosotros y no acabar atrapadas con alguien con quien no podamos congeniar.
Medité esa idea un poco más. En teoría, parecía la solución perfecta. Si se hubiera tratado de unas vacaciones normales de dos semanas en cualquier sitio, ni siquiera me lo habría planteado, pero, con la pasión por el libro motivando todo el viaje, sin duda, estábamos destinadas a congeniar con cualquiera que Catriona tuviera en su lista, ¿no? Y, por supuesto, a eso se sumaba el hecho de que el libro trataba de tres desconocidas, así que, en cierto modo, la idea de alojarnos con alguien a quien no conocíamos hacía que la aventura fuera aún más auténtica.
—Pero ¿qué pasa con las habitaciones? —preguntó Tori, que sonaba, en mi opinión al menos, un poco molesta y de repente no tan dispuesta a aceptar su situación—. Ya os habéis repartido las habitaciones. ¿Y si ese intruso...?
—No será un intruso —dijo Rachel con seriedad—. Habrá pagado tanto como nosotras por estar allí y tendrá los mismos derechos que nosotras. Si entramos en esto pensando que la otra persona se ha colado en nuestra fiesta, no va a funcionar.
—Vale, de acuerdo —cedió Tori—. Eso lo entiendo, pero ¿qué haréis si esa otra persona quiere la habitación grande?
—Bueno, eso no es negociable —dijo Rachel—. Compartiré la habitación de dos camas con quien se apunte y Em conservará la otra.
—¿Y si Catriona apunta a una pareja? —añadió Tori con picardía—. En el anuncio pone que se pueden alojar hasta cuatro personas.
—No —dijo Rachel, exasperada—. Eso no va a suceder. Catriona me dijo que marcaría un solo nombre de su lista y mantendría nuestro grupo limitado a tres. Será una persona y solo una persona. Probablemente no recuperes tu fianza, Tori, pero esto podría ser una solución a nuestro problema. La única solución, y una que encaja un poco con lo que ocurre en el libro. ¿Qué te parece, Em? —preguntó, volviendo hacia mí sus ojos oscuros de cervatillo.
—Creo que hemos recuperado la esperanza —asentí—. Todavía siento mucho que no puedas venirte, Tori, pero creo que deberíamos ir a por ello, Rach.
—Sí —cedió Tori con un suspiro y una sonrisa amable—. Yo también.
A principios de la semana siguiente, Rachel y yo intercambiamos varios correos electrónicos con Catriona para discutir cómo podrían funcionar los cambios. Había tres personas que podrían unirse a nosotras y, tras compartir los datos que estuvieron dispuestas a darle, optamos por ponernos en contacto —y, con suerte, pasar el verano— con Alex, una diseñadora gráfica autónoma que vivía en Manchester.
En un mundo ideal, dada nuestra proximidad, habríamos quedado en persona —de Leeds a Manchester solo había una hora de tren—, pero no era posible. Alex estaba ocupadísima trabajando a toda máquina en un gran proyecto de diseño, y Rachel tenía clase todos los días y pasaba la mayor parte de las tardes con Jeremy o, gracias a los esfuerzos de Tori por reunir fondos, buscando un coche.
Como yo no tenía que ir a trabajar, me ofrecí a encargarme de la búsqueda del vehículo, pero mis conocimientos sobre coches resultaron ser —citando a mi amiga— «requeteinútiles». Al parecer, mis habilidades para combinar colores no eran relevantes en este caso, eran los kilómetros por hora lo que debíamos tener en cuenta, y yo ni siquiera sabía lo que significaba eso.
Las llamadas por Zoom tampoco habían funcionado para reunirnos a Rachel, a Alex y a mí porque, aunque yo estaba disponible cuando no trabajaba en mis encargos, las otras dos tenían las agendas tan llenas que nunca cuadraban. Sin embargo, a medida que los correos electrónicos iban y venían entre nosotras y mi entusiasmo y el de Rachel volvían a alcanzar su punto álgido, ninguna pensó que no conocernos fuera un problema porque habíamos estrechado lazos al instante por nuestro amor compartido por el libro y la película, y nos conformamos con dejarlo así hasta el día en que llegáramos a la casa de campo.
Alex era la personificación de una entusiasta de Hope Falls, con mucho más conocimiento tanto del libro como de la película que Tori —aunque no se lo dijimos cuando compartimos los detalles sobre nuestra nueva compañera de vacaciones— y, como yo, también tenía la pequeña manía de hacer las maletas a la perfección.
Esto me hizo mucha gracia cuando revelé que mi equipaje ya estaba listo días antes de la salida, pero Rachel, por el contrario, ni siquiera había empezado a pensar en el suyo porque ella era de las que lo meten todo en una bolsa la noche anterior. Alex y yo coincidimos en que solo de pensarlo nos daba urticaria. Era imposible que no nos lleváramos bien, y las posteriores risas compartidas, las bromas internas y las leves burlas a Rachel empezaron a afianzar nuestro vínculo días antes de conocernos.
—Sigo triste por que Tori no venga —le dije a Rachel cuando salía para su último día de clase a una hora aún más temprana de lo habitual—, pero tengo muchas ganas de conocer a Alex.
—Yo también —dijo, abriéndole la puerta del edificio desde el telefonillo a Jeremy, que se había ofrecido a llevarla a recoger el antiguo, pero esperemos que fiable, Volkswagen que había encontrado en un taller de la zona—. Sobre todo después de su reacción a la idea de bañarnos desnudas. Parece que va a ser muy divertida.
—Y tanto —acepté feliz.
De todas las escenas que Tori, Rachel y yo habíamos planeado representar durante nuestra estancia en la casa de campo, había supuesto que la de bañarnos desnudas en el lago sería la que habría que dejar, ya que estaríamos con una extraña. Sin embargo, si el entusiasmo de Alex no se limitaba a su respuesta por correo electrónico, quizá no.
—¿Todo listo? —preguntó Jeremy, que, como siempre, iba impecablemente vestido con traje azul marino, camisa blanca y corbata azul marino—. El tráfico se va a poner imposible, así que será mejor que nos vayamos ya.
—Sí —dijo Rachel, pasándole la enorme caja de magdalenas que había estado glaseando y dando forma hasta pasada la hora de acostarse—. Vámonos.
Uno al lado del otro, con la ropa de Jeremy impoluta y la de Rachel ya arrugada, la pareja no parecía combinar demasiado bien. Me preguntaba qué era lo que les había atraído el uno del otro, pero, fuera lo que fuera, deseaba que hubiera fallado. Solo había tenido dos relaciones más o menos serias en mi vida, pero ninguna había sido un caso de atracción de polos opuestos y ambas habían terminado sin demasiado drama. Sin embargo, si Rachel algún día decidía que ya había tenido suficiente, no podía imaginármelos a ella y a Jeremy separándose con tanta tranquilidad.
—No llegaré tarde —dijo Rachel besándome en la mejilla, que estaba caliente a consecuencia de mis poco caritativos pensamientos—. Todavía tengo que hacer la maleta.
Jeremy negó con la cabeza y puso los ojos en blanco, y noté mi desagrado hacia él removiéndose aún más si cabía. Cuando yo reñía a Rachel por no hacer la maleta era de buen humor, pero cuando lo hacía él, sin necesidad de pronunciar ni una palabra, parecía crítico y a un nivel completamente distinto.
—¿Qué? —se sonrojó ella al notar su reacción—. No he tenido tiempo. Todo irá bien.
—Podría ser —dijo, y añadió alegre—, porque a este paso no te organizarás lo bastante bien como para poder irte a esa larga escapada de chicas, y eso me vendría muy bien.
Rachel me miró y sonrió, desdeñando en menos de un segundo su crítica tácita, o tal vez ni siquiera llegando a registrar las implicaciones de lo que estaba diciendo.
—Me encanta que me vayas a echar tanto de menos —le dijo, apretándole el brazo—. ¿A que es dulce, Em?
—Sí —respondí, sintiendo que se me revolvía el estómago—. Mucho.
—Te enviaré un mensaje cuando salga de clase esta noche —me dijo al salir—. Así podrás bajar a ver el coche.
—De acuerdo —chillé, sintiendo que mi excitación se agitaba de nuevo y superaba la negatividad que siempre evocaba la presencia de Jeremy.
Nuestro vecino tuvo la amabilidad de dejarnos aparcar en su plaza, que no utilizaba en ese momento, y la directora del colegio de Rachel había accedido a que guardáramos allí el coche hasta que lo vendiéramos si la plaza no estaba disponible cuando volviéramos a principios de septiembre. En el mejor de los casos, esperaba que nos lo quitaran con rapidez de las manos y pudiéramos devolverle a Tori parte del dinero que había reunido desinteresadamente para pagarlo.
Cuando Rachel y Jeremy se fueron, me senté a la mesa de la cocina, encendí el portátil y, para curarme en salud, envié un correo electrónico que sabía que debía haber enviado hacía tiempo. La empresa que me había ofrecido el nuevo trabajo sabía que me iba de vacaciones y me había propuesto empezar en septiembre, cuando pudiera unirme al equipo mientras empezaban a trabajar en una nueva cartera de clientes.
Me sentí bastante culpable por aceptar su generosa oferta, pero sabía que, para tomar una decisión equilibrada sobre mi futuro, tenía que poner mis huevos en más de una cesta.
Una vez hecho esto, volví a comprobar que había metido en la maleta todo lo que iba a necesitar para mis paradisíacas vacaciones y esperé a que mi corazón, sobrexcitado y acelerado, se calmara. Cualquier cosa que tuviera que ver con las vacaciones me disparaba la adrenalina, así que pasó algún tiempo antes de que pudiera dedicarme a planificar los detalles de un encargo secreto que me había hecho la madre de Rachel.
Por suerte, Rachel estaba acostumbrada a que le pidiera que me sirviera de modelo para tomar las medidas de los vaporosos vestidos de algodón blanco que luego adornaba con paneles de patchwork, y no le había dado importancia a mi última petición de volver a tomarle las medidas.
Me emocioné muchísimo cuando Rachel volvió con el coche, que era lo bastante grande para transportar todo lo que necesitábamos para nuestras largas vacaciones. Mientras paseaba, aparentemente inspeccionándolo, experimenté otro subidón de hormonas de la felicidad. Después del estrés de los últimos días, era un gran alivio saber que el viaje de verdad se iba a hacer. Aunque no era como lo habíamos planeado en un principio, la forma en que ahora encajaba mejor en la trama del libro le daba un toque más emocionante. Se siente, Tori...
Sonreí a Rachel, pensando que no solo volvía por fin a mi querido distrito de los Lagos, sino que también me llevaba conmigo todos aquellos recuerdos felices de las vacaciones de verano pasadas allí con Nana y el abuelo mientras mis padres trabajaban, así como su preciado libro.
—Creo que todo irá bien —dijo Rachel, estudiando el coche y sonriendo también de oreja a oreja—. Aunque —añadió con una sonrisa vacilante— ha habido un par de sonidos raros al tomar algunas curvas.
Se mordió el labio cuando abrí la puerta del pasajero y miré dentro.
—¿Por casualidad sonaba como una botella de agua de metal rodando? —le pregunté.
Rachel frunció el ceño cuando me agaché para sacar de detrás del asiento del conductor el artículo ofensivo que llevaba el nombre del gimnasio de Jeremy.
—Ah, sí —sonrió—. Ha debido dejársela ahí cuando ha echado un vistazo mientras yo pagaba.
Sabía que aquel sabotaje era puro abuso emocional, pero no lo señalé y la ayudé a subir al piso las múltiples cajas y bolsas con las que había llenado el coche y que significaban el final de otro curso escolar.
—¿Sigue Jeremy descontento por que te vayas tanto tiempo? —pregunté más tarde, sentándome con las piernas cruzadas en su cama y observando cómo llenaba la maleta de cosas que escogía al azar.
Habíamos decidido no abrir una botella de champán, como era costumbre el último día de curso, porque Rachel conduciría al día siguiente y las dos estábamos agotadas. Sin embargo, tampoco podía beberme el té porque me vi obligada a sentarme sobre mis manos para refrenar mis impulsos de usarlas para doblar bien su ropa.
Para alguien tan organizada en su vida profesional, ciertos aspectos de la vida personal de Rachel eran sorprendentemente desordenados. Pero, claro, todo el mundo necesitaba una válvula de escape, ¿no? Incluso la meticulosa Mónica de Friends