El portador de luz - Pierce Brown - E-Book

El portador de luz E-Book

Pierce Brown

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Beschreibung

HÉROE LÍDER LEYENDA El Segador es una leyenda, más mito que hombre: el salvador de mundos, el líder del Amanecer, el rompedor de cadenas. Pero el Segador también es Darrow, nacido de la tierra roja de Marte: un marido, un padre, un amigo. Abandonado lejos de casa tras una devastadora derrota en los campos de batalla de Mercurio, Darrow anhela regresar junto a su esposa y soberana, Virginia. ADEMÁS, DARROW DEBE DEFENDER MARTE DE LISANDRO, SU SANGUINARIO ASPIRANTE A CONQUISTADOR. LISANDRO AU LUNE ansía destruir el Amanecer y reestablecer la supremacía de los dorados, y arrasará los mundos para satisfacer sus ambiciones. Así comienza el largo viaje de regreso a casa de Darrow para reencontrarse con las personas que ama: VIRGINIA, CASIO, SEVRO.  Una aventura interplanetaria donde se reunirán viejos amigos, se forjarán nuevas alianzas y se enfrentarán los rivales en el campo de batalla. Porque el sueño de Eo sigue vivo y después de la era oscura vendrá una nueva época de luz, de victoria y de esperanza. SI LOS MUNDOS UNA VEZ NECESITARON AL SEGADOR, AHORA NECESITAN A DARROW PARA DEFENDER LA REPÚBLICA. Una de las sagas de ciencia ficción más ambiciosas de la actualidad. El tercer título de Oro y ceniza, la apasionante secuela de la saga Amanecer rojo. Una space opera de acción desenfrenada.

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Título original inglés: Light Bringer.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, lugares y hechos narrados

son productos de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia.

Cualquier parecido con sucesos reales, lugares o personas, vivas o muertas,

es completamente fortuito.

© del texto: Pierce Brown, 2023.

© del mapa: Joel Daniel Phillips, 2023.

Diseño de cubierta: Jeff Miller/Faceout Studio.

Ilustración de la cubierta: Jonathan Bartlett.

© de la traducción: Ana Isabel Sánchez Diez, 2024.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2024.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: abril de 2024.

REF.: OBDO312

ISBN:978-84-1132-751-0

EL TALLER DEL LLIBRE• REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

Todos los derechos reservados.

A TRICIA NARWANI, MI ATENEA

A MIKE BRAFF, MI VIRGILIO

DRAMATIS PERSONAE

LA REPÚBLICA SOLAR

DARROW DE LICO/SEGADOR:archiemperador de la República Solar, marido de Virginia, rojo.

VIRGINIA AUGUSTO/MUSTANG:soberana reinante de la República Solar, esposa de Darrow, primus de la Casa de Augusto, hermana del Chacal de Marte, dorada.

PAX AUGUSTO:hijode Darrow y Virginia, dorado.

DIO DE LICO:hermana de Eo, esposa de Kieran de Lico y madre de Rhonna, roja.

KIERAN DE LICO:hermano de Darrow, archigobernador de Marte, rojo.

RHONNA DE LICO:sobrina de Darrow, hija de Kieran, lancera de los Aulladores, Cachorro Dos, roja, perdida en la caída de Heliópolis.

DEANNA DE LICO:madre de Darrow, roja.

SEVRO BARCA/TRASGO:emperador de la República, marido de Victra, Aullador, dorado.

VICTRA BARCA:esposa de Sevro, Victra au Julii de soltera, dorada.

ELECTRA BARCA:hija de Sevro y Victra, dorada.

ULISES BARCA: hijo de Sevro y Victra, asesinado por Harmony y la Mano Roja.

DANCER/SENADOR O’FARAN:senador, antiguo teniente de los Hijos de Ares, tribuno del bloque rojo, rojo, asesinado el Día de las Palomas Rojas.

KAVAX TELEMANUS: primus de la Casa de Telemanus, cliente de la Casa de Augusto, dorado.

NÍOBE TELEMANUS:esposa de Kavax, clienta de la Casa de Augusto, dorada.

DAXO TELEMANUS:heredero de la Casa de Telemanus, hijo de Kavax y Níobe, senador, tribuno del bloque dorado, dorado, asesinado por Lilath au Faran.

THRAXA TELEMANUS:pretor de las Legiones Libres, hija de Kavax y Níobe, Aulladora, dorada.

ALEXANDAR ARCOS: nieto mayor de Lorn au Arcos, heredero de la Casa de Arcos, aliado de la Casa de Augusto, lancero, Cachorro Uno, dorado, asesinado por Lisandro au Lune.

LORN AU ARCOS:antiguo Caballero de la Furia, cabeza de la Casa de Arcos, mentor de Darrow de Lico, dorado, asesinado por Lilath au Faran y Adrio au Augusto.

CADO HÁRNASO:emperador de la República, segundo al mando de las Legiones Libres, ingeniero, naranja.

ORIÓN AQUARII: navarca de la República, emperadora de la Flota Blanca, azul, fallecida en la Operación Tártaro.

ORO SCULPTURUS:navarca de la República, líder de la defensa astral de Fobos, azul.

COLLOWAY CHAR:piloto, actual campeón asesino de la Armada de la República, Aullador, azul.

HOLIDAY NAKAMURA:dux de la Guardia del León de Virginia, hermana de Trigg, clienta de la Casa de Augusto, centurión de la Legión Pegaso, gris.

QUICKSILVER/REGULUS SOL:el hombre más rico de la República, presidente de Industrias Sol, plateado.

MATTEO:marido deRegulus Sol, rosa.

TEODORA:jefa de los operadores Esquirla, clienta de la Casa de Augusto, rosácea, ejecutada por los Vox Populi.

PAYASO: Aullador, cliente de la Casa de Barca, dorado.

GUIJARRO:Aulladora, clienta de la Casa de Barca, dorada.

MIN-MIN: Aulladora, francotiradora y experta en municiones, clienta de la Casa de Barca, roja, asesinada por la Abominación.

MUECAS: Aullador, cliente de la Casa de Augusto, dorado.

CASIO BELONA:hijo de Julia au Belona, antiguo Caballero Olímpico, antiguo mentor de Lisandro au Lune, dorado.

LA SOCIEDAD

ATALANTIA AU GRIMMUS: dictadora de la Sociedad, hija del Señor de la Ceniza (Magnus au Grimmus), hermana de Aja y Moira, antigua clienta de la Casa de Lune, dorada.

LISANDRO AU LUNE:nieto de Octavia (la anterior soberana), heredero de la Casa de Lune, excliente de la Casa de Grimmus, dorado.

ATLAS AU RAA/CABALLERO DEL MIEDO:hermano de Rómulo au Raa, legado de la Legión Cero («las Gorgonas»), antiguo pupilo de la Casa de Lune, cliente de la Casa de Grimmus, dorado.

ÁYAX AU GRIMMUS/CABALLERO DE LA TORMENTA:hijo de Aja au Grimmus y Atlas au Raa, heredero de la Casa de Grimmus, legado de los Leopardos de Hierro, dorado.

KALINDORA AU SAN/CABALLERA DEL AMOR: Caballera Olímpica, tía de Alexandar au Arcos, clienta de la Casa de Grimmus, dorada, asesinada por Darrow.

JULIA AU BELONA:madre distante de Casio y enemiga de Darrow, primus de lo que queda de la Casa de Belona, princeps senatus de los Doscientos, dorada.

PALAS AU GRECA:capitana del equipo de cuadrigas de Belona, clienta de Belona, dorada.

ESCORPIO AU VOTUM:primus de la Casa de Votum, dorado.

CICERÓN AU VOTUM:heredero de la Casa de Votum, legado de la Legión Escorpión, dorado.

HORACIA AU VOTUM:hermana de Cicerón au Votum, miembro del bloque Reformista de los Doscientos, dorada.

CIPIÓN AU FALCE:primus de la Casa de Falce (los señores de la guerra procedentes de la Tierra y obsesionados con la pureza), dorado.

ASMODEO AU CARTHII: primus de la Casa de Carthii (los constructores navales de Venus), dorado.

VALERIA AU CARTHII:hija de Asmodeo au Carthii y una de sus numerosas herederas, dorada.

RHONE TI FLAVINIO:dux de la Casa de Luna, líder de la Legio XIII Dracones (la Guardia Pretoriana), gris.

DEMETRIO TI INTERIMO: lunés, archicenturión de la Legio XIII Dracones, gris.

MARKO TI LÁCRIMA: lunés, centurión de la Legio XIII Dracones, gris.

DRUSILA TI PISTRIS:lunesa, decuriona de la Legio XIII Dracones, gris.

KYBER TI UMBRA: lunesa, legionaria de la Legio XIII Dracones, susurradora de Lisandro au Lune, gris.

MAGNUS AU GRIMMUS/SEÑOR DE LA CENIZA: antiguo archiemperador de Octavia au Lune, incendiario de Rea, dorado, asesinado por los Aulladores y Apolonio au Valii-Rath.

OCTAVIA AU LUNE: anterior soberana de la Sociedad, abuela de Lisandro, dorada, asesinada por Darrow.

AJA AU GRIMMUS: hija del Señor de la Ceniza, Magnus au Grimmus, dorada, asesinada por Sevro, Casio, Virginia y Darrow.

GLIRASTES, EL MAESTRO HACEDOR:arquitecto e inventor, naranja.

EXETER:mayordomo de Glirastes, marrón.

PITA XE VIRGO:capitana del Portador de Luz,antigua copiloto del Arquímedes, azul.

EL DOMINIO DEL CONFÍN

DIDO AU RAA: cocónsul del Dominio del Confín, esposa del anterior soberano del Dominio del Confín, Rómulo au Raa, Dido au Saud de soltera, dorada.

DIOMEDES AU RAA/CABALLERO DE LA TORMENTA: hijo de Rómulo y Dido, taxiarca de la falange del Relámpago, dorado.

SERAFINA AU RAA: hija de Rómulo y Dido, lochagos de los Undécimos Caminantes del Polvo, dorada, caída en batalla.

HELIOS AU LUX: cocónsul del Dominio del Confín junto con Dido, antiguo Caballero de la Verdad, dorado.

RÓMULO AU RAA/SEÑOR DEL POLVO: antiguo primus de la Casa de Raa, anterior soberano del Dominio del Confín, dorado, muerto en suicidio ceremonial.

GAIA AU RAA:madre de Rómulo au Raa y abuela de Diomedes y Talía, dorada.

TALÍA AU RAA:hermanamenor de Diomedes, dorada.

VELA AU RAA:hermana de Atlas y Rómulo, legado, dorada.

GRECA AU CODOVAN:señora de Ganímedes, dorada.

LOS OBSIDIANOS

SEFI LA SILENCIOSA: reina de los obsidianos, lideresa de los valquirios, hermana de Ragnar Volarus, obsidiana, asesinada por Volsung Fá.

VALDIR EL INTONSO: caudillo y concubino real de Sefi, encarcelado por traición a la República, obsidiano.

RAGNAR VOLARUS: antiguo líder de los obsidianos, Aullador, obsidiano, asesinado por Aja au Grimmus.

VOLSUNG FÁ: rey de los obsidianos, padre de Sefi, abuelo de Volga Fjorgan, antes conocido como Vagnar Hefga, obsidiano.

VOLGA FJORGAN:hija de Ragnar, antigua colega de Efraín ti Horn, obsidiana.

UR EL DEVORADOR DE ALEGRÍA: nombrado lanza del trono de Ultima Thule, obsidiano.

SKARDE OLSGUR:jarl delPueblo, tribu del Ariete Sangriento, obsidiano.

SIGURD OLSGUR:hijo de Skarde, guerrero del Ariete Sangriento.

OTROS PERSONAJES

AURAE: hetaira de Raa y compañera de Casio, rosa.

APOLONIO AU VALII-RATH/MINOTAURO: heredero de la Casa de Valii-Rath, verboso, dorado.

TARSO AU RATH:hermano de Apolonio au Valii-Rath, dorado.

VORKIAN TI HADRIANA:centurión en las legiones de la Casa de Rath, gris.

LIRIA DE LAGALOS:gamma de Marte, clienta de la Casa de Telemanus, roja.

LIAM DE LAGALOS:sobrino de Liria, cliente de la Casa de Telemanus, rojo.

CHEON:quiliarca de los Búhos Negros, hija de Atenea, roja.

HARMONY:lideresa de la Mano Roja, antigua teniente de los Hijos de Ares, roja, asesinada por Victra.

IMAGINACIÓN:trabajadora por cuenta propia, marrón.

FITCHNER AU BARCA/ARES:antiguo líder de los Hijos de Ares, padre de Sevro, dorado, asesinado por Casio au Belona.

EFRAÍN TI HORN:trabajador por cuenta propia, antiguo miembro de los Hijos de Ares, esposo de Trigg ti Nakamura, gris, asesinado por Volsung Fá.

Si algún dios me acosare de nuevo en las olas vinosas, lo sabré soportar; sufridora es el alma que llevo en mi entraña; mil penas y esfuerzos dejé ya arrostrados en la guerra y el mar: denle colmo esos otros ahora.

HOMERO

1

DARROW

Náufrago

Nuestro Sol flota en laoscuridad, acompañado de lunas hechas de basura.

Hace mucho tiempo, cuando la humanidad remodeló los planetas, las compactadoras orbitales fusionaron los detritus de las operaciones de terraformación y lanzaron hacia el Sol las esferas de tamaño lunar que crearon con ellos. Atrapadas por la gravedad de su masa, la mayoría de estas lunas de basura han ido completando su marcha fúnebre hacia los incendios nucleares del sol a lo largo de los siglos, pero aún quedan varios centenares de rezagadas girando alrededor de su futura desaparición.

Amarrada al árido paisaje de una luna de basura olvidada, que en su día fue catalogada como la Paseante-1632, una corbeta caída, el Arquímedes,se oculta bajo la sombra que proyecta una escarpa de desechos de un kilómetro de altura. Sobre la nave se arrastran esclavos marcianos convertidos en soldados convertidos en náufragos. Nuestros sopletes resplandecen sobre el casco. Nuestros trajes espaciales son ciénagas apestosas. Estamos aislados a doscientos millones de kilómetros de casa y me estoy macerando en sudor, náuseas e insatisfacción.

Ese maldito Belona. Ese Único arrogante de mierda.

Si en algún momento vuelvo a verlo, le partiré la rodilla. Tendría que ser él quien estuviera en este casco. Se lo diría a la cara, pero cogió del hangar de la base la única antigualla que aún volaba y se largó con Aurae, su cómplice rosa, mientras yo dormía. Me grabó un mensajito diciéndome que me curara las heridas y nos dejó aquí tirados con su desastre —su nave averiada— para que se lo reparáramos. El muy cabrón.

Llevar más de una década alejado de los aireados sepulcros de Olimpia no ha conseguido atenuar el espectacular talento de Casio para la condescendencia. Y lo peor de todo es que, típico en él, se lo está tomando con calma. Hace seis semanas que se marchó de misión a Siloestelar —un puesto comercial eclíptico entre las órbitas de Mercurio y Venus— para conseguir el helio que necesitamos para el Arquímedes.Y, mientras tanto, aquí estoy yo: o languideciendo en la vieja base de los Hijos de Ares, escondida en las entrañas de la luna de basura, o enganchado a la borda de su nave como un percebe laborioso al que se le van los días soldando, consciente de que el tiempo se acaba.

Por Hades, puede que ya se haya acabado.

Sin ningún tipo de comunicación con el mundo exterior, no tengo forma de informarme sobre el curso de la guerra que inicié. No tengo forma de saber si Virginia y Victra han logrado capear la unión del poder de los dorados del Confín y del Núcleo. No tengo forma de saber si Sefi ha regresado a la República ni si Lisandro ha utilizado mi derrota en Mercurio como escalón para ascender al Trono de la Mañana.

No tengo forma de saber si el enemigo ya ha quemado Marte, a mi familia, mi casa.

Pienso en Marte y en sus páramos montañosos, en sus bosques susurrantes...

No. Virginia me dijo que aguantara.

Ya he estado preso antes. Sé que debo expulsar de mi mente los pensamientos sobre el hogar antes de que me conviertan en cascotes. No es la primera vez que intento buscar refugio en la ira. Quiero pelea. Necesito una pelea. Así estoy hecho: para luchar en vano eternamente. Pero, en lugar de una pelea, en lugar del movimiento hacia delante que calma mi naturaleza inquieta, lo único que tengo es el zumbido monótono de los generadores y los días que se coagulan uno tras otro, una letanía de rutina interminable.

Yo empecé esta guerra. Otros la están terminando. Tengo que escapar. Atalantia debe morir. Atlas debe morir. Lisandro debe morir. Me los imagino a todos y cada uno de ellos arrastrándose ante mí mientras, con los oídos sordos, les arranco la vida asfixiándolos con la mano y la sangre les hincha los ojos.

Las fantasías violentas no alivian para nada mi desolación. La ira que antaño hacía temblar planetas ahora no tiene ningún poder. Mi fracaso me ha despojado de mi mito, mis errores me han despojado de mi ejército, todo lo que les exigí a mis amigos y a mi familia me ha despojado de ellos; sé que el odio no me devolverá lo que he perdido ni reparará lo que he roto.

El Sol lleva rugiendo cuatro mil seiscientos millones de años. Yo, dieciséis. Como cabía esperar, el astro tiene más combustible que gastar. Incluso mi ira contra Casio parece performativa. No puedo seguir prolongándola, no soy capaz de alimentar esta furia interminable contra mí y contra todos. No después de lo que he hecho.

Escapé de Mercurio con vida, pero perdí a mis Legiones Libres y lo que me quedaba de amor propio. Guie a los hijos de Marte a un planeta alejado de su casa prometiéndoles que acabaríamos la guerra, pero lo único que hice fue abandonarlos al enemigo para salvar el pellejo. Mi corazón está enterrado en esas arenas, junto con mi ejército. Sin embargo, mi cuerpo continúa su penoso camino, como siempre, sin importar la destrucción que deje a su paso.

Desde que hui de Mercurio con mi pequeño grupo de supervivientes, todo ha ido cuesta abajo. En Heliópolis, Casio consiguió rescatar a solo doscientas personas, y no fue una huida limpia. Acosados por las naves antorcha de Grimmus, no pudimos acudir al encuentro con la flota de Telemanus. Perdimos nuestra oportunidad de volver a casa. Apenas tuvimos tiempo de llegar a la base de la Paseante antes de que Casio se largara.

La cháchara de los demás soldadores rompe el silencio. Uno cuenta un chiste. Me hace la gracia justa para que deje de flagelarme. Presto atención a las otras voces. Me recuerdan a los sondeadores que parloteaban en el túnel, por encima de mi Garra Perforadora, en Lico. Sus chistes malos me tranquilizan y dejo que mis pensamientos vaguen hacia el ajado libro que Aurae me dejó en el casco del traje espacial antes de escabullirse con Casio.

La nota que lo acompañaba decía que aquel volumen era el camino que la había sacado de la oscuridad de su servidumbre en el Confín. Me enfadé cuando Aurae y Casio se marcharon y estuve a punto de utilizarlo como papel higiénico. Pero siempre he creído que los rosas son los más oprimidos de entre todos los colores y que, a algunos de ellos, ese tormento los dota de una fuerza interior sobrenatural. Evey y Teodora me lo enseñaron. Así que, más por respeto hacia ellas que hacia Aurae, leí la primera página. La opacidad de la escritura me molestó. Parecía un libro de adivinación que repetía saberes convencionales mediante metáforas esotéricas. Aun así, recuerdo algunas líneas que me parecen acertadas.

«El camino está hecho de muchas piedras que parecen todas iguales. Cuando pises en el mal, no descanses ni mires hacia abajo, porque el bien está a un solo paso. Puede que el siguiente te traiga la ruina, el siguiente la alegría, pero estas piedras no son tu destino, no son más que tu viaje hacia el final del camino».

Rumio esas palabras mientras sueldo un panel nuevo al casco. A lo mejor esto no es más que una piedra en el camino. A lo mejor este sitio no es la perdición. A lo mejor es un regalo.

La verdad es que tendría que haber muerto en Mercurio. La verdad es que, después de aquel infierno, todo es un regalo, incluso este lugar. Puede que reparar esta anticuada corbeta de cincuenta metros de eslora contando solo con herramientas manuales sea tedioso, pero supongo que el trabajo nos proporciona un propósito. Cada panel soldado es un paso adelante. Cada paso adelante me acerca más a mi familia. Siempre y cuando Casio regrese con el helio que necesitamos para el reactor, y siempre y cuando Hárnaso arregle realmente el reactor, volveremos a casa.

Quizá lea otra página esta noche.

Pero soy un cabrón testarudo, así que quizá no.

Mi intercomunicador crepita.

—Soldador veintitrés, ¿copias? —Guardo el soplete y me acomodo en mi arnés de seguridad—. Soldador veintitrés, aparca tu pánico existencial durante un momento y contesta...

—Soldador veintitrés copia. ¿Qué pasa, Thraxa?¿Te está dando guerra otra vez ese sarpullido?

Incapaz de encontrar un solo traje lo bastante ancho como para albergar sus prodigiosos muslos, Thraxa está atrapada en la base. Todos los días, la belicosa mujer refunfuña que habría preferido el honroso suicidio que pretendía cometer en Heliópolis a la monotonía diaria de la gestión de turnos.

—Quedan treinta minutos para que salga el sol. Sé bueno y haz entrar a tu escuadrón antes de que rompáis a hervir dentro del traje.

Vuelvo la cabeza por encima del hombro para contemplar la curva oriental de la luna de basura.

—Un poco pronto, ¿no?

—La masa del Arquímedes está acelerando la rotación de la luna. Todos sabemos que tú te saltaste la asignatura de física, pero, o te fías de mí, o mañana tendrás la verga como una hidra. Y ya eres bastante insoportable sin nada por el estilo.

—Podemos terminar el casco en este turno —le digo.

—Que lo termine el siguiente. Total, sin helio y sin el reactor arreglado, tampoco podemos irnos a ninguna parte. Da el aviso.

Con un gruñido, accedo y aviso a mi equipo de que ha terminado el turno. Los soldadores se deslizan por sus respectivas líneas de seguridad de regreso a la base mientras yo cuento cabezas. Cuando entra el último, desciendo por el casco, me encamino hacia la base y bajo por la esclusa.

En el borde de la esclusa, me detengo y hago algo que no he hecho en ninguno de mis turnos de soldadura. Me tomo un momento para contemplar el horizonte escarpado. Una guadaña estrecha de luz solar se abre paso alrededor de la luna de basura. Deforma la superficie moteada dilatándola con su calor, invierte las calderas de expansión hasta que arrojan polvo y gas tóxico. El polvo y el gas se fusionan en torno a una escarpa de plástico negro verdoso antes de alargarse tras la luna formando una cola de partículas titilantes.

He visto cosas que un minero rojo no debería haber visto jamás, horrores indescriptibles, bellezas imposibles. Cosas que harían que la cola de partículas pareciera algo ordinario. Pero hoy me siento un poco distinto. Un poco más dispuesto a ver que aquí, en esta piedra del camino, hay belleza. Puede que sea por el libro. Tal vez sea por la radiación. Sea lo que sea, siento que hoy tengo la fuerza necesaria para mirar hacia el otro lado, más allá del lomo sombrío del Arquímedes, hacia una extensión de estrellas lejanas en la que mis ojos se posan sobre una luz tenue y rojiza.

Mi casa.

El espacio está vacío y silencioso, pero mi memoria está llena y rebosante de los sonidos del hogar. Cierro los ojos y oigo el susurro de los arboldivinos, el murmullo del mar Térmico, el batir de las alas de los grifos, a Victra gritando a Sófocles, a Sevro riéndose a carcajadas de sus hijas, los tintineos y los traqueteos de Pax enredando en el garaje, la voz de mi esposa.

Durante un instante perfecto, veo el amanecer prometido, mi regreso a Marte, a mi hogar. Luego desaparece. La luna se ha vuelto hacia el sol. El resplandor de la luz me atraviesa los párpados hasta que es demasiado incluso para mis ojos dorados. Es hora de bajar.

2

DARROW

El libro

Si Mercurio fue unperpetuo ataque frontal a los nervios, la Paseante-1632 es un cerco lento a la mente.

La antigua base de los Hijos de Ares es claustrofóbica y espartana. Construida en el interior de la Paseante para ofrecer a los primeros saqueadores de los Hijos un puerto oculto desde el que hostigar a los esclavistas venusinos, quedó abandonada hace once años cuando su guarnición se unió a mi flota en nuestro ataque desesperado contra la Luna. Hace ocho meses, llegamos renqueando y nos encontramos los pasillos fríos y sin aire. Al reiniciar el generador solar de la base, restablecimos la habitabilidad. Encontramos reservas de agua y calorías cuando más las necesitábamos. Pero las temperaturas y la gravedad siguen siendo bajas y la radiación hostil que hay al otro lado de las paredes revestidas de plomo hace que nos sintamos asediados. Y parece que estemos bajo asedio. Hemos enflaquecido, palidecido a pesar de las cicatrices solares que lucimos en el rostro desde lo de Mercurio. Casi todos estamos calvos y los que pueden llevan barba en honor a Ragnar.

Alejados de la guerra, ciegos a los movimientos de amigos y enemigos, sin acceso a ningún tipo de comunicación con los de casa, la preocupación es nuestro estribillo incesante, y la rutina nuestra única salvación.

Me preocupo por mi hijo mientras me desirradio en la cisterna junto con los demás miembros de mi equipo y me aferro a la llave de la gravimoto que me regaló Pax antes de marcharme de la Luna, tal como me aferraba antes a la alianza de boda de Eo en la cisterna de Lico. Me preocupo por Virginia mientras me arrastro por los pasillos estrechos, creados con Garras Perforadoras, hasta el comedor. Me preocupo por Sevro —perdido cuando la Luna cayó en manos de los Vox— mientras sorbo la papilla de aminoácidos liofilizados. Los demás, tan calvos como yo, se preocupan a mi lado. Por sus propios amores. Hogar. Tiempo perdido. Mundos perdidos. Juntos, formamos un mar de preocupaciones bajo las tenues luces químicas. Intentamos ocultarnos esa preocupación los unos a los otros, como si fuera algo oscuro, secreto y vergonzoso. Como todos los soldados extraviados, mis supervivientes están cansados y callados, excepto cuando son grotescos, frívolos o soeces. La sinceridad solo se encuentra en los silencios incómodos o en los momentos tranquilos en los que la lira de Aurae inunda el comedor con canciones del Confín que, de algún modo, nos recuerdan a nuestra casa.

No es la primera vez que echo de menos sus canciones. Esto no ha vuelto a ser lo mismo desde que Casio y ella se marcharon.

Como deprisa, limpio mi bandeja, les doy las buenas noches a mis tropas y contengo el impulso de rebajarme a contar un chiste para arrancarles una sonrisa. Saben que sus amigos murieron por culpa de mis errores. Y saben que volveré a explotarlos casi hasta la muerte en el próximo ciclo. Ese es mi trabajo. Si no usas una máquina, se avería. Como los Hijos de Ares cuando fuimos incorporándolos al ejército de la República, como esta base. Pero, si algo se usa demasiado, colapsa, como Orión en Mercurio. Como Sevro después de Venus. El liderazgo es una cuerda floja, sobre todo cuando vas perdiendo.

Al pasarme por el taller de maquinaria de la base para que Hárnaso me informe de los avances, me encuentro al emperador naranja encorvado sobre varias piezas del reactor del Arquímedes,acompañado de un grupo de mecánicos. Es un hombre con forma de simio, con unos nudillos enormes y nariz de bebedor. Su barba es más abundante que la mía y está entreverada de canas. Mientras se acerca a hablar conmigo, oigo de fondo el ruido de las llaves inglesas y de las carretillas eléctricas.

—Cado.

—Darrow. Me han dicho que el casco ya está a punto —dice.

—Casi. El tercer turno se llevará el mérito de terminarlo. No tardarán ni media hora. ¿Estás seguro de que el enchapado seguirá siendo resistente a los sensores? Será el sigilo lo que nos lleve a casa.

—En teoría, sí, lo será. A condición de que no lo hayamos diluido demasiado al afinarlo —responde—. Estamos a punto de acabar, justo detrás de ti.

Se me ilumina la cara.

—¿En serio? No me pareció que la prueba saliera muy bien...

—Eso es porque no eres ingeniero. Suponiendo que consigamos el helio que necesitamos, el Arquímedesestará listo para volar en cuanto vuelva Belona. Si es que a Belona no lo están torturando en una esfera de dolor de los Grimmus, claro.

—Puede que seas el único que piensa que Casio tiene intención de volver —digo mientras miro de reojo a sus hombres.

Se encoge de hombros.

—No estaríamos aquí para dudar de él si no nos hubiera salvado en Mercurio. Pero me preocupa que esté cegado por sus asuntos de cama. Deberíamos recelar más de esa rosa suya.

—No es que sea asunto nuestro, pero no creo que se estén acostando juntos —le digo.

Se queda de piedra.

—¿De verdad? Pero si ese hombre está totalmente loco por ella.

—No creo que Belona tenga ni voz ni voto en el tema —respondo.

Casio me contó la historia de su huida del Confín cuando aterrizamos en la Paseante. Lo hicieron prisionero, junto con Lisandro, y se vio obligado a participar en una serie de duelos injustos en Ío. Diomedes au Raa, impresionado por el hecho de que hubiera sobrevivido, fingió que había muerto para protegerlo y lo escondió en su finca de la cercana Europa después de que Casio se comprometiera a no huir hasta que la guerra hubiera terminado. Aurae, una hetaira de la casa de Raa, ayudó a Casio a escapar de la finca de Diomedes en el Arquímedes. Le aseguró que era simpatizante de la República. Juntos, volvieron lo más rápido posible al Núcleo para advertir a la República de que el Confín planeaba incorporarse a la guerra. Llegaron demasiado tarde. Desde entonces, Aurae forma parte de la tripulación de Casio.

—Bueno, aunque no estén follando, el mero hecho de que parezca una dríade, cante como una sirena, hable como un oráculo y tenga una maldita coartada no significa que no sea de la Krypteia.

—Si perteneciera al servicio de inteligencia del Confín, ya estaríamos muertos —digo.

Referirse a la Krypteia como el «servicio de inteligencia del Confín» es un cumplido. En efecto, las tareas de inteligencia forman parte de su labor. Pero su deber más insidioso es mantener la jerarquía del Dominio a toda costa.

—Salvo que esté guiando a la Krypteia hacia nosotros en este mismo instante. Tienes que reconocerlo: incluso para ser una hetaira de Raa, tiene un conjunto de habilidades muy variadas. Medicina. Ingeniería. No puede decirse que sea lo habitual en una cortesana.

Entorno los ojos.

—Has estado hablando con Muecas, ¿no?

Esboza un mohín.

—Cómo le gusta hablar últimamente a ese hombre. Se dedica a sembrar dudas como si fuera su trabajo. Creo que no le iría mal que te pasaras a ver cómo está.

No sé si me queda algo que decirle a Muecas para sacarlo de su depresión. Se me ocurre una idea. A lo mejor él se muestra más receptivo al libro de Aurae que yo. Es un gran lector. Le doy una palmada en el hombro a Hárnaso y me encamino hacia la puerta. Me doy la vuelta y pregunto:

—Cado, si creías que Aurae era de la Krypteia, ¿por qué le fabricaste una lira?

Antes de marcharse con Casio, Aurae tocaba la lira y cantaba las canciones de sus esferas para las tropas después de cenar. Hárnaso jamás se perdió una actuación.

—Lo hice por las tropas —miente, ruborizado.

Me digo que voy a ver a Muecas para ponerlo a raya, pero es mi propia soledad la que inspira la visita. De todos mis supervivientes, él es el único que comparte mis recuerdos del Instituto. Solo deseo una chispa de nuestros días de gloria de un antiguo miembro de mi manada.

Después de coger dos termos del café diluido del procesador, paso por mi habitación a buscar mi mochila de entrenamiento y el libro de Aurae y me abro camino por el laberinto superior de la base hacia la sala de comunicaciones. Me encuentro a Muecas bañado en pantallas de ordenador y envuelto en mantas térmicas junto a su calentador. Me recuerda más a una pila de ropa sucia animada que a la leyenda que es. Se me parte el corazón.

Muecas es un hombre al que el público celebra poco porque sus sacrificios siempre han quedado en la sombra. Muy a su pesar. Es un gran amante de la buena vida, así que envidia la fama de Colloway Char o de Sevro. Cuando lo conocí en el Instituto, era feo, vago y un gorrón. Sigue siendo un gorrón y preferiría amputarse los testículos a invitarte a una copa. Pero, después de pasar tres años tras las líneas enemigas y de que Mickey lo tallara y Teodora le proporcionase una nueva identidad para infiltrarse en las Legiones de la Ceniza, nadie podría describirlo como vago.

Al principio, se mostró encantado con su misión encubierta. A pesar de su inseguridad crónica, cuando salió de la sala de recuperación de Mickey, con los hombros anchos, un rostro romano de rasgos duros y un mentón casi tan apuesto y solo una pizca más grande que el de Casio, jamás había visto a un hombre que se sintiera tan a gusto en su propia piel.

«Cachas, tío. Estoy cachas como para machacar a toda una maldita compañía de ballet. ¿Qué dices de ese tal Belona? Legiones de la Ceniza allá voy», dijo mientras posaba como un Olímpico. Estaba desnudo. Épicamente proporcionado. Teodora hasta aplaudió.

Pero ¿ahora? Ahora Muecas vuelve a ser feo, y lo odia. Cuando cayó Heliópolis, le arrancaron la cabellera y perdió una pierna. Se tapa con un gorro de lana la cicatriz lívida que le empieza justo encima de las cejas; sin embargo, en los almacenes de la base no hay prótesis, así que, para el muñón, ha tenido que apañárselas poniéndose un trozo de plástico acolchado con espuma de embalaje.

Estar bajo mi mando lo ha destrozado. Dos veces.El rencor impregna todas y cada una de sus palabras, pero estuvo a mi lado en Heliópolis, antes de que cayera. Me ayudó a salir de la desesperación. Por lo tanto, aguanto su rencor.

—¿Se sabe algo de Belona? —pregunto mientras le entrego el café.

No me da las gracias.

—Ah, ¿hoy toca llamar al Decapitador de Ares por su verdadero nombre? —Hace un mohín—. Por desgracia, no, el Mentón y la Sirena siguen descarriados.

—¿Tienes que sacar siempre el mismo tema? —digo.

—Uf, venga ya. La charla de ayer fue muy divertida. Le pusiste muchos adjetivos al Coñazo Inútil. Al Chaquetero Aviar. Incluso algunos adverbios.

—Estaba...

—¿Resentido y borracho? —pregunta—. Eres todo ira cuando estás resentido y borracho. En serio, creo que esta guerra ya estaría ganada si estuvieras así todo el tiempo, pero me temo que en ese caso quedaríamos solo tú y yo como déspotas de una autarquía. —Se ríe de su ocurrencia, de su jerga inversa a la de su nacimiento, que fue bajo—. No obstante, seamos francos, todo el mundo lleva toda la vida resentido con Belona. Le repartieron la mejor mano al nacer, al Pútrido Adonis, ¿no?

—Y jugó mal todas las cartas —replico.

—Salvo la del hoyuelo del mentón. Oh, los valles moteados de rocío que ha explorado. Mi reino por ser un pelo en esa barbilla...

Me resisto a bajar la mirada hacia el profundísimo hoyuelo del mentón de Muecas. Al contrario que el resto de nosotros, él sigue afeitándose a conciencia.

—¿Algo en los sensores? —pregunto.

—Nada, oh, mi señor calvo y barbudo. —Rodea el termo con ambas manos para calentarse. Tiene las uñas de todos los dedos mordidas hasta las cutículas—. El radar y el lidar siguen fastidiados. He intentado construir unos filtros para colar la sopa... ya sabes todas estas cosas. —Mordisquea un palito de café, bebe un trago del termo y echa la cabeza hacia atrás—. Puede que la rutina sea tu cordura, pero a mí me estás volviendo loco.

—Hace tres días que no sales de esta sala —digo, y señalo con la cabeza su cubo de heces—. Tu decoración empieza a parecer muy Sevro.

Mira a su alrededor.

—No hay jade. Ni paredes doradas. Ni seda. No es que tenga mucho en común con la guarida de ese desertor.

—Muecas, sabes que hizo lo que creía que era correcto.

Escupe en el suelo.

—Yo me pasé tres años entre los sociópatas de Atalantia por el bien de la República mientras él chupaba de la teta de la realeza dorada. Mira mi recompensa. —Se quita la gorra para mostrarme el cuero cabelludo mutilado—. Mientras nosotros moríamos, Sevro huyó a casa. Y yo estoy aquí, esperando a que esa rosa guíe a los Caminantes del Polvo hasta nosotros.

—Está claro que es algo, pero no pertenece a la Krypteia —le digo.

Frunce el ceño.

—Entonces, ¿qué es?

Pienso en las habilidades de Aurae, en el libro, en que a veces me observa como un juez.

—Una amiga, espero.

—Recemos para que tengas razón. Porque están ahí fuera, intentando darnos caza. Querrán decapitarte por destruir los astilleros de Ganímedes. Y a Victra también. Y los Caminantes del Polvo no se detienen hasta que dan con su objetivo.

Comparto con Muecas el respeto por los escuadrones de acecho del Confín, pero no su tenor agitado. Sería casi irónico que nos encontraran y me arrastrasen de nuevo hasta el Confín para pagar por mis pecados. Pero ni Aurae ni ellos son la causa de que Muecas cague en un cubo por miedo a abandonar la sala de sensores. Tampoco se debe a Áyax au Grimmus, que fue quien más cerca estuvo de descubrirnos cuando su destructor, el Pantera,se acercó a menos de cincuenta mil kilómetros de nosotros hace cinco meses. Muecas solo teme al propio Miedo, y con razón.

Lo comprendo, porque yo también lo temo.

—Atlas no está intentando darnos caza —le digo. Me mira como lo hacía Pax cuando lo despertaba de una pesadilla—. Nuestro rastro se ha enfriado. Con respecto al Sistema, somos más pequeños que un zooplancton a lomos de un kril en todos los mares de todos los mundos juntos. Aun en el caso de que Atlas no crea que estamos muertos, no perderá el tiempo buscándonos.

—No cuando sepa dónde queremos ir, querrás decir —murmura Muecas. Puede que me haya equivocado al guiarlo hacia esa conclusión—. Mierda, jefe. Aunque Belona vuelva con el helio... la travesía hasta casa es larga y somos el último eslabón de la cadena trófica. Si las patrullas enemigas nos detectan... no tendremos adonde huir. Esas naves del Confín son más rápidas que nosotros. De todas formas, tampoco importa. La mayoría de los muchachos y de las muchachas piensan que Marte ya ha caído.

—Necesito que dejes de alentar su pesimismo. Eres un Aullador. Los hombres se fijan en ti para calibrar los ánimos. Y yo también. Aparte de mí, eres el único miembro de la antigua manada que queda por aquí.

—¿Manada? Dos personas no forman una manada, buen hombre. Dos personas son desechos dando vueltas alrededor de un desagüe. —Me mira de arriba abajo—. No quieres admitirlo, jefe. Te da miedo enfrentarte a los hechos. Sefi y su Pueblo abandonaron las Legiones Libres para robar un reino en Marte. La Flota Blanca ha desaparecido. Orión está muerta. Las Legiones Libres son polvo. El Senado nos colgó para que muriéramos. Virginia no envió refuerzos a Mercurio. Sevro nos dejó tirados por su pequeña familia dorada. Payaso y Guijarro se rajaron como unos florecillas. Nuestra manada está acabada. Nuestro ejército se está pudriendo en una estaca. No te culpo. No me culpo. No culpo a las tropas. Culpo a las turbas que opusieron resistencia y a los políticos que conspiraron.

Al garete con la chispa que buscaba. Dejo el libro de Aurae en mi mochila. Muecas no necesita palabras. Necesita irse a casa.

—Aun así... refunfuña conmigo, no con los hombres —le digo.

—Vale. Vale. —Bebe un sorbo de café—. Culpa mía.

Tras dejar a Muecas no mejor, pero, con un poco de suerte, tampoco peor que cuando lo encontré, me dirijo hacia la sala de entrenamiento del Arquímedesa través del umbilical que une la nave con la base. El acolchado blanco de la sala está manchado de años de sudor. La mayor parte pertenece a Casio y a Lisandro, aunque yo he creado mis propias marcas en su ausencia. Desde que Lisandro me rompió la hoja, he tenido que rebajarme a usar los filos de práctica de la sala, los mismos con los que debió de entrenarse Lisandro. Cojo uno de la pared y me siento estúpido. Las palabras de Muecas me carcomen más de lo que me gustaría.

¿De qué sirve entrenar? La hoja que tengo en la mano no puede arreglar lo que se ha roto.

Por mucho que deteste reconocerlo, el resentimiento que siento hacia Sevro me corroe tanto como a Muecas. Sevro me abandonó cuando más lo necesitaba. Eso podría perdonárselo. Sin embargo, perdonarle que traicionara al ejército me resulta más complicado. Fue el primer hermano de las Legiones Libres: cuando se fue, la duda se infiltró en nuestras filas. En mí. Peor aún: la elección de Sevro condenó mi propia elección. Cuando secuestraron a Pax, lo que más deseaba en el mundo era volver a su lado. Para rescatarlo. Para demostrar que por fin estaba a su lado para apoyarlo. Elegí el deber de un emperador sobre el deber de un padre. Ahora estoy solo jugando con filos.

El silencio me estrangula.

Estoy a punto de darme la vuelta. Nadie se dará cuenta si me tomo un día libre. Nadie se atreverá a decir que no me he esforzado lo suficiente. Bostezo otra vez. Puede que hoy solo haga estiramientos. A mi cuerpo no le iría nada mal. Mejor afrontar el mañana descansado.

Casi cedo. Pero a estas alturas ya sé que esa voz de la razón es el enemigo. Dentro de mí hay un cobarde que teme la incomodidad. Ese cobarde me ofrece consuelo en forma de excusas. Pero es el cobarde quien prepara a un hombre para sus derrotas. Es el cobarde quien hace que las acepte porque está acostumbrado a encontrar un buen motivo para abandonar. Al cobarde interior solo se le puede matar de una forma. Tiro la mochila al suelo y me pongo el equipo de entrenamiento.

—Hola, profesora —le digo al ordenador de la esfera.

—Bienvenido, tercer maestro de la hoja.

La voz delordenador es femenina y seductora, justo la que Casio elegiría. Hace diez años, me habría maravillado de poder hablar con un ordenador, pero el auge tecnológico de la República ha hecho que la tecnología una vez prohibida ahora sea tan común que resulta inquietante. Comparado con algunos de los sistemas de Quicksilver, este ordenador es un troglodita.

—¿Perfil de gravedad marciana otra vez?

—No.

—¿Perfil de combate en asteroides?

—No. Intervalos aleatorios con un mínimo de 0,2 y un máximo de 4,5 de gravedad. Hoy recorreremos el sistema. Terminaremos en Marte.

Me froto el antebrazo izquierdo con la esperanza de que aguante una gravedad de más de cuatro.

—Afirmativo. ¿Duración?

—Que elija el crupier.

—Afirmativo, tercer maestro de la hoja. Preparando sesión uno seis ocho.

Combato otro bostezo mientras la sala se calienta. Muevo los hombros para intentar desentumecerlos. Los tengo agarrotados de tanto soldar y debido a las innumerables dislocaciones que han sufrido a lo largo de los años. Respiro hondo y una sensación de opresión me comprime el pulmón izquierdo, un recuerdo del filo que Lisandro me clavó en el pecho en Heliópolis. Agito el brazo izquierdo, que se hizo añicos cuando mi falce chocó con la hoja que Lisandro cogió del cadáver de Alexandar. Aurae, sospechosamente versada en medicina, me recolocó los huesos y me aplicó un catalizador de calcio, pero necesitaré los servicios de un tallista para recuperar la funcionalidad por completo.

Me palpita el brazo. Un buen recordatorio de los asuntos que tengo pendientes.

Mientras los pozos de gravedad de la sala cogen temperatura, me asalta un pensamiento. Cuando entrenaba con Lorn, él me hablaba mientras yo fluía por las formas del Método del Sauce. Echo de menos la compañía metronómica de su voz y estoy cansado del silencio.

—Ordenador, conéctate a mi terminal de datos. —Saco la terminal de datos y el libro de Aurae de la mochila y escaneo las primeras veinticinco páginas. Le pido al ordenador que narre el texto y luego adopto la postura invernal del Método del Sauce sujetando la hoja sobre la cabeza con las dos manos. Me quedo quieto—. Ordenador, muestra de voz del holoarchivo uno tres uno: discurso de las Saturnales de la soberana.

Un momento después, la voz de Virginia inunda la habitación.

«A quienes escribieron para que pudiéramos leer, a quienes cayeron para que pudiéramos caminar, a quienes nos precedieron para que pudiéramos seguirlos, gratitud».

La esfera inicia el programa. Los cambios de gravedad son lentos al principio, la orientación alterna a medida que avanzo por la primera rama de la postura invernal y lanzo estocadas diagonales y descendentes con la hoja. Gruño de dolor mientras mi cuerpo se calienta y la rigidez se disuelve. Poco después, solo se oyen el susurro de la hoja de práctica, el ruido de mis pies y mi respiración y la voz de Virginia.

«El primer conocimiento: el camino hacia el Valle es inescrutable, eterno y perfecto. No puede verse con los ojos ni sentirse bajo los pies. Serpentea como quiere. Termina donde debe. Asciende cuando conviene. Cae cuando lo necesita».

Fluyo hacia los golpes otoñales, me doblo hacia atrás y arremeto hacia delante para atacar.

«Se extiende hasta lo más profundo de las rocas que cavamos y regresa al interior de nuestro corazón. Culebrea delante y detrás de nosotros, en todas direcciones y en ninguna. Aunque lo recorramos, nunca lo dominamos. Aunque veamos el camino, nunca sabemos la verdad. El camino hacia el Valle es inescrutable, eterno y perfecto. Debe seguirse a toda costa».

Seis conocimientos más siguen al primero mientras completo las estaciones del Método del Sauce al ritmo de las fluctuaciones de la gravedad. A lo largo de una hora, la narración se repite una decena de veces y continúa cuando me tumbo de espaldas, jadeando.

«El cuarto conocimiento: el bien supremo es el viento de las minas profundas. Fluye a través de la roca, alrededor de la gente y sobre todos los territorios. El viento es ajeno a los obstáculos a pesar de que moldean su camino. Cuando captes el olor del óxido en su brisa u oigas el eco de las herramientas en la oscuridad, sonríe y alégrate. El camino está sobre ti y tú estás sobre él. Lo único que debes hacer es caminar».

Me duele el brazo izquierdo. Noto el pulmón tenso y ardiente, pero, mientras yazgo escuchando la voz de Virginia, mi mente permanece venturosamente vacía. Las palabras del libro son, como ya pensé en un principio, opacas. Aún no las entiendo, y mucho menos las acepto, pero me recuerdan a algo que leí hace tiempo, cuando entrenaba con Matteo. No a Dumas ni a los griegos, sino a algo que pasó más desapercibido. El libro me resulta familiar, tan reconfortante como el eco de una nana de la infancia.

Vuelvo a mis aposentos en un estado casi de trance. Como escasea el agua, utilizo un cuchillo desafilado para quitarme el sudor y las pieles muertas antes de continuar con mis rituales nocturnos. Grabo un mensaje para mi esposa como si acabáramos de estar hablando y lo archivo junto con el resto sin revisarlo. Luego grabo el mensaje para mi hijo, otro capítulo en el testimonio de un padre ausente.

Hace meses, empecé a contarle la historia de mi vida, algo que tendría que haberle contado en persona. Aunque yo no logre volver a su lado, puede que mi historia sí lo consiga. Esta noche empiezo con el día en el que conocí a Virginia en el Instituto y termino con Casio, Sevro y yo aullando como lobos mientras corríamos a toda velocidad con el estandarte de Minerva por las llanuras bañadas de luna.

Cuando termino, me siento en la cama, vacío y satisfecho. El libro decía algo acerca de que el vacío es lo que usamos. Cajas, tazas. No nos sirven de nada cuando están llenas, porque utilizamos su vacío llenándolas. Lo hojeo una vez más en busca de la frase. Aún no he dado con ella cuando la alarma de proximidad de la base empieza a ulular.

Nos han encontrado.

Me levanto de la cama de un salto, sintiéndome culpable por sentir alegría. Por fin, una pelea, una oportunidad, esto sí sé hacerlo. Me visto mientras experimento un regocijo sobrio, listo para matar.

La voz de Muecas invade mi habitación.

—Puestos de combate. Puestos de combate. Alerta de proximidad de una nave antorcha de Votum.

3

DARROW

Apariciones

Las alarmas retumban por toda labase. Corro por el pasillo y atrapo el rifle de riel que Thraxa lanza hacia mí cuando rompe a trotar a mi lado. Lleva la boca abierta en una sonrisa enorme y terrible. Tiene el único filo de la Paseante y no parece interesada en absoluto en compartirlo.

—¿Cuántas naves? —pregunto.

Le brillan los ojos.

—Solo una —contesta—. Pero lo bastante grande como para rajarnos. Yo digo que nos hagamos los muertos. Que dejemos entrar a los equipos de abordaje. Los matamos a todos, nos quedamos con su lanzadera, nos trasladamos en ella hasta su nave, la requisamos y...

Volvemos a casa.

Se me oscurecen los ojos.

—Perderíamos a la mitad de nuestros hombres.

—A más —señala ella.

Somos una camarilla de dos, compartimos una sola mente. Nuestras tropas se mueven a nuestro alrededor en la sala. Qué escasas son. Nos miran a nosotros, a sus generales, en busca de confianza. Thraxa me agarra, baja la voz:

—Si se presenta la oportunidad, hacemos lo que tenemos que hacer.

—¡Nave antorcha acercándose! ¡Sabe que estamos aquí! —grita Muecas por megafonía.

—Menos mal que querías hacerte la muerta —digo, y miro al filo de Thraxa, Mala Chica.

Ella lo protege de mí con su cuerpo y seguimos corriendo.

En nuestra prisa por acceder al tobogán del vestíbulo principal, estamos a punto de chocar con los ingenieros que salen en tromba de sus barracones. La mayoría lleva solo la armadura pectoral de campaña, todavía arañada y abollada tras su paso por el Ladón. Se la quito a uno de ellos y ordeno a alrededor de una veintena que me sigan. Envío a Thraxa a encargarse del mando de las dos baterías de cañones de riel mientras yo me dirijo a defender el hangar.

—Debería quedarme yo con la hoja —le digo antes de separarnos.

Ella suelta una carcajada atronadora.

—¡Ya tuviste la tuya!

Cierto. Echo de menos el regalo de mi esposa. Me siento desnudo sin él. Los rifles no están mal, pero odio sentirme a merced de la calidad de la armadura de un enemigo. Prefiero estar cerca, donde la muerte de la presa está asegurada.

—¿Nos han visto? —pregunto por el intercomunicador—. ¿Muecas?

No me contesta. En los hangares, descubro a Hárnaso y a varios naranjas formando una línea de fuego detrás de una barricada. Hárnaso intenta mantener el miedo al margen de su voz.

—Los primeros en atravesar la puerta serán los berserkers de los obsidianos —dice cuando me uno a él.

—Muecas. Necesito un informe —digo por el intercomunicador—. ¿Están ya dentro del rango de alcance de los cañones de riel de la base? ¿Muecas?

—Están transmitiendo un mensaje. —Un silencio. Tengo el corazón desbocado. Los cañones de riel se preparan a lo largo de la línea de fuego. Entonces Muecas estalla en carcajadas—. ¡Que me aspen! —¿Se ha vuelto loco al fin? ¿Como Orión? ¿Como Sevro?—. Jefe, dile a Thraxa que se aparte de las baterías. ¡Que se aparte! La nave antorcha es amiga. Es el Mentón Descarriado, y ha traído amigos.

La nave antorcha extiende un umbilical para conectarse con nuestra base. Mis tropas se enjambran alrededor de la abertura mientras Colloway Char se desliza por ella. Hárnaso, Thraxa y yo esperamos a Char. Muecas no se ha molestado en venir.

En lugar de encorvar los hombros delgados y encaminarse directo hacia mí, el mejor piloto de la República aminora la marcha. Colloway Char es tan flaco como un raíl, la piel oscura del rostro se le tensa de tal modo que muestra hasta el último contorno de su cráneo. Cuando mira a los hombres, no lo hace con su habitual hartazgo tolerante, sino con una soberanía pétrea. Char nunca ha sido partidario de las responsabilidades. Yo albergaba la esperanza de que algún día fuera un líder. Comenzó esa transformación en Heliópolis, tras la muerte de Orión, pero la ha completado en mi ausencia.

—¿Estás con la flota de Telemanus? —le pregunta un ingeniero rojo a voces.

—¿Ha caído Marte? —grita un fusilero marrón con los brazos mecánicos oxidados y los ojos del color de los reflejos del sol.

Colloway se encara con el marrón.

—¿Ha caído Marte? ¿Ha caído Marte? —repite en tono de burla—. ¿Dónde está tu fe, marciano? Marte resiste. Y siempre resistirá.

Las tropas gritan con un alivio tan profundo que parece un lamento. Char se abre paso entre ellos y amaga un saludo militar antes de que me dé tiempo a envolverlo en un abrazo. Su coronilla no me llega ni a la base de la barbilla. Creía que yo había adelgazado, pero a él le noto los omóplatos a través del mono. Detrás de él, desembarcan varias decenas de azules y grises que buscan a sus amigos entre mi grupo. Me aparto de Char. En cuanto termina de saludar a Thraxa y a Hárnaso, le espeto:

—Virginia. ¿Está viva? ¿Y Pax?

Se vuelve hacia mí con la mirada de un náufrago exhausto que ha visto demasiadas cosas como para pensar en las personas que en su día conocimos en casa como en algo más que conceptos vagos. Al cabo de un momento, asiente.

—Virginia sí —murmura—. Gobierna desde Agea. De tu hijo no sé nada. —Me agarro a sus hombros para estabilizarme. Thraxa me da unas palmaditas en la espalda—. Vi a Virginia pronunciar un discurso hace tres días, Darrow. Victra estaba a su lado. Además de Kavax y Níobe. Y de tu hermano, Kieran. Ahora es archigobernador.

La emoción hace que me tambalee con tanta fuerza que me provoca los mismos efectos que el dolor. No puedo hablar.

—¿Kieran? ¿Qué le ha pasado a Rollo? —pregunta Hárnaso.

—A Rollo lo asesinaron hace meses —responde Char.

Estoy tan acostumbrado a la muerte que ni pestañeo.

Archigobernador Kieran. Qué extraño. No me imagino a mi reservado y educado hermano ocupando el cargo que en su día ostentó Nerón au Augusto.

—Cuéntanos más. Llevamos meses desconectados. ¿Qué más sabes? —exijo, ya ebrio y ansioso de información.

—No mucho. El Sistema es una papilla oscura. Hay una nueva arma dorada, aunque puede que sea una de las nuestras. ¿Del Confín? ¿De Quicksilver? Quién sabe. Está causando estragos en los sensores y en las transmisiones desde aquí hasta el Cinturón. Hay huellas falsas por todas partes. Llamaradas solares. Una guerra láser en los telescopios. Drones con bombas atómicas. Si les sumas eso a los cascos de nave rotos que giran por todas partes, obtienes un buen desastre. Estamos dando pelea, creo, pero podemos afirmar con total seguridad que no estamos ganando la guerra. El Confín ha entrado con fuerza.

—¿Quién está al mando? —pregunta Hárnaso.

—Helios tiene la Armada del Polvo y Dido la del Dragón —responde Char.

Thraxa y yo intercambiamos una mirada. El Confín ha traído a dos de sus tres armadas principales. Lo de Helios tampoco es una buena noticia. Es su mejor comandante astral. Un veterano durísimo que me dobla en edad y experiencia.

—¿Y Quicksilver? ¿Ha vuelto a Marte? —pregunto.

Char frunce el ceño.

—El rumor es que ha dejado la guerra.

Miro a Char de hito en hito.

—¿Que ha dejado la guerra? Pero si fue él quien la inició con Fitchner.

Parece que le molesta lo poco que sé.

—Sefi también está muerta. El padre de Ragnar le hizo el águila de sangre.

Lo miro sin entender. ¿Se supone que está hablando en común?

—Gobierna a los obsidianos y robó lo mejor de la flota del Pueblo antes de huir de Marte.

Thraxa y yo volvemos a mirarnos. Está cubierta de tatuajes obsidianos.

—El padre de Ragnar sería viejísimo. Si es que está vivo.

—Un impostor —dice Thraxa con desprecio—. ¿Huyeron de Marte? ¿Intonso también?

Char parece abrumado por nuestras preguntas.

—Eso da igual —suelto—. ¿Qué me dices de Sevro? —Thraxa esboza una mueca de desdén, mucho más interesada en los obsidianos—. ¿Dónde está?

Char no contesta. Hay distancia entre nosotros. Culpa.

—Creía que estabas muerto. Me dijeron que estabas muerto, los contrabandistas que nos sacaron de Mercurio. Todo el mundo cree que estás muerto —dice—. Y lo medio pareces.

Siento una punzada de pesar. Como si me hubieran dejado atrás, superado. Pasado de moda, olvidado.

—No tenía claro si alguien más había logrado salir de Mercurio —murmuro. Busco a su espalda—. No veo que Rhonna esté contigo.

—No.

Se me forma un nudo en la garganta. La última vez que vi a mi sobrina, Lisandro le había destrozado la cara tras disparar a Alexandar en la cabeza. Bajo la mirada. ¿Cómo voy a decirle a Kieran que abandoné a su hija? Al archigobernador Kieran.

—Su lanzadera no llegó al Estrella de la Mañana antes de que estallara el pulso electromagnético —dice Char—. Cayó en la ciudad. La única razón por la que nosotros sí conseguimos escapar es que algunas de las lanzaderas de asalto del Estrellaquedaron protegidas del pulso electromagnético por el casco. No podíamos ponernos en órbita, así que nos escondimos en las montañas hasta que contratamos a unos contrabandistas de hierro para que nos sacaran a escondidas del planeta. Les robamos la nave antorcha que ellos, a su vez, le habían robado a la flota de Votum. Está más maltrecha de lo que parece. Ha perdido la mitad de las armas. La armadura está incompleta. Pero tiene un transpondedor de Votum y vuela como un murciélago que se escapa del infierno. Debería bastar para llevarnos a casa.

—¿Cuántos sois? —pregunta Hárnaso.

—Dos mil once. Lo único que logré sacar de Heliópolis. En la nave antorcha hay sitio para más. Pero estamos muy apretados. Espero que tengáis comida.

—Raciones de combate antiguas —digo—. Muchas.

Pasea la mirada por los túneles del fondo del hangar.

—¿Esta es toda tu gente?

Cuando asiento con la cabeza, no parece decepcionado, sino enfadado. Siento el peso de su acusación.

—Estuviste semanas en Mercurio... —empiezo—. El resto de las legiones. Los que no pudieron salir. ¿Qué les pasó?

Me escudriña el rostro.

—¿Te importa?

Si me hubiera apuñalado, me habría dolido menos.

Thraxa le clava un dedo en el pecho.

—Tu archiemperador te ha hecho una pregunta, Char.

Ahora somos dos tribus diferentes. Entorno los ojos. ¿Hasta qué punto desea nuestra comida?

—Una carnicería. —Char desvía la mirada y esa pena común condena a mis ojos entrecerrados—. Los que no murieron de hambre dentro del Estrella de la Mañana ni fueron devorados por los sabuesos de Atalantia terminaron empalados por Atlas. Desde Heliópolis hasta Tyche. Al resto los enviaron a las minas de hierro de Votum. Lo vi desde el aire. El camino que formaron.

«Desde Heliópolis hasta Tyche».Tendría que haber matado a Atlas cuando lo tuve en mis manos. Del mismo modo que tendría que haber matado a Lisandro. ¿Es que no hay piedad que quede impune?

—¿Acaso no hay vítores para el héroe del momento ni para el helio que ha hurtado? —grita una voz de patricio desde el umbilical.

Thraxa masculla una maldición fina. Con los rizos dorados centelleantes a la lúgubre luz del hangar, el maldito Belona entra y posa como un galante maestro de la hoja que entra en el Sangradero entre los gritos amorosos de los florecillas aduladores. Cuando lo único que lo recibe es el silencio, suspira, decepcionado, y se dirige hacia mí con cuatro contenedores de helio procesado y apto para naves de guerra en equilibrio sobre los hombros. Llevan estampada el águila de Belona.

A pesar de que Casio es ofensivamente apuesto, mide más de dos metros quince, tiene la constitución de un boxeador de altagravedad y está resplandeciente con su capa gris de viajero, todas las miradas se vuelven hacia la mujer morena que lo sigue. Aunque viste un mono de tripulante lleno de mugre y lleva una pistola, Aurae está tan fuera de lugar entre nosotros, un hatajo de soldados rudos, como una orquídea en un cinturón de municiones, y no solo porque Casio y ella sigan teniendo pelo.

Aurae es una rosa singular. No es una fuente de excitación barata con alas de ángel, o con cuernos, o con una cola sedosa, esperando a un cliente en un club de Perlas. Y tampoco una Helena de Troya, el tipo de pura sangre ostentosa que veríamos agarrada del brazo de Atalantia o de Apolonio. Aurae es una hetaira de Raa. Una belleza de sombra y polvo con una tragedia otoñal escrita en los rasgos. Tiene la cara alargada. La piel, de un tono más oscuro que el de la oliva. El cabello espeso, ondulado y de un negro azulado, aunque nunca parece ser del mismo color ni estar recogido en la misma trenza dos veces. Es imposible adivinar su edad. Algunos aventuran que cuarenta, otros que treinta, otros que veinte. Son sus ojos los que hacen que esto último sea imposible. Son grandes, de color rosa oscuro y viejísimos.

Puede que mis tropas chismorreen y difundan calumnias, pero, cuando ven los brazos esbeltos de Aurae sufriendo bajo el peso de un solo contenedor de helio-3, una decena de hombres y alrededor de quince mujeres se apresuran a ayudarla. Thraxa los aparta a todos de un empujón y coge el contenedor. Hárnaso intenta fingir que no está celoso de la sonrisa suave que Aurae le dedica a Thraxa.

Acostumbrado a la reacción, Casio pone cara de hartazgo y deposita sus cuatro contenedores en el suelo con elegancia. Posa un pie encima de uno de ellos y se apoya en la rodilla. Desvío la mirada hacia el helio y me imagino abrazando a Virginia en cuanto desembarque del Arquímedesen Agea.