El precio del amor - Colleen Collins - E-Book
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El precio del amor E-Book

Colleen Collins

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Beschreibung

¿Hasta dónde se podía llegar con el dinero? Louie Ragazzi era un antiguo delincuente, sexy y un poco peligroso…. Y Alicia Hansen estaba enamorada de él. Estaba decidida a ayudarlo a superar su turbulento pasado, y para ello lo tenía todo, incluido el dinero. Louie se negaba a dejarse comprar por nadie, pero tras pasar unos días con ella intentando dejar atrás su historial delictivo, empezó a considerar la idea de asociarse… y algo más.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Colleen Collins

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El precio del amor, n.º 1476 - agosto 2014

Título original: Can’t Buy Me Louie

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4637-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

Louie había estado en un buen número de celdas, pero jamás vestido de chef de cocina.

Mientras se decía con fastidio que ni siquiera le gustaba el blanco, trataba al mismo tiempo de no pensar en otras cosas menos triviales a las que les había estado dando vueltas desde que la policía lo había pillado en ese maldito solar en construcción. No tenía ninguna duda de que podría pasarse años entre rejas sólo por intento de secuestro. Y para colmo había que sumar posesión de arma de fuego, robo de vehículo y todo lo que esa gente rica quisiera añadir. En poco tiempo su visión del mundo podría estar enmarcada por una bonita ventana con barrotes para el resto de sus días.

Louie se frotó los ojos. Había cometido muchos errores en los últimos días, pero el más colosal había sido arrastrar a Bombón a la camioneta. Con la tontería del móvil en el sujetador y de la lucha en el césped, habían perdido un tiempo valioso. De no habérsela llevado habría llegado por lo menos diez minutos antes al solar, y así habría tenido tiempo para obligar a Kirk a que, de un modo u otro, le dijera dónde estaba el toro.

Adiós toro y adiós negocio de pesca en Los Cayos. Hola calabozo.

Clic, clic, clic...

Louie dejó de frotarse los ojos. Reconocería ese ruido en cualquier sitio; era el repiqueteo de unos tacones altos avanzando a su antojo.

—¡Aloha!

Sí. Y ésa era la voz que acompañaba a esos tacones. Louie dejó de frotarse los ojos y miró a la señorita Bombón a través de los barrotes.

Parecía como si alguien la hubiera envuelto en una toalla de playa muy ceñida. Una toalla de playa que se ceñía a sus pechos turgentes, a sus caderas redondeadas, a su trasero apretado...

Mirándola, cualquier hombre hubiera querido quedarse tumbado sobre aquella toalla de playa el resto de sus días...

Pestañeó al ver a Louie mientras jugueteaba con la flor fucsia que adornaba su pelo. En sus ojos verdes había un brillo de emoción.

¿Ojos verdes? Recordaba perfectamente que antes habían sido azules. Sabía que las mujeres se cambiaban a menudo de color de pelo, ¿pero de ojos?

Bombón les echó una mirada a los policías que la acompañaban y que ya charlaban entre ellos y después se volvió a guiñarle un ojo a Louie.

Él frunció el ceño. ¿Pero qué hacía? ¿Le estaba haciendo una seña, delante de la policía, allí en el calabozo? Louie había estado con bastantes personas extrañas, pero Alicia se llevaba la palma.

El tintineo de unas llaves le llamó la atención. Bajó la vista y vio que uno de los policías tenía un juego en la mano. Parecía que alguien iba a salir muy pronto de allí.

Louie miró hacia la celda que estaba frente a la suya. La mayoría de las personas que la ocupaban eran familiares de Alicia cuya identidad había adivinado por lo que les había oído hablar.

—¡Os he pagado a «todos» la fianza! —gritó Alicia en tono victorioso, ajena al hecho de que nadie hubiera respondido a su hawaiano saludo.

Louie notó que llevaba las uñas pintadas de naranja, a juego con el vestido, y un sombrero en una mano.

—¿Incluso la nuestra? —le preguntó Louie en tono funesto, sabiendo que no saldría de allí.

—«Especialmente» la vuestra —le respondió Alicia en un tono sensual que le hizo estremecerse.

La miró y vio en sus ojos aquella mirada de ardor que había visto mientras forcejeaban sobre el césped.

—Mi abogado y yo nos hemos asegurado de que se retiraran todos los cargos, aunque a la policía le fastidió un poco que empuñaras esa pistola en el solar. Por esa razón el juez ha impuesto una serie de condiciones especiales...

¿Condiciones especiales? A Louie se le encogió el estómago mientras miraba a Alicia a los ojos. Seguramente ni siquiera sabría poner a hervir un poco de agua, pero sin dudarlo había «cocinado» algo con el juez. Y Louie que había pensado que sólo servía para hacer mohines... Después de todo parecía que Alicia también era capaz de hacer negocios. Mientras fuera a su favor, por supuesto.

—Tengo que anunciar algo —continuó Alicia en ese tono alto y elocuente que suelen utilizar las damas pomposas—. No habrá boda.

Le echó una mirada a Louie, que notó que Alicia tenía las mejillas más sonrosadas que aquella flor exótica que llevaba en el pelo.

De pronto se quedó pensativo ¿En qué estaría pensando ella? Tal vez no se fuera a casar con ese tipo, pero estaba cometiendo un grave error si se había fijado en él. Tal vez hubiera tenido tres esposas, pero en el fondo tenía alma de soltero, y se lo haría saber en cuanto salieran de allí. Un gemido entrecortado lo sacó de sus pensamientos. Miró la celda donde estaban los familiares de Alicia y vio a la señorona llevándose la mano al pecho y volteando los ojos con dramatismo.

—Ay, mamá, no pasa nada —le dijo Alicia para quitarle importancia—. Le diremos a todo el mundo que hemos decidido cambiar de planes.

—¿Sabes cuántas personas se han desplazado ya en avión? La familia de la tía Kay, el tío Shaun, los Kaufman... —su madre siguió mirando al techo mientras continuaba recitando nombres.

—Mamá, la cosa no tiene tanta importancia. De todos modos, no canceles nada; la gente aún puede disfrutar de la fiesta.

¿Fiesta? ¿Acaso esa mujer siempre trasformaba las situaciones problemáticas en eventos especiales? ¿Del mismo modo que convertía una sentencia de cadena perpetua en unas condiciones especiales?

Louie empezó a preguntarse de nuevo cuáles podrían ser esas condiciones especiales mientras Alicia le decía algo a su ex prometido de por qué no estaban hechos el uno para el otro.

Louie pensaba con asombro en la facilidad con la que Alicia terminaba con cosas como el compromiso, la boda... Lo único que necesitaba era una buena razón para que también rompiera con él. La ocurrencia lo animó. Con cualquier comentario fuera de lugar, saldría huyendo de vuelta a su casa.

Louie miró a Kirk, el ex prometido de Alicia, preguntándose si el tipo pensaría también que la princesa y él no estaban hechos el uno para el otro. Él mismo podría habérselo dicho desde que la había visto; ella quería a alguien ardiente y peligroso, y no a un tipo responsable y de buen talante.

De repente Alicia se dio la vuelta y aleteó sus pestañas en dirección a Louie.

—Y en cuanto a mí —dijo con timidez—, estoy enamorada de este chico malo y apuesto que me ha enseñado lo que es la pasión, los sueños y... bueno, lo que es la vida...

Louie se puso alerta. ¿Enamorada? ¿Un beso y enamorada? Detestaba pensar lo que pasaría si se acostara con ella. Tenía que decirle que él sólo salía con pelirrojas.

Alicia sonrió con gesto triunfal y miró a su alrededor.

—Louie y yo vamos a marcharnos juntos a vivir a Los Cayos de Florida, donde planeamos montar un negocio de pesca —anunció en voz alta.

Se oyó un golpe seco.

En un principio Louie pensó que era su corazón que se le había caído al suelo, antes de darse cuenta de que la señorona se había desplomado sobre el banco mientras rogaban que le llevaran un Martini.

A él tampoco le iría uno mal. ¿Alicia tenía idea de irse a vivir a Los Cayos? ¿Y compartir juntos un negocio de pesca? Esa chica necesitaba que alguien le hiciera volver a la realidad.

Louie continuó mirando a Alicia, ignorando el siguiente evento que tenía lugar en ese momento en la celda de la familia, donde Kirk le estaba pidiendo a la otra chica que se casara con él... Desde luego él se había dado cuenta de que esos dos estaban hechos el uno para el otro desde eso que habían hecho cuando habían estado atados.

Louie miró a Alicia. Él era un hombre de sangre fría que no iba a permitir que una chiquilla lo trastornara. En pocos minutos quedaría libre y escucharía aquellas «condiciones especiales» que tenía que cumplir. Entonces se llevaría a Bombón a un lado, le diría que había engordado un poco, que a él sólo le gustaban las pelirrojas y que lo de Los Cayos no estaba a su alcance.

Se sonrió, imaginándosela volviendo a casa corriendo con esos pies delicados subidos sobre aquellas sandalias de tacón alto. Clic, clic, clic...

—¡Louie, cariño, espera!

¿Cariño? Louie continuó avanzando en dirección opuesta a la comisaría de policía, sin volver la vista atrás. Sólo porque hubiera pagado su fianza no quería decir que lo hubiera comprado. Ella parecía tener otra opinión; porque aunque él se había mostrado frío con ella mientras los policías tramitaban su puesta en libertad, Bombón corría en ese momento tras de él e intentaba atraerlo con apelativos cariñosos.

Y a Louie Ragazzi no le gustaban las mujeres pegajosas, a no ser que fuera él quien invitara a cenar y que estuviera de humor para ello.

Su cohorte, Shorty, jadeaba detrás de él para no perder el paso; pero no se quejaba. Porque seguramente Shorty se habría dado cuenta de que la insistencia de Bombón le tenía de mal humor. Y si Shorty había aprendido algo en los últimos días era que no debía irritar a Louie más de lo estrictamente necesario; sobre todo cuando pasaba de estar de mal humor a tener un humor de perros.

—¡Lou, cariño! —clic, clic, clic—. No llevo zapatillas de deporte, ¿sabes?

Como si las llevara alguna vez. Louie dio la vuelta a la esquina para no tener que volver a ver el enorme edificio de cristal de la policía. Además, no quería que ningún policía viera el pequeño enfrentamiento que pensaba tener con Bombón.

Avanzó unos metros más y miró el cielo azul a través de las ramas de los árboles; entonces se volvió bruscamente y colisionó con un torbellino de naranja y fucsia.

—¡Ay! —gritó Alicia al chocarse contra él—. Lo siento... —se disculpó al ver que lo había pisado—. No lo he hecho adrede.

—Tú y tus malditos tacones de aguja —murmuró en tono brusco.

Aspiró una bocanada de aire fresco que le llegó mezclado con el aroma de su perfume; un perfume a melocotones especiados.

Sí, eso era ella; un melocotón especiado. Una dulzura envuelta en crema y rellena de deseo.

Una sensación de lujuria lo recorrió de la cabeza a los pies.¿Por qué había pensado en los melocotones? En ese momento sólo era consciente de la mujer que tenía entre sus brazos; suave por fuera, madura por dentro.

Pero debía continuar enfadado. Tenía que seguir y llegar hasta Jersey, a ver qué se le ocurría para sacar el dinero suficiente que le llevara a Los Cayos.

Y ya que estaba libre, no quería arriesgarse a pasarse la vida entre rejas otra vez. Tal vez sólo se las arreglara para vivir, o sólo saliera con las mujeres de una en una, pero iba a montar ese negocio de pesca en Los Cayos como que se llamaba Louie Ragazzi.

Entonces la soltó.

—Tenemos que hablar —le dijo con brusquedad.

Cloc, cloc, cloc.

La madre de Alicia dio la vuelta a la esquina y se unió al grupo.

—Alicia, cariño —le dijo sin aliento—. Tenemos que hablar de este lío de que te vas a marchar... —hizo una pausa para tomar aire—. Sabía que deberías haber continuado más tiempo con el tratamiento.

Un hombre joven y delgaducho, sin duda el hermano de Alicia, fue el siguiente en dar la vuelta a la esquina. Se detuvo, observó la escena y echó un vistazo a su Rolex de pulsera.

—Ay, qué bien —dijo Alicia, mirando por encima del hombro de Louie—. Ahí está nuestro taxi.

Louie se dio la vuelta. En ese momento un taxi blanco y rojo se detenía junto a la acera. Louie volvió la cabeza de nuevo y vio a Alicia hablando animadamente con su madre.

—Louie y yo vamos a tomar un taxi al aeropuerto, así que aquí tenéis las llaves de mi coche...

—De eso nada —la interrumpió Louie.

Alicia, que en ese momento tenía la mano metida en aquella monstruosidad de paja que parecía ser su bolso, ignoró sus palabras y le pasó a su madre un llavero lleno de llaves.

—Cariño —le dijo la madre—. Estás exagerando. Lo mismo que hacías cuando eras una adolescente. No hay necesidad de salir huyendo. Vuelve a casa, pasa el día en el centro de belleza y vamos a planear un viaje para hacer compras en París o en Roma...

Al ver lo buena que era la madre con aquel modo de hablar tan pedante, Louie decidió retroceder y dejar que se encargara ella. La mujer convencería a Alicia para que se quedara, y él la ayudaría si era necesario.

—No —dijo Alicia en un tono cortante que a Louie le pareció bastante concluyente—. Me marcho con mi amante y se acabó.

—¿Con tu amante? —la mujer miró a Louie con incredulidad—. Pero es tan... tan...

Había llegado el momento de echarle un cable.

—Soy tan malo, asqueroso, un cerdo —terminó de decir Louie—. Además, he estado casado tres veces —miró a Alicia—. Pero, para que quede claro, nunca he sido su amante.

—¿Y cómo llamas lo que pasó en la despensa? —le soltó Alicia echando chispas—. ¿O lo que ocurrió sobre el césped de la casa de ese extraño?

Louie sacudió la cabeza. Había llegado el momento de largarse, de volver a la realidad.

—¿Cuánto dinero tienes, Shorty? —le preguntó Louie.

Shorty, que jugueteaba con una caja de cigarrillos que tenía en la mano, dijo:

—Esto, treinta, tal vez cuarenta pavos.

—Dámelos.

Shorty le pasó un fajo de billetes y algo de cambio y Louie se metió el dinero en los bolsillos mientras avanzaba hacia el taxi.

—Ya veremos lo de los billetes cuando lleguemos al aeropuerto —dijo Louie mientras le hacía un gesto a Shorty para que lo siguiera.

—¡Soy la garante de vuestra fianza! —gritó Alicia, y Louie se paró en seco y se dio la vuelta—. Puedo entregaros a la policía por romper alguna de esas condiciones especiales.

—Lo primero, nunca me grites, y menos delante de una comisaría de policía. En segundo lugar, la poli ya me ha informado de esas condiciones especiales: nada de llevar armas de fuego o alcohol encima —levantó los brazos—. Y no llevo nada de eso. Estoy limpio y libre para marcharme; y voy a hacerlo ahora mismo —se dio la vuelta y continuó hacia el taxi.

—¡Hay otras condiciones especiales! —gritó Alicia.

Louie se paró, se dio la vuelta y la miró.

—¿Qué he dicho de gritar?

Estaba allí sola, parecía que su familia se había largado, y tenía las piernas ligeramente separadas y los brazos cruzados por debajo del pecho. Empezaba a hacer frío allí fuera, pero como de costumbre, Bombón parecía ajena al clima en su deseo por exponer toda la piel que le fuera posible. Tenía dinero para comprarse toda la ropa que le apeteciera, pero parecía preferir pantalones cortos y camisas o vestidos hawaianos, aunque estuvieran en pleno invierno. Con eso no podría estar en Jersey, donde el frío le calaba a uno hasta los huesos, a diferencia de aquel viento fresco que los de Colorado llamaban invierno.

Continuaba mirando a Alicia, observando cómo la luz del sol le hacía brillar su cabello rubio, como si fuera un halo.

Menudo ángel.

Más que un ángel, se comportaba como un diablo; y él no pensaba aceptar que nadie le diera órdenes, y menos una dama.

Ella se retiró el pelo de los ojos y se cruzó otra vez de brazos.

—Siento haberte gritado —dijo moviendo los labios exageradamente y volteando al mismo tiempo los ojos, como si aquélla fuera la conversación más estúpida que había mantenido en toda su vida.

Avanzó con aquellas ridículas sandalias de tacón y se paró delante de él.

—Y hay otras condiciones especiales —añadió Alicia, modulando la voz.

—¿Cómo dices? —le preguntó él en tono frío, mientras salvaba el espacio que los separaba de un paso.

—Mira, Lou —empezó a decir Shorty—. No metas la...

—A callar —gruñó Louie sin apartar los ojos de los de Alicia—. ¿Qué otras condiciones especiales son ésas? —preguntó en tono provocativo.

Alicia miró a Louie, cuya chaquetilla blanca de chef hacía juego con los pantalones. Tenía el traje sucio de cuando habían forcejeado en el solar en construcción. Tenía el pelo negro como el azabache, bastante despeinado, y sobre la frente le caía provocativamente un tirabuzón. En sus ojos negros tenía una mirada tan pícara y penetrante que Alicia casi se olvidó de respirar.

Maldición, jamás había estado tan excitada en su vida.

—No juegues conmigo, Bombón —le rugió Louie—. Si lo haces, te quemarás. Es como jugar con fuego.

A ella nunca le había dicho que no un hombre. Su madre decía a menudo que el padre biológico de Alicia había sido un hombre de carácter y voluntarioso. Alicia suponía que eso lo habría heredado de él; y de no haberse quedado huérfana de padre a los cuatro años, habría aprendido a tratar a un hombre que le decía a una que no.

En lugar de eso se había criado con su madre, que no hacía más que inquietarse por ella en lugar de educarla, y con dos padrastros, o más bien ex padrastros, que siempre se habían mostrado más interesados en su madre y en el dinero de la familia que en hacer el papel de padre.

Al ver los ojos ardientes de Louie, Alicia se dio cuenta de que él quería que le tuviera miedo. Y por un momento pensó en fingirlo, en aparentarlo, pero lo cierto era que sabía que pronto lo tendría a sus pies, como a todos los demás hombres.

Sólo que él aún no lo sabía.

—No estoy jugando —contestó ella con cierta aprensión mientras se fijaba en una cicatriz que tenía Louie encima de la ceja—. Bueno, a lo mejor un poco —confesó, sorprendida consigo misma por haberlo hecho—. Sí, estoy jugando un poco contigo porque... —se pasó la lengua por los labios temblorosos—. Porque el espíritu libre que llevo dentro quiere volar sin mí.

Louie soltó una risotada.

—Cariño, baja de las nubes. Nadie, y menos una dama, va a cortarme los vuelos —se inclinó hacia delante y le acercó los labios a la oreja—. Lo que pasó entre nosotros fue divertido, Bombón, no amor.

Se retiró y le echó una mirada fría, invitándola al desafío. Por un momento se sintió despreciable por lo que le había dicho. Tal vez no siempre tratara a las personas con respeto, pero intentaba tratar bien a las damas, no hacerles daño a propósito. Y aunque sólo estuviera con una para pasar el rato, nunca se lo decía a la cara.

Tal vez fuera un gángster y un mujeriego, pero Louie Ragazzi no era un canalla.

Como si intuyera que había bajado la guardia, Alicia aleteó las pestañas con recato y se disculpó.

—Lo siento.

—No pasa nada —Louie miró a su alrededor y se encogió de hombros, evitando esa mirada de llorosos ojos verdes—. Dejémoslo aquí.

A Alicia le gustó esa manera de evitar su mirada, esa inclinación algo infantil de la cabeza. ¿Le habría tocado a Louie la fibra sensible? Sólo de pensarlo se animó a decir lo que quería sin rodeos.

—Louie —dijo, rozándole la mano con suavidad al mismo tiempo—. Ésta es la verdad, no más juegos. Te estoy pidiendo que te vayas a Los Cayos, con todos los gastos pagados. Tú tienes un sueño; y después de lo mal que lo he pasado planeando la boda que acabo de cancelar, yo necesito unas vacaciones.

—Lou —intervino Shorty—. ¿Con todos los gastos pagados? Es un buen trato, chico...

—Cállate, Shorty —le ordenó Lou.

—Y además —dijo Alicia—. Me gustaría ayudarte a financiar ese almacén de pesca con el que siempre has soñado.

—¿Almacén? —repitió él con sorna—. No voy a abrir un almacén, Bombón.

—Tengo dos billetes en primera clase a Los Cayos —respondió ella.

—Entonces me llevo a Shorty —dijo Louie con brusquedad, aunque aparentemente no muy contento de su elección.

Alicia aprovechó la ventaja.

—Le compraremos un billete a Shorty adonde él quiera...

—A Jersey —dijo Shorty sin vacilar.

Louie le echó otra mirada para silenciarlo.

—Eh —gritó una voz.

Todos se volvieron a mirar al taxista, que estaba apoyado sobre el capó, fumándose un pitillo.

—No me importa tomarme un descanso mientras corre el contador —dijo echando el humo por la boca—, ¿pero cuánto tiempo piensan quedarse aquí charlando? Tengo que recoger a otro cliente después de llevarlos a ustedes al aeropuerto.

—¡Ya vamos! —le dijo Alicia con dulzura mientras avanzaba hacia el taxi.

Louie la siguió. Aquella mujer le había llegado hondo, pero tenía que volver a tomar las riendas del asunto; decirle quién mandaba allí.

—¡Ah! —gritó Alicia mientras volvía la cabeza para mirar a Louie—. Y también te he comprado algo de ropa. Algunas camisas y pantalones cortos hawaianos... y unos cuantos pares de chanclas.

Louie no quería ni pensar en ponerse chanclas, o como se llamaran. Al llegar al lado de Alicia la agarró del codo y la apartó de la puerta.

—Basta ya —le dijo en voz baja—. Dame los billetes. Shorty y yo nos vamos a Los Cayos, no tú.

Alicia sonrió con dulzura, con demasiada dulzura, y se metió la mano en el bolso. En lugar de los billetes, sacó su teléfono rosa y cromo.

—¿Sabes cuál es la otra condición especial que empecé a contarte? —dijo mientras empezaba a marcar un número en el teléfono—. Que no debes tener contacto con la víctima...

—¿Qué víctima?

Ella aleteó las pestañas.

—Yo —hizo un gesto con la mano para silenciarlo—. Calla, estoy llamando al juez...

Él le quitó el teléfono de la mano, colgó la llamada y la miró con fastidio.

—Dame los billetes. Y, como te he dicho, me voy a Los Cayos con Shorty.

Alicia alzó la barbilla.

—Llamaré a la policía y les diré que esos billetes son robados. Un coche de policía irá a buscarte al aeropuerto.

Shorty aspiró con fuerza.

—Si es así Shorty y yo te dejamos aquí y nos volvemos a Jersey.

Alicia hizo una pausa para retirarle una pelusilla de la chaqueta.

—¿Cuántos años tienes, Louie? —le susurró, suponiendo que andaría sobre los treinta y cuatro o treinta y cinco—. ¿Cuántos años vas a malgastar en Jersey siendo un mal tipo, ahorrando para alcanzar un sueño que tal vez nunca se haga realidad?

Era un golpe bajo, pero por la mirada de tristeza que vio en sus ojos parecía que estaba diciendo una verdad como un templo. Entonces Louie la agarró del codo con ímpetu.

—Eres una mocosa.

Alicia se encogió de hombros con despreocupación, aunque el corazón empezó a latirle alocadamente al ver su mirada fiera de ojos oscuros. Bajó la vista y se recreó contemplando aquellos labios serios, esa pelusilla morena que cubría su mentón. Era un chico desobediente, malo, y sin duda todo lo que ella había soñado en su vida aunque jamás lo había tenido. El estómago se le encogió y las piernas empezaron a temblarle.

—¿Y qué quieres decir con eso... ?

Louie aspiró hondo y soltó el aire.

—Métete en el taxi —le dijo con brusquedad mientras se pasaba la mano por la cabeza.