El secreto de Alex - Maureen Child - E-Book
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El secreto de Alex E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Él no era un héroe de novela Para el experto en seguridad Garrett King, rescatar a una dama en apuros era una rutina diaria, aunque se tratase de una princesa sexy y deseable a la que pensaba tener muy cerca. Garrett sabía que la princesa Alexis había escapado de su palacio en busca de independencia y amor verdadero… un amor que creía haber encontrado con él. Pero Garrett no era un caballero andante, sino un experto en seguridad contratado en secreto por el padre de Alexis para protegerla durante su aventura. Era un solterón empedernido que no creía en los finales felices… pero un beso de la princesa podría cambiarlo todo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Maureen Child. Todos los derechos reservados.

EL SECRETO DE ALEX, N.º 1885 - diciembre 2012

Título original: To Kiss a King

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1222-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Aquello era un infierno, pensaba Garrett King.

Un grupo de niños pasó corriendo y gritando a su lado.

¿Disneylandia era el sitio más feliz de la tierra? Garrett no estaba de acuerdo.

¿Cómo se había dejado convencer para ir allí? No tenía ni idea.

–Te estás volviendo blando –murmuró, apoyando la mano en una barandilla de metal… para apartarla inmediatamente porque estaba pringosa.

–Podrías estar en la oficina –se dijo a sí mismo, limpiándose la mano con una servilleta de papel que tiró a la papelera–. Podrías estar comprobando facturas o buscando nuevos clientes. Pero no, tenías que decirle que sí a tu primo.

Jackson King había hecho todo lo posible para convencerlo de que participase en su pequeña aventura familiar. Su mujer, Casey, estaba preocupada por él porque lo veía demasiado solo. Casey era una buena chica, pero ¿a nadie se le había ocurrido pensar que un hombre estaba solo porque quería estarlo?

Podría haber dicho que no, pero Jackson le había tendido una trampa. Había hecho que sus hijas le pidieran al tío Garrett que fuera con ellos y, francamente, enfrentado con las tres niñas más adorables del mundo, había sido imposible decir que no.

–¡Eh, primo! –lo llamó Jackson. Y Garrett se volvió para fulminarlo con la mirada.

–¿Qué?

–Casey, cariño –dijo Jackson, volviéndose hacia su esposa–. ¿Has visto eso? Parece que mi primo no lo está pasando bien.

–Sobre eso… –lo interrumpió Garrett, levantando la voz para hacerse oír por encima de los gritos infantiles–. Estaba pensando que debería marcharme…

Alguien le tiró entonces de la pernera del pantalón y Garrett miró el rostro levantado de Mia.

–Tío Garrett, vamos a montar en la noria. ¿Quieres venir con nosotros?

A los cinco años, Mia King era ya una rompecorazones. Desde los ojos azules al diente que le faltaba en la encía superior o el hoyito en la mejilla, era absolutamente adorable. Y como no era tonta, sabía qué tenía que hacer para salirse con la suya.

–Ya… Garrett miró a sus hermanas pequeñas, Molly y Mara. Molly tenía tres años y Mara estaba aprendiendo a caminar. Y las tres juntas eran imparables, pensó. Una niña haciendo pucheros era irresistible, tres eran demasiado para cualquier hombre.

–¿Qué te parece si me quedo aquí y cuido de vuestras cosas mientras subís a la noria?

Jackson soltó una risotada que Garrett decidió ignorar. Pero aquello era increíble. Él era el propietario de una de las más respetadas empresas de seguridad del país y allí estaba, negociando con una niña de cinco años.

Los miembros de la familia King tenían una relación muy estrecha, pero Jackson y él eran amigos además de primos y habían trabajado juntos durante mucho tiempo. La empresa de seguridad de Garrett y la de Jackson, King Jets, estaban asociadas, aunque no fuera legalmente. Los millonarios clientes de Garrett contrataban los lujosos jets de Jackson y ambas compañías se beneficiaban de esa sociedad.

Por otro lado, la mujer de Jackson, Casey, era una de esas mujeres felizmente casadas que veían a todos los hombres solteros como un reto personal.

–¿Vas a subir a la noria con nosotros? –le preguntó Jackson. Tenía en brazos a Mara y cuando la niña tocó su cara, Garrett vio que su primo prácticamente se derretía. Algo curioso porque en los negocios Jackson King era un tiburón, un tipo al que nadie quería enfadar.

–No –respondió Garrett, tomando a la niña en brazos. Con la explosión de población en la familia King, estaba empezando a acostumbrarse a tratar con niños–. Esperaré aquí con Mara y vigilaré vuestras cosas.

–Podrías subir conmigo, tío Garrett –insistió Mia, clavando en él sus ojazos azules.

Él se puso en cuclillas para mirarla.

–¿Qué tal si me quedo aquí con tu hermana y cuando bajes me cuentas cómo lo has pasado?

Mia hizo un puchero, evidentemente poco acostumbrada a no salirse con la suya, pero enseguida sonrió.

–Bueno.

Casey tomó a las dos niñas de la mano y, sonriendo, se dirigió a la cola.

–No te he pedido que vinieras a Disneylandia con nosotros para que te quedases como un pasmarote –protestó Jackson.

–¿Y por qué me has pedido que viniera? No, mejor, ¿por qué te he dicho yo que sí?

Jackson soltó una carcajada.

–Una palabra: Casey. Mi mujer cree que estás muy solo y cualquiera le lleva la contraria.

Garrett miró a la niña que tenía en brazos.

–Tu papá tiene miedo de tu mamá.

–Desde luego que sí –admitió Jackson, dirigiéndose a la cola–. ¡Si empieza a protestar, hay un biberón en la bolsa de pañales!

–¡No te preocupes, puedo cuidar de una niña! –gritó él, pero Jackson ya había sido tragado por la multitud–. Estamos solos, pequeñaja –le dijo a la niña, que empezaba a revolverse, como si quisiera salir corriendo–. No, de eso nada. Si te dejase en el suelo saldrías corriendo y tu madre me mataría.

–Bajo –dijo Mara.

–No.

La niña frunció el ceño y después lo intentó con una sonrisa.

–Madre mía –murmuró Garrett, sin dejar de sonreír–. ¿Las mujeres nacen sabiendo cómo hacer eso?

De las casetas cercanas salía una musiquilla alegre y el olor a palomitas de maíz flotaba en el aire. Un perro con una chistera bailaba con Cenicienta para animar a la gente y Garrett tenía una niña en brazos… y se sentía fuera de lugar.

Aquel no era su mundo, pensó, meciendo a Mara cuando empezó a revolverse. Que le dieran una situación peligrosa: un asesinato, un secuestro, incluso un robo de joyas, y estaba en su elemento.

¿Pero aquella reunión familiar en un parque de atracciones? No, para nada.

Propietario de una de las empresas de seguridad más importantes del país, sus clientes iban desde la realeza europea a ricos empresarios y políticos. Como también ellos eran millonarios, los King sabían cómo mezclarse con ese tipo de gente y su reputación era impecable.

Su firma era la más buscada no solo en el país sino en todo el mundo y los mellizos King viajaban por todo el planeta, haciendo bien su trabajo.

Eso era lo suyo, se dijo a sí mismo mientras observaba a Jackson y su familia llegar a la cabecera de la cola. Casey llevaba a Molly en brazos y Jackson a Mia sobre los hombros. Parecían una familia perfecta y Garrett se alegraba de corazón. De hecho, se alegraba por todos los King que recientemente se habían lanzado a las procelosas aguas del matrimonio y la familia.

Pero él no pensaba apuntarse. Los hombres como él no creían en los finales felices.

–Pero no pasa nada –le dijo a Mara, dándole un beso en la frente–. Yo me conformo con pasar un rato con vosotros. ¿Qué te parece?

La niña balbució algo ininteligible y luego señaló con la manita a un hombre que vendía globos.

Garrett iba a comprarle uno cuando se fijó en una mujer a unos metros de él…

Alexis Morgan Wells estaba pasándolo de maravilla. Disneylandia era exactamente lo que había esperado que fuese. Le encantaba todo lo que la rodeaba: la música, las risas de los niños, los personajes de dibujos animados de tamaño natural paseando entre la gente. Le gustaban los jardines, los topiarios en forma de personajes de Disney, incluso el olor de aquel sitio. Olía a infancia, a sueños y a magia al mismo tiempo.

La musiquilla de la última atracción en la que había subido seguía sonando en sus oídos y tenía la sensación de que sería así durante horas…

Pero su buen humor desapareció cuando el hombre que había estado molestándola en la góndola apareció a su lado.

–Vamos, guapa. No estoy loco ni nada parecido, solo quiero invitarte a comer. ¿Tan horrible sería?

Ella se volvió, con una sonrisa impaciente.

–Ya le he dicho que no estoy interesada, así que déjeme en paz.

En lugar de mostrarse enfadado, los ojos del hombre se iluminaron.

–Ah, eres británica, ¿verdad? Me encanta el acento.

–Por el amor de Dios…

Iba a tener que librarse de su acento, se dijo a sí misma, porque llamaba mucho la atención. Aunque no era británico sino de Cadria. Si se esforzaba, podría fingir un acento americano. Al fin y al cabo, su madre había nacido en California.

Pensar en su madre la hizo sentir culpable, pero Alex decidió olvidarse de ello. Además, estaba absolutamente segura de que su madre entendería por qué había tenido que marcharse.

Después de todo, ella era una adulta inteligente y segura de sí misma. Y si quería tomarse unas vacaciones, ¿por qué iba no iba a hacerlo?

Bueno, ya se sentía un poco mejor…

Hasta que vio que su admirador seguía persiguiéndola. Ella intentaba pasar desapercibida y aquel hombre estaba llamando la atención.

Intentando ignorarlo, Alex apresuró el paso, moviéndose entre la gente con una gracia adquirida durante años haciendo clases de ballet. Llevaba una blusa blanca, vaqueros y sandalias de cuña, pero en ese momento desearía llevar zapatillas de deporte para salir corriendo.

Pero no, salir corriendo entre la gente como una lunática solo llamaría la atención, justo lo que ella quería evitar.

–Venga, guapa, solo quiero invitarte a comer.

–Yo no como –respondió Alex–. Me alimento de oxígeno.

El hombre parpadeó.

–¿Qué?

«Deja de hablar con él», se dijo a sí misma. «Ignóralo y te dejará en paz».

Se dirigía a unos toboganes gigantes cuando se fijó en otro hombre que la miraba. Era alto, de pelo negro y mandíbula cuadrada. Y tenía un bebé en brazos.

Al mirarlo sintió algo, como si lo reconociera. Como si hubiera estado buscándolo siempre. Desafortunadamente, a juzgar por la niña que llevaba en brazos, alguna otra mujer lo había encontrado antes.

–No vayas tan rápido –insistió el pesado que la perseguía.

Alex miró al hombre que llevaba el bebé en brazos y sintió como si estuviera tocándola con los ojos. Y, sin que ella le dijese nada, pareció entender la situación inmediatamente.

–Ah, ahí estás, cariño –la llamó–. ¿Por qué has tardado tanto?

Sonriendo de oreja a oreja, Alex aceptó la ayuda que le ofrecía. Él le pasó un brazo por los hombros y miró al tipo que la seguía.

–¿Algún problema? –preguntó su caballero andante.

–No –murmuró el tipo, sacudiendo la cabeza–. Ningún problema.

Y desapareció.

Alex lo observó alejarse entre la gente, exhalando un suspiro de alivio. No quería que nada estropease su primer día en Disneylandia. El hombre que estaba a su lado seguía teniendo el brazo sobre su hombro y le gustaba. ¿Cómo no iba a gustarle? Era alto y guapo y al verla en apuros le había ofrecido su ayuda.

–¡Gobo!

La voz de la niña que tenía en brazos interrumpió sus pensamientos y, recordando que probablemente su héroe era el marido de alguien, Alex se apartó.

–Qué guapa eres. Tu papá debe estar muy orgulloso de ti.

–Desde luego que sí –dijo el hombre, su voz era tan profunda que parecía enterrarse dentro de ella–. Y tiene dos más igual que esta.

–¿Ah, sí? –Alex no entendía por qué saber que tenía tres hijas le parecía tan decepcionante, pero así era.

–Mi primo y su mujer tienen otras dos niñas. Ahora mismo están en la montaña rusa y yo estoy vigilando sus cosas.

–Ah, ya –Alex sonrió de oreja a oreja–. ¿Entonces no es usted su padre?

Él sonrió también, como si hubiera sabido lo que pensaba.

–Yo no le haría eso a un pobre niño inocente.

Estaba disfrutando del inofensivo flirteo tanto como ella.

–¿Por qué no? Un héroe podría ser un buen padre.

–¿Héroe? No, para nada.

–Lo ha sido para mí hace un minuto –insistió ella–. No podía convencer a ese hombre para que me dejase en paz, así que agradezco mucho su ayuda.

–No tiene nada que agradecer. Si hubiera acudido a un guardia de seguridad, él se habría encargado de echarlo de aquí. Probablemente debería haberlo hecho.

No, de haber acudido a un guardia de seguridad habría tenido que firmar la declaración con su nombre y su identidad habría sido descubierta.

Alex negó con la cabeza, su melena rubia moviéndose de lado a lado.

–No era peligroso, solo molesto.

Él rio y a Alex le gustó el sonido de su risa.

–Gobo, Gar –insistió la niña, con una vocecita cargada de determinación.

–Ah, es verdad, el globo –Garrett le hizo una seña al hombre que vendía los globos, que se acercó de inmediato para atar uno de color rosa a la muñeca de su sobrina.

Mientras le pagaba, la niña movía el bracito arriba y abajo, gritando de alegría al ver que el globo bailaba a su antojo.

–Bueno, creo que deberíamos presentarnos –sugirió él–. Esta niña tan exigente es Mara y yo soy Garrett.

–Yo soy Alexis, pero puedes llamarme Alex –dijo ella, ofreciéndole la mano.

Garrett la estrechó y, al rozar su piel, Alex sintió un calor inesperado. Pero cuando la soltó, el delicioso calor se disipó.

–Bueno, Alex, ¿qué tal lo estás pasando?

–Hasta hace un momento, de maravilla. Me encanta este sitio –respondió ella–. Es la primera vez que vengo y había oído hablar tanto de Disneylandia…

–Ah, eso lo explica todo.

–¿Qué explica? –preguntó Alex, poniéndose tensa.

–Es tu primera vez en Disneylandia y lo estás pasando tan bien que toda esta multitud no te molesta.

–No, estoy encantada. Todo el mundo parece muy agradable, salvo ese impertinente –Alex dio un paso atrás. Por encantador que fuera charlar con aquel hombre tan guapo, sería mejor dar por terminada la charla y seguir adelante–. En fin, gracias otra vez por rescatarme, pero debería irme…

Él inclinó a un lado la cabeza.

–¿Has quedado con alguien?

–No, pero…

–¿Entonces por qué tanta prisa?

El corazón de Alex se aceleró. No quería que se fuera y eso era muy agradable. Además, le caía bien, le gustaba.

Mirando los pálidos ojos azules de Garrett, lo pensó un momento. Tenía que intentar pasar desapercibida, pero eso no significaba que tuviera que ser una ermitaña durante sus vacaciones. ¿Y qué clase de vacaciones serían si no incluyeran un poco de romance?

–¿Qué tal si te quedas un rato con nosotros? –sugirió él–. Así me rescatarás de esta pandilla.

–¿Tú necesitas que te rescaten? –replicó Alex, burlona.

–Te aseguro que mis sobrinas me tienen tomada la medida. Si no estás aquí para protegerme, a saber lo que podría ocurrir.

Tentador, pensó ella. Solo llevaba tres días en Estados Unidos y ya se sentía un poco sola. Era liberador, desde luego, pero también un poco deprimente. Y no podía llamar a los pocos amigos que tenía en Estados Unidos porque en el momento que lo hiciera su familia descubriría su paradero y su momento de libertad terminaría abruptamente.

No le haría daño a nadie si pasara el día con un hombre que le gustaba y con una familia a la que él claramente adoraba.

Alex respiró profundamente, decidida a dar el salto.

–Muy bien, de acuerdo. Me encantaría rescatarte.

–Estupendo –dijo él–. Mi primo y su familia volverán en cualquier momento. Mientras esperamos, ¿por qué no me cuentas de dónde eres? Tu acento suena británico, pero no exactamente…

Alex se alteró un poco al escuchar eso, pero intentó disimular.

–Tienes buen oído.

–Eso me han dicho. Pero esa no es una respuesta.

No, no lo era, y qué astuto por su parte darse cuenta. La habían entrenado desde niña a responder de manera evasiva… su padre se habría sentido orgulloso de ella.

«Nunca respondas a una pregunta directamente, Alexis. Cuidado con lo que dices, Alexis, tienes una responsabilidad hacia tu familia, tu corona, tu gente».

–Eh, Alex.

La voz de Garrett interrumpió sus pensamientos, afortunadamente. Era la segunda vez que la rescataba ese día. No quería pensar en sus deberes, en su papel en la historia de su país. No quería ser nada más que Alex.

De modo que en lugar de ser evasiva, sugirió:

–¿Por qué no intentas averiguar de dónde soy? Yo te diré cuándo has acertado.

Él enarcó una oscura ceja.

–Estás retando al tipo equivocado, pero como quieras. Cinco dólares a que lo acierto antes de que termine el día.

Esperaba que no fuera así porque eso lo arruinaría todo.

–¿Cinco dólares? No es mucho.

Garrett sonrió y esa sonrisa envió una nueva ola de calor por todo su cuerpo.

–Estoy abierto a negociaciones.

–No, no, me parece bien –se apresuró a decir ella.

Tal vez no estaba preparada para un romance. O tal vez Garrett era demasiado para ella. En cualquier caso, decidió que lo mejor sería calmar un poco las cosas.

–Cinco dólares me parece bien.

–De acuerdo entonces, pero deberías saber que no se puede apostar conmigo. Siempre gano.

–Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?

–No tienes idea.

Alex sintió un escalofrío. Pero, nerviosa o no, le gustaba lo que sentía estando con él. ¿Qué tenía que la afectaba tanto?

–¡Qué divertido ha sido, tío Garrett!

Un diminuto remolino corrió hacia ellos y se abrazó a las piernas de Garrett, antes de mirarla a ella con gesto receloso.

–¿Quién eres?

–Es Alex –dijo él–. Alex, te presento a Mia.

–Hola, Mia.

La niña se agarró a las piernas de su tío con más ímpetu.

–Cariño, no salgas corriendo cuando hay tanta gente –escucharon entonces una voz masculina.

Alex se volvió para ver a una atractiva pareja acercándose a ellos, el hombre con una versión más pequeña de Mia en los brazos.

–Alex, te presento a mi primo Jackson y su mujer, Casey. Y esa niña tan guapa es Molly.

–Encantada de conoceros.

Jackson la miró de arriba abajo y le hizo un guiño a su mujer.

–Dejamos a Garrett solo cinco minutos y encuentra a la mujer más guapa de Disneylandia… –Casey le dio un codazo en las costillas–. Sin contarte a ti, cariño. Tú eres la mujer más guapa del mundo.

–Sí, claro, ahora –riendo, Casey se volvió para mirar a Alex.

–Encantada de conocerte.

–Siempre has sido un casanova, Jackson –bromeó Garrett.

–Por eso me quiere –respondió su primo, besando a su mujer en la frente.

Alex sonrió. Era tan agradable ver que aquella familia mostraba afecto públicamente que sintió una punzada de envidia. En cambio, ella había tenido que escapar de la suya… aunque los echaba de menos, incluso a su dictatorial padre.

–Debo admitir que estoy un poquito abrumada –les confesó–. Es la primera vez que vengo a Disneylandia y…

–¿La primera vez? –la interrumpió Mia–. Pero si tú eres mayor.

–¡Mia! –exclamó Casey, horrorizada.

Garrett y Jackson soltaron una carcajada a la que Alex se unió de inmediato. Inclinándose para mirar a Mia a los ojos, le dijo:

–Es horrible, lo sé. Pero yo vivo muy lejos de aquí.

Mia pareció pensarlo un momento antes de volverse hacia su madre.

–Deberíamos subir a la montaña rusa con Alex.

–Esa es tu atracción favorita –la regañó su padre.

–Pero a ella también le gustaría, ¿a que sí, Alex? –la niña se volvió para mirarla con gesto implorante.

–¿Sabes una cosa? Estaba preguntándome dónde estaría el famoso Ghost Ride.

–¡Yo te llevaré! –Mia tomó su mano y empezó a caminar, esperando que toda la familia las siguiese.

–Creo que ahora sí vas a pasar el día con nosotros –bromeó Garrett.

–Eso parece –respondió Alex, encantada.

Estaba en un sitio del que había oído hablar toda su vida y, además, acompañada. Había niños con los que reír y gente con la que charlar… todo era casi perfecto.

Pero cuando miró los ojos azules de Garrett, se dijo a sí misma que era más perfecto de lo que había imaginado.

–Y después de montar en el Ghost Ride, podemos subir al barco de los piratas… –Mia no paraba de hablar.

–Molly, cariño, no toques a ese bicho –dijo Jackson.

–¿Un bicho? –repitió Casey, poniendo cara de asco.

Sin soltar a Mara, Garrett se acercó a Alex.

–Prometo que después de montar en la atracción yo me encargaré de que puedas hacer lo que quieras.

Lo curioso era que, aunque él no lo sabía, ya estaba haciendo lo que quería hacer.

Quería ser aceptada por sí misma, pasar un día sin tener que preocuparse más que de pasarlo bien y, sobre todo, quería conocer gente y caerles bien por ser Alex Wells.

No porque fuera Su Alteza Real, la princesa Alexis Morgan Wells, del reino de Cadria.