Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
SI MANDA EL VÍDEO, ¡LO PERDERÁ TODO! Es de noche, tarde, y la recién nombrada inspectora, Cecilie Mars, comete un gran error que tendrá graves consecuencias para ella. Ese error ha sido grabado por una figura anónima que empezará a chantajear a Cecilie con revelar todo si no sigue su astuto plan. Involucrada en un siniestro dilema de chantaje y vigilantismo, Cecilie se ve obligada a dedicir hasta dónde está dispuesta a llegar para que realmente se haga justicia. Al mismo tiempo, se empieza a dar cuenta de que esa figura podría no ser tan desconocida al final... El vigilante de las sombras es un thriller escandinavo protagonizado por la inspectora de policía, Cecilie Mars, perfecto para lectores que le gustaron las series de Netflix "El puente" o "El caso Hartung" .
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 399
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Michael Katz Krefeld
Translated by Rodrigo Crespo Arce
Saga
El Vigilante de las Sombras
Translated by Rodrigo Crespo Arce
Original title: Mørket Kalder (Cecilie Mars 1)
Original language: Danish
Copyright ©2018, 2024 Michael Katz Krefeld and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728297315
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
“Padecerán una terrible venganza, furiosos escarmientos, y sabrán que soy yo, Yahveh, cuando sufran mi venganza.”
Ezequiel, 25 – 17
A mi preciosa esposa y mi mejor amiga, Lis
Desde su posición, junto al cuello del hombre, Fie veía ante sí al dragón, que la miraba fijamente con la boca abierta. Se movía al ritmo del cuerpo que la penetraba intensa y profundamente, una y otra vez. El dragón la observaba sin compasión, con la misma mirada de reptil que su dueño. Era un dragón viejo; mucho más viejo que los dieciocho años que ella tenía.
Se tambaleó bajo la escasa luz de las farolas, camino de los silos de hormigón del barrio de Bellahøj, con los edificios desgastados que se elevaban a su alrededor. Tuvo que apoyarse en una farola para no caerse, y el contacto del frío metal contra la palma de la mano le recordó a la resplandeciente navaja que le puso delante de la cara: Las calientapollas se las tienen que ver con esta. Continuó por la calle desierta al final de la cual se hallaba su portal, pasando por las canchas de baloncesto con las redes ondeando al aire. Le resultaba imposible controlar el temblor de las manos y sacar las llaves del bolsillo de la cazadora le resultó casi imposible. Cuando por fin consiguió entrar, se dirigió al ascensor y abrió la puerta del cubículo que la miraba fijamente; intentó recobrar el aliento. Sentía todo su peso sobre ella y su férrea mano en el cuello. La vista se le nubló y el grito de socorro se ahogó antes de alcanzar la garganta. Por fa… vor, fue lo único que pudo decir; una palabra que le hizo reír. Se excitó y le arrancó los pantalones. Hierba fría bajo sus nalgas. Dedos ásperos de fumador en su vagina. Estás taaaan mojada. Luego, una sensación cortante desde abajo hasta el diafragma. Durante un segundo pensó que le había metido la navaja y no su pene. Toma esto. Toma esto, zoo… rrrra… Tropezó, excitado con sus propias palabras.
Soltó la puerta del ascensor y se volvió hacia las escaleras. Cada peldaño le provocaba un dolor inmenso que le recordaba las embestidas del hombre acompañadas con un gruñido. Un sonido que ahora le llenaba la mente y el hueco de las escaleras. Seis pisos, ciento ocho peldaños. Una eternidad, como la vivida junto al dragón en el oscuro paisaje del parque.
Entró en el piso y anduvo con cuidado. Del dormitorio le llegó la voz somnolienta de su madre:
—¿Eres tú, Fie? —seguido de un—esto… es un poco tarde ¿no? —Dejó el bolso y la cazadora vaquera en la entrada. La luz del dormitorio se encendió y sintió el crujido de la cama cuando su madre se incorporó. Fie cruzó rápidamente el pasillo en dirección al cuarto de baño. Con presteza cerró la puerta y echó el cerrojo. Un instante después vio la silueta de su madre recortarse en el vidrio opaco.
—¿Te encuentras mal? —le preguntó. Fie no respondió.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, —acertó a responder.
—¿Estás borracha?
—No… bueno, un poquito.
Oyó un suspiro al otro lado de la puerta.
—¡Recuerda que hemos prometido ir pronto a casa de la abuela, Fie!
—Sí, sí… buenas noches, mamá.
—Buenas noches, cariño. —Un momento después se cerró la puerta del dormitorio. Fie se quedó ante el lavabo, mirándose al espejo. En el cuello se le empezaban a notar los moratones y bajo el ojo izquierdo tenía un corte de la navaja. En el pelo negro y enmarañado brillaban unas briznas de hierba de un verde neón, y tenía la cara hinchada por el llanto. Su mirada vacía y la boca abierta con labios temblorosos reflejaban aún la conmoción. Se daba asco a sí misma. Qué patética, pensó al verse. Apartó la vista del espejo y se desvistió rápidamente. Las bragas tenían manchas de sangre fresca, que lavó antes de echarlas en el cesto de ropa sucia junto con el resto de la ropa. Vio el pequeño monedero de lentejuelas sobresaliendo de uno de los bolsillos del pantalón. Tú no eres una cerda chivata, ¿verdad? Se había quedado con su tarjeta sanitaria en la que figuraba su dirección, y la había avisado de que no hablase con nadie de ello, o le haría una visita con la navaja. Le aseguró que no se lo diría a nadie; él sonrió y le puso un billete de doscientas coronas en el monedero. Para un taxi, cielo, o para que te compres alguna cosilla mañana. No entendía nada. Sacó el billete y lo hizo pedazos, y luego lo echó por el inodoro. Tiró de la cadena y observó cómo los trocitos desaparecían en el remolino. Mañana todo habría pasado. Se despertaría y lo habría olvidado todo.
Era última hora de la tarde y el bar deportivo de Vester Voldgade estaba a reventar. En el enorme local retumbaba música pop de los ochenta y los gritos de los parroquianos que seguían el partido de la Champions en la pantalla gigantesca. En el otro extremo de la barra se alineaban dos filas de mesas de billar, todas ocupadas y rodeadas de futuros jugadores, que bebían alcohol mientras esperaban su turno. En la mesa del fondo se disponía a sacar Cecilie Mars. Era delgada y no muy alta, por lo que tenía que ponerse de puntillas para llegar bien a la bola. Se sopló el flequillo de los ojos. Los tres hombres que rodeaban la mesa la observaban en silencio, cada uno con su vaso de cerveza en la mano. Cecilie le dio con fuerza a la bola blanca, que con estrépito golpeó a la morada, y que a su vez continuó en línea recta en dirección a la tronera de la esquina opuesta. Al mismo tiempo, el choque envió la bola blanca hacia un lateral, de forma que alcanzó a la negra.
—No, no, no, —gimió Cecilie al observar que esta última se dirigía hacia el agujero del medio. —¡Joder! —exclamó al verla desaparecer por la abertura.
—Me parece, Guppy, que la siguiente ronda también corre de tu cuenta. —Lasse, tres cabezas más alto que ella y bastante más fuerte, se rio con ganas mientras le daba un apretón que la hizo desaparecer entre los pliegues de su camisa de rayas. Cecilie le dio un codazo en el costado cariñosamente y se liberó.
—Benny, Henrik, ¿una cerveza Hoegaarden como Lasse? —dijo ella señalando con el taco las cervezas de los dos compañeros. Ambos asintieron y Benny brindó por encima de la mesa antes de apurar su vaso.
Dejó el taco sobre la mesa y se dirigió a la barra que estaba en el otro extremo del local. De camino divisó a Andreas Bostad, que estaba en una esquina del mostrador junto a dos caballeros de mediana edad. Los tres eran los únicos de todo el bar que llevaban traje; supuso que debían trabajar en la oficina del fiscal.
—¡Señor fiscal especial! —dijo con una sonrisa, colocándose junto a Andreas.
Este le devolvió la sonrisa y se pasó la mano por su cabellera rubia y rizada; la otra la colocó en el hombro de Cecilie, haciéndole sentir el calor de su mano a través de la fina tela de la camiseta.
—Me alegro de verte, ¿todo bien? —preguntó él.
Cecilie apartó la mirada. Le pareció que ya lo había observado demasiado tiempo. Andreas estaba muy lejos de parecerse al típico fiscal, tan sexy como un bocadillo de fuagrás. Recordaba más bien al protagonista de una película de John Grisham, o a alguien como Matthew McConaughey.
—Mi colega, Jesper Lund —dijo señalando con la mano al caballero que estaba más cerca—, y ahí detrás está Steen Holz.
—¿Podemos invitarla a algo? —preguntó Jesper Lund con su dialecto del norte de Copenhague, mientras sonreía de una forma babosa y una mirada que rezumaba alcohol.
—No, muchas gracias, esta ronda es mía. —Le hizo un gesto al camarero—. Cuatro Hoegaardens para mí y tres chupitos de bourbon para los abogados.
—En realidad soy psicólogo, pero gracias por invitarme —respondió Steen Holz con una cálida sonrisa.
—Steen es nuestro perito, aunque hoy no nos haya ayudado mucho —aclaró Andreas.
Se oyó tal grito en el local que nadie tuvo ninguna duda de que se había marcado un gol. Cecilie procuró ocupar tanto espacio como le fuera posible para que los fans, que habían comenzado a festejarlo por todo el local, no se la llevasen por delante. En ese momento llegó el camarero con las bebidas y le acercó los tres Jack Daniel a Andreas, que los repartió.
—¿Qué celebramos? —preguntó Steen Holz.
—¿Es que tiene que haber alguna razón para beber?
—Si me preguntas, la mayoría de las veces hay un motivo.
Ella le dirigió una mirada de conformidad. —Está bien, porque todos estamos vivos y porque es martes. —Recogió las cuatro cervezas y se dio la vuelta—. ¡Qué lo paséis bien!
Cuando volvió con las cervezas donde estaban Lasse y los otros, este levantó la copa:
—Un brindis por mi compañera, que es la investigadora más jodidamente talentosa, y la peor jugadora de billar del mundo.
—¡Amén!
—Y felicidades también, Guppy, por tu próxima promoción.
Benny y Henrik se sumaron, y llegaron a emocionarla.
—Bueno, sigamos, ¡quiero revancha contra el vencedor!
Mientras Benny colocaba las bolas, Cecilie se giró hacia la barra. Andreas estaba sentado, mirándola fijamente. Levantó su vaso y brindaron.
Benny y Henrik empezaron a jugar; Cecilie se sentó a seguir la partida.
—Creo que me largo —dijo Lasse—. ¿Y tú? ¿Quieres que te lleve?
Negó con la cabeza.
—No me puedo ir hasta que no haya ganado a Benny.
—Pues va a ser una noche muy larga.
Ella sonrió y le echó un sorbo a su cerveza.
—Lo de antes lo decía muy en serio —dijo Lasse—. Ha ido muy bien, Guppy. Tu papi está muy orgulloso de ti.
Cecilie no pudo evitar soltar una carcajada. Lasse era un par de años más joven que ella, y a pesar de la barba, parecía exactamente lo que era: un simpático chaval de la ciudad de Aarhus. —Pues muchas gracias, papá.
—Espero que podamos seguir siendo compañeros y que no te largues demasiado pronto.
—No ha cambiado nada, salvo que tendré algo más de papeleo que hacer.
Él miró hacia el local. —Llegarás lejos, Guppy, a lo más alto. Algún día el despacho de dirección será tuyo, ya lo verás.
—Pues aún ni lo he visto por dentro, aunque llevo en el negocio diez años. Además, me va muy bien en homicidios.
Volvieron a brindar y veinte minutos después, Lasse se marchó y Cecilie empezó su partida contra Benny,después otras dos contra Henrik y finalmente una última con Benny. Las perdió todas. Cuando terminaron, ambos llevaban en el cuerpo cerveza gratis más que suficiente, y rechazaron seguir jugando. Poco después se despidieron y se tambalearon hacia la puerta.
Cecilie colocó el taco en su lugar y echó un vistazo al local. El partido de fútbol había finalizado hacía ya tiempo y el gentío se había reducido. Junto a la barra solo quedaban los más perseverantes. Andreas parecía haberse despedido de su compañía y miraba el móvil. Ella se colgó la cazadora al hombro y caminó hacia él.
—¿Qué les dijiste a tus amigos? —le preguntó con una sonrisa.
Andreas guardó rápidamente el teléfono en el bolsillo de la americana. —Que quería acabar de ver el partido.
—¿Quién jugaba?
—Ni idea. ¿Y tú?
—Tuve que jugar una partida tras otra hasta que se dieron por vencidos.
—¿Pero conoces las reglas?
—Sé que la bola negra va la última.
—¿En el mismo sitio? —preguntó él con mirada lasciva.
Cecilie estaba desnuda encima de Andreas, presionando contra su miembro. Subía y bajaba con lentitud, al ritmo que ella quería, sentía cómo se deslizaba dentro y fuera de su cuerpo, cómo la llenaba e intentaba penetrarla aún más. Le clavó las uñas en el pecho y aumentó la cadencia mientras oía a Andreas gemir más fuerte bajo su peso. Él le apretó con más fuerza las nalgas, y se acompasaron. Era una sensación embriagadora, como si estuviera flotando encima de ellos, mirándolos. Los veía follar en la habitación sucia del hotel en la que las luces amarillas de la calle y el ruido entraban por la ventana abierta. Se sentía sucia y obscena, y muy bien. Los movimientos se aceleraron y él la agarró con más energía. Finalmente, se corrió dentro de ella y lo escuchó dar un largo suspiro. Cecilie intentó prolongar su propio éxtasis, pero sintió que su cuerpo tiraba de ella misma. Un momento después, yacía exhausta sobre el pecho de Andreas oyendo el galope de su corazón. Olía a sudor, a perfume y a su coño en la cara. La apretó contra él, y por un momento, ella casi se relajó en sus brazos.
—Joder… Cecilie… joder —murmuró.
Al instante, ella se incorporó y salió de la cama. La miró sorprendido—. ¿Estás bien? —Sip. —Recogió las bragas del suelo y se las puso.
Después recuperó los vaqueros.
—¿No podríamos buscar otro sitio para la próxima vez? —preguntó Andreas.
—¿Por qué? —respondió ella mientras se ponía los pantalones. Se dirigió a la ventana y observó la calle del barrio chino. En la acera de enfrente había un grupo de sin techo agolpado a la entrada de un albergue que estaba a punto de llegar a las manos.
—¿Quizá un hotel mejor?
—Este está muy bien para lo que lo necesitamos.
Él se rio con voz cavernosa. —Eres una cínica, Cecilie.
—No más que tú, lo que pasa es que yo no endulzo las cosas.
—¿Entonces por qué no nos vemos en tu casa, en lugar de aquí?
Se volvió para ver si lo decía en serio, y a juzgar por la expresión de su rostro, así era. Ella se puso la camiseta. —También podemos follar en la tuya, ¿no?
Él desvió la mirada. —Me temo que no sentaría muy bien, aunque la separación sea ya un hecho.
Se mordió el labio; no había querido herirlo. Las relaciones familiares de Andreas no le atañían.
Él se levantó de la cama y comenzó a recoger la ropa del suelo. —¿Por qué te llaman Guppy?
—Solo Lasse me llama así, y unos pocos amigos.
—Pero ¿por qué?
—Viene de los años de la academia. Cecilie se convirtió en Sille, que a su vez pasó a Sardina, y que Lasse convirtió en Guppy. Ya ves, otro pececillo, pero de acuario; ingenioso, ¿a que sí?
Andreas se abrochó la camisa. —Entonces, ¿a partir de ahora tendré que llamarte subinspectora Guppy?
—Ya te he dicho que solo algunos de mis amigos me llaman así. ¿Desde cuándo somos amigos, Andreas?
Se colgó la chupa de cuero y le sonrió.
La sonrisa de Andreas, por lo general perfecta, palideció ligeramente.
Pasados unos días, Cecilie recorría el largo y estrecho pasillo en el que se encontraba el Departamento de Investigación de Delitos Contra las Personas y donde trabajaban los investigadores de la sección de homicidios. A través de los ventanales se divisaban las tranquilas aguas del Canal de Teglholm.
—¡Guppy! —exclamó Lasse, que llegaba corriendo desde el otro extremo del pasillo.
—¿Qué se está quemando?
—He… he intentado llamarte… —dijo jadeante.
—Llevo toda la mañana en la galería de tiro —respondió sin detenerse—. Lo puse en mi calendario.
—¿En la galería? —preguntó él, siguiéndola de cerca.
—Sí, examen anual.
—¿Has aprobado?
—Por supuesto. Veintiocho puntos.
Lasse enarcó las cejas. —Si no recuerdo mal, el mínimo para aprobar es veintisiete. Me parece que tendríamos que haber entrenado un poco esa puntería.
—¿Qué era lo que corría tanta prisa? —preguntó deteniéndose ante la puerta del departamento.
—¿Recuerdas el caso de violación de enero? ¿El musculitos de la navaja y la sudadera con capucha?
Ella asintió. —¿Y del que sospechamos unas cuantas más?
—¡Exacto! Tenemos una nueva denuncia. Esta vez en el parque de Rødkilde.
—¿En Rødkilde? ¿En el barrio de Nordvest?
—Sí. La víctima es una chica que estaba borracha.
—El mismo modus operandi.
—Clavadito. La amenazó con una navaja, la violó en un lugar medio abandonado y le robó la documentación.
—Así que sabe dónde vive —comentó ella—. ¿Ha sido esta noche?
—No, hace nueve días —le respondió.
—Mierda. —Se mordió el labio—. ¿Así que esta vez tampoco tenemos ADN? —No…
—¡Qué puta suerte que siempre consiga asustarlas! ¿Y qué es lo que tenemos ahora?
—Una chica asustada en la sala tres con su madre y una asistente —respondió él, señalando hacia atrás.
Cecilie respiró profundamente. —¿Al menos ha podido dar una buena descripción? —Sí, coincide con las otras. Un hombre, danés, más de treinta y cinco, mazao, que apestaba a alcohol.
—¿Llevaba capucha y un pañuelo tapándole la cara como las otras veces?
Lasse entrecerró los ojos. —Capucha sí, pañuelo no.
Se le iluminó la cara. —¿Lo ha identificado?
—Aún no. Justo ahora íbamos a enseñarle las fotos, pero antes tenía que ir a buscar un código para entrar en el sistema.
—Genial —replicó Cecilie dándole un golpe en el pecho—. Así que ese hijo de puta se está volviendo más osado.
—Y estúpido.
—Así es como quiero a mis delincuentes. ¿Quién es la víctima?
—Una chica de dieciocho años del barrio de Bellahøj.
—¡Mi barrio!
—Ajá. Se llama Fie Simone Simonsen.
Cecilie dejó de sonreír y le quitó la libreta. Se quedó mirando los garabatos intentando descifrarlos. —¡Puta mierda!
—¿La conoces?
—Pues sí. De mi trabajo en las escuelas y el centro cívico del barrio. Está en mi grupo de defensa personal.
—Puedo ocuparme yo solo.
Negó con la cabeza y le devolvió su libreta. —Ven —añadió mientras enfilaba el pasillo en dirección a la sala de interrogatorios.
Aunque solo habían pasado unas semanas desde la última vez que vio a Fie en el entrenamiento, Cecilie apenas fue capaz de reconocer a la muchacha. Solía sonreir llena de energía; sin embargo, ahora estaba con la vista clavada en la mesa, la mirada apagada, y le temblaba el labio inferior. Parecía estar al borde del llanto. A su derecha estaba sentada su madre, Tina, de unos cuarenta años, fuerte y con labios bien delineados de un rojo oscuro. Cecilie la conocía del barrio. Al otro lado de Fie estaba la asistente legal, Mona Krog, con la que había tratado anteriormente en casos similares. Le caía bien, aunque un tanto maniática y Cecilie sospechaba que tenía problemas con el alcohol. Las saludó y tomó asiento.
—Fie, quiero que me cuentes, con tus propias palabras, qué ocurrió aquella noche. Tómate todo el tiempo que necesites.
Antes de que Fie llegase a decir algo, Mona Krog se inclinó hacía la mesa. —Fie ya ha declarado varias veces, la primera en la comisaría de Bellahøj. De hecho, he decidido presentar una queja en nombre de Fie por el comportamiento del oficial de guardia, que fue totalmente inapropiado.
Cecilie levantó con tranquilidad la mano. —Algo que considero una buenísima idea, si crees que hay motivo para ello, pero en este momento es importante que escuche la explicación de Fie, y que nos concentremos en la investigación. ¿Crees que podrás, Fie?
Pasó bastante tiempo hasta que Fie reaccionó. Durante un instante, levantó la mirada en dirección a Cecilie, volvió a bajarla y con una voz casi inaudible relató lo sucedido la noche en que fue violada. Habían celebrado una fiesta en el instituto, y al acabar, ella y cinco compañeros de su clase fueron a un bar cercano llamado Klovnens Bodega. Estuvieron bebiendo cervezas y jugando a los dados, y fue allí donde se les acercó.
—¿El hombre que te atacó?
Fie asintió y continuó relatando que, aunque era bastante más mayor que ellas, había estado intentando ligar con las tres chicas del grupo; incluso les había pagado una ronda.
—¿Y qué sucedió después?
Fie contó que se fueron justo antes de que cerrase el local, alrededor de la una. Como era la única que vivía en el barrio de Bellahøj, se fue sola a casa. En el camino se lo volvió a encontrar, a la altura del parque de Rødkilde. Se le había insinuado desde el primer momento.
—¿Cómo?
—Con cumplidos. Me preguntó si tenía novio, y si me gustaban los tíos mayores. También intentó… abrazarme.
—¿Qué hiciste tú?
—Le empujé y aceleré el paso.
—¿Y qué sucedió en el parque?
Fie no respondió.
—Tranquila, no pasa nada. Tómate tu tiempo.
—Me agarró por el cuello. Me llamó de todo y me tiró hacia los arbustos. Me puso la navaja delante de la cara y me dijo que… que…. que me la clavaría si no hacía lo que me decía. —Se tapó la cara con las manos y comenzó a sollozar.
Tina abrazó a su hija y le acarició el pelo. —Ese cerdo cabrón la violó y después se quedó con su documentación, así que sabe dónde vivimos. Tenéis que pillarlo, ¿no os dais cuenta? Tenéis que encontrarlo.
Cecilie asintió. —Fie, cuando estés un poco mejor, tengo unas fotos que me gustaría que vieses. No pasa nada si no lo reconoces. En realidad, es muy importante que descartemos a gente inocente y no perdamos el tiempo investigando a personas equivocadas. ¿Crees que podrás ayudarme en eso?
Un cuarto de hora después, continuaron la conversación junto a la mesa de Cecilie, al fondo de la oficina diáfana que conformaba el Departamento de Homicidios. Encendió el ordenador y entró en el archivo fotográfico. A raíz de la investigación por las anteriores agresiones que habían ocurrido, la policía había recopilado la información de una serie de delincuentes sexuales con condena previa, por lo que lo que Cecilie le presentó a Fie una selección concreta y precisa.
Tras mostrarle una veintena de perfiles, Fie se llevó las manos a la boca y las lágrimas le comenzaron a rodar por las mejillas.
—¿Es este? —preguntó Cecilie.
El hombre la contemplaba desde la pantalla con sus ojos de reptil.
—Es… Es… es él —dijo Fie.
—¿Estás segura?
—Nunca olvidaré ese tatuaje.
Cecilie observó el dragón de boca abierta que se enroscaba por el cuello de aquel hombre. Entrecerró los ojos y controló la respiración con breves inspiraciones por la nariz. Luego se volvió hacia Lasse: —¿Qué? ¿Vamos a ver si le echamos el guante?
Cecilie conducía por el carril interior de la carretera Borups Allé en su Golf azul oscuro. La lluvia caía con fuerza y los limpiaparabrisas luchaban por mantener el cristal libre de agua. Le seguía el furgón azul de las fuerzas especiales, acompañado por la unidad canina. Lasse había propuesto que fuesen solo ellos dos, pero ella no quería arriesgarse a que nada fuese mal, tanto por el presunto criminal con el que tendrían que lidiar, como por el problemático barrio al que se dirigían.
—Ulrik Østergård, treinta y seis años —dijo Lasse hojeando los papeles que llevaba—. Varias condenas por comportamiento violento desde 2002 hasta ahora. En 2013 llegó a la cima de su carrera: fue condenado a un año y dos meses por violación y cumplió condena en el centro de internamiento de Herstedvester.
—¿Y estos últimos años? —preguntó Cecilie mientras doblaba hacia la calle Lundtoftegade.
—Lo último han sido seis meses en prisión por agredir a su pareja. Esta vez en una cárcel de verdad. Salió en agosto del año pasado.
—Así que, por la cronología, ¿Ulrik podría ser nuestro hombre en los cuatro casos de los que es sospechoso?
—Así es —respondió Lasse—. Esperemos que la dirección de nuestros ficheros siga siendo correcta.
Ella se inclinó para ver los tristes bloques con las antenas parabólicas sobresaliendo en todos los balcones como espinillas en la cara.
—Entra por aquí —dijo Lasse a la vez que señalaba un gran aparcamiento entre dos edificios. Cecilie aparcó y salió del coche. Los agentes de la unidad canina y los seis de las fuerzas especiales permanecieron en sus vehículos. Un par de jóvenes en escúteres ya habían detectado los coches de policía y los observaban en la distancia. Cecilie tocó en la furgoneta y el agente bajó la ventanilla. —Estad preparados para interceptar al sujeto si intenta escapar —señaló la puerta del edificio más cercano— . Y no perdáis de vista a esos pandilleros.
—¡Recibido! —respondió el agente mirando al creciente grupo de jóvenes.
Un par de minutos después, Cecilie y Lasse subían en el estrecho ascensor que apestaba a orina. —Curioso lugar para mear —murmuró Lasse.
Al llegar a la octava planta salieron y se dirigieron a la primera puerta de la galería. En la placa de la puerta se leía “Østergård”. Debajo había una pegatina descolorida en la que, con letra torpe, estaba escrito “Vinnie Larson”. Cecilie llamó a la puerta con tanta fuerza que retumbó todo el corredor. Al cabo de un momento, abrió la puerta una mujer, de unos cuarenta años, vestida con un chándal rosa. El pelo gris apuntaba en todas las direcciones, como si se acabase de levantar.
Cecilie notó un hematoma junto al ojo derecho de la mujer. —¿Eres Vinnie? —le preguntó por encima del ruido de la televisión, que sonaba a todo volumen dentro del apartamento.
—Quizá —dijo la mujer dándole una calada al cigarrillo—. ¿Quiénes sois?
Cecilie y Lasse mostraron sus identificaciones. —¿Está Ulrik en casa? —preguntó Cecilie.
—Y si estuviese, ¿qué? —Vinnie sopló una nube de humo hacia ellos.
—En ese caso, nos gustaría hablar con él. —Cecilie intentó mirar hacia el interior por encima de su hombro, pero Vinnie bloqueaba la vista.
—Ya, pero es que no está. ¿Algo más?
—¿Alguna idea de dónde puede estar?
—Pues no, ni idea.
Cecilie se inclinó hacia delante y observó con más atención el hematoma de Vinnie.
—¿Qué ha pasado aquí, Vinnie?
Vinnie apartó la mirada. —No me acuerdo. Me resbalé en el baño o algo por el estilo. Estaba como muy borracha. —Sonrió nerviosa.
—¿No hay nada de lo que quieras hablar? ¿Quizá denunciar?
Vinnie se puso en jarras. —Te he dicho que me resbalé, ¿a quién coño quieres que denuncie?
—Vale. ¿Seguro que no sabes dónde está Ulrik? ¿Comprando? ¿En casa de algún amigo? ¿En el trabajo?
Vinnie les dirigió una risita entrecortada. —No recuerdo la última vez que tuvo un trabajo. —Le dio otra calada al cigarrillo. —Coño que tampoco es ningún secreto de estado: está en el bar Klovnens Bodega, como siempre. Seguro que con la zorra de Lonnie. ¿Puedo seguir viendo mi telenovela en paz?
—Desde luego. Aquí tiene mi número directo, si… —Vinnie dio un portazo. Lasse meneó la cabeza y volvió al ascensor. —Así que Ulrik ha violado a una chica que conoció en su bar habitual; ¿cómo se puede ser tan idiota e ir tan salido?
Klovnens Bodega estaba en la esquina de la calle Rantzausgade con Jagtvej. A pesar del cartel con un payaso sonriente en la puerta, el local resultaba deprimente bajo aquella lluvia torrencial. Cecilie entró seguida de cerca por Lasse y dos de los agentes de las fuerzas especiales. Los guías de los perros se habían quedado en la furgoneta; a juzgar por el ambiente relajado que había en el interior, no iban a ser de mucha ayuda. Cecilie echó un vistazo y no vio a Ulrik. Se dirigió a la barra y se presentó ante el camarero, un hombre de mediana edad regordete y con tirantes. Al ver las placas de la policía, cruzó los brazos instintivamente.
—Queremos hablar con este de aquí —dijo Cecilie a la vez que le mostraba una foto de Ulrik en su móvil.
El hombre dudó, pero dirigió una mirada al fondo del local. Cecilie condujo a los agentes a través del bar hasta la sala de juegos, donde identificó a Ulrik al instante. Estaba al lado de una máquina de pinball junto con un hombre de su misma edad y una mujer con falda vaquera. Ulrik se apretaba contra la mujer, que estaba jugando. —Ulle, cabrón, ¡no puedo concentrarme! —le dijo.
Los dos hombres rieron.
—¿Ulrik Østergård? —preguntó Cecilie.
El sospechoso la midió con la mirada. —¿Nos conocemos, preciosa?
—Cecilie Mars, policía de Copenhague. Nos gustaría hablar con usted.
Él inclinó la cabeza. —Y a mí me gustaría una mamada, pero hay que aguantarse.
Tanto la mujer como el amigo de Ulrik rieron.
—Respuesta equivocada. —Cecilie echó un vistazo a su reloj—. Son las 13:22 y queda usted arrestado. —Agarró las esposas de su cinturón y avanzó hacia él. Ulrik apretó el puño y levantó el brazo, pero antes de que pudiera hacer nada, Lasse se interpuso, giró a Ulrik y lo lanzó al suelo. Los dos agentes de las fuerzas especiales mantuvieron a distancia al otro hombre y a la mujer. Cecilie cerró el grillete con energía en torno a las muñecas de Ulrik. —Lo tenía— le gruñó a Lasse.
—Desde luego —respondió él levantando a Ulrik del suelo.
—Esto es violencia policial, os voy a denunciar, ¿me oís, cerdos fascistas?
—Sí, claro que te oímos: violencia policial, denuncia, fascismo, fuera de mi vista, camarada —dijo Lasse empujándolo sin ningún miramiento.
Ulrik siguió gritando durante todo el camino, en el interior del local y hasta llegar al coche, donde Lasse lo sentó en el asiento trasero.
Desde la acera, Cecilie miraba fijamente a través de la ventanilla el dragón en el cuello de Ulrik. Sintió que se le contraía el estómago.
—Lo tenemos. —Sonrió Lasse mientras golpeaba el techo del coche.
Eran las 22:30 y el aire estaba cargado en la pequeña sala de interrogatorios. Frente a Cecilie y Lasse estaba Ulrik junto con su abogado, Phillip Vang, que vestía una camisa rosa desabrochada y un caro Rolex en la muñeca.
Cecilie llevaba casi cuatro horas pidiéndole a Ulrik que repitiera cómo había conocido a Fie y qué había sucedido después. Se había esforzado en ser amable, pero era evidente que Ulrik no se vendría abajo al ser interrogado por una mujer. Cuando le pidió una vez más que le contase cuándo llegó a Klovnens Bodega, Phillip Vang intervino:
—Creo que ya hemos respondido a esa pregunta.
—Intento hacerme una idea de los movimientos de Ulrik —dijo Cecilie gesticulando despreocupadamente.
Phillip Vang sonrió con frialdad. Se le conocía con el sobrenombre de “El Terrier”, un apodo que las malas lenguas decían que se lo había puesto él mismo. —Mi cliente lleva varias horas respondiendo una y otra vez a las mismas preguntas. Ya ha explicado cómo conoció a un grupo de jóvenes en Klovnens Bodega, y que las invitó a una ronda porque le pareció que eran divertidas. También ha relatado que posteriormente hubo un flirteo entre él y Fie Simone Simonsen. Así mismo, ha reconocido que mantuvo relaciones sexuales con ella, pero que, naturalmente, tuvieron lugar con consentimiento mutuo.
—¿Entonces por qué la amenazó con una navaja? —Cecilie miró a Ulrik, que apretaba los dientes.
—Es la palabra de la chica contra la de él —intervino Phillip Vang—. ¿Habéis encontrado alguna navaja?
Cecilie no respondió, lo que hizo sonreír a Vang… y con motivo. En casa de Ulrik y Vinnie no habían encontrado ni la navaja, ni el carné de Fie.
Phillip Vang abrió los brazos. —Ulrik incluso le dio dinero para un taxi, para que llegase bien a casa. Supongo que la chica no se habrá olvidado de mencionarlo en su declaración. —Cecilie tampoco respondió y Phillip Vang volvió a sonreír—. Me lo imaginaba —Se inclinó sobre la mesa—. No tenéis ningún caso. La única razón por la que mi cliente se encuentra aquí es porque una chica se arrepiente de haber echado un polvo y porque la policía ha juzgado erróneamente a Ulrik por su pasado. Acabemos con esto de una vez para que nos podamos ir a casa.
Cecilie se echó hacia atrás. —Lo lamento, pero no va a ser así. Su cliente está citado a una vista preliminar mañana en la que solicitaremos prisión provisional.
Phillip Vang dejó escapar una risita. —Te aviso que estáis perdiendo el tiempo.
—Y estás en todo tu derecho, pero es lo que ocurrirá—. Mantuvo la mirada en el abogado hasta que este la retiró.
—Bueno, pues nos vemos mañana —dijo Phillip Vang volviendo a abrir los brazos—. Espero que hayas traído el cepillo de dientes, Ulrik.
Ulrik lo contempló estupefacto. —¿Qué?, ¿cómo? ¿entonces me vais a encerrar o qué?
—Vas a pasar la noche en el calabozo, sí, pero mañana serás libre, lo prometo.
—¡Joder! ¿Solo por lo que ha dicho esa puta? —Phillip Vang lo mandó callar y se levantó.
—Ya te he dicho que mañana volverás a casa. Considéralo como unas mini vacaciones de tu mujer.
Cecilie y Lasse se quedaron en la puerta de la sala de interrogatorios después de que se llevasen a Ulrik y Phillip Vang se fuese. Él sonrió: —Lo hemos pillado, y no solo al del caso de Fie.
—Espero que tengamos suficiente como para construir un caso —comentó Cecilie. Lasse abrió los brazos. —Con su historial y la denuncia de Fie será lo más sencillo del mundo. ¿Por qué no le preguntaste por los demás casos?
—No quería hacerle ese regalo al Terrier —respondió Cecilie—. En este momento lo importante es que Ulrik acabe en prisión provisional por la violación de Fie. Una vez lo tengamos, nos pondremos con todo lo demás.
—¿Cuánto tiempo crees que podremos retenerlo?
—Eso nos lo dirá Andreas mañana por la mañana. Por ahora me quedo con lo que nos dé el juez.
En el pasillo se separaron; Lasse se fue a casa y Cecilie a su escritorio. Estaba a punto de desfallecer, pero aún tenía mucho que preparar para la audiencia del día siguiente.
Poco después de las once de la mañana del día siguiente, el agente judicial abría la puerta de la sala cuatro del juzgado de primera instancia de Copenhague. Acababa de resolverse la audiencia preliminar. Los pocos espectadores que habían asistido, en su mayoría estudiantes de derecho y jubilados, salían del local. Poco después salía Phillip Vang con la cartera en una mano y el móvil en la oreja. Lo seguía Ulrik, luchando denodadamente por colocarse la cazadora de cuero. —¡Eres un crack, tío!
¡El puto amo! ¿Crees que podemos conseguir alguna indemnización?
—Tranquilo, continúas bajo investigación. Si fuese tú, mantendría un perfil bajo. Pero dame un toque si siguen con el caso. Hasta pronto, Ulrik. —Phillip Vang ya estaba de camino hacia su siguiente audiencia.
Cecilie abandonó la sala del tribunal junto con Lasse. —Dime que esto no ha ocurrido.
—Lo siento, Guppy, pero sí. Han dejado libre a ese capullo. —Ambos dirigieron una larga mirada a Ulrik, que desaparecía por el portón—. Lo atraparemos.
—Esperemos que sea antes de que viole a otra chica. —Cecilie temblaba de rabia— . Esta investigación tendrá máxima prioridad. Me importa una mierda lo que Karstensen quiera. Y que Henrik y Benny también entren en el equipo.
—Por supuesto, les pondré al día.
—Joder, me gustaría tenerlo vigilado las veinticuatro horas del día.
—No nos van a dar permiso; no después de esto.
—Lo sé. —Miraba hacia la galería de columnas mientras meditaba—. Tenemos que encerrar a Ulrik lo antes posible. Quiero una inspección más detallada del lugar de los hechos, del parque. Tenemos que hacer un listado de sus posibles escondites: un sótano, los cuartos de bicis, alguna casa de campo, su coche, cualquier cosa que podamos poner patas arriba con una sospecha razonable.
—¿Qué buscamos?
—La documentación de las chicas.
Lasse la miró sorprendido. —¿Crees que las tiene guardadas?
—Estoy segura.
—Sin embargo, y a pesar de las denuncias, no ha contactado con ninguna de las víctimas.
—Lo que parece indicar que se lo queda como trofeo.
En ese momento apareció Andreas en el pasillo. Se aflojó la corbata y se dirigió hacia ellos. Cecilie le lanzó una mirada. —Nos habría venido muy bien una preventiva.
—Y a mí me habría venido muy bien un caso mejor preparado.
Cecilie respiró profundamente. —Eso es todo lo que teníamos; no te he oído protestar antes.
—Y lo lamento —dijo, molesto—. Por cierto, no estaría mal que la próxima vez que conozcas a una víctima, me lo digas, para que no tenga que enterarme por la otra parte.
Ella sacudió la cabeza. —Eso es una gilipollez del Terrier. Fie ha venido a entrenar un par de veces a mi grupo de defensa personal. Exactamente igual que docenas de chicas del barrio.
—Y sin embargo, el Terrier consiguió convencer al juez de que eso podría haber influido en tu decisión de detener a Ulrik.
Cecilie bajó la voz. —Sí, porque el juez Mogensen es un jodido cerdo machista.
—Ten cuidado —dijo Andreas con una sonrisa en los labios.
—¿Crees que no conozco todas las historias sobre la manera en que trata a las mujeres que trabajan aquí?
—…lo que no tiene por qué tener nada que ver con su capacidad como juez.
—¿Ah no? –replicó ella mirando de nuevo a Andreas.
Andreas dirigió su mirada hacia Lasse. —Tenéis que encontrar algo más sobre Ulrik Østergård, no hay nada más que añadir.
En ese preciso instante, Andreas saludó a Steen Holz, que se acercaba hacia él. El psicólogo de mediana edad saludó brevemente a Lasse y Cecilie. Vestía un conjunto de lino blanco que le sentaba muy bien a su piel bronceada.
—Steen y yo tendremos el placer de estar en compañía del Terrier en menos de cuatro minutos.
—Así que veremos si conseguimos que la justicia se cumpla —dijo Steen sonriendo con amabilidad.
—Hablamos —dijo Andreas mientras se marchaba junto a Steen Holz.
Lasse miró a Andreas, que se alejaba por el pasillo. —Ese Andreas tiene muy buen culo, aunque es un pelín larguirucho para mi gusto; ¿a ti qué te parece?
—No mezclemos el placer con el trabajo —respondió ella apartando la mirada—. Además, ¿tú no estás casado?
—Felizmente casado, gracias, con el hombre más maravilloso del mundo, pero por eso hay que seguir estimulando el apetito.
—Vaaamos —replicó ella.
Cuando volvieron al departamento, buscó el número de Fie, no porque tuviera ganas de llamarla, sino porque en cierto modo se sentía obligada a contarle las malas noticias sobre la vista preliminar.
Tina cogió el teléfono de su hija, y Cecilie preguntó por Fie.
—No está bien. Nada bien —respondió Tina.
Cecilie le dio las malas noticias, y añadió en el mismo momento que haría todo lo posible para llevar a Ulrik Østergård a prisión preventiva lo antes posible.
—En… entonces… ¿anda por ahí libre?
—Sí, pero esperemos que por poco tiempo.
Tina le relató con todo lujo de detalles lo que pensaba del sistema judicial danés, y Cecilie dejó que se desahogase.
—Como te he dicho, voy a hacer todo lo que esté en mis manos.
Tina comenzó a llorar.
—Ya no es la misma. No come. No duerme. No habla. Ese cerdo le ha robado su vida. Le ha robado la sonrisa. ¿Me entiendes? Quiero que me devuelvan su sonrisa, ¿¡lo entiendes!?
Cecilie lo entendía. Le prometió volver a llamarla en cuanto tuviese noticias.
Aquella misma noche, Cecilie contemplaba la ciudad desde su balcón. Su apartamento se encontraba en el octavo piso de uno de los desgastados edificios de Bellahøj, galardonados en los años cincuenta y amenazados con ser demolidos a día de hoy, con el barrio circundante a dos pasos de entrar en la lista de guetos del país. Pero las vistas desde allí eran perfectas; desde la terraza tenía una vista de ciento ochenta grados de Copenhague y sus alrededores. Desde la central eléctrica de Svanemølle al norte, hasta la del barrio de Avedøre en el sudeste, pasando por las torres del centro. A sus pies se encontraba el barrio de Nordvest, con sus lúgubres bloques de apartamentos y la vía Bispeengbuen, que cruzaba aquella parte de la ciudad zigzagueando con sus seis carriles como una serpiente de hormigón. Se apoyó en el fino pretil y miró hacia el parque de Rødkilde, a unos seis o setecientos metros de distancia. Los perros habían estado toda la tarde buscando pistas sin resultado alguno. Las probabilidades de que apareciese el arma del crimen o algún otro rastro de la violación eran mínimas. Aunque tal y como estaban las cosas, no se podían permitir que se les escapase ni la más ínfima oportunidad. Cecilie empezó a sentir frío y volvió a entrar.
La terraza era, sin duda alguna, el mayor activo de la casa. El resto del vetusto piso de tres habitaciones parecía abandonado. El espartano mobiliario y la falta de objetos personales mostraban claramente que no le interesaba el diseño de interiores y que rara vez estaba en casa.
Fue a la cocina y se preparó una taza de Nescafé. En el piso contiguo, los vecinos discutían a gritos; no era la primera y seguro que no sería la última vez. Agarró la taza y antes de regresar al salón comprobó que los tres cerrojos de la entrada estaban cerrados. Le apetecía llamar a Lasse para repasar el caso una vez más, pero sabía muy bien que su jornada laboral terminaba en el momento en el que salía de la comisaría.
Se dejó caer en el sofá con la carpeta del caso al alcance de la mano. Quería revisar las tres denuncias de violación anteriores y contrastarlas con la de Fie. Estaba sopesando volver a interrogar a las otras víctimas, ya que, teniendo como sospechoso a Ulrik, cabía la posibilidad de que lo pudieran identificar de algún modo, aunque en los tres casos el autor se había cubierto el rostro con un pañuelo. Quizá las otras chicas hubieran llegado a ver un destello del tatuaje del dragón, alguna joya o algún otro detalle que aflorase en sus recuerdos. Tenía que haber algo, algo que la ayudase a detenerlo. Algo que impidiese que atacara de nuevo.
Se quedó trabajando hasta que se le cerraron los ojos y los papeles del caso se le escurrieron de las manos. Se hundió en un sueño que hacía tiempo que no tenía. Se encontraba en un patio trasero, bajo un tejadillo contra el que la lluvia retumbaba con fuerza. El olor a basura de los contenedores que había a su alrededor la envolvía. Sintió el sabor metálico del miedo y el golpe que acababa de alcanzarla en el estómago la hizo jadear buscando resuello. El dolor que le llegaba hasta la mandíbula la paralizó. Notó que las piernas se le quebraban. Experimentó un dolor agudo en el cuero cabelludo cuando la arrastró del cabello por el cobertizo. La sentó delante de él, se inclinó y le taladró la boca con la lengua. Primero con la lengua, luego… En el sueño todo era igual: el olor a la orina de él, que se mezclaba con la peste de los cubos de basura. Su actitud relajada. Las múltiples bofetadas que él le dio, que poco a poco lo fueron poniendo erecto y dispuesto. —¡No! —gritó despertándose—. Joder, otra vez no.
Cecilie se levantó rápidamente intentando liberarse del sueño. Miró el móvil que tenía en la mesa y vio que era ya la una y media de la madrugada. El único remedio que conocía contra las pesadillas era dar una vuelta en coche. En los viejos tiempos se había recorrido todo Copenhague por las noches. Primero en bicicleta, luego en coche; su propia ronda nocturna. No tanto de la ciudad, como de su estado mental, un procedimiento que, hasta el momento, había impedido que se hiciese daño a sí misma.
Cecilie se dirigió al oscuro aparcamiento entre los bloques que se erguían a su alrededor. Las calles estaban vacías y ni siquiera se vio a los macarras del barrio, que siempre estaban por ahí. Entró en su viejo Fiat Panda; un trasto oxidado cuya única virtud era que nadie querría robarlo. Se puso en marcha y empezó a circular entre los bloques hasta llegar al de Fie y se detuvo a un lado. A través de las ventanillas vio que aún había luz en la casa. Tras unos instantes, continuó hacia el cruce con Frederikssundsvej y Borups Allé, y se dirigió hacia el centro donde se detuvo en un semáforo. Pasados los carriles de la avenida se encontraba el barrio de Ulrik. Cecilie se preguntó si le había contado a Vinnie que lo habían detenido, pero lo dudaba. El semáforo se puso en verde y cruzó Bispeengbuen hasta el siguiente semáforo. En lugar de bajar hacia el centro, giró en dirección al barrio de Lundtoftegade. Cuando llegó a la fila de bloques de su izquierda, se detuvo en el aparcamiento frente al portal de Ulrik. Miró hacia el piso, donde aún había luz. ¿Estaría bebiendo con Vinnie? ¿O estaría a punto de zurrarla porque se había atrevido a preguntarle dónde había estado la noche anterior? Cecilie volvió la vista a los coches aparcados. Recordaba que Ulrik tenía registrado un BMW, pero no se acordaba de la matrícula. Empezó a formarse en su cabeza un plan absurdo: encontrar el coche, mirar si estaba abierto, buscar la navaja, los carnés. Lo dicho, un plan absurdo. Aunque localizó la matrícula en sus notas del móvil en un instante y se dispuso a buscar el vehículo en el aparcamiento. Cinco minutos después había recorrido todas las filas sin haber dado con él.
De regreso al Panda, se le ocurrió que Ulrik podía estar en el Klovnens Bodega. Vio que era la una y diez y puso rumbo a la calle Rantzausgade.
Cuando minutos después se detuvo delante de la taberna, buscó entre la fila de coches aparcados el BMW. Al no verlo por ningún lado, comenzó a arrepentirse de su idea. La angustia que el sueño le había producido era ya menor, iba siendo hora de volver a casa y dormir un poco.
En ese mismo instante se abrió la puerta de la Klovnens Bodega y Ulrik apareció en las escaleras. Se tambaleaba inseguro; dio una calada al cigarrillo y lo arrojó al suelo. Luego zigzagueó por la carretera hasta un BMW negro aparcado al final de la fila de coches. Logró abrirlo y entrar en el vehículo con dificultad, y Cecilie valoró la posibilidad de detenerlo. De esa forma, Ulrik quedaría arrestado y ella tendría la posibilidad de registrar el coche. El problema era que, si no encontraba nada, podría volverse en su contra. Estaba segura de que el Terrier convertiría la detención en un caso de vigilancia injustificada y acoso policial, y eso no beneficiaría en nada al caso de la fiscalía ante el tribunal.
Ulrik aceleró y condujo por Rantzausgade mientras Cecilie lo seguía. Poco después llegaron a los bloques donde él vivía, pero en lugar de entrar, siguió en dirección a Bellahøj. En ese momento, Cecilie empezó a preocuparse por si iba a casa de Fie a molestarla, ¿quizá a amenazarla para que mantuviese la boca cerrada? Lo seguía de cerca cuando giró por la avenida Frederikssundsvej. Si entraba en el complejo de edificios, lo detendría antes de que llegase al bloque de Fie, pero cuando unos minutos después llegaron al cruce de la calle, Ulrik pasó por delante de los altos edificios y siguió su camino. Recorrió un buen trayecto por el barrio de Husum antes de doblar en la avenida Åkandevej.