En la cama con su mejor amigo - Paula Roe - E-Book
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En la cama con su mejor amigo E-Book

Paula Roe

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Beschreibung

De amigos íntimos a amantes. Después de una noche de amor desatado, Marco Corelli se había convertido en alguien fundamental en la vida de Kat Jackson, porque estaba a punto de convertirse en el orgulloso padre de su hijo. Kat no era capaz de entender cómo había podido acostarse con su mejor amigo. Siempre había logrado resistirse a sus innegables encantos, pero cuando la llevó a una isla privada para discutir el asunto, llegó la hora de enfrentarse con la verdad… que Marco y ella eran mucho más que amigos.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Paula Roe

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

En la cama con su mejor amigo, n.º 2002 - octubre 2014

Título original: Suddenly Expecting

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4880-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Diez semanas atrás, Katerina Jackson había pasado una noche en la cama con su mejor amigo. Y había sido absolutamente maravillosa.

En aquel momento, mientras iba por la carretera en dirección a Cairns, tuvo que enfrentarse con una imagen del hombre en cuestión, desnudo y sonriendo seductoramente.

Por instinto, pisó el freno, y por un segundo evitó chocar contra el coche que estaba delante, parado en un semáforo.

Frente a ella, un enorme cartel con la fotografía de Marco Corelli, el chico de oro de la liga francesa y el mayor goleador del Marsella en toda la historia del club, casi desnudo.

Bueno, no estaba exactamente desnudo, pero los calzoncillos dejaban poco a la imaginación y las manos sujetando el elástico parecían decir «atrévete a tocarme».

Kat sintió que le ardía la cara, pero no por los marcados pectorales, los fantásticos bíceps o los abdominales que desaparecían bajo el calzoncillo. No, era esa familiar y tentadora sonrisa, el cabello oscuro un poco despeinado, la promesa de placeres prohibidos en esos ojos sensuales.

La cámara había capturado su hipnótico encanto, y ella tenía que pasar frente a aquel cartel cada mañana, con Marco mirándola como si recordase cada detalle de esa noche. Cómo la había hecho sudar, cómo la había hecho gemir, cómo la había hecho jadear.

Kat apartó la mirada del cartel para concentrarse en la carretera cuando los coches empezaron a moverse.

–Por favor, qué idiota soy –murmuró.

Se trataba de Marco, su mejor amigo desde el instituto. El antiguo jugador de fútbol convertido en comentarista estrella, modelo de ropa interior y famoso casanova. Era su mejor amigo, su confidente, su cómplice, su consejero, su acompañante cuando necesitaba una cita y también el novio de su jefa, aunque tenía entendido que habían roto la relación.

Recordó entonces sus muchas conversaciones con Grace sobre Marco. Sí, definitivamente habían roto antes de esa noche, de modo que no tenía ese dilema moral. Solo le quedaban dos problemas: no podía haber sido solo una noche loca con su mejor amigo, no, tenía que haberse quedado embarazada.

«Si pudieras verme ahora, mamá. Todos los sueños que tenías para mí: una vida perfecta, una carrera perfecta, un marido perfecto, unos hijos perfectos».

Angustiada, tuvo que hacer un esfuerzo para contener un sollozo mientras entraba en el aparcamiento del Canal 5. Después de mostrarle su identificación al guardia de seguridad, aparcó el coche y se dirigió al estudio de grabación. Una vez allí, tiró el bolso en el escritorio y comprobó los mensajes.

Cuatro llamadas perdidas, una de su amigo Connor y tres de Marco; mas un mensaje de texto. Estaba de vuelta en la ciudad y tenían que hablar. ¿Tomamos una copa en el barco? Marco.

Ella suspiró antes de responder:

Lo siento, tengo mucho trabajo. Además, hay un aviso de ciclón, en caso de que no te hayas dado cuenta. Kat.

Después, miró los mensajes que se habían enviado dos meses antes, un doloroso recuerdo de tiempos mejores.

Que lo pases bien en Francia.

Tengo que tomar un avión, pero deberíamos hablar de lo que pasó anoche.

No hay nada que decir. Echemos la culpa al alcohol y olvidemos ha pasado, ¿de acuerdo?

Si a ti te parece bien.

Totalmente. Borrado de mi memoria en tres, dos, uno…

Muy bien, nos vemos en unas semanas.

Y ya estaba. Debido a sus diferentes horarios de trabajo no solían hablar por teléfono, aunque él le había enviado un par de fotos, pero había vuelto y quería quedar para charlar, como siempre. Y Kat no sabía qué iba a decirle.

–No puedes seguir evitándolo –le confirmó Connor cinco minutos después, cuando le devolvió la llamada.

–Pienso intentarlo.

–No digas tonterías. Marco merece saberlo.

Kat apoyo la cadera en la esquina del escritorio, suspirando.

–Noto ese tono de desaprobación aunque estés en Brisbane.

–Kat, no es que no lo apruebe. Además, yo soy de los pocos que sabe lo que has pasado en los últimos años, pero Marco merece saberlo.

Connor siempre era sincero con ella. Marco, Connor, Kat y Luke, el Cuarteto Asombroso, se llamaban a sí mismos en el instituto. Todos con diferentes personalidades y temperamentos y, sin embargo asombrosamente estupendos cuando estaban juntos, como Marco solía decir. Él siempre había sido el más fanfarrón, un seductor nato, mientras su primo, Luke, era el que se metía en líos, el chico malo siempre buscando atención. Connor era el guapo silencioso y profundo. A veces daba miedo lo frío que parecía, aunque, irónicamente eso lo había convertido en el fabuloso empresario que era. Nunca dejaba entrar a nadie en su círculo íntimo salvo a sus tres amigos.

–No puedo hacerlo. Estoy angustiada y tener que contárselo…

–Es injusto, cariño. Marco no te haría eso.

Kat se pellizcó el puente de la nariz y miró hacia la puerta, donde un auxiliar le hacía gestos para que fuese a la sala de maquillaje.

–Tengo que colgar. Hablaremos más tarde.

Connor suspiró.

–Mantén la calma durante la tormenta.

–Lo haré.

Kat intentaba olvidar la conversación mientras iba a la sala de maquillaje cuando su teléfono volvió a sonar.

Era Marco.

–No quiero hablar contigo –murmuró, dejando que saltase el buzón de voz.

–¿Evitando la llamada de algún novio?

Kat miró a Grace Callahan, la estrella del programa matinal más visto de Queensland, sentada en la sala de maquillaje. Tenía cuarenta años, solo siete más que ella, pero su aspecto era el de alguien que gastaba una fortuna en su aspecto físico y estaba convencida de que era lo más importante en la vida. El pelo rubio sujeto en un complicado moño, el cuerpo trabajado en el gimnasio y bronceado de manera artificial…

Sin embargo, a pesar de su aspecto, tenía una personalidad encantadora que atraía a la gente. Probablemente esa era la razón por la que Marco volvía con ella una y otra vez.

Kat miró su móvil.

–Solo es un hombre.

–¿Ah, sí? ¿Un hombre de verdad, de carne y hueso? Dios mío, ¿dónde está mi teléfono? Quiero hacer una fotografía de este momento.

–Lo dices como si yo fuera una monja.

–Estaba empezando a pensar que lo eras, cariño. Pero esto es emocionante. Estoy harta de las noticias del ciclón Rory. ¿Puedo hablar de ello en el programa?

Kat soltó una risita.

–Ya sabes que no. Yo no soy noticia.

–Claro que sí –Grace se miró al espejo por última vez antes de quitarse la bata–. Eres una celebridad y las celebridades siempre son noticia.

–Por favor, no me lo recuerdes. Odio a la gente que es famosa por ser famosa.

–Lo siento, cielo, pero tus pequeños escándalos han dado de comer a las columnas de cotilleos durante años. Solo hace falta otro para que vuelvan a hablar de ti –Grace se dirigió a la puerta y Kat la siguió.

Era cierto. Aunque ella no era nadie especial, la hija de un conocido inversor y una directora de eventos, la prensa había tenido interés por ella desde que decidió soltarse el pelo a los diecisiete años.

–Nunca contaste la verdad –siguió Grace, mirándola por encima del hombro mientras caminaban por el pasillo–. Sería estupendo: «La antigua juerguista Katerina Jackson por fin cuenta la verdad sobre sus matrimonios, el lado oscuro del fútbol francés y esas fotos escandalosas en la ducha».

–Eso no va a pasar, Grace.

–Podríamos empezar por el principio, incluso dedicar un programa entero. Hablaríamos de tu infancia, tu adolescencia, cómo pegaste a Marco cuando tenías catorce años…

–Fue un empujón, no le pegué.

–… y cómo terminasteis todos en el despacho del director como un moderno Breakfast Club.

–Sabía que no debería haberte contado eso.

Grace soltó una carcajada.

–No voy a decir nada, a menos que tú quieras que lo haga, pero me parece fascinante que tus mejores amigos sean una estrella del fútbol, un banquero multimillonario y el sobrino de un mafioso. Todos machos alfa, todos completamente diferentes y todos noticia.

Marco, Connor y Luke, sus mejores amigos desde el instituto, desde aquel día en el despacho del director que los convirtió en leyenda entre sus compañeros. Se habían hecho amigos porque los cuatro detestaban el instituto y compartían gustos por el cine, la música y juegos de ordenador.

–¿Por qué estabais todos allí? –le preguntó Grace mientras entraban en el estudio.

–Tú sabes por qué.

–Habías pegado a Marco…

–Le había dado un empujón por ponerse chulito delante de sus amigos.

–¿Por qué? ¿Qué te dijo?

–No me acuerdo –respondió Kat. Pero sí se acordaba. Había sido un estúpido comentario adolescente sobre su falta de «atributos femeninos» por el que Marco se había disculpado después–. Habían pillado a Luke destrozando los servicios y Connor estaba allí por corregir al profesor de matemáticas y amenazar con arruinar su reputación.

–Madre mía.

–Así era Southbank Private –Kat se encogió de hombros–. Las chicas no se atrevían a hablar con ellos y a mí no me daban ningún miedo. Supongo que por eso nos hicimos amigos.

–¿Y nunca has pensado…? –Grace movió cómicamente las cejas–. Ya sabes.

–¿Qué? ¡No!

–¿Ni siquiera con Marco?

Kat puso los ojos en blanco para disimular mientras Grace se acercaba al sofá amarillo del estudio, rodeado de cámaras.

–Nunca lo he pensado y no tengo intención de darle una exclusiva a nadie. Ahora soy tu ayudante, nada más. El resto son asuntos viejos que no interesan a nadie.

–Sí interesan, y yo seguiré intentándolo –replicó su jefa, tomando el vaso de agua que le ofrecía una auxiliar.

–Ya lo sé –Kat aceptó su habitual té verde mientras Grace se sentaba en el sofá y empezaba a colocar papeles encima de la mesa.

–¿Sabes algo de Marco?

–Hace tres días estaba comentando los últimos partidos de la liga francesa.

–He oído que volvía hoy. He organizado una cena sorpresa para el viernes.

–¿Ah, sí? –Kat tomó un sorbo de té–. ¿Estáis juntos otra vez?

–En realidad, nunca hemos dejado de salir juntos y tengo planes –Grace tomó un sorbo de agua–. Mi reloj biológico lleva años dándome la lata y ahora que tengo un programa propio y cierta credibilidad en la industria; es hora de pensar en tener un hijo.

Kat se atragantó con el té.

–¿Con Marco?

–Pues claro –Grace frunció el ceño–. ¿Eso sería un problema para ti? Sé que tenéis una relación muy estrecha…

–No, no, claro que no. Es que me ha sorprendido –Kat intentó respirar–. Somos muy amigos, pero tenemos una regla: no meternos en la vida amorosa del otro.

–¿Ah, sí? ¿Entonces nunca te ha dicho nada sobre James o Ezio? ¿Ni siquiera un comentario de pasada?

–No.

–¿Y tú nunca le has contado nada sobre mí?

–No es asunto mío, Grace. Si quieres tener hijos, me parece muy bien.

–¿Seguro? –insistió Grace, colocando sus papeles–. Siempre he pensado que había cierta tensión sexual entre vosotros, pero…

–¿Entre Marco y yo? Por favor, en absoluto –la negativa tal vez sonaba demasiado intensa, pensó Kat–. Es un hombre guapísimo y mi mejor amigo, pero… en fin, él es un espíritu libre.

–Yo diría más bien un fanfarrón –bromeó Grace–. Y un mujeriego, pero eso es bueno, así no se meterá en mi vida ni intentará decirme cómo tengo que criar a mi hijo.

Era cierto. No había sitio en la vida de Marco para una compañera permanente, y menos para un hijo.

Kat tragó saliva mientras los miembros del equipo colocaban las cámaras.

Había algo que estaba claro: Marco no querría un hijo, y tampoco lo quería ella.

Suspirando, se puso los auriculares y observó a Grace sonriendo a las cámaras mientras empezaba con su monólogo.

Su jefa podía ser exigente, pero bajo ese pulido exterior había un corazón de oro. Kat buscaba las historias y Grace se las contaba al mundo, consiguiendo miles de dólares para los proyectos benéficos que publicitaban. La antigua estrella de la televisión había pasado por una clínica de rehabilitación para convertirse en la presentadora del programa más visto en las mañanas de Queensland.

Ella, en cambio, prefería trabajar detrás de las cámaras. Los reporteros del corazón aún le pedían entrevistas, pero estaba contenta con su vida. Le gustaba su trabajo y, como le había dicho a Connor, Luke y Marco diez semanas antes, en un bar de Brisbane, no le apetecía tener una relación.

–Demasiado esfuerzo, demasiado difícil de controlar y muy doloroso al final –había dicho, mirando a sus amigos.

Marco y Luke se habían reído, pero Connor la miraba de una forma extraña, serio y triste, como si no la creyera. Y eso la enfadó tanto que pidió ese último e infausto vodka con naranja.

No le pasaba nada raro. De adolescente no se había obsesionado con novios, bodas o hijos, algo que la separaba del resto de las chicas del instituto Southbank Private, en Brisbane. Además, su afición por los deportes y las bandas de rock había hecho que se acercase más a los chicos.

Y luego estaba «el incidente», como lo llamaba su padre, cuando empujó a Marco Corelli, hijo del notorio jefe de la mafia Gino Corelli. Fue entonces cuando se convirtió en una leyenda entre sus compañeros. Connor Blair, el silencioso, había dejado que se sentara con ellos durante el almuerzo. Luke, siempre enfadado, iba con ella a los conciertos de rock y Marco… bueno, Marco se disculpó por su tonto comentario y se habían hecho amigos de por vida.

Marco, fanfarrón y casanova adolescente con un increíble don para el fútbol que se había convertido en un hombre guapísimo, interesante, famoso y seguro de sí mismo. Marco conocía sus secretos, sus sueños infantiles, sus tragedias familiares.

Especialmente sus tragedias familiares. Tras la muerte de su madre por la enfermedad de la neurona motora, y la posibilidad de que ella misma fuese portadora de ese mal, nunca se había permitido a sí misma la fantasía de ser madre. Pero enfrentada con la realidad del embarazo, no sabía qué sentir. Después de tantos años negándose a hacerse las pruebas y discutiendo con Marco porque prefería vivir sin esa espada de Damocles sobre su cabeza, por fin se las había hecho y estaba esperando el resultado; algo que añadía más estrés a una situación ya de por sí estresante.

Y por eso no iba a decírselo a Marco. Nunca.

Suspirando, se concentró en el presente. Cuando terminaron de grabar el programa eran las once de la noche y estaba agotada. Después de despedirse de todo el mundo se arrastró hasta el aparcamiento, pensando en lo que iba a pedir para cenar.

Pero cuando estaba llegando al coche se quedó inmóvil.

Marco.

El corazón se le volvió loco al ver el traje de chaqueta, la corbata torcida, el pelo oscuro cayendo sobre la frente, la sombra de barba oscureciendo el firme mentón. Alto, erguido, sexy y despreocupado, con las manos en los bolsillos del pantalón y esos ojos castaños, tan penetrantes, mirándola directamente.

En otro hombre menos masculino sus facciones casi podrían parecer demasiado bonitas, pero Marco tenía un aura de puro macho que lo rodeaba como un halo. Su pelo oscuro, un poco rizado, enmarcaba unos pómulos altos, una boca de labios generosos y unos ojos… Y cuando sonreía, bueno, cuando sonreía casi podía oír bragas cayendo a su alrededor. Le recordaba a un héroe de capa y espada, gestos románticos y poemas de amor desesperado.

Y había sido el mejor sexo de su vida.

Marco era adorado por millones de personas. Todo el mundo conocía su historia: único hijo de una familia de emigrantes italianos, criado en Australia hasta que un cazador de talentos lo reclutó para la liga francesa de fútbol a los dieciséis años. Marco, el italiano de ojos románticos y sonrisa irresistible. Y, por si esa no fuera una ventaja injusta, además había adquirido cierto acento francés trabajando en Marsella y París.

Marco, su mejor amigo.

Se le encogió el corazón al pensar eso. Se conocían desde adolescentes y contárselo lo cambiaría todo de manera irrevocable. Marco no se comprometía con nadie. Le encantaba su trabajo, las mujeres y su libertad para disfrutar de ambos. Y no quería perderlo como amigo después de una tonta, aunque asombrosa, noche. No podía hacerlo.

Respirando profundamente, siguió adelante. Pero cuanto más se acercaba, más extraña se sentía.

Habían hecho cosas íntimas, cosas que jamás hubiera imaginado hacer con él. Habían estado desnudos, él la había tocado y besado por todas partes… y quería hablar del asunto.

Mostrando una falsa valentía, desconectó la alarma del coche y alargó una mano para abrir la puerta.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó, conteniendo el deseo de llevarse una mano al vientre.

–Tenemos que hablar –dijo él, con ese acento único, una mezcla de francés e italiano que siempre la hacía temblar.

–¿De qué?

–Podemos hablar en mi barco.

Kat suspiró.

–Mira, Marco, es tarde y se acerca un ciclón. ¿No puedes esperar a otro día?

–El ciclón tardará horas en llegar aquí.

–Estoy cansada.

–Y evitándome.

Ella parpadeó.

–No vas a dejarme en paz, ¿verdad?

–No.

–Muy bien, pero que sea rápido. Estoy agotada.

Marco se apartó del coche.

–No irás a dejarme plantado, ¿verdad? –le preguntó, con el ceño fruncido.

–No, te lo prometo.

–Muy bien.

«Tenemos que hablar».

Esas tres palabras cargadas de significado conjuraban una multitud de escenarios que no le gustaban nada, pensó mientras lo veía subir a su coche. Diez semanas antes habían cruzado la línea que separaba a los amigos de los amantes, y una parte de ella quería correr a casa y esconderse bajo las mantas. Pero otra parte quería terminar con aquella incómoda situación lo antes posible.

Suspirando, subió al coche y salió del aparcamiento. No podía huir para siempre. Era hora de dar la cara y enfrentarse con las consecuencias.

El puerto era un hervidero de actividad, con gente asegurando barcos y pertenencias en preparación de la tormenta.

Kat aparcó y se dirigió al muelle, mirando las oscuras aguas. En unas horas, un ciclón de categoría cuatro golpearía la costa y todos sabían la devastación que podía traer porque aún estaban recuperándose del ciclón Yasi, que había golpeado el norte de Queensland unos años antes.

El barco de Marco estaba amarrado al final del muelle. Era un barco brillante con un montón de metros de eslora del que no paraba de hablar cuando lo compró. Pero lo que recordaba de esas conversaciones no eran los caballos del motor, las dimensiones o el consumo de gasolina, sino la emoción de Marco, que parecía un crío con un juguete nuevo.