Deseo íntimo - Paula Roe - E-Book
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Deseo íntimo E-Book

Paula Roe

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Beschreibung

Esa vez no iba a dejar que se le escapara. Su ex había vuelto. Y quería ser madre. Tener un hijo con su antigua amante, Angelina Reynolds, era una oferta que Matthew Cooper no podía rechazar. Nada le gustaría más que volver a acostarse con ella. El brillante médico había tenido diez años para repasar lo que hizo mal. Angelina era un espíritu libre, no quería ataduras con aquel exnovio que le había roto el corazón. Lo único que buscaba era un hijo. Pero las insistentes atenciones de Matt debilitaban su firmeza y ponían en peligro su elaborado plan para quedarse embarazada.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Paula Roe

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Deseo íntimo, n.º 1964 - febrero 2014

Título original: The Pregnancy Plot

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4041-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

–La dama de honor no deja de mirarte. ¿La conoces?

–¿Quién? –Matthew Cooper se apartó del inmenso ventanal de aquel piso septuagésimo octavo con espectaculares vistas a Surfers Paradise, en Queensland, y miró a su hermana.

Paige sonreía mientras él miraba hacia el engalanado grupo nupcial de seis mujeres que pululaba por la zona de recepción del Q-Deck.

–La pelirroja –contestó Paige.

Él se encogió de hombros, agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por ahí y volvió a mirar.

–No conozco a nadie aquí. Los recién casados son clientes tuyos.

Paige frunció el ceño.

–Me estás deprimiendo. Esto es una boda, Matt. Una celebración del amor. Suéltate un poco, diviértete –volvió a mirar hacia el grupo–. Ve a hablar con una de las damas de honor.

Matt alzó una ceja, se metió una mano en el bolsillo del pantalón y dio un sorbo a su copa.

–¿Con la pelirroja?

–No cabe duda de que está interesada.

Matt murmuró algo entres dientes y su hermana suspiró.

–Eres un tipo triste. Aquí estás, con treinta y seis años, en la flor de la vida, atractivo, soltero, insultantemente rico...

–Responsable, exitoso.

–Y sigues obsesionado con el trabajo –concluyó Paige al verle mirar el teléfono por tercera vez en media hora–. Creí que habías dejado Santa Catalina para huir de eso.

Matt frunció el ceño.

–Dirigir UMG es completamente distinto.

Paige alzó las manos para indicar dos niveles.

–Por un lado, la cirugía cardiaca. Por el otro, dirigir una empresa internacional de equipos de rescate –subió una mano y bajó la otra–. Salvar vidas para el negocio familiar: padres encantados. Entrenar equipos de emergencia médica en países en desarrollo: padres molestos.

–Sigo salvando vidas, Paige. Y no necesito que te metas tú también en esto.

–Ver a una exmujer malvada y mentirosa cada pocas semanas –Paige dejó caer una mano–, escaparse a destinos exóticos con mujeres todavía más exóticas –alzó la otra mano y sonrió–. Y sin embargo, sigues sin ser feliz.

–Sí lo soy.

–No lo eres –Paige le puso la mano en el brazo–. Tal vez viva en Londres, pero todavía te conozco.

Antes de que él pudiera contestar, la comitiva nupcial se movió.

Era un viernes por la noche de un mes de agosto inusualmente caluroso, y en lugar de ultimar los detalles de un proyecto antes de regresar a Perth el lunes, estaba en una sala llena de desconocidos celebrando la unión de dos personas tan claramente enamoradas que resultaba incluso nauseabundo.

Una especie de rabia irracional se apoderó de él. La última boda a la que había asistido fue la suya... y no había más que ver cómo había terminado.

La gente se apartó para dejar espacio a los recién casados, Emily y Zac Prescott, que se besaron. Cuando los invitados rompieron a aplaudir, Matt apretó las mandíbulas sintiéndose incómodo. ¿Por qué diablos habría accedido a acompañar a Paige?

–Tu anillo es muy bonito –le dijo a Paige, que estaba ahora callada.

–Como si pudieras verlo desde ahí –sin embargo, se sintió orgullosa mientras ambos observaban la intrincada banda con diamantes que lucía Emily en el dedo–. Mira –añadió dándole un codazo–, ahí está la pelirroja.

La mujer en cuestión quedaba parcialmente oculta por el vestido de Emily. Tenía la cabeza vuelta y estaba girada, de modo que Matt solo podía verle un poco el cuello, los hombros desnudos y el fiero cabello rojo sujeto en un elegante moño en la nuca.

Entonces se movió y un haz de luz le bañó el perfil.

Matt contuvo el aliento y todo se difuminó.

–¿La conoces? –quiso saber Paige.

–No. Discúlpame un momento –Matt ignoró el ceño fruncido de su hermana, le dejó la copa en la mano y avanzó con firmeza.

Estaba a un metro y medio de allí, un poco rezagada del resto de la comitiva nupcial, hablando con un tipo de aspecto dulce. Matt se detuvo. La cabeza le daba vueltas mientras el pasado se apoderaba de sus sentidos. Angelina Jayne Reynolds. «Angelina», le había susurrado al oído en los estertores de la pasión mientras ella se retorcía bajo su cuerpo. Tenía la piel pálida, casi etérea, las piernas largas y elegantes y los ojos azules como el hielo. El cabello castaño rojizo le caía por la espalda en ondas de fuego. Era una mezcla de cielo e infierno en un solo envase. Una mujer que le hacía bullir la sangre con su risa alegre y su pícara sonrisa. Una mujer que le había vuelto loco durante seis meses enteros en los que estuvo bajo sus sábanas para después marcharse de su vida sin decir una palabra. Había tardado casi un año en olvidarla.

Aunque en realidad no la había olvidado.

Fue consciente del momento en que ella se dio cuenta de que la estaba mirando. Estiró la espalda mientras miraba a la gente con el ceño ligeramente fruncido. Matt mantuvo la mirada clavada en su nuca. Recordaba haber besado aquel rincón, haciéndola suspirar de placer...

Ella se giró finalmente y la realidad de todos aquellos años cayó sobre él, golpeándole y dejándole los pulmones sin aire. Angelina era preciosa cuando tenía veintitrés años, pero ahora era... espectacular. La vida y la experiencia le habían marcado las facciones, acentuándole la mandíbula y la barbilla. La piel blanca y los pómulos altos enfatizaban aquellos ojos azules de gata.

Y luego estaba la boca, un lujurioso montículo de calor y seducción pintado de magenta que conjuraba todo tipo de imágenes sucias.

Finalmente le miró a los ojos. Primero con femenina admiración, pero luego apartó la mirada y volvió a clavarla en él con asombro.

Matt no pudo evitar sonreír.

La distancia que había entre ellos desapareció de pronto y al instante estuvo delante de ella.

–Angelina Reynolds. Estás... –hizo una pausa, consciente a medias del ruido y el movimiento que había a su alrededor–. Estás muy bien.

–Matthew Cooper –la voz le salió algo ronca–. Cuánto tiempo.

–Casi diez años.

–¿De veras?

–Sí.

Ella entrelazó los dedos, la viva imagen del recato. Matt frunció el ceño y deslizó la mirada por su elegante vestido azul hielo, el collar con una mariposa que tenía al cuello, los pequeños pendientes de diamantes. Algo no encajaba.

–No estás acostumbrado a verme así vestida.

La imagen de cuerpos sudorosos y besos apasionados le provocó una punzada de deseo. Ella debió darse cuenta, porque se apresuró a añadir:

–Me refiero al vestido que llevo.

Matt maldijo entre dientes y recuperó el control.

–Es muy elegante.

Angelina miró al otro lado de la sala.

–Sé que no conoces a mi hermana, así que debes ser amigo de Zac.

¿La novia era su hermana?

–La conozco por Paige Cooper.

Angelina abrió los ojos de par en par.

–¿La diseñadora del anillo?

–Sí.

–Tu mujer tiene mucho talento –Angelina sonrió con educación.

–Es mi hermana.

–Ah –ella miró hacia la comitiva nupcial con expresión indescifrable–. No sabía que tuvieras una hermana.

–Hay muchas cosas de las que no hablamos.

Angelina se limitó a asentir y sonrió a un invitado que pasó a su lado. Seguía con los dedos entrelazados.

¿Había sido siempre así de contenida? La recordaba como una mujer apasionada que se expresaba con movimientos y calor. Pero ahora resultaba dolorosamente educada.

No era de extrañar, teniendo en cuenta cómo habían terminado.

Matt se metió las manos en los bolsillos.

–Bueno –Angelina miró detrás de él y vio a Zac y a Emily sentados en la mesa nupcial–. Me alegro de haberte visto, Matt.

–Espera –él le agarró el brazo–. ¿Puedo invitarte a una copa?

Angelina soltó una carcajada nerviosa.

–Hay barra libre.

–Más tarde –la miró con intención.

–No, creo que no –murmuró ella. Se le había borrado la sonrisa.

–Entonces, ¿un baile?

–¿Por qué?

Su franqueza le sobresaltó durante un instante y luego recordó que no era más que una de sus muchas cualidades.

–Porque quiero.

¿Qué diablos estaba haciendo? La parte racional de su cerebro le decía que la dejara ir. Pero su parte insatisfecha, la que había sobrevivido al fracaso de su matrimonio y a las negociaciones de la semana anterior con un nuevo cliente, pudo más que él.

Angelina no formaba parte de su realidad. Era un recuerdo brillante de su pasado, un pasado idealista, lleno de ambición. Ella era la playa, los pantalones cortos, la risa y el amor sensual. El presente de Matt era completamente distinto. Había reuniones interminables y países solitarios, alguna situación que ponía en peligro alguna vida, una exmujer mentirosa y unos padres entrometidos que no querían dejar el pasado atrás. No podía permitir que Angelina se marchara. Todavía no.

–Un baile –repitió mirándola fijamente.

Ella le observó en silencio. Qué extraño. ¿Dónde estaba la mujer que le había dado un nuevo significado a la palabra «impulsiva»? Ahora parecía demasiado cauta.

–Matt, estoy siendo lo más educada posible porque estamos en la boda de mi hermana. Pero quiero dejarte algo muy claro: no quiero tomar nada contigo ni bailar. Y ahora, si me disculpas... –Angelina sonrió, se giro sobre los talones y se dirigió hacia la mesa de los novios, dejándole allí, sin palabras y con el ceño fruncido.

Matt se quedó mirando el suave balanceo de su trasero y el aleteo de la tela azul del vestido alrededor de los tobillos.

Vaya. Al parecer todavía seguía enfadada con él.

Capítulo Dos

Transcurrieron dos largas horas, ciento veinte agónicos minutos en los que Angelina lamentó más de una vez haber dejado el alcohol. Una copa de champán le ayudaría sin duda a superar el irritante encuentro con su ex.

Tenía el pelo más largo, pensó mientras tomaba el postre. Eso le confería un aire romántico a sus intensas facciones: la nariz romana, las oscuras cejas que enmarcaban aquellos ojos color chocolate, la mandíbula firme con barba incipiente y el hoyuelo en la barbilla. Sí, seguía siendo delgado, con manos elegantes y ojos expresivos que le recordaban a los caballeros andantes y a los poetas románticos de antaño, pero en aquellos diez años se había vuelto algo más ancho y maduro.

No solo era guapo y muy inteligente, sino que además era cardiólogo... y tenía un acento inglés que volvería loca a cualquier chica. Ningún personaje de ficción podía compararse a Matthew Cooper.

Tal vez fuera el recuerdo de su pasado en común. Un pasado basado únicamente en el sexo, no habían estado juntos el tiempo suficiente para vivir las inevitables complicaciones de una relación. Matt la había dejado de un plumazo.

Sorprendentemente, consiguió superar el brindis y el vals oficial sin inmutarse. Su acompañante bailó con ella mientras Zac y su hermana se deslizaban sonriendo y susurrándose. Finalmente, el DJ arrancó con la música y todo el mundo saltó a la pista. Tras negarse a bailar con un rubio de mandíbula cincelada, se dirigió a la barra del bar y pidió un cóctel sin alcohol.

–¿Lo estás pasando bien, preciosa? –el camarero sonrió.

–Claro –Angelina sonrió sin ganas.

El camarero le puso la bebida delante, pero cuando iba a agarrarla él le puso la mano en la suya y la miró con intención.

–Oye, qué te parece sí...

De pronto Matt estaba a su lado, sentándose en un taburete, y dirigió su educada sonrisa al camarero. Casi le resultó divertido el modo en que el hombre apartó rápidamente la mano y preguntó:

–¿Qué le sirvo, señor?

Pero cuando el camarero se fue a preparar un café y Matt se giró para mirarla, lo último en lo que pensaba era en divertirse.

Tras el año que había pasado, no estaba preparada para enfrentarse al hombre que la había abandonado hacía casi diez años.

Angelina se quedó mirando su bebida, viendo cómo las burbujas subían a la superficie mientras la agitaba con la pajita. Había sido lo suficientemente buena como para tener apasionado sexo con ella, pero no para hacer oficial su relación.

Ah, pero el sexo había sido increíble.

Los recuerdos hicieron que se sonrojara. Suspiró disimuladamente, se puso la pajita en los labios y dio un sorbo, ignorando la mirada de Matt.

El camarero puso el café en la barra, un expreso sin azúcar, y luego dirigió la mirada a los largos dedos de Matt cuando se curvaron en la taza. Su escrutinio estaba empezando a ponerla nerviosa. Sí, siempre había sido muy intenso y examinaba las cosas desde todos los ángulos posibles. En parte por eso era tan buen cirujano. Pero aquella forma de mirar tan atenta, como si no pudiera creer lo que veía, era algo completamente distinto.

–No me mires así. No he cambiado tanto –dijo finalmente irritada.

–Claro que sí –Matt se llevó la taza a los labios y dio un sorbo antes de volver a dejarla en el platillo.

–¿En qué?

Él alzó una ceja.

–¿Estás buscando halagos, Angelina?

–No.

–Es verdad, me acuerdo de que eso no te interesaba –la expresión de Matt cambió–. Los treinta y dos te sientan bien –afirmó–. Muy bien.

Ella le dio otro sorbo a su bebida y sonrió.

–Gracias.

–Y dime, ¿qué tal te va?

¿Sin contar con la operación, el apremiante reloj biológico y la cita que tenía al día siguiente en la clínica de fertilidad?

–Bien –Angelina se bajó de la silla y sonrió otra vez. Esta vez sintió que la cara se le iba a rajar–. Bueno, me alegro de haberte visto. Yo...

Matt murmuró algo entre dientes y ella frunció el ceño.

–¿Qué has dicho?

–He dicho «mierda». ¿Qué diablos te pasa, Angelina? Deja de fingir.

Angelina dio un paso atrás, se cruzó de brazos y trató de contener su irritación.

–¿Sabes qué? No voy a pasar por esto –se dio la vuelta y se marchó bruscamente.

Sus tacones apenas hicieron ruido sobre la pista de baile de estuco. La estridente música lo ahogaba todo excepto su ira. Consiguió esquivar a varias personas que estaban bailando y a un invitado borracho antes de llegar a la puerta que estaba al fondo de la sala. Tiró de ella con fuerza y salió a un lujoso vestíbulo que llevaba a los baños.

Se detuvo frente a uno de los espejos de cuerpo entero y observó su reflejo. Luego se cubrió las mejillas y sintió el calor en las palmas.

Matthew Cooper era un cerdo arrogante. Era un niño pijo y mimado con acento inglés. Un malcriado que no sabía lo que era luchar de verdad. Era el tipo más egocéntrico y controlador que...

No. No se trataba de él. Su vida había sido una montaña rusa desde abril: en el espacio de una semana había pasado de hacerse el chequeo habitual a prepararse para una operación que le eliminaría los quistes de los ovarios. No se lo había contado a nadie para no estropear la boda de Emily, pero tuvo que hacerlo cuando se encontró en el hospital con Zac, que había ido a donar una gran suma de dinero para el ala infantil. Ella salía del postoperatorio. Le había obligado a jurarle que guardaría silencio, pero entonces Zac insistió en pagar toda la cuenta del hospital, incluida una semana de recuperación en una clínica privada.

«Es poco probable que pueda tener hijos, señorita Reynolds», le había dicho el cirujano.

Unos años atrás, Angelina se habría quedado tan ancha. La idea de que ella, la señorita soltera, la reina de fiesta, tuviera hijos, le resultaba ridícula. Le encantaba la idea de hacer la maleta y recorrer el estado cuando le apetecía sin dar cuentas y sin necesitar a nadie. Claro, también estaban aquellas extrañas punzadas que sentía cuando veía a Emily y a Zac juntos, y a veces anhelaba tener algo más. Además, parecía que todos sus amigos iban cayendo uno a uno, metidos de pronto en la harina de casarse y tener hijos.

Pero Angelina Reynolds no necesitaba a nadie.

Sin embargo, ahora que le habían arrancado la elección más básica de una mujer, sentía de pronto un repentino vacío y una herida.

Entonces empezó a cuestionarse a sí misma, a preguntarse qué quería realmente. Y tras una semana de sufrimiento, se levantó una mañana y supo exactamente lo que quería. El repentino sonido de la puerta al abrirse seguido de un breve estallido de música y risas interrumpió sus pensamientos. Entornó los ojos al ver el reflejo de Matt en el espejo y se negó a darse la vuelta a pesar de que el silencio se alargó y la piel le ardía.

–El servicio de caballeros está en la puerta de al lado –le dijo.

Él ignoró el comentario.

–¿Sigues enfadada conmigo?

Angelina se dio la vuelta, lista para la batalla, pero en el último momento aspiró con fuerza el aire.

–Si estuviera enfadada significaría que me importa –alzó la barbilla a pesar de que él era quince centímetros más alto–. Y no es el caso.

–De acuerdo.

Su aire de superioridad la molestó.

–Vamos, Matt. Han pasado diez años. Lo he superado. He crecido. Vivo mi vida –señaló su traje impecable–. Tú seguramente estés casado con alguna niña bien, seas el director de algo, tengas a tus padres encantados y...

–Lo cierto es que estoy divorciado y dirijo un equipo internacional de rescate.

–... y sinceramente, no creo que... –Angelina se detuvo y parpadeó–. ¿Qué?

–Dirijo UMG, Urgencias Médicas Globales.

–Espera, espera, espera. ¿Dejaste Santa Catalina?

Él asintió.

–Hace más de cuatro años.

Angelina estaba asombrada.

– Increíble. Pero si vivías para ese sitio. Era toda tu vida y tú... ¿qué dijeron tus padres?

–Bastante más que «increíble» –murmuró Matt con cierto tono burlón.

–Increíble –repitió Angelina.

Matt guardó silencio mientras ella le observaba. Había estado casado. Ya lo sabía, pero el corazón todavía le dolía. Había amado a una mujer tanto como para declararse. Se había llevado a otra a la cama y había sido correspondido en su amor.

¿Estaba mal odiar a alguien a quien no conocía? Angelina se centró en su preciosa boca. Entonces escuchó un clic y el baño se sumió de pronto en una profunda oscuridad. El temporizador de la luz había agotado su tiempo. Angelina soltó una palabrota entre dientes y dio un paso adelante.

–Voy a acercarme a la pared –dio otro paso y luego otro... hasta que topó con algo sólido. Cálido. Y no era la pared.

Reculó al instante con un gemido gutural. Habría perdido el equilibrio si Matt no la hubiera sujetado al instante.

–Te tengo.

–Estoy bien.

–Si, lo estás.

La oscuridad era absoluta, pero supo que sonreía por el tono de voz. Angelina contuvo el aliento mientras sentía cómo sus manos le quemaban la piel.

–Ya puedes soltarme.

–De acuerdo.