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Noche en Venecia Kat Cantrell Lo que se suponía que iba a ser una aventura de una noche se transformó en mucho más para Matthew Wheeler. Evangeline, la misteriosa mujer que conoció en un baile de máscaras, lo impulsó a salir de su exilio autoimpuesto. Por fin podría olvidar su trágico pasado y perderse en esa mujer tan increíble. Pero dejarse ir tenía un precio… En la cama con su mejor amigo Paula Roe Después de una noche de amor desatado, Marco Corelli se había convertido en alguien fundamental en la vida de Kat Jackson. Kat no entendía cómo había podido acostarse con su mejor amigo. Siempre había logrado resistirse a sus encantos, pero cuando la llevó a una isla privada para discutir el asunto, llegó la hora de enfrentarse a la verdad: que eran mucho más que amigos. La casa de las fantasías Kristi Gold La diseñadora de interiores Selene Winston estaba allí para arreglar una vieja mansión, no para meterse bajo las sábanas con su guapísimo jefe. Sin embargo, no podía dejar de soñar con el introvertido Adrien Morell, que poblaba todas sus fantasías. Adrien no estaba dispuesto a salir de las sombras para estar con ella… a menos que lo convenciese.
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Seitenzahl: 501
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 451 - agosto 2020
© 2014 Kat Cantrell
Noche en Venecia
Título original: Pregnant by Morning
© 2014 Paula Roe
En la cama con su mejor amigo
Título original: Suddenly Expecting
© 2006 Kristi Goldberg
La casa de las fantasías
Título original: House of Midnight Fantasies
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014 y 2006
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-620-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Noche en Venecia
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Epílogo
En la cama con su mejor amigo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
La casa de las fantasías
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Matthew Wheeler no entró en la refriega del Carnaval de Venecia para beber y divertirse, sino para convertirse en otro. Se ajustó la máscara que le cubría la mitad superior del rostro. Era incómoda, pero necesaria.
–Vamos, amigo –dijo Vincenzo Mantovani, el hombre que tenía al lado, a la vez que le palmeaba el hombro–. Vamos a reunirnos con los demás en el café Florian.
–Va vene –Matthew se ganó una sonrisa del italiano, que se había apuntado a ser su guía aquella tarde. Vincenzo se apuntaba a mucha cosas mientras fueran divertidas, temerarias o poco aconsejables, lo que lo convertía en la compañía adecuada para un hombre que quería conseguir todo aquello pero que no tenía idea de cómo.
De hecho, Matthew se habría conformado con olvidar a Amber durante unas horas, pero el fantasma de su esposa lo seguía a todas partes.
Vincenzo siguió chapurreando inglés mientras entraban en el café Florian. Como la mayoría de los venecianos, Vincenzo era muy sociable con los extranjeros, y no había tardado en entablar relación con el estadounidense que vivía en el solitario palacio contiguo al suyo, palacio que daba al Gran Canal y que Matthew consiguió en una subasta como regalo de bodas para Amber, aunque nunca llegaron a ir Italia en los once meses que estuvieron casados.
Matthew tomó un sorbo del café que su nuevo amigo había conseguido casi mágicamente y trató de sonreír. Si pretendía dejar de pensar en Amber, así no iba a conseguirlo. Su único propósito aquella tarde era convertirse en alguien que no estaba llorando la muerte de un ser querido, en alguien que no soportaba sobre sus hombros el peso y la responsabilidad de las expectativas de su familia, en alguien que encajara en el hedonista ambiente del Carnaval.
Pero resultaba difícil convertirse en otra persona después de haber sido un Wheeler desde su nacimiento.
Matthew poseía, junto a su hermano, su padre y su abuelo, la empresa inmobiliaria Wheeler, que llevaba más de un siglo funcionando en Texas. Matthew había creído firmemente en el poder de la familia y la tradición hasta que perdió a su esposa y luego a su abuelo. La pena y el dolor lo paralizaron hasta tal punto que la única solución que encontró fue irse. Había estado estaba huyendo de la vida, pero había llegado el momento de encontrar un modo de volver a Dallas, de volver a ser el hombre que había sido.
Las playas de México no habían bastado para darle una respuesta. Machu Pichu solo había servido para dejarlo exhausto. Los nombres de los demás lugares en los que había estado habían empezado a difuminarse y había comprendido que debía hacer algo diferente. Tras deambular por medio mundo había aterrizado en Venecia, y allí pensaba seguir hasta que la vida real volviera a parecerle mínimamente soportable.
Hacia las once, Vincenzo condujo a un montón de amigos a su casa, donde se iba a celebrar un baile de máscaras. Debido a la estrechez de las calles por las que circulaban tenían que ir casi en fila india, y para cuando Matthew entró en el palacio contiguo al suyo ya estaba lleno de gente y de luces.
Dentro, un conserje uniformado tomó su capa. Una vieja mesa labrada en maderas nobles bloqueaba el paso a la sala principal, una rareza con un gran recipiente de cristal en el centro lleno de teléfonos móviles.
–Es una fiesta de teléfonos.
La grave voz que sonó a sus espaldas hizo que Matthew se volviera en busca de su dueña.
Era una mujer enmascarada que vestía un delicado traje azul y blanco bordado y con muchos pliegues. El escote no era pronunciado, pero el suave contorno de sus pechos atrajo la mirada de Matthew. De la parte trasera del vestido surgían unas alas de mariposa plateadas.
–¿Tan evidente es mi desconcierto? –preguntó.
–Eres estadounidense –dijo ella con una sonrisa.
–¿Y eso explica por qué no sé lo que es un fiesta de teléfonos?
–No, eso se debe a que eres más maduro que la mayoría de las personas que hay aquí.
De manera que debía conocer a los demás invitados. Aquella pequeña mariposa era interesante. La mayor parte de su rostro estaba cubierto, con la excepción de una boca de labios carnosos pintados de rosa. Unos rizos color caramelo caían sueltos en torno a sus hombros desnudos. Deslumbrante. Su voz era seductora, profunda, y poseía un timbre que afectó de inmediato a Matthew.
–Siento curiosidad. ¿Te importaría explicarme de qué se trata?
–Las mujeres dejan su móvil en el recipiente de cristal y los hombres eligen uno al azar. Ligue instantáneo.
–La verdad es que no sé qué pensar de un juego así –dijo Matthew con escepticismo.
–¿No piensas elegir uno cuando acabe la fiesta?
Aquella era una pregunta compleja. El viejo Matthew habría dicho que no sin dudarlo. Nunca había tenido una aventura de una noche en su vida, y nunca se había planteado tenerla. Aquello habría sido más propio de su hermano Lucas, que probablemente habría elegido dos teléfonos.
Pero Matthew no poseía el talento de su hermano en lo referente a las mujeres. Sabía desenvolverse con total soltura en el mundo de los negocios y en su círculo social, pero nada más. No tenía idea de cómo ser viudo a los treinta y dos años, de manera que, ¿qué habría hecho Lucas en aquellas circunstancias?
–Depende –dijo a la vez que señalaba el recipiente con un gesto de la cabeza–. ¿Está el tuyo ahí?
La mujer negó con la cabeza a la vez que dejaba escapar una ronca risita.
–No es mi estilo.
Matthew experimentó una absurda mezcla de alivio y decepción al escuchar aquello.
–Tampoco el mío, aunque puede que en este caso hubiera hecho una excepción.
–Yo también –replicó la mujer con una sonrisa, y a continuación giró sobre sus talones y se fue.
Matthew observó cómo se esfumaba por la puerta que daba al salón principal, donde fue inmediatamente absorbida por la multitud. Resultaba intrigante sentirse tan fascinado por una mujer debido a su voz. ¿Debería seguirla? ¿Y cómo no hacerlo después de un indicio tan claro de interés? Sin pensárselo dos veces, salió tras la mujer mariposa.
Un montón de bailarines moviéndose al son de una incongruente música electrónica dominaba el espacio de la planta baja del palacio. Pero ninguna de las mujeres tenía alas.
En torno a la zona de baile había varias mesas de juego, con ruletas incluidas, pero Matthew no la localizó entre los jugadores. De pronto, un destello de plata llamó su atención y vio las puntas de las alas de mariposa desapareciendo en otra habitación. Cruzó entre la multitud de bailarines molestando lo menos posible y siguió a lo único que había logrado despertar su interés en aquellos últimos dieciocho meses.
Al detenerse bajo el arco que separaba ambas habitaciones la vio. Estaba junto a un grupo de personas, concentrada en algo que Matthew no pudo distinguir, aunque tuvo la impresión de que se sentía tan sola como él en medio de aquella multitud.
Los aficionados al tarot rodeaban a madama Wong con tanto interés como si conociera los números que iban a salir en la lotería. Evangeline Le Fleur no era aficionada al tarot ni a la lotería, pero le divertía observar a la gente. Cuando madama Wong volvió otra carta y la multitud dejó escapar un murmullo, Evangeline notó un cosquilleó en el cuello y sintió que alguien la estaba observando.
El tipo del vestíbulo.
Cuando sus miradas se encontraron sintió un delicioso cosquilleo recorriéndole el cuerpo. Durante su breve conversación había sentido que aquel hombre había escuchado con verdadero interés sus palabras sobre la absurda fiesta de móviles que había organizado Vincenzo.
Últimamente nadie parecía interesado en lo que tuviera que decir, a menos que fuera para responder a la pregunta «¿qué vas a hacer ahora que ya no puedes cantar?». Lo mismo podían haberle preguntado qué pensaba hacer después de que clavaran la tapa de su féretro.
El traje del hombre estaba muy bien cortado, y lo más probable era que mereciera echar un vistazo a lo que había debajo. Los labios que asomaban bajo la máscara eran fuertes y carnosos, y sus manos parecían muy… habilidosas.
La música pareció disolverse mientras el hombre avanzaba decididamente hacia ella sin mirar a los lados.
Observó cómo se acercaba sin molestarse en ocultar su interés. El misterio de su rostro enmascarado hacía que resultara aún más atractivo, al igual que el hecho de que no supiera quién se ocultaba tras la máscara. ¿Cuándo era la última vez que había estado con alguien que no supiera cómo se había hundido su carrera, o los Grammy que había ganado?
Durante una temporada se había codeado con los nombres más conocidos del mundo del espectáculo, y había tenido tanto éxito que ni siquiera había necesitado un apellido. El mundo la conocía simplemente como Eva.
Pero de pronto se había quedado sin voz y se había visto a la deriva y sola.
–Ahí estás –murmuró él al alcanzarla–, empezaba a pensar que te habías ido volando.
–Las alas solo funcionan a partir de medianoche –dijo ella, riendo.
–En ese caso, más vale que me dé prisa. Me llamo…
–No –la mariposa apoyó un dedo sobre los labios de Matthew–. Nada de nombres. Aún no.
Al notar por la expresión de Matthew que habría querido meterse su dedo en la boca gustoso, lo retiro antes de permitírselo. No había duda de que aquel desconocido resultaba excitante, pero ella tenía un saludable instinto de supervivencia, y los amigos de Vincenzo solían moverse por el lado más salvaje de la vida…
–¿Vas a consultar tu futuro? –Matthew señaló con un gesto de la cabeza a madama Wong , que los miró mientras bajaba las cartas.
–Venga. Siéntese.
Cuando el rubio y atractivo desconocido apartó una silla de la mesa y se la ofreció, Evangeline no encontró un modo de negarse amablemente sin llamar la atención, de manera que se sentó.
Después de que un matasanos del tres al cuarto le hubiera destrozado las cuerdas vocales, Evangeline había pasado tres meses recorriendo todas las consultas de medicina alternativa que había ido encontrando, pero nadie había logrado curarle la voz, ni el alma. En resumen, aquella no era la primera vez que se hacía echar las cartas del tarot, aunque no tenía muchas esperanzas puestas en que fuera a obtener algún resultado práctico.
Madama Wong terminó de extender las cartas sobre la mesa y frunció el ceño.
–Tiene un gran conflicto en su vida, ¿verdad?
Tras escuchar aquella obviedad, Evangeline se limitó a permanecer en silencio.
La mujer volvió a mirar las cartas.
–Ha sufrido y ha perdido algo que valoraba mucho –madama Wong señaló una carta concreta–. Esta resulta confusa. ¿Está tratando de concebir algo?
–¿De concebir? –repitió Evangeline, que tuvo que respirar profundamente para tratar de calmar los latidos de su corazón, repentinamente acelerados–. No, claro que no.
–La concepción se manifiesta de muchas formas, y solo es un comienzo. Es el paso posterior a la inspiración. Ha sido inspirada y ahora debe hacer algo con esa inspiración.
Evangeline tragó con esfuerzo. La música había sido bruscamente silenciada en su interior y no había sido capaz de escribir una sola nota desde la infernal intervención quirúrgica.
–Tengo que volver a echarlas –madama Wong reunió de nuevo las cartas y volvió a barajarlas.
Paralizada y muda, Evangeline trató de negar con la cabeza. Los ojos empezaron a escocerle, claro indicio de que no iba a tardar en ponerse a gritar de manera descontrolada. Necesitaba una palabra clave para salir de aquella situación. Su mánager siempre solía decirle una para que la utilizara si los periodistas le hacían alguna pregunta demasiado incómoda. Solo tenía que pronunciarla y él acudía en su rescate. Pero ya no tenía mánager, ni palabra clave. No tenía nada. Había sido rechazada por todo y por todos, por la música, la industria discográfica, los fans. Por su padre.
–Según recuerdo me habías prometido un baile.
El hombre alto, rubio y atractivo la tomó por el codo y la hizo levantarse de la silla con un delicado pero firme tirón.
–Gracias –añadió Matthew mientras miraba a madama Wong–, pero ya le hemos robado suficiente tiempo. Buenas tardes.
A continuación giró sobre sí mismo y se alejó de la mesa con Evangeline tomada del codo.
Para cuando se detuvieron en un apartado que había entre el salón principal y la habitación en que se hallaba la lectora de cartas, el pulso de Evangeline había vuelto a recuperar su ritmo habitual. Parpadeó antes de mirar a su salvador.
–¿Cómo te has dado cuenta?
Matthew no se molestó en simular que no había entendido.
–Estabas tan tensa que la silla prácticamente vibraba. Deduzco que el tarot no te atrae demasiado.
–No especialmente, gracias –al ver que Matthew no preguntaba nada más, cosa que Evangeline agradeció, miró a su alrededor simulando buscar un inexistente camarero–. Creo que no me vendría mal una copa de champán. ¿Y a ti?
–Por supuesto. Enseguida vuelvo –dijo el desconocido antes de perderse entre la multitud.
El desconocido volvió enseguida con dos copas de champán. Evangeline sonrió mientras brindaba con él en un intento de mostrarse valiente. No había duda de que era un hombre muy atractivo y con una gran intuición, pero ella no iba a ser buena compañía aquella noche. Estaba pensando qué estrategia seguir cuando, al mirar por encima del hombro del desconocido, vio que entraba en el salón su peor pesadilla.
Era Rory. Con Sara Lear.
El disco de debut de Sara, llenó de acarameladas canciones pop, seguía sólidamente instalado en el número uno de las listas. La pequeña estrella no llevaba máscara, sin duda para disfrutar de la gloria del estrellato. Rory tampoco llevaba máscara, probablemente para asegurarse de que todo el mundo supiera con quién estaba Sara. Tenía gran habilidad para orientar su propia carrera y la de su grupo, con el que pretendía encabezar el cartel de uno de los principales conciertos de aquel verano.
Cuando la dejó, Evangeline tiró por el retrete el anillo de compromiso que le había regalado, y se dio el gusto de mandarlo al diablo cuando le pidió que se lo devolviera.
Rory y Sara avanzaron por el salón como si fueran los dueños del palacio. Seis meses atrás habría sido Evangeline la que habría ido del brazo de Rory Cartman, perdidamente enamorada, en la cima de su carrera y aún ciega a la crueldad de un mundo que adoraba el éxito pero despreciaba todo lo que se quedaba atrás.
El dolor de cabeza que había empezado a sentir comentó a intensificarse.
Terminó el champán de un trago y trató de pensar en una forma de salir de allí sin que Rory y Sara la reconocieran. No estaba dispuesta a soportar las miradas de pena que recibiría si tenía un encuentro público con el hombre que le había destrozado el corazón y la mujer que la había sustituido en su cama.
–¿Más champán? –preguntó su compañero.
Rory y Sara se habían detenido a pocos metros de Evangeline y el desconocido enmascarado.
Los momentos desesperados requerían soluciones desesperadas. Sin pensárselo dos veces retiró la copa de la mano de su salvador, dejó las dos copas en un borde que había a sus espaldas y lo aferró por las solapas del esmoquin. Tras mirarlo un instante, tiró de él y lo besó.
En el momento en que sus labios se encontraron, el nombre de Rory Cartman se esfumó de su mente como una simple voluta de humo arrastrada por el viento.
Matthew solo tuvo instante para darse cuenta de lo que iba a pasar. Pero no fue suficiente. En cuanto la mujer de alas de mariposa presionó los labios contra los suyos sintió que su cuerpo se incendiaba. Tomó el rostro de la desconocida entre las manos y le hizo inclinar la cabeza hacia un lado. Un pequeño y delicioso gemido escapó de la garganta de Evangeline a la vez que lo atraía aún más hacia si.
Matthew besó a aquella mariposa sin nombre hasta que dejó de pensar, incapaz de detenerse, casi incapaz de mantenerse en pie. Un incendiario deseo sustituyó su capacidad de razonar. Era como si ya hubieran hecho aquello muchas veces. Pero estaba besando a una desconocida, una desconocida sin nombre, y eso no estaba bien, no debería estarlo… Pero sentía que estaba muy bien.
Aquella mujer ni siquiera era su tipo. Demasiado deslumbrante, demasiado sensual, demasiado bella. No se imaginaba presentándola a su madre, o llevándola a la inauguración de algún museo en el que se codearían con la élite de Dallas. Pero eso le daba igual. Por primera vez desde la muerte de Amber se sentía vivo. El corazón le latía con fuerza en el pecho, la sangre le corría ardiente por las venas, y una mujer lo estaba besando. Finalmente, Evangeline se apartó de él y lo miró a los ojos, jadeante.
–Lo siento.
–¿Por qué?
Mientras había durado su matrimonio, Matt no había besado a otra mujer que a Amber y, como reintroducción al arte del beso, aquella había sido increíble.
–No debería haber hecho eso –dijo ella.
–Claro que sí.
Evangeline respiró profundamente, lo que hizo que sus pechos presionaran tentadoramente contra el de Matthew.
–Tengo que hablarte claro. He visto llegar a mi ex y he utilizado esta pobre excusa para esconderme de él.
–Creo que la excusa ha estado muy bien.
Una temblorosa sonrisa curvó los labios enrojecidos de Evangeline.
–Debería aclararte que no tengo por costumbre ir besando a desconocidos.
–Eso tiene fácil arreglo. Me gustaría presentarme para dejar de ser un desconocido.
–Eso estaría muy bien, porque estoy bastante segura de que voy a volver a besarte.
Matthew experimentó un cálido estremecimiento. Aquella noche era otra persona y, ya que las cosas parecían estar yendo tan bien, ¿por qué fastidiarlas?
–Matt. Me llamo Matt.
La palabra surgió sin ningún esfuerzo de entre sus labios, aunque en realidad en su vida había sido Matt. Pero en aquellos momentos le gustaba mucho el nombre de Matt. Matt no vivía aterrorizado pensando que nunca iba a salir del pozo en que se encontraba. Matt no había huido de todas sus responsabilidades ni permanecía gran parte de la noche despierto, agobiado por los sentimientos de culpabilidad.
–Es un placer conocerte, Matt –dijo Evangeline con una sonrisa–. Puedes llamarme Angie.
–¿Quién es tu ex? Lo digo por evitarlo.
–Está sentado en aquel sofá con una rubia.
Matthew localizó rápidamente a la pareja a la que se refería la mariposa.
–¿Acaso no recibieron la invitación? –preguntó con ironía–. Decía claramente que era un baile de máscaras.
–Me gustas –dijo Evangeline a la vez que asentía con firmeza.
–Y tú a mí.
–Eso está bien, porque tengo intención de utilizarte. Espero que no te moleste.
–Supongo que eso depende de lo que quieras hacer conmigo, aunque espero que sea algo en la línea del beso que me has dado para ocultarte de tu exnovio.
Al parecer, Matt también sabía flirtear. No había otra explicación para aquella respuesta tan explícita. Cuando vio que Evangeline se humedecía los labios con la lengua a la vez que le miraba los suyos, la evidente reacción de la parte baja de su cuerpo casi lo sorprendió.
–Acabas de convertirte en mi nuevo novio –dijo ella.
–Excelente. No sabía que me había presentado para el puesto, pero me alegra haber superado el riguroso proceso de selección.
Evangeline dejó escapar una ronca y sensual risa.
–Solo por esta noche. No soporto pensar que alguien sienta lástima por mí porque estoy sola. Simula que estamos juntos y te invito a desayunar.
¿A desayunar? Matthew pensó que tal vez iba a enfrentarse a una velada con más acción de la que había imaginado.
–No me siento en lo más mínimo ofendido, a menos que me estés reservando como segundo plato. ¿Qué pensará tu novio de verdad?
–Si quieres saber si estoy comprometida con otro hombre, solo tienes que preguntar.
–¿Estás saliendo con algún otro, Angie?
–Sí. Se llama Matt –Evangeline se puso de puntillas para susurrar junto al oído de Matthew–. Y es un tipo muy ardiente.
–¿En serio? –nadie había calificado nunca de ardiente a Matthew. Al menos, no estando él delante–. Debes hablarme más de ese tipo.
–A mí también me gustaría. Vincenzo tiene un gran balcón en la segunda planta. Ve a por un par de copas de champán y reúnete conmigo arriba –Evangeline se volvió y dedicó a Matthew una fresca sonrisa por encima del hombro antes de encaminarse hacia las escaleras.
Matthew fue rápidamente a por las copas. Sin duda, Lucas se habría ocupado de averiguar qué tenía planeado para él aquella sexy y pequeña mariposa. Estaba claro que aquella noche podía suceder cualquier cosa y, por una vez, estaba deseando comprobar las posibilidades.
El balcón en el que se hallaba Evangeline daba a un pequeño patio pobremente iluminado. Unos momentos después su enmascarado compañero cruzaba las puertas correderas que daban al balcón con una copa de champán en cada mano.
–No es fácil encontrar este balcón –dijo Matt a la vez que le entregaba una de las copas–. ¿Cómo sabías dónde estaba?
–Estoy alojada en el palacio de Vincenzo. Mi habitación está al final del pasillo.
–Oh. ¿Y de qué conoces a Vincenzo, Angie?
Solo su madre la llamaba así, y a Evangeline la había parecido prudente utilizar aquel nombre, aunque lamentaba haber tenido que hacerlo. Matt parecía una buena persona, alguien con quien probablemente nunca habría entrado en contacto en circunstancias normales.
–Es amigo de un amigo. ¿Y tú?
–Me alojo en el palacio contiguo a este.
Evangeline pensó que aquello tenía sentido. Lo más probable era que Matt estuviera allí pasando unos días por algún asunto de negocios.
–¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Venecia?
–No estoy seguro.
Evangeline conocía muy bien el tono que se utilizaba cuando uno no quería que se entrometieran en su vida, de manera que decidió no presionar a Matt, aunque aquello le despertó el interés por el motivo por el que pudiera estar en Venecia. Tomó un sorbo de champán y contempló a su intrigante compañero.
Estaba sola en la ciudad más romántica del mundo y Matt representaba una oportunidad de oro para disfrutar de una tarde mágica y desaparecer antes de que se diera cuenta de quién era. La soledad iba unida a las recientes cicatrices de rechazo que la impulsaban a no permitir que nadie se le acercara demasiado. Pero un encuentro anónimo… eso era otra cosa. Si Matt no sabía quién era, no podía rechazarla, y ella no tenía la culpa de que los labios de aquel hombre hicieran que le hirviera la sangre.
Matt no se había quitado en ningún momento la máscara. Sabía que tenía una mandíbula firme, a juego con su bien definida boca y un poderoso pecho bajo las solapas del esmoquin, pero eso era todo. El resto de su rostro permanecía oculto, como su cuerpo, sus esperanzas, sus decepciones.
–¿Has tenido alguna vez un cita rápida?
–No puedo decir que lo haya hecho –dijo Matt tras tomar un sorbo de champán.
–Yo tampoco, pero siempre he querido probar.
–Yo siempre estoy dispuesto a divertirme. ¿Qué implica el juego?
–Que yo sepa, hay un límite de tiempo. Tenemos que llegar a conocernos lo más rápido posible antes de que suene la alarma. Debemos averiguar si somos compatibles.
–Yo ya sé que me gustas –dijo Matt–. No necesito jugar para eso.
Evangeline movió la cabeza sin apartar la mirada de los ojos azules de Matt. Una parte de ella quería llevar aquella instantánea atracción a su desenlace natural lo más rápido posible. Pero ninguna chica lista saltaba a la piscina sin tener ni idea de lo profunda que era.
–Considéralo parte del proceso. Está claro que hay chispa entre nosotros, y siento curiosidad por saber qué pasaría si la alimentamos.
–¿Y cómo influye el factor tiempo?
–Haz tantas preguntas como puedas tan rápido como puedas y cuando suene la alarma puedes besarme.
Matt le agarró la barbilla a Evangeline y le hizo alzar el rostro.
–¿Y si nos saltamos lo de la alarma y te beso directamente?
–Eso no es divertido –dijo ella a la vez que le retiraba la mano de la barbilla.
Matt la retiró, pero solo para enlazar los dedos con algunos de los rizos sueltos del pelo de Evangeline.
–Creo que necesitas que te recuerde lo bien que se funden nuestros labios.
Evangeline experimentó un cálido estremecimiento que le alcanzó todas las zonas erógenas.
–¿Y tu sentido de la aventura? Cinco minutos –dijo a la vez que sacaba el móvil y ponía una alarma. Lo dejó en un banco de piedra y luego miró a Matt.
–Yo primero –dijo Matt–. ¿Cuántas veces has seducido a un hombre en un balcón?
–Nunca. Estoy haciendo toda clase de excepciones contigo.
–¿Cuántas veces has seducido a un hombre?
–Una o dos veces. Pero no tengo por costumbre disculparme por tener un saludable empuje sexual. ¿Debería?
–No conmigo. Puede que sí con todos los hombres que hay abajo y que se lo están perdiendo. Tu turno.
–Estoy desnuda. ¿Qué harías primero?
–Arrodillarme y llorar de alegría. ¿De verdad vas a preguntarme lo que haría a continuación?
Oh, realmente le gustaba Matt. Algo bueno debía tener un tipo capaz de hacerle reír con tanta regularidad.
–Antes hazme más preguntas tú.
–¿Te he invitado antes a comer?
–¿Qué más da? Estoy desnuda, ¿o lo has olvidado?
–Oh, no, mi preciosa mariposa, no lo he olvidado. Lo he preguntado porque quiero hacerme una idea clara de la escena –dijo Matt mientras deslizaba la mano tras el cuello de Evangeline. Se inclinó y la besó con delicadeza en la comisura de los labios–. ¿Estás desnuda en la cama después de que yo te haya desvestido? –murmuró sin apartar los labios–. ¿O estás desnuda en la ducha y no tienes idea de que estoy a punto de reunirme contigo? ¿O estás desnuda, pero dormida, y yo estoy a punto de despertarte con mis caricias?
Evangeline sintió que se quedaba sin aliento.
–Tramposo –murmuró Evangeline sin aliento–. Tú ya has jugado a este juego.
–Digamos que aprendo rápido. ¿Cuál es tu respuesta? Creo que te he hecho tres preguntas. ¿Estás en la cama, en la ducha, o dormida? Necesito saberlo para decirte lo que planeo hacer contigo. ¿O prefieres que te lo demuestre en la práctica?
Evangeline quería la demostración práctica, pero fue incapaz de hablar cuando Matt le pasó un brazo por la cintura para atraerla hacia sí y presionarla contra su cálido cuerpo.
–No hay ducha en este balcón –dijo a la vez que le apoyaba las manos en los hombros.
–Eso es cierto –murmuró Matt–. La alarma está sonando.
No era cierto, pero a Evangeline le dio igual.
En el instante en que Matt posó los labios en los suyos, sintió por segunda vez que se convertía en mercurio líquido. Aquel hombre era un maestro, ardiente, impulsivo, y sintió que sus labios se entreabrían por voluntad propia bajo la divina presión de los suyos. Gimió y ladeó la cabeza, invitándolo a profundizar el beso. Matt se sumergió de lleno en ella. Su lengua sabía deliciosamente a champán.
Pero Evangeline necesitaba más, necesitaba saciar la sed que le recorría las venas con aquel hombre tan increíblemente excitante y tan evidentemente excitado.
–Acaríciame –ordenó con voz ronca.
Matt alzó una mano y la apoyó casi indecisamente sobre uno de sus pechos. Evangeline estuvo a punto de gruñir de frustración. Sin pensárselo dos veces, tomó el borde de su aparatosa y larga falda y lo encajó bajó el fajín de su disfraz. Luego tomó la mano de Matt y la guio hacia la abertura, directamente a su trasero.
Matt dejó escapar un leve gruñido al apoyar la mano en una deliciosa nalga desnuda.
–¿Llevas un tanga? Eso es increíblemente sexy.
–No tanto como tu mano en mi trasero mientras aún sigo vestida –cuando Matt deslizó con delicadeza un dedo por la cuerda que apenas cubría su raja, Evangeline sintió que sus rodillas estaban a punto de ceder–. No pares… sigue, sigue…
Matt volvió a adueñarse de sus labios casi con voracidad a la vez que deslizaba los dedos bajo la seda. Evangeline movió instintivamente en círculos la pelvis, rogándole en silencio que continuara.
Hubiera planeado ella o no llegar tan lejos, su cuerpo no se estaba conteniendo. Estaba a punto de deshacerse bajo las caricias de las capaces manos de Matt.
Pero Matt la sorprendió apartándose y dejando escapar un profundo suspiro a la vez que le alisaba la falda con desconcertante finalidad.
–Tengo que confesarte algo, Angie.
–Estás casado –Evangeline sintió una decepción tan intensa que estuvo a punto de marearse.
–No –negó Matt con vehemencia–. Soy completamente libre. Pero no… no…
–No te sientes atraído por mí –dijo Evangeline a pesar de haber sentido contra su vientre la prueba evidente de la excitación de Matt..
–¿Cómo puedes pensar eso? Nunca me he sentido más excitado en mi vida. Pero hay un pequeño problema. Nunca en mi vida había seducido a una mujer en un balcón, así que no estoy… preparado.
–No tienes preservativo.
La risita escapó antes de que Evangeline pudiera impedirlo. Matt estaba tan atractivo mientras se pasaba una mano por el pelo con evidente frustración… Aquello la conmovió más de lo que habría esperado.
¿Dejaría Matt alguna vez de ser tan inesperado y sorprendente? Esperaba que no.
–Me alegra que encuentres tan divertida mi falta de previsión –dijo Matt, que nunca había estado tan enfadado consigo mismo ni tan alegre por el hecho de que Angie no estuviera enfadada.
Las mujeres del círculo social en que solía moverse eran sofisticadas y recatadas, desde luego, pero también poco entusiastas en su forma de abordar las cosas. Nunca había comprobado lo excitante que podía resultar estar con alguien tan desinhibido.
–No es divertida, créeme –dijo Evangeline a la vez que tiraba de las solapas del esmoquin de Matt para besarlo con dulzura–. Esto es por no tener un condón.
–¿Qué? –preguntó él, sorprendido.
–Conozco bastante a los hombres y resulta agradable encontrar de vez en cuando a alguno que no piensa con lo que lleva encerrado en los pantalones. Además, ya no estamos en la Edad Media. También podrías enfadarte tú conmigo porque no llevo preservativos.
–Supongo que eso significa que no llevas.
Angie negó con la cabeza.
–Y tampoco puedo tomar la pastilla. Me produce terribles dolores de cabeza. Pero tenemos suerte, porque estamos en Carnaval. Seguro que podemos encontrar una caja de preservativos en la habitación de Vincenzo.
De manera que ahora se veía reducido a robar unos preservativos, pensó Matt. Brillante. ¿Qué diablos estaba haciendo en aquel balcón?
–Puede que sea una señal –murmuró.
–¿Una señal? ¿De que no deberíamos enrollarnos esta noche? –preguntó Evangeline.
«Enrollarnos». Matthew Wheeler no se enrollaba. Había estado felizmente casado con la mujer perfecta, y aún lo estaría si un aneurisma no hubiera acabado con su vida. Lo que le hacía funcionar era el compromiso. Angie podía burlarse de la idea de las señales, pero él no. Se suponía que aquello no debería estar pasando y, probablemente, por algún motivo importante. ¿De verdad quería tener una aventura de una noche con alguien a quien acababa de conocer en una fiesta? Aquel no era su estilo.
El vacío palacio contiguo parecía estar murmurando su nombre, ofreciéndole un lugar al que retirarse y en el que lamer sus heridas. Allí podría irse solo a la cama, soñar con Amber y despertar bañado en sudor frío. Si es que dormía algo. A veces permanecía despierto casi toda la noche, agobiado de remordimientos por haber dejado a su familia en la estacada.
Aquella era su vida real. Aquel interludio con una mujer vestida de mariposa en un baile de disfraces no era más que una fantasía nacida de la desesperación y la soledad. No era justo utilizar a Angie para aliviar sus angustias.
Pero resultaba realmente difícil separarse de ella. Cuando la había tenido entre sus brazos, tan complaciente como ardiente, había escuchado con claridad el sonido de su alma despertando.
Los labios de Angie y sus luminosos ojos marrones habían estado a punto de hacerle perder el norte. Le había pedido que interpretara el papel de falso novio en aquella fiesta, un papel que él había aceptado con entusiasmo, pero sin considerar realmente el tremendo dolor que debía haber impulsado a Angie a pedirle aquello. No podía abandonarla.
Era posible que Matthew no se enrollara, pero tampoco tenía por qué escuchar a Matt, quien, a pesar de lo que creyera Angie, estaba pensando solo con lo que tenía entre las piernas.
–Bailemos –sugirió.
–¿En la fiesta? –preguntó Evangeline sin ocultar su sorpresa.
–¿Por qué no? Aún no has tenido la oportunidad de pasearte con tu nuevo novio ante las narices de tu ex. Además, me gustaría dar un paso atrás y asegurarme de que ambos vamos en la misma dirección.
Evangeline lo miró un momento con expresión pensativa.
–¿Qué te parece esto? Voy a la habitación de Vincenzo y lleno mi bolso de preservativos. Luego bailamos. Si te mueves al son de la música con la misma soltura que en nuestra cita rápida, creo que iremos en la misma dirección… de vuelta arriba y directos a mi cama.
Matt sintió que la bragueta se le tensaba un poco más. ¿Cuántas veces tendría pensado Angie enrollarse con él? Agitó la cabeza para despejarla de las eróticas imágenes que la estaban invadiendo, pero no le sirvió de nada.
–Me considero advertido –dijo Matt a la vez que tomaba a Angie de la mano para bajar al salón. Al menos, en una habitación llena de gente tendría que reprimir la tentación de meter la mano bajo su falda.
En cuanto llegaron al salón Matt se sumergió con Evangeline en el mar de parejas que bailaban en aquellos momentos al son de una lenta balada. Angie se fundió al instante con él y comenzó a ondular sus caderas en un movimiento hipnótico y tremendamente sensual.
Trató de imitar sus movimientos, pero en lo único que lograba pensar era en su tanga de seda. Además, tenía la boca muy cerca de la oreja de Angie y empezó a experimentar un deseo casi incontenible de mordisqueársela. En lugar de ello, carraspeó para aliviar la tensión sexual que estaba experimentando su cuerpo.
–¿Y si seguimos con nuestra cita rápida, pero tomándonosla con más calma?
Evangeline apartó un poco la cabeza para mirarlo.
–Te escucho. Pregunta.
–¿Cuál es tu color favorito?
–Eso es tomárselo con demasiada calma. No tengo un color favorito. Me gusta el arcoíris –alguien empujó involuntariamente a Evangeline, uniéndolos aún más–. ¿Y el tuyo?
El olor de su pelo hizo que se le debilitaran las rodillas a Matthew. Cuando habían estado en el balcón no lo había notado tanto, pero en los confines de aquella abarrotada sala, el exótico aroma pareció invadir todos sus sentidos.
–El negro. Va con todo.
–Qué práctico. ¿Dónde naciste?
–En Dallas. ¿Y tú?
–En Toronto. Mi madre se trasladó a Detroit cuando yo era un bebé.
–¿Eres estadounidense?
–No soy nada y soy todo –dijo con una risita que no sonó muy convincente.
–¿Tu madre sigue viviendo en Detroit?
–Ahora vive en Mineápolis con su cuarto marido. Tengo fami… otras personas en Detroit.
¿Otras personas? Matthew no preguntó nada al respecto. El dolor que había captado en el tono de Angie había sido casi palpable, y si hubiera querido darle aquella información, lo habría hecho.
–Entonces, ¿vives en Europa?
–O donde me lleve el viento –Angie dijo aquello en un tono de desenfado que no engañó a Matthew–. ¿Tú sigues viviendo en Dallas?
–No –contestó Matthew, que, tras la muerte de su mujer había vendido su casa, su coche, todo–. Yo también voy adonde me lleva el viento.
Al menos hasta que encontrara el camino de vuelta a casa.
Evangeline dejó de bailar de pronto, tomó a Matt de la mano y tiró de él hacia un lateral de la pista, donde le dedicó una mirada cargada de compasión.
–Lo siento.
–¿Por qué?
–Por lo que fuera que te pasara.
Evangeline no interrogó a Matt, aunque era evidente que podía leer entre líneas tan bien como él.
Una oleada de comprensión corrió de uno a otro. Ambos estaban buscando. Ambos acarreaban en su interior secretos llenos de dolor, tristeza y soledad. No eran diferentes.
–Me alegra que el viento nos llevara al mismo sitio –susurró Evangeline.
Toda pretensión y simulación de una cita rápida se esfumó al instante. Allí estaba sucediendo algo mucho más significativo.
–Yo también.
La muerte de Amber le había destrozado el corazón a Matthew, que no podía imaginar volver a sentir algo tan intenso por nadie. Durante meses y meses había tratado desesperadamente de volver a sentir al menos algo y, de pronto, como una sirena surgida de entre la niebla en medio del mar de su dolor, había emergido aquella grave voz de fantasía.
Angie era un regalo, un regalo que no estaba preparado para rechazar.
No quería una simple noche de aventura con cualquier mujer, pero no podía resistirse a explorar lo que dos almas destrozadas podían ofrecerse mutuamente.
Con las ideas más claras, tomó a Angie de la mano y sonrió.
–Tengo una idea mejor que subir arriba. Ven a casa conmigo.
A Evangeline le gustó cómo sonó aquello. Ella nunca había tenido una casa, un hogar.
Había tenido un padrastro nuevo cada pocos años, a Lisa, una medio hermana a la que su padre había preferido, y un montón de aviones, viajes y habitaciones de hotel.
Le habría encantado poder permitirse algo tan sencillo y tan dolorosamente honesto como un hogar. Pero ¿y si se quitaba la máscara y Matt resultaba ser un periodista? O algo peor.
Parpadeó y miró a Matt coquetamente a la vez que dejaba escapar una risita.
–¿Qué me estas proponiendo exactamente?
–Una continuación. Nada de ex. Nada de multitudes. Nada de reglas. Solo tú y yo.
–¿Y qué dirías si te pidiera que conservemos las máscaras puestas?
–Nada de reglas. Para nada.
Evangeline experimentó un delicioso estremecimiento en su interior.
–¿Cómo puedo saber que no estás planeando algo demasiado atrevido?
–No puedes saberlo. Sería un acto de fe para ambos.
El travieso destello de la mirada de Matt no bastó para tranquilizar a Evangeline, pero sí despertó su interés.
–Puede que me atraiga lo atrevido.
–Cuento con ello –dijo Matt a la vez que tiraba de ella–. Vamos.
Salieron del palacio de Vincenzo y subieron por una ornamentada escalera exterior a la segunda planta. Matt sostuvo la puerta para dejar pasar a Angie y luego encendió las luces.
–Bienvenida al Palacio de Invierno.
Evangeline se quedó sin aliento. Las paredes estaban cubiertas de frescos que se extendían hasta el techo, donde los colores estallaban en un estilo renacentista de incomparable belleza. El magnífico suelo de terrazo con trocitos de mármol llevaba hasta tres pares de puertas correderas que daban a un balcón desde el que se divisaba el Gran Canal.
En el centro del salón había tres grandes sofás de cuero verde situados en forma de U. Desde cada uno de ellos podía disfrutarse de unas asombrosas vistas de Venecia.
–Esto es increíble –murmuró, maravillada–. No tenía idea de que aún existiera algo así en Venecia.
–No está mal – Matt esbozó una sonrisa–. La planta baja aún no ha sido restaurada. Los dormitorios están arriba. ¿Quieres que te los enseñe?
–¿Eso es una sugerencia? –Evangeline sonrió al ver la apesadumbrada expresión de Matt. Era encantador de un modo que parecía imposible en conjunción con su fuerte y atractiva personalidad–. Porque si es así debo decir que ha funcionado extraordinariamente bien. No solo quiero ver los dormitorios por motivos estéticos, sino que también quiero quitarme este vestido lo antes posible.
Evangeline se volvió hacia las escaleras, pero Matt tiró de ella y la miró con sus preciosos y penetrantes ojos azules, capturándola con ellos y negándose a liberarla.
–No te he invitado aquí solo para que te desnudes, Angie. Cuando he dicho que no había reglas, me refería a que tampoco había expectativas. Si no sucede nada, no hay problema. No me importa si nos dedicamos a charlar hasta el amanecer.
–Matt… –Evangeline fue incapaz de seguir hablando.
Aquel hombre no se parecía a ninguno de los que había conocido hasta entonces. Poseía un destello de vulnerabilidad y una profundidad que la atraían como un imán. Y no lograba entender su contención. Los hombres que había conocido hasta entonces tomaban lo que querían cuando querían. Pero aquel no. Era evidente que le estaba diciendo que aún tenía opciones. No la veía como un simple medio para saciar sus deseos, sino que valoraba realmente su compañía.
–A mí tampoco me importa que hablemos –murmuró.
–¿Es eso lo que quieres?
Evangeline ansiaba la atención de aquel hombre que parecía comprender exactamente lo que necesitaba y cuándo lo necesitaba, que parecía comprender lo que suponía el peso de la pérdida, el dolor de verse a la deriva, desesperada por encontrar un lugar en el que anclar.
–Solo quiero estar contigo.
–Pues me tienes durante todo el tiempo que quieras. No me voy a ningún sitio –como para demostrarlo, Matthew se acercó a un interruptor con el que bajó la intensidad de las luces, creando al instante un ambiente romántico. Luego se sentó en el sofá y extendió las manos–. Considérame una especie de festín elaborado con muy diversos ingredientes.
–Eso es algo que no he probado hasta ahora –Evangeline rio–. Y por cierto, no estaba bromeando con lo de quitarme el vestido. Apenas me deja respirar y es muy pesado.
–¿Quieres que te deje una camiseta?
–Umm, en realidad no. Lo que necesito es tu ayuda –Evangeline se quitó los zapatos, cruzó la habitación y se sentó en el sofá de espaldas a Matt–. Los lazos de la espalda son imposibles de alcanzar.
Matt le alzó los rizos para colocarlos sobre su hombro. Luego deslizó las manos por ambos lados de las alas, alimentando el fuego que había encendido en el balcón y que no se había extinguido lo más mínimo. Sus fuertes dedos tiraron de los lazos que sujetaban las alas para quitárselas.
Evangeline esperaba sentir sus labios en un hombro, en la columna de su cuello. Pero, cuanto más se contenía Matt, más loca la volvía.
No había duda de que era un maestro en el juego de la anticipación. Entre otras cosas. Cuando finalmente lo tuviera desnudo y bajo su cuerpo, le iba a enseñar un par de cosas.
Finalmente, tras una eternidad, las alas fueron liberadas del corpiño, lo que alivió la tensión del corsé y permitió que sus pechos afloraran parcialmente por el escote del vestido. Pero Matt seguía sin hacer nada.
–Me lo tienes que quitar por encima de la cabeza –dijo Evangeline sin volverse a la vez que alzaba los brazos–. ¿Puedes…?
Matthew tiró hacia arriba del vestido hasta elevarlo por encima de su cintura. Cuando se lo sacó por la cabeza, la máscara de Evangeline se descolocó, pero volvió a ponérsela enseguida.
Finalmente, cuando se quedó completamente desnuda, excepto por las braguitas y la máscara, se preguntó qué haría Matt primero. Su respuesta en el balcón al respecto había sido enloquecedoramente ambigua.
Mientras Matthew dejaba el vestido en el sofá, Evangeline permaneció de espaldas a él. Estaba experimentando tal tensión sexual que temió desmayarse.
–Así que ¿de qué querías hablar? –preguntó con voz ronca.
Matthew rio con suavidad.
–Me estaba preguntando sobre esto –dijo a la vez que deslizaba un dedo por el tatuaje que llevaba Evangeline en la parte baja de la espalda, una serie de notas musicales en un pentagrama.
–Es un tatuaje –replicó ella a la vez que experimentaba un temblor que apenas pudo controlar.
–Las notas son los colores del arcoíris.
Nadie se había fijado nunca en eso.
–La música es importante para mí –aquello era más de lo que Evangeline pretendía decir. Reprimió de inmediato la pena, como siempre, el deseo de tener una voz con la que expresar el dolor. Pero si recuperara la voz no tendría ningún dolor que expresar. Estaba encerrada en un cruel y vicioso círculo del que no podía escapar. Pero al menos aquella noche no tenía que enfrentarse a solas a la oscuridad.
–Matt… –murmuró.
–Angie.
–Solo me estaba asegurando de que seguías ahí. ¿Vamos a hablar más o preferirías hacer otra cosa?
–¿Eso es una sugerencia?
–Sí, lo es –Evangeline nunca había deseado tanto estar con alguien. ¿Qué tenía que hacer para que Matt se animara?–, pero está claro que no ha tenido efecto.
–Date la vuelta, Angie.
Evangeline obedeció y Matt la miró lentamente de arriba abajo, haciéndole experimentar un delicioso cosquilleo en todas las partes de su cuerpo en las que detuvo su mirada.
–Eres la mujer más preciosa del mundo. Ven aquí.
Matt la tomó de las manos a la vez que se levantaba, la estrechó entre sus brazos y la besó.
Cuando sus cuerpos y sus labios se encontraron, Evangeline sintió que estallaba un incendio entre ellos. Qué equivocada estaba. Matt sí era un hombre que tomaba lo que quería. Y al parecer quería consumirla en su fuego.
Y ella quería permitírselo.
Cuando Matt ladeó la cabeza para tener acceso con su boca al cuello de Evangeline, sus máscaras se engancharon. Matt las desenredó pacientemente y luego la miró.
–Nada de expectativas. ¿Te parece bien? –preguntó a la vez que deslizaba una mano hacia la parte baja de la espalda de Evangeline.
Ella cerró los ojos un instante y gimió.
–Me parece perfecto, pero, por favor, no digas que lo que te apetece hacer en realidad es hablar.
Matthew rio.
–No voy a decirlo, pero estoy totalmente dispuesto a hablar si eso es lo que quieres.
Evangeline negó con la cabeza de un modo casi imperceptible.
–Te deseo.
–Eso está bien, porque estoy a punto de hacerte el amor.
Evangeline anhelaba que lo hiciera, anhelaba sentirse colmada por aquel hombre tan distinto, quería sentir la conexión de sus cuerpos, de sus mentes. De sus almas.
–Angie –murmuró Matt casi reverencialmente a la vez que le pasaba una mano por el cuello.
–Para –dijo Evangeline al sentir el escozor de las lágrimas en sus ojos, unas lágrimas desconcertantes porque quería algo más de él–. Para.
–De acuerdo.
Cuando Matt retiró las manos, Evangeline sintió que sus rodillas se volvían de goma.
–¡No! No pares de tocarme. Pero para de llamarme Angie –sin detenerse un instante a pensar en lo peligroso que podía resultar hacerlo, alzó una mano y se quitó la máscara–. Mi nombre es Evangeline. Hazme el amor a mí, no a la máscara.
–Evangeline –repitió Matt lentamente. Sí. El nombre encajaba con aquella angelical y alada mujer que se había desnudado ante él en más de un sentido.
–Angie es un apodo. En realidad soy Evangeline.
Una desconcertante emoción le atenazó la garganta a Matt.
–Es un honor que hayas confiado en mí diciéndomelo.
Evangeline había hecho mucho más que simplemente quitarse la máscara. El significado de su gesto hizo que Matt se sintiera culpable. Él también podía quitarse físicamente la máscara que llevaba en el rostro, pero no la que llevaba dentro.
A pesar de todo, se quitó el antifaz y lo dejó caer al suelo.
Evangeline fijó la mirada en su rostro un largo momento. ¿Quién habría pensado que el mero hecho de quitarse la máscara provocaría tal intensidad?
–Dios, estás buenísimo…
–La mayoría de la gente suele llamarme por mi nombre, pero si quieres llamarme Dios no pienso protestar.
Evangeline rio y sus firmes pechos presionaron contra el de Matt.
–Vaya manera de distender el momento. Es un talento poco habitual.
Matthew había pretendido aliviar su propio bochorno ante la franca admiración de Evangeline, que incluso Amber había solido manifestar con poca frecuencia. Pero si Evangeline quería creer que tenía superpoderes, mejor que mejor.
–¿Hemos terminado ya con las revelaciones?
–En absoluto. Ahora que he visto lo que hay debajo de la máscara, me muero por echar un vistazo a lo que hay debajo del traje –dijo Evangeline a la vez que empezaba a quitarle la corbata.
–Espero no decepcionar tus expectativas –replicó Matt, que de pronto se sintió inesperadamente nervioso. Antes de interiorizar las implicaciones de aquellos nervios, tomó a Evangeline en brazos y la subió al dormitorio.
–Seguro que un hombre capaz de hacer eso sin quedarse sin aliento tiene un cuerpo magnífico –dijo ella a la vez que la dejaba sobre la cama–. ¡Guau! –exclamó al mirar el techo–. ¡Menudo fresco!
Matthew siguió la dirección de su mirada hacia las dieciséis pinturas originales renacentistas que adornaban el techo del dormitorio.
–Es mi favorito.
–A mí también me gusta. Pienso quedarme aquí tumbada mirándolos mientras vas a por los preservativos que he guardado en mi bolso… que está abajo –Evangeline le dedicó una pícara sonrisa mientras este maldecía y se volvía para salir.
Bajar a por el bolso le hizo experimentar una saludable dosis de realidad. Estaba a punto de mantener relaciones sexuales con una virtual desconocida a la que acababa de ver el rostro por primera vez hacía unos momentos. ¿De verdad pensaba seguir adelante con aquello?
Pero se trataba de una sola noche. Una noche en la que tenía la oportunidad de alejar la marejada de su dolor y volver al mundo de los vivos pasando tiempo con una mujer preciosa que le hacía sentirse un metro más alto.
Cuando regresó al dormitorio encontró a Evangeline semicubierta por la colcha. Estaba observando el techo con los labios fruncidos, el pelo extendido sobre la almohada y los pechos expuestos. Su falta de inhibición dejaba estupefacto a Matthew. Lo excitaba.
El cuerpo se le endureció y los dedos le cosquillearon al recordar la suavidad de su piel. Aquella noche era una oferta poco común y se consideraba muy afortunado por haberla obtenido.
Evangeline le dedicó una seductora sonrisa al verlo.
–Tú, ven aquí.
Solo un loco habría dejado pasar por alto una oferta del destino como aquella.
Matthew se quitó los zapatos y los calcetines con una mano mientras cruzaba la habitación. Arrojó el bolso de Evangeline sobre la almohada y contempló sus maravillosas formas, perfectas a la luz de la lámpara.
–Espera un momento –dijo a la vez que sacaba una caja de cerillas del cajón de la mesilla para encender los candelabros de pared que había a ambos lados de la cama. Luego apagó la luz.
–Muy bonito. Habrías conseguido traerme aquí aún más rápido si me hubieras dicho que eso era lo primero que ibas a hacer una vez que estuviera desnuda –Evangeline se irguió en la cama y le tomó de las solapas de la chaqueta para quitársela–. Además llevas demasiada ropa puesta y empiezo a sentirme tímida.
–No entiendo por qué –dijo Matt mientras dejaba caer la chaqueta al suelo. Eres preciosa.
Tras quitarle la corbata, Evangeline apoyó las manos en su pecho y se puso de rodillas para mirarlo a los ojos. En su expresión destellaron cientos de emociones.
–Tú sabes por qué –murmuró.
Matthew lo sabía. Sabía que estaba viendo en los ojos de Evangeline las mismas emociones que sin duda ella estaba viendo en los suyos. Había una comunicación no verbal pero muy real entre ellos. Evangeline no se sentía tímida por su desnudez, sino porque se había quitado la máscara y temía descubrir que había cometido un error al fiarse de él.
Aquella noche se trataba de dos personas buscando un puerto en medio de la tormenta. Pensaba seguir adelante con aquello porque quería honrar la confianza que le estaba mostrando Evangeline. Quería estar con aquella mujer, tan diferente a las que solía conocer, totalmente inadecuada para un agente inmobiliario de Dallas, pero perfecta para un hombre que ya no sabía quién era ni cómo vivir su vida. Quería ver qué pasaba si decidía pasar por alto las reglas. No podía ser peor que el purgatorio de los pasados dieciocho meses.
Si lo llevaba bien, sería espectacular, significativo. Y Matthew lo hacía todo bien.
–No voy a decepcionarte –dijo con voz ronca.
–Lo sé. De lo contrario no estaría aquí. Nunca había hecho algo así. En ese caso ya eran dos, pensó Matthew.
–Nada de expectativas –recordó–. Nada de reglas.
–Lo recuerdo. Pero yo tengo una regla –murmuró Evangeline mientras empezaba a desabrocharle los botones de la camisa–. Yo exploro primero y tú tienes que esperar tu turno.
Matt sintió tal tensión en la entrepierna que se le curvó la espina dorsal. No recordaba que ninguna mujer lo hubiera desnudado nunca tan provocativamente.
–Esa regla es bastante injusta. ¿Por qué no podemos hacerlo a la vez?
–Porque lo he dicho yo –dijo Evangeline a la vez que desabrochaba el último botón de la camisa para deslizar las manos por el pecho desnudo de Matt hasta sus hombros–. De hecho, la regla dice que yo puedo explorar dos veces.
Sin previa advertencia, hizo girar a Matt y le ató las manos a la espalda con la camisa.
–Eso no me parece justo –protestó él sin demasiada convicción.
–Todo está permitido en el amor y en la guerra –aún de rodillas en la cama, Evangeline hizo girar de nuevo a Matt y le deslizó un dedo por el pecho hasta la cintura de sus pantalones–. Te soltaré cuando haya acabado con mi exploración –murmuró mientras deslizaba hacia abajo los pantalones y los calzones de Matt y contemplaba embelesada su erección.
Él terminó de quitarse la ropa de una patada.
–Sabes que si quiero puedo librarme fácilmente de las ataduras.
–Pero no lo harás –el tono desenfadado de Evangeline no engañó a Matthew en lo más mínimo, que decidió seguirle la corriente, aunque pensaba tomarse la revancha en cuanto pudiera. Con un suave suspiro, Evangeline alzó una mano y giró un dedo en el aire.
–Date la vuelta. Quiero verlo todo.
Matt se volvió hacia la pared opuesta, ligeramente incómodo y terriblemente excitado al imaginar a Evangeline deslizando la mirada por su cuerpo desnudo.
–¿Cuándo comienza la exploración con la boca? –preguntó por encima del hombro.
La respuesta de Evangeline fue una caricia en la base de su columna vertebral. Para cuando alcanzó el cuello, su lengua se había unido a la fiesta. Matt dejó escapar un ronco gemido cuando sintió que le lamía el lóbulo de la oreja, y permitió que le hiciera girar de nuevo lentamente mientras seguía explorando con la lengua el contorno de su mandíbula.
La conversación quedó zanjada cuando Evangeline lo besó. Matt habría querido corresponderla, pero no podía. Su honor lo obligaba a contenerse mientras ella lo volvía loco rozándole con los pezones el pecho mientras lo besaba.
Finalmente, Evangeline interrumpió el beso y arqueó sensualmente la espalda. La seda de sus braguitas rozó el miembro de Matt, que estuvo a punto de perder el control.
«No», se dijo con firmeza, y respiró profundamente por la nariz para refrenar su reacción.
–Matt –murmuró Evangeline en el tono más sensual que él había escuchado en su vida–, cuando te vi por primera vez me fijé en tus competentes manos, y ahora quiero sentirlas en mi cuerpo –añadió a la vez que liberaba las muñecas de Matt de sus ataduras.
Matt solo necesitó una fracción de segundo para tomar sus labios a la vez que deslizaba las manos por su espalda hacia su trasero para atraerla contra su erección. Por fin empezaba a dejar de sentirse helado y desorientado.
Cuando introdujo los dedos bajo el triángulo de las braguitas de seda de Evangeline, ella gimió y se movió, buscándolos a la vez que echaba atrás la cabeza.
Aquella mujer no se parecía en nada a Amber.
Matt trató de apartar aquella comparación de su mente, pero no pudo frenarla. Amber había sido una mujer sofisticada, elegante, bella al modo de un cisne de cristal que hubiera que manejar con especial cuidado. Siempre la había reverenciado como futura madre de sus hijos, y habían compartido una fuerte relación basada en sus metas e intereses comunes. Su vida amorosa se convirtió en algo maravilloso y bueno… pero siempre en la oscuridad, bajo las sábanas, algo que nunca le importó.
Pero aquello era completamente distinto, increíblemente erótico, animal, escandaloso. Evangeline no era Amber. Y aquella noche no había reglas.
Quería sumergirse en el cuerpo de aquella mujer, y resurgir como un nuevo hombre.
Evangeline rodeó a Matt con los brazos, instándolo con sus movimientos a darse prisa. Pero al parecer no había forma de meterle prisa. Las caricias de sus dedos dentro y fuera de su cuerpo la estaban volviendo loca. Finalmente, con increíble contención, le quitó las braguitas. Luego le hizo ladear la cabeza y comenzó a succionarle con delicadeza el cuello a la vez que le hacía separar los muslos con uno de los suyos.
Evangeline nunca había experimentado un deseo tan intenso tan rápidamente, nunca se había sentido más caliente y dispuesta. Cuando Matt aplicó a sus pezones las mismas succiones que había dedicado a su cuello, arqueó la espalda en la cama y dejó escapar un sensual gemido al sentir que sus partes más femeninas se contraían.
–¡Ahora, Matt! Ahora, por favor…
Se suponía que aquello era una exigencia, no un ruego, pero las palabras surgieron de entre sus labios como un sollozo roto… aunque ya le daba igual que aquel hombre hubiera logrado hacer que le suplicara.