En Lo Profundo - Nick Thacker - E-Book

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Nick Thacker

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En Lo Profundo

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En lo Profundo

Nick Thacker

––––––––

Traducido por Nicolás Flórez 

“En lo Profundo”

Escrito por Nick Thacker

Copyright © 2015 Nick Thacker

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

www.babelcube.com

Traducido por Nicolás Flórez

Diseño de portada © 2015 Amalia Chitulescu

“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

Tabla de Contenidos

Página de Titulo

Página de Copyright

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CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO 5 | Capítulo 1

CAPÍTULO SEIS | Capítulo 2

CAPÍTULO SIETE | Capítulo 3

CAPÍTULO OCHO | Capítulo 4

CAPÍTULO NUEVE | Capítulo 5

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Reconocimientos

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––––––––

CAPÍTULO UNO

"¿HOLA?" JEN RESPONDIÓ AL TELÉFONO CELULAR con tono confuso pero agitado. ¿Quién llamaba a esas horas? Eran más de las diez de la noche del miércoles, y Jen normalmente estaría sirviéndose una copa de vino tinto antes de acostarse.

No hubo respuesta.

Una vez más habló al teléfono, más alto y directo esta vez. “¿Hola?” Oyó ruidos al otro lado de la línea, sonaban torpes. Luego un sonido de respiración.

Sonaba como si respiraran, pero no se escuchó ni una palabra. Frunció el ceño, bajando el teléfono y presionó “Colgar”. El número apareció una vez —número desconocido—y luego fue reemplazado por la pantalla de inicio.

Raro, pensó. Debe de haber sido un error al marcar o un accidente. Su hijo Reese, de doce años, habría dicho que “habían marcado con el poto” o algo similar. Se rió para sí misma, poniendo el teléfono de vuelta en el bolsillo de su saco.

Una fresca brisa del aire de Febrero forzó a Jen a caminar más rápido. Su auto estaba al otro lado del aparcamiento, a cinco minutos del campus. Después de la conferencia de esa noche, se había quedado hasta tarde respondiendo preguntas y corrigiendo algunos exámenes antes de irse de los oscuros pasillos de la Academia Marítima de Massachusetts.

Mark Adams, su marido, no había llamado, lo que indicaba que Reese estaba bien. Ella esperaba que Mark dejara a su hijo con ella al día siguiente después del trabajo, aunque sabía que él llegaría una hora más tarde, como era usual.

El lote estaba oscuro. Sólo unos débiles postes de luz bañaban el negro asfalto con una triste luz amarilla. Ella podía oír sus tacones — una desafortunada necesidad para la conferencia formal de esa noche—sonando en el duro pavimento, pero ningún otro sonido interrumpió sus pensamientos.

Estaba agotada.

Había estado despierta por casi treinta y seis horas investigando, planeando, enseñando y recitando el discurso en el que había invertido meses de trabajo. Fue bien recibido, hubo aplausos ensordecedores de parte de científicos, profesores, y unos cuantos estudiantes de los cursos superiores. Ella estaba orgullosa de sí misma, pero era hora de dormir.

Al acercarse, el pequeño Honda Accord apareció entre la oscuridad. Cielos, ¿cuánto tiempo he estado aquí? pensó ella, notando en su parabrisas los rastros de la ya disipada neblina. El techo del sedán plateado estaba cubierto de escarcha brillante, restos de la breve nevada que había caído más temprano ese día. 

Ella metió la mano en el otro bolsillo del saco para sacar las llaves. Su teléfono sonó de nuevo y comenzó a vibrar.

¿Otra vez? ¿Quién llama ahora? pensó ella al ver otro número desconocido aparecer en la pantalla.

"¿Hola?" dijo al teléfono, esta vez con molestia en su voz.

"¿Jen? Habla Mark."

Ella tocó la puerta de su auto y frunció el entrecejo. Una sombra danzó tras ella, y su reflejo en la ventanilla la sobresaltó. Ella se dio vuelta repentinamente sin saber que esperar.

Las luces la engañaban. Un gato, cruzando el aparcamiento a la caza de alguna presa desconocida, desapareció detrás de un vehículo deportivo. Ella suspiró y habló de nuevo por el teléfono.

"¿Mark? Hola — perdóname... decía que era un número desconocido. ¿Qué hay de nuevo? ¿Está todo bien?"

"Bueno, no, Jen. Debes venir aquí, y rápido. Es sobre Reese."

Su corazón inmediatamente intentó salírsele del pecho. De todas las llamadas que esperaba nunca recibir... Ella cogió las llaves, sus manos temblaban, esta vez quitando el seguro de la puerta siquiera antes de sacarlas de su bolsillo.

El auto soltó un chasquido al abrirse, y los faros parpadearon dos veces en rápida sucesión. Ella estiró la mano hacia la puerta, preocupada por la llamada, su mente a toda velocidad a causa del terror. “¿Mark, qué pasa?” Ella intentó no entrar en pánico, diciéndose que el asma de su hijo se había recrudecido, o que se había raspado.

Pero sus instintos de madre le advertían que no era así.

“Ll-Llegué a casa después de ir por helado. Él sólo quería helado” La voz de Mark temblaba, casi histérica. “Quiero decir, me fui solo por diez minutos. Debí haberlo llevado conmigo” balbuceó.

Jen escuchó atentamente mientras abría la puerta. El crujido de ésta fue acompañado por la luz del interior encendiéndose.

El interior del auto fue iluminado inmediatamente, y sus ojos tuvieron que ajustarse al repentino cambio de la luz. Al hacerlo, vio algo que la hizo retroceder, tropezando con sus tacones.

Al otro lado de la línea, Mark continuó hablando. “Jen, perdóname. Reese ha desaparecido. Volví y ya no estaba”.

Pero las palabras no entraron en su mente, por lo menos no aún. Jen miraba, aterrorizada, al hombre en el asiento del conductor de su auto.

Un hombre con quien trabajaba: El Dr. Elías Storm.

Estaba inmóvil, sin respirar. Jen comenzó a hiperventilarse, un grito luchando por emerger por su garganta. Ella soltó el teléfono y lo dejó chocar contra el suelo.

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