Falsas sospechas - Martha Shields - E-Book
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Falsas sospechas E-Book

Martha Shields

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Beschreibung

Rowena Wilde, que trabajaba para la familia real de Edenbourg con total dedicación, estaba empeñada en esclarecer la misteriosa desaparición del rey. Para ello, lo primero que tuvo que hacer fue hacerse pasar por la niñera del hijo del principal sospechoso. Pero cuanto más intentaba demostrar la culpabilidad de Jake Stanbury, más creía en su inocencia. Cuando Jake le propuso un matrimonio de conveniencia para conservar la custodia de su hijo, Rowena se dio cuenta de lo difícil que le resultaría aceptar aquella unión temporal porque lo que realmente deseaba era estar con él para siempre.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Harlequin Books, S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Falsas sospechas, n.º 1233 - noviembre 2015

Título original: The Blacksheep Prince’s Bride

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2001

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7348-3

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

ROWENA Wilde odiaba esa casa.

Dowager Cottage era un lugar desolador. La construcción de granito de tres pisos se asentaba al borde de un acantilado y había aguantado estoicamente las tormentas del Mar del Norte durante sus trescientos años de antiguedad.

Con la mano en un frío barrote de hierro de la puerta de la verja, Rowena recordó las ocasiones en las que había acompañado a la princesa Isabel en sus visitas a su abuela, fallecida tres años atrás. En esas visitas, bebían té en un sombrío salón con pesadas cortinas de terciopelo. Aunque hacía unos años que había calefacción central, la casa nunca estaba cálida. Ni siquiera cuando también se encendían las chimeneas. Ni siquiera en el mes de julio.

Desde que ella e Isabel trazaron su plan, Rowena sabía que tendría que hospedarse allí. Ese era uno de los motivos por el que había esperado que Jake Stanbury la rechazara como niñera de su hijo.

La casa estaba llena de fantasmas, y Rowena nunca se había sentido a gusto rodeada de fantasmas.

Y, naturalmente, estaba Jake.

Jake y Dowager Cottage. Por separado, eran todo un desafío, pero juntos...

Rowena tembló a pesar de la cálida luz de aquella tarde de abril.

Tanto Jake como la casa la hacían estremecer, aunque por muy diferentes motivos... pero ambos relacionados con el miedo.

Algo ridículo.

Rowena respiró profundamente y enderezó los hombros. No había por qué sentir miedo, la casa no era más que un montón de piedras y la oscuridad que en ella reinaba podía disiparse descorriendo cortinas y encendiendo luces. En cuanto a Jake...

En fin, estaba allí por un motivo. Siempre y cuando se centrara en su propósito, no tendría que considerar las razones de unas emociones que no entendía y... temía.

Rowena se obligó a sonreír. Su madre siempre decía que la mejor manera de conquistar el miedo era sonriendo. Su madre tenía razón. Siempre que sonriera no podría gritar.

Rowena abrió la puerta de la verja. A pesar suyo, se sentía como la Bella Durmiente a punto de pincharse el dedo.

—Voy a pillarte.

Jake Stanbury, con la mano en el pomo de la enorme puerta de madera tallada, se quedó inmóvil. Reconoció aquella voz inmediatamente.

Rowena Wilde ya había llegado.

El tono siniestro de la voz de la nueva niñera parecía confirmar sus sospechas, despertadas cuando su prima, la princesa Isabel, sugirió que su dama de compañía se encargara del cuidado de su hijo de dos años. Jake sospechaba que Rowena estaba allí como espía.

¿Qué iba a hacer? ¿Dejarla que revolviera entre sus papeles en aquella sombría casa que le habían asignado cuando las travesuras de Sammy habían resultado una molestia excesiva para los invitados, sobre todo para Edward, el padre de Jake, en el palacio, donde se habían hospedado al principio? ¿Y si revolvía entre sus cosas estando Sammy presente? ¿Le diría que su padre era sospechoso de haber secuestrado al rey de Edenbourg?

—Voy a pillarte, Sammy, ya lo verás.

Una risa sorda siguió a aquellas palabras.

Jake sintió un intenso alivio. Estaban jugando.

Sacudiendo la cabeza, cerró la puerta de la casa y dejó su portafolios encima de la cómoda del vestíbulo.

Sus sospechas de que aquella hermosa y dulce joven estuviera desempeñando el papel de Mata Hari era el producto de la tensión a la que se había visto sometido.

Jake se quitó la chaqueta del traje, la dejó encima del portafolios y luego se dirigió hacia la puerta del salón estilo gótico desde el que provenían las voces.

Con un pañuelo cubriéndole los ojos y los brazos extendidos, Rowena se paseaba por el salón. Sammy asomó la cabeza por debajo de una mesa auxiliar colocada a un extremo del sofá. El niño se tapaba la boca con una mano para contener la risa.

La gallinita ciega. Un juego de todos conocido, pero a Jake no se le había ocurrido jugar a la gallinita ciega con su hijo.

Desde que la madre de Sammy los abandonara, cada vez que Jake dejaba a su hijo a cargo de alguien, el niño sufría ataques de pánico. Ese era el motivo por el que Jake necesitaba una niñera.

Estaba decidido a ofrecerle a su hijo un hogar estable. Se había visto obligado a dejar al niño en manos de extrañas cuando tenía que ausentarse de la casa, y casi le había resultado imposible conseguir la misma persona dos veces. Ya que le era imposible estar con Sammy las veinticuatro horas del día, esperaba que una niñera fija diera estabilidad a la vida de su hijo.

Aunque no necesitaba trabajar para ganarse la vida, la experiencia de Jake en fusiones y adquisiciones de empresas estaba en gran demanda, y había ofertas que no podía rechazar. Un ejemplo era la que le habían hecho la semana anterior, como consejero del regente en funciones de Edenbourg, su primo Nicholas.

El trabajo era una disculpa para mantenerle ocupado. Jake lo sabía y todos lo sabían. La sugerencia de que Nicholas le necesitaba era un pretexto para evitar a la familia real la incómoda situación de tener que pedirle que les entregara el pasaporte con el fin de que no pudiera regresar a América mientras investigaban su posible participación en el secuestro del Rey. El secuestro de su tío.

Al darse cuenta de los derroteros que su mente estaba tomando, Jake se obligó a fijar la atención en la juguetona pareja que había en el salón.

La risa de Sammy debería haber conducido a Rowena directamente al lugar donde se escondía; sin embargo, ella, fingiendo, continuó chocándose con mesas, lámparas y demás mobiliario. Su comportamiento provocaba más carcajadas del niño.

Lo único que Jake sentía por Rowena era gratitud. Por fin, tenía a alguien con quien dejar a Sammy sin preocupación. Alguien que ya había demostrado que podía evitar a Sammy sus ataques de pánico y su timidez.

Jake se apoyó en el marco de la puerta para observarlos; pero, al momento, volvió a incorporarse. Había algo fuera de su sitio: una escalerilla de acero... con la que Rowena iba a chocarse.

Jake corrió hacia la mesa auxiliar justo a tiempo de agarrar a Rowena en el momento en que ella se chocó con la escalerilla.

El choque hizo que ambos cayeran al suelo, pero Jake, agarrándola por la cintura, logró caer de espaldas, con ella encima.

Rowena no gritó al caer, solo emitió una suave exclamación:

—¡Oh!

Aterrizó encima de Jake, con ambas piernas alrededor de una de las de Jake y la nariz en su pecho.

—¿Qué ha...?

La alfombra oriental que cubría el suelo de roble amortiguó el golpe de Jake, por lo que el cuerpo de este fue capaz de reaccionar a los movimientos del cuerpo de Rowena mientras trataba de incorporarse.

Aunque la razón de Jake se negaba a admitirlo, su cuerpo sabía que Rowena le atraía desde la primera vez que la vio. Y ahora, su cuerpo le estaba recordando a su razón las cosas que le gustaría hacer a aquel otro cuerpo, tan pequeño, pero con tantas curvas.

Ninguna mujer le había atraído tanto, ni siquiera su ex esposa.

—¡Papá está aquí! —gritó Sammy.

Jake agarró a Rowena por las caderas para evitar que se moviera... pero no le ayudó en mucho. Al ponerle las manos en las nalgas no le hizo ningún favor a su libido. Las curvas de ella eran suaves y cálidas, al igual que su aroma a rosas.

A Jake solo le cabía esperar que, con la confusión, Rowena no notara lo que estaba pasando entre los dos.

Cuando Rowena se quitó el pañuelo que le cubría los ojos castaños; durante un segundo, estos se iluminaron de placer.

—Señor Stanbury —pero la preocupación sustituyó al placer inmediatamente—. ¿Qué ha pasado? ¿No se ha hecho daño?

Sammy salió de debajo de la mesa y se lanzó encima de Rowena y Jake.

Jake lanzó un suave gruñido.

Rowena hizo un esfuerzo por levantarse.

—¡Dios mío! Sammy, por favor, levántate. Estamos aplastando a tu padre.

Jake sonrió.

—No digas tonterías.

Rowena no podía incorporarse con medio cuerpo de Sammy encima de ella.

—¿Desde cuándo es una tontería querer dejar respirar a alguien?

Jake rio.

—Los dos juntos no pesáis lo que pesa una persona normal.

—¿Le ocurre con frecuencia que las personas normales se le echen encima?

—Papá, ¿sabes una cosa?

—¿Qué, Sammy?

—Que Ena está aquí.

—Sí, ya lo sé —Jake sonrió traviesamente—. Tengo su codo clavado en las costillas. ¿O es una rodilla?

—¿Por qué no lo ha dicho antes?

Con cuidado, Rowena se zafó de ambos.

Jake se incorporó hasta quedar sentado en el suelo, con Sammy encima. Inmediatamente, se quedó paralizado.

Rowena estaba de rodillas y la blusa de seda le caía, dejando al descubierto sus pechos. Jake podía ver claramente dos maravillosos senos cautivos en un sujetador de seda negra.

Jake tragó saliva. Sammy se acercó a Rowena, que acababa de sentarse estilo indio en el suelo y se estaba estirando la falda sobre las piernas. Rowena, sonriendo maternalmente, sentó a Sammy en su regazo.

—Gracias por la intervención, señor Stanbury, aunque, realmente, no era necesario.

Jake parpadeó.

—¿Que no era necesario? Podrías haberte roto el cuello.

—Lo dudo —ella sonrió—. Como usted mismo ha dicho, no soy muy alta. Lo que significa que mi cuello está mucho más cerca del suelo que el suyo.

Hermosa, con sentido del humor y capaz de reírse de sí misma. Jake siempre había admirado a las personas capaces de reírse de sí mismas, era una señal de inteligencia.

Sin embargo, ¿qué estaba haciendo en el suelo con ella? Lo último que quería era que su libido le llevara al desastre. Sabía lo que era.

Annette le había destrozado el corazón, le había dejado por un hombre con más dinero y más ambición.

Y Jake sospechaba que Rowena tenía algo más en común con Annette que solo la belleza.

Según los rumores, a la dama de compañía de su prima, con frecuencia, se la veía en compañía de diplomáticos de visita en Edenbourg, pero nunca salía con el mismo por mucho tiempo. Y nunca salía con nadie que no tuviera título.

Demasiado tarde, Jake se enteró de que Annette se había casado con él por su parentesco con una familia real. Pero, también demasiado tarde, Annette se enteró de que no iba a sacar provecho del parentesco de Jake con la familia real de Edenbourg.

Jake era americano cien por cien, y no le importaba en absoluto un país que nunca había visitado ni una familia que jamás le había enviado una tarjeta de felicitación por su cumpleaños.

Rowena también tenía en común con Annette su inclinación al coqueteo, cosa que Jake había notado en las breves ocasiones en las que ella había asistido a fiestas en el palacio. La había visto lanzando deslumbrantes sonrisas a todos los hombres... excepto a él.

Porque él no tenía título nobilario.

Jake ignoró la irritación que eso le producía. Se alegraba de que Rowena no coqueteara con él, le ayudaba a prestar más atención a su razón que a su libido. No le interesaba tener una relación con ella.

Al menos, eso era lo que constantemente se decía a sí mismo.

Cuando Isabel sugirió a Rowena como niñera de Sammy, a Jake le dio un ataque de pánico. Sin embargo, como la oferta venía de su real prima, no pudo rechazarla.

Durante el mes que llevaba en Edenbourg, había evitado el contacto con la encantadora dama de compañía. Ahora, como no podía evitarla completamente estando en la misma casa, Jake tenía intención de mantenerse apartado de ella lo más posible.

Desde luego, no había sido su intención acabar en el suelo con ella ni desear sentársela encima y rodearla con sus brazos.

Jake apartó los ojos de esa encantadora garganta. ¿Qué demonios le pasaba?

No, no era un buen comienzo.

La medida más sabia que podía tomar era levantarse del suelo, disculparse y encerrarse en su estudio.

En vez de eso, dijo:

—Jake.

—Perdone, ¿qué ha dicho?

—Cuando accediste a ser la niñera de Sammy, también accediste a tutearme y a llamarme Jake, no señor Stanbury. ¿Lo recuerdas?

—Ah, sí, es verdad —las mejillas de Rowena se sonrosaron ligeramente—. Lo siento... Jake. Supongo que tenía miedo de que te pareciera que me estaba tomando demasiadas libertades.

—Y tú nunca te tomas libertades, ¿verdad, Rowena?

El rubor de Rowena llamó la atención de Jake. Jamás había visto a Annette sonrojarse. Su ex esposa era tan calculadora que le resultaba imposible ruborizarse.

¡Maldición! ¿Por qué Rowena tenía que sonrojarse?

De repente, Jake notó un rayo de luz atravesar la habitación. Miró a su alrededor y vio que el sol de las primeras horas de la tarde se filtraba por la ventana, iluminando la estancia.

Fue entonces cuando notó por qué. De las pesadas cortinas de terciopelo, solo quedaba una en cada ventanal, y todas estaban recogidas a un lado. De esa manera, dejaban entrar la luz al tiempo que decoraban las ventanas.

—Espero que no te importe —dijo ella en tono ligeramente defensivo—. No podía soportar que este cuarto estuviera tan sombrío.

—¿Sombrío? ¿Qué es eso? —interpuso Sammy.

Rowena miró al pequeño.

—¿Te acuerdas de lo oscura que estaba la habitación y de cómo me has ayudado? Sombría es una palabra parecida a oscura.

—Vamos a hacer lo mismo en todas las habitaciones, ¿verdad?

Rowena alisó el cabello del pequeño y luego miró a Jake.

—Sí, si a tu padre no le molesta.

—Por eso estaba la escalerilla metálica fuera de su sitio. Sí, quita todas las cortinas que quieras. Así está mucho mejor. A mí tampoco me gustaba este sitio tan oscuro, pero no me había dado cuenta de que se podía hacer algo para evitarlo.

Rowena alzó un frágil hombro.

—Hace años que no vive aquí nadie. Todas las reinas, cuando quedan viudas y se trasladan aquí, vuelven a decorar la casa. Lo único que estoy haciendo es evitarle a la reina Josephine la molestia de...

—¿Qué te pasa? —preguntó Jake cuando, de repente, Rowena se interrumpió.

Se miraron a los ojos.

—Estoy hablando como ella fuera a trasladarse pronto; lo que significa que, en el fondo, creo que...

—Que mi tío está muerto.

Ella asintió tímidamente.

A Jake le enternecieron las lágrimas que asomaron a los ojos de Rowena. Eran sinceras. Apreciaba realmente al Rey.

—Es horrible no saber nada. No he llegado nunca a conocer a mi tío, pero, por lo que he oído, debe ser un buen hombre.

Ella lo miró a los ojos con intensidad.

—¿Crees que está vivo?

Jake no apartó la mirada.

—No lo sé. De no estarlo, supongo que, de alguna forma, se habría sabido.

Rowena miró a Sammy y luego suspiró.

—Lo siento, no era mi intención...

—No te preocupes, estoy seguro de que el Rey está bien —dijo Jake—. Sé que estás preocupada, y yo también lo estoy. Todo el mundo está preocupado.

Sus ojos volvieron a encontrarse. Se mantuvieron la mirada. La de ella era interrogante.

¿Era Jake el raptor y había... matado al Rey?

Era una posibilidad que Jake no dudaba que le pasara a Rowena por la cabeza, lo que volvió a hacerle sospechar que ella hubiera sido enviada allí como espía.

Por supuesto, Jake no era el único sospechoso. Su primo Nicholas, su propio padre, Edward, y su hermano mayor, Luke, también eran sospechosos debido a que, por ese mismo orden, eran herederos al trono.

Jake era el cuarto; sin embargo, había sido el quien descubrió el lugar donde el coche del Rey se había salido de la carretera para caer por un acantilado y quien alertó a la policía del suceso inmediatamente. Por ese motivo era el primer sospechoso; al menos, para las autoridades.

Suponía que debía sentirse halagado de que le considerasen capaz de un delito semejante, cosa que requería gran capacidad de planificación; sobre todo, teniendo en cuenta que acababa de bajarse de un avión y que iba con un niño de dos años.

No obstante, no se sentía halagado.

Residiendo en su casa, Rowena tendría la posibilidad de buscar algo que le vinculase a la desaparición del Rey, ocurrida el día en que Jake aterrizó en Edenbourg.

Por supuesto, no había nada que pudiera vincularle al suceso, pero los demás no lo sabían... todavía.

De repente, se dio cuenta de que deseaba desesperadamente convencer a Rowena de su inocencia. Quería que Rowena creyera en él, que creyera que no era capaz de asesinar a nadie, y mucho menos a su propio tío. A pesar de no conocerlo.

No, no estaban empezando con buen pie.

Rowena fue la primera en apartar los ojos.

—¿A qué hora quieres cenar?

La pregunta de Rowena le sorprendió.

—¿Vas a cocinar tú?

Ella asintió.

—La señora Hanson se ha marchado en el momento en el que yo he llegado. Creo que estaba algo molesta por haber tenido que cuidar de Sammy.

¿Una espía que sabía cocinar? Eso era algo único... a menos que estuviera planeando envenenarle.

—Sé que estaba algo disgustada conmigo por eso, pero no quería dejar a Sammy otra vez con una persona desconocida, y como creía que tú ibas a volver antes del mediodía...

—Lo siento, Isabel ha hecho que me retrasara.

—Lo comprendo.

Jake se llevó los dedos a las sienes. La tensión le estaba ofuscando la mente. Rowena no era una espía, sino una dama de compañía a quien se le daban muy bien los niños. Y estaba allí, en esa casa, como niñera, no como espía.

Además, le tenían retenido en el palacio casi todo el día precisamente para que los expertos pudieran vigilarle de cerca.

—No es necesario que cocines, podemos ir a un restaurante. ¿Conoces un buen restaurante por aquí cerca?

Ella se lo quedó mirando como si se hubiera vuelto loco.

—¿Quieres que vaya contigo?

—¿No te apetece?

—No es eso. Es solo que... ¿Por qué?

La perplejidad de ella le sorprendió.

—No sé. ¿Para comer porque tienes hambre?

—Prefiero cocinar si no te importa.

—De acuerdo. Solo quería ahorrarte la molestia. Llevas toda la tarde con Sammy y sé perfectamente lo agotador que puede ser —Jake, juguetonamente, le dio con la mano a su hijo en la rodilla—. No te ofendas, pequeño.

Sammy rio.

—No estoy cansada —dijo Rowena—. Y no te preocupes, no voy a envenenarte. Mi madre murió cuando yo tenía doce años y, desde entonces, era yo quien preparaba la comida a mi padre. Se me da muy bien la cocina.

—No sabía que...

Jake se interrumpió. Las palabras de Rowena eliminaron todo vestigio de las sospechas que pudiera haber albergado. En ese momento, el estómago de Jake decidió anunciar que llevaba vacío desde el desayuno.

Rowena rio y, por fin, se relajó.

—Es evidente que tienes hambre.

—Antes que nada, quiero que sepas que no tienes por qué cocinar.

—Díselo a tu estómago —poniendo una mano en las nalgas del pequeño, le hizo levantarse—. Sammy y yo ya hemos hecho algunos preparativos respecto a la cena, solo llevará media hora tenerla lista.

Como Rowena parecía decidida, Jake se puso en pie y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse.

Ella se quedó quieta, con ambas manos en el suelo. Después, alzó el rostro y lo miró.

—Mis manos tampoco van a envenenarte —dijo él con voz suave.

Ella no contestó, ni siquiera sonrió. Tras una manifiesta vacilación, Rowena colocó una mano en la de Jake.

Jake le estrechó la mano y la levantó. Rowena pesaba tan poco y él estaba tan nervioso que, al tirar de ella, lo hizo con excesiva fuerza y se chocaron.

—¡Oh! —exclamaron al unísono.

Rowena levantó la cabeza. Ambos se quedaron inmóviles.

Los ojos castaño dorado de ella le hipnotizaron, sus labios, ahora entreabiertos, eran una invitación.

Rowena tembló en sus brazos. ¿De miedo? ¿De deseo? ¿De ambas cosas?