Filosofía para médicos - Mario Bunge - E-Book

Filosofía para médicos E-Book

Mario Bunge

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Los médicos filosofan todo el tiempo, casi siempre sin saberlo. Así adoptan: el realismo, cuando dan por descontado que sus pacientes son reales: el materialismo, cuando cortan por medio de la cirugía o recetan píldoras en vez de hacer conjuros o rezar; el sistemismo, cuando conciben y tratan el cuerpo humano como un sistema, no como un agregado de partes desconectadas entre sí. La filosofía en la medicina es un vasto territorio apenas explorado, casi desconocido por muchos médicos. En este libro se analizan ideas médicas clave y, sin embargo, muy discutidas. ¿Cómo puede ayudar o perjudicar la filosofía a la medici-na? ¿Qué es la enfermedad: cosa o proceso, natural o social? ¿Por qué suelen ser inciertos los diagnósticos médicos? ¿Tiene sentido hablar de probabilidad en medicina? ¿A qué se debe el atraso de la psiquiatría? ¿Hay pruebas de eficacia de las medicinas tradicionales, como la china y la ayurvédica? ¿Qué es la medicina: ciencia aplicada, técnica o arte? ¿Qué filosofía moral debe guiar el ejercicio de la me-dicina? A estos interrogantes y a otras cuestiones no menos controvertidas, como el ensayo clínico aleatorio, la prevención en cuanto problema médico-político, las medicinas alternativas y los delitos de la industria farmacéutica, son algunos de los temas tratados con cuidado y profundidad por el conocido físico, filósofo y epistemólogo Mario Bunge. El texto, además, ha sido revisado por investigadores biomédicos y profesionales.

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Claude Bernard (1813-1878), padre de la medicina experimental y gran filósofo de la ciencia.

Mario Bunge

FILOSOFÍA PARA MÉDICOS

Serie: CLA•DE•MA

FILOSOFÍA

OBRAS DE

MARIO BUNGE

PUBLICADAS POR EDITORIAL GEDISA

Crisis y reconstrucción de la filosofía

Filosofía política

Solidaridad, cooperación y democracia integral

A la caza de la realidad

Emergencia y convergencia

Novedad cualitativa y unidad del conocimiento

Tratado de filosofía (8 vols.)

1. Semántica I.Sentido y referencia

2. Semántica II.Interpretación y verdad

3. Ontología I.El moblaje del mundo

4. Ontología II.Un mundo de sistemas

5. Gnoseología y metodología I.Exploración del mundo [en preparación]

6. Gnoseología y metodología II.Explicación del mundo [en preparación]

7. Gnoseología y metodología III.Filosofía de la ciencia y la técnica [en preparación]

8. Ética.Lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto [en preparación]

FILOSOFÍA PARA MÉDICOS

Mario Bunge

Primera edición en España, octubre de 2012

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© by Editorial Gedisa, S.A.

Avenida del Tibidabo, 12 (3º)

08022 Barcelona, España

Tel. (34) 93 253 09 04

Fax (34) 93 253 09 05

[email protected]

www.gedisa.com

ISBN: 978-84-9784-739-1

IBIC: HP

Depósito legal: B. 26680-2012

Impreso por Sagrafic

Impreso en España

Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

En memoria de mi hermana

Eva,

tan lista como hermosa y cariñosa, muerta a los nueve meses de edad de gastritis, enfermedad que 20 años después se hubiera curado con una dosis de penicilina.

Índice

Prefacio

Introducción

1. Medicinas tradicionales

1.1 Medicinas primitivas y arcaicas

1.2 Logros y fallos de la medicina tradicional

1.3 Curanderismo actual

2. Medicina moderna

2.1 De mito a ciencia

2.2 De la Ilustración a la medicina experimental

2.3 Enfoque sistémico

3. Enfermedad

3.1 Sentirse mal

3.2 Síntoma y signo

3.3 Salud y enfermedad: ¿cosas o procesos?

4. Diagnosis

4.1 Razonamiento diagnóstico

4.2 Control estadístico

4.3 Sirena probabilista

5. Medicamento

5.1 Farmacología clásica

5.2 Diseño molecular

5.3 Dividendos filosóficos

6. Ensayo

6.1 Ensayo clínico

6.2 El azar ayuda

6.3 Controversias metodológicas

7. Tratamiento

7.1 Terapia

7.2 Placebo, panacea, resistencia

7.3 La sirena probabilista vuelve a llamar

8. Prevención

8.1 Prognosis

8.2 Prevención individual y colectiva

8.3 Longevidad

9. Ética médica

9.1 Escuelas éticas

9.2 Ética médica individual

9.3 Ética médica social

10. ¿Ciencia, técnica o servicio?

10.1 Ciencia básica, ciencia aplicada, técnica, servicio

10.2 Calidad y accesibilidad

10.3 Diagnosis y prognosis de la medicina

11. Referencias bibliográficas

Prefacio

Aunque un médico pretenda que la filosofía le aburre, de hecho filosofa todo el día. En efecto, cuando razona bien practica la lógica; cuando da por descontado que los pacientes, enfermeras y farmacias existen fuera de su conciencia, practica el realismo ingenuo; cuando supone que también los genes y los virus son reales aun cuando no se los perciba, adopta el realismo científico; cuando rechaza la hipótesis de que las enfermedades son de índole y origen espirituales, suscribe una concepción naturalista del mundo; y cuando presta su ayuda aun sin tener la seguridad de cobrar, practica una filosofía moral humanista. En resumen, el médico filosofa aun sin saberlo.

Pero esto no implica que basten las filosofías médicas caseras: recordemos que ya Hipócrates advertía tanto contra lo que llamaba «postulados» (hipótesis no controladas), como las fantasías de los médicos y filósofos presocráticos. El médico debe estar siempre alerta para filtrar la información a que lo someten la prensa médica, y los visitadores médicos. Tiene que poder evaluar por sí solo los anuncios sobre tratamientos y medicamentos milagrosos y teorías médicas revolucionarias. También tiene que poder advertir, o al menos no descartar a priori, el potencial médico de nuevos hallazgos biológicos, bioquímicos y farmacológicos. Siempre que no sea tóxica ella misma, la filosofía puede ayudarle a separar el grano de la paja, así como a organizar la información y otear el horizonte.

Este libro no pretende enseñar medicina, sino solamente estudiar algunos de los problemas que plantean la investigación y la práctica médicas. Por ejemplo: ¿por qué no son eficaces las medicinas tradicionales orientales? Las enfermedades ¿son entes o procesos? ¿Por qué ocurren tantos errores diagnósticos? ¿En qué se diferencia la farmacología molecular de la tradicional? ¿En qué consiste el diseño de una droga? ¿En qué se distingue el ensayo aleatorizado del no aleatorizado? ¿Es realmente novedosa la medicina basada sobre elementos de prueba (evidencia en espanglés)? ¿Es lícito hablar de probabilidades en un campo en el que no hay azar ni teorías probabilistas? Los efectos placebo ¿son imaginarios? ¿Cómo superar el impasse actual en el desarrollo de psicofármacos? ¿Es alcanzable la salud permanente? ¿Cómo racionar la asistencia médica con eficacia y justicia? ¿Cómo se explica la supervivencia de medicinas primitivas y tradicionales en la sociedad moderna? Y ¿qué hacer con las filosofías que no se ocupan de la realidad ni de su estudio?

Agradezco en primer lugar al Dr. Daniel Flichtentrei, quien me alentó, orientó, informó y criticó desde el principio. También agradezco las intervenciones quirúrgicas del Prof. A. Claudio Cuello, FRSC, el Prof. Ernesto Schiffrin, FRSC y el Dr. Nicolás Unsain. Al Prof. Bernardo Dubrovsky le debo cuatro décadas de intercambios instructivos sobre medicina y biología. Mi padre, el doctor en medicina Augusto Bunge, me interesó desde muy joven por la salud como bien social. Y mi madre, Marie Müser –quien a los 16 años se enroló en la Cruz Roja como enfermera para trabajar en China– me enseñó que la profesión de cuidar exige tanto coraje y compasión como dedicación. Finalmente, les debo valiosas informaciones a los doctores Michael Mackey FRSC, Martin Mahner, Adolfo Peña Salazar y Amir Raz.

MARIO BUNGE, FRSC

Department of Philosophy

McGill University

Montreal, Canadá

Introducción

A primera vista, la medicina es ajena a la filosofía, ya que la primera procura sanar, o al menos aliviar, mientras los filósofos analizan y sistematizan ideas muy generales, como las de realidad, conocimiento y bien. Ya lo dijo Hipócrates (430-420) en su Medicina Antigua.

No obstante, se puede argüir que Hipócrates sólo rechazó las fantasías de los presocráticos, en particular los pitagóricos, que tanto habían influido sobre sus precursores. De hecho, la medicina siempre ha estado saturada de filosofía. En efecto, veamos cómo filosofa durante una consulta ordinaria, aun sin saberlo, cualquier médico contemporáneo.

Al comparecer el paciente, el médico da por sentado que se trata de un ser real (realismo ontológico) que viene en busca de ayuda, cosa que el médico se apresta a proporcionarle lo mejor posible y conforme al precepto hipocrático que manda ayudar sin dañar (humanismo). Para averiguar qué lo trae a su paciente, el médico le pregunta qué le pasa: da así por sentado que hay algo que puede llegar a saber (realismo gnoseológico) y otro tanto que puede hacer (optimismo praxiológico).

La respuesta del paciente podrá suscitar preguntas adicionales, así como una consulta a la historia clínica del paciente. Pero, lejos de creer todo cuanto le cuenta su paciente, el médico lo pondrá en duda (escepticismo metodológico). El médico intentará traducir los síntomas que siente el paciente a signos o indicadores objetivos (biomarcadores) de los procesos biológicos morbosos que le ocurren (materialismo). Para ello usará elementos de la mal llamada tecnología médica, desde el estetotoscopio hasta el aparato de resonancia magnética. Y no perderá de vista los hechos de que no hay órgano aislado ni paciente en un vacío social (sistemismo).

A medida que salen a relucir hechos pertinentes al problema, el médico va concibiendo, sopesando, descartando y reemplazando conjeturas sobre la naturaleza del mal y sus causas. Procediendo así, llega eventualmente a las hipótesis que le parecen más plausibles a la luz de sus conocimientos generales, de su experiencia y de los datos que acaba de recabar.

Estas hipótesis son proposiciones de la forma condicional «Si el paciente exhibe el signo o indicador objetivo S, entonces es posible que padezca el trastorno E». Salvo en el caso de una nueva enfermedad, las conjeturas de este tipo no son improvisadas, sino que figuran en la literatura médica. Y no son arbitrarias ni meras recetas empíricas, sino que se fundan en investigaciones biomédicas, en particular ensayos clínicos controlados.

Para averiguar cuál de sus hipótesis es la verdadera, o al menos la más plausible, el médico piensa en lo que ellas implican, y se dispone a ponerlas a prueba. Con suerte, las respuestas a nuevas preguntas confirmarán una de sus conjeturas. De lo contrario, el médico prescribirá la búsqueda de nuevos datos, usando para ello alguna herramienta diagnóstica avanzada, como la radiografía o el análisis de sangre.

Tanto al diagnosticar como al recetar, el médico aplica tácitamente el postulado de que la investigación científica es la mejor vía para conocer hechos (cientificismo). O sea, rechaza tácitamente tanto las visiones mágico-religiosas como el intuicionismo dogmático, el empirismo ciego y el escepticismo destructivo inherente al constructivismo-relativismo posmoderno.

Una vez en posesión de la hipótesis más plausible y de los datos supuestamente pertinentes, el médico formulará una diagnosis más o menos provisional y, en seguida después, prescribirá un tratamiento. Pondrá así en práctica la máxima «Conocer antes que actuar» (praxiología científica). En casos sencillos, aquí terminará la tarea del médico. En otros casos, los resultados del tratamiento serán otros tantos elementos de juicio para revisar tanto el diagnóstico como el tratamiento.

Tales revisiones se requieren no sólo cuando se advierte que la diagnosis inicial era errada, sino también cuando el sistema inmune del paciente ha fallado y cuando se ha usado un medicamento nuevo, cuya eficacia aún no ha sido probada rigurosamente. (Aquí interviene la inmoralidad de algunas compañías farmacéuticas.) De modo, pues, que el médico responsable practica la regla que manda dudar cuando algo falle (escepticismo metodológico).

Finalmente, a veces el médico se enfrenta con problemas morales de tamaño variable. Los más graves son los que suscitan el comienzo y el fin de la vida, como: ¿llevar o no llevar a término el embarazo de un feto afectado de un defecto congénito grave?, ¿salvar o no salvar al neonato muy prematuro?, ¿recetar o no un tratamiento que prometa poco y cueste mucho? y ¿prolongar o no la vida de un paciente terminal que ya no puede disfrutar de la vida? En esos casos el médico y su paciente tendrán que optar entre alguna ética tradicional y la ética humanista condensada en el principio «Disfruta de la vida y ayuda a vivir».

En definitiva, el buen médico, a diferencia del curandero, pone en práctica diariamente, en general sin saberlo, todo un sistema filosófico, constituido por

(1) una ontología materialista (aunque no fisicista) y sistémica (aunque no holista);

(2) una gnoseología realista, escéptica y cientificista;

(3) una praxiología científica y una ética humanista.

Lo dicho se refiere a la filosofía tácita del buen médico: la que practica, no necesariamente la que dice profesar. Para convencerse de que es así, basta imaginar a un médico que descarte cualquiera de las tres doctrinas mencionadas. Por ejemplo, un médico espiritualista, como quien practica la homeopatía, cuyo fundador sostenía que un remedio es tanto más eficaz cuanto menos materia tenga; o antirrealista, como quien afirma que las enfermedades no son trastornos biológicos sino construcciones sociales y que la medicina científica es una invención de la industria farmacéutica; o antihumanista, como los médicos que experimentaron con prisioneros, o los que se oponen a la sanidad pública. La medicina debe protegerse de las políticas delictivas y de las filosofías morbosas.

1 Medicinas tradicionales

1.1 Medicinas primitivas y arcaicas

1.2 Logros y fallos de la medicina tradicional

1.3 Curanderismo actual

1.1 Medicinas primitivas y arcaicas

No sabemos qué pensaban ni qué hacían los hombres primitivos para resolver sus problemas de salud, aunque algo se puede adivinar estudiando sus restos fósiles y los artefactos que los acompañan. Por ejemplo, se sabe que muchos primitivos sabían reparar fracturas, y que algunos practicaban la trepanación, ya hace 10.000 años. Pero no sabemos si lo hacían por creer que de esa manera curaban las enfermedades mentales, o para dejar escapar a los espíritus malignos.

En cambio, los antropólogos han averiguado algo acerca de las ideas y prácticas médicas de los primitivos actuales. Por ejemplo, los indios amazónicos utilizan varias plantas a las que atribuyen virtudes curativas o mágicas. En algunas tribus se cree que, frotando el cuerpo de un niño con ciertas plantas, lo protegen de los espíritus, a quienes atribuyen el origen de sus males. Otros comen plantas que, aunque con escaso valor nutritivo, son apreciadas por su forma, color o alguna otra propiedad, real o imaginaria.

Un filósofo dirá que los amazónicos son dualistas: que sus prácticas son materialistas pero sus explicaciones son espiritualistas. También dirá, acaso, que los indios amazónicos son medio empiristas y medio aprioristas: lo primero porque algunas de sus prácticas han sido aprendidas por el método del acierto y error, y lo segundo porque otras prácticas no lo son. Por ejemplo, el baño frecuente es una medida higiénica y el entablillado de fracturas es una práctica médica eficaz, mientras que la inserción de espinas o de huesos en la piel es dañina.

También se sabe bastante sobre las ideas y prácticas médicas corrientes en las primeras civilizaciones, en parte porque algunas de esas prácticas persisten. Esto se aplica especialmente a las escuelas médicas hipocrática, ayurvédica y china tradicional. Echémoles un vistazo porque las tres, sin ser científicas, son materalistas antes que espiritualistas. Las tres contienen conocimientos verdaderos y procedimientos eficaces mezclados con creencias que, aunque infundadas, al menos son seculares y racionales antes que mágico-religiosas. En cambio, los médicos incaicos, aunque también recomendaban una mezcla similar de prácticas razonables y absurdas, las basaban en una concepción mágico-religiosa de la enfermedad (Cabieses, 1993).

La escuela hipocrática es la más estudiada pero no la mejor comprendida. Le debemos, entre otras cosas, la tesis de que las enfermedades son procesos naturales que nada deben a los dioses; que la enfermedad de cada clase tiene su curso peculiar; que la mayoría de los males se curan sin intervención; y que para conservar la salud, así como para recuperarla, hay que adoptar ciertas reglas higiénicas, como comer y beber con moderación.

A la misma escuela también le debemos el intento de hallar leyes y reglas generales. Ésta es una peculiaridad de los sabios de la Grecia Antigua. Los antiguos egipcios tenían muchos conocimientos matemáticos y médicos especiales, pero no se les debe ni un solo teorema ni una sola regla médica general. En particular, el famoso Papiro Edwin Smith, que data del 1.500 a.C., contiene estudios de 48 heridas en distintas partes del cuerpo. Sus descripciones de las heridas y de sus tratamientos son detalladas, objetivas y racionales. Pero ellas no sugieren generalización alguna: son estrictamente empíricas, en contraste con la ideología oficial, que reconocía a un dios por enfermedad.

El empirismo, o apego a la experiencia y el consiguiente repudio de las creencias mágicas y religiosas, es también una característica de la escuela hipocrática. La misma filosofía inspiró al escepticismo respecto de las teorías, cuyo representante máximo fue Sexto Empírico. Esta actitud era razonable en una época en que casi todas las teorías conocidas eran groseramente falsas o, como en el caso de Aristóteles, contenían condimentos religiosos.

El escepticismo respecto de las teorías dejó de ser razonable y progresista cuando lo adoptó David Hume a principios del siglo XVIII, cuando florecía la mecánica clásica y cuando emergieron las primeras hipótesis plausibles en biología y medicina. Hume, crítico implacable de la religión, también desechó la mecánica de Newton por contener conceptos, como el de masa, que van más allá de los fenómenos o apariencias. Este fenomenismo de Hume y sus admiradores, desde Kant hasta los positivistas lógicos de alrededor de 1930, se opuso a todas las teorías científicas profundas o las distorsionó.

Desde la consolidación de la actitud científica hacia el 1800, el empirismo ha sido francamente regresivo: se opuso a todas las grandes teorías científicas, en particular las atómicas, y retardó la renovación de la medicina sobre la base de la química, la farmacología y la biología. Desde entonces, la filosofía que más favorece a la búsqueda de la verdad de hecho es lo que puede llamarse racioempirismo, una combinación de razón con experiencia, como se da en los ensayos experimentales de hipótesis médicas, como la conjetura de la existencia de oncogenes. Pero volvamos a la antigüedad.

La transición del chamanismo a la medicina hipocrática no fue súbita sino lenta, y tuvo una fase intermedia: la de la especulación secular, racionalista y materialista de Thales, Empédocles, Demócrito y otros presocráticos. Estos grandes fantasearon en grande, pero también argumentaron y rechazaron el recurso a lo mágico-religioso. Hoy sabemos que los «elementos» imaginados (agua, tierra, aire y fuego) son complejos, pero concordamos en que la enorme variedad de cosas del universo resulta de combinaciones de átomos de sólo un centenar de especies, y que estos elementos son materiales, no espirituales.

Todos admiramos los grandes logros del sabio de Cos y su escuela, pero tendemos a pasar por alto el que sus explicaciones, aunque racionales y materialistas, eran fantasiosas. En efecto, el núcleo de la concepción hipocrática de la enfermedad es la hipótesis del equilibrio de los cuatro humores: flema, sangre, bilis amarilla y bilis negra. (La bilis negra, o melaina chole, no ha sido identificada. Se ha conjeturado que fue un invento para satisfacer el gusto de la escuela por el número cuatro, que también sería el número de «elementos».) La enfermedad sería causada por un desequilibrio de los humores, que el médico debe procurar corregir. Por ejemplo, si sospecha que hay acumulación de sangre en un pie, deberá efectuar una sangría. (Aún no se sabía que la sangre circula.)

Dado que los humores no están concentrados, tampoco lo están sus desequlibrios. O sea, la patología humoral es holista (globalista). Por consiguiente, también lo es la terapia correspondiente: el médico hipocrático trataba al paciente íntegro. Prescribía tratamientos globales: higiene y dieta. Ésta fue, acaso, la principal contribución duradera de la medicina griega arcaica: buenas medidas profilácticas.

El que la patología y la terapia hipocráticas fuesen holistas no les impidió a los médicos de la escuela hipocrática especular sobre las funciones de los pocos órganos que distinguían. Por ejemplo, Hipócrates adoptó la hipótesis del médico siciliano Alcmeón, el primero en afirmar que el cerebro es el órgano de la mente, mientras que los antiguos egipcios creían que la función del cerebro era segregar flema, y Aristóteles sostuvo que su función era enfriar la sangre. Ellos fueron, pues, los abuelos de la psicología y la psiquiatría biológicas, opuestas a las mágico-espirtualista-religiosas.También inspiraron la popular clasificación de personalidades (o temperamentos, o tipos constitucionales) en flemática, sanguínea y biliosa.

Es fácil ridiculizar la patología humoral. Pero fue la primera en intentar explicar los síntomas, al proponer un mecanismo concreto que involucraba solamente cosas materiales, los humores, tres de los cuales eran familiares. Además, esta hipótesis médica, a diferencia de todas las demás, no era aislada, sino que formaba parte de toda una cosmovisión que incluye otros tres cuartetos: los cuatro elementos de Empédocles (tierra, agua, aire y fuego), calor-frío y seco-húmedo, así como las estaciones del año. Esos cuatro constituyentes se reforzaban mutuamente, lo que explica en parte la aceptación de que gozó la medicina hipocrática durante dos milenios. Véase la Figura 1.1.

Fig. 1.1 La patología humoral forma parte de una cosmovisión cuatripartita.(Tomada de Sigerist, 1961, pág. 323.)

También las escuelas ayurvédica y china tradicional se centran en ideas de desequilibrio. Hace tres milenios, los Vedas postularon que toda enfermedad consiste en un desequilbrio entre tres sistemas corporales, vayu, pitta y kapha, pero no se tomaron el trabajo de describirlos. Nótese su preferencia por el número 3, mientras que los griegos votaban por el 4, los mesopotamios por el 7, y los chinos por el 2 y el 5.

En todos esos casos la teoría médica se ajustaba a la cosmología dominante. Pero en el caso de la medicina ayurvédica este ajuste fue sólo parcial, ya que la tridosa (o trío formado por los principios corporales) era material, y la terapia correspondiente obraba con medios materiales, mientras que la escritura sagrada sostenía que el universo es espiritual, y que lo material es ilusorio.

Análogamente a los ayurvédicos y los hipocráticos, los practicantes de la medicina china tradicional procuran la armonía o equilibrio del yin con el yang, idea que concordaba con el principio político de Confucio, de buscar la armonía social. Esas presuntas propiedades básicas habían sido nombradas, pero no se las había descrito con precisión y por lo tanto se prestaban a interpretaciones arbitrarias. Lo mismo se aplica al qi o chi, que suele traducirse por «fuerza (o energía) vital», y que se supone fluye a lo largo de los «meridianos» o canales. Los meridianos figuran en los atlas anatómicos chinos dibujados hace dos milenios, pero ningún anatomista los ha encontrado, y ningún fisiólogo ha detectado el qi.

En todo caso, puesto que los médicos chinos tradicionales concebían la enfermedad como un desequilibrio entre el yin y el yang, su tarea consistía en reconocer los desequlibrios en los síntomas y restablecerlos, lo que procuraba hacer prescribiendo dietas, hierbas supuestamente medicinales, acupuntura y masaje. En esto, en recurrir sólo a medios materiales, el médico chino tradicional es superior al médico brujo o sacerdote. Pero en ambos casos lo que realmente obra es un placebo (véase el Capítulo 7).

1.2 Logros y fallos de la medicina tradicional

Las hipótesis mencionadas sobre equilibrio o armonía son tan imprecisas que no se las puede poner a prueba, de modo que no son científicas. Pero algunas de ellas son pasibles de refinamiento y, con éste, pueden tornarse accesibles a la contrastación experimental. En efecto, la versión moderna de la idea de equilibro corporal es el concepto fisiológico de homeostasis o constancia del medio interior, propuesta más de dos milenios después por Claude Bernard y refinada casi un siglo después por Walter Cannon.

Esta estabilidad resulta de mecanismos de retroalimentación positivos y negativos. Por ejemplo, la temperatura de la piel está regulada por el hipotálamo, y el ritmo cardíaco por la médula oblongada. La búsqueda y el hallazgo de mecanismos biológicos son ajenos a la medicina tradicional, la que a lo sumo suministra descripciones correctas. Ciertamente, ella pretendía explicar todas las enfermedades, pero de hecho no disponía de los conocimientos fisiológicos necesarios para explicar correctamente el origen de una enfermedad ni, menos aún, su curso. En resumen, la medicina antigua era precientífica.

Podría decirse que, contrariamente a la actitud expectante y prudente de Hipócrates, el médico internista contemporáneo procura mantener o restablecer los valores normales de los parámetros que caracterizan al medio interno del organismo sano, como temperatura, presión sanguínea, acidez y niveles de azúcar y de cortisol, todos los cuales son medibles y suscepibles de ser alterados por distintos medios.

Además, las hipótesis antiguas del equilibriio somático, aunque fantasiosas por carecer de soporte empírico, son materialistas, por lo cual su advenimiento constituyó un enorme avance sobre las fantasías espiritualistas anteriores (Varma, 2011). El progreso fue no sólo conceptual sino también práctico, ya que, si la enfermedad es un hecho natural, se la puede tratar por medios naturales –calor o frío, baño o fomento, enema o infusión de hierbas, masaje o bisturí, etc.– en lugar de cruzarse de brazos esperando que obren el encantamiento del chamán, el sacrificio de un gallo a Esculapio, o una visita al santuario de Epidauro o al de Lourdes.

En resumen, las medicinas tradicionales griega, india y china fueron materialistas. Hipócrates lo dijo claramente: sostuvo que la naturaleza cura tanto como enferma, de modo que la misión del médico se limita a ayudar a la naturaleza. La adopción más o menos explícita de una ontología materialista ubicó a las primeras medicinas propiamente dichas al margen de la filosofía occidental dominante, la que creció a la sombra de las religiones cristiana e islámica. Esta marginalidad filosófica le permitió a la medicina occidental avanzar sin hacer mucho caso de la religión ni de la filosofía imperantes. Otro factor que contribuyó a la independencia de la medicina respecto de la ideología dominante es que era tenida por una artesanía pobre en ideas y, por lo tanto, incapaz de desafiar a la teología.

Finalmente, el postulado hipocrático de la vis medicatrix naturae (fuerza medicinal de la naturaleza) «fue uno de los más grandes descubrimientos que pudo hacer la medicina» (Sigerist, 1961, pág. 326). Primero, porque la mayoría de las enfermedades se curan solas gracias a los leucocitos (glóbulos blancos) y a los anticuerpos que sintetiza el sistema inmune. Por ejemplo, los dolores musculares suelen desaparecer durante la noche, y el catarro suele durar sólo una semana. Segundo, porque en la antigüedad, cuando se sabía tan poco, las intervenciones drásticas podían ser más dañinas que beneficiosas.

Los médicos no siempre se atuvieron a la cautela hipocrática. Durante siglos recetaron sangrías, purgantes, diuréticos y eméticos con excesiva frecuencia. Hasta hace un siglo, el botiquín de cualquier familia de clase media contenía venenos como calomel (cloruro de mercurio), que se tomaba como laxante; láudano, opiáceo usado como analgésico; y belladona, potente psicotrópico que, además de calmar dolores, dilataba las pupilas de las coquetas. Hoy día no faltan médicos que recetan pilas de medicamentos sin averiguar si son compatibles entre sí, ni si podría bastar un cambio en el estilo de vida, como caminar más y comer menos. En suma, estamos viviendo una epidemia de hipermedicación (Agrest, 2011). Es notorio que esta campaña está siendo financiada por poderosas firmas farmacéuticas.

Es natural que, ante los abusos de la medicina «oficial», haya quienes opten por alguna de las medicinas «complementarias y alternativas», en particular la fitoterapia. Pero semejante retorno al pasado es tan irracional como renunciar a la democracia en vista de que es limitada y corruptible. Del mismo modo que los defectos de la democracia se corrigen con más democracia, el remedio para cualquier enfermedad no es menos ciencia sino más y combinada con conciencia moral. Volveremos a este tema en la sección 1.3

Para terminar, preguntémonos cuán eficaces son las tres medicinas antiguas que hemos examinado. Esta pregunta sigue teniendo actualidad porque las tres se siguen practicando en gran escala en casi todo el mundo, con perjuicio para la flora y la fauna. El consenso parece ser el siguiente:

1/ los médicos de las escuelas hipocrática y ayurvédica dieron algunos buenos consejos higiénicos y dietéticos;

2/ la medicina hindú inventó algunos procedimientos quirúrgicos notables, especialmente en cirugía plástica, pero los aplicó sin asepsia ni anestesia;

3/ la acupuntura, centro de la terapia china tradicional, es inútil excepto como placebo analgésico;

4/ la farmacopea ayurvédica fue masivamente fantasiosa, ya que constaba de unos 7.000 medicamentos para tratar los sígnos médicos conocidos (como fiebre y diarrea), que son poco más de 100; muy pocas de las 11.000 hierbas medicinales chinas han sido sometidas a ensayos clínicos controlados. Por ejemplo, los Cochrane Summaries del 8 de julio de 2009 informan que 51 estudios sobre la acción anticancerígena del té verde, que involucraron a 1,6 millones de personas, resultaron inconcluyentes; sólo de unas pocas hierbas chinas, en particular la artemisina (antipalúdica), se sabe que son eficaces;

5/ la medicina científica contemporánea no usa casi ninguno de los conocimientos de las tres medicinas tradicionales, con excepción de ciertos consejos profilácticos y dietéticos, y de la regla No dañar (la que es violada ocasionalmente, como toda regla);

6/ las medicinas tradicionales no distinguían el síntoma subjetivo del signo o indicador objetivo; no medían ninguna variable, con excepción de la cantidad de sangre extraída; no hacían ensayos clínicos ni disponían de otra estadística que la de mortandad durante una epidemia, y esto sólo a partir de mediados del siglo XVII.

Antes de dar el paso siguiente, recordemos el aporte crucial de la filosofía a la transición de la medicina tradicional a la moderna, que alcanzó su madurez recién hacia 1800. La transición de mito a ciencia no fue súbita sino muy lenta, y tuvo una importante fase intermedia: la especulación racional y materialista de Tales, Empédocles, Demócrito, Epicuro y otros grandes pensadores presocráticos. Estos filósofos fantasearon, pero dieron razones y rechazaron el recurso a lo mágico-religioso.

Como ya dijimos, hoy sabemos que los «elementos» imaginados por Empédocles (agua, tierra, aire y fuego) son complejos. Pero concordamos en que son materiales, no espirituales; también sabemos que, aunque los filósofos presocráticos sostenían que todo acontece conforme a leyes eternas, de hecho no conocían ninguna de ellas. Lo que más importó en esa etapa histórica fue el reemplazo de la arbitrariedad divina por la legalidad natural, ya que esto incitó a buscar leyes en lugar de consultar oráculos y acumular datos sueltos.

Esta combinación de racionalidad con materialismo y con el principio realista de la autonomía, legalidad e inteligibilidad del universo fue única y fue moderna avant la lettre. Ésta fue quizá también la principal contribución de la filosofía presocrática. En otras palabras, fue una nueva manera de ver el mundo y de explorarlo, que sobrevivió a oscuridades y fantasías. ¡Qué contraste con el oscurantismo de los «postmodernos» de hoy día, en particular los relativistas y escépticos radicales! Éstos inhiben la búsqueda de la verdad porque niegan que ella sea posible y deseable, sospechan que la ciencia es una conspiración política y pretenden hacer pasar oscuridad por profundidad. También suelen creer que el mundo es un texto o similar a un texto (véase Balibar y Rjachman, 2011). Volvamos a la especulación fresca y fértil de los presocráticos.

La etapa intermedia de especulación filosófica entre el pensamiento mágico y el científico cubrió tres aspectos: lógico, ontológico y gnoseológico. Véase el Cuadro 1.1.

Contrariamente a una creencia muy difundida, los pensadores indios contemporáneos pensaron ideas muy parecidas (Tola y Dragonetti, 2008).

Y es posible que hayan contribuido a que la medicina india tradicional fuese tan secular y naturalista como la de las escuelas de Hipócrates y de Galeno. En cambio, esos filósofos no ayudaron al nacimiento de la ciencia, tal vez porque los Vedas, las escrituras sagradas hindúes, tenían respuesta para todo. Los antiguos griegos, en cambio, no estaban abrumados por una detallada cosmovisión religiosa, de modo que podían formularse preguntas y buscarles respuestas por su cuenta (Carmen Dragonetti, comunicación personal). Es así como, entre los siglos VI y V, concibieron las filosofías presocráticas que ayudaron a nacer no sólo a la medicina sino también a la ciencia básica, rama de la cultura que floreció solamente en Hélade.

Es sabido que la filosofía racionalista y naturalista fue la de una elite; que fue abandonada o reprimida al caer el mundo antiguo; y que fue recuperada alrededor del 1600, al nacer la ciencia moderna. Aunque ha sido enriquecida notablemente desde la revolución científica, la filosofía ilustrada sigue siendo ignorada o desvirtuada por el bando anticientífico. Hoy día este bando incluye no sólo a intelectuales que se autodenominan posmodernos o progresistas, así como a políticos conservadores, sino también a los creyentes en la medicinas «complementarias y alternativas».

1.3 Curanderismo actual

Suele llamarse medicinacomplementaria y alternativa (CAM en inglés), o no convencional, a una amplia panoplia de terapias sin base ni comprobación científicas. Ellas son ejercidas casi siempre por individuos sin preparación médica o por médicos que ocultan sus diplomas universitarios para poder ejercer como chamanes.

Casi todos los habitantes de los países subdesarrollados se hacen tratar por curanderos. En los EE. UU., casi la mitad de la población recurre a la medicina «no convencional», en particular quiropráctica, homeopatía, acupuntura y herbalismo, pese a las advertencias del Consumer Report, que la gente consulta y acata antes de comprar automóviles y electrodomésticos.

Casi todas las terapias «complementarias y alternativas» son tradicionales, en particular las terapias herbalista, ayurvédica y china tradicional. Unas pocas, aunque influyentes, son mucho más recientes: homeopatía, quiropráctica, iridiología, osteopatía, y otras menos difundidas. Examinemos brevemente tres de las medicinas «alternativas» más populares: medicina holística, homeopatía y naturopatía.

La palabra «holista» (o «globalista») es una de las consignas posmodernas, porque sugiere lo contrario del análisis y la razón, los que a su vez son blancos de los ataques contra la modernidad (véase Balibar y Rajchman, 2011). La medicina holística suele presentarse como novedad pero no lo es. En efecto, el tratamiento del paciente como un todo es una característica de las medicinas tradicionales: ellas trataban a los enfermos como si fuesen cajas negras debido a su ignorancia de la anatomía, la fisiología y la bioquímica. En cambio, la medicina científica trata a los pacientes como cajastranslúcidas suceptibles de ser desmanteladas, al menos conceptualmente, por medio de la anatomía, la fisiología y la bioquímica.

En términos conceptuales, el análisis de un sistema consiste en identificar su composición, ambiente, estructura y mecanismo. Estos aspectos se definen esquemáticamente como sigue:

Este análisis evoca seis grupos de doctrinas ontológicas (metafísicas), algunas de ellas de añeja prosapia:

Ambientalismo El entorno es omnipotente. Ejemplos: la hipótesis de que todas las enfermdades son causadas por las «miasmas», y el conductismo.

Estructuralismo Un todo es el conjunto de las conexiones. Ejemplos: la psicología conexionista y la tesis sociológica de que lo único que importa en una sociedad son las redes de comunicación (como si pudiera haber grafos sin nodos).

Procesualismo Una cosa concreta es un atado de procesos. Ejemplo: la metafísica procesual de Alfred North Whitehead.

Holismo El todo precede y domina a sus partes. Ejemplos: la metafísica de Aristóteles) y la medicinas orientales tradicionales.

Individualismo Un todo no es sino el conjunto de sus partes. Ejemplos: el atomismo antiguo y la tesis de que la salud depende exclusivamente de los hábitos del individuo.

Sistemismo El universo es el sistema de todos los sistemas. Ejemplos: Holbach (1996), Bunge (1979).

Las cinco primeras doctrinas son lógicamente erróneas. El holismo y el individualismo son erróneos porque los conceptos de todo y de parte se definen recíprocamente: no hay el uno sin el otro. El ambientalismo es factualmente falso porque todo ente concreto es activo: su entorno lo influye pero no lo crea. El estructuralismo es falso porque, por definición, no hay red sin nodos (individuos). Y el procesualismo es falso porque, también por definición, todo proceso (por ejemplo, movimiento y metabolismo) es una sucesión de estados de alguna cosa concreta: no hay proceso sin cosas cambiantes ni cosas inmutables.

En definitiva, sólo el sistemismo queda indemne. Esta ontología, propuesta inicialmente por el Barón Thiry d’Holbach a mediados del siglo XVIII, postula que todo cuanto existe realmente (materialmente) es un sistema o un componente de un sistema. Se ha argüido que el sistemismo es la ontología adecuada a las ciencias modernas, de la física cuántica a la historiografía (Bunge, 2012a).

La medicina científica es sistémica, en tanto que admite que las partes del organismo humano, aunque distintas, están conectadas entre sí. Por ejemplo, el cerebro deja de sentir, pensar y decidir normalmente cuando no está bien irrigado; y la lectura de una palabra, que ocurre en la corteza parietal, puede evocar una imagen visual, que ocurre en la corteza visual. Y no hay parte del cuerpo en la que no fluyan hormonas que llevan «mensajes» químicos.

La medicina moderna también es analítica, en cuanto distingue órganos con funciones específicas, o sea, procesos que sólo ocurren en esos órganos. Más aún, lo sistémico implica a lo analítico. Y también incluye al componente válido del holismo: la tesis de que una totalidad no es igual al conjunto de sus componentes, ya que posee propiedades globales de las que éstos carecen.

Estas propiedades suelen llamarse sistémicas o emergentes (véase Bunge, 2004). Ejemplos: el estado sólido y el estado vivo, y los procesos metabólico y de morfogénesis. Todas las enfermedades son emergentes, por ocurrir solamente en organismos, aun cuando algunas (p. ej., el cáncer y el síndrome de Down) tengan raíces moleculares y otras (p. ej., el estrés) tengan causas sociales.

Advertencia: la definición precedente de emergente difiere de la que suelen dar los diccionarios, según la cual emergente es lo que no puede explicarse por análisis. Conforme a esta definición, la categoría «emergencia» sería gnoseológica (perteneciente al conocimiento), no ontológica (perteneciente al mundo). Por ejemplo, según los reduccionistas radicales nada moriría, porque los constituyentes elementales de un organismo, como carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, se conservan.

Pero es evidente que la estrucura de un sistema, o sea, el conjunto de las conexiones (en particular interacciones) entre sus partes, es tan importante como éstas. Por ejemplo, una célula muere –se transforma en una mera colección de moléculas– al descomponerse su membrana y al dejar de sintetizar proteínas y de metabolizar. La propiedad de estar vivo es emergente, como lo son la capacidad de pensar y la sociabilidad. Y las propiedades emergentes son peculiares de sistemas, a diferencia de las meras colecciones o conjuntos.

Para comprender la diferencia entre lo analítico y lo sistémico basta comparar un atlas anatómico contemporáneo con uno medieval. En éste, los órganos internos estaban desconectados entre sí, mientras que en un atlas contemporáneo están interconectados, si no directamente al menos a través del cerebro. Además, el médico contemporáneo estudia y trata al paciente a todos los niveles, desde el molecular hasta el social. Por ejemplo, un análisis rutinario de sangre incluye la identificación de ciertas proteínas, y una consulta clínica puede incluir una averiguación de las relaciones de familia o las condiciones de trabajo del paciente.

O sea, la medicina contemporánea es sistémica y con ello también es analítica, mientras que la tradicional es holística. Pero, desde luego, al pretender tratar la totalidad, al holista se le escapan las peculiaridades de las partes. Esto explica en parte el fracaso de las terapéuticas holistas, ya que sobre las membranas celulares hay receptores selectivos, o sea, estimulados o inhibidos solamente por moléculas específicas. Por ejemplo, el sildenafil, la droga activa del Viagra, sólo obra sobre el pene, mientras que los afrodisíacos actúan solamente sobre receptores en células del cerebro en ambos sexos. Los receptores de insulina están mucho más difundidos en el cuerpo: se hallan en células de músculos y de tejidos adiposos, lo que se explica por la afinidad de la insulina con la glucosa, que es como el pan del organismo.

Casi todos los receptores son proteínas, moléculas de tamaño por lo menos 100 veces mayor que el de los fármacos. (Contrariamente a la creencia popular, la naturaleza no es tan económica como la industria: el proceso evolutivo es lento, errático y costoso en vidas.) La forma geométrica y la carga eléctrica de los receptores se ajustan sólo a la de unas pocas moléculas: son altamente selectivos, o sea, no tienen afinidad con las demás.

Esta selectividad es un mecanismo de selección natural. Un organismo incapaz de distinguir las moléculas benéficas de las dañinas no sería viable. A propósito, la existencia de receptores selectivos refuta la creencia de Friedrich Nietzsche, de que una moral «más allá del bien y del mal» favorece a la vida. La física y la química no necesitan el concepto de valor, porque éste emerge recién al nivel biótico. Antes de la emergencia de los organismos, hace más de 2.000 millones de años, no había bien ni mal. Pero volvamos al mecanismo de acción de los medicamentos.

La molécula incidente, como la de un remedio, es eficaz solamente si encaja en la enzima receptora: éste es el mecanismo llamado cerradura-llave. Esto explica por qué la mayoría de los medicamentos modernos son específicos, o sea, actúan solamente sobre algunas partes (p. ej., tejidos u órganos) del organismo o sobre algunos patógenos. Por ejemplo, la adrenalina es eficaz como estimulante cardíaco porque las membranas de las células del corazón tienen receptores de adrenalina, que no se hallan en otros órganos.

La especifidad de tales receptores también explica el mecanismo de acción de lo que su descubridor, Paul Ehrlich, llamó «balas mágicas». Estas drogas sólo matan a ciertos organismos patógenos, como ocurre con Salvarsan, el primer remedio eficaz contra la sífilis, que el mismo Ehrlich inventó en 1910. Los receptores, de los que hay más de 2.000 clases, constituyen la clave de la farmacología científica. Por esto mismo constituyen la raíz de la farmacoterapia contemporánea, en contraste con las medicinas tradicionales y las mal llamadas «alternativas», todas las cuales ignoran la existencia de receptores.

Lo que antecede es algo simplista, porque muchas moléculas son eficaces sólo si van acompañadas de moléculas de otras clases. En otras palabras, en muchos casos no basta activar (estimular o inhibir) un receptor, sino que es necesario activar simultáneamente a dos o más receptores. Además, la sensibilidad de un receptor puede depender tanto de su entorno inmediato como del ambiente. Pero en todos los casos lo que cuenta no es el organismo íntegro sino solamente una parte minúscula de él. Vaya esto como advertencia contra el holismo o globalismo, que pretende tratar a la totalidad con desconocimiento de sus partes.

La homeopatía no es holista, porque reconoce la necesidad de usar remedios específicos. Pero los presuntos específicos homeopáticos son imaginarios, ya que los homeópatas no hacen ni usan estudios farmacológicos que muestren los efectos de sus preparados al nivel molecular. Tampoco hacen ensayos clínicos que prueben la mejoría de los pacientes que toman remedios homeopáticos. En efecto, los homeópatas cometen la falacia post hoc propter hoc (después de eso, por tanto, a causa de eso).