La comprensión del mundo - Mario Bunge - E-Book

La comprensión del mundo E-Book

Mario Bunge

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Beschreibung

Laetoli retoma la publicación del 'Tratado de filosofía'  de Mario Bunge, cuyos primeros cuatro volúmenes fueron editados en castellano por Gedisa. Se trata de la obra  clave de su pensamiento, publicada originalmente en inglés en la década de 1980, y una de las síntesis más ambiciosas de la filosofía contemporánea. Tras la publicación del volumen 5, 'La exploración del mundo', ofrecemos aquí a los lectores hispanoparlantes su continuación: 'La comprensión del mundo'. "Este volumen –escribe el autor– es parte de un  extenso 'Tratado de filosofía'. Este tratado abarca todo aquello que el autor piensa que es el núcleo de la filosofía contemporánea: semántica (teorías del significado y la verdad), epistemología (teorías del conocimiento), metafísica (teorías generales del mundo) y ética (teorías del valor y la acción correcta). La filosofía expuesta en este 'Tratado' es sistemática y, hasta cierto punto, exacta y científica. Es decir, las teorías filosóficas expuestas en estos volúmenes a) están formuladas con un lenguaje (matemático) exacto, y b) quieren ser coherentes con la ciencia contemporánea". 

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Tratado de filosofía

1

SEMÁNTICA I    Sentido y referencia

(Gedisa, 2008)

2

SEMÁNTICA II    Interpretación y verdad

(Gedisa, 2008)

3

ONTOLOGÍA I    El moblaje del mundo

(Gedisa, 2010)

4

ONTOLOGÍA II    Un mundo de sistemas

(Gedisa, 2012)

5

GNOSEOLOGÍA Y METODOLOGÍA I    La exploración del mundo

(Laetoli, 2020)

6

GNOSEOLOGÍA Y METODOLOGÍA II    La comprensión del mundo

(Laetoli, 2021)

7

GNOSEOLOGÍA Y METODOLOGÍA III    Filosofía de la ciencia y de la técnica

(Laetoli, en preparación)

8

ÉTICA    Lo bueno y lo justo

(Laetoli, en preparación)

La comprensión del mundo

 

 

Título de la edición original:

Treatise on Basic Philosophy, vol. 6

Epistemology and Methodology II: Understanding the World,

D. Reidel

Dordrecht, 1983

 

 

Lan honek Nafarroako Gobernuaren dirulaguntza bat izan du, Kultura eta Kirol Departamentuak egiten duen Argitalpenetarako Laguntzen deialdiaren bidez emana. / Esta obra ha contado con una subvención del Gobierno de Navarra concedida a través de la convocatoria de Ayudas a la Edición del Departamento de Cultura y Deporte

 

 

Fotografía de portada: Mario Bunge y su esposa Marta en Barbados, 1989, colección particular de Marta Bunge.

© Mario Bunge, 2021

© Editorial Laetoli, S. L., 2021

Paseo Anelier, 31, 4° D

31014 Pamplona

www.laetoli.es

ISBN: 978-84-125554-3-1

Producción del ePub: booqlab

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com, tels. 91 7021970 y 93 2720447).

Prólogo a la edición española

La filosofía se ha desarrollado vigorosamente en España y en Hispanoamérica en el curso de las últimas décadas. Se ha desarrollado al punto de que ya tenemos poco que aprender de la filosofía alemana, que aún se está recuperando del desastre de 1933, y menos todavía de la filosofía francesa, que desde hace más de un siglo se arrastra a la zaga de la retaguardia alemana.

Francisco Romero, el filósofo argentino de origen español, decía con razón que en todos los pueblos la filosofía pasa por tres etapas: la adhesión entusiasta y dogmática a una escuela, el estudio crítico de la filosofía toda y la creación original. Creo que algunos países de habla española están pasando de la segunda etapa a la tercera.

Es verdad que aún se importan, habitualmente con retraso, modas filosóficas europeas (la diferencia es que hoy se copia a Oxford o París en lugar de Friburgo). También es cierto que la mayoría de los estudios filosóficos son de carácter apologético o crítico. Pero ya hay un comienzo bien claro de investigación original en áreas de la filosofía que hace un par de décadas solíamos evitar o incluso ignorar. Entre ellas se destacan la lógica matemática y la semántica formal, la teoría del conocimiento y la epistemología, la ontología seria y la axiología, así como la ética y la filosofía de la técnica.

En nuestros países hay literalmente miles de profesores de filosofía y algunas decenas de investigadores originales. Muchos de ellos están al día en la literatura filosófica internacional y algunos escriben libros o artículos que contienen aportes nuevos a la filosofía. Hay diversas sociedades nacionales de filosofía y docenas de revistas filosóficas, algunas de ellas bilingües o aun trilingües, entre ellas por lo menos seis de buen nivel. También hay congresos nacionales e internacionales de filosofía.

Todos estos son hechos nuevos, ocurridos en el curso de las últimas décadas. Ellos nos permiten afirmar no sólo que hay filosofía en España y en Hispanoamérica, sino que hay hoy una filosofía hispanoamericana original no menos importante que la alemana, la italiana o la francesa. Esta novedad es motivo de legítimo orgullo para todos quienes, de una manera u otra, han contribuido a construir esta filosofía y, muy particularmente, para quienes lo han hecho en condiciones materiales y políticas difíciles.

Pero la existencia de una vigorosa filosofía hispanoamericana no debiera ser motivo de complacencia. Primero, porque no está sino en los comienzos de la etapa creadora. Segundo, porque la filosofía es una planta muy delicada, que no prospera sino al aire libre, que a menudo escasea en nuestros países.

Me alegra sobremanera que la prestigiosa editorial Laetoli haya decidido publicar la segunda mitad de la versión castellana de mi Tratado. Y me honra que Rafael González del Solar, joven ecólogo y filósofo que ya tradujo nueve de mis libros, haya aceptado ocuparse de esta tarea, tan pesada como delicada. Finalmente, he aprovechado esta ocasión para corregir algunos errores que aparecen en la edición original.

M. B.Junio de 2018

Prefacio general al Tratado

Este volumen forma parte de un amplio Tratado de filosofía. La obra abarca lo que para este autor constituye el núcleo de la filosofía contemporánea, a saber, la semántica (teorías del significado y la verdad), la gnoseología (teorías del conocimiento), la metafísica (teorías generales sobre el mundo) y la ética (teorías de los valores y la acción justa).

Se ha excluido del anterior quadrivium la filosofía social, la filosofía política, la filosofía del derecho, la filosofía de la educación, la estética y la filosofía de la religión, entre otras ramas de la investigación filosófica, bien porque las han absorbido las ciencias del hombre o bien porque se las puede considerar aplicaciones tanto de la filosofía básica como de la lógica. Tampoco se ha incluido esta última en el Tratado, aunque es parte tanto de la filosofía como de la matemática. La razón es que la lógica se ha convertido en una materia tan técnica que únicamente los matemáticos pueden abrigar la esperanza de hacer contribuciones originales en este campo. Aquí solo usamos de la lógica aquello que nos resulta útil.

La filosofía expuesta en el Tratado es sistemática y, en alguna medida, también exacta y científica. En otras palabras, las teorías filosóficas formuladas en estos volúmenes a) están formuladas en ciertos lenguajes exactos (matemáticos) y b) de ellas se espera que sean consistentes con la ciencia contemporánea.

Ahora unas palabras a modo de disculpa por esta tentativa de construir un sistema filosófico. Dado que vivimos en la era del análisis, uno bien podría preguntarse si, fuera de los cementerios de ideas, todavía hay lugar para la síntesis filosófica. La opinión del autor es que, aunque necesario, el análisis resulta insuficiente, excepto, desde luego, para la destrucción. La finalidad máxima de la investigación teórica, ya sea en filosofía, en ciencias fácticas o en matemática, es la construcción de sistemas, o sea, de teorías. Además, esas teorías deben estar insertas en sistemas, en lugar de estar aisladas ni, mucho menos, ser mutuamente incompatibles.

Cuando tenemos un sistema, podemos pasar a desmontarlo. Primero el árbol, después el serrín. Y una vez alcanzada la etapa del serrín, hemos de pasar a la siguiente etapa, a saber, la de construcción de nuevos sistemas. Hay tres razones para ello: porque el universo es, él mismo, sistémico; porque ninguna idea puede ser totalmente clara a menos que se halle incluida en un sistema; y porque la filosofía del serrín es bastante aburrida.

El autor dedica esta obra a su profesor de filosofía Kanenas T. Pota como agradecimiento por su consejo: “Haz tu propio intento. Tu recompensa será hacerlo, tu castigo haberlo hecho”.

Prefacio a Gnoseología y metodología II

Esta es la continuación de Gnoseología y metodología I: La exploración del mundo. En el primer volumen estudiamos la cognición como proceso cerebral y la comunicación en cuanto interacción social. En particular, estudiamos la percepción y la ideación, la formación de proposiciones y propuestas, la exploración, la sistematización, el descubrimiento y la invención. Asimismo, planteamos que el conocimiento es un producto de ciertos procesos que suceden en animales que aprenden, por sí mismos y a partir de otros. Consideramos que los conceptos, las proposiciones, los problemas y las propuestas son clases de equivalencia de procesos cerebrales, no objetos ideales, aparte de los cerebros y de la sociedad. Sin embargo, también hicimos hincapié en la necesidad de estudiar esas abstracciones, así como los procesos reales correspondientes.

En otras palabras, hemos reconocido que la cognición debe estudiarse tanto de manera concreta (en cuanto proceso biopsicosocial) como abstracta (independientemente de las particularidades personales y sociales). De ese modo procuramos propiciar la fusión de los diversos enfoques del estudio del conocimiento y de la acción orientada por el conocimiento, que hasta ahora estaban separados: el enfoque neurofisiológico y el psicológico, el sociológico y el histórico, el gnoseológico y el metodológico. Después de todo, estos enfoques diferentes tienen un mismo objetivo: mejorar nuestra comprensión de los modos en que conocemos la realidad y las maneras en que podemos usar el conocimiento para modificarla.

En este volumen estudiaremos cómo se ponen a prueba, y se utilizan para comprender o modificar la realidad, las teorías y las propuestas (por ejemplo, los diseños tecnológicos). Haremos hincapié en la diferencia entre creencia e investigación. Estudiaremos las clases de conocimiento y las maneras en que el conocimiento humano crece, disminuye o cambia su rumbo. Distinguiremos la ciencia básica de la aplicada, así como estas de la tecnología y de la ideología, y procuraremos encontrar la frontera entre el conocimiento genuino y el espurio. Analizaremos los dos mecanismos para incrementar la fertilización cruzada y la unidad de las diversas ramas del conocimiento, es decir, la reducción y la integración. Estipularemos los requisitos conceptuales y empíricos que debe cumplir una proposición para ser considerada (suficientemente) verdadera, los que debe satisfacer una propuesta para ser considerada (adecuadamente) eficiente*. (Esto lo haremos a la luz de casos reales, extraídos de la investigación contemporánea, y no por obediencia a principios filosóficos a priori). Analizaremos varios conceptos importantes, aunque vagos, como los de verdad y eficiencia, trasfondo y marco, paradigma y revolución. Además, exploraremos los posibles límites de nuestra exploración del mundo, así como las limitaciones de las filosofías del conocimiento clásicas.

El resultado de nuestro estudio será una gnoseología descriptiva y normativa que no puede comprimirse en un par de consignas, aunque combina algunas características del racionalismo con otras del empirismo. Podemos llamar a esta síntesis realismo científico, porque el criterio para adoptar o rechazar una tesis dada es su compatibilidad o incompatibilidad con la práctica de la investigación en la ciencia contemporánea (básica o aplicada), la tecnología o las humanidades. No nos interesa una teoría del conocimiento que, por más exacta o ingeniosa que pueda ser, esté divorciada del conocimiento.

 

 

 

* En otras obras el autor distingue entre eficacia o efectividad (efficacy, effectiveness, la capacidad de producir el resultado de deseado) y eficiencia (efficiency, la razón entre la eficacia y la cantidad de recursos utilizados para conseguirla). Aquí, sin embargo, parece usar ambos términos de manera intercambiable. Desde luego, la eficiencia presupone la eficacia. (N. del T.)

Símbolos especiales

Parte IV

Comprensión y contrastación

10

Comprensión

Hacemos muchas cosas sin comprender lo que estamos haciendo, desde comer hasta leer y escribir. También las máquinas automáticas y los ordenadores realizan sus tareas sin comprender. Pero se supone que sus diseñadores, los técnicos que se ocupan de su mantenimiento y los usuarios sí entienden lo que hacen, por lo menos hasta cierto punto. Todas las operaciones intelectuales y técnicas exigen cierta comprensión, a menos que sigan rutinas; e incluso cuando son rutinarias, el control de los resultados exige cierto entendimiento de la naturaleza, los objetivos y el valor de esas operaciones.

Entender no es una operación del tipo todo o nada. Hay varias clases y varios grados de comprensión. Incluso después de décadas de estudiar un tema puede que pensemos que todavía podemos progresar en su comprensión: aprendemos a mirarlo de maneras diferentes, a relacionarlo con otros temas o a usarlo de maneras diversas. Hasta que tal vez llegue un momento en que, cuando ya hemos comprendido el tema bastante bien, nos damos cuenta de que está plagado de errores o de que ha quedado obsoleto.

Pensemos en el siguiente diálogo imaginario.

—¿Qué hay de nuevo?

—Ha muerto el presidente X.

—¿Cómo, cuándo, dónde?

—Lo asesinaron ayer, en Y.

—¿Por qué?

—No lo sé, la investigación todavía está en marcha.

El objetivo de este diálogo es advertir tres etapas diferentes y sucesivas de toda indagación completa sobre cuestiones de hecho, a saber, averiguar el qué, el cómo y el por qué, o la información, la descripción y la explicación respectivamente.

Un conjunto de datos en bruto nos dice si algo ha ocurrido o no. Una descripción nos dice cómo ha ocurrido ese hecho. Una explicación constituye un paso más en el proceso de indagación. Este supone conjeturar los mecanismos —causales, estocásticos, teleológicos o una combinación de ellos— que subyacen a los hechos que se describen. En el ejemplo del diálogo anterior, cualquiera de las siguientes afirmaciones podría ser parte de la explicación correcta. El asesino estaba loco; quería conseguir notoriedad; era un agente enemigo; tenía una cuenta pendiente que arreglar; consideraba que la víctima era una alimaña pública; deseaba reemplazar a la víctima; deseaba desencadenar un levantamiento. Todos estos enunciados, aunque esquemáticos, trascienden la simple descripción del hecho: son hipótesis. La adopción de cualquiera de ellas puede acelerar u obstruir la investigación y, con ello, favorecer u obstaculizar el proceso de refinamiento de la descripción original.

Podemos comprender, o no comprender, el qué, el cómo y el porqué de un hecho, y podemos hacerlo de maneras y en grados diferentes. Pero en todos los casos de conocimiento genuino, saber que algo ha ocurrido (o que podría haber ocurrido), precede a saber cómo ha sucedido, lo cual precede, por su parte, a saber por qué ha sido así. (Esto no es válido para las explicaciones ideológicas, que prescinden por completo de la investigación). De lo anterior se sigue que el conocimiento explicativo es superior al descriptivo y que este es superior a la simple información. Es decir, saber el porqué implica saber el cómo, lo cual a su vez implica saber el qué.

Aceptar lo anterior supone adoptar una gnoseología a contracorriente del empirismo, que recomienda la descripción y desalienta la explicación. Por esto mismo, también supone compartir la creencia, difundida entre científicos, tecnólogos y humanistas, de que la explicación es el objetivo de la investigación, a diferencia de lo que ocurre con una simple indagación, que por lo general se detiene en el cómo. Pero el que reconozcamos todo esto tiene escaso valor si no sabemos qué es una explicación. Por lo tanto, a continuación estudiaremos la explicación.

1. Comprensión y explicación

1.1. Modos de comprensión

Podemos comprender, bien o mal, objetos de diversas categorías: hechos, signos y constructos. Por ejemplo, podemos comprender lo que ocurre a nuestro alrededor o una oración, y podemos entender una hipótesis. En principio, todo puede ser motivo de comprensión, incluso aquellos objetos que no son hechos, como los viajes a velocidades superiores a la de la luz o las aventuras de los espíritus incorpóreos. Estas comprensiones de objetos de tipos diferentes no carecen de relación entre sí. Por ejemplo, para comprender un hecho se necesita conocer otros hechos y algunas hipótesis. Y para entender una teoría es necesario entender algunas de las oraciones en las que se expresan sus fórmulas.

Podemos comprender de maneras y en grados diferentes. Podemos hacerlo con el auxilio de palabras o diagramas, de ejemplos o analogías, de empatía o de hipótesis.

Es cierto, estos diferentes modos de entendimiento no son equivalentes, pero la cuestión es que constituyen formas de comprensión, aunque no todas lo son de auténtica explicación. Por ejemplo, podemos entender la conducta aparentemente extraña de alguien si hacemos un esfuerzo y nos ponemos en su lugar: este es el acto de comprensión empática, o Verstehen, que la semejanza básica de todos los cerebros humanos hace posible. Entendemos el desagrado que siente A respecto de la filosofía de B cuando sabemos que B le robó la novia (o la hipótesis o el experimento) a A. Dalton entendía las combinaciones atómicas como si fueran pequeños ganchos. Faraday comprendió la inducción electromagnética imaginándola como tubos elásticos. Darwin entendió la selección natural equiparándola a la competencia económica.

La explicación metafórica no está restringida al discurso de los legos. A menudo se la encuentra en las etapas iniciales de los desarrollos científicos y tecnológicos, incluso en áreas sofisticadas como la física de los muchos cuerpos. Pensemos, por ejemplo, en una red de átomos (o moléculas). Uno de ellos absorbe un fotón y pasa a un estado excitado, es decir, salta a un estado de energía superior. Esta excitación, un suceso, se reifica transformándola en un “excitón”, que se trata como si fuera una partícula. En efecto, cuando el excitón se propaga a un átomo (o molécula) vecino, se dice que aquel pasa de un átomo (o molécula) a otro. Puesto que cada salto ocurre de forma aleatoria, se lo trata como si el excitón “realizara una caminata aleatoria por la cuadrícula” (es decir, el excitón metafórico se equipara a un borracho —la metáfora de una metáfora— para que pueda usarse la teoría de los paseos aleatorios). Finalmente, el excitón deja de deambular: este suceso se trata como si el excitón hubiera caído en una trampa (trapping center), en la que el excitón desencadena una reacción química. Toda esta metáfora tiene un valor heurístico comparable al de la analogía de Faraday entre el campo electromagnético y un sólido elástico. Y en ambos casos, al final, el andamiaje heurístico se desmantela: sólo quedan las ecuaciones, que se interpretan de manera diferente (literal). Se ha alcanzado un modo nuevo, superior, de comprensión.

En todos sus modos, la comprensión incluye la sistematización o, como hubiera dicho Piaget, la asimilación. O bien acomodamos el objeto en cuestión en nuestro marco cognitivo o epistémico previo, o bien transformamos ese marco para acomodar el objeto nuevo. Véase la figura 10.1. Huelga decir que esta es una explicación metafórica del fenómeno de la comprensión. Y, como otras explicaciones metafóricas, puede resultar de valor heurístico: puede sugerir una formulación precisa en términos de cambios del espacio de estados de un psicón o sistema neural plástico.

Todas las personas que estudian conocen el fenómeno de desarrollo del conocimiento, que unas veces es gradual y otras repentino, y siempre es un asunto de grado o nivel. La primera lectura de un artículo puede proporcionarle una comprensión vaga; la segunda lectura, una comprensión más profunda; y una tercera experiencia, que tal vez aparentemente carece de relación con el asunto, puede mostrarle cómo encajan todos los elementos involucrados. Comprendemos una cosa o un proceso si se nos proporciona una descripción del mismo; lo comprendemos aún mejor si esa descripción deriva de un modelo mecanísmico.

Figura 10.1. La comprensión entendida como sistematización. (a) El objeto, previamente a la comprensión, simbolizado por un punto negro. (b) Se comprende el objeto al situarlo en una red epistémica preexistente. (c) El objeto se comprende al transformar la red epistémica.

Lo que vale para el aprendizaje individual también vale, cambiando lo que haya que cambiar, para el proceso social de desarrollo y difusión del conocimiento. Históricamente, las metáforas de todos los campos epistémicos han sido reemplazadas por descripciones literales, que se sistematizan en forma de cajas negras, las cuales se sustituyen por teorías mecanísmicas que, a su vez, hacen posible refinar esas descripciones. Unos pocos ejemplos nos ayudarán a entender este punto.

Pensemos, por ejemplo, en la solidez: la comprendemos cuando se nos dice que las distancias entre las partículas de un sólido son constantes. Si a continuación preguntamos por qué esas distancias son constantes, estamos pidiendo una teoría que incluya las fuerzas entre las partículas, es decir, una teoría mecanísmica o dinámica. A continuación, pensemos en la desintegración: una curva exponencial de desintegración, o la ecuación correspondiente, responde al cómo, pero no explica por qué se da la desintegración en lugar de la estabilidad. Una explicación exige una teoría que incluya la hipótesis de que hay fuerzas especiales en juego. O pensemos en procesos de altas energías, como los de la colisión a gran velocidad entre protones y neutrones, y el revoltillo de partículas resultante. Hasta tiempos recientes, los físicos se contentaban con el ajuste de datos y con modelos de caja negra capaces de absorber y, en ocasiones, predecir grandes cantidades de datos, pero que son incapaces de explicarlos. Las teorías difundidas en la actualidad exceden con mucho esa fenomenología e hipotetizan que muchas de las llamadas “partículas observadas” son sistemas, por ejemplo, un sistema compuesto por quarks y antiquarks unidos por fuerzas peculiares.

Este patrón de progreso no se limita a la física. Hace tiempo que la química dejó de ser un gran catálogo de reacciones y compuestos. Ahora conocemos la composición y la estructura de millones de sustancias, y se está empezando a explicar su existencia misma mediante fuerzas y colisiones. Asimismo, la bioquímica está avanzando desde la descripción hacia la explicación. En la época de Claude Bernard, esta disciplina se ocupaba principalmente de confeccionar balances, es decir, de relacionar lo que un organismo consume con lo que excreta. Por ejemplo, la cantidad de proteína consumida se correlacionaba con la cantidad de urea y creatinina presentes en la orina: los procesos intermedios eran desconocidos. En la actualidad se han descubierto varias rutas metabólicas y se han analizado muchos procesos de biosíntesis, por ejemplo el de fotosíntesis. Lo mismo vale para el campo adyacente de la genética. La genética clásica trataba el organismo como una caja negra y, de forma correspondiente, realizaba observaciones y experimentos en el nivel del organismo como totalidad, por ejemplo experimentos de hibridación. Con el descubrimiento y la identificación química de los genes y, especialmente, con la formulación y confirmación de la hipótesis de la doble hélice, el genoma se transformó en una caja gris.

Es cierto, la bioquímica y la genética son todavía mayormente estructurales y cinéticas, y sólo son dinámicas de forma marginal. Pero es razonable pensar que, a medida que los teóricos incurran cada vez más en ese campo epistémico, se propondrán cada vez más modelos dinámicos (mecanísmicos) que expliquen las estructuras y los procesos ya conocidos. Como dijo una vez Francis Crick, célebre por el descubrimiento de la doble hélice, “la caja negra de un hombre es un problema para otro hombre”.

La biología no es una excepción en la tendencia general de ir desde la descripción hacia la explicación. Es verdad, gran parte de la disciplina aún es descriptiva y clasificatoria, y el discurso sobre el flujo de información y hasta sobre finalidades se hace pasar por explicación. Sin embargo, al menos de boca para afuera, los biólogos elogian la teoría sintética de la evolución, que es mecanísmica, y reconocen que sin física ni química la investigación no puede ir lejos en la búsqueda de los mecanismos de los procesos biológicos. Un número cada vez mayor de biólogos trabaja en modelos matemáticos de esos procesos en diversos bioniveles, del celular al ecosistémico. Todos los biólogos se percatan de que para conocer cómo vuelan las aves basta filmarlas en vuelo, pero también advierten que si deseamos comprender cómo consiguen volar debemos crear y poner a prueba modelos de la mecánica y la fisiología del vuelo aviar. Asimismo, los psicólogos están empezando a saber que la conducta, en lugar de ser lo que explica, es lo que se debe explicar; que no hay explicaciones cinemáticas, sino únicamente descripciones cinemáticas. En particular, algunos de ellos se están percatando de que sólo la fisiología y la sociología pueden explicar el comportamiento humano. A la vez, los historiadores están advirtiendo que la crónica no basta, que podemos comprender los procesos históricos con ayuda de otras disciplinas, especialmente de la psicología, la demografía, la sociología, la economía y la politología. Además, han aprendido que tener en cuenta estas disciplinas tiene como resultado la búsqueda de nuevos datos, así como la formulación de descripciones que, de otro modo, no se harían.

En resumen, la tendencia en todos los campos epistémicos ha sido avanzar de la descripción a la explicación, de las cajas negras a las grises y de estas a las traslúcidas, del libro de contabilidad al mecanismo. No se trata de un accidente, sino de un indicio de que, si bien podemos comprender de diversas maneras, sólo una teoría mecanísmica (o de caja traslúcida) puede proporcionarnos una comprensión satisfactoria de los hechos, porque sólo esas teorías pueden decirnos cómo funcionan las cosas. Ninguna de las tendencias que acabo de mencionar es inevitable: como toda otra tendencia, esta podría invertirse. En realidad, la moda actual de los ordenadores ya la está distorsionando: la avidez por la computación y la simulación deja exangüe la pasión por la explicación. Cierto, necesitamos tanto la computación como la simulación, pero ninguna de ellas basta, ya que ninguna proporciona comprensión. (En particular, las soluciones numéricas de las ecuaciones son poco manejables y difíciles, cuando no imposibles, de interpretar).

1.2. Subsunción y explicación

Analicemos las tres operaciones epistémicas que, aunque distintas, se confunden a menudo entre sí: la descripción, la subsunción y la explicación. Desde el punto de vista lógico, una descripción es un conjunto ordenado de enunciados fácticos. Por ejemplo: “El coche iba a gran velocidad, chocó contra una boca de incendio y se detuvo” (si los datos se hubieran recibido en el orden inverso, la descripción debería haberse conjeturado). Dada esta descripción, podemos entender algunos de los hechos relacionados, tales como el estado final del conductor, del coche y de la boca de incendio, pero esto es así únicamente porque usamos de forma tácita algunas generalizaciones sobre los efectos del impacto. Sin embargo, la descripción no explica por qué chocó el conductor: ¿iba borracho, estaba enfermo, el coche tenía un defecto mecánico, la calzada estaba resbaladiza? Sólo más datos e hipótesis pueden responder a estas preguntas de tipo “por qué”.

Una subsunción es también un conjunto ordenado de enunciados, pero en este caso el último enunciado se deduce de los precedentes. Por ejemplo, supongamos que queremos dar razón del hecho de que una población determinada de bacterias ha crecido ocho veces en el lapso de una hora. Investigamos el asunto, censando (o muestreando) la población de tanto en tanto y construimos una tabla o un gráfico que representa su tamaño en el tiempo. Supongamos que descubrimos que el patrón es 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, etc., en intervalos de 20 minutos. Esto da razón del hecho que se desea entender, dado que reconocemos que se trata del cuarto miembro de la secuencia. Expresado de otro modo, el hecho ha quedado subsumidoen un patrón general, a saber, que esa población de bacterias se duplica cada 20 minutos. En otras palabras, hemos transformado el hecho que deseamos explicar en un caso particular de un enunciado legal.

La inferencia ha sido la siguiente:

Si se generaliza, el esquema básico de la subsunción es el que sigue:

En ocasiones, el patrón de una subsunción no es más que un enunciado sistemático o clasificatorio. Por ejemplo, “Juan hace X porque pertenece a la clase de niños de 7 años de edad” es típica de la psicología piagetiana. Da razón de una propiedad de un individuo desde el punto de vista de su pertenencia a una clase dada. Y “El helio posee una reactividad muy baja porque es un gas noble” justifica una propiedad compartida por todos los miembros de una especie mediante la inclusión de la especie en un género dado. En ambos casos, los patrones de inferencia son exclusivamente deductivos:

Explicación de una propiedad de un individuo por su pertenencia a una especie:

Premisa 1: Definición de la especie S mediante las propiedades características A, B, ..., X, ... de sus miembros.

Premisa 2: b pertenece a S.

Conclusión: b posee la propiedad X.

Explicación de una propiedad de una especie por su inclusión en un género:

Premisa 1: Definición del género G mediante las propiedades características M, N, ..., G, ... de sus miembros.

Premisa 2: S está incluido en G.

Conclusión: Todo miembro de S posee la propiedad Y.

Comprendemos el hecho dado como un caso particular de un patrón general. Con todo, no entendemos el patrón mismo y, en consecuencia, la comprensión del hecho a explicar se queda a medias. Se nos dice cómo son las cosas, pero no por qué deben ser como son. Desde el punto de vista lógico, las bacterias podrían crecer de maneras diferentes o no hacerlo en absoluto. Pero la investigación microbiológica muestra que las colonias de bacterias crecen por división. En nuestro ejemplo, tras 20 minutos, cada bacteria de la especie A se ha dividido; a su vez, tras otros 20 minutos, cada bacteria hija también se ha dividido, por lo que ahora la bacteria original ha sido reemplazada por cuatro bacterias, y así sucesivamente. Este es, pues, el (principal) mecanismo de crecimiento en el caso de las poblaciones de bacterias (y otros organismos unicelulares): la división celular (es verdad, se trata de un mecanismo que no es mecánico). Ahora tenemos una explicación propiamente dicha, una explicación mecanísmica.

La diferencia entre la subsunción y la explicación no es lógica: ambas son casos de deducción a partir de regularidades y circunstancias, en particular, de enunciados legales y datos. La diferencia está en otra parte. La subsunción responde únicamente a preguntas de tipo “cómo”, mientras que la explicación responde a preguntas de tipo “cómo” o “por qué”, por ejemplo, “¿Cómo funciona esta máquina?” y “¿Por qué no funciona esta máquina?”. Ambas respuestas o justificaciones se dan mediante patrones, como tendencias, generalizaciones empíricas o enunciados legales: se demuestra que el hecho a explicar es un caso particular de ese patrón. Sin embargo, en el caso de la subsunción el patrón mismo queda sin explicar, mientras que en el caso de la explicación ese patrón es una hipótesis o teoría mecanísmica.

El patrón lógico básico de la subsunción es:

(1)Para todo x, si Fx luego Gx, FbGb.

El patrón de la explicación es el que sigue:

(2)Para todo x, si Fx luego Mx. Para todo x, si Mx, luego Gx, FbGb,

donde ‘M’ simboliza un mecanismo, por ejemplo el de división celular. (Por ejemplo, la primera premisa podría ser: “Para todo x, si x es una bacteria, entonces x se reproduce por división celular”, y la segunda: “Si x se reproduce por división celular, entonces la descendencia de x aumenta de manera geométrica”). Ahora bien, juntas, las dos premisas generales de (2) implican la premisa general de (1). Los fenomenistas, los convencionalistas y los simplistas dirían que esto prueba que ‘M’ es prescindible o reemplazable. Un realista, en cambio, concluye que la explicación subsume a la subsunción desde los puntos de vista lógico, gnoseológico y ontológico. Lo primero, porque dada una explicación podemos separar la subsunción correspondiente. En lo gnoseológico, porque la explicación presupone más conocimiento que la subsunción. Desde el punto de vista ontológico, porque al señalar un mecanismo (conjeturado o confirmado) que puede estar oculto a los sentidos, la explicación profundiza más en la cuestión que la subsunción. Examinemos brevemente los aspectos gnoseológico y ontológico que acabamos de mencionar.

Los siguientes ejemplos sugieren, aunque no demuestran, que la explicación incluye la subsunción. (a) Al conocer que el mecanismo de la comunicación radial es la propagación de ondas en campos electromagnéticos, sabemos cómo puede producirse, cómo ocurre, cuánto tiempo toma —y, por tanto, cuándo se ha de esperar la señal—, cómo se la puede detectar, amplificar, etc. (b) Al saber que el mecanismo de la herencia está resumido en las vicisitudes de las moléculas de ADN parentales, sabemos en principio cómo aparecen o no aparecen los rasgos hereditarios y cómo pueden modificarse. (c) Si conociéramos el mecanismo neurofisiológico de la resolución de problemas podríamos resolver un grupo de problemas como, por ejemplo, ¿qué sistemas neurales particulares resolvieron el problema?, ¿cómo sucede la resolución de problemas? y ¿cuándo tienen lugar las diversas etapas del proceso? En resumidas cuentas, conocer lo más implica conocer lo menos. De ahí que el descriptivismo, la gnoseología que ensalza la descripción y desalienta la explicación, obstaculice el avance del conocimiento.

Las relaciones entre la explicación y la ontología son las siguientes. En primer lugar, la búsqueda de explicaciones es el intento de conocer niveles cada vez más profundos de la realidad (para el concepto de nivel, véase el volumen 4, capítulo 1). En segundo lugar, la elección misma de un tipo de explicación presupone una ontología determinada. Por ejemplo, una cosmovisión teológica sugiere explicar los hechos naturales y sociales desde un punto de vista básicamente sobrenaturalista o hasta mantener que esos hechos son inexplicables. Una ontología fisicista (o materialista vulgar) sugiere buscar explicaciones desde la perspectiva de la física, incluso en el caso de los hechos biológicos, psicológicos y sociales. En cambio, el materialismo emergentista (Bunge, 1981a) reconoce la emergencia de novedades cualitativas y alienta su explicación. (El holismo niega que tales explicaciones sean posibles y el reduccionismo rechaza totalmente la emergencia). En tercer lugar, explicar un hecho consiste en mostrar cómo se produce, no en eliminarlo. Por ejemplo, explicar una ilusión es desvelar su mecanismo neurofisiológico, no mostrar que, para empezar, esa ilusión no ocurrió (en cambio, Coren y Girgus (1978, pág. 23) afirman que “básicamente, cuando sepamos con exactitud cómo funciona el sistema visual, las ilusiones visuales ya no existirán”). En resumen, a diferencia de la definición, la explicación no elimina. Y la inexplicabilidad (el misterio) no sirve para definir conceptos. Por ejemplo, mal que les pese a muchos filósofos, “emergencia” no puede definirse como novedad inexplicada e “ilusión” no es definible como irrealidad.

Una explicación es un proceso epistémico que incluye tres componentes: (a) un explicador o animal que lleva a cabo la explicación, (b) el objeto o los objetos de la explicación, es decir, aquello que se explica, y (c) las premisas explicativas o explanans. Todos los explicadores que conocemos son humanos: no sabemos si otros animales explican y nunca lo sabremos a menos que la cuestión se plantee con seriedad. (Es cierto, a menudo decimos que una hipótesis o una teoría explican tales o cuales hechos, pero se trata de una metáfora: lo que queremos decir es que un sujeto conocedor explica hechos sirviéndose de una teoría y datos). Los objetos de la explicación son los hechos. Y las premisas explicativas son las hipótesis y datos incluidos en la explicación.

¿Qué puede ser objeto de una explicación? Una respuesta sibilina es esta: todo lo que sea problemático. Pero, desde luego, lo que sea problemático dependerá del marco general, así como del estado del conocimiento. Por ejemplo, a un filósofo obsesionado con la nada le parece natural preguntar por qué hay algo en lugar de nada, mientras que un científico dará por sentado el universo y en lugar de eso preguntará por qué las cosas cambian como lo hacen, así como por qué algunas cosas no parecen cambiar en absoluto. Ni los creyentes ni los ateos preguntan por qué hay una deidad: los primeros porque la dan por supuesta y los segundos porque niegan su existencia. Los biólogos evolucionistas preguntan por qué las especies conocidas poseen las propiedades que les conocemos, mientras que los creacionistas no tienen ese problema. El inconformista pregunta por qué debemos mantener determinadas instituciones que el conformista no cuestiona. En resumidas cuentas, cada cosmovisión alienta la búsqueda de determinadas explicaciones a la vez que desalienta otras.

Aparte de la cuestión de las cosmovisiones, los objetos de las explicaciones pueden ser cosas, propiedades o estados de ellas, o sucesos (cambios de las cosas). Una cosa (concreta) se explica si se descubre o conjetura un proceso posible que tiene como resultado la emergencia de esa cosa; por ejemplo, la formación de una molécula o de un sistema social (por consiguiente, las partículas elementales estables —los electrones, por ejemplo— no se pueden explicar salvo cuando son producto de procesos tales como la desintegración nuclear o las colisiones de alta energía). Asimismo, se explica una propiedad mediante la descripción de un proceso de cambio cualitativo, como por ejemplo la emergencia de la capacidad inquisitiva durante el desarrollo humano (en consecuencia, no es posible explicar las propiedades fundamentales de la materia, por ejemplo, la de poseer energía). Y se explica un suceso por medio de fuerzas u otros sucesos, por ejemplo, una colisión o el barajado aleatorio (por tanto, el movimiento uniforme de un cuerpo o de un fotón en el vacío no puede explicarse: sólo puede explicarse su origen y su final desviación del movimiento uniforme).

(Adviértase que entre los objetos que se pueden explicar no hemos incluido los enunciados ni, con mayor razón, sus conjuntos. Ciertamente, salvo que se trate de un axioma o una definición, un enunciado puede deducirse a partir de otros enunciados. En particular, suele ocurrir que los enunciados legales puedan deducirse de otros enunciados legales de nivel superior. Pero antes hemos convenido limitar el significado de “explicación” a subsunción más mecanismo. Sin duda, en ocasiones deducimos enunciados legales a partir de fórmulas de nivel superior, pero no todas estas deducciones constituyen una explicación del patrón correspondiente. Por ejemplo, todas las ecuaciones de movimiento y todas las ecuaciones de campo pueden deducirse de algún principio variacional, pero esas deducciones no explican ni el movimiento ni la propagación de ondas en campos. En cambio, la deducción de una ecuación de movimiento “determinista” o de algún otro patrón a partir de leyes probabilísticas sí que equivale a una explicación del patrón “determinista”. Asimismo, explicamos las regularidades de la conducta desde el punto de vista neurofisiológico. En resumen, la deducción puede corresponder a una explicación o no).

Obviamente, no todo lo que puede explicarse es digno de ser explicado. El valor de una explicación depende de la cosmovisión, del estado de conocimiento y de cuestiones prácticas. Por ejemplo, unas veces necesitamos explicar una regularidad tal como por qué la asistencia de Juan a la escuela está por encima del promedio, otras veces queremos explicar una anomalía, como por qué Juan, quien rara vez falta a la escuela, hoy no ha asistido: cuando sabemos o sospechamos que un proceso dado es causal, la observación de desviaciones accidentales de una regularidad exige una explicación; pero si se supone que el proceso es aleatorio, entonces debemos explicar sus características regulares. Y mientras que algunos investigadores dan por sentados los datos, otros intentan explicarlos. Personas diferentes tienen inquietudes diferentes en momentos diferentes.

Hemos distinguido con claridad entre explicación y subsunción, y hemos propuesto que la segunda es poco más que una descripción. La literatura filosófica no hace esta distinción (excepto Bunge, 1967b). El motivo es que la mayoría de los filósofos se ha centrado en la forma lógica de la explicación y ha desatendido sus aspectos gnoseológicos y ontológicos. Este descuido ha sugerido a algunos filósofos que la concepción estándar de la explicación —que podemos encontrar en Popper (1959) y Hempel (1965)— no sólo es incompleta, sino fundamentalmente errónea. En particular, se ha propuesto que la explicación no es una operación hipotético-deductiva, sino que se trata de construir analogías o metáforas, o de empatizar con los actores del fenómenos psicológico o social que se desea explicar. Tales críticas se basan en una confusión entre la categoría psicológica de comprensión y la categoría metodológica de explicación. Como hemos señalado en la sección 1.1, podemos comprender gracias a una metáfora o mediante la Verstehen, pero la explicación es algo diferente.

Lo que sí es cierto es que la mayoría de las explicaciones que se ofrecen en la vida cotidiana, y hasta en la ciencia y la tecnología, son incompletas y, por ello, parece que no se ajustan al modelo hipotético-deductivo. En realidad, tales explicaciones presuponen (suponen de manera tácita) una cantidad de hipótesis. El más famoso de esos argumentos incompletos (o entimemáticos) es el de Descartes: “Pienso, luego existo (estoy vivo)”. En este caso, la premisa tácita es: “Todos los seres pensantes están vivos”, la cual, junto con la premisa explícita “Pienso”, da la conclusión: “estoy vivo”. Por ende, si bien tiene apariencia de proposición, en realidad se trata de un argumento abreviado.

Las explicaciones incompletas, o explicaciones en principio, abundan en todos los campos de investigación. Por ejemplo, los tecnólogos se contentan a menudo con señalar “el principio” de su diseño: invocan un enunciado legal o una teoría para explicar en esbozo por qué un artefacto debería funcionar. El economista que consigue explicar una tendencia económica lo hace en principio, no en detalle, porque sus ecuaciones (aun cuando supongamos que son correctas) contienen demasiados parámetros desconocidos (Hayek, 1955). Asimismo, el biólogo evolucionista puede explicar en principio la evolución de algunas biopoblaciones sirviéndose de los principios generales de la teoría sintética de la evolución. Una explicación completa de la evolución de una biopoblación en particular exigiría un modelo matemático preciso que incluyera probabilidades de mutación, viabilidades y factores ambientales como, por ejemplo, las poblaciones que compiten con la biopoblación de interés. Sin embargo, hasta una explicación parcial es, o puede expresarse como, un argumento deductivo: Patrón y circunstancia, ergo explanandum (hecho que se desea explicar).

Formularemos la conjetura de que, si se la analiza de manera adecuada, toda explicación demostrará ser incompleta, porque no explica con total exactitud todas las características del objeto de la explicación. Esto no es más que un aspecto de la incompletud de todo el conocimiento fáctico. Los irracionalistas no deberían hallar consuelo en nuestro postulado, porque también supondremos que toda explicación es perfectible mediante más investigación. Dicha investigación produce cadenas de explicaciones de la forma A porque B porque C ... M porque N. Por ejemplo, una niña va a la escuela porque quiere aprender. Quiere aprender porque necesita un buen trabajo. Necesita un buen trabajo porque sus padres no pueden mantenerla. Una cadena de explicaciones es un conjunto parcialmente ordenado de enunciados explicativos de la forma “X porque Y”. Y como vimos hace un momento, todo enunciado de esta forma es un entimema que puede dilucidarse como un argumento.

¿Hay algún límite para las cadenas de explicaciones? En otras palabras, ¿hay hechos definitivos, tales como el Primer Motor aristotélico? No tenemos ninguna prueba de tales hechos finales. Lo único que sabemos es que ninguna explicación resulta eternamente satisfactoria. Por ejemplo, Newton explicó las órbitas planetarias mediante la inercia y la gravedad. Sus adversarios, especialmente Leibniz y los discípulos de Descartes, no estaban satisfechos con la hipótesis newtoniana de la interacción gravitatoria a distancia: querían explicar la propia gravedad. Esta explicación llegó mucho después con la teoría gravitatoria de Einstein.

Con todo, hay personas dogmáticas que pregonan que todo lo que no podemos explicar de manera satisfactoria continuará siendo un misterio para siempre. Uno de esos misterios sería el de las condiciones precisas del Big Bang, ya que las pruebas empíricas necesarias para investigar la causa de dicha explosión primigenia se destruyeron con la misma (Jastrow, 1978). Sin embargo, bien podría ocurrir que finalmente se descubran esas pruebas o hasta pruebas contrarias a la hipótesis del Big Bang. Otro supuesto misterio eterno es el de la conciencia (Eccles, 1978). En lugar de ello, resulta más fructífero suponer que hasta ahora se ha atacado el problema de maneras incorrectas —desde la teología, la filosofía y la psicología mentalista— en lugar de hacerlo desde la neuropsicología. Incluso si no se previera una solución satisfactoria a los misterios de hoy, aprenderíamos más investigándolos que declarándolos misterios irresolubles. La investigación ofrece más resultados que el dogma.

Las explicaciones disuelven los misterios, pero no tienen por qué excluir el asombro. El difundido temor a que la explicación científica pueda eliminar nuestra capacidad para maravillarnos y disfrutar de la naturaleza, el arte y las relaciones humanas no tiene ningún fundamento. Por el contrario, (a) la búsqueda y el hallazgo de explicaciones es, ella misma, una experiencia placentera, (b) mediante la expansión y profundización del conocimiento, la ciencia nos permite maravillarnos de cosas y procesos previamente insospechados y (c) los frutos prácticos de la ciencia otorgan a millones de personas el ocio necesario para gozar de la naturaleza, el arte y las relaciones humanas.

La explicación tampoco reduce lo desconocido a lo conocido. Por el contrario, la ciencia explica muchos fenómenos conocidos, que habitualmente damos por sentados, mediante ideas esotéricas. Pensemos en cómo explica la meteorología los hechos conocidos relacionados con el tiempo atmosférico, el modo en que la química explica la transmutación de los alimentos en la cocina, cómo la psicología explica la percepción, la memoria y el pensamiento, o la manera en que la economía intenta explicar la inflación. Para el lego, todo eso suena muy parecido a una explicatio obscurum per obscurius* que los filósofos modernos atribuyeron a los escolásticos. Pero, al menos, no se trata de una explicatio ignotum per ignotius**. Por el contrario, ahora podemos explicar lo desconocido mediante lo conocido o lo conjeturado. Además, la oscuridad de las ideas es relativa al sujeto: en principio, cualquiera puede dominar los tecnicismos de la ciencia. (Dicho sea de paso, la afirmación de moda de que la utilización de tecnicismos por los científicos es una manifestación de su elitismo, que una ciencia para el pueblo debería evitar, es puro oscurantismo. Sin sudor no hay conocimiento profundo. La solución no es rebajar la ciencia, sino elevar la educación).

Otra creencia ampliamente difundida es que una explicación no es más que una respuesta a una pregunta de tipo “por qué”. Pongamos a prueba esta idea con un ejemplo sencillo: ¿por qué las personas que caminan sobre la nieve calzan raquetas de nieve? Respuesta: para no hundirse. No cabe duda de que esta respuesta es correcta, pero no explica nada. Una explicación exige una respuesta más completa, como la siguiente. Nos hundimos más profundamente en la nieve cuanta más presión ejercemos sobre ella. Mediante la distribución del peso en un área mayor, las raquetas de nieve reducen la presión y, por ende, el hundimiento. En resumen, si bien toda explicación responde a una pregunta “por qué” o “cómo”, la inversa no es verdadera. Moraleja: el lenguaje corriente no puede sustituir al análisis conceptual.

Concluimos este apartado con un puñado de máximas o reglas sobre la explicación.

R1: Antes de apresurarse a explicar un hecho, asegurarse de que no se trata de una ilusión. (Por ejemplo, antes de explicar el supuesto hecho de que alguien ha doblado una cuchara sin tocarla, confirmar que se trata de un hecho y no de un engaño).

R2: Explicar los objetos existentes mediante objetos existentes (confirmados o conjeturados), nunca mediante objetos no existentes. (En consecuencia, desconfiar de la explicación de las partículas elementales en términos de partículas o procesos virtuales, así como de la explicación de la conducta humana que recurre a almas incorpóreas o procesos inmateriales).

R3: Explicar lo observable por lo inobservable (por ejemplo, los cambios de color mediante reacciones químicas) o lo inobservable por lo observado (por ejemplo, hechos sociales mediante la conducta individual), en lugar de mantenerlos separados.

R4: Desconfiar de las explicaciones ad hoc, es decir, de las explicaciones que se sirven de hipótesis que sólo abarcan el hecho que se desea explicar.

R5: Desconfiar de las hipótesis y teorías que pretenden explicarlo todo (como el psicoanálisis, que afirma explicar toda la vida humana, y el dualismo psiconeural, que afirma explicar todos los procesos neurales y mentales).

Únicamente un tipo de explicación satisface todas las reglas anteriores, la que se sirve de teorías científicas. Echémosle un vistazo.

2. Los informes sistemáticos

2.1. Informe vulgar, informe ideológico e informe científico

Llamaremos colectivamente informes [accounts] a las descripciones, las subsunciones, las explicaciones y los pronósticos. Normalmente, los informes incluyen también las hipótesis y los datos, y mientras que algunas hipótesis son comprobables y hasta verdaderas, otras no son más que mitos. Un informe puede ser sistemático o asistemático. Un informe sistemático es aquel que incluye un sistema conceptual: una clasificación, una teoría o una parte de alguna de ellas. El sistema, asimismo, puede ser científico o ideológico (religioso o sociopolítico). En el primer caso, llamaremos a ese informe científico, en el segundo caso ideológico. Un informe asistemático utiliza únicamente conocimiento común (verdadero, medio verdadero o pura superstición) y también se lo puede llamar informe vulgar. En pocas palabras, tenemos la siguiente clasificación de los informes sobre asuntos de hecho:

Los ejemplos de cada una de estas categorías son abundantes. Por ejemplo, cuando explicamos la actitud distraída de un joven señalando que está enamorado es posible que estemos en lo cierto, pero se trata de una explicación asistemática, ya que utiliza un fragmento del saber popular (“las personas enamoradas tienden a actuar de manera distraída”) y no un sistema conceptual. El hecho de que algunos niños se parezcan a sus antepasados fallecidos puede explicarse de manera ideológica —mediante la reencarnación— o de manera científica, recurriendo a la hipótesis genética de los genes recesivos. Se puede intentar dar razón de la vida después de la muerte recurriendo a la doctrina del alma inmaterial e inmortal. En este caso, no existe un informe científico rival, ya que no hay ninguna prueba de que haya vida después de la muerte: para la ciencia no se trata de un hecho y, por ende, no necesita explicación. Lo que sí requiere explicación científica es el origen y la persistencia de esta creencia.

El informe vulgar típico es ad hoc, esto es, se lo elabora para la ocasión, y también unifactorial, es decir, incluye un único factor o variable. En cambio, todos los informes científicos son multifactoriales, es decir, incluyen por lo menos dos variables. La razón de esta multifactorialidad es que todas las variables se relacionan al menos con otra variable y habitualmente con más de una. Por ello, todo cambio en una de ellas afectará a las demás. Sin embargo, puesto que los informes unifactoriales son más simples y poseen mayor capacidad de unificación (aunque sea ilusoria), hasta los científicos se sienten atraídos por ellos de cuando en cuando. Un ejemplo es el intento de explicar toda la conducta humana mediante el lenguaje (Luria, 1961). Otro ejemplo es la descripción cognitivista de toda cognición como si se tratara de cómputos reglados, de la misma clase de los que realizan los ordenadores (por ejemplo, Pylyshyn, 1980). Otro ejemplo de informe unifactorial es la explicación del cambio social y, con él, de la historia en términos de imitación o innovación, de la lucha de clases o la pugna política, del crecimiento poblacional o del cambio ambiental, del poder de las ideas o de los gobernantes. Los historiadores veteranos saben que la historia es un proceso (o un grupo de procesos) demasiado complejo para admitir su explicación mediante un único factor. Saben que el cambio social puede iniciarse en la economía, en la cultura o en la política, y que puede propagarse a otros subsistemas de la sociedad: saben que no hay un primer motor social absoluto. Asimismo, los biólogos explican la evolución de manera multifactorial: incluyen variaciones génicas aleatorias, aislamiento geográfico, cambios climáticos, catástrofes ecológicas, selección natural, etc.

Los informes ideológicos también tienden a ser unifactoriales, pero son omnicomprensivos en lugar de ad hoc: en razón de esta simplicidad y de su capacidad de unificación, estos informes son tan peligrosos como atractivos. Por ejemplo, el credo político del X-ismo culpa de todos los males de la sociedad al anti X-ismo, y viceversa. La astrología atribuye cada suceso de la vida humana a las estrellas. El psicoanálisis culpa de todos los problemas psicológicos a las primeras experiencias sexuales, reales o imaginarias. El dualismo interaccionista cuerpo-mente (por ejemplo, Popper y Eccles, 1977) se ajusta a todos los hechos mentales posibles y, por tanto, prescinde de todas las teorías específicas (entre ellas, las de la percepción, la memoria, la imaginación y el pensamiento), así como de la experimentación (pero no explica nada, puesto que sólo afirma —de manera inexacta, por añadidura— que el cuerpo y la mente interactúan de forma tal que se pasan la pelota el uno a la otra, sin proponer ningún mecanismo de interacción).

El creyente en una ideología tiene sobre el creyente vulgar la gran ventaja de ofrecer un único informe para todo hecho particular y de encontrarlo listo para usar en su sistema, en lugar de tener que buscarlo. En cambio, en un contexto abierto, se puede dar razón de cada hecho de infinitas maneras. Por ejemplo, si se observa que ocurre un hecho descrito por una proposición q, entonces podemos deducir que q porque p, donde p es una proposición arbitraria (en efecto, la inferencia “q implica Si p, luego q” es válida en la lógica corriente). En un contexto cerrado esto no es así: en este sólo se pueden invocar las proposiciones que son lógica y referencialmente pertinentes respecto de la proposición dada q. Además, en una teoría —sea ideológica, sea científica— siempre hay más de una explicación para cada observación. En consecuencia, paradójicamente, no sólo el ideólogo, sino también el científico, se evitan las incertidumbres de lo vulgar. El primero, porque conoce todas las respuestas de antemano; el segundo, porque confía en que finalmente él o alguien más propondrán una respuesta satisfactoria si investigan el asunto. A ambos los sostiene la fe; irracional en el primer caso, racional en el segundo.

Los informes científicos son, o tienden a ser, sistemáticos y multifactoriales, y evitan los dos extremos de lo ad hoc (o de caso único) y lo omnicomprensivo. Desde luego, hay algunos sistemas científicos extremadamente generales, como la teoría relativista de la gravedad y la teoría neodarwiniana de la evolución. Sin embargo, estas teorías no abarcan todos los hechos posibles en todos los dominios posibles, ni proponen básicamente la misma explicación para todos los hechos (todo lo que pretende explicarlo todo, en realidad no explica nada). En efecto, únicamente las teorías muy específicas, es decir, los modelos, pueden dar razón, sin más, de los hechos. Todo informe de particulares para el que se utilice una teoría científica general exige enriquecerla con supuestos subsidiarios y datos. Estudiemos brevemente las tres clases de informe científico: la descripción, la subsunción y la explicación; de la predicción nos ocuparemos en la sección 4.

Diremos que se trata de una descripción sistemática científica si se la realiza utilizando un sistema científico. En particular, una descripción científica taxonómica se elabora utilizando una clasificación científica, como la de las partículas elementales, las plantas o las economías. Ejemplo: “Los humanos evolucionaron a partir de primates más primitivos hace unos tres millones de años”. Una descripción teórica científica se elabora sirviéndose de una teoría científica. Tal descripción consiste en especificar los valores de las variables de estado de una cosa según los hipotetiza la teoría utilizada. Ejemplo: “La onda electromagnética, de 1 cm de longitud de onda, chocó contra la pantalla de dos rendijas; las ondas que surgieron de ellas se interfirieron mutuamente y fueron absorbidas por una segunda pantalla situada a 10 m, detrás de la primera”. Contrariamente a lo prescrito por los empiristas, los sistemas científicos no se construyen según descripciones presistemáticas: por el contrario, los científicos describen sus hechos sirviéndose de sus sistemas conceptuales.

Advertencia: no todo lo que parece teórico lo es. Por ejemplo, en las últimas décadas varios científicos han tendido a dar razón de los hechos utilizando el lenguaje de la teoría estadística de la información. Hablan de flujos de información entre moléculas, de la cantidad de información encerrada en un gen, del modo en que el cerebro procesa la información entrante, de las redes de información de la sociedad, etcétera. En realidad, estos informes no utilizan la teoría estadística de la información, sino sólo su vocabulario. De hecho, normalmente no identifican el emisor, el canal ni el receptor; no suponen que el canal sea objeto de perturbaciones aleatorias, y no calculan ni miden las cantidades de información. (Tal como lo ha expresado un biólogo, “es dudoso que la teoría de la información haya ofrecido a los biólogos experimentales algo más que ideas vagas y una terminología seductora”: Johnson, 1970). Esos informes, por consiguiente, son pseudoteóricos. Cierto, tuvieron un valor heurístico inicial, especialmente en la genética, la neurociencia y la psicología. Pero se han transformado en obstáculos para la teorización en dichos campos de investigación porque sugieren que la teoría —es decir, la teoría estadística de la información— ya se ha aplicado a los mismos. Además, aun cuando fuéramos a utilizar la teoría de la información en esos campos epistémicos, lo máximo que conseguiríamos sería una descripción exacta: la teoría de la información es demasiado general para explicar o predecir algo. Lo mismo vale para otras teorías generales de sistemas: la noción misma de una teoría general de sistemas de un sistema en particular, por ejemplo, una célula, un lago o una escuela, es autocontradictoria. En el mejor de los casos, una teoría extremadamente general es la base para construir una teoría específica o modelo (recuérdese el capítulo 9, sección 1.2).

Pasemos ahora a la subsunción. Como hemos visto en la sección 1.2, un hecho (o la proposición que lo describe) queda subsumido en un patrón (o en la proposición correspondiente) cuando se prueba que se trata de un caso particular de este. Diremos que se trata de una subsunción sistemática científica si el constructo que subsume a otro constructo es un sistema científico, por ejemplo la tabla periódica de los elementos o el modelo de entradas y salidas de un sistema económico. En particular, una subsunción científica taxonómica es aquella en la que el constructo que subsume a otro es una clasificación científica. Ejemplo: “El cobre, la plata y el oro son metales simples”. Una subsunción científica teórica es aquella en la que un objeto se subsume en una teoría científica, es decir, aquella en la que las premisas explicativas son fórmulas teóricas y datos. Por ejemplo, todos los casos de refracción de la luz se incluyen en la ley de Snell. En particular, esta ley, junto con los valores del ángulo de incidencia y los índices de refracción de los dos medios contiguos, implican el valor del ángulo de refracción y, por lo tanto, da razón del mismo. Sin embargo, puesto que la ley de Snell es fenomenológica (o de caja negra), con ello no se explica realmente nada: el informe se parece mucho a una descripción, excepto que aquí se incluye una deducción.

El hecho que se subsume puede ser una cosa que está en cierto estado o que experimenta un cambio determinado. Si se subsume toda una clase de hechos, entonces la proposición que se ha derivado utilizando la teoría que da razón de ella es una hipótesis que no está incluida con esa misma forma en los principios generales de la teoría. Por ejemplo, las diversas leyes de la óptica geométrica —la de propagación rectilínea en un medio homogéneo, la de independencia mutua de los componentes de un haz de luz, la de reflexión y refracción de rayos— se subsumen en la óptica ondulatoria. En la óptica geométrica el índice de refracción es un parámetro fenomenológico irreducible; en la óptica ondulatoria es un