FLORES DE PASIÓN - Christina Hollis - E-Book

FLORES DE PASIÓN E-Book

Christina Hollis

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Beschreibung

Floreció bajo sus expertas caricias… Kira Banks prefería las plantas a las personas. Tras sufrir una dolorosa relación sentimental, vivía sola en el precioso valle de Bella Terra. Pero cuando el atractivo multimillonario Stefano Albani apareció en la finca con su helicóptero, su tranquila vida se vio alterada para siempre… A Stefano le fascinó la reservada Kira. ¡Seducirla sería algo inolvidable! Pero sus planes se estropearon… ¿sería porque el magnate que podía tener lo que quisiera tal vez necesitara a alguien por primera vez en su vida?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Christina Hollis.

Todos los derechos reservados.

FLORES DE PASIÓN, N.º 2109 - octubre 2011

Título original: The Italian's Blushing Gardener

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-997-0

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Promoción

Capítulo 1

LAS SOMBRAS oscurecieron la delgada silueta de Kira, que estaba observando el otro lado del valle junto a los antiguos pinos que rodeaban la finca Bella Terra. Había una mancha blanca en una lejana pradera. Era una carretera. Estaba esperando la reveladora nube de polvo toscano que implicaría el fin de su soledad.

Su pequeño paraíso estaba a punto de cambiar para siempre. La tierra que rodeaba su casa estaba en venta. Y según la agente inmobiliaria de Bella Terra, el hombre más maravilloso del mundo estaba interesado en comprarla.

Pero a ella no podía importarle menos todo aquello. Había ido a vivir a Italia para alejarse de su pasado sentimental. Y lo que había oído hasta aquel momento del signor Stefano Albani no había mejorado su opinión de los hombres. Éste debía haber llegado a la villa para ver la finca hacía algunas horas, pero no había aparecido. La empleada de la agencia inmobiliaria se había presentado en su casita para buscarlo. Había parecido muy emocionada ante los supuestos encantos de aquel multimillonario, pero a Kira no le impresionaba. Sospechaba que aquel italiano estaba más interesado en las mujeres que en comprar una gran villa de campo.

Como pasó el tiempo y el signor Albani no aparecía, el interés de la agente inmobiliaria decayó. No quería perder su próxima cita. Finalmente, ya que sintió mucha pena por ella, Kira se ofreció a quedarse con las llaves y los documentos de la villa. Le ponía muy nerviosa tratar con extraños, pero parecía que el italiano no iba a aparecer y, de todas maneras, su oferta era sólo una treta; todo lo que quería hacer era librarse de la mujer.

Y funcionó. Su inoportuna visita se marchó y la dejó de nuevo a solas, tal y como le gustaba estar.

Y había peores maneras de pasar la tarde que disfrutando de las vistas de la finca Bella Terra.

El intenso sol finalmente se ocultó tras una hilera de nubes. Kira comenzó a relajarse. Cada vez estaba más convencida de que Stefano el Seductor no iba a aparecer, lo que suponía todo un alivio para ella, en muchos sentidos. Cuanta menos gente viera la finca, más tiempo tardaría en venderse. Y no le importaba si aquel viejo lugar permanecía vacío para siempre. Su pequeña casita estaba aislada de la villa, aunque desde cada edificación podía verse la otra en la distancia.

El anterior propietario de Bella Terra, sir Ivan, había sido tan reservado como ella. Cada día, ambos se habían saludado con la mano a través del valle y ella había cuidado los jardines de la finca, pero su relación no había traspasado aquellos límites. Los dos habían estado contentos con la situación, pero desgraciadamente sir Ivan había fallecido. Era extraño. Durante los dos años que habían pasado desde que había comprado La Ritirata apenas había hablado con él salvo por asuntos de negocios, pero lo echaba de menos. Y en aquel momento se enfrentaba a algo desconocido. Fuera quien fuera el que comprara Bella Terra, seguramente no sería tan pacífico y discreto como su difunto vecino. Odiaba la sola idea.

Se preguntó si el futuro le parecería tan amenazante si tuviera a alguien con quien hablar. El día anterior le había llegado una carta de Inglaterra y sabía que debía haber respondido de manera cortante, pero no podía hacerlo. Aunque iba a tener que superar el chantaje emocional que aquella misiva suponía.

Se forzó a concentrarse en el bello paisaje que tenía delante. El valle estaba lleno de flores y árboles. Vio que sobre las colinas estaban acumulándose muchas nubes; se avecinaba una tormenta que sin duda refrescaría el ambiente. Sonrió y pensó que la lluvia transformaría la estrecha carretera que llevaba a la villa en un lodazal. Si el signor Albani estaba de camino, seguro que aquello le quitaría de la cabeza la idea de visitar la finca. Su pequeño refugio estaba a salvo durante un poco más de tiempo.

Repentinamente hubo un cambio en el aire. Los pájaros dejaron de cantar. Kira miró a su alrededor y sintió una vibración. Muy ligera al principio, pero que fue aumentando en intensidad. Provenía de la tierra, parecía un terremoto. Instintivamente se dirigió a los pastos y se dio cuenta de que no era ningún terremoto, sino un helicóptero...

–No voy a responder al teléfono durante un par de horas –comentó Stefano Albani mientras hablaba por el móvil a través del manos libres–. Si la gente de Murray telefonea, diles que no vamos a publicar lo que nos propusieron, a no ser que me ofrezcan algo de interés.

Al terminar la llamada se echó para atrás en su asiento. No podía relajarse; pilotar un helicóptero conllevaba mucha concentración. Nunca inspeccionaba ninguna propiedad sin haberla sobrevolado primero. Y la finca Bella Terra parecía perfecta. Era como un sueño. Tenía unos frondosos bosques que sin duda ofrecerían un respiro del calor veraniego y unas fabulosas terrazas alrededor de la vivienda para disfrutar al sol.

Un ligero movimiento junto a los árboles captó su atención. Era una chica. Estaba agitando los brazos y mostrándole unos documentos. No pudo evitar esbozar una sonrisita con su sensual boca. Sólo había hablado por teléfono con la mujer de la agencia inmobiliaria, pero lo cierto era que tenía un aspecto maravilloso.

Se relajó al recordar la conversación telefónica que había mantenido con ella. Retomarlo donde lo habían dejado sería una muy buena manera de terminar un día tan intenso.

Miró a la bella ragazza y la saludó con la mano. Necesitaba distraerse, ya que trabajaba demasiado. Un par de horas en un lugar como aquél y lograría dejar de pensar en todos los problemas y decisiones a tomar en las salas de juntas.

Sonrió de nuevo al aterrizar el helicóptero en un lateral de la casa mientras pensaba en las horas de libertad que tenía por delante...

Kira no estaba de humor para juegos. Se suponía que Bella Terra era un valle privado y el ruido que causaba el helicóptero era una auténtica intrusión en aquel bello lugar. Aunque lo peor de todo era que suponía un indicio de lo que estaba por llegar.

–¡He visto faisanes volar más alto! –le gritó al ocupante del helicóptero al pasar éste sobre su cabeza.

Entonces observó que el aparato descendía junto a la vieja villa. Se apresuró a dirigirse a los jardines de Bella Terra y se acercó al helicóptero, que había aterrizado muy cerca de la vivienda. El piloto ya no estaba dentro. Confundida, lo buscó por las edificaciones de la villa. Hacía muchísimo calor. Pensó que cualquier persona en su sano juicio habría ido a resguardarse a la sombra, por lo que se dirigió al paseo techado de la finca. Al final de éste vio una alta figura masculina que desaparecía por un hueco en los setos que daba a uno de los jardines de la villa. Estuvo a punto de llamarlo a gritos, pero había algo en los atléticos movimientos de aquel hombre que le impidió hacerlo. Cuando llegó al jardín... estaba vacío.

Giró la cabeza e intentó oír algún movimiento, pero lo único que alteraba la tranquilidad del lugar era el aire que alborotaba ligeramente los pinos. Pero entonces escuchó detenidamente y le pareció oír pisadas, aunque debido a la profusa vegetación del lugar no sabía de dónde provenían. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie.

Repentinamente un par de manos la agarró por la cintura y en un ágil movimiento la abrazó.

–¡Por fin nos conocemos, señorita Barrett! –dijo un hombre con un profundo y melodioso acento italiano–. He estado buscándola. ¡Había pensado que me esperaría en la puerta de Bella Terra!

Aquellas incitantes palabras resonaron en el cuello de Kira, que se quedó completamente paralizada ante el cálido susurro que sintió en la piel. No pudo evitar notar el fuerte y masculino cuerpo de aquel italiano presionando el suyo. Apenas podía respirar.

–Cuando hablamos por teléfono, me dijo que estaba deseando conocerme. Recuérdeme... ¿dónde quería que cenáramos esta noche? –murmuró el hombre, riéndose. Entonces le dio la vuelta a ella con la intención de besarla.

Pero antes de que pudiera hacerlo, Kira se apartó de sus brazos.

–¡No soy Amanda Barrett y no estoy muy contenta! –le espetó con la respiración agitada–. ¡Por

favor, no vuelva a tocarme!

El hombre se echó para atrás de inmediato.

–Scusi, signora –se disculpó.

A su vez, Kira dio dos pasos atrás. No se fiaba de que el italiano fuera a dejarla tranquila tan fácilmente. No sabía qué hacer. Si aquel hombre era el signor Stefano Albani, el multimillonario que había estado esperando, no se parecía en nada a los hombres ricos con los que había trabajado en el pasado. Éstos habían sido muy serios, previsibles y jamás habrían soñado con realizar un asalto como aquél. En contraste, Stefano Albani parecía preparado para todo. Estaba muy fuerte y era extremadamente guapo.

–La he confundido con otra persona, lo siento. Había quedado en verme con la encargada de la agencia inmobiliaria en este lugar. ¿Sabe dónde puedo encontrarla? –preguntó él.

–Probablemente ya esté en su casa tras haber atendido a dos clientes más en el tiempo que usted ha tardado en llegar a Bella Terra –le espetó de nuevo Kira, quedándole claro que era el multimillonario italiano.

La expresión de la cara de Stefano no se alteró, pero sus ojos reflejaron un intenso brillo. Repentinamente, ella se arrepintió de lo grosera que había sido y observó que él esbozaba una sonrisa.

–¡Dio... hacía mucho tiempo que nadie me hablaba así! –exclamó Stefano, impresionado.

Kira tuvo que tragar saliva con fuerza antes de volver a hablar. Aunque no podía dejar de mirar la sensual boca de él, de ninguna manera iba a permitirle que la avasallara.

–Lo siento, signore, pero ha aparecido más de tres horas tarde a su cita, sin disculparse, y ha pilotado ridículamente sobre este valle, estropeando una maravillosa tarde –dijo con firmeza, temblan do por dentro al observar que la expresión de la cara del italiano se volvía más dura. Pensó que seguro que nadie lo contradecía.

–Siento si he ofendido a alguien –se disculpó él con cierta tensión. A continuación la expresión de su cara se dulcificó–. Por cierto, soy Stefano Albani y estoy interesado en comprar la finca Bella Terra. Por eso supuse que era la señorita Barrett, de la agencia inmobiliaria. ¡Pensé que estaba dándome la bienvenida con gritos de alegría! –bromeó con la picardía reflejada en los ojos.

–Bueno, pues no soy yo –contestó Kira, conteniendo las ganas de reprenderle aún más.

Tenía que tener cuidado. Quizá Stefano Albani había llegado tarde a su cita y de forma provocativa, pero, desafortunadamente, cabía la posibilidad de que se convirtiera en su nuevo vecino. No tenía sentido complicar más las cosas.

Él apretó los labios al percibir el tono acusatorio de la voz de ella.

Kira pensó que tenía una boca realmente preciosa y observó como a continuación fruncía el ceño.

–Toda mi agenda se ha visto retrasada debido a un inconveniente y quería llegar aquí cuanto antes, lo que implicaba venir en helicóptero –explicó él–. Además, la molestia ha durado muy poco, aunque le prometo que no volverá a ocurrir. Una vez que me mude a la villa, no volveré a volar sobre estas tierras –añadió, esbozando una leve sonrisa.

A ella le resultó imposible apartar la mirada. Stefano tenía unos bonitos ojos azules, un ondulado pelo oscuro y una musculatura espectacular. Al contrario que los millonarios para los que había trabajado en el pasado, aquel hombre parecía utilizar tanto su cuerpo como su mente. No podía imaginárselo permanentemente sentado ante la pantalla de un ordenador y deseó haber prestado más atención cuando Amanda Barrett había parloteado acerca del maravilloso signor Albani.

Pensó que seguramente a la mayoría de las mujeres les encantaría aquel hombre, pero no comprendió por qué no veían lo que realmente era; un hombre rico en busca de placer al que no le importaba nada más que él mismo. Observó que miraba la vivienda de la villa como si ya la poseyera. Intentó ignorar la aprensión que se apoderó de ella y se dijo que las miradas no significaban nada. El hombre ni siquiera había entrado en la casa.

–Ya veremos... si finalmente se muda –contestó en tono grave, preguntándose si tendría alguna influencia en la decisión final del italiano. Pero tal vez debía olvidarse de lo que pensaba de Stefano Albani y empezar a preguntarse lo que quizá pensaba él de ella. Stefano parecía ser la clase de hombre que disfrutaba de las confrontaciones en vez de evitarlas. Se dijo que debía ocultar sus objeciones hasta que él decidiera qué hacer respecto a la villa–. El caso es que estaba esperándolo con las llaves y los documentos de la villa porque pensaba que no iba a aparecer –añadió–. Tenía planes para esta tarde hasta que usted llegó del cielo.

–¿He estropeado sus planes?

Kira frunció el ceño.

–Iba a decir que me ha dado el susto de mi vida y a disculparme por la manera en la que he reaccionado –contestó con frialdad.

Stefano no dijo nada, pero le tendió la mano. Ella se quedó mirando la pálida palma hasta que se dio cuenta de lo que debía hacer. Entonces le entregó los documentos de la finca. Tras estirar los papeles un poco, él les echó una ojeada.

–¿Qué le he impedido hacer esta tarde? –pregun tó tras unos momentos sin dejar de ojear los documentos.

–Nada –contestó Kira de inmediato antes de recordar lo que le había dicho.

Stefano levantó la mirada y esbozó una gran sonrisa.

–En ese caso, ¿por qué no me muestra este viejo lugar?

–¡Oh, me encantaría! –respondió ella sin pensar.

De inmediato se arrepintió de sus palabras. Aquél no era su trabajo. No tenía nada que hacer allí. Simplemente se había ofrecido a entregarle los documentos y las llaves antes de desaparecer.

–Me encantaría, signor Albani, aunque sólo soy una vecina –dijo, tras lo que miró la preciosa edificación antigua de la finca–. Realmente no sé nada del lugar. Sólo he visto un par de habitaciones antes de...

–La villa ha sido propiedad de un inglés durante muchos años –leyó Stefano en los documentos–. ¿Lo conoce?

–Sir Ivan era cliente mío. Yo era su paisajista. Eso era todo –se apresuró a contestar Kira.

–Supongo que al ser dos personas inglesas eran ambos muy reservados, ¿no es así?

La irónica sonrisa que esbozó Stefano provocó que ella se pusiera a la defensiva. Aunque él tenía razón, no le gustó que asumiera tantas cosas.

–Con mucho gusto le enseñaré los jardines de la villa. No hay nadie que sepa más que yo acerca del exterior de la finca, pero sobre el interior de la vivienda será mejor que se guíe por los planos que hay entre los documentos que le he entregado.

–Ha dicho que es paisajista, ¿verdad? –quiso asegurarse él. Su sonrisa desapareció de sus labios al mirarla con una intensidad diferente.

Kira se ruborizó al darse cuenta de que Stefano estaba analizando su ropa con la mirada. Llevaba puestos unos polvorientos pantalones vaqueros y una sencilla camiseta blanca.

Al percatarse de la reacción de ella, él esbozó una gran sonrisa.

–¿Por qué estamos perdiendo el tiempo aquí fuera hablando cuando podríamos estar dando una vuelta por esta maravillosa villa? Conozco a muchas mujeres inglesas y sé que usted está tan entusiasmada como yo por entrar en la vivienda y echar un vistazo. Acompáñeme. ¿Qué me dice?

No había nada que Kira pudiera decir. Stefano estaba ofreciéndole un tour por la casa que llevaba dos años deseando ver. Antes de que él llegara, en numerosas ocasiones había sentido mucha curiosidad por ver la vivienda, pero no se había atrevido a entrar.

Sin esperar a que contestara, Stefano comenzó a dirigirse hacia la puerta de la villa y le colocó una mano a ella en la cintura para incitarla a que lo acompañara. Kira anduvo lentamente hacia la antigua edificación y disfrutó enormemente de aquel contacto. Pero decidió acelerar el paso para separarse de la mano del italiano. Llegó a las escaleras de la casa justo delante de Stefano. Entonces éste utilizó la gran llave de hierro de la vivienda para abrir la puerta. Tras hacerlo, se echó a un lado para permitir que ella entrara primero. Kira vaciló. Tenía muchísimas ganas de explorar la villa... pero a solas. Hacerlo con él le parecía demasiado íntimo.

Pero Stefano no tenía aquel tipo de dudas; volvió a ponerle la mano en la cintura para delicadamente invitarla a entrar. Kira suspiró levemente y él inclinó la cabeza educadamente.

–Después de usted. Tengo que verlo todo, por lo que me temo que vamos a tardar un rato –dijo con un suave pero autoritario tono de voz. Estaba actuando como si la casa ya le perteneciera.

Ella se ruborizó levemente. Había disfrutado durante tanto tiempo de aquella finca, que la consideraba su refugio privado y en aquel momento tenía la oportunidad de ver el corazón del lugar. Y la compañía de un hombre como aquél añadía aún más emoción a la aventura.

No sabía qué haría si no podía pensar en suficientes cosas que decir. No charlaba con mucha gente. Absurdamente miró a su alrededor en busca de ayuda, aunque sabía que era una tontería; no había nadie en muchos kilómetros a la redonda. Nunca antes se había sentido tan sola. Aquel hombre la alteraba mucho, había anulado su sentido común. Lo miró a los ojos y reconoció cosas que veía en el espejo de su cuarto de baño cada mañana; sus ojos azules reflejaban sentimientos que jamás expresaría su boca. Tal vez también tenía secretos como ella, secretos ocultos bajo su sofisticada apariencia. Incomprensiblemente, sintió la necesidad de descubrir la verdad camuflada bajo su imagen.

Él la empujó ligeramente con la mano. Con una aterradora claridad, Kira se imaginó que la abrazaba por la cintura. Se sintió estupendamente y pensó que aquello no podía estar bien. Tragó saliva con fuerza mientras contenía los desconocidos y salvajes instintos que se habían apoderado de ella.

–Por favor, no me toque, signor Albani. Sorprendido, Stefano apartó la mano y se echó para atrás. Se quedó mirándola.

–Qué interesante –murmuró, analizándole la cara y a continuación el cuerpo–. Parece muy nerviosa. He venido a ver una propiedad, pero creo que no es lo único que merece la pena investigar por aquí.

Capítulo 2

NO ME halague ni se eche flores a usted mismo –dijo Kira entre dientes. Stefano Albani estaba tan cerca de ella, que la tentación de analizarlo con la mirada era casi irresistible. Pero se centró en quitarse cualquier hierbajo que tuviera encima antes de entrar en la vivienda.

–No se preocupe. Es una villa, ¡no el Vaticano! –comentó él, riéndose–. Tiene buen aspecto. Es una de esas mujeres que están bien con cualquier cosa.

Ante aquel inesperado cumplido, Kira levantó la mirada. Stefano se rió de nuevo y ella no pudo apartar los ojos de él. Al devolverle el italiano la mirada, se sintió invadida por un sinfín de sensaciones.