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La amante equivocada Joshua Saxon, un millonario arrogante que dirigía una de las mejores bodegas de Nueva Zelanda, creía que Alyssa Blake había sido la amante de su difunto hermano. Sin embargo, la verdadera relación que Alyssa tenía con la familia Saxon era mucho más impactante. Nada más conocerse, Alyssa y Joshua sintieron una fuerte atracción que ninguno pudo negar, pero ¿qué podía albergar el futuro para un hombre y una mujer entre los que había tantos secretos y mentiras? Aromas de seducción El marqués Rafael de las Carreras había viajado hasta Nueva Zelanda con un único propósito: vengarse de la poderosa y odiada familia Saxon y reclamar lo que le correspondía por derecho. Seducir a Caitlyn Ross, la joven y hermosa vinicultora de los Saxon, era un juego de niños para él y la manera perfecta de conseguir lo que quería. Pero a medida que fue conociendo a Caitlyn, su encantadora mezcla de inocencia y pasión le hizo preguntarse si no sería él quien estaba siendo seducido.
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Seitenzahl: 324
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 446 - mayo 2020
© 2008 Tessa Radley
La amante equivocada
Título original: Mistaken Mistress
© 2008 Tessa Radley
Aromas de seducción
Título original: Spaniard’s Seduction
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-378-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
La amante equivocada
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Epílogo
Aromas de seducción
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Si te ha gustado este libro…
El baile de máscaras que se celebraba cada año en Saxon’s Folly estaba en pleno apogeo cuando Alyssa Blake llegó al camino de entrada.
–Camina derecha –susurró mientras avanzaba entre los Mercedes y Daimler que estaban aparcados–. Que parezca que perteneces a este lugar.
La bodega estaba iluminada y contrastaba con la oscuridad. Estaba ubicada en un edificio victoriano de tres plantas que había sobrevivido a más de un siglo de incendios, inundaciones e incluso al terremoto Hawkes Bay. A medida que se acercaba podía oír la música más alta, pero todavía no podía ver a los invitados.
En lo alto de la escalera de piedra, un hombre vestido de uniforme bloqueaba la puerta doble de madera. Alyssa se detuvo.
¿Era un mayordomo o un guarda de seguridad?
Notó que se le aceleraba el corazón y dudó un instante.
–He perdido mi invitación –practicó la excusa que tenía preparada. Sonaba muy falsa, sobre todo porque nunca había recibido ninguna de las invitaciones azules con repujado en plata que tanto deseaba. Si el guarda se tomaba la molestia de comprobar si estaba invitada, no la encontraría en la lista de invitados.
¿Qué era lo peor que podía suceder? ¿Que el portero, guarda o lo que fuera, no pudiera localizarla en la lista y le pidiera la documentación? Nadie sospecharía de que Alyssa Blake, la destacada escritora de la revista Wine Watch, estaba tratando de colarse en el baile de máscaras de Saxon’s Folly. O al menos, solo sospecharían aquellos que supieran que Joshua Saxon, el director ejecutivo de Saxon’s Folly Wines, odiaba a Alyssa por el artículo que había escrito hacía un par de años.
Existía la posibilidad de que el guarda la dejara entrar sin problema. Llevaba un vestido largo de color rojo y una máscara negra decorada con plumas y lentejuelas, y con ese atuendo era difícil que sospechara de sus intenciones.
Estaba decidida a intentarlo, pero en ese momento se abrió una puerta lateral y salió una pareja riéndose. Antes de que la puerta se cerrara de nuevo, Alyssa se coló en la casa. En el enorme recibidor había unas escaleras y subió al piso de arriba. Una vez allí, se adentró en el mundo de la alta sociedad, donde las mujeres vestían ropa de diseño y revoloteaban como mariposas entre los brazos de hombres vestidos de traje y corbata.
Miró alrededor, intentando encontrar en la sala al hombre por el que se había colado en el baile.
–¿Acaba de llegar?
Ella se fijó en el brillo de los ojos oscuros, que se ocultaban tras una máscara negra.
–Llego un poco tarde –contestó con nerviosismo.
–Más vale tarde que nunca.
–Nunca digas nunca –dijo ella, advirtiéndole con el dedo.
Él se rio.
–Eres una mujer con opiniones muy firmes.
–Y estoy orgullosa de ello.
Su voz le resultaba familiar y era tremendamente sexy. Era un hombre alto, de anchas espaldas y cabello oscuro. A pesar de la máscara, sospechaba que era muy atractivo.
–Baile conmigo –él estiró el brazo con decisión.
Era evidente que aquel hombre no aceptaría un no por respuesta.
–¿Deduzco que su silencio significa que acepta?
Antes de que pudiera contestar, él la rodeó por los hombros y la guio hasta la pista de baile. Ella comenzó a quejarse. No estaba allí para celebrar el crecimiento de las viñas, sino que había ido con un propósito… Y no era el de bailar con aquel hombre sexy y arrogante, pero desconocido. Tampoco quería montar un numerito y que todo el mundo se fijara en ella.
Si Joshua Saxon descubría su presencia la echaría de allí antes de que ella pudiera explicarle los motivos por los que había ido. Lo mejor era que aceptara la invitación y se mezclara entre la multitud para continuar la búsqueda desde la pista de baile.
Permitió que la tomara entre los brazos y que la guiara entre la gente que estaba bailando. Las miradas codiciosas que le dedicaba su pareja hicieron que se planteara si aceptar la invitación había sido buena idea. Lo miró, tratando de imaginar lo que otras mujeres veían en él: una espalda ancha cubierta por un bonito traje y un mentón prominente. Ella lo miró a los ojos a través de la máscara.
–¿Te conozco? –preguntó él.
Ella se quedó pensativa. Si él era miembro de la sociedad vinícola era posible que se hubiesen conocido en alguna cata. También era posible que la hubiera visto alguna de las veces que había aparecido en la televisión, o que hubiera leído la columna que escribía en el periódico The Aucklander o los artículos que escribía en Wine Watch, pero eso no significaba que la conociera.
Ella negó con la cabeza.
–Bueno, disfrutaré al verte la cara cuando nos desenmascaremos a media noche… Es la tradición. ¿Cómo te llamas, mujer silenciosa?
Alyssa dudó un instante al ver que él esbozaba una sonrisa.
–Alice –dijo al fin, empleando el nombre que aparecía en su partida de nacimiento y no el que se había inventado en la adolescencia.
–¿Alice? –sonrió–. ¿Te sientes como si hubieras atravesado el espejo, Alice?
«Si supiera», pensó ella.
–Un poco –confesó en voz baja.
–¿Eso significa que es el primer baile de máscaras al que asistes?
–Sí.
–Eso explica por qué no llevas disfraz.
Ella se fijó en la chaqueta de su traje.
–Tú tampoco llevas disfraz.
Él negó con la cabeza.
–Este año no he tenido tiempo de planearlo –comentó–. A la mayoría de las mujeres les encanta disfrazarse.
–Yo no soy como la mayoría.
Él soltó una risita.
–Todavía tengo más ganas de conocerte cara a cara esta media noche. No te gusta disfrazarte, pero ¿has venido a buscar a tu príncipe encantado, como el resto de cenicientas? –preguntó señalando a las mujeres de alrededor.
–Desde luego que no he venido en busca de un príncipe encantado –se estremeció. Sí que había ido allí buscando a alguien.
–No eres muy conversadora –dijo él, con curiosidad.
–No estoy acostumbrada a toda esta gente.
–Pareces una chica moderna, no alguien que se pone nerviosa cuando hay gente a su alrededor.
Alyssa se fijó en el escote de su vestido color rojo. Debía tener cuidado… Él parecía un hombre astuto. Se le aceleró el corazón. No podía permitirse que la echaran de allí.
–Quizá se deba a tanta excitación. La música, la gente… Un hombre atractivo y enmascarado… –su tono de voz era más dulce que el caramelo. Lo miró y vio que él sonreía después de oír el halago.
–Mientras no estés nerviosa, Alice –susurró él–. Eso no está permitido.
Alyssa se estremeció al sentir su cálida respiración en la oreja y notó que una ola de excitación se apoderaba de ella.
–Estás nerviosa. Tiemblas.
Alyssa no podía recordar cuándo había sido la última vez que un extraño había tenido ese efecto sobre ella. Era más seguro que no dijera nada.
–Eres la mujer más silenciosa que he conocido nunca –comentó él, y la estrechó contra su cuerpo para evitar que otra pareja chocara con ellos.
–No siempre –no cuando no estaba pendiente de cada palabra para no meter la pata. Aquel hombre parecía demasiado seguro de sí mismo y ella no estaba en condiciones de manejarlo.
Esa noche no.
Al ver a un hombre pelirrojo volvió la cabeza y regresó de golpe a la realidad.
¡Roland! No era posible confundirlo. El cabello pelirrojo lo delataba. Estaba bailando con una mujer de cabello oscuro. Los siguió con la mirada y vio que Roland le decía algo a su compañera de baile.
Alyssa había leído que la mujer se llamaba Amy y que era la prometida de Roland. De pronto, ambos dejaron de bailar y se marcharon de la pista.
A Alyssa le entró el pánico. No podía perderlo de vista. No, cuando lo había tenido tan cerca.
–Estoy sedienta. Necesito algo de beber –dijo ella, y se separó de su pareja de baile.
–¿Qué te apetece?
–Ya encontraré algo –dijo Alyssa, al ver que él tenía intención de acompañarla.
No quería que nadie estuviera presente cuando hablara con Roland. Tenía que decirle algo privado y demasiado importante.
–No te preocupes por mí. Estoy segura de que tendrás que ver a otras mujeres, y bailar con ellas.
No le faltarían compañeras de baile. Se movía con la elegancia de un hombre consciente de su atractivo y poderío.
–Ninguna será tan interesante como tú, Alice. ¿Qué quieres beber? Una copa de Saxon’s Folly Sauvignon Blanc? Puedo recomendarte la producción de la última cosecha.
Quizá si le permitía que le consiguiera una copa podría librarse de él.
–Agua, por favor.
Él llamó a un camarero para que se acercara.
–¿Solo quieres agua? –preguntó, y al ver que asentía se volvió hacia el camarero–. Dos botellas de Perrier.
Alyssa hizo un esfuerzo para no buscar a Roland, pero tenía miedo de perderlo si no lo localizaba.
–Tengo que ir al baño. Regresaré enseguida –se adentró entre la multitud.
Miró hacia atrás y vio que dos mujeres habían detenido al hombre alto con el que había bailado y que le besaban con entusiasmo en las mejillas. Él parecía nervioso, pero no la siguió.
Alyssa continuó avanzando en busca del hombre con el que quería hablar.
Sin embargo, Roland y su prometida habían desaparecido.
Alyssa salió a la terraza y se asomó a la barandilla. Abajo en el jardín había dos parejas, pero ninguno de los hombres era pelirrojo. Con el corazón acelerado, atravesó la terraza y bajó por unas escaleras estrechas para entrar de nuevo a la casa por una puerta lateral.
Levantándose la falda del vestido para caminar más deprisa, miró en todas las habitaciones por las que pasaba. Ni rastro de Roland. Debía de haber llevado a su prometida al piso de arriba. Al ver que había una escalera que parecía que llevaba a otra ala de la casa, Alyssa dudó un instante. Los dormitorios debían de estar allí arriba. ¿Y si los interrumpía en un momento íntimo?
Se mordió el labio inferior. Había llegado hasta allí y no podía echarse atrás. Respiró hondo y se dirigió a las escaleras.
De pronto, se abrió una puerta de golpe y salió Amy con el cabello alborotado. Al instante salió Roland con un parche de pirata en la mano.
–Amy, escúchame…
–¿Roland? –Alyssa se acercó a él y le tocó el brazo–. ¿Roland Saxon?
Sabía exactamente quién era pero no pudo evitar pronunciar el nombre que llevaba grabado en la memoria desde hacía años.
Él la miró con impaciencia.
–¿Sí?
–Soy… –se quedó en blanco. Todo lo que había planeado que iba a decirle se le borró de la memoria. ¿Debía decirle que era Alice McKay? Él no había contestado a ninguna de sus cartas. Tampoco a sus mensajes de correo electrónico. Entones, ¿por qué iba a atenderla en esos momentos?
Él miró hacia las escaleras por las que se había marchado Amy, en dirección al salón de baile.
Preocupada por si se marchaba también, Alyssa le tendió la mano y dijo:
–Soy Alyssa Blake. Yo…
Él la miró asombrado.
–La periodista que escribió el artículo que calumniaba a Saxon’s Folly. Sí, sé quién eres. ¿Qué está haciendo aquí? –le dio la mano.
Alyssa estaba temblando. Roland la había tocado. Tenía la piel cálida y tersa. Por fin lo había conocido.
Tratando de recobrar la compostura, dijo:
–Me gustaría entrevistarle para escribir un artículo en la revista Wine Watch.
–¿Y cuál será el tema central del artículo?
–Estoy escribiendo sobre cómo se han creado algunas de las marcas más fuertes de la industria. Y como director de márketing de Saxon’s Folly Wines, me gustaría que hiciera algunos comentarios.
–Señorita Blake, en el pasado no le dedicó muchos elogios a Saxon’s Folly.
–Quizá haya cambiado de opinión.
–No sé…
–Por favor –suplicó–. Será un artículo positivo. Lo prometo.
–¿Y por qué debería creerla? Joshua pensó que iba a hacer un artículo sobre el viñedo. Sin embargo, arremetió contra sus métodos de gestión.
–Joshua Saxon se lo merecía. Es el hombre menos comunicativo que he entrevistado nunca –el hombre se había negado a recibirla en persona y le había dedicado diez minutos exactos de su tiempo para mantener una conversación telefónica. En todo momento, su tono de voz dejaba claro que le estaba haciendo un favor. Un ayudante joven, que llevaba menos de una semana en el trabajo, le había mostrado la bodega. Alyssa le preguntó acerca de su trabajo y descubrió que habían despedido al ayudante bajo circunstancias poco claras. Después de hacer un par de llamadas al antiguo empleado, ella escribió un artículo diferente al que tenía pensado–. Los hechos me llevaron a escribirlo.
–Joshua no pensaba lo mismo.
–Hice mi trabajo.
Él la miró de arriba abajo.
–Vaya trabajo.
–Cuento lo que el público debe saber. Mire, esto no nos lleva a ningún sitio. El artículo que estoy escribiendo ahora es diferente. Incluso podrá ver una copia antes de que lo envíe a la imprenta.
–¿Y a qué se debe ese cambio de idea? ¿Y por qué me lo pregunta aquí, en el baile? ¿Por qué no ha contactado conmigo por teléfono, o por correo electrónico, para pedirme una cita?
–Será una publicidad estupenda para usted, para Saxon’s Folly.
Pero él ya había comenzado a alejarse. Era el momento de darle un ultimátum.
–¿Sí o no? –le preguntó.
–Supongo que sí.
Alyssa supo que había perdido su atención.
–¿Cuándo? Mañana estaré por la zona. ¿Nos vemos en The Grapevine? –sugirió un conocido café de la ciudad.
Él se volvió y asintió. Alyssa sintió que le daba un vuelco el corazón. ¡Por fin! Rápidamente, propuso una hora. Deseaba gritar y levantar un puño al aire. Después de todos esos años…
Sin embargo, sonrió formalmente. Ya tendría tiempo para celebrarlo al día siguiente.
Joshua Saxon tenía el ceño fruncido. La fascinación que sentía por la misteriosa mujer de rojo empezaba a convertirse en una obsesión. Él la había estado esperando con dos botellas de Perrier en la mano, pero ella no había regresado.
O no la había visto.
Se dirigió a la terraza por si ella había pasado de largo y había salido al exterior.
Nada más salir deseó no haberlo hecho. Roland se había quitado la máscara y tenía a Amy atrapada contra la barandilla. Intentaba decirle algo pero ella negaba con la cabeza, diciéndole que se iba a casa.
Joshua se fijó en que las lágrimas le rodaban por las mejillas. Roland contestaba que no se marcharía a ningún sitio.
No era asunto suyo. Ninguno de los dos se lo agradecería si interfería.
En ese momento vio algo de color rojo en el jardín de abajo y se olvidó de los problemas románticos de su hermano. Alice. Bajó corriendo por las escaleras que llevaban al jardín.
–No va a marcharse ya, ¿verdad?
Ella se volvió sorprendida.
–Iba a marcharse –la miró enojado. De pronto, le parecía muy importante saber quién era aquella mujer provocativa. Y dónde podía volver a encontrarla. Pero no podía decírselo.
–No puede irse antes de que nos quitemos las máscaras –miró su Rolex–. Solo quedan tres cuartos de hora. Después empieza la verdadera fiesta.
–Tengo que acostarme temprano.
Joshua estuvo a punto de soltar una carcajada.
–Este baile solo se celebra una vez al año. Hoy no se acostará pronto.
–Mañana tengo un gran día.
–¿Un gran día?
–En el trabajo.
–¿Un domingo?
Ella asintió.
–Algunas personas somos esclavos de nuestros jefes.
Puso una irresistible sonrisa y Joshua sonrió también. No podía imaginar a ningún jefe obligando a trabajar a aquella mujer. Abrió una de las botellas de agua y se la entregó.
–Al menos termínese la bebida que tanto necesitaba.
Ella lo miró sorprendida.
–Uy, gracias.
–¿Quiere un vaso? –Joshua abrió la otra botella.
–No, así está bien.
–Probablemente no iría a buscárselo… no vaya a ser que desaparezca de nuevo –ladeó la cabeza y esperó a que ella respondiera contándole dónde había estado.
Sin embargo, ella dio un sorbo y dijo:
–Mmm, ¡qué buena!
La exclamación hizo que él se fijara en su boca, y en cómo apoyaba los labios en la botella para beber. Una ola de excitación sexual se apoderó de él.
–Baila conmigo –sugirió con brusquedad.
–¿Aquí?
–¿Por qué no? –Joshua se acercó a ella.
Ella no se resistió cuando él le retiró la botella de las manos y la apoyó junto a la suya en una palmera. Ni tampoco cuando él la rodeó por la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí.
Comenzaron a bailar. Ella olía a jazmín mezclado con cananga y Joshua no pudo evitar saborear la mezcla de aromas femeninos que solo el cuerpo de una mujer segura de sí misma, de su sexualidad y de su lugar en el mundo podía desprender.
Un fuerte deseo se apoderó de él y una ola de calor lo invadió por dentro.
Al instante, ella suspiró y se relajó contra su cuerpo. Él le soltó la mano y la rodeó por los hombros. Inclinó la cabeza e inhaló el aroma de su cuello.
–Hueles de maravilla –murmuró.
–Gracias –dijo ella–. Tú también hueles muy bien –soltó una risita.
Joshua dudaba de que ella tuviera el sentido del olfato tan desarrollado como él. Aunque no tenía la misma capacidad olfativa que Heath, su hermano pequeño, también se había criado en Saxon’s Folly rodeado de vino, y eso había provocado que, para él, oler fuera algo tan natural como respirar.
La olisqueó de nuevo.
–Hueles al rocío de la noche y a especias exóticas –notó que a ella se le aceleraba la respiración y la besó en el cuello–. Eres tan suave –murmuró.
–Oh –suspiró ella.
Joshua le mordisqueó el cuello con suavidad y ella arqueó el cuerpo entre sus brazos. Él le acarició la espalda desnuda y sintió que se ponía tensa. Ella no se retiró y, cuando él la besó en la boca, lo recibió con los labios separados.
Sabía a menta con un toque de limón. Joshua no pudo resistirse y la devoró.
Alyssa gimió y le acarició la espalda musculosa, provocando que un fuerte calor se instalara en su entrepierna. Después le acarició la nuca e introdujo los dedos en su cabello. Él suspiró y le acarició el labio inferior con la lengua, antes de explorar de nuevo el interior de su boca.
Alyssa se excitó enseguida y se puso tensa. Él pegó su cuerpo al de ella y se movió, rozándola con su miembro erecto. Ella se movió también y Joshua no pudo evitar desear acostarse con ella.
Durante un momento trató de luchar contra el deseo. Era demasiado pronto. Nunca se había acostado con una mujer a la que no conocía lo suficiente como para saber que seguiría gustándole por la mañana.
–Cielos –dijo con la respiración acelerada.
–Debo irme –comentó ella, pero no parecía muy convencida.
–¿Por qué? –preguntó él.
–Porque sería lo más sensato. Y yo soy muy sensata.
–¿Nunca te ha apetecido hacer algo salvaje? ¿Algo fuera de lo normal? ¿Algo que puede cambiar el resto de tu vida? –murmuró contra sus labios, consciente de que era eso lo que él estaba haciendo. Permitir que su cuerpo gobernara su cabeza, ya que marcharse con una extraña era el tipo de riesgo que él nunca correría.
–Sí, es lo que he hecho esta noche al venir aquí.
–Ven conmigo –Joshua le agarró la mano y la guio hasta la casa. Entraron por un pasillo oscuro y se pararon junto a unas escaleras que llevaban hasta su habitación
Ella se resistió.
–Shh. Confía en mí.
Ella lo siguió escaleras abajo y al pasar junto al salón que compartía con Roland bromeó:
–Supongo que quieres enseñarme algunos grabados, ¿no?
–Nada de grabados –Joshua se metió en una habitación que había a la izquierda–. Ven aquí, preciosa –ni siquiera encendió la luz antes de tomarla en brazos.
–Pero…
La besó para que dejara de hablar. Y cuando le acarició la espalda, Joshua gimió. No podía esperar más. No recordaba cuándo había sido la última vez que había deseado tanto a una mujer. Se quitó la máscara. Tiró al suelo la chaqueta de su elegante traje italiano y se desabrochó la camisa.
El roce de sus dedos sobre la piel de su torso fue mágico. Joshua tuvo que contenerse para no blasfemar de puro éxtasis. Ella le acarició los pectorales con las palmas de las manos.
Joshua se estremeció.
Él la besó en la boca y movió las caderas para demostrarle lo excitado que estaba.
Ella no se inmutó y continuó acariciándole el abdomen.
–Me estás matando –dijo él.
Ella soltó una carcajada.
Ya no aguantaba más. Joshua la llevó hasta la cama y se tumbó a su lado sobre la colcha. En la oscuridad, le sujetó el rostro con las manos y le acarició el cabello sedoso. Agarró los lazos de la máscara y los deshizo para quitársela. La besó en las mejillas, en el cuello y en el hueco que le dejaba el escote del vestido.
–Alice.
Ella se quedó muy quieta.
Él le cubrió un seno con la mano, por encima de la tela del vestido, y la oyó gemir.
–Alice, esto va a ser estupendo. Te lo prometo –le retiró el vestido con impaciencia y descubrió que no llevaba sujetador. Inclinó la cabeza para besar su piel desnuda.
–Joshua.
Una voz provocó que Joshua regresara a la realidad momentos antes de que se abriera la puerta. Rápidamente, se colocó delante de Alice para ocultarla.
–Maldita seas, Heath. ¿No sabes llamar a la puerta? –preguntó Joshua al reconocer la silueta de su hermano en la penumbra.
De pronto, se encendió la luz de la mesilla y se iluminó la habitación. Alyssa sintió molestia en los ojos, pero no pestañeó. No podía apartar la mirada del hombre semidesnudo que estaba en la cama con ella. Sus pómulos prominentes y sus ojos negros le resultaban demasiado familiares. Alyssa había visto fotos de él y se había preguntado cómo alguien tan atractivo y masculino podía ser tan canalla y arrogante.
Joshua Saxon.
Por eso su voz le había resultado tan familiar. Se cubrió el cuerpo desnudo con la colcha y se cubrió el rostro con las manos.
–¿Qué quieres, Heath? –le preguntó Joshua a su hermano.
Alyssa miró hacia la puerta por entre los dedos. Heath Saxon. El hermano más joven. En Wine Watch lo habían descrito como un vinicultor al que había que vigilar. En la foto de la revista aparecía sonriendo y con la piel bronceada. Allí, en la puerta, estaba indeciso.
–Lo siento, Joshua, pero ha habido un accidente.
–¿Un accidente?
Alyssa bajó la mano y cubrió la de Joshua.
–Roland se ha hecho daño –dijo Heath–. Tenemos que ir al hospital.
Alyssa se levantó rápidamente de la cama y se recolocó el vestido.
–Roland es mi hermano –le dijo Joshua a Alyssa. Después, miró de nuevo a Heath–. ¿Qué ha pasado?
–Ha tenido un accidente de coche.
–¿Y cómo diablos…?
Heath negó con la cabeza.
–No lo sé, pero una ambulancia se los ha llevado a Amy y a él al hospital.
Joshua se puso en pie, se calzó y comenzó a abrocharse la camisa.
–¿Lo saben nuestros padres?
–Les he dicho que ha habido un accidente y que iríamos a ver qué les había pasado. Están anunciando que la fiesta ha terminado.
–Bien –Joshua se dirigió a la puerta–. Si es necesario, pueden ir al hospital más tarde.
Antes de que él desapareciera, Alyssa dijo:
–Iré contigo.
Por suerte, ambos hombres estaban más preocupados por llegar al hospital que por discutir con ella. Heath la miró con curiosidad, y después miró a Joshua arqueando las cejas. Alyssa supo que estaba sacando conclusiones equivocadas. Pensaba que era la amante de Joshua, pero ella no se molestó en aclarárselo.
Tampoco era el momento de ponerse a hablar sobre su relación con Roland… Una revelación que, probablemente, sorprendería a ambos hombres. Joshua no debía averiguar quién era ella. Alyssa no necesitaba una bola de cristal para saber que la echaría de la casa si se enterara.
No podía permitirse tal cosa. Debía averiguar si Roland estaba gravemente herido.
Una vez dentro del Range Rover de Joshua la tensión se hizo palpable. Joshua conducía en silencio, agarrando el volante con fuerza como si estuviera en una misión a vida o muerte. A su lado, Heath realizaba varias llamadas desde el teléfono móvil, tratando de recabar información del personal de urgencias.
Alyssa permaneció acurrucada en el asiento de atrás, tratando de pasar desapercibida por si alguno de los hombres cuestionaba su derecho a estar allí.
Confiaba en que Roland no tuviera lesiones graves. Sería terrible si, después de esperar tanto tiempo, no pudiera quedar con él al día siguiente.
Nada más llegar al hospital bajaron del coche y corrieron a urgencias.
Una vez dentro, el olor a antiséptico provocó que a Alyssa le entrara el miedo. Desde la distancia, oyó que la enfermera le comentaba a Joshua que Roland estaba en el quirófano y que pronto saldría alguien a informarlos. Después vio que Heath hacía algunas preguntas y le contestaban que tendrían que dejar a Roland bajo supervisión médica.
Roland regresó junto a ella con el ceño fruncido.
–¿Cómo está mi…? –Alyssa se calló de golpe.
Joshua la miró sorprendido.
–¿Tu qué…?
Furiosa consigo misma por haber estado a punto de delatarse y tratando de mantener una expresión neutral, preguntó:
–¿Cómo está Roland?
El instinto le indicaba que era vital que Joshua Saxon no se enterara de lo importante que su respuesta era para ella. Él odiaba a Alyssa Blake. Si se enteraba de quién era la mujer a la que había besado, acariciado y desnudado en la oscuridad, estallaría.
–Está en el quirófano. No sabemos nada –Joshua se sentó en la silla de al lado de ella–. Por suerte, Amy solo se ha hecho algunos hematomas. El coche chocó contra un árbol.
¿Contra un árbol? La imagen de cristales rotos y hierros retorcidos le apareció en la cabeza a Alyssa. El sonido de los gritos invadió su imaginación. Se mordió el labio y se fijó en cómo el atractivo de Joshua se veía mermado por la tensión del rostro. Durante un instante sintió cierta afinidad con él.
–¿Joshua?
Él levantó la cabeza al oír una voz y el hechizo se rompió. Alyssa sintió que la soledad la invadía de nuevo, con más fuerza que antes. No había ninguna relación entre Joshua Saxon y ella, al menos ninguna que no estuviera basada en el sexo.
Heath se dirigió a ellos.
–La enfermera dice que han terminado de hacerle el reconocimiento a Amy y que no tardará en salir.
–Es un alivio que no se haya hecho daño. Podía haberse matado si es cierto que iban a la velocidad que suponen –dijo Joshua.
–¿Desde cuándo Roland ha conducido despacio? –preguntó Heath.
¿Era Roland quién conducía? Alyssa comenzó a temblar. Si él hubiese estado en el asiento del copiloto…
Recordó el momento en que había hablado con él. ¿Habría discutido con Amy? ¿Habría tenido el accidente si no hubiese estado enfadado?
–Los oí discutiendo antes de salir. Pensé en interrumpirlos, pero decidí que no era asunto mío. Estaba pensando en otra cosa –Joshua miró a Alyssa–. Un error.
Así que ella no había sido más que un error. De pronto, sintió una fuerte presión en el pecho.
–No ha sido culpa tuya –dijo Heath–. Ningún hombre habría permitido que lo interrumpieran en esa situación. Es probable que estés equivocado. Roland y Amy nunca se pelean.
–Cuando yo hablé con Roland… –dijo Alyssa.
–¿Tú hablaste con Roland? –la interrumpió Joshua–. ¿Cuándo?
–Justo antes de decidir que me marchaba.
–O sea, antes de que yo los viera en la terraza. ¿Y de qué hablaste con él?
Ella lo miró.
–Nada importante.
Joshua la miró con suspicacia, tratando de decirle que para él sí era importante. En ese momento, un médico entró en la recepción acompañando a una joven con la cara pálida.
Heath se puso en pie.
–¡Amy!
Heath y Joshua se dirigieron a ella.
–¿Son sus familiares? –preguntó el médico.
–Sí –dijo Joshua.
–No –dijo Heath al mismo tiempo.
El médico los miró, confuso.
–He de hablar con su familia. Esta noche tendrán que observarla.
–Nos ocuparemos de ello –dijo Joshua.
–La llevaré a casa ahora mismo –dijo Heath, frunciendo el ceño mientras miraba a Amy.
Alyssa puso una mueca al ver que la otra mujer tenía arañazos en el rostro. Su constitución delgada la hacía parecer delicada.
–Ha tenido mucha suerte. Solo tiene un hematoma por culpa del cinturón. No tiene rota ninguna costilla ni la clavícula. He hecho una lista de síntomas que hay que vigilar. Especialmente nos preocupa que tenga una posible conmoción cerebral o cualquier otro traumatismo. Si ven que tiene alguno de los síntomas de la lista, la traen enseguida.
Amy permaneció quieta.
–Vamos –dijo Joshua, rodeándola por los hombros–. Heath te llevará a casa.
Amy pestañeó.
–¿Dónde está Roland?
–En el quirófano –contestó Joshua.
–¿Se pondrá bien? –preguntó Amy con miedo–. Había mucha sangre y… estaba tan callado.
–Estoy seguro de que se pondrá bien –dijo Heath para tranquilizarla–. Ya conoces a Roland, siempre se recupera.
Amy no parecía tranquila.
–¿Cuándo podré verlo?
–Todavía no lo sabemos –dijo Joshua con frustración–, pero pronto lo solucionaré.
–No voy a marcharme –dijo Amy con decisión–. Al menos hasta que sepa qué es lo que pasa con Roland. Y Heath tampoco quiere marcharse.
–No seas niña, Amy –Heath parecía nervioso–. Ya has oído lo que ha dicho el médico, necesitas descanso y quedarte en observación. Ya tenemos un…
–¿Un paciente ingresado? –Amy alzó la barbilla–. No te preocupes por mí, no voy a desmayarme. Puedes observarme aquí. No me marcharé hasta que no haya visto a Roland.
Alyssa se contuvo para no felicitar a la otra mujer por enfrentarse a aquella familia de hombres controladores. Sabía exactamente cómo se sentía Amy. Ella también deseaba ver a Roland.
Joshua la miró un instante antes de centrarse en Amy de nuevo.
–¿Puedo hacer algo por ti mientras esperamos?
Amy negó con la cabeza.
–Estoy bien.
Incluso Alyssa se percató de que la otra mujer no estaba bien. ¿Cómo podía estar bien la prometida de Roland mientras esperaba que le dieran noticias sobre el estado de su amado?
A Alyssa también se le estaba haciendo larga la espera. Solo había conocido a Roland en una ocasión. Brevemente. El hombre al que había buscado durante años…
Un mechón del cabello le cayó sobre el rostro. Ella lo miró. Era de color rojizo oscuro. Por suerte, no era tan brillante como el cabello de Roland, pero era una característica que compartía con él.
Cuando se conocieran, descubrirían que tenían más cosas en común. Después de todo, Roland era su hermano y compartían el mismo ADN.
Al oír que se abría una puerta, Alyssa levantó la cabeza. Kay y Phillip Saxon, los padres adoptivos de Roland, habían llegado.
–¿Cómo está? ¿Podemos verlo? –Kay parecía asustada, y el hombre de pelo cano que estaba a su lado parecía destrozado.
Al ver que todos se acercaban a ellos, Alyssa aprovechó la oportunidad e interceptó a una enfermera que pasaba por allí.
–Por favor, ¿podría decirme dónde está Roland Saxon?
–¿Tiene alguna relación con el paciente? –la enfermera miró la carpeta que llevaba en la mano–. ¿Es usted su novia?
Dudó un instante y decidió no mentir, simplemente intentó que la enfermera supusiera que ella era la novia de Roland.
–Me llamo Alyssa Blake. Soy…
–¿Alyssa Blake? –Joshua se había acercado por detrás sin que se diera cuenta y la miraba enojado.
–¿Es usted la novia? –la enfermera parecía confusa.
–¡No! Ella no es la novia de mi hermano –contestó Joshua entre dientes.
Alyssa sintió que le daba un vuelco el corazón al ver que él la miraba con rabia y desprecio. Aquello había terminado. Podía olvidarse de ver a Roland aquella noche.
–¿Así que eres Alyssa Blake, la periodista?
De pronto, todos se colocaron a su alrededor. Heath la miraba con frialdad. La única que permaneció sentada fue Amy, cubriéndose el rostro con las manos.
Alyssa los miró a todos, de uno en uno.
–Sí, soy Alyssa…
–Me dijiste que te llamabas Alice –la interrumpió Joshua.
–Es que…
–¿Alice? –Kay Saxon estaba pálida.
–No te preocupes, no se llama Alice. Se llama Alyssa Blake, y es la maldita periodista que…
–¿Qué más da cómo me llamo? Roland está herido –lo interrumpió Alyssa.
–¡Tienes razón! Ya he perdido suficiente tiempo con una periodista mentirosa –Joshua la fulminó con la mirada–. Mi hermano es quien importa ahora. Vamos, Heath –Joshua comenzó a alejarse y su hermano lo siguió.
Nerviosa, Alyssa salió tras ellos.
–Espera –Kay Saxon la agarró del brazo.
Alyssa se detuvo. Quizá Kay permitiera que viera a Roland si le contaba la verdad. Que Roland era su hermano. Que llevaba años soñando con encontrarlo, con conocerlo.
–¿Joshua te ha llamado Alice? –preguntó con desesperación en la mirada.
–Sí.
–Pero te has presentado como Alyssa Blake a la enfermera.
–Sí.
–¿Eso significa que eres Alice McKay?
Alyssa se quedó de piedra.
–¿Qué es lo que sabes acerca de Alice McKay?
–Contactaste con Roland.
–Sí. ¿Se lo contó? –se había preguntado muchas veces qué pensarían Phillip y Kay si se enteraran de que había intentado contactar con Roland. Al parecer, estaba a punto de descubrirlo.
Phillip se acercó a su esposa.
–Cariño, el médico saldrá enseguida para hablar con nosotros.
–Phillip… –Kay apoyó la mano en el brazo de su esposo y Alyssa vio que estaba temblando–. ¿No lo has oído? Ella es Alice McKay.
Tras un instante de sorpresa, Phillip preguntó en voz baja:
–¿Qué estás haciendo aquí?
Estaba claro que los padres de Roland sabían quién era.
–Quería conocer a mi hermano –contestó Alyssa.
Vio que Joshua reaparecía en el otro lado de la habitación y que fruncía el ceño al ver que ella estaba hablando con sus padres.
–Ahora no es el momento. Queremos que te vayas –dijo Phillip.
Alyssa se puso tensa y cerró los puños a ambos lados del cuerpo.
–Ahora es el momento perfecto para que yo esté aquí… Mi hermano está en el quirófano. Tengo derecho a quedarme.
Kay Saxon le agarró las manos.
–Comprendo cómo te sientes, pero Roland no querría que estuvieras aquí.
Alyssa sintió un nudo en la garganta y tuvo que contener las lágrimas.
–¿Qué quieres decir?
–Él nunca contestó a tus cartas, ni a tus correos electrónicos ¿verdad?
–No.
–¿Y eso no te indica algo?
–¿Que no los recibió?
–Sí los recibió. Decidió no recuperar el contacto.
–Pero soy su hermana. ¡No puede ser cierto que no quiera conocerme!
Phillip miró alrededor con el ceño fruncido.
Kay la agarró con más fuerza.
–Cariño, él es el mayor de los Saxon. Ni siquiera sus hermanos saben que es adoptado. Roland no quería que se supiera.
–¡No! –Alyssa no quería creer lo que estaba oyendo. Miró A Kay Saxon, odiándola por lo que estaba diciendo.
–Esto ya es bastante difícil para nosotros, Alice. No nos obligues a desvelar la verdad… A contar que Roland no es un Saxon.
El impacto de las palabras de Kay fue muy duro. Roland había rechazado a su hermana de sangre para que su relación no dañara el estatus que mantenía en la familia Saxon. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
–Solo quería verlo. Sujetarle la mano.
–Sería un gesto egoísta y no lo que Roland desea –dijo Kay–. En estos momentos tenemos que pensar en Roland.
Conteniendo las lágrimas, Alyssa asintió.
–Está bien.
–Gracias –dijo Kay aliviada–. ¿Tienes teléfono móvil, Alice?
Alyssa asintió.
–Dame tu número, cariño. Te llamaré en cuanto tengamos noticias.
Alyssa sacó una tarjeta del bolso y se la entregó. Kay la guardó en su bolsillo y dijo:
–Hablemos de otra cosa, viene Joshua.
Joshua se acercó hasta donde estaban sus padres con Alyssa, o Alice…
Se había fijado en el vestido de color burdeos que llevaba y en cómo conjuntaba con el color de su cabello largo. En contraste, sus hombros desnudos parecían de color perla.
Enojado, se esforzó por contener la llama del deseo que se encendía en su interior. Acababa de recibir una llamada del equipo de cirugía para avisarle de que su hermano estaba en estado crítico, peor de lo que el equipo médico había pensado en un principio, y a él no se le ocurría otra cosa que desear a Alyssa Blake, una mentirosa consumada. Era una locura.
En cuanto llegó, Alyssa recogió su bolso y se puso en pie. Al ver que se disponía a marcharse, él la agarró de un brazo.
–¿Adónde vas?
Ella agachó la cabeza y continuó caminando.
–Me marcho.
–Espera… Necesito algunas respuestas.
Pero ella se soltó y se dirigió hacia la puerta de cristal. Joshua salió tras ella, pero se detuvo cuando Heath murmuró:
–¿Se lo has dicho a mamá y papá?
Él negó con la cabeza.
Los dos minutos siguientes fueron como una pesadilla mientras les contaba lo que el cirujano le había dicho.
–Lo que les preocupa es la hemorragia interna y el golpe de la cabeza. Roland no llevaba puesto el cinturón de seguridad y salió catapultado del vehículo. El cirujano ha dicho que no espera salir hasta dentro de unas horas.
Su madre lo miró asustada. Su padre enderezó la espalda. Heath, su hermano valiente, estaba pálido. Joshua sabía que todos temían lo mismo, que Roland falleciera.
A través de las puertas de cristal Joshua podía ver la espalda de Alyssa Blake, con el vestido que le dejaba los hombros al descubierto. Debía de estar congelándose. Decidió no pensar en el frío que podía estar pasando.
Todo había empezado tras su llegada.