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Una propuesta para Amy Tessa Radley La prometida del difunto hermano de Heath Saxon, Amy Wright, estaba embarazada del heredero de los Saxon. Amy había pensado marcharse de la ciudad, pero la oveja negra de la poderosa familia Saxon no iba a permitírselo. Heath le había propuesto a Amy legitimar al bebé casándose con ella, aunque no iba a ser tarea fácil convencerla. El amor de mi vida Red Garnier Unidos por la tragedia, el magnate de los medios de comunicación, Garrett Gage, había prometido proteger a Kate Devaney a cualquier precio. Lo que no esperaba era tener que protegerla de sí mismo. De repente, Kate pasó de ser una niña huérfana a convertirse en una mujer muy hermosa, él rompió su promesa, tomó a la vulnerable Kate entre sus brazos y la llevó a su cama. Mi vida contigo Sara Orwig Embarazada, abandonada y perdida en medio de una tormenta de nieve en Texas, Savannah Grayson agradeció que el millonario ganadero Mike Calhoun la rescatase y le ofreciera refugio en su enorme rancho. Decidido a no entregar su amor a una mujer nunca más, Mike intentó luchar contra un corazón que empezaba a descongelarse… una lucha que estaba a punto de perder.
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Seitenzahl: 486
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 457 - noviembre 2020
© 2008 Tessa Radley
Una propuesta para Amy
Título original: Pregnancy Proposal
© 2014 Red Garnier
El amor de mi vida
Título original: Once Pregnant, Twice Shy
© 2015 Sara Orwig
Mi vida contigo
Título original: At the Rancher’s Request
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014, 2014 y 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-935-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Una propuesta para Amy
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Epílogo
El amor de mi vida
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Mi vida contigo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
Los pasos de Heath Saxon resonaron sobre las pulidas losas del vestíbulo de Saxon´s Folly Estate & Wines. Había esperado una mejor acogida a su regreso como enólogo a la prestigiosa bodega ubicada en Hawkes Bay, en el costa este de Nueva Zelanda. Tal vez la cálida bienvenida de su padre. No todos los días el hijo pródigo volvía a casa.
No había venido de muy lejos. La distancia era más afectiva que física. Vivía en el valle del otro lado de la colina y solía ir a cenar allí todos los jueves siguiendo una vieja tradición familiar. Pero desde aquella airada discusión que había tenido con su padre, no había vuelto a pisar la empresa vinícola en la que había trabajado tan duramente.
Contempló la bodega. Las cubas de roble seguían oliendo tal como recordaba.
–Heath…
Todos los músculos se le pusieron en tensión al oír aquella voz a su espalda. Se dio la vuelta. Era Amy. Suspiró al verla. Había estado tratando de evitarla.
Había una tímida sonrisa en sus labios de nácar. Tenía el pelo corto, de un color chocolate oscuro. Lucía unos pendientes de oro. Apenas llevaba maquillaje, solo el necesario para ocultar las ojeras que se vislumbraban bajo sus hermosos ojos ámbar. Parecía casi una colegiala con la camisa blanca de cuello barco y la falda azul marino.
–¿Sí, Amy?
–Taine acaba de llamar para decir que está enfermo. Dice que es solo algo una faringitis y que vendrá mañana al trabajo.
–Está bien.
–Dijo que le llamásemos para que nos informara de las tareas que tenía que hacer hoy.
–Lo llamaré.
–Gracias, Heath.
–Es un placer –replicó él, pensando en lo que realmente sería un placer para él: tenerla en la cama, saborear sus labios rosados y carnosos…
–¿Heath?
–¿Sí? –respondió él, medio hipnotizado por sus bellos ojos dorados–. Lo siento, estaba pensando en localizar a Jim para decirle lo de Taine.
Jim y Taine eran los dos operarios de confianza.
–Solo quería ser la primera en darte la bienvenida –dijo ella, poniendo los labios como si fueran un capullo a punto de brotar.
Luego se dio la vuelta y se alejó de él.
Heath se quedó mirando su esbelta figura y su trasero respingón moviéndose al compás de la recatada falda azul marino. Contuvo una maldición.
Acababa de regresar y ya se las había arreglado para conseguir enfadar a Amy Wright.
Tampoco tenía que extrañarse de ello. Desde que había comprado a Ralph Wright, el padre de Amy, sus viñedos de Chosen Valley en bancarrota, había estado tan distanciado de ella y de su propia familia como lo estaban las colinas donde se asentaban ambas bodegas. Había incluso una demarcación entre ellas denominada La Divisoria.
Él había intentado salvar la viña, pero su noble gesto había sido malinterpretado por Amy, que había visto en ello una señal de prepotencia y oportunismo. Y su propio padre, Phillip Saxon, lo había tomando como un intento de hacerle la competencia.
Quizá su mala reputación impedía a los demás reconocer sus buenas intenciones. Por eso, había preferido mantenerse a distancia de Amy y de su familia desde entonces.
Había vuelto porque Saxon´s Folly necesitaba un enólogo jefe. Caitlyn Ross, la anterior enóloga, se había casado con Rafaelo, el hermanastro de Heath, y emprendía una nueva vida en España.
Por supuesto, su padre no le había pedido que volviera. Era demasiado orgulloso para eso. Había sido Caitlyn la que, deseando dejar Saxon´s Folly en buenas manos, se lo había pedido.
Heath vio cómo Amy desaparecía por el vestíbulo. Se sentía extraño allí y sospechaba que su corazón podía volver a jugarle una mala pasada.
Amy tuvo un día muy ajetreado. Faltaban solo tres semanas para el Festival de Verano de Saxon´s Folly que tenía lugar la víspera de Navidad, con motivo del inicio de la vendimia. Todo el mundo parecía haberse vuelto histérico. El teléfono no había dejado de sonar en toda la mañana: «Amy, ¿podrías pedir más velas para la ceremonia de los villancicos?», «Amy, ¿te importaría conseguir más folletos?», «Amy, no te olvides de contratar tres carpas para el festival», «Amy, ¡no te lo vas a creer! Kelly Christie acaba de llamar para decir que le gustaría hacer un reportaje del festival para su programa de televisión del día de Navidad».
Llevaba así varias semanas. Dos meses, para ser exactos. Todo el mundo la llamaba para pedirle cosas. Todos menos Heath. El chico malo de los Saxon.
Cerró los ojos. Tal vez fuera mejor así.
–Amy, ¿sabes dónde está Alyssa…? ¿Te encuentras bien, querida?
Abrió los ojos y vio a Megan, la hermana menor de los Saxon, mirándola con cara de preocupación.
–Sí. Lo siento, me has pillado soñando despierta. Creo que ha ido a la ciudad con tu hermano.
–¿Con Joshua?
¿Con quién si no? Joshua era el prometido de Alyssa.
Vio un atisbo de tristeza en los ojos de Megan. Sin duda, debía estar pensando en Roland. Tragó saliva y miró hacia otro lado, tratando de contener las lágrimas.
–Querida, no seas tan dura contigo misma. Date un respiro.
–No, estoy bien. He tenido un día muy atareado, eso es todo. Una floristería de Auckland me llamó con mucha urgencia. Roland había encargado un ramo para mí… y querían saber los colores que había elegido para la boda a fin de poner los lazos a juego.
–¡Oh, Dios mío! –exclamó Megan, llevándose la mano a la boca–. Lo siento mucho, querida.
–Está bien, no es nada.
–No, no está bien. Roland…
–Está muerto. Ya no habrá ninguna boda.
Ella no quería la compasión de nadie. Roland era el hermano adoptivo de Megan y Heath, aunque nadie lo había sabido hasta hacía un mes.
–Amy, lo siento mucho –repitió Megan.
–Yo también. ¿Quién podía imaginarlo?
–Nadie. Todos esperábamos que os casaseis y fuerais felices.
–Creo que tenía catorce años cuando decidí que me casaría algún día con Roland Saxon. Se lo dije cuando cumplí los dieciséis, pero él me contestó que era demasiado joven para él. Así que volví a repetírselo en la fiesta de mi decimoséptimo cumpleaños.
Aquella noche de verano, él la había besado y ella había interpretado aquel beso como una promesa de amor y matrimonio.
Era por entonces demasiado joven. Demasiado idealista.
El teléfono móvil de Megan sonó en ese momento.
–Será mejor que contestes –replicó Amy, sacando un pañuelo para secarse las lágrimas.
Sonó también entonces el teléfono fijo de su mesa.
–Saxon´s Folly Estate & Wines, dígame.
Se trataba de una reserva para un grupo que quería hacer una cata de vinos.
Tomó nota de los datos y colgó.
Cuando Megan terminó de hablar por el móvil, vio que deseaba seguir con la conversación, pero ella no tenía ánimo para ello. Le dirigió una sonrisa y se puso a registrar la reserva.
Cuando alzó la vista, vio que Megan se había ido.
–Estoy preocupada por Amy.
Heath se quedó inmóvil al escuchar la voz de Megan.
Estaba contabilizando las botellas de vino por añadas de la bodega. Llevaban cosechando aquel vino desde que unos monjes españoles plantaron los viñedos hacía casi un siglo.
Miró un instante las letras doradas grabadas en la etiqueta de una botella que tenía enfrente. Luego volvió la cabeza hacia su hermana.
–Todos estamos preocupados.
–La muerte de Roland ha sido un golpe muy duro para todos –replicó Megan.
–Al menos, estamos ahora juntos para compartir el dolor.
–Sí, pero la pobre Amy está tan sola… Se me parte el corazón viéndola. Ella finge que está bien, pero es tan frágil. Lo está pasando muy mal.
Heath se encogió de hombros.
–Papá le sugirió que se tomara un descanso. Y Joshua y yo también. Se tomó dos semanas y cuando volvió estaba aún peor que antes. No sé qué podemos hacer.
Megan se apoyó en la vieja mesa que había servido de escritorio a todos los enólogos que habían trabajado en Saxon´s Folly.
–La boda habría sido dentro dos semanas. Debe estar pensando en ello todo el tiempo.
–Es probable –replicó Heath algo tenso.
Había estado tanto tiempo resistiéndose a aceptar aquella boda de Amy con su hermano que odiaba tener que volver a recordarla.
–Necesita mantenerse ocupada.
–¿Para qué?
–Para no seguir pensando en la muerte de Roland. Voy a tratar de que participe más activamente en los preparativos del festival –dijo Megan, muy amiga de organizar la vida de los demás–. Ella iba en el coche con él. Aún debe tener pesadillas por la noche.
Heath trató de apartar aquel trágico recuerdo de su mente. Deseaba olvidar aquella noche infausta en que su hermano murió.
Por eso, se puso a considerar la idea de su hermana. El Festival de Verano de Saxon´s Folly tendría lugar la víspera de Navidad. Una época con mucho trabajo. En las ediciones anteriores, Roland y Megan se habían hecho cargo de la mayor parte de la organización. Roland como director de marketing y Megan como relaciones públicas. Desde la muerte de Roland, Megan había estado asumiendo más la función de marketing, dejando la de relaciones públicas en manos de Alyssa Blake, la prometida de Joshua. Estaba seguro de que Amy acogería con entusiasmo la idea de colaborar más activamente en la organización del festival.
–No me parece mala idea –dijo él finalmente–, pero el festival no va a reemplazar a la boda.
–Lo sé, Heath.
–Tiene que asumir la realidad. Roland ya no estará nunca más entre nosotros.
Heath giró la cabeza y dio media vuelta a una botella de los estantes.
–Ella lo sabe perfectamente –replicó Megan–. Por eso, se siente tan perdida y desolada–. Tal vez tú podrías hablar con ella, Heath.
No. Él no quería hablar con Amy. Y dudaba mucho que ella quisiera escucharlo. Además, ya había hecho bastante daño a todos.
Dejó la botella en su sitio y se acercó a la mesa en la que Megan estaba apoyada. Se dejó caer en una silla y apoyó los codos en el escritorio.
–No –respondió él con firmeza.
–¿Te has peleado con ella? –preguntó Megan extrañada.
–¿Peleado? –exclamó él con el ceño fruncido–. ¿Por quién me tomas?
–Pensé que podría ser tu idea de una terapia de choque.
–¿Una terapia de choque? De ninguna manera.
Megan tomó un ejemplar del catálogos de vinos que mandaban a sus clientes VIP y pasó las hojas distraídamente.
–Está bien, me he equivocado. Me pareció que habías estado tratando de evitarla estas últimas semanas. Pensaba que erais amigos.
Desde el funeral de Roland, Amy había rechazado todos sus intentos de acercarse a ella. Hasta que, finalmente, se había dado por vencido.
–No exactamente.
Desde que Amy había cumplido los dieciséis años, lo que él sentía por ella no era amistad. Era algo mucho más peligroso.
–Supongo que después de lo que hiciste por ella…
–¿Qué he hecho yo por ella?
–Compraste la viña que su padre dejó casi en la ruina –respondió, dejando el catálogo en la mesa.
–Yo no hice eso por Amy. ¿De dónde has sacado esa idea? Lo hice por mí mismo. Cuando descubrí que Saxon´s Folly no era lo bastante grande para papá y para mí, comprendí que solo me quedaban dos opciones: trabajar para otra persona o montar mi propio negocio.
–¿Pero por qué Chosen Valley? ¿No te diste cuenta de la afrenta que eso podía suponer para nuestro padre?
–Fue una buena decisión.
–Pero podrías haber…
–Déjalo, Megan.
–Le conseguiste un trabajo a Amy aquí en Saxon´s Folly.
–¿Y qué? –replicó él, encogiéndose de hombros–. También lo conseguí para Caitlyn. Tal vez mi vocación frustrada sea la de gestor de recursos humanos.
Megan se echó a reír.
–¿Tú? ¿De recursos humanos? Eres demasiado blandengue para eso. Lo único que harías sería ayudar a la gente aun en contra de los intereses de la empresa. Conseguiste ese trabajo para Amy porque te daba pena, porque, habiendo estado tan mimada por su padre, no tenía conocimientos ni…
–¡Basta ya, Megan! –exclamó Heath, aliviado, sin embargo, de que su hermana pensara que había hecho aquello por altruismo y no por motivos personales.
–Está bien, dejémoslo así –replicó ella con una mirada de triunfo.
Cuando Megan se marchó, él se quedó pensativo. Si su hermana se había dado cuenta de que estaba evitando a Amy, los demás también podrían haberlo notado. Lo último que deseaba era preguntas incómodas. Tenía que hacer las paces con Amy. Y cuanto antes, mejor.
Amy lo vio llegar. Bajó la cabeza y se dedicó a introducir una larga lista de cifras de ventas en el ordenador. Cuando Heath se detuvo delante de su mesa, sintió una gran agitación en el pecho.
–¡Heath! ¡Qué sorpresa! –exclamó sonrojada.
Presentía que sus disimulos no le habían engañado.
Vio la imponente figura de Heath. Era alto y con el pelo bastante oscuro en comparación con el de Roland, que era casi pelirrojo. Tenía unos ojos negros inescrutables. La camiseta negra y los pantalones vaqueros igualmente negros contribuían a subrayar aún más su aspecto inquietante.
De adolescente había estado siempre metido en todo tipo de peleas. No en vano le llamaban Black Saxon. Pero siempre había sido muy amable con ella. Había sido un rebelde. Se había enfrentado con su padre, desafiando su autoridad. Su familia se sintió aliviada cuando se fue a la universidad. Ella había oído historias de sus novatadas y sus fiestas salvajes, pero lo encontró muy cambiado al regresar. Había madurado. Durante un tiempo, llegó a considerarlo uno de sus mejores amigos.
Pero en algún momento, algo se torció en su relación. Se volvió más reservado e introvertido. Y cuando el negocio de las viñas de su padre estuvo a punto de quebrar, Heath se apresuró a comprarlas por cuatro perras. Tal vez, sintiéndose culpable, le había buscado un trabajo en Saxon´s Folly… cerca de Roland.
Pero su amistad pareció romperse definitivamente después de la noche de la muerte de Roland.
Era un hombre inescrutable para ella. Fue incapaz de conocer sus sentimientos cuando se descubrió que Roland era su hermano adoptivo o cuando él se enteró de la llegada de su hermanastro Rafaelo el mes anterior.
Amy miró a Heath. Se sentía incómoda ante su presencia. Trató de remediarlo.
–¿Crees que Caitlyn será feliz con Rafaelo?
–¿Por qué no iba a serlo?
–No sé… Pensé que entre Caitlyn y tú había algo.
–¿Entre Caitlyn y yo? –dijo él, soltando una carcajada.
–Ella regresó de la universidad contigo –respondió Amy, con la mirada puesta en el teclado del ordenador.
–Sí, ayudé a Caitlyn. Todo el mundo sabía que era un chica inteligente que podía llegar muy lejos. Le hablé de ella a mi padre y por un vez me escuchó. Le ofreció un empleo durante las vacaciones, pero demostró ser tan buena en su trabajo que mi padre no dejó ya que se fuera.
–¿Te molestó que tu padre se convirtiera en su mentor? ¿Que ella ocupara tu puesto como enóloga jefe?
–En absoluto, fui yo quien se lo propuso a mi padre.
–Por lo que dices, siguió tu consejo
–Habría sido un estúpido si no lo hubiera hecho.
Amy alzó la vista para mirarlo a la cara.
–Sí. Siempre la has tenido en mucha estima. Tal vez por eso llegué a pensar que acabarías casándote con ella.
Heath se encogió de hombros en un gesto de indiferencia.
Amy siempre había creído que Caitlyn bebía lo vientos por Heath, pero luego había llegado Rafaelo y se había enamorado del español.
–Bien. Espero que Caitlyn y Rafaelo sean muy felices. ¿Han fijado ya la fecha de la boda?
–El año que viene, creo.
Amy se mordió el labio inferior y volvió a bajar los ojos al teclado.
–¿Amy?
Una lágrima fugaz salpicó la barra espaciadora.
–¡Amy!
Ella inclinó un poco más la cabeza. No quería que Heath la viera llorando.
Demasiado tarde. Él ya había dado la vuelta a la mesa y se había colocado a su lado.
Ella podía escuchar su propia respiración. Estaba temblando. Parecía como si todo el dolor y la emoción que había estado conteniendo estuvieran a punto de estallar. Heath le puso las manos en los hombros. Ella se puso aún más rígida y tragó saliva tratando deshacer el nudo que tenía en la garganta.
Él la agarró de los hombros haciendo girar la silla en redondo. Amy alzó la vista, vio su expresión atormentada y se apresuró a cerrar los ojos con toda la fuerza de que fue capaz. Pero no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas.
Escuchó un frufrú de tela como si él se estuviera inclinando hacia ella, pero no se atrevió a abrir los ojos. Luego sintió las manos de Heath levantándola de la silla. Se quedó sin aliento al sentir el contacto. De repente, se vio sentada en sus muslos. Él estaba arrodillado a su lado. La falda se le había subido varios centímetros por encima de las rodillas.
Trató de estirarla, pero la tela no daba de sí en la posición en la que estaba.
Heath la estrechó en sus brazos, atrayéndola con fuerza contra su pecho cálido y masculino. Olía a esencia de limón. Ella emitió un gemido y hundió la cara en la pechera de su camisa.
–Sé que lo amaste durante mucho tiempo. Debes sentir ahora un gran vacío.
Ella miró a Heath entre sollozos. Deseaba pedirle que la soltara, pero le faltaban las fuerzas. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas.
–Llora todo lo que quieras, Amy. Te hará bien.
Ella no podía soportar que la viera así. Él siempre estaba tan seguro de sí mismo… Ya no era el chico impulsivo y pendenciero de antaño. Había madurado. Ella, en cambio, había sufrido el proceso inverso. Había pasado de ser la chica buena que hacía siempre todo lo correcto a una mujer que parecía haber perdido el norte y el control de su vida.
Heath permanecía callado, inmóvil, abrazado a ella.
Amy, haciendo un esfuerzo de voluntad, se apartó de él.
Vio entonces avergonzada una mancha en la camiseta negra de Heath, en el lugar sobre el que ella había estado lloriqueando como un bebé.
Tomó un pañuelo de un cajón de la mesa para limpiársela. Pero luego lo pensó mejor. No se sentía con fuerzas para… tocarlo.
Se apartó de él unos centímetros.
–Lo siento mucho. No sé que me pasa, pero no consigo dejar de llorar.
Él alargó la mano hacia ella.
–Has tenido un mal día y yo tampoco he hecho mucho para…
Ella se incorporó, pero tropezó con la silla. El techo y las paredes parecieron comenzar a dar vueltas a su alrededor, como si se estuviera produciendo un terremoto.
–Heath, no me siento bien.
Le flaqueaban las piernas y la vista se le nublaba. Vio a Heath de forma borrosa acercándose a ella. Luego todo se volvió oscuro.
Heath llamó a un médico y luego la llevó a su casa en su flamante Lamborghini.
Subió las escaleras con ella en brazos, ante la cara de sorpresa del ama de llaves, y se dirigió a la habitación de invitados.
Era la casa donde había nacido y se había criado. Amy contempló la habitación con nostalgia. La última vez que había estado allí tenía las paredes de un color azul pálido desvaído. Heath debía haberlo renovado todo. Ahora tenía un papel de rayas muy elegante de color marfil y azul.
Heath dejó a Amy suavemente sobre la cama, descorrió las cortinas y abrió las ventanas de par en par para que entrara el aire fresco del campo.
–Ya estoy bien –dijo ella cuando él se volvió–. No necesito ningún médico.
–Llamé al doctor Shortt cuando te desmayaste. No creo que tarde ya mucho en llegar.
–¿El doctor Shortt? Hace años que no me ve. Creo que la última vez fue cuando tuve la varicela.
Eso había sido a los diez años de la muerte de su madre. Recordaba que su padre se había puesto muy nervioso. Ella tenía entonces quince años. Demasiado mayor para contraer la varicela.
–¿Quién es tu médico ahora? Lo llamaré si quieres. Aunque el doctor Shortt lo ha dejado todo para venir a verte.
Estaban en esas, cuando el doctor Shortt entró en la habitación con un maletín de cuero negro. Amy lo encontró igual que la última vez. Solo tenía algunos kilos de más y unas cuantas canas en las sienes.
–Amy, pequeña, ¿qué tal estamos? –dijo el doctor Shortt a modo de saludo como si ella fuera aún una niña, y luego añadió, dirigiéndose a Heath–: Siento no haber podido estar el mes pasado en el funeral de tu hermano. Tuve una urgencia.
Heath asintió con la cabeza y el doctor Shortt volvió a fijar la atención en Amy.
–Debe haber resultado muy duro para ti, querida.
–Sí –respondió ella, sin poder reprimir las lágrimas.
–Bien, vamos a ver qué te pasa –dijo el doctor Shortt, mirando de reojo hacia la ventana donde estaba Heath–. Bajaremos en seguida.
–Heath, puedes volver a tu trabajo –replicó Amy con voz temblorosa.
–No, prefiero quedarme.
–No, aquí no.
Ella no deseaba que él estuviera presente mientras el médico la examinaba.
–Está bien, esperaré fuera.
Cuando salió por la puerta, Amy se dejó caer sobre la almohada con un suspiro de alivio.
El doctor Shortt la miró fijamente con ojos escrutadores.
–Y ahora dime, ¿cómo estás?
–Desolada –respondió ella con una leve sonrisa–. Era lo esperable tras la muerte de Roland, ¿no?
El médico emitió un pequeño gruñido y sacó un termómetro del maletín.
–¿Duermes bien?
Ella se incorporó en la cama e inclinó la cabeza para que pudiera tomarle la temperatura en el oído.
–Los primeros días, apenas conciliaba el sueño. Pero este último mes me encuentro muy cansada a todas horas.
Shortt soltó otro gruñido, miró el termómetro e hizo unos cuantos garabatos en su libreta.
–El joven Saxon me dijo que te desmayaste.
El joven Saxon. Amy sonrió al volver a escuchar esa expresión.
–No fue nada. Me puse de pie bruscamente y sentí una especie de mareo.
Ahora el doctor Shortt no emitió ningún gruñido cuando sacó el manguito de medir la tensión arterial y se lo ajustó alrededor del brazo mientras apretaba la pera.
–Umm. Algo baja –dijo el médico al cabo de unos segundos.
–¿Tengo algo malo? –replicó ella.
–Deja que te examine.
Los siguientes quince minutos se le hicieron a Amy una eternidad.
El doctor Shortt le hizo ir luego al baño para tomar una muestra de orina y analizarla.
Al cabo de un par de minutos, la miró fijamente con cara de circunstancias.
–No tienes nada, Amy. Solo estás embarazada.
–¿Cómo? No es posible –dijo ella asustada–. ¿Está seguro?
–Ese cansancio, esa fatiga, esos mareos, esa bajada de tensión… son síntomas muy claros.
–¡Dios mío! –exclamó ella, tapándose la cara con las manos–. ¿Y qué voy a hacer ahora?
El doctor Shortt le preguntó cuándo había tenido la última regla.
–El último mes no me vino y la anterior fue algo irregular. Pero pensé que sería por el estrés.
–Habrá que hacerte una ecografía. Eso nos dará una idea más exacta del estado de tu embarazo.
Amy dejó caer las manos y se mordió el labio inferior.
–Sé muy bien desde cuándo estoy embarazada.
–En todo caso, debemos confirmarlo. ¿Pensabais Roland y tú tener hijos?
–Algún día. Una vez que estuviéramos casados.
Pero no ahora. Ella no había previsto ser una madre soltera. Eso no era su forma de hacer las cosas. Los bebés debían llegar en el seno del matrimonio. Cuando fuera la señora Wright. ¿Qué raro le sonaba eso ahora? Sintió deseos de llorar de nuevo. Su vida se había trastocado por completo.
–Te aconsejo que vayas a ver a una asistenta social –dijo el doctor Shortt, dándole una tarjeta de visita–. Si te sirve de consuelo, querida, después de tantos años de médico, aún considero un milagro la concepción de un bebé.
Amy se guardó la tarjeta en el bolsillo, sin poder salir aún de su asombro. ¿Cómo iba a dar a Kay y a Phillip Saxon la noticia de que ella, la novia perfecta que nunca había dado un paso en falso, estaba a punto de darles su primer nieto? Un hijo ilegítimo, fuera del matrimonio.
Heath estaba dando vueltas por el vestíbulo cuando Amy y el doctor Shortt salieron del cuarto de invitados. Se detuvo en seco al ver la palidez de Amy.
–¿Qué ocurre?
–Amy te lo dirá –replicó el médico muy sereno.
–¿Qué pasa? –preguntó Heath con cara de preocupación al ver que ella desviaba la mirada, y luego añadió, viendo que Shortt bajaba las escaleras con intención de marcharse sin esperar al té que le había prometido–: Gracias por venir, doctor.
–Vamos al cuarto de estar. Josie ha preparado el té. Tomaremos una taza y me lo contarás todo.
Bajaron las escaleras y entraron en el cuarto de estar. Ella se sentó en un sillón y Heath le sirvió una taza de té.
–El doctor Shortt no parecía muy preocupado.
–No, él lo considera un milagro.
–¿De qué milagro estás hablando, Amy?
–Estoy embarazada, Heath.
Por un instante, el rostro de Heath pareció iluminarse por un rayo de alegría y esperanza.
–¿Embarazada? ¿Estás segura?
–Sí. De tres meses. Ese es el milagro. Un milagro no deseado.
¡Embarazada! ¡Y de tres meses!, se dijo él para sí, emocionado. Pero luego recapacitó.
–¿Piensas abortar? ¿No quieres tener el bebé de Roland?
Amy abrió los ojos como platos.
–¿Cómo te atreves a pensar una cosa así de mí?
Heath recordó demasiado tarde que Amy tenía una visión muy clásica y romántica de la familia. Nada de bebés fuera del matrimonio. Ella deseaba una boda con vestido blanco, damas de honor y anillos sobre cojines de terciopelo. La idea de un aborto no podía caber en su mente.
–Lo siento. ¿Te has enfadado conmigo?
–Sí. No. No lo sé –dijo ella, bajando la cabeza entre sollozos.
Heath se acercó al sillón y se arrodilló a su lado.
–No –exclamó ella, tapándose la cara con las manos–. Aléjate de mí.
–¿Puedo saber por qué estás enojada conmigo?
Ella retiró las manos y frunció los labios, mirándolo fijamente.
Heath contempló aquella boca, aquel capullo de rosa que había sido objeto de su fantasías más secretas.
–No quiero hablar de ello –dijo ella, cruzando los brazos y haciéndose un ovillo como si quisiera desaparecer de su vista.
–Amy, tenemos que hablar. No podemos dejar que esto…
–Déjame –respondió ella, poniéndose de pie–. Quiero volver de nuevo a mi trabajo en Saxon´s Folly.
–No lo permitiré.
–Tú no puedes…
–Por supuesto que puedo –dijo él con los dientes apretados.
–¿Piensas acaso retenerme por la fuerza? –exclamó ella con las mejillas encendidas.
–¡Por el amor de Dios, Amy! Sabes que nunca haría una cosa así. Solo quería decir que no puedo llevarte al trabajo en el estado en que estás… hasta que no te hayas recuperado.
–Está bien. Volveré andando entonces.
–¡Ni se te ocurra! No me importa si te enfadas conmigo, pero no voy a consentir que vuelvas hoy al trabajo. Debes descansar. Tómate el té mientras voy a decirle a Josie que prepare la habitación de invitados para ti. Me quedaré contigo esta noche.
–¡Eso es absurdo! –dijo ella, dirigiéndose muy decidida hacia la puerta–. Me voy a trabajar. Estoy embarazada, no enferma.
Heath la agarró del brazo cuando tenía ya la mano en el picaporte y se puso a forcejar con ella.
–Así que te crees ahora una experta, ¿no? ¿Qué sabes tú de embarazos?
Ella volvió la cabeza y él se encontró con sus ojos ámbar mirándolo como un animal desesperado apresado en una trampa. Su expresión de vulnerabilidad le llegó al alma.
–No te preocupes por mí. Este es mi problema, no el tuyo. Seguiré las indicaciones del doctor Shortt. Me haré un escáner y un estudio prenatal. Tomaré vitaminas y aprenderé todo lo que necesite saber… Déjame, Heath. Ya se me han pasado los mareos.
Ella tenía razón, se dijo él. No era problema suyo que estuviera embarazada de su hermano. No tenía por qué entrometerse en su vida.
Se echó a un lado, dejándole la puerta franca.
–Me alegra oír que vas a ser sensata.
–Y a mí me alegra que hayas comprendido que no pienso quedarme aquí de ninguna de las maneras. Si no quieres llevarme al trabajo, llévame a casa entonces.
–Esta ha sido tu casa durante muchos años. ¿Por qué no…?
–No. Para mí, esta ya no es mi casa.
Ella había nacido y se había criado allí, pero Chosen Valley pertenecía ahora a Heath. Él había reformado todas las habitaciones. Todo estaba distinto. Cambiado. Aunque parecía seguir conservando su clima cálido y cogedor. El viejo caballito de madera con el que había jugado de niña aún seguía allí en un rincón de la habitación. Se imaginó por un instante a su hijo balanceándose en él. Se tocó el vientre y sintió un amarga sensación.
–Amy…
Ella fijó la mirada de nuevo en Heath.
–No quiero que le digas a nadie que estoy embarazada.
–¿Por qué demonios…?
–No digas palabrotas. A tu madre no le gustaría –dijo ella, dándose cuenta en seguida de lo ridículo que sonaban sus palabras–. Aún no estoy preparada para afrontar esta situación –añadió.
–Amy, esto no es tan malo. Como te dijo el doctor Shortt, realmente es un milagro.
–No, es algo terrible. Es lo último que hubiera deseado. Prométeme no decírselo a nadie.
–Mis padres estarán encantados de saber que estás embarazada de Roland y que van a tener un nieto.
Ella lo miró fijamente. Él no podía comprender la confusión, la desesperación y la vergüenza que se agitaba dentro de ella. Nadie podría.
–Roland está muerto. Esto que llevo dentro es una parte de mí misma. Es mi bebé… Por favor, Heath, prométemelo.
Él levantó las manos en señal de rendición.
–Está bien, está bien, si tanto te preocupa, te prometo que no se lo diré a nadie.
–Llévame a mi casa, por favor.
Aborto. De nuevo volvía a oír esa palabra.
Amy miró a la persona que la había pronunciado. Carol Carter, la asistenta social, era una mujer regordeta de mediana edad con el pelo negro corto y unos ojos amables que parecían haberlo visto todo en la vida. Nada más entrar, Amy le había dicho que se sentía culpable por estar embarazada fuera del matrimonio y que eso iba en contra de sus principios. La serenidad con que la asistencia social le había dado aquel consejo la había horrorizado.
Por un momento, deseó tener a alguien a su lado. Roland. Megan. Necesitaba una mano a la que agarrarse. Pero Roland ya no estaba y Megan se había ido esa mañana a Australia por un par de días.
–¡No puedo hacerlo!
–Tiene que pensarlo bien antes de tomar una decisión, ahora que todavía estamos a tiempo.
–¿No es ya demasiado tarde para… ? –preguntó Amy.
Carol volvió a examinar el informe del doctor Shortt que Amy le había llevado.
–No debería haber ningún riesgo para usted si el procedimiento se lleva a cabo dentro del próximo mes.
–No, no puedo hacerlo.
–El feto se está acercando al final del primer trimestre.
El feto. Sí. Así era como debía llamarlo.
–También podría tener el bebé y darlo luego en adopción –añadió Carol, mirándola por encima de las gafas–. Le aconsejo que considere esta opción seriamente. Podría dar una gran satisfacción a una pareja que esté deseando tener un bebé.
Eso la hizo sentirse aún peor. Ella no quería estar embarazada. Y, sin embargo, en algún lugar podía haber otra mujer deseando desesperadamente un bebé.
Las lágrimas volvieron a brotarle.
–Piense en ello –dijo Carol–. Teniendo en cuenta su situación y cómo se sentiría siendo una madre soltera, podría ser lo mejor para el niño. Hágame llegar su decisión cuanto antes.
¡Lo mejor para el niño!
Amy se quedó desconcertada, mirando a Carol. ¿Podía ser capaz de renunciar a su bebé aunque fuera lo mejor para él? Había sido un trauma para ella enterarse de que estaba embarazada, pero ahora estaba empezando a aceptarlo.
Heath la estaba esperando cuando salió del despacho de la asistenta social.
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella.
–Vi tu cita en el ordenador y pensé que podrías necesitar mi ayuda.
–¿Así que has estado espiándome?
Heath levantó una mano y se acercó a ella. Amy pensó que iba a tocarla, pero luego bajó el brazo.
–No, pero me preocupé cuando no fuiste a trabajar esta mañana. Mi padre me dijo tenías una cita con el médico, pero yo sabía que habías estado ayer con el doctor Shortt y me inquieté al saber que habías concertado otra cita.
–No quería que nadie supiera que iba a venir a ver a una asistenta social. No quiero que nadie pueda pensar que pretendo desprenderme de…
–Amy…
Pareció como si quisiera decir algo más, pero se limitó a pasarle un brazo por el hombro atrayéndola hacia sí.
Ella se puso tensa y él, al percibirlo, suspiró contrariado y retiró el brazo.
–Ven, te llevaré al trabajo.
–No hace falta que te molestes. He dejado el coche aparcado aquí mismo.
–No creo estés en condiciones de conducir. Le diré a alguno de los operarios de la bodega que se pase a recogerlo.
–Puede que tengas razón –admitió ella.
–¿Acaso no la tengo siempre? –exclamó él en tono burlón.
Amy se dio cuenta de que solo estaba bromeando para levantarle el ánimo. Pero no estaba de humor para reírse. La decisión que tenía que tomar pesaba sobre ella como una losa. Era una decisión que no solo le afectaba a ella.
Heath no la llevó directamente a Saxon´s Folly, sino que se dirigió al centro de la ciudad y detuvo el coche junto a una cafetería muy popular.
Amy se puso tensa al darse cuenta de sus intenciones. Heath temió que iniciara una nueva discusión, pero se sintió aliviado cuando accedió a entrar y sentarse con él en una mesa.
–Tomaré un té. Un té verde.
Heath frunció el ceño. El establecimiento estaba lleno y había un griterío que llegaba hasta ellos mezclado con el aroma irresistible del café.
–Hay aquí demasiada gente. ¿Prefieres ir a otro lugar más tranquilo?
–No deseo ir a ninguna parte contigo. Pensé que ibas a llevarme a Saxon´s Folly.
–Quiero hablar contigo antes.
–¿Hablar? ¿De qué?
–Del bebé.
Heath esperó un instante, convencido de que iría a decirle que eso no era asunto suyo. Pero ella permaneció en silencio, y él aprovechó la oportunidad para mirarla detenidamente. Ya no estaba tan pálida como el día anterior. Tenía un aspecto más saludable. Su piel parecía de nácar y su pelo tenía un brillo de terciopelo. Nunca la había visto tan hermosa e… inalcanzable.
–¿Por qué me miras así?
–¿Cómo?
–Como si fuera un insecto bajo el microscopio.
Él se echó a reír.
–¡Un insecto! ¡Qué disparate! Solo estaba pensando lo guapa que estás.
Ella se sonrojó.
Heath decidió cambiar de conservación.
–¿Te produce náuseas el olor del café?
–No he notado nada hasta ahora. Ni siquiera he tenido esos antojos de los que habla la gente.
–Me alegro de que no sientas mareos matinales ni tengas… antojos molestos.
–Soy una estúpida –dijo ella–. ¿Cómo no me habré dado cuenta antes?
Heath apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia adelante.
–Has tenido demasiadas cosas de las que ocuparte últimamente.
Heath se reclinó hacia atrás en la silla y observó como Amy jugueteaba nerviosamente con el sobre de azúcar en las manos. Siempre la había visto como una chica frágil y menuda. Había asistido de niña a clases de ballet, y se le notaba en la forma de moverse. Parecía que andaba sin apenas tocar el suelo. Sus dedos eran delicados Tenía las uñas pintadas de un color rosa suave. Llevaba el pelo corto muy bien peinado, dejando ver unos pendientes de oro.
Era la mujer más delicada y femenina que había conocido. Y si Roland no hubiera muerto, sería ahora la señora de Roland Saxon.
Ella alzó la vista pero fue incapaz de leer sus sentimientos. Heath tenía mucha práctica ocultándolos.
–Se me olvidaba decirte que tu madre me llamó ayer por la mañana antes de que me desmayara.
La madre de Heath había descubierto que, al poco de casarse, su esposo, el padre de Heath, había tenido una aventura de la que había resultado un niño, Rafaelo, el hermanastro de Heath. Resentida por la traición de su marido, se había ido de casa para pasar una semana en Australia con su hermano y nadie sabía cuándo volvería.
–¿Dónde estaba yo cuando llamó?
–No me preguntó por ninguno de vosotros. Quería hablar con Phillip, pero no pude localizarlo. Dijo que volvería a llamar y me pidió que no se lo dijera.
–¿Y se lo dijiste?
–No. Le prometí no hacerlo y siempre cumplo mis promesas.
–No te preocupes, yo tampoco se lo diré. Ha sido un golpe muy duro para mi madre.
Los últimos dos meses habían sido horribles para todos. La muerte de Roland en un accidente de tráfico, la llegada de Rafaelo y el anuncio sorprendente de que él era el hijo ilegítimo de Phillip. Heath había perdido a un hermano, pero había ganado a otro. Lo peor había sido para Amy. Ella había perdido al amor de su vida.
–No sé cómo puede soportar que tu padre le haya engañado con otra mujer. Debió ser terrible para ella descubrirlo.
Heath se quedó mirándola fijamente tratando de desentrañar sus pensamientos. ¿Sabría ella que a Roland le gustaba flirtear con otras mujeres?
–¿Ocurre algo? –preguntó ella, al ver su mirada expectante.
«No, no sabía nada», se dijo él. Con mucha delicadeza, colocó una mano sobre la suya.
–Quiero que sepas que yo tampoco rompo nunca una promesa. No le contaré a nadie lo de tu bebé.
–No lo llames así.
–¿Cómo? –replicó él, inclinándose hacia adelante.
–«Tu bebé» –dijo ella con voz temblorosa–. No quiero que lo llames así.
–¿Por qué no? Es tu bebé.
–Pero no quiero pensar en él de esa manera –replicó ella con lágrimas en los ojos–. Aún no. No quiero ligarme a su vida hasta que decida lo que voy a hacer.
Heath le apretó la mano afectuosamente.
–La asistenta social me aconsejó que considerara seriamente la opción del aborto –dijo ella con la voz quebrada.
–¿Y qué le dijiste?
–Lo mismo que a ti. Que no podía hacerlo. Llegó a proponerme la posibilidad de… darlo en adopción.
–¿Y?
–No lo sé. Estoy confundida.
Heath vio su mirada desolada.
Le acarició el dorso de la mano con los dedos.
–No tienes por qué hacer nada que no quieras. Habrá un montón de gente dispuesta a ayudarte con el bebé. No estarás sola.
–¿Qué voy a hacer, Heath? –dijo ella, apartando la mano–. En circunstancias normales, nunca consideraría la posibilidad de renunciar a mi bebé, pero no estoy casada.
–Eso no importa…
–A mí, sí. No puedo olvidar que Roland era adoptado, y fíjate la alegría que llevó a tus padres. Si no hubieran tenido hijos, Roland habría sido su único motivo de felicidad. Este bebé podría colmar las ilusiones de otra pareja.
Heath sintió una intensa desazón. Si las cosas hubieran sido diferentes, el bebé podría haber sido suyo. Sabía que su madre estaría encantada de tener un hijo de Roland. Sería como una continuación de él. Le ayudaría a soportar su pérdida.
Pero no deseaba usar ese argumento para chantajear a Amy. Tenía que contentarse con lo que ella decidiera, con independencia de lo que su familia pudiera desear. Tendría que apoyar su decisión, cualquiera que fuera. Para él, Amy siempre sería lo primero.
–Amy, debes hacer lo que consideres más correcto.
–Ya he cometido bastante errores. Nunca tuve la intención de traer un hijo al mundo sin un marido… sin un padre. No podría soportar las miradas capciosas, los rumores –dijo ella tapándose la cara con las manos–. Supongo que debo parecerte algo convencional.
–Te equivocas.
Todos los que conocían a Amy sabían que se había pasado la vida tratando de hacer lo correcto. Siempre se había portado muy bien en el escuela y en el instituto. Tanto con los profesores como con sus compañeras. A los dieciséis años, llevaba ya la casa de su padre.
Y ahora encontraba incluso tiempo para colaborar en organizaciones benéficas.
–Tienes que hacer lo que te haga más feliz. Tú eres la que tendrás que vivir el resto de tu vida con la decisión que tomes ahora.
–Eso, lejos de ayudarme, no hace sino crearme más dudas.
–Ven –dijo él, apartando la silla hacia atrás–. Con este griterío no hay forma de hablar. Vamos a dar un paseo.
Para su sorpresa, ella no le discutió su decisión ni le dijo que la llevara a Saxon´s Folly.
Heath dejó unos billetes en la mesa y salieron de la cafetería.
Caminaron en silencio. Cruzaron Marine Parade con un grupo de turistas. Heath sintió la tentación de agarrarle la mano y pasear con ella como una pareja más. En lugar de ello, se dirigió a un pequeño parque desde el que se dominaba una playa de piedras negras y, una vez que estuvieron solos, se volvió hacia ella.
–No debes precipitarte en tomar esa decisión, ni dejarte llevar por razones ajenas a tu voluntad. Si decides dar al bebé en adopción, no lo hagas solo porque Roland fuera adoptado. Tú no puedes saber lo que él habría querido para vuestro hijo.
Amy cruzó la pradera y dirigió la mirada hacia las aguas azules del océano. Sentía una terrible sensación de soledad.
Tras unos instantes, se volvió hacia él con un suspiro.
–Sigo tratando de convencerme de que si lo diera en adopción contribuiría a ver realizados los sueños de otra mujer.
–No debes pensar en lo que podría hacer feliz a otra mujer sino en lo que es mejor para ti. Si yo fuera el padre del bebé, desearía que mi mujer criara a mi hijo y lo compartiera con mi familia después de mi muerte, para que todos disfrutasen de él.
–Yo no estoy casada, Heath. No tengo nada que ofrecer a un hijo.
–Nos tienes a nosotros, a Saxon´s Folly… Y me tienes a mí.
Ella se echó a reír.
–¿A ti? Tú nunca has querido un hijo.
–Estaría siempre a su lado. Si fuera niño, jugaría al fútbol o al críquet con él. Y si fuera niña, vigilaría a todos los chicos que se acercasen a ella. Sé muy bien las intenciones que tienen esos pequeños salvajes –dijo él con una sonrisa.
Ella lo miró atónita. Pero él tuvo la sensación de que estaba llegando a alguna parte. Por fin.
–Pensé que si daba al bebé en adopción a alguna pareja, no tendría que decírselo a nadie –replicó ella, mirándolo de soslayo–. Excepto a ti.
Tenía el pelo revuelto por la brisa del mar. Parecía una sirena recién salida de las aguas.
–Si decides dar en adopción a tu bebé, tendrás que llevar el embarazo hasta el final y no podrás mantenerlo oculto.
–Nadie se enteraría. Me iría a Auckland. Diría a todo el mundo que tenía que irme a trabajar o a estudiar o hacer cualquier cosa. No puedo quedarme aquí. Empezaré allí una nueva vida.
Heath sintió una punzada en el estómago al oír esas palabras. Era algo que no había previsto. Se había acostumbrado a tenerla cerca desde hacía tantos años…
–¿Una nueva vida en Auckland? ¿Por qué quieres huir?
–No puedo quedarme aquí.
–¿Por qué no? Hay muchas mujeres que se quedan embarazadas y tienen hijos fuera del matrimonio. Ahora ya no es como antes. A nadie le importan esas cosas.
–A mí, sí.
Heath tuvo la sensación de que ella había tomado ya una decisión y que, dijera lo que dijera, no conseguiría hacerla cambiar. Se marcharía de todos modos.
Y la perdería. Para siempre.
–Hay otra solución.
–¿De veras? –dijo ella con una sonrisa.
–Podrías casarte conmigo.
Ella se quedó sin aliento. La sonrisa se desvaneció de sus labios.
–¿Casarme contigo?
–¿Tan horrible te parece la proposición? Por favor, dime que no te vas a desmayar de nuevo.
–No, no te preocupes.
Amy se dio la vuelta y se dirigió a la zona donde la hierba daba paso a los guijarros de la playa y se quedó mirando al Pacífico. El agua era increíblemente azul y la brisa húmeda olía a sal y a sol.
–¿Por qué? –preguntó ella, dándose la vuelta y viendo a Heath a su lado.
Se había quitado las gafas de sol y estaba mirándola fijamente. Sintió que se le ponía la carne de gallina. Se frotó los brazos con las manos, como si tuviera frío a pesar del sol que hacía.
–Porque no quieres tener un bebé sin estar casada.
–Ese es mi problema, no el tuyo –replicó ella, entornando los ojos para protegerse de la brillante luz de la bahía de Hawkes.
–Roland era mi hermano. Este será su único hijo.
–Él no esperaría que te sacrificases por su bebé.
–No sería un sacrificio –dijo Heath.
–Por supuesto que sí. Siempre has dicho que nunca te casarías. La última vez, hace unos días, si mal no recuerdo.
–Es cierto. Pero las circunstancias han cambiado desde entonces.
–¿Qué ha cambiado?
–Tú necesitas un marido y…
–¡Yo no necesito ningún marido! –exclamó ella.
–Lo que quería decir es que… necesitas un padre para tu hijo. Nunca serías feliz siendo una madre soltera.
–Tienes razón. En un mundo perfecto, los bebés deben pertenecer a una familia.
Pero su mundo ya no era perfecto. Se había trastocado por una serie de acontecimientos que ella no había podido controlar.
–Entonces, cásate conmigo. Seremos una familia. Será una forma de resolver nuestros problemas.
Amy inclinó la cabeza y lo miró a los ojos detenidamente.
–Mis problemas, tal vez. Tú no tienes ninguno.
–¿Estás segura?
–Eres un hombre de éxito.
–¿Crees que por ser rico y trabajar tanto no tengo problemas?
–No trabajas tanto.
–¡Vaya! Así que solo soy rico… ¿Me consideras acaso un holgazán?
Quizá lo había pensado, se dijo ella. Parecía tener todo lo que deseaba y sin ningún esfuerzo. Éxito, buenas cosechas, mujeres hermosas…
–No, no he dicho eso –replicó ella algo incómoda–. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?
Amy se alejó unos pasos y fue a sentarse en un banco de madera que había frente al mar.
Heath la siguió, se sentó a su lado y apoyó un brazo en el banco por encima de su hombro.
–No, esto se está poniendo interesante. ¿Qué más cosas piensas de mí?
Ella lo miró fijamente como si fuera la primera vez que lo hubiera visto en su vida. Bajo sus pantalones vaqueros y su camisa, se adivinaba un cuerpo atlético y musculoso. Tenía la piel bronceada y unas facciones muy varoniles. Pómulos altos, mandíbula cuadrada y unos ojos llenos de vida. No era de extrañar que las mujeres se fijasen en él.
–Eres encantador y muy atractivo. Gustas a la gente.
–Encantador, atractivo, gustas a la gente… ¿Es esa toda la opinión que te merezco?
–No era mi intención ofenderte.
–No importa. Eres siempre tan amable y tan bien educada… Pero me gustaría saber lo que de verdad piensas de mí. He trabajado muy duro para sacar adelante el viñedo que tu padre dejó casi en la ruina. He estado noche y día plantando miles de nuevas viñas, la mayoría con mis propias manos. ¿Qué es lo que creías que había estado haciendo estos meses?
–Sabes muy bien que mi padre nunca me dejó involucrarme en el negocio. De otro modo, la finca no habría estado tan descuidada…
–Estaba en quiebra.
Amy desvió la mirada. Sabía que él tenía razón. Contempló el mar que tenía frente a ella. Estaba en calma. Escuchó el chillido de una gaviota siguiendo a otra a lo largo de la playa. Pero lo único que acudía a su mente era la expresión de indiferencia del director del banco cuando había ido a presentarle su proyecto para abrir un pequeño hostal con el que aliviar las cargas financieras de su padre. El director no le había concedido el préstamo. Le había dicho que se trataba de un negocio poco fiable que necesitaba un avalista que garantizase la inversión.
Entonces Heath se había presentado en el banco con una oferta de compra de Chosen Valley.
–Sabía que no atravesaba una buena situación económica, pero no pensé que fuera tan mala –dijo ella finalmente.
–Pensaste que me aproveché de ello comprándola a precio de saldo, ¿verdad? –exclamó él, arqueando las cejas–. Pues debes saber que pagué por ella más de lo que valía.
–Si hubiera sucedido ahora, habría podido ayudar a mi padre. He aprendido muchas cosas del negocio desde que trabajo en Saxon´s Folly. Gracias a ti, Heath.
–No quiero tu gratitud –replicó él, apretando los puños por detrás de la espalda.
–Lo siento –dijo ella en voz baja.
–Amy, no es contigo con quien estoy enfadado, sino conmigo mismo.
–¿Por qué? Tienes todo lo que cualquiera desearía.
–Causé muchos problemas cuando era joven. Apenas tengo ahora relación con mi padre y sé que eso le hace sufrir a mi madre. Tampoco le demostré ningún afecto a Rafaelo. Pensé que todo era una farsa. Nunca lo reconocí como hermano.
–Podría haber sido un impostor.
–Gracias –dijo él, exhibiendo un atisbo de su diabólica sonrisa–. También fui siempre demasiado crítico con Roland.
Amy siguió con la mirada puesta en el Pacífico mientras Heath desgranaba el catálogo de sus pecados.
–Tal vez se lo merecía.
–Por eso, necesitas casarte conmigo. Cuando me fui de casa y compré Chosen Valley, mi padre se puso furioso. Me dijo una cosas terribles. Entre ellas, que nunca me perdonaría haber entrado en competencia con él y que no se me ocurriera volver nunca por Saxon´s Folly.
–Pero volviste.
–Por Caitlyn, no porque él me lo pidiera. Y porque Joshua le convenció de que era lo más sensato de momento.
–¿Piensas quedarte?
–Sí. Después de todo lo que ha pasado estos últimos meses, sé que no hay nada seguro en la vida. Quiero cerrar la brecha que tengo abierta con mi padre.
–Lo comprendo. ¿Significa eso que vas a vender Chosen Valley?
Él negó con la cabeza.
–Chosen Valley es ahora mi casa. Puedo trabajar como enólogo en ambos viñedos.
–¿No habrá un conflicto de intereses?
–No, cada viña cultiva una variedad diferente de uva. Yo me estoy centrando más en la cabernet sauvignon. Pero necesito que me ayudes a convencer a mi padre de que he vuelto con intención de quedarme. Mis padres te adoran. Eres su ahijada favorita. Y eso que tienen varias.
Ella sonrió abiertamente. Parecía estar recobrando su alegría natural.
–Es solo porque Kay y mi madre fueron siempre muy amigas. Y además porque, de niña, vivía muy cerca de vuestra casa y me veían a todas horas.
–No es solo eso. Tú eres parte de la familia.
–No sabes lo que me agrada oírte eso. Pero me preocupa lo que puedan pensar de mí cuando sepan que…
–¿Te acostaste con Roland antes de la boda?
Ella bajó la cabeza y su sonrisa se desvaneció.
–Vamos, Amy, con todas las cosas que han salido a relucir últimamente en mi familia, no creo que nadie esté en situación de tirar la primera piedra. Además, ya sabes lo mucho que te quieren mis padres.
La forma tan enternecedora con que Heath la miraba le hacía sentirse la mujer más adorada del mundo. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta ahora de lo atractivo que era Heath?
Tal vez porque había estado comprometida con Roland. O porque siempre había tenido a Heath por un chico malo. O tal vez porque había estado demasiado ciega.
Sintió calor en las mejillas, amenazando extenderse por todo su cuerpo.
«¡Basta, Amy!», le dijo una voz interior. «¡Esto es una locura!».
–Yo también quiero mucho a tus padres. Sería muy triste que decidieran separarse.
–Si te casaras conmigo, tal vez la llegada de su nieto les ayudara a reconciliarse.
–Pero se preguntarían por qué motivo querrías casarte conmigo. Pensarían incluso que el bebé podría ser tuyo. No. No podría soportarlo. Sería una gran humillación para mí.
–Si eso es lo que te preocupa, les dejaré bien claro que el bebé es de Roland, no mío –dijo él con aire sombrío.
–¿Harías eso por mí?
Él asintió con la cabeza.
–No me gustaría que pudieran pensar que traicioné a Roland –añadió ella.
–Nadie podría pensar una cosa así de ti, Amy. Siempre has hecho lo correcto en la vida. ¿Quién podría creer que te hubieras acostado con el hermano de tu prometido?
Amy vio la tensión con que él pronunciaba esas palabras. Se levantó del banco bruscamente.
–Solo quiero hacer lo que sea mejor para mi bebé.
–Casarte conmigo es lo mejor que puedes hacer por tu bebé, Amy –dijo Heath levantándose también del banco–. Ya lo verás. Todo el mundo estará encantado de saber que estás embarazada. Tómate todo el tiempo que quieras, pero recuerda, este bebé es un Saxon, y Roland estaba orgulloso de ser un Saxon.
Heath veía en aquel matrimonio la oportunidad de reconciliarse con su familia. Daría a sus padres la ocasión de olvidar sus diferencias y mitigar el dolor por la pérdida de su hijo con la llegada de su primer nieto.
En cuanto a ella, podría tener a su bebé. Un bebé que crecería en Chosen Valley, en la casa donde ella había nacido. Todo era perfecto. Excepto que entre Heath y ella no habría amor.
Casarse con Heath o marcharse a Auckland. Era una decisión difícil.
Amy miró la mesa del enorme salón comedor de los Saxon y sintió acrecentar la desazón que llevaba sintiendo en el estómago los últimos dos días.
En la cabecera estaba sentado Phillip, el padre de Heath. A un lado tenía a Amy y al otro a Alyssa, la novia de Joshua. Joshua estaba sentado a la izquierda de Amy y tenía a Heath enfrente.
Dado que Megan había estado fuera los dos últimos días, los Saxon habían decidido cambiar al viernes su cena habitual de los jueves.
Heath no se había atrevido aún a preguntar a Amy nada sobre su decisión.
Mientras cortaba un trozo de pollo, Amy rehuyó la mirada de Heath, fingiendo sentirse muy interesada por la conversación que mantenían Joshua, Phillip y Alyssa sobre un vino de la bodega Saxon que estaba cosechando muy buenas críticas.
–Heath, casi se me olvidaba decírtelo –dijo Joshua–, he recibido una llamada de la policía esta mañana. Han detenido a Carson.
Carson Smith, como venganza porque habían despedido su hermano Tommy de Saxon´s Folly, había incendiado los establos, agrediendo al vigilante y tratando de abusar sexualmente de Caitlyn.
–¿Lo sabe ya Caitlyn? –preguntó Amy muy impresionada.
–Acabo de llamar a Rafaelo para comunicárselo –respondió Joshua–. Estaba dispuesto a venir a arreglar cuentas con ese tipo, pero le dije que sería mejor que se quedase allí con Caitlyn.
Ese comentario dio lugar a un giro en la conversación y se pusieron a hablar de los vinos y jereces españoles.
Amy prefirió mantenerse al margen. Observó las sillas vacías que había al fondo de la mesa. La de Megan, que aún no había llegado, y la de Roland, que estaba ahora pegada a la pared. Sintió un gran dolor al recordarlo. Había también otros huecos: los de Caitlyn y Rafaelo, que estaban en España. Alyssa ocupaba el asiento de Kay, que se había ido a Australia.
Si no aceptaba la proposición de Heath, también tendría ella que irse muy pronto. No podía seguir demorando su decisión por más tiempo. Esa misma mañana, se había dado cuenta de que el sujetador le apretaba más de lo habitual y que sus pechos habían desarrollado una dolorosa sensibilidad. No tardarían en aparecer los demás signos del embarazo.