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¡Él descubriría todos sus secretos! Joshua Saxon, un millonario arrogante que dirigía una de las mejores bodegas de Nueva Zelanda, creía que Alyssa Blake había sido la amante de su difunto hermano. Sin embargo, la verdadera relación que Alyssa tenía con la familia Saxon era mucho más impactante. Nada más conocerse, Alyssa y Joshua sintieron una fuerte atracción mutua que ninguno pudo negar, pero ¿qué podía albergar el futuro para un hombre y una mujer entre los que había tantos secretos y mentiras?
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Seitenzahl: 158
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Tessa Radley
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
La amante equivocada, n.º 1974 - abril 2014
Título original: Mistaken Mistress
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4277-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
El baile de máscaras que se celebraba cada año en Saxon’s Folly estaba en pleno apogeo cuando Alyssa Blake llegó al camino de entrada.
–Camina derecha –susurró mientras avanzaba entre los Mercedes y Daimler que estaban aparcados–. Que parezca que perteneces a este lugar.
La bodega estaba iluminada y contrastaba con la oscuridad. Estaba ubicada en un edificio victoriano de tres plantas que había sobrevivido a más de un siglo de incendios, inundaciones e incluso al terremoto Hawkes Bay. A medida que se acercaba podía oír la música más alta, pero todavía no podía ver a los invitados.
En lo alto de la escalera de piedra, un hombre vestido de uniforme bloqueaba la puerta doble de madera. Alyssa se detuvo.
¿Era un mayordomo o un guarda de seguridad?
Notó que se le aceleraba el corazón y dudó un instante.
–He perdido mi invitación –practicó la excusa que tenía preparada. Sonaba muy falsa, sobre todo porque nunca había recibido ninguna de las invitaciones azules con repujado en plata que tanto deseaba. Si el guarda se tomaba la molestia de comprobar si estaba invitada, no la encontraría en la lista de invitados.
¿Qué era lo peor que podía suceder? ¿Que el portero, guarda o lo que fuera, no pudiera localizarla en la lista y le pidiera la documentación? Nadie sospecharía de que Alyssa Blake, la destacada escritora de la revista Wine Watch, estaba tratando de colarse en el baile de máscaras de Saxon’s Folly. O al menos, solo sospecharían aquellos que supieran que Joshua Saxon, el director ejecutivo de Saxon’s Folly Wines, odiaba a Alyssa por el artículo que había escrito hacía un par de años.
Existía la posibilidad de que el guarda la dejara entrar sin problema. Llevaba un vestido largo de color rojo y una máscara negra decorada con plumas y lentejuelas, y con ese atuendo era difícil que sospechara de sus intenciones.
Estaba decidida a intentarlo, pero en ese momento se abrió una puerta lateral y salió una pareja riéndose. Antes de que la puerta se cerrara de nuevo, Alyssa se coló en la casa. En el enorme recibidor había unas escaleras y subió al piso de arriba. Una vez allí, se adentró en el mundo de la alta sociedad, donde las mujeres vestían ropa de diseño y revoloteaban como mariposas entre los brazos de hombres vestidos de traje y corbata.
Miró alrededor, intentando encontrar en la sala al hombre por el que se había colado en el baile.
–¿Acaba de llegar?
Ella se fijó en el brillo de los ojos oscuros, que se ocultaban tras una máscara negra.
–Llego un poco tarde –contestó con nerviosismo.
–Más vale tarde que nunca.
–Nunca digas nunca –dijo ella, advirtiéndole con el dedo.
Él se rio.
–Eres una mujer con opiniones muy firmes.
–Y estoy orgullosa de ello.
Su voz le resultaba familiar y era tremendamente sexy. Era un hombre alto, de anchas espaldas y cabello oscuro. A pesar de la máscara, sospechaba que era muy atractivo.
–Baile conmigo –él estiró el brazo con decisión.
Era evidente que aquel hombre no aceptaría un no por respuesta.
–¿Deduzco que su silencio significa que acepta?
Antes de que pudiera contestar, él la rodeó por los hombros y la guio hasta la pista de baile. Ella comenzó a quejarse. No estaba allí para celebrar el crecimiento de las viñas, sino que había ido con un propósito... Y no era el de bailar con aquel hombre sexy y arrogante, pero desconocido. Tampoco quería montar un numerito y que todo el mundo se fijara en ella.
Si Joshua Saxon descubría su presencia la echaría de allí antes de que ella pudiera explicarle los motivos por los que había ido. Lo mejor era que aceptara la invitación y se mezclara entre la multitud para continuar la búsqueda desde la pista de baile.
Permitió que la tomara entre los brazos y que la guiara entre la gente que estaba bailando. Las miradas codiciosas que le dedicaba su pareja hicieron que se planteara si aceptar la invitación había sido buena idea. Lo miró, tratando de imaginar lo que otras mujeres veían en él: una espalda ancha cubierta por un bonito traje y un mentón prominente. Ella lo miró a los ojos a través de la máscara.
–¿Te conozco? –preguntó él.
Ella se quedó pensativa. Si él era miembro de la sociedad vinícola era posible que se hubiesen conocido en alguna cata. También era posible que la hubiera visto alguna de las veces que había aparecido en la televisión, o que hubiera leído la columna que escribía en el periódico The Aucklander o los artículos que escribía en Wine Watch, pero eso no significaba que la conociera.
Ella negó con la cabeza.
–Bueno, disfrutaré al verte la cara cuando nos desenmascaremos a media noche... Es la tradición. ¿Cómo te llamas, mujer silenciosa?
Alyssa dudó un instante al ver que él esbozaba una sonrisa.
–Alice –dijo al fin, empleando el nombre que aparecía en su partida de nacimiento y no el que se había inventado en la adolescencia.
–¿Alice? –sonrió–. ¿Te sientes como si hubieras atravesado el espejo, Alice?
«Si supiera», pensó ella.
–Un poco –confesó en voz baja.
–¿Eso significa que es el primer baile de máscaras al que asistes?
–Sí.
–Eso explica por qué no llevas disfraz.
Ella se fijó en la chaqueta de su traje.
–Tú tampoco llevas disfraz.
Él negó con la cabeza.
–Este año no he tenido tiempo de planearlo –comentó–. A la mayoría de las mujeres les encanta disfrazarse.
–Yo no soy como la mayoría.
Él soltó una risita.
–Todavía tengo más ganas de conocerte cara a cara esta media noche. No te gusta disfrazarte, pero ¿has venido a buscar a tu príncipe encantado, como el resto de cenicientas? –preguntó señalando a las mujeres de alrededor.
–Desde luego que no he venido en busca de un príncipe encantado –se estremeció. Sí que había ido allí buscando a alguien.
–No eres muy conversadora –dijo él, con curiosidad.
–No estoy acostumbrada a toda esta gente.
–Pareces una chica moderna, no alguien que se pone nerviosa cuando hay gente a su alrededor.
Alyssa se fijó en el escote de su vestido color rojo. Debía tener cuidado... Él parecía un hombre astuto. Se le aceleró el corazón. No podía permitirse que la echaran de allí.
–Quizá se deba a tanta excitación. La música, la gente... Un hombre atractivo y enmascarado... –su tono de voz era más dulce que el caramelo. Lo miró y vio que él sonreía después de oír el halago.
–Mientras no estés nerviosa, Alice –susurró él–. Eso no está permitido.
Alyssa se estremeció al sentir su cálida respiración en la oreja y notó que una ola de excitación se apoderaba de ella.
–Estás nerviosa. Tiemblas.
Alyssa no podía recordar cuándo había sido la última vez que un extraño había tenido ese efecto sobre ella. Era más seguro que no dijera nada.
–Eres la mujer más silenciosa que he conocido nunca –comentó él, y la estrechó contra su cuerpo para evitar que otra pareja chocara con ellos.
–No siempre –no cuando no estaba pendiente de cada palabra para no meter la pata. Aquel hombre parecía demasiado seguro de sí mismo y ella no estaba en condiciones de manejarlo.
Esa noche no.
Al ver a un hombre pelirrojo volvió la cabeza y regresó de golpe a la realidad.
¡Roland! No era posible confundirlo. El cabello pelirrojo lo delataba. Estaba bailando con una mujer de cabello oscuro. Los siguió con la mirada y vio que Roland le decía algo a su compañera de baile.
Alyssa había leído que la mujer se llamaba Amy y que era la prometida de Roland. De pronto, ambos dejaron de bailar y se marcharon de la pista.
A Alyssa le entró el pánico. No podía perderlo de vista. No, cuando lo había tenido tan cerca.
–Estoy sedienta. Necesito algo de beber –dijo ella, y se separó de su pareja de baile.
–¿Qué te apetece?
–Ya encontraré algo –dijo Alyssa, al ver que él tenía intención de acompañarla.
No quería que nadie estuviera presente cuando hablara con Roland. Tenía que decirle algo privado y demasiado importante.
–No te preocupes por mí. Estoy segura de que tendrás que ver a otras mujeres, y bailar con ellas.
No le faltarían compañeras de baile. Se movía con la elegancia de un hombre consciente de su atractivo y poderío.
–Ninguna será tan interesante como tú, Alice. ¿Qué quieres beber? Una copa de Saxon’s Folly Sauvignon Blanc? Puedo recomendarte la producción de la última cosecha.
Quizá si le permitía que le consiguiera una copa podría librarse de él.
–Agua, por favor.
Él llamó a un camarero para que se acercara.
–¿Solo quieres agua? –preguntó, y al ver que asentía se volvió hacia el camarero–. Dos botellas de Perrier.
Alyssa hizo un esfuerzo para no buscar a Roland, pero tenía miedo de perderlo si no lo localizaba.
–Tengo que ir al baño. Regresaré enseguida –se adentró entre la multitud.
Miró hacia atrás y vio que dos mujeres habían detenido al hombre alto con el que había bailado y que le besaban con entusiasmo en las mejillas. Él parecía nervioso, pero no la siguió.
Alyssa continuó avanzando en busca del hombre con el que quería hablar.
Sin embargo, Roland y su prometida habían desaparecido.
Alyssa salió a la terraza y se asomó a la barandilla. Abajo en el jardín había dos parejas, pero ninguno de los hombres era pelirrojo. Con el corazón acelerado, atravesó la terraza y bajó por unas escaleras estrechas para entrar de nuevo a la casa por una puerta lateral.
Levantándose la falda del vestido para caminar más deprisa, miró en todas las habitaciones por las que pasaba. Ni rastro de Roland. Debía de haber llevado a su prometida al piso de arriba. Al ver que había una escalera que parecía que llevaba a otra ala de la casa, Alyssa dudó un instante. Los dormitorios debían de estar allí arriba. ¿Y si los interrumpía en un momento íntimo?
Se mordió el labio inferior. Había llegado hasta allí y no podía echarse atrás. Respiró hondo y se dirigió a las escaleras.
De pronto, se abrió una puerta de golpe y salió Amy con el cabello alborotado. Al instante salió Roland con un parche de pirata en la mano.
–Amy, escúchame...
–¿Roland? –Alyssa se acercó a él y le tocó el brazo–. ¿Roland Saxon?
Sabía exactamente quién era pero no pudo evitar pronunciar el nombre que llevaba grabado en la memoria desde hacía años.
Él la miró con impaciencia.
–¿Sí?
–Soy... –se quedó en blanco. Todo lo que había planeado que iba a decirle se le borró de la memoria. ¿Debía decirle que era Alice McKay? Él no había contestado a ninguna de sus cartas. Tampoco a sus mensajes de correo electrónico. Entones, ¿por qué iba a atenderla en esos momentos?
Él miró hacia las escaleras por las que se había marchado Amy, en dirección al salón de baile.
Preocupada por si se marchaba también, Alyssa le tendió la mano y dijo:
–Soy Alyssa Blake. Yo...
Él la miró asombrado.
–La periodista que escribió el artículo que calumniaba a Saxon’s Folly. Sí, sé quién eres. ¿Qué está haciendo aquí? –le dio la mano.
Alyssa estaba temblando. Roland la había tocado. Tenía la piel cálida y tersa. Por fin lo había conocido.
Tratando de recobrar la compostura, dijo:
–Me gustaría entrevistarle para escribir un artículo en la revista Wine Watch.
–¿Y cuál será el tema central del artículo?
–Estoy escribiendo sobre cómo se han creado algunas de las marcas más fuertes de la industria. Y como director de márketing de Saxon’s Folly Wines, me gustaría que hiciera algunos comentarios.
–Señorita Blake, en el pasado no le dedicó muchos elogios a Saxon’s Folly.
–Quizá haya cambiado de opinión.
–No sé...
–Por favor –suplicó–. Será un artículo positivo. Lo prometo.
–¿Y por qué debería creerla? Joshua pensó que iba a hacer un artículo sobre el viñedo. Sin embargo, arremetió contra sus métodos de gestión.
–Joshua Saxon se lo merecía. Es el hombre menos comunicativo que he entrevistado nunca –el hombre se había negado a recibirla en persona y le había dedicado diez minutos exactos de su tiempo para mantener una conversación telefónica. En todo momento, su tono de voz dejaba claro que le estaba haciendo un favor. Un ayudante joven, que llevaba menos de una semana en el trabajo, le había mostrado la bodega. Alyssa le preguntó acerca de su trabajo y descubrió que habían despedido al ayudante bajo circunstancias poco claras. Después de hacer un par de llamadas al antiguo empleado, ella escribió un artículo diferente al que tenía pensado–. Los hechos me llevaron a escribirlo.
–Joshua no pensaba lo mismo.
–Hice mi trabajo.
Él la miró de arriba abajo.
–Vaya trabajo.
–Cuento lo que el público debe saber. Mire, esto no nos lleva a ningún sitio. El artículo que estoy escribiendo ahora es diferente. Incluso podrá ver una copia antes de que lo envíe a la imprenta.
–¿Y a qué se debe ese cambio de idea? ¿Y por qué me lo pregunta aquí, en el baile? ¿Por qué no ha contactado conmigo por teléfono, o por correo electrónico, para pedirme una cita?
–Será una publicidad estupenda para usted, para Saxon’s Folly.
Pero él ya había comenzado a alejarse. Era el momento de darle un ultimátum.
–¿Sí o no? –le preguntó.
–Supongo que sí.
Alyssa supo que había perdido su atención.
–¿Cuándo? Mañana estaré por la zona. ¿Nos vemos en The Grapevine? –sugirió un conocido café de la ciudad.
Él se volvió y asintió. Alyssa sintió que le daba un vuelco el corazón. ¡Por fin! Rápidamente, propuso una hora. Deseaba gritar y levantar un puño al aire. Después de todos esos años...
Sin embargo, sonrió formalmente. Ya tendría tiempo para celebrarlo al día siguiente.
Joshua Saxon tenía el ceño fruncido. La fascinación que sentía por la misteriosa mujer de rojo empezaba a convertirse en una obsesión. Él la había estado esperando con dos botellas de Perrier en la mano, pero ella no había regresado.
O no la había visto.
Se dirigió a la terraza por si ella había pasado de largo y había salido al exterior.
Nada más salir deseó no haberlo hecho. Roland se había quitado la máscara y tenía a Amy atrapada contra la barandilla. Intentaba decirle algo pero ella negaba con la cabeza, diciéndole que se iba a casa.
Joshua se fijó en que las lágrimas le rodaban por las mejillas. Roland contestaba que no se marcharía a ningún sitio.
No era asunto suyo. Ninguno de los dos se lo agradecería si interfería.
En ese momento vio algo de color rojo en el jardín de abajo y se olvidó de los problemas románticos de su hermano. Alice. Bajó corriendo por las escaleras que llevaban al jardín.
–No va a marcharse ya, ¿verdad?
Ella se volvió sorprendida.
–Iba a marcharse –la miró enojado. De pronto, le parecía muy importante saber quién era aquella mujer provocativa. Y dónde podía volver a encontrarla. Pero no podía decírselo.
–No puede irse antes de que nos quitemos las máscaras –miró su Rolex–. Solo quedan tres cuartos de hora. Después empieza la verdadera fiesta.
–Tengo que acostarme temprano.
Joshua estuvo a punto de soltar una carcajada.
–Este baile solo se celebra una vez al año. Hoy no se acostará pronto.
–Mañana tengo un gran día.
–¿Un gran día?
–En el trabajo.
–¿Un domingo?
Ella asintió.
–Algunas personas somos esclavos de nuestros jefes.
Puso una irresistible sonrisa y Joshua sonrió también. No podía imaginar a ningún jefe obligando a trabajar a aquella mujer. Abrió una de las botellas de agua y se la entregó.
–Al menos termínese la bebida que tanto necesitaba.
Ella lo miró sorprendida.
–Uy, gracias.
–¿Quiere un vaso? –Joshua abrió la otra botella.
–No, así está bien.
–Probablemente no iría a buscárselo... no vaya a ser que desaparezca de nuevo –ladeó la cabeza y esperó a que ella respondiera contándole dónde había estado.
Sin embargo, ella dio un sorbo y dijo:
–Mmm, ¡qué buena!
La exclamación hizo que él se fijara en su boca, y en cómo apoyaba los labios en la botella para beber. Una ola de excitación sexual se apoderó de él.
–Baila conmigo –sugirió con brusquedad.
–¿Aquí?
–¿Por qué no? –Joshua se acercó a ella.
Ella no se resistió cuando él le retiró la botella de las manos y la apoyó junto a la suya en una palmera. Ni tampoco cuando él la rodeó por la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí.
Comenzaron a bailar. Ella olía a jazmín mezclado con cananga y Joshua no pudo evitar saborear la mezcla de aromas femeninos que solo el cuerpo de una mujer segura de sí misma, de su sexualidad y de su lugar en el mundo podía desprender.
Un fuerte deseo se apoderó de él y una ola de calor lo invadió por dentro.
Al instante, ella suspiró y se relajó contra su cuerpo. Él le soltó la mano y la rodeó por los hombros. Inclinó la cabeza e inhaló el aroma de su cuello.
–Hueles de maravilla –murmuró.
–Gracias –dijo ella–. Tú también hueles muy bien –soltó una risita.
Joshua dudaba de que ella tuviera el sentido del olfato tan desarrollado como él. Aunque no tenía la misma capacidad olfativa que Heath, su hermano pequeño, también se había criado en Saxon’s Folly rodeado de vino, y eso había provocado que, para él, oler fuera algo tan natural como respirar.
La olisqueó de nuevo.
–Hueles al rocío de la noche y a especias exóticas –notó que a ella se le aceleraba la respiración y la besó en el cuello–. Eres tan suave –murmuró.
–Oh –suspiró ella.
Joshua le mordisqueó el cuello con suavidad y ella arqueó el cuerpo entre sus brazos. Él le acarició la espalda desnuda y sintió que se ponía tensa. Ella no se retiró y, cuando él la besó en la boca, lo recibió con los labios separados.
Sabía a menta con un toque de limón. Joshua no pudo resistirse y la devoró.
Alyssa gimió y le acarició la espalda musculosa, provocando que un fuerte calor se instalara en su entrepierna. Después le acarició la nuca e introdujo los dedos en su cabello. Él suspiró y le acarició el labio inferior con la lengua, antes de explorar de nuevo el interior de su boca.
Alyssa se excitó enseguida y se puso tensa. Él pegó su cuerpo al de ella y se movió, rozándola con su miembro erecto. Ella se movió también y Joshua no pudo evitar desear acostarse con ella.
Durante un momento trató de luchar contra el deseo. Era demasiado pronto. Nunca se había acostado con una mujer a la que no conocía lo suficiente como para saber que seguiría gustándole por la mañana.
–Cielos –dijo con la respiración acelerada.
–Debo irme –comentó ella, pero no parecía muy convencida.
–¿Por qué? –preguntó él.