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El cuento sucede en un castillo de un rico terrateniente, a donde ha llegado sin así planearlo un viejo amigo, al que no veía hacia mucho, el general Browne, recién llegado de América, en donde había participado en la guerra con Estados Unidos, camino a algún lugar se decide a visitar el Castillo que le ha llamado la atención, y se encuentra con su amigo, que le invita a hospedarse con él, ya que está celebrando una fiesta con muchos visitantes, pero no tiene para él más que una recámara alejada de la casa, a la que llaman “La cámara de los tapices”.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Walter Scott
Hacia finales de la guerra norteamericana, cuando los oficiales del ejército de lord Corn-wallis que se rindieron en la ciudad de York, y otros, que habían sido hechos prisioneros durante la imprudente y desafortunada con-tienda, estaban regresando a su país a relatar sus aventuras y reponerse de las fatigas, había entre ellos un oficial con grado de general llamado Browne. Era un oficial de méri-to, así como un caballero muy considerado por sus orígenes y por sus prendas.
Ciertos asuntos habían llevado al general Browne a hacer un recorrido por los condados occidentales, cuando, al concluir una jornada matinal, se encontró en las proximidades de una pequeña ciudad de provincias que presentaba una vista de incomparable belleza y unos rasgos marcadamente ingleses.
El pueblo, con su antigua y majestuosa iglesia, cuyas torres daban testimonio de la devoción de épocas muy pretéritas, se alzaba en medio de praderas y pequeños campos de cereal, rodeados y divididos por hileras de setos vivos de gran tamaño y edad. Había pocas señales de los adelantos modernos. Los alrededores del lugar no delataban ni el abandono de la decadencia ni el bullicio de la innovación; las casas eran viejas, pero estaban bien reparadas; y el hermoso riachuelo fluía libre y rumoroso por su cauce, a la iz-quierda del pueblo, sin una presa que lo con-tuviera ni ningún camino que lo bordease para remolcar. Sobre un suave promontorio, casi una milla al sur del pueblo, se distinguí-
an, entre abundantes robles venerables y el enmarañado matorral, las torretas de un castillo tan antiguo como las guerras entre los York y los Lancaster, pero que parecía haber sufrido importantes reformas durante la épo-ca isabelina y la de los reyes siguientes. Nunca debió ser una plaza de grandes dimensiones; pero cualesquiera que fuesen los alojamientos que en otro tiempo ofreciera, cabía suponer que seguirían disponibles dentro de sus murallas; al menos eso fue lo que dedujo el general Browne observando el humo que se elevaba alegremente de algunas de las chimeneas talladas y festoneadas. La tapia del parque corría a lo largo del camino real durante doscientas o trescientas yardas; y desde los distintos puntos en que el ojo vis-lumbraba el aspecto del bosque interior, daba la sensación de estar muy poblado. Sucesi-vamente, se abrían otras perspectivas: una íntegra de la fachada del antiguo castillo y una visión lateral de sus muy especiales torres; en éstas abundaban los recargamientos del estilo isabelino, mientras la sencillez y solidez de otras partes del edificio parecían indicar que hubiera sido erigido más con áni-mo defensivo que de ostentación.
Encantado con las vistas parciales del castillo que captaba entre los árboles y los claros que rodeaban la antigua fortaleza feudal, nuestro viajero castrense se decidió a pre-guntar si merecía la pena verlo más de cerca y si albergaba retratos de familia u otros objetos curiosos que pudieran contemplar los visitantes; y entonces, al alejarse de las in-mediaciones del parque, penetró en una calle limpia y bien pavimentada, y se detuvo en la puerta de una posada muy concurrida.