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Su esposa se había fugado… pero decidió reclamarla para tener su noche de bodas. Emma Piper acababa de prometer que amaría, honraría y respetaría al magnate griego Christo Karides… pero, entonces, oyó que él admitía que se había casado con ella solamente por conveniencia. Emma huyó a la hermosa mansión que su familia tenía en Corfú sin esperar que Christo la seguiría hasta allí… y mucho menos con la intención de seducirla. La intensa atracción que había entre ellos prometía una reunión explosiva. ¿Le mostraría a Emma una noche en la cama de su esposo que en su matrimonio había mucho más que solo conveniencia
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Seitenzahl: 208
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Annie West
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La esposa fugada, n.º 2824 - diciembre 2020
Título original: Wedding Night Reunion in Greece
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-919-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ENHORABUENA, Christo –dijo Damen con una sonrisa mientras agarraba el brazo de su amigo con fuerza–. No creí que pudiera ver este día.
–¿No creías que te fuera a invitar a mi boda? –replicó Christo con una sonrisa. ¿A quién si no le habría pedido él que fuera su padrino sino a Damen, su mejor amigo desde la infancia?
–Ya sabes a lo que me refiero. No esperaba verte casado hasta que hubieras vivido la vida otra década y hubieras decidido que había llegado el momento de tener descendencia.
La mirada que los dos intercambiaron reveló el sentimiento que compartían sobre lo que significaba ser el único heredero de una dinastía familiar. La familia de Damen estaba vinculada al negocio naviero y la de Christo a la de las propiedades inmobiliarias. Había expectativas y responsabilidades, aunque vinieran rodeadas de riquezas y privilegios.
Al pensar en su nueva responsabilidad, Christo hizo girar los hombros. La tensión que tenía en la nuca le resultaba muy familiar. Sin embargo, se podía relajar. La boda había terminado y sus planes iban encajando en su lugar. La satisfacción que había sentido cuando deslizó el anillo en el dedo de la pequeña mano de Emma había sido indescriptible.
–Me alegro que hayas podido venir hasta aquí con tan poca anticipación –comentó. A pesar de la falta de sentimentalidad de Christo, se sentía muy bien al contar con la presencia de su amigo.
Además, habría resultado extraño que no hubiera habido nadie por parte del novio, a pesar de que la boda había sido tan íntima. Damen había llegado a Melbourne justo a tiempo para la ceremonia. En aquellos momentos, en los jardines de la casa de la novia, estaban disfrutando de la primera oportunidad que tenían para hablar.
–Ella no es lo que yo esperaba. Me refiero a tu novia… –dijo Damen. Christo frunció el ceño–. Para empezar, está totalmente enamorada de ti. Lo que ella ve en ti…
–Por supuesto que Emma está enamorada. Se ha casado conmigo.
Christo no necesitaba que nadie le recordara su atractivo para el sexo opuesto. Además, había cortejado a la nieta del viejo Katsoyiannis con mucho cuidado. Se había tomado un tiempo que normalmente no solía tomarse para seducir a una mujer. No había querido correr el riesgo de que ella lo rechazara.
Había hecho un trabajo excelente. Sintió que el deseo despertaba en él al recordar la enamorada mirada de Emma y el ansia con la que ella le había devuelto el beso al final de la ceremonia, tentándole para que lo prolongara en algo más apasionado. Las manos de Christo habían estrechado la esbelta cintura y se había sorprendido deseando que llegara aquella noche, cuando la llevaría a la cama por primera vez.
Damen dejó escapar una carcajada.
–Ha hablado el todopoderoso Christo Karides, con un ego tan grande como todo el Mediterráneo –comentó. Entonces, miró hacia la casa para confirmar que estaban solos. Todo el mundo estaba disfrutando del desayuno de boda que se estaba celebrando al otro lado del edificio–. Ahora en serio. Me sorprendió. Emma es encantadora. Muy dulce. Pero no es tu tipo –añadió con mirada penetrante–. Yo diría que su prima es más de tu gusto. Esa pelirroja tan vivaracha.
Christo asintió. Se imaginó las perfectas curvas de Maia cubiertas por las ceñidas prendas que a ella tanto le gustaban. Su seguridad en sí misma, su sensualidad para llamar su atención. Si las cosas hubieran sido diferentes, lo habría conseguido.
–Tienes razón. Es preciosa. En otras circunstancias, nos habríamos divertido mucho juntos. Pero estamos hablando de matrimonio, no de placer.
Un sonido ahogado hizo que Christo se diera la vuelta para observar la casa. Sin embargo, no captó movimiento algo en las ventanas. Tampoco había nadie en el patio ni en los jardines. No se escuchaba nada más que la música que resonaba en la distancia.
La satisfacción aceleró el pulso de Christo.
–Emma no es sexy ni sofisticada como su prima, y tampoco es tan hermosa, pero su abuelo le dejó la finca de Atenas que he venido a comprar. La boda fue el precio.
La sonrisa de Damen se desvaneció.
–¿Te casaste por eso? Sabía que era algo muy importante, pero no creo que tuvieras que…
–Tienes razón. Normalmente no lo habría considerado, pero las circunstancias cambiaron –dijo Christo mientras se encogía de hombros y adoptaba una expresión despreocupada que ocultaba la tensión que aún sentía sobre los cambios que se habían producido en su vida–. Me encuentro en la extraña situación de tener que afrontar la responsabilidad de una hija –añadió. Decirlo en voz alta no hacía que fuera más fácil digerirlo ni aminoraba el asombro que aún sentía–. ¿Me imaginas de padre?
Asintió mientras su amigo lo miraba atónito.
–Ya ves por qué de repente el matrimonio se hizo necesario. No necesito una sensual sirena, sino una mujer casera, sensata y dulce que solo quiera agradarme. Emma se convertirá en una perfecta y cariñosa madre.
Emma agarró el lavabo con tanta fuerza que casi no sentía los dedos. Aquello era un pequeño consuelo, dado que el resto de su cuerpo parecía estar en carne viva, experimentando un agudo y profundo dolor.
Parpadeó y se miró en el espejo del cuarto de baño de la parte trasera de la casa, al que ella y su dama de honor habían tenido que ir porque el baño principal estaba ocupado. El que tenía una ventana abierta, medio oculta por la hiedra, que daba al jardín trasero.
Desde el espejo, unos ojos castaños le devolvían la mirada. Alrededor del pálido rostro, aún llevaba el antiguo velo de encaje de su abuela.
Tembló y cerró los ojos. De repente, le molestaba el peso del encaje contra las mejillas y el largo vestido de boda, que tan perfecto le había parecido antes y que, en aquellos momentos, parecía aprisionarla con fuerza.
–¿Lo sabías?
Emma miró a Steph a través del espejo. En vez de haberse convertido en una muñeca de cera como Emma, Steph tenía las mejillas y los ojos llenos de indignación.
–Qué estupidez de pregunta. Claro que no lo sabías –añadió Steph con una mueca de desprecio–. Lo mataré con mis propias manos. No. Matarle es demasiado bueno. Lo torturaré lentamente. Eso es lo que se merece. ¿Cómo ha podido tratarte así? Debe de saber lo que sientes por él.
El dolor que Emma sintió el pecho se intensificó aún más. Se sentía como si la estuvieran desmembrando. Había sido tan tonta como para entregarle a Christo Karides su corazón y él lo había roto en pedazos.
Sin previo aviso.
Sin anestesia.
Sin disculpas.
–Porque no le importa –susurró débilmente–. En realidad, yo nunca le he importado.
En cuanto dijo las palabras en voz alta, Emma sintió su verdad a pesar de la telaraña romántica que Christo había entretejido a su alrededor. Se había mostrado amable y comprensivo, tierno y solícito, mientras ella asimilaba el fallecimiento de su abuelo. Ella había tomado aquella cortesía chapada a la antigua como prueba del respeto que sentía hacia ella y de su disposición a esperar. En aquel momento, se dio cuenta de que tanta paciencia y contención se habían debido a que no la deseaba en absoluto. Sintió náuseas al notar cómo la venda se le caía de los ojos.
¿Por qué no se había dado cuenta antes? ¿Por qué no había escuchado a Steph cuando ella le había sugerido que fuera más despacio y que no tomara decisiones importantes mientras aún se sentía emocionalmente vulnerable?
Todas las personas a las que había amado estaban muertas. Sus padres fallecieron cuando tenía siete años, desapareciendo abruptamente de su vida cuando el avión en el que viajaban se estrelló durante una tormenta. Después su abuela, hacía cuatro años, cuando Emma tenía dieciocho y, por último, su tozudo y maravilloso papou. El sentimiento de pérdida había sido insoportable, a excepción de cuando Christo había estado a su lado.
Contuvo el aliento y luego dejó escapar una amarga carcajada.
–Ni siquiera sabe quién soy yo. No tiene ni idea.
¡Y decía que ella solo quería agradarle! ¡Que era una mujer casera!
Evidentemente, Christo había creído a papou, que había querido pensar que ella estudiaba para llenar el tiempo antes de encontrar el hombre adecuado para casarse. Tal vez Christo pensaba que ella vivía en la casa de sus abuelos porque era mansa y obediente. La verdad era que, a pesar de su fanfarronería, su abuelo se había sentido totalmente perdido cuando la abuela murió. Emma había decidido permanecer a su lado hasta que se recuperara. Entonces, la salud del anciano se resintió y Emma no encontró el momento adecuado de marcharse.
La verdadera tragedia de todo aquello había sido que Emma había pensado que Christo la comprendía de verdad. Había creído que él pasaba el tiempo con ella porque la encontraba interesante y atractiva. Pero no tanto como la vivaracha y atractiva Maia.
Christo era un hombre inteligente. Según su papou, su intuición lo convertía en un hombre de mucho éxito, que había sido capaz de transformar el negocio familiar que había heredado. Tenía reputación de playboy por toda Europa. Siempre salía con mujeres bellísimas y glamurosas. En su ingenuidad, Emma había preferido no hacer caso de lo que decía la prensa. Había preferido creerlo a él cuando Christo le había asegurado que esa reputación era exagerada. Le había resultado tan fácil manipularla… Emma había caído fácilmente en las redes de sus encantos y de su manera de ser. La razón era que Christo había sido el primer hombre que se había fijado en ella.
¿De verdad resultaba tan fácil engañarla?
Se inclinó sobre el lavabo cuando las náuseas se apoderaron de nuevo de ella. La bilis le abrasaba la garganta con cada arcada. Cuando todo terminó, se enjuagó la boca y se lavó el rostro antes de mirar a su amiga.
–Creí en él, Steph… –susurró.
Había sido muy ingenua. Había ignorado las dudas de su amiga y, en aquel momento, le había parecido que lo mejor era casarse rápidamente para que su abuelo pudiera estar presente. Antes de que muriera, lo último que él le dijo fue lo feliz que se sentía al saber que tenía a Christo a su lado y que no quería que se pospusiera la boda. Debería haber esperado. Debería haberse imaginado que las fantasías románticas eran demasiado buenas para ser reales.
–He sido una completa idiota, ¿verdad?
–Por supuesto que no, cielo –le dijo Steph mientras le rodeaba los hombros con el brazo y la estrechaba con fuerza–. Eres cálida y generosa, tan sincera que siempre buscas lo bueno en las personas.
Emma sacudió la cabeza y esbozó una tensa sonrisa al ver la lealtad de su amiga.
–Lo que quieres decir es que siempre he tenido la cabeza metida en la arena –replicó. O en los libros. Papou siempre se había quejado de que se pasaba demasiado tiempo leyendo–. Pero ya no. Imagínate que no hubiéramos oído…
–Pero lo hemos oído –afirmó Steph–. La cuestión es qué vas a hacer al respecto.
Emma se sobresaltó y se miró en el espejo, observando el pálido rostro enmarcado por el delicado encaje. De repente, una oleada de gloriosa ira se apoderó de ella, abrasándole las venas, inyectando calor en su sangre y quemando la vulnerabilidad que había sentido al escuchar el desprecio de Christo. Se dio la vuelta para mirar a su amiga.
–Por supuesto, voy a alejarme de él. Christo puede buscarse otra incauta para que cuide de su hija y lo agrade a él.
Lo que más le había molestado de todo era que Christo hubiera adivinado el anhelo que sentía por experimentar el placer físico con él. Sintió un escalofrío al pensar en cómo había deseado satisfacerle y experimentar que él hacía lo mismo por ella con aquellas fuertes y enormes manos y con su masculino cuerpo. En aquellos momentos, la idea de que él la tocara la ponía enferma, sobre todo al saber que la razón por la que él se había abstenido del sexo no había sido por respeto hacia ella o a su abuelo, sino porque el sexo con ella no le había apetecido lo más mínimo. En aquellos momentos, lo único que sentía era odio hacia él y desilusión consigo misma por haber creído sus mentiras.
–Me siento tan aliviada –le dijo Steph devolviéndola al presente–. Temía que pensaras seguir con él esperando que terminara enamorándose de ti.
–Tal vez yo sea la más callada de la familia, pero no soy un felpudo. Y Christo Karides está a punto de descubrirlo. ¿Me vas a ayudar?
–¿Y tienes que preguntármelo? ¿Qué es lo que tienes en mente?
Emma dudó al darse cuenta de que no tenía nada en mente. Sin embargo, eso solo duró un segundo.
–¿Puedes subir a mi dormitorio para recoger mi pasaporte y mi equipaje? –le preguntó. El equipaje que había preparado para su luna de miel. Sintió un pinchazo en el corazón y respiró profundamente para aliviar el dolor–. Tendrás que bajar por las escaleras traseras.
–¿Entonces qué?
–Mientras tanto yo reservaré un vuelo. Si puedo tomar prestado tu coche y dejarlo en el aeropuerto…
–¿Y dejar que Christo Karides tenga que enfrentarse a todos mientras su novia sale huyendo? Me encanta –replicó Steph con una sonrisa que casi lograba ocultar la furia de su rostro–. Sin embargo, tengo una idea mejor. Olvídate del aeropuerto. Ahí será donde te busque primero. Con sus recursos, te localizará enseguida. Vete a mi casa y espera que yo te llame –añadió ella mientras se metía la mano en el bolso y sacaba su llavero para apretárselo a Emma contra la palma de la mano–. Te sacaré de Melbourne, pero él no podrá rastrear tus movimientos. Por algo soy la mejor agente de viajes de la ciudad. Va a ser un verdadero placer ver cómo reacciona cuando no pueda encontrarte.
Por primera vez desde que escuchó las palabras de Christo, Emma sonrió. No importaba el dolor que sentía en el corazón, sino que tenía una salida y una verdadera amiga. De repente, no se sintió tan sola y vulnerable.
–Gracias, Steph. No te imaginas lo que significa para mí contar con tu ayuda –murmuró Emma mientras trataba de contener las lágrimas–. Sin embargo, tendrás que tener mucho cuidado para no delatarme. Con una mirada, Christo sabrá que estás ocultando algo. Tal vez sea un canalla, pero es muy inteligente.
–No te preocupes. No sospechará nada. Le diré que necesitas un breve descanso. Se lo creerá. Sabe que todo esto ha sido muy precipitado y que, además, echas de menos a tu abuelo.
–Genial. Sube mientras yo me quito este velo –dijo. No tenía tiempo para quitarse el vestido–. Lo esconderé en este armario. ¿Te importaría recogerlo más tarde y cuidármelo?
–Por supuesto. Sé lo mucho que significa para ti –replicó Steph. Entonces, colocó la mano sobre el brazo de Emma y apretó suavemente–. Solo una cosa más. ¿Adónde vas a viajar?
Emma se volvió hacia el espejo y empezó a quitarse las numerosas horquillas que le sujetaban el velo.
–Al único lugar que sigue siendo mi casa.
Sus tíos, los padres de Maia, habían heredado aquella casa y todas las propiedades de papou en Australia. Ella había recibido la finca de Atenas que se le había entregado a su esposo. Comprendió que tendría que hacer algo al respecto. Además, había heredado la antigua casa de sus abuelos en Grecia, a la que había ido todos los años de vacaciones con sus padres hasta que murieron.
–Me voy a Corfú.
Era el lugar perfecto. Allí, podría tomarse su tiempo y decidir lo que iba a hacer para terminar aquella farsa de matrimonio.
EMMA atravesó las verjas de hierro forjado y sintió que el pasado la envolvía por completo. Hacía años que no visitaba Corfú, siendo la última vez cuando tenía quince años, cuando su abuela comenzó a sentirse demasiado frágil para viajar. Siete años que parecían más bien siete días. Observó la avenida que, entre las sombras de los árboles, serpenteaba hacia la casa. Antiquísimos olivos, con los troncos retorcidos, se alineaban por la ladera que bajaba hacia el mar como una manta verde grisácea. Cerca de allí, los frutales mostraban sus primeras flores entre las brillantes y aceradas hojas.
Inhaló el delicioso aroma de las flores de los limoneros y los naranjos y frunció los labios. La flor de azahar, la del naranjo, era la tradicional para las novias. En Melbourne en otoño había resultado muy difícil de encontrar, al contrario de lo que ocurría en Grecia en la primavera.
Se echó a temblar al sentir algo oscuro y frío por la espalda. Se había escapado por muy poco. No quería ni imaginar lo que habría ocurrido si no hubiera descubierto a tiempo los planes de Christo. Tembló al pensar cuánto más se habría enamorado de él.
Tragó saliva para aliviar el nudo que sentía en la garganta y echó a andar hacia la casa.
Tenía mucho calor y se sentía muy cansada. Anhelaba una bebida fría. Tal vez había sido una tontería pedirle al taxista que la dejara a una cierta distancia de la casa, pero no quería que nadie supiera que estaba allí, por si acaso le llegaba la noticia a Christo. Se enfrentaría con su todavía esposo a su tiempo, no cuando le conviniera a él. Por el momento, necesitaba estar tranquila para lamerse las heridas.
Emma avanzó por el camino de acceso a la casa. A medida que se iba acercando, sus pasos se hacían más ligeros porque los recuerdos comenzaban a apoderarse de ella. Recuerdos felices, dado que era allí donde su familia se había reunido año tras años para disfrutar de un mes de vacaciones. Recuerdos de sus abuelos, de sus padres…
Ya no estaban. Ninguno. Emma se detuvo en seco y sintió un agudo dolor en el pecho. Respiró profundamente y se obligó a seguir andando. Sí, todos habían muerto, pero le habían enseñado el valor de vivir la vida al máximo y el valor del amor. Incluso en aquellos momentos, sentía ese amor como si la vieja mansión que había pertenecido a la familia de papou desde hacía años la envolviera entre sus brazos.
Tomó la curva del largo camino y, por fin, la casa apareció ante sus ojos. Mostraba su antigüedad, pero seguía siendo elegante. A pesar de tener más de doscientos años, la casa estaba muy bien cuidada. Papou no habría permitido que fuera de otra manera.
Emma tampoco lo permitiría. Ella era su dueña en aquellos momentos. Observó la hermosa casa y sintió una profunda sensación de orgullo y de pertenencia que jamás había experimentado por la casa que sus abuelos tenían en Melbourne. Comprendió que aquel era su hogar, repleto de valiosos recuerdos de sus padres. Una idea empezó a formarse en su cansado cerebro. Tal vez, solo tal vez, aquella casa podría ser más que un refugio temporal. Tal vez…
Sus pensamientos se interrumpieron cuando se abrió la puerta principal y apareció una mujer, que levantó la mano para protegerse el rostro.
–¿Señorita Emma?
La familiar voz de Dora Panayiotis, con su pesado acento, la transportó muchos años atrás. De repente, Emma volvió a sentirse una niña. Dejó su equipaje y echó a correr hacia los fuertes y acogedores brazos.
–¡Dora! –exclamó abrazando con fuerza al ama de llaves y olvidando por completo su agotamiento–. ¡Me alegro tanto de verte!
–Y yo también, señorita Emma. Bienvenida a casa.
Emma se apartó el cabello húmedo del rostro mientras tomaba la toalla y frotaba rápidamente su cuerpo hasta que la piel pareció cobrarle vida. La lluvia de horas antes había dejado paso a una brillante tarde y ella no había podido resistir la atracción de la cala de arenas blancas que había al final del jardín. Las aguas turquesas la atraían mucho más que la piscina que había junto a la casa.
Desde que llegó, se había dejado abrazar por el encanto de la casa, sintiendo que, a pesar de todo, una parte de su vida seguía existiendo allí. Durante cuatro días, había dejado que Dora le preparara deliciosos platos y no había hecho nada que no fuera nadar, dormir y comer. Hasta aquel día. Al despertarse, había descubierto que su cerebro vibraba de ideas para el futuro. Un futuro donde, para variar, iba a hacer lo que quisiera y no lo que otros esperaban de ella. Un futuro allí, en la casa que le pertenecía por derecho.
Por primera vez desde el entierro de su abuelo y de su desastrosa boda, se sentía embargada por un profundo optimismo.
Su preparación profesional tenía que ver con la administración de empresas y de eventos. Se le daba muy bien y hacía muy poco que había conseguido un trabajo muy codiciado en un resort y bodega muy exclusivo, que había rechazado cuando se casó porque pensaba mudarse a Atenas con Christo.
Emma contuvo un escalofrío y volvió a centrar sus pensamientos en su nuevo futuro. Trabajaría para sí misma. La elegante casa, con sus jardines privados y el alojamiento para invitados era perfecto, no solo para vacaciones, sino como un lugar muy exclusivo para celebraciones privadas. Ahí sería donde centraría sus esfuerzos. Tendría que trabajar mucho para conseguirlo y sería un desafío, pero comprendió que era eso lo que necesitaba.
Resultaba más fácil centrarse en las ideas que se agolpaban en su cerebro que ceder al dolor que sentía: fingir que Christo no le había roto el corazón y que sus palabras no habían minado la seguridad que sentía en sí misma.
Apretó los labios. Aún se sentía furiosa y herida, pero por lo menos tenía un plan, algo tangible en lo que ponerse a trabajar. Eso sería su salvavidas. Aquel día, por primera vez, ya no se sentía como si se fuera a quebrar bajo la más ligera de las caricias. Decidió que aquel mismo día se pondría en contacto con un abogado para hablar del divorcio, recuperar su finca y…
–¡Señorita Emma!
Se dio la vuelta y vio que Dora se acercaba a ella corriendo entre las rocas que marcaban los límites de la cala. Tenía el rostro arrebolado y se estaba retorciendo las manos.
Emma sintió que el corazón comenzaba a latirle con fuerza. Sabía que el gesto de Dora era el anticipo de malas noticias. Un mal presentimiento se apoderó de ella. Echó a andar hacia Dora, dejando que la toalla se le cayera de las manos. ¿Le habría pasado algo a su tía o a su tío? ¿A Maia, tal vez…?
–He venido a advertirle –dijo Dora con la voz entrecortada–. Su…
–No hay necesidad, señora Panayiotis –la interrumpió una profunda y gélida voz–. Soy perfectamente capaz de hablar por mí mismo.
Entonces, apareció él. Alto, de anchos hombros y ojos de acero. Christo Karides.
El esposo de Emma.
El corazón de ella se detuvo en seco y le pareció que los pies le arraigaban sobre la arena. Durante un segundo, fue incapaz de respirar. Era como si una banda invisible le ciñera los pulmones mientras miraba aquel rostro, tan familiar y, a la vez, tan diferente.
Entonces, de repente, su corazón pareció empezar a bombear más fuerte que antes. Contuvo el aliento.
Christo seguía siendo el hombre más guapo que había visto en toda su vida. Su cabello, totalmente negro, y su dorada piel producían un profundo contraste con unos ojos azules como el mar, unos ojos que, en aquellos momentos la recorrían desde la cabeza a los pies.