La nieta - Annemarie Nikolaus - E-Book

La nieta E-Book

Annemarie Nikolaus

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Beschreibung


Novela del ambiente de baile berlinés

Madeline Lagrange, la nieta del presidente del “club de baile Lietzensee”, ve el baile de salón únicamente como técnica cultural, que aprende sin gran ambición. Luego se encuentra con los bailarines de square dance de la asociación. Y se enamora completamente; no sólo del baile, sino también del caller del grupo, el americano Chris Rinehart.
Chris queda fascinado por Madeline desde el primer momento. Pero él es el entrenador del grupo, y ella es menor de edad. Así empieza una batalla contra su creciente cariño hacia ella y le niega sus sentimientos.
Mientras Madeline, con la falta de compromiso de los diecisiete años, intenta seducir a Chris, su abuelo hace todo lo posible para hacer que lo expulsen del club y separar a los dos.

El libro pertenece a una serie sobre el ambiente de baile berlinés.
 

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Madeline Lagrange pierde su corazón en el square dance... y por el caller del grupo.

Chris Rinehart, el caller del club de baile, se enamora de Madeline. Por su sentido de la responsabilidad, le niega sus sentimientos. Mientras Madeline, con la falta de compromiso de los diecisiete años, intenta seducir a Chris, su abuelo hace todo lo posible para hacer que lo expulsen del club.

Annemarie Nikolaus

La nieta

Quick, quick, slow – Club de baile Lietzensee --

Novela

Copyright © 2020 Annemarie Nikolaus

Licencia

Este E-book está destinado a uso privado. Queda prohibida su reventa o divulgación en Internet. Por favor, respete el trabajo de la autora. Si quisiera regalar este libro, compre un ejemplar para cada destinatario. Si lee este libro, aunque lo haya comprado otra persona, acuda a su comercio de libros electrónicos y adquiera su propio ejemplar.

1

—Delante, delante, lado, centro... —La clara voz de Ines Grube ahogaba la música. Nueve parejas se esforzaban por seguir las instrucciones de la profesora.

Madeline Lagrange estiró el brazo contra el busto de su pareja de baile, para conseguir alejarse un poco más. —¡Robert, me aplastas!

Robert Merck apretó los labios, pero aflojó su agarre. —¿Mejor así? —Su voz sonó con burla—. No sabía que fueras tan frágil.

Ella puso los ojos en blanco. Por eso perdió el compás inmediatamente y Robert volvió a agarrarla fuertemente.

Al pasar bailando por delante de la puerta abierta, lanzó una mirada al gran reloj que colgaba sobre el bar. Parecía que se hubiera quedado parado. ¿No tenía que terminar ya la hora?

Abuelo estaba sentado en la barra y parecía mirarla; sus pies marcaban el ritmo. Después de casi veinte años no había perdido práctica. Tal vez debería practicar con él en vez de con este tipo tan nervioso.

Ines apagó la música e indicó un descanso.

—¡Por Dios! —Madeline se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y se miró los pies—. Mis medias nuevas deben estar hechas una ruina.

—Normal, si siempre pones tus pies bajo los míos.

—¡Así que es eso! —¿Acaso lo encontraba gracioso? Dejó a Robert y se acercó al bar.

—¡Mi Madeline! —George Lagrange le ofreció un vaso de agua mineral mientras la miraba con ojos brillantes—. Eres mucho mejor que tu pareja, ¿quién es, por cierto?

Marga Fischer, que se ocupaba tanto de la oficina como del bar, alcanzó el vaso vacío de George mientras sujetaba una botella de vino tinto en la otra mano para rellenarlo. —Tu nieta lleva el ritmo en la sangre. ¿De quién lo habrá heredado? —Con un guiño se lo rellenó.

—De mi hijo seguro que no. Ha vuelto a hacer saltar por los aires medio laboratorio.

Marga clavó su mirada, asustada. —¡No! —Rió nerviosa—. ¡Me tomas el pelo!

—Para nada. Apareció ayer en el periódico. —En su frente apareció una arruga de enfado—. Claro que no me ha explicado qué sucedió. —Cogió el vaso de Marga y se lo devolvió a Madeline—. Así que, ¿con quién bailas?

Ella se encogió de hombros. —Robert Merck. Su padre es compañero de Klaus Wächter, por cierto.

—O sea, familia de policías. —La arruga en el entrecejo de George desapareció. Cuando Robert se acercó a la barra al poco rato, le dirigió una amable mirada.

Robert le pidió una cerveza a Marga. —Me la he ganado.

—¿Qué pasa con el coche? —preguntó Madeline mordaz—. Querías llevarme a casa.

Se sonrojó hasta las orejas mientras Madeline ocultaba su diversión tras el vaso en alto.

George se rascó la barbilla de modo pensativo. —¿Bailará de nuevo con nosotros tras el curso de prueba?

Robert dirigió su mirada a Madeline. —El club de baile Lietzensee tiene muy buena fama, me gusta. Claro, si encontrara una pareja para el círculo.

—Por supuesto. —George asintió contento—. Hasta entonces. —Alzó su copa hacia Robert—. Le he estado observando.

—¿Y qué opina? —Robert se puso tenso—. ¿Podré aspirar algún día a la perfección?

—Bah... —Madeline bufó—. ¿Qué era eso? ¿Intentando cazar cumplidos, Robert? —No se molestó en disimular su desprecio.

—Hoy no aguantas ni una broma, Madeline, y eso que no te he pisado tantas veces.

George siguió la mirada automática de Madeline hacia sus pies. En el derecho tenía una mancha cerca del tobillo. —?Bailar en sandalias no es una idea brillante, deberías comprarte unos zapatos de baile apropiados.

—¿Para qué? En cuanto salga a la calle una vez con ellos estarán para tirar.

—¿A qué se dedica, Robert?

—A nada en especial. —Se encogió de hombros—. Trabajo en la sede del ayuntamiento en Reinickendorf. Pero no es para el resto de mi vida. —Hubo un destello en sus ojos—. Hacer carrera como bailarín de competición... eso es lo que realmente quiero.

—En mi época tuve bastante éxito. Cuatro veces entre los tres primeros del campeonato alemán, y dos veces en el campeonato mundial. —Aunque abuelo nunca había ganado, eso se lo ocultó a los jóvenes—. Mi padre ya estuvo en los comienzos de los bailes en formación antes de la Segunda Guerra Mundial. Ahora Madeline continúa la tradición familiar.

¿Qué se creía? —¡Abuelo! —Madeline agitó la cabeza—. Para conseguir una plaza como estudiante de medicina ya sé a qué tengo que dedicar mi tiempo hasta el Abitur.

—¡Eres tan lista, Madeline! No puedo creerme de veras que necesites tanto tiempo para estudiar. —Robert la agarró de la mano—. Esto sigue.

—Aún quiero terminarme el agua. —Se soltó y lo colocó mirando al salón—. Ve yendo.

Robert paseó la mirada vacilante entre Madeline y la sala de baile. La música comenzó a sonar, Ines continuaría pronto. Se puso en marcha, aún dudoso.

—Uf... —Madeline suspiró cuando él estuvo fuera del alcance del oído—. Me-tie-ne-fri-ta.

—¿Cómo así? ¡Es bien simpático! Y ambicioso.

—Pues no es mi tipo.

George sonrió divertido. —¿Y quién es tu tipo?

Madeline miró al techo como ensoñada. —Alto, esbelto, moreno. Adulto.

—Parece que tuvieras a alguien concreto en mente. ¿Estás enamorada de uno de tus profesores?

Madeline rió; no era asunto de abuelo. —Allá voy otra vez.

Pero apenas dio dos pasos. Contuvo la respiración mientras observaba al hombre que se acercaba. Esbelto, hombros anchos; vaqueros y camiseta tan ajustada que se distinguían todos los movimientos de sus músculos. Pelo negro, aunque un poco demasiado corto para su gusto. —¡Guau! —Espiró lentamente. ¿Acaso lo habría conjurado?

Mirándolo por el rabillo del ojo, se giró a Marga. —¿Quién es?

—Chris Rinehart, nuestro caller.

—¡Oh! —¿Qué significaba aquello?

—¡Madeline! —Robert estaba haciéndole señas, así que, con un suspiro, se puso en camino.

***

La mirada de Chris se clavó en Madeline, mientras ella andaba a trompicones con evidente disgusto hacia el salón de baile. Su hermoso rostro se había quedado congelado en una sombría mueca. ¿Qué hacía esa chica aquí, si no tenía ganas de bailar?

—Buenas tardes, Chris. —Marga lo sacó de sus pensamientos—. He apalabrado una sustitución. Las instalaciones no se pueden seguir reparando.

George arqueó las cejas. —¿Sustitución, Marga? No contábamos con ello en nuestro presupuesto.

—Tampoco con la reparación. Pero es lo que hay. Ya lo he hablado con Werner.

El rostro de George se relajó un poco. —Siempre estás en todo.

Marga inclinó rápidamente la cabeza sobre el fregadero y empezó a meter los vasos vacíos. George deambuló hasta el salón de baile. Chris se unió a él y se apoyó en el marco de la puerta.

La mayoría de las parejas irradiaban una imagen de compasión. Pero lo que Madeline y su pareja representaban se asemejaba más a una lucha que a un vals inglés. ¿Por qué no le dejaba dirigir a él, como debía ser? Claramente no le correspondía a ella.

Sus miradas se cruzaron; Chris no pudo contener la risa. Ella se sonrojó y apartó rápidamente la mirada. Chris no quería apartar su mirada. Aquel mechón rojizo entre su salvaje melena rubia oscura le daba un aire de osadía que encontraba muy atractivo. Encajaba muy bien con el forcejeo con su pareja.

—Si el curso se alargara una tarde podría enseñarles un par de pasos de square dance —le sugirió a George.

George se puso tenso. —¡Esto es solo un curso de iniciación a los bailes de salón! —Carraspeó y después su voz sonó menos áspera—. Bastantes problemas hemos tenido para llevar a cabo siquiera un solo curso como asociación.

Marga puso los ojos en blanco, por lo que Chris renunció a replicar.

2

Naturalmente, en la siguiente comida familiar, George se había enorgullecido de que en la familia hubiera de nuevo una bailarina de competición. Konstanze, la madre de Madeline, le recordó que lo que Madeline debía hacer era estudiar para su Abitur. Él lo admitió, pero se ofendió cuando Madeline añadió que aprendía a bailar “para casa”. Como futura médico le bastaba con desenvolverse. Pero lo consoló al prometerle que continuaría con el baile una vez terminado el curso. Pronto se desharía de Robert.

Pero el viernes a última hora de la tarde seguía sentada en su escritorio estudiando para un examen. De vez en cuando se perdía leyendo uno de los artículos más recientes de medicina en la página web de PlosOne. La investigación era sin duda una alternativa entretenida a las acciones en el extranjero de “Médicos sin fronteras”. Se quedó mirando pensativa en un póster sobre África colgado en la pared en vez de atender a la pantalla del ordenador.

—¡Madeline, al teléfono! —La llamada de su madre la sacó de sus pensamientos.

Bajó las escaleras a saltos y cogió el teléfono que le tendió su madre.

—¿Tienes el móvil apagado? —El enfado sonaba en la voz de Robert.

—Claro, estoy empollando.

—¿Sabes qué hora es?

Miró su reloj de pulsera. —¡Realmente no era necesario que me llamaras para preguntarme eso!

Alejó el teléfono de su oído y puso los ojos en blanco al oír cómo Robert explotaba al otro lado de la línea.

—¿Por qué no lo cancelaste? —preguntó Konstanze desde la cocina.

Madeline suspiró y tapó el auricular con la mano. —Abuelo se habría decepcionado, maman. —Retomó la conversación al teléfono—. Escucha, Robert. Si quieres decirme que me ponga en camino es mejor que te calmes.

—Claro que quiero que vengas. Sé puntual, llama a un taxi. Yo pago.

Que Dios se apiadara de él, si se le ocurría decir una palabra cuando llegara.

Robert la esperaba en el bar, ya calmado. —Marga, una cerveza para mí y para Madeline.

—Robert, no estás en tus cabales. —Madeline lo dejó plantado.

En el pequeño salón de baile había una pareja de pie conversando tranquilamente junto a la ventana. Tras la experiencia del curso, Madeline solo se presentaba con su nombre.

La joven le tendió la mano. —Tanja, este es mi hermano Axel. Es mi pareja aquí en el círculo de baile.

¿Pareja? Madeline la examinó desconfiada. ¿Acaso no era como una especie de discoteca? ¡Vaya gracia!

Robert entró con la lata en el salón. —¿Quieres tu cerveza o no?

—No gracias, no me gusta oler a cerveza.

Por un momento pareció herido, luego se encogió de hombros y colocó la cerveza junto al equipo de música. Pero ya había bebido. Cuando la cogió de la mano para el primer baile, Madeline notó el desabrido olor que desprendía.

Robert se pegó tanto a ella durante el vals inglés que sus labios casi rozaban sus orejas. Al menos sus orejas no olerían el aliento a cerveza.

Luego la pisó con toda su fuerza. —Deberíamos aceptar la oferta de tu abuelo y dejar que nos entrenara.

—No tengo tiempo —susurró con voz dolorida—. Tengo que estudiar.

—Una vez por semana. Venga, di que sí.

—Esto ya es una vez por semana, Robert.

La música se apagó e Ines se acercó a ellos. —Madeline, déjame un momento a tu pareja.

¡Con mucho gusto! Ines se puso a dirigir y se encargó de que la cabeza de él estuviera en la posición correcta.

Pero él no se lo tomó en serio, y acto seguido volvió a acercarla a Madeline. La mirada esperanzada que lanzaba al reloj en cada vuelta estuvo pronto bloqueada por un grupo de bailarines que se reunían en el bar. Siguió bailando resignada.

Cuando la hora llegó a su fin, el espacio frente a la barra del bar estaba tan lleno de gente que era difícil abrirse paso. Un rubio larguirucho dio un paso atrás de repente y Madeline le pisó los talones.

—¡Disculpa!

Él se dio la vuelta y ella se fijó en los dos alegres ojos azul-grisáceos. —¡Buen trabajo! No ocurre muy a menudo que una mujer me pise los talones. —La agarró con las dos manos por las caderas—. Me gustaría bailar contigo. —La movió frente a él.

En un primer momento ella quiso replicar a su piropo, pero su risa la apaciguó. —¿Te gustaría inscribirte conmigo para el baile de Carnaval? —Bailaría con cualquiera más a gusto que con Robert.

—¡Aún falta mucho para ello! —Él aún mantenía una sonrisa en su rostro. La guio unos pasos más y luego la soltó.

—¿Qué tal tras hibernar? —respondió ella.

Él se inclinó hacia sus orejas y susurró: —No digas más. Para el invierno tengo mejores planes.

Ella sonrió divertida. —¿Sin mí? ¿Entonces de qué te quejas?

—¿Y qué más me queda? La semana que viene vuelo a Singapur. —La mirada perpleja de Madeline le hizo reír.

¡Singapur! ¡Cabeza de chorlito! No daba la impresión de que se lo pudiera permitir. Todavía riéndose, salió de la habitación de la asociación. De cualquier forma, siempre terminaba conociendo gente simpática. Una figura morena de hombros anchos apareció en su mente.