La novia del sábado - Kate Walker - E-Book

La novia del sábado E-Book

KATE WALKER

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Beschreibung

Connor Harding se sintió muy ultrajado al descubrir que Jenna Kenyon iba a casarse. Él había estado fuera unos cuantos años y ahora Jenna estaba decidida a mantener las distancias, a pesar de la atracción que todavía vibraba entre ellos. Connor decidió que todo era justo en el amor y en la guerra. Los cinco días que quedaban para la boda tenían que ser suficientes para hacerla cambiar de idea…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Kate Walker

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La novia del sábado, n.º 1098 - diciembre 2020

Título original: Saturday’s Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-898-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL ASCENSOR se detuvo y las puertas se abrieron con suavidad y sin hacer ningún ruido. Jenna Kenyon salió al elegante recibidor del exclusivo hotel George, echó un vistazo a su alrededor y se quedó paralizada de espanto.

El susto transformó sus ojos de color verde esmeralda en un verde oscuro y las mejillas se le pusieron casi blancas en contraste con su pelo castaño oscuro.

«¡Por favor, no!», pensó con frenesí. «¡Por favor, que no sea verdad!».

El destino no podía ser tan desalmado, ¿verdad? No era posible que se viera obligada a enfrentarse al hombre al que menos deseaba ver en el mundo. Y menos en ese momento, cuando todo parecía ir sobre ruedas y la felicidad y la paz estaban al alcance de su mano.

Parpadeando con rapidez para despejar su visión borrosa, se obligó a sí misma a enfocar una vez más la alta figura masculina de espaldas a ella contra el mostrador. Tenía que ser un error. Simplemente alguien que se parecía a él vagamente. ¡No podía tener tanta mala suerte!

Pero su suerte la había abandonado. Después de mirar dos o tres veces más, comprobó que el hombre que estaba recogiendo su llave del mostrador no era otro que Connor Harding, el canalla que cinco años atrás había destrozado su vida dejándola sola para recomponer los pedazos.

–¿Algún mensaje?

Si hubiera tenido alguna duda, el sonido de aquella voz profunda y levemente susurrante la hubiera despejado en un segundo. Nunca podría olvidar aquella voz ni el recuerdo de cómo le había susurrado al oído de forma seductora en la oscuridad de la noche aquellas traicioneras e hipócritas palabras.

–Me temo que no, señor Harding.

La recepcionista parecía genuinamente preocupada, como si le importara de verdad. Sin duda habría caído rendida ante aquella sonrisa devastadora de Connor que desarmaba a cualquiera en segundos, como le había pasado a ella misma. Había sido tan ingenua como cualquiera o más y le había dejado entrar en su corazón y en su cama. Había hecho con ella lo que había querido y…

¡Bueno, pues ya no más!

Ya era hora de que saliera de allí antes de que Connor, que estaba dándose la vuelta para seguir al botones a su habitación, se enterara de su presencia. El pánico le aceleró la respiración, le hizo sonrojarse y le desbocó el corazón.

¡Si la veía…! Lo último que deseaba en ese momento era una escena en un sitio público. Buscó con frenesí algún tipo de protección, algo con que esconder la cara.

El montón de folios que llevaba en la mano le dio la respuesta y en silencio le dio las gracias a su madre, que había insistido esa mañana en dárselos. Bajó un poco la cabeza y deslizó un bolígrafo por la página como si estuviera revisando la lista.

Pero notó el instante en que Connor pasó por delante, sintiendo su presencia en el aire como un gato detecta la de un intruso en su territorio. Olió una ráfaga de cara loción, oyó su suave carcajada ante algo que dijo el botones y el repiqueteo de las suelas de sus lujosos zapatos italianos.

Pero había un instinto mucho más profundo, casi un reconocimiento primitivo de su cercanía, una sensibilidad que le erizó el vello de la nuca. La antipatía instantánea se mezcló con un ansia física devastadora que le produjo un vacío en la boca del estómago y la dejó paralizada hasta que el sonido de las puertas del ascensor, que se cerraron con suavidad a sus espaldas, le indicó que había desaparecido.

¡Gracias a Dios! Jenna hundió los hombros de alivio mientras se volvía hacia la puerta para salir de allí lo antes posible. Y si al día siguiente se le ocurría a su madre algún otro cambio, que fuera ella misma o que enviara…

–¡Señorita Kenyon! Sólo un momento.

Era la directora hotel, Paula Barfoot. Era una mujer en el final de la cincuentena, alta y elegante, que vestía de forma inmaculada con un traje azul marino y zapatos de tacón, y en las últimas semanas se había tomado como una cruzada personal cumplir los deseos de la familia Kenyon.

–¡Me alegro de haberla visto! ¿Ha estado todo a su gusto hoy? ¿Necesita algo?

–Todo está bien. La sala de conferencias será perfecta y los menús que nos ha sugerido deliciosos.

–Entonces, ¿está lista para el sábado?

–Casi. Oh, hay una cosa de la que me gustaría hablar con usted. Mi madre ha decidido cambiar la disposición de los asientos una vez más. ¿Tiene un minuto para que le explique los detalles?

–Todo el tiempo que necesite. ¿Le apetece tomar un café mientras hablamos? Sarah –se dirigió a la recepcionista–, café para dos en el invernadero, por favor. Por aquí, señorita Kenyon.

Fue cuando se dio la vuelta hacia el gran invernadero de estilo victoriano que daba los jardines cuando un sexto sentido le advirtió a Jenna de que algo no iba bien. Con nerviosismo, volvió la cabeza hacia el ascensor.

¡Connor seguía allí! El sonido de las puertas al cerrarse la había confundido.

Quizá estuviera preocupándose demasiado. Quizá no hubiera escuchado a Paula llamarla por su nombre. Pero en cuanto lo pensó supo que se estaba engañando a sí misma.

–Señorita Kenyon…

Pero Jenna no podía apartar la mirada del hombre del ascensor. Un hombre que ahora permanecía muy rígido con su morena cabeza vuelta en dirección a ella y sus profundos ojos azules alerta. Su pose paralizada le recordó a Jenna a la de un depredador hambriento oliendo a su presa mientras esperaba el momento óptimo para abalanzarse sobre ella.

Y ahora los crueles ojos del cazador se habían vuelto en su dirección entrecerrándose con fiereza al reconocerla. La fría mirada azul que se deslizó sobre su pelo oscuro, su camisa de algodón ajustada y sus pantalones dos tonos más oscuros tenía una expresión tan brutal que le heló la sangre en las venas.

Jenna nunca se había visto sometida a una mirada tan hostil en toda su vida. Sentía como si la antipatía muda retumbara en sus sienes haciéndola desear llevarse las manos a la cara para ocultarse tras ellas.

–¿Señorita Kenyon?

Jenna habría querido desaparecer de allí con discreción y ahora todos los ojos se habían vuelto hacia ella. Ahora todo el mundo sabría en el pueblo que Jenna Kenyon y Connor Harding se habían vuelto a ver después de todo aquel tiempo. Y si los cotilleos del pequeño pueblo eran tan eficientes como siempre, esa misma noche, su encuentro sería el tema de conversación de todas las mesas.

–¡Señorita Kenyon!

El tono de Paula era cada vez más impaciente.

–¡Oh! Lo siento.

Desviando la atención a la directora con un esfuerzo, se obligó a darle la espalda a Connor agradecida de que Paula llevara poco tiempo en el George y no supiera nada de la historia acerca del feudo Harding-Kenyon y su propia historia personal con Connor.

–Un café estaría bien.

Al seguir a la mujer al invernadero, Jenna pudo sentir la mirada fría de Connor clavada en su espalda como si fuera un láser.

Parecía que los cinco años que habían pasado no habían conseguido atenuar el impacto que le producía aquel hombre. Jenna había esperado que el tiempo hubiera suavizado su potencia, pero al recordar con una náusea el deseo que la había asaltado sólo con que él pasara por delante de ella, tuvo que reconocer que se había equivocado de forma miserable.

–No me sorprende que no pueda quitarle los ojos de encima a nuestra celebridad –le confió Paula al sentarse en unos sillones tapizados en azul y oro–. Si yo tuviera quince años menos, me volvería loca por Connor Harding.

–¿Qué está haciendo aquí?

Jenna había creído que ahora que era millonario, nunca volvería a poner los pies en el pequeño pueblo en el que los dos habían crecido. Desde luego, en el pasado, había estado muy ansioso por abandonar Greenford sin dirigir siquiera la mirada atrás.

–¿No se ha enterado? Claro, me olvidé de que ya no vive aquí de continuo. Harding va a abrir una macro tienda en el nuevo centro comercial, y como es de aquí, ha decidido asistir él mismo a la inauguración. Estoy segura de que despertará gran interés en la prensa; no todos los días tenemos la oportunidad de tener de invitado a uno de los héroes del deporte del país.

–Pero si hace años que no juega al tenis.

Desde que se había roto la pierna en una caída terrible.

–¡Eso sí que es una lástima! –los ojos de Paula brillaron de aprecio–. No creo que fuera yo la única que se viera los torneos de Wimbledon sólo para verlo en pantalones cortos… ¡Esas piernas! Pero ahora se mueve en otro mundo completamente diferente, aunque no por ello menos exclusivo.

Lo que explicaba el lujoso traje, hotel y juego de maletas, pensó Jenna. Connor Harding había hecho su primera fortuna con el dinero de los premios y la publicidad de las marcas de deporte cuando había sido el número uno del tenis en Inglaterra, pero en los cinco años que habían pasado desde que se había retirado, había duplicado su capital con sus inversiones y agudo sentido de los negocios. La cadena de tiendas de material deportivo que poseía ahora por todo el país, eran sólo parte de su lucrativo imperio.

–Ahora, cuénteme cuál era el problema con los asientos e intentaré solucionarlo. Por supuesto, querrá que todo salga bien el sábado. Una boda debe ser siempre perfecta, como la novia la ha imaginado en sus sueños.

–Disculpen, señoras…

El sonido de la profunda voz masculina le produjo un escalofrío a Jenna. Estirándose en su asiento y bajando las espesas pestañas para velar sus ojos de color esmeralda, se enfrentó a la profunda mirada azul de Connor con la mayor calma que pudo.

–¿Se le ha caído esto a alguna de ustedes? Lo encontré en el recibidor.

Jenna supo al instante que la pequeña cartera de piel no era suya, pero disimuló y se puso a inspeccionar su bolso para tener la excusa de apartar la mirada y poder respirar para calmarse.

–No es mío –declaró con agudeza.

–Ni tampoco mío –contestó con más calma Paula–. ¿Por qué no lo llevo a dirección? Así si alguien pregunta en recepción, sabrán donde está. Si me disculpan los dos…

–Yo acompañaré a la señorita Kenyon hasta que vuelva –sugirió Connor.

–¡Ah! ¿Se conocen ya?

Paula estaba intrigada y miró a Jenna como acusándola de que no se lo hubiera contado.

–Bueno, fuimos a la escuela juntos una temporada –explicó Jenna con ansiedad.

–Fuimos mucho más que eso –aclaró Connor estropeando su explicación–. Pero no nos hemos visto en… ¿cuánto, Jenna? ¿Cinco años? ¿Seis?

–Entones los dejaré para que hablen de los viejos tiempos.

Paula estaba demostrando tacto aunque Jenna tuvo que morderse la lengua para no suplicarle que no la dejara a solas con él.

–¿Te gustaría hacer eso, Jen? –la suave burla en el tono de voz de Connor, junto con el destello de humor de sus ojos le hizo apretar los dientes–. ¿Hablamos de los viejos tiempos? ¿Recordamos…?

–¿Sabes que eso es lo último en la tierra que me gustaría hacer? –preguntó ella con la mayor frialdad que pudo.

Por desgracia, Connor pareció totalmente inmune a la frialdad de sus palabras y a la fulminante mirada que le dirigió. Deslizando su largo cuerpo en el sillón de enfrente, se reclinó con comodidad con aspecto de disponerse a una larga charla íntima.

Al verlo por fin de cerca, Jenna no pudo evitar notar los cambios que se habían operado en él. Tenía algunas arrugas más alrededor de sus asombrosos ojos y su esculpida boca y su cara había perdido el toque juvenil para convertirse en totalmente masculina.

El tiempo había sido amable con él, pero las limpias líneas cinceladas de su cara poseían una belleza que los años no podrían cambiar. La larga nariz recta y la arrogante mandíbula permanecerían igual tuviera treinta y un o setenta y un años y aquellos asombrosos ojos densamente enmarcados por las negras pestañas y la sensual curva de sus labios eran exactamente iguales que cuando ella los había visto por primera vez catorce años atrás.

Había una pequeña cicatriz plateada rompiendo levemente la línea de una ceja que no había estado allí antes y Jenna no quiso preguntarse a qué sería debida. No quería saber nada de su vida desde que le había dado la espalda dejándola sola y desolada.

–¡Vete! –jadeó furiosa apretando el asa de la taza para evitar tirarle el contenido a la cara.

Nunca hubiera creído que podría sentir aquello. Nunca antes había estado a merced de una furia tan primitiva y ciega que le bombeó la adrenalina por las venas.

La muda agresión pareció flotar alrededor de ellos como una tormenta eléctrica, llevándola de su estado sedado habitual a un territorio desconocido. Y después de años de esconder sus sentimientos o aparentar que se habían curado, que se había olvidado de lo inolvidable, era maravillosamente liberador experimentar algo tan básico y fuera de control.

–Déjame sola o…

–¿Qué harás, Jenny? ¿Llamar a la directora para que me eche? Creo que no. Yo ya no soy el pedazo de felpudo que no valía ni para que te limpiaras los pies en él. Sospecho que podrías descubrir que es a ti a la que pedirían que se fuera y no molestara a los huéspedes.

En eso podría tener razón, pensó Jenna a regañadientes. La excitación en la voz de Paula y su actitud deferente hacia Connor decían bastante. Aquella liberadora sensación de rabia dio paso a una sensación de aturdimiento que la dejó desinflada como un globo.

–Y no veo rastro de los hermanos Kenyon por los alrededores para hacerte el trabajo sucio.

–¡No necesito a mis hermanos para que me protejan!

–¡Entonces han cambiado mucho las cosas! –contestó con ironía Connor–. Pensé que el trío Kenyon estaba siempre de guardia para proteger el honor de su hermanita.

–Mis hermanos tiene su propia vida. Como yo. Las cosas no han permanecido inamovibles desde que te fuiste de Greenford, Connor. No eres el único que ha avanzado y se ha ido.

–Tú sigues aquí.

–Pero sólo temporalmente. Yo ya no vivo en en el pueblo.

El parpadeo de sorpresa que no pudo ocultar restableció la calma emocional de Jenna. ¡Eso no lo había esperado!

¿Qué se había creído? ¿Que se quedaría protegida en su casa el resto de su vida para lamerse las heridas que él le había infligido? Hubo un momento en que casi se había sentido tentada por la idea, si no hubiera sido porque abandonarse a aquella debilidad hubiera supuesto que él había ganado.

Casi había muerto por culpa de aquel hombre, tanto literal como emocionalmente y, ahora que miraba atrás, el dolor emocional había sido mucho mayor que el físico. Pero se había recuperado y quería que él lo supiera.

–Mi trabajo y mi casa están ahora en Londres. Sólo he venido aquí a pasar la semana.

–Para la boda.

O sea que había escuchado el comentario de Paula.

–Sí, para la boda.

–¿Y cuándo es exactamente?

Era imposible descifrar nada por su tono de voz o sus azules ojos opacos.

–El sábado. En San Giles.

–Por supuesto. ¿Dónde si no? Y…

El resto de sus palabras quedó ahogado por un jubiloso grito.

–¡Jenna! ¡Yu, ju! ¡Jenny!

«¡Oh, no!»

Jenna gimió para sus adentros al reconocer a la anciana vestida con un traje rosa brillante y un extravagante sombrero de color púrpura con velo que estaba agitando en ese momento en dirección a ella.

–Tu tía, creo –murmuró burlón Connor.

–Mi tía abuela para ser más exactos –le corrigió Jenna levantándose con desgana.

No le quedaba otro remedio aunque en ese momento hubiera preferido que su pariente no hubiera abandonado la lujosa residencia en la que pasaba los días. Normalmente le gustaba estar con su tía abuela, pero en ese momento, Millicent Kenyon era la última persona sobre la tierra que deseaba ver.

–¡Jenna, muñeca! –dio un exuberante beso al aire con la atención fija en el hombre que la acompañaba–. ¡Qué encantador verte! ¿No me presentas a tu amigo?

–Connor Harding, señorita Kenyon –se presentó él con impecable cortesía–. ¿Quiere sentarse con nosotros?

–¡Oh, no puedo detenerme! –dijo Millie con gesto de decepción–. Voy a almorzar con Hazel Mortimer y ya llego tarde, pero vi a esta querida niña y tuve que venir a saludarla. ¿Ha venido para la boda, jovencito?

–Me temo que no.

Connor sonrió ante el respingo de Jenna porque su tía se hubiera dirigido a él con aquel nombre. Sin embargo, dada la avanzada edad de Millie, cualquiera por debajo de los cuarenta sería para ella un jovencito. Jenna sólo podía agradecer que la poco fiable memoria de la anciana no hubiera asociado hasta el momento el apellido Harding.

–Sólo estoy en la ciudad de paso. Jenna y yo perdimos el contacto hace bastante tiempo y nos acabamos de ver por casualidad hace un momento.

–Connor tiene que irse antes del sábado –aclaró Jenna apresurada antes de que su tía abuela decidiera invitarlo a la ceremonia.

–¡Es una lástima! Oh, bueno… De todas formas, lo más importante: ¿cómo está la novia? –dijo con un fuerte abrazo–. ¿Todo organizado para la gran ocasión? ¿Nervios de última hora?

–Todo está bajo control –consiguió decir ella con una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir–. He estado revisando la organización y todo parece perfecto.

–¡Por supuesto! El George es un hotel soberbio, el tipo de lugar que puede llevar una gran ceremonia social con eficacia y estilo. Debo decir que estoy deseando que llegue el gran día. ¿Y cómo está el atractivo novio? ¿Cómo se llamaba, querida?

–Graham –dijo Jenna evitando los ojos azules de Connor–. Graham Dixon.

–¡Graham, eso es! ¡Un chico encantador! Es…

Se detuvo al llamarle la atención un saludo desde la puerta. Mirando en dirección a la voz, Jenna vio a otra mujer de la edad de su tía saludando de forma enérgica.

–¿No es esa Hazel, tía?

–Sí. Debo dejaros, queridos. Encantada de conocerlo, señor Harding. Es una pena que no pueda asistir a la boda, pero quizá…

–¡Tía Millie, tu amiga te está esperando! –interrumpió Jenna con un ataque de pánico.

–¡Debo salir volando entonces! Querida, hasta el sábado.

Jenna contempló alejarse a su tía con sensación de alivio y aprensión.

–Parece que la boda del sábado va a ser el acontecimiento de la temporada.

El tono seco de Connor le puso los nervios más de punta y decidió pasar a la acción. Así que esbozó una falsa sonrisa de alegría y dijo sin pensar:

–¿No es una pena que no estés aquí para verla?

La sonrisa desapareció de su cara al ver el gesto de cinismo de Connor.

–Podría decidir quedarme… para ver la exhibición.

–¡No serías bien recibido!

La sensual boca de Connor se arqueó de forma peligrosa antes de esbozar una diabólica sonrisa.

–Los días en que tenía que pedir permiso al clan Kenyon hasta para respirar han volado hace mucho tiempo. Ahora hago lo que quiero y nadie, nadie se interpone en mi camino.

–¿Es eso verdad? –Jenna tuvo que tragar saliva ante el vergonzoso quiebro de voz–. ¿Qué es lo que quieres? ¿Ha sido la inauguración sólo una excusa? Has venido a crear problemas, ¿no? –preguntó con incredulidad mientras sacudía la cabeza.

–No me hace falta crear ningún problema –dijo Connor con voz muy baja. Pero la suavidad de su tono no ocultaba el peligro que subyacía bajo sus inocuas palabras–. Siempre que aceptes cenar conmigo.

La fría audacia y su evidente convicción de que sólo tenía que pedir para conseguir lo que quería, dejaron a Jenna helada. No, ni siquiera lo había pedido. Había sido una orden pura y simple.

–¡Debes estar de broma! –exclamó ella con los ojos brillantes de furia.

–No es ninguna broma, Jenny –dijo él sin respeto por sus sentimientos–. Has preguntado qué era lo que quería y la pura verdad es que lo que quiero eres tú.

–Tú… tú…

Las palabras le fallaron ante la ciega furia que le nubló los ojos como una nube roja. Apretó los puños mientras contenía el impulso de abofetearlo para borrar aquella sonrisa de su cara.

–¿Cómo te atreves?

–Es sólo una cena, Jenna ¿Siempre reaccionas con tanta agresividad ante una invitación? –el evidente placer que sentía en sacarla de quicio incendió a Jenna aún más hasta dar un patada en el suelo con furia–. Somos viejos amigos que no nos hemos visto…

–No somos nada parecido. ¡Y no quiero cenar contigo! Ni siquiera puedo imaginar por qué me ha invitado.

–¿No puedes, Jenny? ¿Es que no ves lo que está sucediendo aquí? ¿Te lo tengo que explicar yo?

–Sí, me temo que sí. Porque no tengo la más remota idea de qué tienes en esa endiablada mente tuya.

–Muy bien.

Al minuto siguiente cualquier pensamiento coherente voló cuando Connor hizo algo que la aterrorizó por completo.

Si se hubiera movido con brusquedad y hubiera hecho algún gesto violento, Jenna hubiera salido disparada como un pájaro al sentir a un gato lanzarse en su dirección. Pero Connor no hizo nada de eso, sino que estiró la mano lenta y suavemente y la posó sobre la de ella, sus cálidos dedos apenas rozando su piel.

Jenna sintió un zumbido como el enjambre de una colmena en su cabeza haciendo que sus pensamientos se arremolinaran con frenesí. El calor de su piel le recorrió todos los nervios con la fuerza de una descarga eléctrica hasta tal punto que temió que la piel le ardiera bajo sus dedos. La garganta se le secó de forma dolorosa, el corazón le dio un vuelco en el pecho y no pudo evitar cerrar los ojos en instintiva respuesta.

Apenas acababa de hacerlo cuando comprendió el error fatal que había cometido, la forma en que se había traicionado a sí misma. Al instante alzó los párpados de nuevo en rechazo a sus propios sentimientos.

Demasiado tarde. Él la había estado observando todo el tiempo con los sombríos ojos clavados en su cara y la intensidad de su mirada había captado todas las respuestas que ella había sido incapaz de ocultar.

–Verás –murmuró él con aquella suave y tierna voz que le acariciaba los nervios y le producía escalofríos por la espina dorsal–. Todo está ahí entre nosotros, igual que antes. Sólo que está oculto bajo la superficie, esperando sólo una chispa, una caricia para explotar de nuevo y convertirse en la rabiosa pasión que conocimos en otro tiempo.

«¡No!», hubiera querido gritar ella. «¡No hay nada entre nosotros! Todo murió hace años cuando me abandonaste sin volver la vista atrás».

Pero no pudo articular las palabras. Incluso para ella sonaban débiles e increíbles. Además, Connor había visto su reacción y sabía que si intentaba negar su propia respuesta, él se reiría a su cara.

Así que se aferró con pánico a la única vía de escape que se le ocurrió.

–¡Te estás olvidando del sábado! De la boda y de Graham.

La velocidad con la que él reaccionó, la mirada violenta que le dirigió y la forma en que le soltó la mano como si estuviera contaminada, le produjo a Jenna una cierta satisfacción.

–Tienes razón –dijo Connor con la voz de un depredador–. Me estaba olvidando de la boda, pero no lo haré nunca más. Procuraré recordarlo con mucha claridad en el futuro.

Y mientras se alejaba, Jenna se preguntó cómo habría conseguido hacer que una declaración de derrota sonara tan parecida a una amenaza mortal.