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A menudo, muchos cristianos no reconocen la voz de Dios o han sido engañados pensando que otra voz es la Suya. El Reverendo Tucker animará a los lectores a que ellos mismos puedan oír efectivamente la voz de Dios. El responderá las preguntas:
¿Cómo podemos conocer la voz de Dios?
¿Cómo podemos distinguirla en medio de muchas otras voces en el mundo?
¿Cómo podemos evitar ser engañados?
¿Cómo se relacionan la fe, la justicia y la sabiduría con el hecho de escuchar la voz de Dios?
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LA PODEROSA VOZ DE
DIOS
Cómo oír al Señor y responderle
Título Original: “God’s Powerful Voice”
Registrado © 2003 Robert A. Tucker.
Título en español: “La poderosa voz de Dios”
Diseño de Portada: © 2011 Zion Fellowship International
Libro de texto de Zion Christian University.
Publicado por Zion Christian Publishers.
Usado con permiso. Todos los derechos reservados.
Traducción al español: Ariel E. Ericson, Argentina.
Edición: Raimundo Ericson, equipo editorial de ZCP: Carla Borges, Ana Karen Poza, 2011.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en
manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico o mecánico, sin permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves en artículos o reseñas.
A menos que se indique lo contrario, las citas son tomadas de la Santa Biblia,
versión Reina-Valera © 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas Unidas.
Primera edición en español impresa en los Estados Unidos de América. Diciembre 2011.
Publicado en formato e-book en diciembre 2018
En los Estados Unidos de América.
ISBN versión electrónica (E-book) 1-59665-605-0
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Zion Christian Publishers
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“Voz de Jehová sobre las aguas; truena el Dios de gloria, Jehová sobre las muchas aguas. Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria” Salmos 29:3-4.
Dios entiende la fragilidad de la humanidad y su incapacidad para guardar los mandamientos de Dios por sus propias fuerzas. A través de toda la Escritura, Él habla de la importancia de que el hombre escuche la voz de Dios. Su voz habilita a aquellos que oyen lo que Él está diciendo, capacitándolos para cumplir lo que Él ha hablado. Como el antiguo Israel, muchos prefieren vivir únicamente por la ley escrita para ellos por alguien que escucha la voz de Dios. Sin embargo, el poder para hacer lo que Él pide viene al escuchar personalmente Su voz.
“Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Juan 10:4-5).
En estos días, muchos están siguiendo la voz de los extraños. Que tengamos nuestro corazón sintonizado a Su voz para responder plenamente a Dios.
“Oh, tú que habitas en los huertos, los compañeros escuchan tu voz; házmela oír” (Cantares 8:13).
Hazme oír Tu voz. ¿Es importante?
En 1980 hice mi primer viaje al extranjero con destino a las Filipinas. Debido a que era un viajero inexperto, hice reservaciones para el viaje de ida pero no para el de regreso. Al llegar a Manila traté de asegurar la reservación para mi regreso dos semanas después. La línea aérea me informó que no tendrían un lugar disponible sino hasta dentro de varios meses. Pusieron mi nombre en una lista de espera sin darme ninguna seguridad acerca de la fecha de regreso. Sintiéndome un poco deprimido por esta situación, llamé por teléfono a mi esposa Angeline para contarle las novedades y le pedí que orara para poder conseguir un lugar mientras aguardaba en lista de espera.
Dos semanas después, mientras yo seguía en la lista de espera, Angeline estaba tan preocupada por mi regreso que no podía dormir. Poco antes de las 6 de la mañana se encontraba orando, pidiendo a Dios Su consuelo y preguntándole si yo regresaría o no ese día. Entonces el Espíritu Santo la impulsó a leer su Biblia. En esos momentos no sentía deseos de hacerlo, pero entendió que Dios sabe lo que es mejor. Su lectura devocional para ese día comenzaba en Isaías 6. Mientras leía, las siguientes palabras llamaron su atención: “...y con dos volaban” (v. 2). En ese momento sintió la paz de Dios y una profunda certeza de que yo estaría volviendo a casa.
Abordé el avión en Manila antes de las 6 de la tarde (las 6 de la mañana en los Estados Unidos), pero mis compañeros de viaje aún no estaban a bordo. Ellos habían tomado un viaje combinado con Hong Kong. Llegaron unos momentos antes de partir, y así “con dos volaban” (“volábamos”), tal como el Señor había dicho a mi esposa. ¡Qué palabra tan específica dio Dios a mi esposa para confortarla! El Señor se deleita en comunicarse con Su pueblo.
Dios nos creó para Su placer y para que disfrutemos de Su compañía y comunión con Él. ¡Qué maravilloso es pensar que Dios desea hablarnos directamente y hacer que conozcamos Su voz! La Biblia comienza con Dios encontrándose diariamente con Adán y Eva. “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día” (Gn. 3:8). Al parecer, Dios pasaba tiempo en comunión con ellos de manera regular.
El último libro de la Biblia nos muestra el corazón y el deseo de Dios de comunicarse con el hombre y hacer que escuchemos Su voz. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20). ¡Qué gran invitación cuando consideramos que Dios es el Creador del universo y reina sobre él! Al meditar en esto, el rey David declaró: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria”? (Sal. 8:4). Dios está buscando por toda la tierra personas que respondan a Su voz y que deseen tener comunión con Él. Como veremos en este estudio, las Escrituras contienen numerosas invitaciones a escuchar la voz de Dios.
¿Por qué es tan importante oír la voz de Dios? ¿Es realmente importante que tengamos comunicación directa con Él? ¿Cómo distinguir claramente la voz de Dios de las demás voces que hay en el mundo? ¿Cómo podemos estar seguros que realmente es Dios el que habla? ¿Cómo se relacionan puntos tales como la fe, la esperanza, las buenas obras, la justicia y la sabiduría con escuchar la voz de Dios? Este apasionante estudio nos proporcionará respuestas a estas y otras preguntas que pueda tener relacionadas al tema. Abra su corazón al Señor a medida que avanza a través de este libro y vea si escucha Su voz llamándolo. Que pueda usted declarar con el escritor del Cantar de los Cantares: “Los compañeros escuchan tu voz; házmela oír” (8:13).
Un tema de gran importancia
Al escribir a la iglesia de Corinto, Pablo los instó a meditar en el ejemplo de Israel en su peregrinaje por el desierto desde Egipto a Canaán. El apóstol señala sus fracasos y advierte a la iglesia a no cometer los mismos errores que ellos tuvieron.
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co. 10:1-12).
El viaje de Israel por el desierto estuvo plagado de fracasos, algunos más importantes que otros. A veces es posible discernir motivos clave de la escalada de problemas que continúan. Esto fue especialmente cierto en el caso de Israel en aquel tiempo. Observemos una de las razones clave por la cual la primera generación no fue capaz de entrar en la tierra prometida, y murió en el desierto.
Israel comenzó su viaje de salida de Egipto en la noche de Pascua. Cruzaron el Mar Rojo y, cincuenta días más tarde, llegaron al monte Sinaí. Dios los había llevado hasta allí y los preparó para poder hablarles. Estas fueron las primeras palabras que les habló:
“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel” (Éx. 19:3-6).
Dios les declaró que los haría un reino de sacerdotes y una nación santa si respondían en dos maneras: obedecer Su voz y guardar Su pacto. ¡Qué promesa! En Éxodo 20, Dios les dio el pacto (los Diez Mandamientos) y les habló desde el monte Sinaí en medio de tremendas manifestaciones de poder.
“Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos. Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis. Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios” (Éx. 20:18-21).
El pueblo estaba sumamente asustado frente a todo lo que estaba sucediendo. Moisés trató de calmarlos y explicarles lo que ocurría. Dios no buscaba asustarlos. Deseaba darles el temor del Señor que los ayudaría a preservarse a sí mismos y a evitar que pecasen. “Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal” (Pr. 16:6). Dios estaba alentando a Israel a no temer a los fenómenos naturales o a Su fuego consumidor, el cual ardía en sus espíritus. Deseaba que tuvieran temor de Dios y lo respetaran por sobre cualquier otra cosa. Jesús habló a Sus discípulos de manera similar. “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28).
Un relato de este incidente en el libro de Deuteronomio nos da un panorama mucho más completo. Vemos que Israel no quiso escuchar a Dios.
“Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre Jehová y vosotros, para declararos la palabra de Jehová; porque vosotros tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte... Estas palabras habló Jehová a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz; y no añadió más. Y las escribió en dos tablas de piedra, las cuales me dio a mí. Y aconteció que cuando vosotros oísteis la voz de en medio de las tinieblas, y visteis al monte que ardía en fuego, vinisteis a mí, todos los príncipes de vuestras tribus, y vuestros ancianos, y dijisteis: He aquí Jehová nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza, y hemos oído su voz de en medio del fuego; hoy hemos visto que Jehová habla al hombre, y éste aún vive. Ahora, pues, ¿por qué vamos a morir? Porque este gran fuego nos consumirá; si oyéremos otra vez la voz de Jehová nuestro Dios, moriremos. Porque ¿qué es el hombre, para que oiga la voz del Dios viviente que habla de en medio del fuego, como nosotros la oímos, y aún viva? Acércate tú, y oye todas las cosas que dijere Jehová nuestro Dios; y tú nos dirás todo lo que Jehová nuestro Dios te dijere, y nosotros oiremos y haremos” (Dt. 5:4, 5; 22-27).
La primera respuesta de Israel a Moisés fue que, cuando Dios habla, la vida brota en el hombre. Esta verdad es confirmada por numerosos pasajes de la Biblia que demuestran el poder de Dios que se libera cuando Él habla. La vida brota al salir las palabras de Su boca.
“Voz de Jehová sobre las aguas; truena el Dios de gloria, Jehová sobre las muchas aguas. Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria. Voz de Jehová que quebranta los cedros; quebrantó Jehová los cedros del Líbano. Los hizo saltar como becerros; al Líbano y al Sirión como hijos de búfalos. Voz de Jehová que derrama llamas de fuego; voz de Jehová que hace temblar el desierto; hace temblar Jehová el desierto de Cades. Voz de Jehová que desgaja las encinas, y desnuda los bosques; en su templo todo proclama su gloria” (Sal. 29:3-9).
“A su voz se producen tumultos de aguas en los cielos, y hace subir las nubes de lo último de la tierra; él hace relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos” (Jer. 51:16).
“De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn. 5:25).
Cuando Dios habla, ¡de Su voz emana poder y comienzan a ocurrir cosas! ¡Aún los muertos son movidos ante Su voz! Jesús dijo: “…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Cuando los oficiales vinieron con Judas al huerto de Getsemaní, Jesús les preguntó a quién buscaban. Le respondieron que a Jesús de Nazaret. Cuando Jesús dijo: “Yo soy”, había tanto poder en Su voz que retrocedieron y cayeron a tierra (Jn. 18:3-6).
Ese día, en el monte Sinaí, Israel declaró que veían y entendían el poder que residía en la voz de Dios y la vida que fluía hacia el hombre cuando hablaba. ¡Oh, si hubieran permanecido fieles a este conocimiento! Todo el poder que necesitaban para guardar el pacto estaba a su disposición si hubieran obedecido Su voz.
Sin embargo, la respuesta de Israel no terminó allí. También se dieron cuenta de otra verdad. “Ahora, pues, ¿por qué vamos a morir? Porque este gran fuego nos consumirá; si oyéremos otra vez la voz de Jehová nuestro Dios, moriremos. Porque ¿qué es el hombre, para que oiga la voz del Dios viviente que habla de en medio del fuego, como nosotros la oímos, y aún viva?” (Dt. 5:25-26). Esta declaración, comparada con la anterior, pareciera ser contradictoria. Sin embargo, entendían muy bien lo que estaban diciendo. Sí, la vida de Dios estaba avivando sus espíritus, pero el fuego que había en la voz de Dios estaba haciendo morir al hombre carnal, la carne. Reconocían la vida que fluía cuando Dios hablaba, pero estaban más preocupados por el hecho de que el fuego de Dios destruía las obras de la carne. Un suceso ocurrido en mi juventud puede servir como ilustración para comprender mejor este punto.
Al ingresar a la escuela secundaria, tuve la oportunidad de jugar fútbol americano. Aún después de que mis días de jugador terminaron, disfrutaba el ver un partido, tanto que me apasionaba mientras alentaba con entusiasmo a mi equipo favorito desde mi sillón. Un día, mientras veía uno de estos partidos por televisión, el Señor me dijo en forma repentina pero delicada que apagara el televisor y me olvidara del partido.
Estaba completamente sorprendido y pensé que Dios me estaba bromeando. ¡Dios no bromea con estas cosas! Me confirmó que estaba hablándome y que debía obedecerle. Esta directiva de Dios me irritó. Sentía que no había nada de pecaminoso en el fútbol americano y que yo tenía derecho a divertirme de vez en cuando. Dios insistió y me rendí a Su voluntad.
Unas semanas después estaba por jugarse otro partido, y dentro de mí pensé que probablemente al Señor no le importaría si tan solo encendía el televisor el tiempo suficiente como para ver el marcador. El Señor me hizo saber en términos para nada ambiguos, que sí le importaba que encendiera el televisor. Nuevamente me sometí a Su voluntad. El fuego de la voz de Dios estaba haciendo morir mi carne. ¡Qué dolor producía el poder de la voz de Dios al obrar en mí!
En aquél tiempo, yo había estado buscando al Señor con respecto a otros problemas en mi vida. Este asunto de dejar de ver partidos de fútbol parecía ser un tema aislado, pero a medida que el fuego de la voz de Dios ardía en mí, comencé a ver que existía una conexión directa entre esto y los demás problemas. Al pasar el tiempo, Dios me mostró que el asunto del fútbol era sólo la punta del iceberg y que estaba respondiendo mi oración sobre lo que yo pensaba que eran cuestiones sin relación. Dios utilizó mi ruptura con el fútbol para comenzar una nueva obra en mi corazón y producir cambios en mi vida. Su voz hizo morir áreas carnales en mí, pero también trajo nueva vida a mi espíritu. Cuando respondí a la voz de Dios, el Espíritu Santo pudo hacer una obra que trajo libertad a otras áreas de mi vida.
La percepción de Israel en el monte Sinaí sobre su propia condición era correcta. Ambas declaraciones, aparentemente contradictorias, eran verdad: Dios habla con el hombre y éste vive; Dios habla con el hombre, y éste muere. Examinaremos ahora la respuesta de Israel al respecto. “Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éx. 20:19). Israel pidió a Moisés que averiguara lo que Dios quería decirles y luego se los retransmitiera, y ellos lo llevarían a cabo. Lamentablemente, Israel rechazó oír la voz Dios, para evitar así la muerte que la acompaña.
Quizás, sin darse cuenta, estaban rechazando la vida que reside en la voz de Dios, la cual les habría dado el poder para superar las pruebas que tenían por delante y salir victoriosos de ellas. La capacidad para llevar a cabo lo que el Señor nos habla debe provenir de Él. Dios se entristeció ante la respuesta del pueblo porque sabía que no tenían dentro de sí el poder para guardar Sus mandamientos. “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Dt. 5:29). Dios desea que guardemos Sus mandamientos porque son buenos y rectos, y producen aquello que es mejor para nosotros.
Israel rechazó oír la voz de Dios, y eligió vivir por ley y no por relación. Esto requería que Dios les diera numerosas leyes y les explicara cosas con gran detalle. Éste no era el plan original de Dios. Después de darles los Diez Mandamientos, Dios les dijo lo siguiente: “Estas palabras habló Jehová a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz; y no añadió más” (Dt. 5:22). Israel tomó una decisión que forzó a Dios a darles numerosas leyes, las cuales ellos no tenían el poder para cumplir. No hay absolutamente nada malo en la ley. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro. 7:12). El problema no es la ley sino la falta de poder por parte del hombre para cumplirla. ¡La intención de Dios era que el hombre, al oír Su voz, recibiera el poder para cumplir Sus mandamientos!
En nuestra congregación no tenemos leyes, o más bien debería decir que en un tiempo no tuvimos leyes. Creíamos que si todos escuchaban la voz de Dios y le obedecían, las leyes no serían necesarias, lo cual es verdad. Sin embargo, todo líder se enfrenta con el mismo problema: las personas no siempre responden en la forma que deberían. Por lo tanto, cuando es necesario, establecemos leyes pensando en el mayor beneficio para todos.
Ninguna ley puede hacerse a la medida de cada uno. Personalmente, creo que esta fue la razón por la cual Dios deseaba que Israel (y por cierto, también nosotros) obedeciera Su voz. Dios estableció un fundamento por medio de los Diez Mandamientos, con el propósito de que todo ser humano oyera Su voz a través de un mensaje personalizado, aplicable a cada uno. Cada persona tiene su forma de pensar, sus motivaciones y su personalidad. Lo que para mí constituye un problema, quizá no lo sea para otro. La voz de Dios, al hablarnos de manera específica e individual, indica con precisión nuestra necesidad exacta y nos libera de aquellas cosas que nos impiden alcanzar lo mejor de Dios para nosotros.
El corazón del hombre no ha cambiado mucho desde los días en que Israel deambulaba por el desierto. Por Su parte, Dios no ha cambiado en absoluto: Él es el mismo hoy, ayer y por los siglos. Tampoco ha cambiado el problema básico entre Dios y el hombre. Dios aún desea preparar reyes y sacerdotes para Él, personas que guarden Su pacto y escuchen Su voz. A través de toda la Biblia puede oírse el clamor del corazón de Dios buscando quien responda a Su voz cuando Él habla.
El libro de Hebreos retrata un tema que presenta a Jesús como el mejor camino y como el premio a obtener. Uno de los mensajes básicos que señalan el camino para obtener lo mejor de Dios para nosotros es este asunto de oír Su voz. “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 3:7-8, 15; 4:7). Esta cita de Salmos 95:7 se repite tres veces en Hebreos, al tiempo que Dios clama desde lo profundo de Su corazón en busca de hombres y mujeres dispuestos a oír Su voz, sin importarles las consecuencias para la carne. Quienes van en pos del supremo llamado de Dios en Cristo Jesús responderán a esta poderosa voz, la cual proporciona al hombre la capacidad para cumplir la voluntad de Dios.
Como señala el escritor de Hebreos, Israel no pudo obtener las promesas y entrar en el reposo porque no estaban dispuestos a oír la voz de Dios. Su punto es que no entraremos en este santo reposo a menos que respondamos a Su voz. Esta cuestión de rehusarnos a oír a Dios hablándonos desde el cielo continúa siendo una cuestión central y crítica en la actualidad. Nuestro rechazo nos impide el acceso a lo mejor que Dios tiene para nosotros y nos desvía a una morada que será mucho menor que la meta original que Él tenía en mente.
Podemos darnos cuenta cuán importante es determinado asunto para Dios cuando encontramos el mismo mensaje repetido muchas veces en la Biblia. A medida que lee los siguientes versículos, observe que a menudo Dios distingue entre obedecer a la ley y obedecer a Su voz.
“Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios” (Dt. 8:19-20).
“Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios. Y vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te perseguirán, y te alcanzarán hasta que perezcas; por cuanto no habrás atendido a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos, que él te mandó” (Dt. 28:2, 45).
“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar” (Dt. 30:19-20).
“Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien. Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante” (Jer. 7:23-24).
“…dejaron mi ley, la cual di delante de ellos, y no obedecieron a mi voz, ni caminaron conforme a ella” (Jer. 9:13).
“Y les dirás tú: Así dijo Jehová Dios de Israel: Maldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto, el cual mandé a vuestros padres el día que los saqué de la tierra de Egipto, del horno de hierro, diciéndoles: Oíd mi voz, y cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios” (Jer. 11:3-4).
“Te he hablado en tus prosperidades, mas dijiste: No oiré. Este fue tu camino desde tu juventud, que nunca oíste mi voz” (Jer. 22:21).
En Deuteronomio 28 y 29, Dios había hablado de una serie de maldiciones que vendrían sobre ellos si no obedecían Su voz al tomar posesión de la tierra. Sin embargo, también les prometió que si se volvían a Él y obedecían otra vez Su voz, les restauraría Sus bendiciones.
“Y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres a su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma…Y tú volverás, y oirás la voz de Jehová, y pondrás por obra todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy. Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, para bien; porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres” (Dt. 30:2, 8-9).
El profeta Daniel creyó esta promesa. Israel había experimentado las maldiciones que Dios dijo que vendrían sobre ellos si se apartaban de Él. Los asirios y los babilonios habían llevado a Israel a la cautividad, pero ahora Daniel comenzaba a entender que era el tiempo para que los judíos regresaran a Judá. Mientras oraba y se arrepentía en nombre de la nación, Daniel mencionó una de las razones por las que fueron llevados cautivos:
“Y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas. Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos” (Dn. 9:10-11).