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¿Aquello era el final del juego… o sólo el principio? Desde que un periódico describió a Brant Smith como uno de los más importantes propietarios del desierto australiano, había sido acosado por las mujeres más inapropiadas. Por eso cuando vio aquel coche rojo aparcar junto a su casa, pensó que sería otra más. Pero se equivocaba, Misha era una princesa europea amiga de su hermana que trataba de escapar de su prometido. Misha tenía un plan: deshacerse de las acosadoras de Brant haciéndose pasar por una chica corriente y proclamándose su prometida. El problema surgió cuando el plan funcionó demasiado bien y la princesa y el australiano empezaron a enamorarse de verdad...
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Seitenzahl: 220
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Lilian Darcy
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La princesa disfrazada, n.º 1653- noviembre 2017
Título original: Princess in Disguise
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-512-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
SOX era una perra excepcional.
Había nacido para trabajar con ovejas y era el típico perro que siempre se alegra uno de tener. Brant podía mandarla a la montaña y ella sola reunía al rebaño y lo hacía bajar.
Brant confiaba en ella. Era la única que lo escuchaba.
—Dime que no es grave que tres ovejas cojeen, Soxie —le dijo Brant.
Los dos descendían la colina en el quad a bastante velocidad. Hacía una tarde agradable y cálida para mediados del mes de mayo. Unas pocas nubes flotaban en el cielo azul y los pájaros cantaban alegremente. A lo lejos, en la carretera que venía de Holbrook, Brant distinguió un coche rojo que se dirigía rápidamente hacia ellos.
No era el momento de tener malas noticias con las ovejas.
Brant conducía y Sox iba sentada tranquilamente detrás, estirando la cabeza y echándole encima el aliento, deseosa de disfrutar de una nueva aventura con su amo.
—No puede ser pietín —añadió Brant.
Después de una larga época de sequía, el otoño había sido abundante en lluvias. Eran las condiciones adecuadas para que se activase y propagase la bacteria y si alguna de sus cuatrocientas ovejas por las que tanto dinero había pagado se había contagiado allí, nada más llegar, todo el rebaño podía sufrir pronto la enfermedad.
Si era así, podía perder un tercio del valor de su ganado y ver caer en picado sus ingresos anuales, tendría que volver a trabajar duro, tendría que invertir mucho dinero, y tendría muchas preocupaciones que no quería compartir con su hermana, ya que Nuala y Chris iban a casarse dentro de un par de meses. Chris tenía su propio ganado y terreno por el que preocuparse.
Brant volvió a ver el coche rojo, que entraba en su propiedad y se dirigía hacia él. Era pequeño y rápido, estaba limpio y bien cuidado. No era el coche de un granjero.
La idea todavía lo hundió más. Sabía qué tipo de visitante sería.
Una mujer. Una extraña. Una chica de ciudad.
Durante los últimos meses había conocido suficientes mujeres así y ninguna había significado nada para él.
El coche rojo volvió a desaparecer temporalmente al acercarse al arroyo. Brant y Sox casi habían llegado a la casa. Brant aparcó el quad, ató a la perra y entró quitándose las botas de una patada por el camino. En la cocina había una nota de su hermana.
No te olvides de Misha…
Misha. La amiga europea de Nuala. Lo había olvidado completamente.
Llegará sobre las tres y media o las cuatro. Supongo que estaré de vuelta pero, si no, sé simpático con ella.
Sé simpático con la extranjera que viene en el coche rojo.
Estupendo, eso era lo que más le apetecía.
Como alguien que se auto invita debe empezar probando que va a ser de ayuda a su anfitrión, Misha había parado a recoger el correo de Nuala antes de llegar a su granja de ovejas Australiana.
Había muchas cartas. Miró el destinatario de la que estaba encima: Branton Smith, Inverlochie, Hill Road via Holbrook, NSW 2644. Misha dejó todas las cartas en el asiento del copiloto, junto con un ramo de flores que había comprado para su amiga. Iban encima de una caja de vino que le llevaba al hermano de ésta, Brant, al que no conocía.
Cuando llegó a casa de Nuala y se encontró con su hermano, éste no parecía muy contento.
—Tú debes de ser Misha —la saludó.
Los anchos hombros de Brant estaban tensos, sus ojos grises la miraban con dureza y tenía el ceño fruncido.
—Debo de serlo —admitió ella resignada—, aunque no me apetezca.
Misha esperaba que él sonriese, pero casi ni se inmutó.
—Os he traído el correo —añadió la joven, esperando que eso ayudase.
Aunque no fue así.
Brant miró el montón de cartas y refunfuñó. A no ser que lo que no le gustasen fuese el vino y las flores.
—Nuala no está en casa. Has llegado antes de lo que pensábamos.
—Quizás haya conducido demasiado rápido —contestó Misha.
—Pues no deberías hacerlo, aquí no tenemos las autopistas que hay en Europa.
—Donde yo vivo, en Langemark, tampoco. Tengo bastante experiencia en carreteras rurales.
Brant no pareció impresionado.
Aunque Misha tenía que reconocer que sí era impresionante: alto, moreno, fuerte. La versión masculina de Nuala, que nunca había tenido problemas para atraer al sexo opuesto. Seguro que Brant tampoco los tenía. Tenía el pelo moreno despeinado, los pómulos y el mentón marcados y unas largas pestañas. Debajo de la camiseta manchada de barro se escondían unos músculos apretados.
Había algo en los genes de esa familia que no se podía explicar sólo con el duro trabajo físico de la granja, con su inteligencia, ni con su atractivo. Durante mucho tiempo, Misha había pensado que Nuala, que era un torbellino de sensualidad, acabaría con un millonario europeo o con un aristócrata pero, aunque le había presentado a muchos hombres durante el mes que había pasado en Langemark tres años antes, ninguno la había interesado seriamente.
—Son demasiado civilizados —decía—. Son dóciles.
Nuala volvía a estar en Australia e iba a casarse con Chris, su vecino granjero. Misha estaba deseando conocer al hombre que era lo suficientemente salvaje para su amiga.
Brant le abrió la puerta del coche para que saliese. Acostumbrada a esas atenciones, Misha sacudió la cabeza en señal de agradecimiento, sonrió y salió del coche muy despacio. Brant puso los ojos en blanco y suspiró.
Quizás fuese guapo, pero no tenía ningún encanto
—Gracias por acogerme, Brant —comentó la joven derrochando, ella sí, todo su encanto—. Es todo un detalle por tu parte y es maravilloso conocerte por fin.
De pie, alargó la mano, pero él no la tocó.
—No creo que quieras —espetó mostrándole la mano sucia.
—Me puedo lavar después, ¿no?
Misha mantuvo la mano en el aire hasta que él hizo lo propio. Aunque después deseó no haberlo hecho. El apretón fue breve e intenso, como para demostrarle que estaba ocupado y que era mucho más fuerte que ella. Aunque Misha ya lo sabía.
—El vino es para ti, una pequeña muestra de mi agradecimiento.
—No hay nada que agradecer —respondió él.
—Y, por supuesto, las flores son para Nu. ¿Va a tardar mucho? —preguntó sintiéndose repentinamente cansada.
Para dar esquinazo a la prensa, Misha había viajado en clase turista desde Europa hasta Melbourne. Esperó durante varias horas el vuelo que la llevaría hasta Albury y había conducido cuarenta y cinco minutos, por el lado equivocado de la carretera, hasta llegar a Inverlochie.
Se le había arrugado la ropa de diseño que llevaba puesta y le dolían los pies.
Eran las tres de la tarde allí, lo que significaba que en Langemark serían las seis de la mañana. Y no tenía ni idea de qué hora sería allá donde estuviese Gian-Marco. ¿Seguiría en España? El Gran Premio de España acababa de terminar.
El hermano de Nuala volvió a mirarse el reloj.
—No tardará. Quizás media hora.
—Bien.
Para Misha, sobraban veintinueve minutos de espera y pensar en Gian—Marco Ponti era un error.
Para esconder las lágrimas que brotaban de sus ojos, se agachó al interior del coche y abrió el maletero. Pero Brant llegó a él antes que ella, levantó la puerta y observó sus maletas, la bolsa de mano y el bolso a juego. Volvió a mostrarle las manos sucias.
—Yo las llevaré —propuso Misha fingiendo estar contenta.
Ya había dejado la primera maleta en el suelo cuando Brant respondió:
—Perdona, quería decir que iba a lavarme las manos para hacerlo yo.
—Si me dices dónde está la habitación, te lavas las manos y volvemos a salir, te dejaré que lleves la segunda maleta, el vino, las flores y la bolsa de mano.
«Me estoy comportando como un idiota y debería disculparme», pensó Brant mientras se frotaba las manos con jabón. Se secó y volvió al coche de la amiga de Nuala.
Bien. Había llegado antes que ella.
Así no tenía que ver su sedoso pelo rubio, ni sus escandinavos ojos azules, ni su encantadora sonrisa, ni su figura dorada y esbelta.
¿Qué esperaba? ¿Para qué había ido allí?
Nuala no le había contado gran cosa.
—Tiene problemas personales. Necesita espacio y anonimato.
Nuala no era la misma últimamente. La boda estaba planeada para el primer fin de semana de septiembre y se le había subido a la cabeza. Todas las semanas hablaba por teléfono durante horas con su madre, que vivía en Sydney y que insistía en que a Nuala se le iba a echar el tiempo encima para encontrar el vestido perfecto.
¿Echársele el tiempo encima?
Todavía faltaban más de tres meses para septiembre.
Pero le gustaba la idea de que la boda uniese a su hermana y a su madre.
Durante mucho tiempo, había parecido que no tenían mucho en común. Nuala tenía el corazón de una chica de campo, mientras que su madre nunca había sido completamente feliz allí. Menos de un año después de la muerte de su padre, hacía seis años, se había casado con un amigo de ambos, un hombre de negocios que vivía en Sydney. Había decidido dejar Inverlochie a sus dos hijos y había empezado a hacer vida social, a ir a las carreras de caballos, a trabajar en obras de caridad y a renovar la mansión que Frank McLaren tenía en Double Bay.
Después, Nuala había pasado dos años y medio recorriendo mundo y haciendo trabajos que su madre consideraba de poca categoría: monitora en un campamento en Estados Unidos, cocinera en Francia, voluntaria en La India. Con la boda, Nuala y su madre volvían a tener cosas en común.
—No puedo traicionar su confianza —le había dicho Nuala acerca de Misha—. Pero tienes que saber que lo está pasando muy mal y que necesita todo nuestro apoyo y discreción.
Sí. Muy mal.
Con maletas y ropa que hasta él reconocía como de diseño.
Cuánta pena le daba. Se podía olvidar de la disculpa.
Por primera vez en su vida de adulto, estaba harto de mujeres. Había salido al menos con una docena ese año y se había hartado de juegos, agendas, relojes biológicos, expectativas equivocadas, maquillaje, intentos de seducción agresivos y todo lo demás.
Ya tenía suficiente. Su lana de diecinueve micrones valía un tercio de lo que había valido unos años antes y su estrategia de cruzar su ganado con Border Leicerters para meterse en el mercado de ovejas de engorde todavía era incierta.
El contrato de venta de cuatrocientas cabezas de ovejas merinas se veía amenazado por el pietín. No necesitaba una estupenda rubia europea paseándose por su propiedad durante las siguientes semanas, sin saber lo que implicaba ese tipo de vida y esperando que la entretuviesen.
Él también había estado en Europa y sabía cómo eran ese tipo de chicas. Había participado en un programa agrícola de intercambio, pasando seis meses en Estados Unidos, seis meses en Holanda y un par de meses después de los intercambios haciendo turismo.
Había tenido una novia danesa, Beatrix, y se habría quedado más tiempo en Europa, pero su padre se había puesto enfermo y él había decidido volver a casa para ponerse al frente de la granja. Beatrix no había querido sacrificar su carrera de periodista por él. No podía culparla por ello.
Antes de llegar a la casa cargado con el equipaje de Misha, vio que llegaba el utilitario de Nuala. Puso las dos bolsas en el suelo y la esperó. Seguro que había visto el coche, o las maletas que estaban a sus pies. Seguro que estaría contenta de saber que su amiga había llegado.
Pero lo que gritó al bajar de su coche de un salto fue:
—¡Salvia!
—¿Qué?
—Va a ser salvia, mantequilla y nata. ¡Está decidido y me siento tan aliviada!
—Me parece un poco limitado. Y yo que pensaba que habría filetes de ternera.
—No me tomes el pelo, sabes perfectamente que estoy hablando del color de las invitaciones.
—Bueno, entonces te daré otra buena noticia: ha llegado Misha, así que podrás discutirlo con ella.
—¿De verdad?
—¿No has visto el coche de alquiler ni las maletas de diseño?
—¡Ha llegado muy pronto!
Bajó la voz y murmuro:
—Dime, ¿cómo está? Está sufriendo tanta presión en estos momentos… ¿Qué aspecto tiene?
Y ante su propia sorpresa, Brant respondió:
—Un poco frágil, como si no estuviese durmiendo bien. ¿Siempre está así de delgada? No obstante, tiene una buena delantera, aunque no parece ser demasiado animada.
—No la conoces, Brant. Te va a encantar. Te lo prometo.
—Ahórrate las promesas para Chris en septiembre.
—¿Dónde está? Espero que no haya perdido peso. No tenía mucho que perder.
De pronto, oyeron el ruido de un motor y ambos se detuvieron a escuchar.
—¿Es en nuestro camino? —preguntó Nuala.
La joven miró hacia los árboles, más allá, donde el camino de la granja se perdía en la montaña y los dos vieron otro vehículo que traspasó la valla con cuidado y rodeó un charco, como si el conductor pensase que iba a caer en un pozo en cualquier momento.
—Ésta va a ser una de tus chicas —predijo Nuala.
—¿Mis chicas?
—Bueno, es evidente que no vienen a verme a mí.
—Nu, ¡no vendrían si no fuese por ti! Ni siquiera sabrían que existo y, sobre todo, no habrían visto mi foto en la portada de una revista. Así que no digas que son mis chicas, ¿de acuerdo?
—Lo siento… Tengo que reconocer que últimamente se nos ha ido de las manos.
El coche blanco rodeó el último charco y llegó a un alto. Brant pudo por fin reconocer a la conductora. ¿Cómo se llamaba? Lauren, recordó justo a tiempo.
Habían comido juntos en Albury unas semanas antes, después de que ella lo escribiera al ver la revista. Después, habían hablado por teléfono un par de veces. Parecía buena chica, pero Brant había cometido el error de darle su dirección, ya que parecía que estaba interesada en la granja. A pesar de que la campaña de «Esposas para el Interior de Australia» había terminado, él seguía recibiendo cartas y visitas.
En esa ocasión, la joven había llevado a tres amigas. Todas sonreían cuando bajaron del coche.
—Hola, Brant —saludó Lauren —. Tenemos una proposición para ti que nos va a divertir mucho a todos. ¿Has recibido ya mi carta al respecto o nos hemos adelantado?
—Esto… Me parece que no he recibido la carta.
—Bien, porque es mucho mejor que te lo contemos en persona.
Un poco más lejos, se abrió la puerta de la galería delantera y apareció Misha con gafas de sol y un sombrero de granjero gris y marrón.
—¡Nuala! —exclamó.
Las dos mujeres corrieron a abrazarse y se pusieron a hablar en voz baja.
—No llegáis en buen momento, Lauren —advirtió Brant sin rodeos.
—Bueno, no hace falta que lo hagamos ahora mismo.
—¿Que hagamos el qué?
—Hemos tenido una idea estupenda, como una especie de concurso. Una eliminación. Ya sabes, tú estás buscando…, nosotras cuatro estamos buscando… ¿Por qué no simplificar las cosas? Podemos salir todos juntos, cenar o lo que sea, y al final de la noche eliminas a una y luego, después de cuatro o cinco citas, te quedas con la que más te gusta.
Lauren esperó una reacción.
Brant no supo qué decir.
—Pensamos que sería divertido.
No le había parecido tan tonta cuando habían quedado para comer. ¿Qué podía hacer? No quería herir sus sentimientos, pero le parecía absurdo verse envuelto en esa situación.
Todo había sido idea de Nuala. Durante un tiempo, Brant y su amigo Dusty se habían preocupado por su amigo Callan, que había perdido a su mujer por un cáncer cuatro años antes y no se había recuperado y no sabía cómo encontrar a otra persona con la que compartir su vida y que lo ayudase con sus dos hijos.
Nuala había leído que la revista quería unir a mujeres con hombres solteros que estuviesen en zonas remotas del país. Había sugerido que Dusty y Brant participasen y arrastrasen a Callan con ellos. En aquel momento les había parecido una buena idea.
Y quizás siguiese siéndolo. Desde entonces, Callan se había escrito con un par de mujeres y Brant pensaba que le había hecho bien. Habían hablado por teléfono el día anterior y Callan parecía estar mejor, más fuerte y animado.
Pero Brant no había querido que fuese su rostro el que anunciase la campaña. No le entusiasmaba la continuación que podía tener la historia y no quería que un montón de mujeres tontas apareciesen por allí con sus juegos de eliminación. Pero tampoco quería decirle a Lauren y a sus amigas que había participado en la campaña por un amigo.
Lo único que quería era deshacerse de ellas.
—Lo siento. No me parece divertido. Me encantaría invitaros a una taza de té o algo así, Lauren, pero hoy no puedo —añadió Brant.
—¿Lo dejamos para otro momento? —preguntó Lauren volviendo a sonreír.
—No.
—Venga, Brant. ¿Dónde está tu sentido del humor?
—Lo he dejado en un prado lleno de ovejas hace cosa de media hora.
Miró hacia Nuala y vio que sus ojos se abrían alarmados y se maldijo por haber hecho ese comentario. Si no tenía cuidado, su hermana se daría pronto cuenta de que algo iba mal. Sabía tan bien como él lo fácilmente que la vida de un granjero podía irse a pique.
—No, en serio —añadió—. Ya te llamaré, este fin de semana no puedo.
Brant tardó otros diez minutos en echar a las cuatro mujeres, disculparse con Misha, coincidir con Nuala en que tenían que poner un candado en la puerta y convencerla de que las ovejas estaban bien.
MISHA se dirigió hacia la casa observando cómo Brant llevaba sus pesadas maletas casi sin hacer esfuerzo y preguntó a Nuala.
—¿Puedo llamar a… éste?
Misha no podía si quiera pronunciar el nombre sin sentirse triste, confundida, decepcionada y completamente sola.
—Por supuesto. Utiliza la oficina de Brant.
—Gracias. No sabes cómo te lo agradezco, Nu.
—Basta ya. ¿Quieres llamarlo ahora?
—Supongo que quiero superarlo lo antes posible.
—¿Así que las cosas no van bien?
—Tuvimos una pelea muy fuerte y todavía no sé si él tenía razón o si soy una tonta por querer creer en él. Oficialmente, estamos comprometidos y la boda es a finales de septiembre. Pero me han dicho que aunque nuestra relación fracase, no puedo hacerlo público hasta el mes de junio.
—¿Por qué? ¿Te lo han dicho tus padres?
—Me lo ha dicho prácticamente todo el país. Christian y Graziella van a tener otro bebé.
—¡Qué bien!
—Todavía no lo han anunciado. Van a esperar un par de semanas, hasta el final del primer trimestre y no quieren que la noticia se empañe por culpa mía. Además, van a votar nuevas leyes y la ruptura del compromiso podría ser perjudicial.
—¡Qué horror! ¿Hasta tus padres te dicen eso?
—Mamá y papá entienden que es duro, pero lo primero es la obligación. Aunque es precisamente la obligación lo que hace que no sepamos qué nos está pasando y si nos queremos o no.
—Así que dice que las otras mujeres…
—… no son más que fans de la Fórmula Uno a las que tiene que aguantar y que si yo lo quisiera de verdad confiaría en él cuando me dice que no se ha acostado con ninguna de ellas.
—Es decir, que el problema es tuyo.
—Pero quizá él tenga razón…
—Llámalo, a ver cómo te sientes después. ¿Dónde está?
—No lo sé, en España o en Mónaco. Intentaré localizarlo en su teléfono móvil.
Nuala llevó a Misha a la oficina de Brant, pero el teléfono sonó antes de que la joven pudiese marcar el número de Gian-Marco. Tomó el mensaje. Era Shay, de la revista, diciendo que la sesión fotográfica y la entrevista tendrían lugar la semana siguiente y que quería confirmar el día y la hora. Quería que Brant le devolviese la llamada.
Misha escribió todos los detalles en un papel. Pero se le cayó el alma a los pies.
Estaba segura de que Nuala nunca organizaría un reportaje en una revista acerca de su presencia en Australia, sabía lo que pensaba Misha de ese tipo de cosas.
Tardó un par de minutos en tranquilizarse. Las fotos de su prometido con la actriz francesa podían estar trucadas. Si de verdad amaba a Gian-Marco, tenía que creer en él.
Su declaración, siete meses antes, había sido tan romántica y bien organizada. La había llevado a dar un paseo en globo por encima de los viñedos y los campos de lavanda de la Provenza y le había pedido que se casase con él a trescientos pies de altitud. Habían brindado con champán y él le había regalado un maravilloso solitario con un diamante enorme. Le había dicho tantas veces que la quería. Pero eso había sido antes de la pelea…
—¿Quieres controlarme? —fue lo primero que le dijo Gian-Marco nada más hablar.
La conversación fue corta y tensa y no despejó ninguna de las dudas de Misha. ¿Había oído una voz de mujer de fondo? ¿Quería Gian-Marco ponerla celosa? Si así era, lo estaba consiguiendo.
La hizo llorar.
Como no quería que Brant y Nuala la viesen con los ojos y la nariz enrojecidos, se quedó allí varios minutos después de colgar el teléfono.
Ya tenía la mano en el pomo de la puerta para salir corriendo al baño a limpiarse la cara cuando oyó a Nuala y a Brant que hablaban en el salón. Se quedó helada.
—¿Y quién es ése? —preguntó Brant—. Con el que quería hablar.
—Su prometido —respondió Nu.
—¿Y se ha olvidado de su nombre?
—Brant —contestó Nuala después de suspirar resignada—, cuando una mujer no quiere que se sepa de quién habla, o cuando tiene dudas o está decepcionada con su relación, prefiere no mentar el nombre de su pareja, ¿entendido?
—¿Y por eso lo llama «éste»? ¿Por qué no me dices quién es?
—Éste…, es Gian-Marco Ponti —confesó Nuala.
Misha contuvo la respiración, esperando la reacción de Brant, que no tardó en llegar. Sus padres habían reaccionado de la misma manera cuando supieron que salía con él.
—Gian-Marco… ¿El piloto de Fórmula Uno?
—El mismo —admitió Nuala—. Y, además, no le des importancia, Brant, porque a ella no le gusta pero… Misha es una princesa.
—De eso ya me he dado cuenta.
—¿De verdad? —inquirió Nuala.
«Vaya por Dios», pensó Misha.
Si ni siquiera podía estar de incógnito una tarde…
Su relación con Gian-Marco había hecho que su fotografía saliese en más revistas el año anterior que en los precedentes veintiséis años de su vida. Su madre siempre había insistido en la importancia de la privacidad y aunque no había podido criarlos tranquilamente en Colorado, lo había hecho lo mejor posible.
—Maletas caras, ropa de diseño. Piensa que una sonrisa estupenda y encantadora puede hacerla conseguir todo lo que quiera…
—Misha no es así, pero lo que yo quería decir…
—…y magnifica un problema personal que todos hemos tenido en algún momento como si fuese una tragedia que requiere la atención de todo el mundo a su alrededor.
—Tampoco es así. De verdad, Brant. Son otras personas las que dan importancia a sus problemas personales. Porque…
—Por supuesto que es evidente que se trata de una princesa —continuó Brant sin escuchar a su hermana—. ¿Piensas que es la primera a la que conozco? Hasta tú te has comportado como una princesa últimamente, con todo el tema de la boda.
—De acuerdo, pero no hablo de ese tipo de princesas.
—No reacciones de forma exagerada, Brant, lo odia. ¿Has oído hablar de ella?
—Por supuesto. Hablaste mucho de ella nada más volver de tu viaje.
—No, quiero decir, por supuesto que me has oído hablar de Misha, pero ¿has oído hablar de la Princesa Artemisia Helena de Marinceski-Sauverin?
Claro que sí.
Aunque no estaba orgulloso de ello, dos meses antes había pasado un buen rato en la sala de espera del médico, y había ojeado las revistas del corazón, en las que aparecía la princesa europea que ahora se encontraba en su casa.
Había visto a su hermano mayor, el príncipe Christian, heredero al trono de Langemark y a su encantadora esposa italiana, la princesa Graziella, y de sus dos hijos. Había visto fotografías de sus dos residencias, el palacio de Gunnarsborg y el castillo de Rostvald. También había leído algo acerca de la princesa Artemisa Helena y de su madre, de origen estadounidense, que estaba muy disgustada por su rebeldía.
—He leído alguna cosa acerca de ella —confesó.
—Pero las revistas siempre lo lían todo. Ella odia que la encasillen, los escándalos y a esos supuestos amigos que siempre están dispuestos a hablar de sus sentimientos. Es alguien con los pies en la tierra, es…
—Espera un momento, ¿puedo discrepar en ese último punto? ¿Con los pies en la tierra con esos tacones?
—Tiene que mantener una imagen pública, por supuesto. Pero cuando puede ser ella misma… y, por favor, déjala que sea ella misma mientras esté aquí, no te comportes de manera rara.
—¿Rara?
—Trátala como a uno más. Llévala a montar a caballo y a esquiar si sigue aquí cuando comience la temporada. Y seguro que querrá ayudar en la granja. No le importa mancharse las manos.