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Numerosas religiones nos hablan sobre la rectitud que debemos llevar para poder elevarnos en el siguiente plano, haciendo alusión a un sufrimiento eterno si llegáramos a fallar. Sin embargo, la Teosofía, que es la base de todas las religiones, nos enseña que lo que sigue, después de dejar el plano físico en la Tierra, es mucho más complejo que un cielo o un infierno. Y, justamente, La Sabiduría Divina nos auxilia a entender lo efímera que es la vida en el plano físico, pero lo perpetua que es el alma, el lazo entre el Espíritu Divino y el hombre.
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La sabiduría antigua© Annie Besant
D.R.© Editorial Lectorum, S.A. de C.V., 2023Batalla de Casa Blanca, Manzana 147–A, Lote 1621Col. Leyes de Reforma, 3a. SecciónC.P. 09310, Ciudad de MéxicoTel. 55 5581 [email protected]
Primera edición: febrero 2023ISBN: 978-607-457-781-5
D.R.© Portada: Angélica Carmona BistráinD.R.© Imagen de portada: Shutterstock®
Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.
La unidad fundamental de todas las religiones
El Kamaloka
El plano mental
El Devachán
Los planos Búddhico y Nirvánico
La reencarnación
El Karma
La ley del Sacrificio
La ascención del hombre
La construcción de un Cosmos
Para llevar a cabo una vida íntegra, es necesario que, tanto nuestros actos como nuestros pensamientos, estén encaminados a un régimen de rectitud. La Sabiduría Divina, ya lo conozcamos como Brahma–Vidya o Teosofía, viene en nuestro auxilio para lograr el objetivo, presentándose a la vez como filosofía racional y como religión y ética universales. Las Santas Escrituras tiene profundidades en las que un niño podría pasar nadando, y abismos donde el gigante más grande se podría hundir. Podemos decir lo mismo de la Teosofía pues, entre sus enseñanzas, las hay tan sencillas y prácticas, que una inteligencia promedio podría comprenderlas y aplicarlas, mientras otras son tan profundas que la inteligencia más notable flaquea al conocer todo su alcance.
El presente libro está destinado a ofrecer al lector una exposición sencilla y clara de la doctrina teosófica, a mostrar que sus principios generales y sus enseñanzas forman una concepción coherente del Universo, y a suministrar los pormenores necesarios para poner de manifiesto el encadenamiento recíproco de esos principios y de esas enseñanzas. Una obra de esta índole no puede tener la pretensión de exponer toda la ciencia acopiada en obras de más abstrusa didáctica; pero debe presentar de forma clara y a simple vista, los datos fundamentales del asunto, de modo que, si bien haya mucho que añadir, haya poco que quitar.
Echando una ojeada sobre las grandes religiones de la humanidad, se ve cuánto tienen de común en ideas dogmáticas, morales y filosóficas. El hecho está universalmente reconocido; pero la explicación a este fenómeno se discute de numerosas maneras. Unos parecen decir que las religiones han germinado en el campo de la ignorancia humana, donde la imaginación las cultivó, elaborándolas gradualmente desde las formas más groseras como el animismo y el fetichismo. Sus analogías se deben así a los fenómenos universales de la naturaleza, imperfectamente observados y explicados a capricho. Semejante escuela da como clave universal el culto del Sol y de los astros. Para otra escuela, la clave no menos universal está en el culto fálico. El miedo, el deseo, la ignorancia y la admiración llevaron al salvaje a personificar los poderes de la naturaleza, y luego los sacerdotes se aprovecharon de esos terrores y esperanzas, transformando los mitos en Biblias y los símbolos en hechos, mediante sus imaginaciones melancólicas y sus inquietantes contiendas; como la base era en ambas la misma, la semejanza en los resultados era inevitable. Así hablan los doctores de la Mitología comparada, y bajo el peso de tal cúmulo de pruebas, las personas sencillas callan, aunque no queden convencidas por completo. No pueden, en efecto, negar las analogías; pero se preguntan con vaga inquietud: las concepciones más sublimes de los hombres, sus más halagüeñas esperanzas, ¿sólo son el resultado de los sueños del salvaje o de las adivinaciones de los ignorantes? Los grandes héroes y mártires de la humanidad, todos los que han vivido, trabajado y sufrido, ¿murieron en la ilusión forjada por los hechos astronómicos o por las disimuladas obscenidades de los bárbaros?
La segunda explicación de la base común a las varias religiones humanas, postula la doctrina de una enseñanza original, que indica una fraternidad de grandes instructores espirituales. Semejantes maestros, fruto de los ciclos pasados de la evolución, tuvieron por misión instruir y guiar a la humanidad nacida sobre nuestro planeta. Ellos transmitieron a las razas y a las naciones, a su vez, las verdades fundamentales de la religión bajo la forma más adecuada a las necesidades especiales de aquellos que debían recibirlas. Según este sistema, los fundadores de las grandes religiones son miembros de la fraternidad única, y fueron ayudados en su misión por una pleyade de individuos un poco menos elevados que ellos, iniciados y discípulos de grados diversos, eminentes por su intuición espiritual, por su saber filosófico o por la pureza de su moral. Tales hombres son los que han dirigido a los pueblos nacientes, los que los civilizaron y dieron leyes (como monarcas los gobernaron; como filósofos los instruyeron, y como sacerdotes los guiaron). Así es que todos los pueblos de la antigüedad se arrogan hombres eminentes, semidioses y héroes de los que se descubren vestigios en las respectivas literaturas, códigos y monumentos.
Muy difícil parece negar la existencia de semejantes hombres, en presencia de la tradición universal de los documentos escritos aun subsistentes, y de las ruinas prehistóricas, para no citar otros testimonios que recusaría el ignorante. Los libros sagrados de Oriente son los más fidedignos testimonios de la grandeza de quienes los escribieron. ¿Qué puede compararse con la sublimidad espiritual de su pensamiento religioso, con el esplendor intelectual de su filosofía, con la amplitud y pureza de su moral? Ahora bien; cuando hallamos que cuanto esos libros contienen sobre Dios, sobre el hombre y el universo, son enseñanzas substancialmente idénticas, bajo múltiple variedad aparente, no será temerario referirlas a un cuerpo céntrico y original de doctrina. A este cuerpo doctrinal le damos el nombre de Sabiduría Divina, que es lo que significa la palabra griega Teosofía.
Como origen y base de todas las religiones, a la Teosofía no se le puede oponer ninguna otra. La Teosofía purifica y revela el alto significado interno de tanta doctrina adulterada por el error en su exposición exotérica, y pervertida por la ignorancia y la superstición. En cada una de esas formas se reconoce y defiende la Teosofía, tratando también de mostrar la sabiduría que oculta.
Para ser teósofo no hay necesidad de dejar de ser cristiano, budista o indo. Basta con que el hombre sondee profundamente en el corazón de su propia fe, que abrace las verdades espirituales con gran firmeza y que comprenda sus enseñanzas sagradas con más amplio espíritu. Después de haber dado origen a las religiones, la Teosofía las justifica y defiende; pues roca y cantera es de donde se sacaron y extrajeron. Ante el tribunal de la crítica intelectual viene a justificar la Teosofía las más profundas aspiraciones y los más nobles sentimientos del corazón humano. Comprueba las esperanzas que nos forjamos sobre el hombre y ennoblece más nuestra fe en Dios.
La verdad de esta aserción se evidencia más cuanto más estudiamos las diversas escrituras santas del mundo. Algunas selecciones operadas en el conjunto de materiales disponibles bastarán para establecer el hecho y guiar al investigador en la búsqueda de nuevas pruebas.
Las verdades fundamentales de la religión pueden resumirse así:
1. La Existencia real, única, eterna, infinita e Incognoscible.
2. De ella procede el Dios manifestado que desenvuelve su unidad en dualidad, y ésta en trinidad.
3. De la Trinidad manifestada proceden las innumerables inteligencias Espirituales, guías de la actividad cósmica.
4. El hombre, reflejo de Dios manifestado, es, por lo tanto, fundamentalmente trino; y su “Yo” interno y real es eterno y uno con el “Yo” universal.
5. Evoluciona por encarnaciones repetidas, a las cuales le impele el deseo y de las que se liberta por el conocimiento y el sacrificio, llegando a ser divino en acto como lo ha sido siempre en potencia.
China, cuya civilización está reducida a estado fósil, fue poblada en otros tiempos por los Turanios, cuarta subdivisión de la cuarta Raza Raíz que habitó el continente de la desaparecida Atlántida y que cubrió con sus ramificaciones la superficie del globo. Los Mongoles, séptima y última subdivisión de la misma raza, reforzaron más tarde la población de esa comarca, de suerte que en China encontramos tradiciones de la mayor antigüedad, anteriores a establecimiento en la India, de la quinta raza, la raza Aria. En el Ching Chang Ching o Clásico de la Pureza, encontramos un fragmento de escritura antigua de singular belleza, donde se percibe ese espíritu de calma característico de la “enseñanza original”. En el prólogo de su traducción, Mr. Legge dice de este tratado: “Este libro se atribuye a Ko Yuan (o Hsuan), un Taoísta de la dinastía de Wu (222–227 J.C.)”.
Se cuenta que este sabio alcanzó la condición de inmortal y se la da generalmente este título. Se le representa realizando milagros, entregado a la templanza y muy excéntrico en sus procedimientos. Al naufragar cierta vez, surgió de las aguas con los vestidos enjutos y anduvo tranquilamente sobre las olas. Ascendió a los cielos en pleno día. Estos relatos pueden quizás atribuirse a invenciones de época muy posterior.
Hechos semejantes se atribuyen con frecuencia a los iniciados de diferentes grados y no son necesariamente puras fantasías. Lo que Ko Yuan dice a este propósito en su libro nos interesará, sin duda, mucho más: “Cuando alcancé el verdadero Tao, había recitado ya este Ching (libro) diez mil veces. Es lo que practican los espíritus celestes, y jamás fue comunicado a los sabios de este mundo inferior. Se me dio por el Jefe Divino del Hwa Oriental quien lo había recibido del Jefe Divino de la Puerta de Oro y éste de la Madre Real de Occidente”.
Ahora bien, el título de Jefe Divino de la Puerta de Oro era el de un iniciado que gobierna el imperio tolteca en la Atlántida, y su empleo parece indicar que el Clásico de la Pureza fue llevado de la Atlántida a China cuando los turanios se separaron de los toltecas. Esta idea la corrobora el contenido de este tratado que tiene por asunto el Tao, literalmente “La vía”, nombre que designa la Realidad una en la antigua religión turania y mongola. Así leemos: “El Gran Tao no tiene forma corporal, pues Él es quien ha engendrado y nutrido el cielo y la tierra. El Gran Tao no tiene pasiones, pero Él es la causa de las revoluciones del Sol y de la Luna. El Gran Tao no tiene nombre, pero es el que asegura el crecimiento y conservación de todas las cosas”.
Tal es el Dios manifestado como unidad; pero la dualidad aparece enseguida: “El Tao (aparece bajo dos formas: el Puro y el Confuso) posee (las dos condiciones de) movimiento y reposo. El cielo es puro y la tierra es confusa; el cielo se mueve y la tierra está quieta. Lo masculino es puro y lo femenino es confuso; lo masculino se mueve y lo femenino está quieto. Lo radical (Pureza) desciende, y el producto (Confuso) se extiende en todo sentido, y así fueron engendradas todas las cosas”.
Este pasaje es interesantísimo, porque evidencia los dos aspectos, activo y receptivo, de la naturaleza, estableciendo la diferencia entre el Espíritu generador y la Materia criadora; distinción familiarizada posteriormente.
En el Tao Teh Ching, la doctrina tradicional sobre lo inmanifestado y lo manifiesto se expresa claramente: “El Tao que puede suceder no es el Tao eterno e inmutable. El nombre que puede ser nombrado no es el nombre eterno e inmutable. El que no tiene nombre es el que ha engendrado el cielo y la tierra; el que no posee nombre es la Madre de todas las cosas... Bajo estos dos aspectos es idéntico en realidad; pero a medida que el desarrollo se produce, recibe diferentes nombres. Al conjunto lo llamamos Misterio”.
Los que estudian la Cábala recordarán uno de los Nombres Divinos: “El Misterio oculto”. Más adelante leemos: “Hubo algo indefinido y completo que vino a la existencia antes que el cielo y la tierra. Como eso era tranquilo y sin forma, aislado y sin cambio, se extendió por todos sitios sin peligro (de ser agotado). Eso puede considerarse como la Madre de todas las cosas. Eso cuyo nombre ignoro, lo llamo el Tao. Haciendo un esfuerzo para darle un nombre, lo llamo el Grande. Eso Grande pasa (en un oleaje continuo). Pasando, Eso se aleja. Alejado, Eso vuelve”.
Es interesante encontrar aquí esta noción de fusión y reabsorción de la Vida–Una, noción tan familiar en la literatura india. El versículo siguiente nos parece, por lo tanto, muy familiar: “Todas las cosas bajo el cielo han salido de Eso considerado como existente (innominado). Esa existencia, ella mima ha salido de Eso considerado como no existente (e innominado)”.
A fin de que el Universo pueda llegar a ser, lo Inmanifestado debe engendrar lo Único, de donde proceden la Dualidad y la Trinidad: “El Tao produjo el Uno; el Uno produjo el Dos; el Dos produjo el Tres; los Tres produjeron todas las cosas. Todas las cosas dejan tras sí la obscuridad (de donde han salido) y avanzan para abrazar la luz (de la que emergen) en tanto que se armonizan por el soplo de vida”. El “soplo del espacio” estaría mejor traducido.
Habiendo salido Todo de Eso, Eso existe en Todo: “El Gran Tao penetra todas las cosas. Se le encuentra a la derecha y a la izquierda, envuelve todas las cosas como en un traje y no tiene la pretensión de dominarlas. Puede nombrarse en las cosas más pequeñas. Todas las cosas retornan (a su raíz y desaparecen) sin saber que es Él quien preside su vuelta. Puede nombrarse en las cosas más grandes”.
Chwang–ze (400 a J.C.) en su exposición de enseñanzas antiguas, alude a las inteligencias espirituales procedentes del Tao: “Tiene en sí mismo su raíz y razón de ser. Antes que hubiera cielo y tierra, en los más remotos tiempos, existía con toda seguridad. De Él proviene la misteriosa existencia de los espíritus y la misteriosa existencia de Dios”.
Sigue una lista de los nombres de esas inteligencias. Como el papel preponderante que desempeñan tales seres en la religión china es muy conocido, creo inútil multiplicar las citas sobre el particular.
El hombre es considerado como una trinidad; y el Taoísmo, según Mr. Legge, reconoce en él, espíritu, inteligencia y cuerpo; división que aparece clara en el Clásico de la Pureza, cuando se dice que el hombre debe libertarse del deseo para unirse con el Único: “El Espíritu del hombre ama la pureza, pero su pensamiento le trastorna. El pensamiento del hombre ama la tranquilidad, pero sus deseos le arrastran. Si pudiera deshacerse constantemente de sus deseos, su pensamiento se tranquilizaría. Si su pensamiento queda limpio, su espíritu se purifica. La razón por la cual los hombres son incapaces de llegar a ese estado, estriba en que no limpian su pensamiento ni abandonan sus deseos. Si el hombre llega a eximirse de sus deseos, cuando mira interiormente su pensamiento no es él; cuando mira exteriormente su cuerpo no es él; y cuando dirige sus ojos más lejos, hacia las cosas de fuera, nada hay de común entre ellas y él”.
Tras la enumeración de las etapas que conducen al estado de tranquilidad perfecta se pregunta: “En ese estado de reposo independiente del lugar ocupado, ¿cómo puede surgir el deseo? Y cuando ningún deseo surge, entones nace la calma real y el verdadero reposo. Esta calma real llega a ser una cualidad constante y responde (sin error) a las cosas exteriores. Ciertamente esa cualidad real y constante tiene en su posesión la naturaleza. En este reposo y tranquilidad constantes se encuentra la pureza y el reposo verdaderos. Quienquiera que posea esa absoluta pureza entra gradualmente en el (la inspiración del) verdadero Tao”.
El Taoísmo insiste mucho en la abdicación del deseo. Un comentador del Clásico de la Pureza observa que la comprensión del Tao depende de la absoluta pureza, y que “la adquisición de esa pureza absoluta depende enteramente de la abdicación del deseo; urgente lección práctica que surge de este tratado”.
El Tao Teh Ching dice: “Siempre sin deseos hemos de hallarnos si queremos profundizar todo el misterio; pues, poseídos por el deseo, sólo podremos conocer lo externo”.
No parece que la reencarnación se enseñara de modo que pudiera comprenderse, aunque se encuentran pasajes que implican una admisión tácita de la idea fundamental, considerando al ser a través de sucesivos nacimientos, así animales como humanos. Chwang–ze nos refiere la historia original e instructiva de un moribundo al que su amigo dice: “El Creador es grande en verdad ¿Qué hará de ti ahora? ¿Dónde te llevará? ¿Hará de ti el hígado de un ratón o la pata de un insecto? Szelai respondió: ‘Dondequiera que un padre diga a su hijo que vaya, al este, al oeste, al sur o al norte, el hijo obedece’. He aquí un gran fundidor ocupado en fundir el metal. Si el metal se endereza de pronto (en el crisol) y dice: ‘yo quiero ser un (espada parecida al) Moijsh’, el gran fundidor encontraría la cosa seguramente extraña. Pues del mismo modo, si una forma en camino de amoldarse gritara: ‘Yo quiero ser un hombre, quiero ser un hombre’, el Creador encontraría la cosa con toda seguridad sorprendente. Una vez comprendido que el cielo y la tierra no son sino un vasto crisol y el Creador un gran fundidor, ¿a qué parte podrá obligarnos ir que no nos convenga? Nacemos como de un sueño tranquilo y morimos en calmoso despertar”.
Si pasamos a la quinta raza, la raza Aria, encontraremos las mismas enseñanzas incorporadas a las más antigua y grande de las religiones arias: la religión Brahmánica. La Eterna Existencia se proclama en el Chhâdogyopanishad como “exclusivamente una y sin par”. Dice: “Quiero eso: multiplicar para el bien del Universo.”
El supremo Logos, Brahman, es triple: ser, consciencia y bondad; y de él se dice: “De Éste procede la vida, la inteligencia y todos los sentidos; el éter, el aire, el fuego, la tierra que lo soporta todo”.
En ninguna parte se pueden encontrar descripciones más grandiosas del Ser Divino que en las escrituras indias. Son tan familiares que bastarán para el caso breves indicaciones. He aquí algunas muestras de esas joyas preciosas que se encuentran con profusión: “Manifestado, próximo, moviéndose en lo secreto, permanece grave donde reposa todo lo que se mueve, todo lo que respira y cierra los ojos. Entiende que hay que adorar. Esto, a la vez ser y no ser, lo mejor, más allá del conocimiento de todas las criaturas. Luminoso, más sutil que lo sutil; de Él han salido los mundos con sus habitantes. Esto es el imperecedero Brahman. Esto es también vida, voz y pensamiento. En la diadema de oro más elevado, está el inmaculado, el invisible Brahman; es la pura luz de las Luces, conocida por los que conocen el Yo. El imperecedero Brahman está delante, detrás, a la derecha, a la izquierda, arriba y abajo, penetrando todas las cosas. Brahman es, en verdad, Todo y lo mejor”.
“Más allá del Universo, Brahman, el Supremo, el Grande, está oculto en todos los seres según sus cuerpos respectivos, soplo único de todo el Universo, el Señor; conociéndole (los hombres) se hacen inmortales. Conozco ese Espíritu poderoso, Sol que brilla más allá de las tinieblas; yo le conozco indestructible, antiguo, el alma de todos los seres, omnipresente por naturaleza, el que es llamado Sin Nacimiento por los que conocen a Brahman, a quien llaman el Eterno”.
“Cuando no hay tinieblas ni día ni noche ni ser ni no ser, Shiva únicamente (subsiste) todavía. Es indestructible. Debe ser adorado por Savitri; de Él ha salido la Sabiduría Antigua. Ni en el principio ni en el fin, ni en su medio puede comprenderse. No hay nada comparable a Él, cuyo nombre es gloria infinita. La mirada no puede determinar su forma, pues no pueden contemplarla los ojos. Los que le conocen por el corazón y por la inteligencia, moran en su corazón y se inmortalizan”.
La idea de que el hombre en su Yo interior es idéntico al Yo del universo (“Yo soy Aquel”), esa idea, impregna tan profundamente todo el pensamiento indo, que comúnmente se designa al hombre como: “la ciudad divina de Brahma”, “la ciudad de las nueve puertas”, y se dice “que Dios reside dentro de su corazón”.
“No hay más que una manera de ver el Ser indemostrable, eterno, inmaculado, más elevado que el éter, sin nacimiento, la gran Alma eterna. Esa gran Alma, sin nacimiento, es la misma que reside como alma inteligente en todas las criaturas vivas, la misma que mora como el éter en el corazón. ¡En él duerme! A ella están sometidas todas las cosas; es el Soberano Señor de todas ellas. No puede acrecentarse por las buenas obras ni disminuirse por las malas. Quien todo lo gobierna es el Soberano Señor de todos los seres, el conservador de todos, el puente y el soporte de los mundos que les impide caer y destruirse” (Brihadaranyakopanishad, IV).
Cuando se considera a Dios como aquel que desarrolla el universo, aparece con toda claridad su triple carácter, en Shiva, Vishnu y Brahma, o también en Vishnu durmiendo sobre las aguas. El Loto nace de su seno y en el Loto Brahma. El hombre es igualmente triple según el Mundakopanishad, el Yo está condicionado por el cuerpo físico, el cuerpo sutil y el cuerpo mental, elevándose, luego, fuera de todos esos medios, en el único sin dual. De la Trimurti (Trinidad) proceden los numerosos dioses encargados de dirigir el universo, y de ella se dicen en él: “Adorad, ¡Oh dioses!, a aquel que, imagen del año, cumple el ciclo de sus días. Adorad esa Luz de las luces, como la eterna vida” (VI–IV–16).
Es superfluo decir que el brahmanismo enseña la doctrina de la reencarnación, pues toda su filosofía de la existencia descansa sobre la peregrinación del alma a través de sucesivas muertes y nacimientos. No hay un solo libro que no reconozca esta verdad. El hombre está unido por sus deseos a esa rueda de cambio, y en consecuencia debe librarse de ella por el conocimiento, la devoción y la extinción de los deseos. Cuando el alma conoce a Dios se liberta. La inteligencia purificada por el conocimiento le contempla. El conocimiento unido a la devoción halla la morada de Brahma. Quien conoce a Brahma, se convierte en Brahman. Al cesar los deseos, el mortal se hace inmortal, y alcanza a Brahma.
El budismo, en su modalidad septentrional, está completamente de acuerdo con las religiones más antiguas, pero en su modalidad meridional parece haber abandonado la idea de la Trinidad Lógica, como la Existencia Una de donde esa Trinidad procede. El Logos en su triple manifestación se designa como sigue: Amitabha, el primer Logos, la Luz sin límites; Avalokitershvara o Padmapani (Chenresi), el segundo; Mandjusri, el tercero, representa la Sabiduría creadora y corresponde a Brahma. El budismo chino parece que no contiene la idea de una existencia primera, más allá del Logos; pero el budismo de Nepal postula a Adi-Buddha de quien Amitabha procede. Eittel considera a Padmapani como representación de la Providencia compasiva, y como correspondiente en parte a Shiva, pero como el aspecto de la Trinidad budista que produce las encarnaciones. Parece más bien representar la misma idea de Vishnu, al que está estrechamente unido por el Loto que tiene en la mano (fuego y agua o Espíritu y Materia como elementos primordiales del universo).
En cuanto a la reencarnación y al Karma, son en el budismo doctrinas tan fundamentales, que no es preciso insistir en ello sino para señalar la vía de la liberación, y para observar que como el Señor Buddha fue un indo que predicaba a los indos, considera en todo momento en sus enseñanzas que sus oyentes conocen y profesan las doctrinas brahmánicas. Fue purificador y reformador, pero no iconoclasta; atacó los errores introducidos por la ignorancia, más no las verdades fundamentales de la Sabiduría Antigua.
“Los seres que siguen el sendero de la Ley, que ha sido bien enseñada, alcanzan la otra orilla del gran mar de los nacimientos y de los muertos, tan difícil de franquear”, (Udanavarga. XXIX–37).
El deseo es lo que ata al hombre, y debe desembarazarse de él:
“Para el preso en las cadenas del deseo es durísimo libertarse, dice el Bienaventurado. Los hombres constantes que no se preocupan de la dicha conseguida por los deseos, rechazan sus lazos y se alejan enseguida (hacia el Nirvana). La humanidad no tiene deseos duraderos: los deseos son transitorios en quienes los experimentan. Libertaos de lo perecedero y no os detengáis en el lugar de la muerte”, (ibíd. II–6–8.)
“El que ha extinguido el deseo de los bienes terrenos, el estado de pecado, los lazos de la vista y de la carne, que ha descuajado el deseo, ése, digo que es un Brahman”, (Ibíd. XXXIII–68).
Y el Brahman es el hombre “que está en su último cuerpo”. Y se dice que está en él, quien “conoce sus moradas (existencias) anteriores; que ve el cielo y el infierno, el Muni que ha encontrado el medio de poner fin al nacimiento” (ibíd. XXXIII–55).
En los exotéricos libros santos hebreos, la idea de la Trinidad no surge claramente, aunque la dualidad sea evidente, y el Dios del que se habla en ellos sea sin duda alguna el Logos y no el único Inmanifestado: “Yo Soy el Señor y no hay otro; Yo he formado la luz y he creado la oscuridad, he hecho la paz y he creado el mal. Yo soy el Señor que ha hecho todas esas cosas”, (Is. XLVII–7).
Filón, sin embargo, expone claramente la doctrina del Logos; y se la encuentra también en el cuarto Evangelio: “En el principio era el Verbo (Logos), y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él; y nada de lo que fue hecho, se hizo sin Él”, (San Juan I–i–3).
En la Cábala está claramente enseñada la doctrina del Uno, de los Tres, de los Siete y de los múltiples: “El Anciano de los ancianos, el Desconocido de los desconocidos, tiene forma y al mismo tiempo no la tiene. Tiene una forma sobre la que sostiene al mundo. Al mismo tiempo, no tiene forma, puesto que no puede comprenderse. Cuando revistió en el principio esta forma (Kether, la Corona, el Primer Logos), dejó proceder de sí nueve luces brillantes (la Sabiduría y la Voz, que con Kether formaron la Tríada; luego los siete Sephiroh inferiores). Es el Anciano de los ancianos, el Misterio de los misterios, el Desconocido de los desconocidos. Tiene una forma que le pertenece, puesto que se manifiesta a nosotros (a través de ella) como el Hombre Anciano sobre todos, como el Anciano de los ancianos, y como el Supremo Desconocido entre todos los desconocidos. Pero bajo esa forma en la que se da a conocer sigue aún desconocido”, (Zohar–La Cábala, por Isaac Myer).
Myer indica que la “forma” no es el Anciano de todos los ancianos, que es el Ain Soph. Más adelante dice: “Hay en el Santo de Arriba tres luces que se unen en una, y son la base de la Torah, y ésta abre la puerta a todos. ¡Venid y ved el misterio de la palabra! Aquí hay tres grados y cada uno existe por sí mismo y, sin embargo, todos son Uno y están unidos en Uno y no están separados entre sí. Los Tres proceden de Uno, Uno existe en tres, es la fuerza entre Dos, Dos alimentan Uno, Uno nutre múltiples lados, y así Todo es Uno”, (ibíd).
Es evidente que los hebreos enseñaron la doctrina de la pluralidad de dioses. “¿Quién es parecido a ti, ¡Oh Señor!, entre los dioses?”, (Éxodo. XV–II). Consideraban también multitud de seres servidores y subordinados: los “hijos de Dios”, los “Ángeles del Señor”, las “diez cohortes angélicas”.
Sobre el comienzo del universo, el Zohar enseña: “En el comienzo era la Voluntad del Rey anterior a toda existencia manifestada por emanación fuera de esta Voluntad. Ella dibujó y grabó en la luz suprema y resplandeciente del Cuadrante (Tétrada sagrada), las formas todas de las cosas que, ocultas, debían aparecer manifestarse”.
Nada puede existir en donde la Divinidad no está inmanente. En lo que respecta a la reencarnación, se enseña que el alma está presente en la mente divina antes de venir a la tierra. Si el alma permaneciese pura durante su prueba, escaparía el renacimiento; pero esto parece que sólo fue una posibilidad teórica, porque se dice: “Todas las almas están sujetas a la revolución (metempsicosis); pero los hombres no conocen los caminos del Señor, ¡bendito sea! Ignoran la manera cómo fueron juzgados en todo tiempo: antes de haber venido a este mundo y después de dejarlo”, (ibíd).
En las Escrituras exotéricas, así hebraicas como cristianas, se encuentran rastros de esta doctrina; como, por ejemplo, en la creencia de la vuelta de Elías y, más tarde, en su reaparición en la persona de Juan Bautista.
Si miramos a Egipto, encontraremos allí, desde la antigüedad más remota, la Trinidad conocidísima de Ra (el Padre); Osiris–Isis, como dualidad o Segundo Logos; y Horus. Recuérdese el grandioso himno a Amón–Ra:“Los Dioses se inclinan ante Su majestad exaltando las almas del que las ha engendrado, y te dicen: Paz a todas las emanaciones del Padre inconsciente de los padres conscientes de los dioses. ¡Oh Tú, productor de los seres!, adoramos las almas que emanan de Ti. Tú nos engendras, ¡oh Desconocido!, y te saludamos adorándote en cada alma dios que desciende de Ti y vive en nosotros”, (citado en La Doctrina Secreta, Vol. III, Pág. 486, Edic. Inglesa).
Los “Padres conscientes de los dioses” son los Tres Logos; el “Padre inconsciente” es la Existencia Una, llamada inconsciente porque es infinitamente más y no menos que la limitación a la que atribuimos el nombre de conciencia.
En los fragmentos del Libro de los muertos, podemos estudiar las concepciones de la reencarnación del alma humana, de su peregrinación hacia el Logos y de su unión fidelísima con Él. El famoso papiro del “escriba Ani triunfante en la paz” está lleno de rasgos que recuerdan al lector las Escrituras de otras creencias. Tales son sus viajes a través del mundo inferior, la esperanza de restituirse a su cuerpo (forma que toma la reencarnación en los egipcios) y, en fin, su identificación con el Logos: “Osiris Ani dice: Yo soy el Gran Uno, hijo del Gran Uno. Yo soy el fuego, hijo del fuego... He unido mis propios huesos y me he hecho entero, sano y joven una vez más. Yo soy Osiris, el Señor de la eternidad”, (XLIII, i, 4).
En el examen crítico del Libro de los muertos, por Pierret, encontramos este sorprendente pasaje: “Yo soy el Ser de los nombres misteriosos, que se prepara a sí mismo las moradas para millones de años”. “Corazón, que me viene de mi madre, mi corazón es necesario a mi existencia sobre la tierra. Corazón, que me viene de mi madre, corazón que me es necesario para mi transformación”.
En la religión de Zoroastro encontramos la concepción de la Existencia Una, figurada por el espacio ilimitado de donde surge el Logos, Ahura–Mazda el creador: “Supremo en omnisciencia y en bondad, sin rival en esplendor, la región de la luz es la residencia de Ahura–Mazda”, (The Bundahis. Sacred Books of the East).
A él se rinde homenaje en primer lugar en el Yasna, la principal obra litúrgica de los zoroastrinos: “Yo proclamo y cumpliré mi Yasna (culto) hacia Ahura–Mazda, el Creador, el radiante, el más grande y el mejor, el más hermoso (para nuestra concepción), el más firme, el más sabio y aquel entre todos los seres cuyo cuerpo es el más perfecto, el que cumple sus fines mas infaliblemente por el orden equitativo que ha establecido; hacia el que pone nuestras almas en la vía recta, el que irradia a lo lejos su gracia creadora de alegría, que nos ha hecho y formado, alimentado y protegido, el Espíritu bienhechor entre todos”.
El adorador rinde luego homenaje a los Ahmeshaspends y a otros dioses; pero el Dios supremo manifestado, el Logos, no se representa aquel como Tri–Unidad. Como entre los hebreos, hubo en el culto esotérico la tendencia a perder de vista esta verdad fundamental. Felizmente podemos encontrar la huella de su enseñanza originaria, aunque desapareciera de las creencias populares. El Dr. Haug, en su Ensayo sobre los Parsis, dice que Ahura–Mazda (Aubarmazd u Hormazd) es el Ser Supremo y que de él fueron engendradas “dos causas primordiales que, aunque diferentes, estaban unidas y produjeron el mundo de las cosas materiales, así como el mundo del espíritu”.
Esos dos principios fueron llamados gemelos y están presentes en todas las cosas, así en Ahura–Mazda como en el hombre. El uno engendra lo real, el otro lo no real, y estos dos aspectos se convirtieron posteriormente en los genios antagonistas del Bien y del Mal; pero en la enseñanza primitiva formaban evidentemente el Segundo Logos, cuyo signo característico es la dualidad.
Lo Bueno y lo Malo son sencillamente la Luz y las Tinieblas, el Espíritu y la Materia, los gemelos esencialmente de universo, los Dos procedentes del Uno.
Criticando la idea posterior de los dos genios, dice el Dr. Haug: “Tal es la noción zoroastriana original de los Espíritus creadores, que forman sencillamente dos partes del Ser Divino. Pero ulteriormente, a consecuencia de errores y falsas interpretaciones, esta doctrina del gran fundador fue adulterada y llegó a corromperse. Spentomainyush (El Espíritu Bueno) fue considerado como uno de los nombres del mismo Ahura–Mazda, y como razón Angromainyush (El Espíritu Malo) estaba separado por completo de Ahura–Mazda, se consideró como su perpetuo enemigo. Así nació el dualismo de Dios y del Diablo”.
La opinión de Dr. Haug parece corroborada por el Gatha Ahunavaiti dado a Zoroastro o Zaratushtra por los arcángeles el mismo tiempo que otros Gathas. “En el principio había una pareja gemela, dos Espíritus, cada uno de actividad particular, a saber: el bien y el mal... Y esos dos espíritus unidos crearon la primera cosa (las cosas materiales): uno la realidad, otro la no–realidad. Y para socorrer esta vida (para acrecentarla) Armaiti acudió con sus riquezas, la inteligencia buena y verdadera. Ella, la eterna, creó el mundo material. Todas las cosas perfectas, reconocidas como los seres mejores, se recogen en la morada magnífica de la Buena inteligencia, la Sabia y la Justa”, (Yasna). Aquí encontramos los tres Logos. Ahura–Mazda, el primero (el principio), la Vida Suprema; en Él y por Él los dos gemelos, el Segundo Logos; luego Armaiti, la inteligencia, Creador del Universo, el Tercer Logos. Mas tarde aparece Mithra y viene a obscurecer, hasta cierto punto, en la religión exotérica la verdad primitiva. De ella se ha dicho: “Ahura–Mazda la estableció para conservar y velar todo este universo. Nunca dormida, siempre en vela, guarda la creación de Mazda”, (Mihir. Yast. XXVII).
Mithra era un dios subordinado, la Luz del Cielo, como Varuna era el cielo mismo, una de las grandes inteligencias directoras. Las más elevadas de esas inteligencias fueron los seis Ahmeshaspends, presididos por Vohuman, el Buen Pensamiento de Ahura– Mazda. Ellos son los “que administran toda la creación material”.
La reencarnación no se consigna en las obras que se han traducido hasta el presente, y tal creencia no se encuentra tampoco en los países modernos. Pero encontramos en ellos la idea de que el Espíritu, en el hombre, es una chispa cuyo fin es ser un día llama y reunirse con el Fuego Supremo; lo cual implica un desarrollo para el cual es indispensable el renacimiento. El Zoroastrismo quedará incomprendido mientras no se hallen los Oráculos Caldeos y los escritos que a ellos se refieren, porque realmente de ahí procede su origen.
Yendo hacia Occidente, hacia Grecia, encontramos el sistema Órfico, del que Mr. G. R. S. Mead nos habla en su obra titulada Orpheus. La inefable obscuridad, Tres veces desconocida, tal era el nombre dado a la Existencia Una. “Según la teología de Orfeo, todas las cosas proceden de un principio inmenso, al que la pobre y débil concepción humana nos obliga a designar con un nombre, aunque sea completamente inefable. Ese principio es, según el lenguaje referente de los egipcios, una oscuridad tres veces desconocida, en cuya contemplación toda ciencia se convierte en ignorancia”, (Thomas Taylor, citado en Orpheus).
De ahí procede la Trinidad Primordial: el Bien universal el Alma universal y la Mente universal. He aquí, pues, nuevamente la Trinidad Lógica. Mr. Mead se expresa en los siguientes términos: “La primera tríada que se puede manifestar al intelecto no es sino una reflexión o representación de lo que no puede manifestarse. Sus hipóstasis son: a) el Bien que es supraesencial; b) el Alma (el alma del mundo), esencia autodeterminante; c) El Intelecto (o la Inteligencia), que es una esencia indivisible e inmutable”. (ibíd.). Luego viene una serie de Triadas siempre descendentes, que con decreciente esplendor reproducen las características de la primera hasta llegar al hombre que “contiene en sí mismo potencialmente la suma y la substancia del universo; la raza de los hombres y de los dioses es una”, (Pindar, que era uno de los pitagóricos, citado por San Clemente, Strom, v, 709). “Por eso se ha llamado al hombre microcosmos o mundo pequeño, para distinguirle del macrocosmos, universo o mundo grande”. (ibíd.).
El hombre posee el vodg (Nous) o inteligencia real, el soloy (Logos) o parte racional y el akoyoc (alogos) o parte irracional; las dos primeras forman cada una Triada nueva, y presentan así la división septenaria más elaborada. El hombre era considerado también como poseedor de tres vehículos: el cuerpo físico, el cuerpo sutil y el cuerpo cruciforme o auyoelong (Augoeides), que “es el cuerpo causal o vestido Kármico del alma, donde se acumula su destino, o mas bien todos los gérmenes de la causalidad pasada. Ésta es aquí el “alma hilo”, como se le llama a veces, el cuerpo que pasa de encarnación en encarnación”, (ibíd.).
En cuanto a la reencarnación: “de acuerdo con todos los adeptos a los misterios en todos los países, los órficos creían en ella”, (ibíd.).
Mr. Mead cita, en apoyo de su aserto, numerosos testimonios y demuestra que Platón, Empédocles, Pitágoras y otros enseñaron tal doctrina. Únicamente por la virtud podían los hombres ligarse de la “Rueda de las vidas”.
Taylor, en las notas a sus Obras Selectas de Plotino, cita un pasaje de Damascio, a propósito de las enseñanzas de Platón, sobre lo que hay más allá del Uno, la Existencia Inmanifestada: “Parece, en verdad, que Platón nos lleva inefablemente a través del Uno como intermediario hasta lo Inefable más allá del Uno, que es actual objeto de nuestra discusión. Llega por una ablación del Uno, como llega al Uno por una ablación de las demás cosas. Lo que está más allá del Uno debe honrarse con perfectísimo silencio... El Uno, en verdad, quiere existir por sí mismo sin ningún otro. Pero lo Desconocido más allá del Uno es absolutamente inefable, y confesamos que no podemos conocerle ni ignorarle, aunque está recubierto por nosotros de un velo de súper ignorancia. Por consecuencia, estando próximo de Eso, el Uno está por sí oscurecido: pues estando próximo del principio inmenso, si se me permite decirlo así, está en cierto modo en el santuario de ese silencio verdaderamente místico. El principio está por encima del Uno y de todas las cosas, porque es más sencillo que cada uno de ellos”. Las escuelas pitagóricas, platónica y neoplatónica tienen tantos puntos de contacto con el pensamiento indo y budista que es evidente su derivación de una fuente única. R. Garbe, en su obra Die Samkhya Philosophie, señala esos puntos, y su opinión puede resumirse así: “Lo más sorprendente es la semejanza —o mejor dicho, la identidad— de la doctrina del Uno o del Único en los Upanishads y en la escuela de Elea. La doctrina de Xenófanes sobre la unidad de Dios y del Cosmos y sobre la inmutabilidad del Único, y más aún la de Parménides, que consideraba la realidad como atributo exclusivo del Único increado, indestructible y omnipotente, mientras que todo lo que es múltiple y está sujeto a cambio sólo es apariencia y enseña, además, que ser y pensar no son sino una misma cosa; semejantes doctrinas son completamente idénticas a la enseñanza esencial de los Upanishads y a la filosofía Vedanta de donde se derivan. En época más remota todavía, la opinión de Tales, de que todo lo existente ha salido del agua, se parece sorprendentemente a la doctrina védica, según la cual el universo salió del seno de las aguas. Más tarde Anaximandro adoptó como origen de todas las cosas una Substancia eterna, infinita e indefinida de donde proceden todas las substancias definidas y a la que vuelven; hipótesis idéntica a la que se encuentra en el fondo de la filosofía Sankhya, a saber, la Prakriti, fuera de la cual se desarrolla todo el aspecto material del Universo. Y la frase célebre expresa la opinión característica de la doctrina Sankhya de que todas las cosas se modifican continuamente, sin cesar, bajo la actividad incesante de las tres gunas. Empédocles, a su vez, enseño un sistema de trasmigración y evolución idéntico en suma al Sankhya, y así su teoría de que nada puede venir a la existencia si de antemano no existe, presenta una identidad aun más estrecha con una de las doctrinas características de la citada filosofía.
Las doctrinas de Anaxágoras y de Demócrito están en muchísimos puntos en íntima conformidad con las doctrinas indas, especialmente las ideas del segundo sobre la naturaleza y el papel de los dioses. Lo mismo puede decirse de Epicuro, sobre todo respecto de algunos detalles. Pero, sobre todo, en las doctrinas de Pitágoras encontramos más íntima y frecuente identidad en la enseñanza y en la argumentación, y la tradición explica esas analogías diciendo que el mismo Pitágoras visitó la India y aprendió en ella su filosofía.
En tiempos más recientes vemos que algunas ideas notoriamente sankhyas y budistas juegan un papel preponderante en el pensamiento gnóstico. El extracto siguiente de Lausen, citado por Garbe, nos ofrece un ejemplo: “El budismo, en general, establece una distinción clarísima entre el Espíritu y la Luz, no considerando a esta última como inmaterial. Sin embargo, se encuentra también en esta religión una enseñanza que se aproxima mucho a la doctrina gnóstica. Según esa enseñanza, la Luz es la manifestación del Espíritu en la materia, en la que la Luz puede aminorarse y totalmente obscurecerse. En este último caso la Inteligencia acaba por caer en completa inconsciencia. De la Suprema Inteligencia se dice que no es Luz ni No-luz, ni Obscuridad ni No-obscuridad, puesto que todas esas expresiones indican relaciones entre la Inteligencia y la Luz, relaciones que no existen desde el origen; y únicamente, cuando más tarde la Luz envuelve a la Inteligencia, le sirve de intermediaria en sus relaciones con la Materia. Síguese de ahí que la Teoría budista atribuye a la Suprema Inteligencia el poder de engendrar la Luz fuera de sí, y en esto están también de acuerdo el budismo y el gnosticismo”.
Garbe observa aquí, que la concordancia entre los puntos examinados del gnosticismo con los de la filosofía Sankhya, es más completa todavía que con el budismo. Así, mientras esa manera de ver las relaciones entre la Luz y el Espíritu pertenece a una fase muy reciente del budismo, y no forma el carácter esencial del mismo, la filosofía Sankhya, por el contrario, enseña con precisión y claridad que el Espíritu es Luz. Más recientemente aún, la influencia del pensamiento Sankhya se encuentra claramente notada en los neoplatónicos, hasta el punto de que la doctrina del Logos o del Verbo, aunque no de origen Sankhya, revela en sus detalles que fue tomada de la India, donde tan preponderante papel en el sistema brahmánico desempeña la concepción de Vach, el Verbo divino.
Pasando a la religión cristiana, contemporánea de los sistemas gnóstico y neoplatónico, encontraremos sin esfuerzo la mayoría de las básicas enseñanzas que nos son familiares.
El triple Logos aparece en la Trinidad. El primer Logos, fuente de toda vida, es el Padre; el segundo, dualístico, es el Hijo, el Dios-hombre, y el tercero, la Inteligencia creadora, él es Espíritu Santo, que al moverse en las aguas del caos da existencia a los mundos. Luego vienen los “siete espíritus de Dios” y las cohortes de ángeles y arcángeles.
Es indiscutible la Existencia Una de donde todo procede y a donde todo vuelve, cuya naturaleza nadie puede descubrir. Pero los grandes doctores de la iglesia católica postulan siempre la insondable Divinidad incomprensible, infinita y, por lo tanto, necesariamente Una e indivisible. El hombre está hecho a “imagen de Dios”. Es, pues, triple en su naturaleza: espíritu, alma y cuerpo. Es la morada de Dios, el templo de Dios, el templo del Espíritu Santo; frases que son eco fiel de la enseñanza india. En el Nuevo Testamento la doctrina de la reencarnación está más fácilmente admitida que claramente enseñada. Así, Jesús, al hablar de San Juan Bautista, declara que es Elías “quien debe venir”, haciendo alusión a las palabras de Malaquias: “Yo os enviaré a Elías el profeta”. Y más adelante, en otro lugar, a una pregunta acerca de que la venida de Elías había de preceder a la del Mesías, contesta: “Elías ha venido ya y ellos no le han conocido”. Vemos a los discípulos sobrentender una vez más la reencarnación cuando preguntan si un hombre nace ciego en castigo de sus pecados, Jesús, en su respuesta, no rechaza la posibilidad del pecado prenatal; se contenta con no considerarlo como causa de la ceguera en aquel caso. La frase tan notable del Apocalipsis (III. 12): “A quien venciere, le haré columna en el Templo de mi Dios, y no saldrá jamás fuera”, se ha considerado como significativa de la liberación de la reencarnación. Los escritos de algunos Padres de la Iglesia abogan con mucha claridad a favor de una corriente creencia en la reencarnación. Algunos pretenden que enseñan únicamente la preexistencia del alma, pero semejante opinión no me parece corroborada por los textos. La unidad de enseñanza moral no es menos sorprendente que la identidad de las concepciones del universo y los testimonios de todos los que, fuera de su prisión de carne, llegan a la libertad de las esperas superiores. Es claro que ese cuerpo de enseñanza primordial fue confiado a guardas inteligentes que lo enseñaron en las escuelas y formaron los discípulos. La identidad de esas escuelas y su disciplina se evidencia al estudiar su enseñanza moral, las condiciones impuestas a los discípulos y los estados mentales y morales a que llegaban.
En el Tao Teh Ching encontramos una distinción mordaz entre las diversas categorías de estudiantes: “Los estudiantes de la clase más elevada, cuando oyen hablar del Tao, lo practican sinceramente. Los de la clase media, tanto parecen seguirle como abandonarle; y los estudiantes de la clase inferior, cuando oyen hablar de él, se ríen grandemente”, (S. B. of East, XXXIX. Op. cit. XLI-i).
En el mismo leemos: “El sabio pone su propia persona, la última, hallándola, sin embargo, la primera. La trata como extraña y, sin embargo, la preserva. ¿No es por carencia de fin personal y privado por lo que tales fines se realizan?”, (VIII. 2.). “Está desprovisto de vanidad y por eso brilla; no tiene presunción y por eso se le distingue; no se vanagloria y se le reconoce mérito; no se muestra suficiente y por eso adquiere superioridad, y porque está libre de toda lucha, nadie puede luchar contra él”, (XXII.2.). “No hay crimen mayor que alimentar la ambición; ni calamidad más grande que estar descontento de la propia suerte; ni falta más gravísima que el deseo de obtener”, (XLVI.2.). “Para los que son buenos (conmigo), soy bueno, y también para los que no lo son, así (todos), por ser sinceros”, (XLIX.I.). “El que posee abundantemente todos los atributos (del Tao) aseméjase a un niño. Los insectos venenosos no le morderán, las fieras no le acometerán y las aves de rapiña no le tocarán”, (LV.I.). “Tengo tres cosas preciosas que estimo y guardo con el mayor cuidado. La primera es la dulzura; la segunda, la economía, y la tercera, no codiciar lo de otro. La dulzura está segura de vencer aún en el combate, manteniéndose con firmeza. El cielo salvará al que la posee, pues (precisamente) su dulzura le protegerá”, (LXVII.2-4.).
En los indos había discípulos escogidos, considerados como dignos de instrucción especial, a quienes el “Gurú” transmitía la enseñanza secreta, mientras que las reglas generales de la vida moral pueden recopilarse en las Leyes de Manu. Los Upanishads, el Mahabharata y muchos otros tratados: “Que se diga lo que es verdad y lo que agrada; que no se profiera ni verdad desagradable ni falsedad agradable: tal es la ley eterna”, (Manu, IV. i38.). “No haciendo mal a ningún ser se acumulan poco a poco méritos espirituales”, (IV.238.). “Para ese hombre dos veces nacido que no ocasiona el menor daño a los demás seres creados, no habrá daño alguno (de ninguna parte) el día en que se liberte de su cuerpo”, (VI.40.). “Aquel que sufre con paciencia las injurias, no insulta a nadie ni se hace a consecuencia de su cuerpo (perecedero) enemigo de ninguno. El que no responde con cólera a la cólera, con su pensamiento fijo en el Yo buscando, en el Yo su refugio, purificados por el fuego de la sabiduría, muchos entran en mi Ser”, (Bhagavad Gita, IV. io). “El supremo gozo para el yogui, cuyo manas (la inteligencia) está en calma, cuya naturaleza pasional está apaciguada, es estar sin pecado y ser como un Brahman”, (VI.27.). “El hombre que no tiene resentimientos con ningún ser, el hombre amigo y compasivo, sin apegos, sin egoísmos, equilibrado en el placer y en el dolor, amante del perdón, que siempre está atento, es armonioso y dueño de sí. Y el que ha consagrado su pensamiento (manas) y su corazón (buddhi), ese amigo mío, me es querido en verdad”, (XII. 13-14.).
Pasemos a Buda. Le encontramos rodeado de arhats a quienes transmite enseñanzas secretas. Su doctrina pública nos enseña que:
“El sabio, por la sinceridad, la virtud y la pureza, se transforma en una isla que marea alguna puede sepultar”, (Udanavarga, IV. 5). “El sabio en este mundo conserva preciosamente la fe y la sabiduría, que son sus grandes tesoros, y rechaza toda otra riqueza”, (X.9). “Quien alimente rencor contra los que le quieren mal, jamás podrá ser puro; y, en cambio, quien no lo alimenta, pacifica a los que le odian. Como el odio es fuente de miseria para la humanidad, el sabio no conoce el odio”, (XIII.12.). “Triunfad de la ira no encolerizándonos, triunfad del mal por el bien, triunfad de la mentira por la verdad”, (XX.18.).
El Zoroastrismo enseña a loar a Ahura-Mazda. Dice: “¿Lo hermosísimo, lo puro, lo inmortal, lo brillante, todo esto es bueno. Honremos al espíritu bueno, al reino bueno, la ley buena, y la buena sabiduría”, (Yasna, XXXVII.). “Que el contento, la bendición, la inocencia y la sabiduría de los puros descienda a este lugar”, (ibíd., LIX.). “La pureza es el mejor bien. Los dichosos son los más puros en pureza”, (Ashem vohu). “Todos los buenos pensamientos, las buenas palabras, las buenas acciones se realizan con conocimiento. Todos los malos pensamientos, las malas palabras, y las malas acciones se realizan sin conocimiento”, (Mispa Kumata). (Extractos del Avesta in Ancient Iranian and Azoroastrian Morals, por Dhunjibhoy Jamsetji Medhora).
Los hebreos tuvieron sus “escuelas de profetas” y en su Cábala y obras exotéricas encontramos las enseñanzas morales aceptadas: “¿Quién subirá la cuesta del Señor y se mantendrá en su santo lugar? El que tenga limpios el corazón y las manos, el que no esté henchido de vanidad ni jure en falso”, (PS. XXIV.3, 4.). “¿Qué exige de ti el Señor, sino obrar justamente, ser misericordioso e ir humildemente con tu Dios?”, (Mich VI.8.). Los labios de la verdad se afirmarán para siempre, pero una lengua embustera sólo durará un instante”, (Prov. XII. 19.). “¿Por ventura no es ésta la abstinencia que escogí? Rompe las ataduras de impiedad, desata los pesados haces, despacha libres a aquellos que están quebrantados y quebranta todo yugo. Parte con el hambriento tu pan y a los pobres y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo cúbrelo y no desperdicies su carne”, (Is. LVIII. 6,7.).
También el maestro cristiano tenía enseñanzas secretas para los discípulos y les hacia esta recomendación: “No arrojéis a los perros lo que es sagrado, ni echéis margaritas a los puercos”, (Mat. VII.6.). Para la enseñanza pública podemos tomar las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña