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Enamorarse puede ser mortal ...
María Lucano nunca quiso convertirse en justiciera, pero cuando una familia criminal le arrebató la vida a su hermana y un asesino mató a su esposo, hizo un juramento: ningún otro inocente sufriría lo mismo que ella. Siete años después, finalmente, está cerca de su objetivo principal y ha localizado la última conexión con el francotirador que asesinó a sangre fría a su amada pareja: un hombre peligrosamente sexy, llamado Ghost.
Cuando la traición de un integrante del equipo Black Fire le cuesta la vida a cuatro buenos hombres de la unidad, a Greg Lassiter no le queda otra opción más que tomar el control y, renuentemente, poner todo su talento y habilidad en las labores de inteligencia a disposición. Una vez al mando, su tarea principal es anticipar y eliminar cualquier amenaza, y la hermosa María Lucano, definitivamente, representa una amenaza más. Ella maneja mucha información, conoce demasiados secretos, pero instantáneamente despierta su corazón, el cual dio por muerto mucho tiempo atrás. Greg solo sabe dos cosas con seguridad: una, algunas personas desean desesperadamente ver a María muerta y dos, él arriesgará lo que sea necesario para desentrañar la compleja red de mentiras, engaños y asesinatos que rodea a ambos. Es un compromiso que debe asumir, porque en algún momento, entre el beso alucinante que le salvó la vida y cuando alguien hizo estallar su camioneta, él asumió el mayor de los riesgos de una misión... se enamoró. Ahora nada ni nadie le impedirá mantener para siempre a esa seductora mujer a su lado.
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Acerca de La sentencia final
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Un mensaje de CJ:
Extracto de Maverick
Libros por Amanda Adams
Biografía
Libros por Amanda Adams (English)
Enamorarse puede ser mortal ...
María Lucano nunca quiso convertirse en justiciera, pero cuando una familia criminal le arrebató la vida a su hermana y un asesino mató a su esposo, hizo un juramento: ningún otro inocente sufriría lo mismo que ella. Siete años después, finalmente, está cerca de su objetivo principal y ha localizado la última conexión con el francotirador que asesinó a sangre fría a su amada pareja: un hombre peligrosamente sexy, llamado Ghost.
Cuando la traición de un integrante del equipo Black Fire le cuesta la vida a cuatro buenos hombres de la unidad, a Greg Lassiter no le queda otra opción más que tomar el control y, renuentemente, poner todo su talento y habilidad en las labores de inteligencia a disposición. Una vez al mando, su tarea principal es anticipar y eliminar cualquier amenaza, y la hermosa María Lucano, definitivamente, representa una amenaza más. Ella maneja mucha información, conoce demasiados secretos, pero instantáneamente despierta su corazón, el cual dio por muerto mucho tiempo atrás. Greg solo sabe dos cosas con seguridad: una, algunas personas desean desesperadamente ver a María muerta y dos, él arriesgará lo que sea necesario para desentrañar la compleja red de mentiras, engaños y asesinatos que rodea a ambos. Es un compromiso que debe asumir, porque en algún momento, entre el beso alucinante que le salvó la vida y cuando alguien hizo estallar su camioneta, él asumió el mayor de los riesgos de una misión... se enamoró. Ahora nada ni nadie le impedirá mantener para siempre a esa seductora mujer a su lado.
Siete años atrás
—Él está aquí.
María levantó la cabeza. Las palabras de Peter hicieron eco en su columna vertebral en forma de pequeños escalofríos.
—¿Cómo lo sabes? —Esa era una pregunta inútil, sin embargo, ella necesitaba más tiempo. Tiempo para tratar de evitar lo inevitable.
—Simplemente, lo sé.
—¿Dónde está?
Peter echó un vistazo a la única entrada a su refugio.
—Ahí. Esperando a que yo salga. —María sabía que él podía percibir el terror que sentía con solo mirarla a los ojos e intentó retractarse de sus palabras. —Quizás estoy equivocado, María.
—No estás equivocado.
—Él me escuchará. Somo amigos. Todo saldrá bien. —Pronunció esas palabras sabiendo que sería igual que pretender que una manta sirviera como escudo. María sacudió su cabeza frenéticamente en un estado de negación.
—Él no te dejará explicar nada. ¡Incluso yo puedo sentirlo, Peter!
El hombre al que amaba más que a nada en la vida solo pudo encogerse de hombros. Él no sabía por qué su equipo lo tildaba de traidor, pero sabía que así eran las cosas. Los traidores de la unidad Black Fire no tenían ninguna opción más que pagar con su vida.
—Saldré por la ventana, tú inténtalo y habla con él —exclamó ella—. Si puedes lograr que te responda, podré encontrarlo…
Peter la detuvo, colocándole una mano en la mejilla.
—No lo encontrarás.
Ella sacudió la cabeza y se alejó, negándose a creer lo que, en el fondo, él intentaba decirle.
—Voy a encontrarlo.
—Nadie encuentra a Ice. Nunca. Al menos, hasta que él considere que está listo para ser encontrado.
—Tengo que intentarlo. —María lo encaró desde el otro lado de la habitación. Este hombre, Peter, se había convertido en su mundo. Era su amante, su esposo, el padre de su futuro hijo.
—Tiene que escuchar. Tiene que entender.
—María… —Ese susurro dijo todo lo que él no sería capaz de decir. La amaba y no entendía por qué todo había llegado a este punto, solo sabía que así eran las cosas ahora. Cuando saliera por esa puerta, moriría.
—Peter, ¿por favor? —susurró María, esperando una respuesta, incapaz de detener las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Al menos, inténtalo. Por mí. —Se dirigió hacia él e hizo descender su rostro para darle un beso, él dejó una rápida impresión de sus labios en los de ella, manteniendo su mano en su mejilla y todo su ser puesto en su corazón, hasta la eternidad.
—Lo hare por ti. —Peter estuvo de acuerdo. María intentó sofocar un sollozo.
—Tal vez quiera explicarme por qué, de pronto, soy yo el enemigo. —Dejó que él la cargara hasta la única ventana de la habitación que se encontraba alejada de la puerta y ella saltó al exterior, cayó de pie y lo encaró.
—No tendrás mucho tiempo —le advirtió.
—No necesitaré mucho tiempo —aseguró María—. No te apresures.
—Te verá a tres metros. No dejaré que te lleve.
—No tendrá oportunidad. Te amo, Peter.
—Te amo, María. —Por un segundo más, sus ojos se fijaron en los de ella, luego se giró, tomó su rifle y se dirigió a la puerta, mientras María lo desconectaba de su corazón y se convertía en lo que él le había enseñado a ser: una asesina entrenada. Ella apretó con más fuerza su propio rifle, reprimiendo la necesidad de invadir la ladera con disparos de advertencia. Ya no era la María que todos conocían. Su otro nombre vino directamente a su cabeza: Mykael, el nombre de una versión mucho más fuerte de sí misma, el nombre de una mujer que, quizás, perdería al amor de su vida, pero que sobreviviría a ese dolor.
Mykael, una asesina entrenada por uno de los mejores expertos del negocio, subió silenciosamente por detrás de la cabaña en busca del terreno elevado y comenzó a escudriñar a su enemigo en el bosque.
—¡Ice! Yo no les tendí una trampa. Yo no traicionaría al equipo. Tú lo sabes. —La voz de Peter resonó en el pequeño cañón. Fuera de la miserable cabaña que ellos habían llamado hogar durante los últimos cuatro meses, el esposo de María continuaba negociando con el diablo.
—Lo pondré en el suelo, Ice.
María escuchó el golpe del rifle al caer sobre las rocas, pero no se atrevió a mirar. El hombre que estaba a punto de morir era Blade, un agente de la unidad de elite gubernamental Black Fire. Para ella, él era simplemente Peter, su esposo, su amigo, su compañero y el padre de su futuro hijo, el cual llegaría a este mundo dentro de tres meses.
—Llévame de vuelta, amigo. Tengamos un juicio.
Después, María escuchó el ruido afilado del cuchillo cuando cayó sobre el rifle, y ahí supo que Peter estaba totalmente indefenso.
La accidentada ladera que rodeaba el valle solo albergaba maldad y muerte, y ahora ella podía presentir la presencia de Ice. Pudo sentir su determinación y supo que el intento de Peter por conversar con él sería inútil.
Un solo disparo retumbó a lo largo del cañón.
Así de rápido, la vida de Peter había terminado.
Ice.
Su imperturbable mirada vagó por la ladera. De lado a lado, más y más alto con cada escaneo. Allí, a doscientos metros de distancia, él se detuvo entre las sombras, vistiendo su traje de camuflaje. María levantó su rifle para tener una mejor visión a través de la lente, sin embargo, el francotirador ya se había ido.
Ella llegó al lugar en menos de un minuto y verificó que no había señales ni ningún rastro del hombre. El bosque permanecía en silencio y no había huellas que seguir. Ice se había ido.
Nunca lo conoció, pero sabía quién estaba al tanto de esa misión. Ice, ese era el único nombre que tenía para encontrar al asesino de Peter, su amor. Ahora era Mykael quien conocía al hombre que tenía todas las respuestas que ella necesitaba. Solo un hombre sabía quiénes eran todos los miembros del equipo: Viper. Y él la ayudaría, quisiera o no.
Ice iba a morir. No el día de hoy, pero moriría. Junto con todos los demás.
En la actualidad
Sangre. Mucha sangre. Trazos rojos desparramados en patrones ondulados, serpenteando por todos lados hasta unirse en forma de corriente, deslizándose sobre la carne, sobre el hueso expuesto, fluyendo cada vez más rápidamente, más rojo, como si emanaran del moribundo hombre para caer al suelo, salpicando el intenso color verde de la vegetación con puntos, gotas y remolinos. Había demasiada sangre, demasiados cuerpos.
Suficiente.
Su subconsciente estuvo de acuerdo en que era demasiado y Mykael despertó susurrando su propio nombre mientras abría los ojos. El ritual la devolvía a la realidad, le recordaba que, aunque su misión era asesinar, su identidad, su propio ser, era mucho más que eso. Su amante había muerto, su pobre bebé había tenido un destino similar al de su padre, sin embargo, Ice seguía con vida.
No se había derramado suficiente sangre después de todo. No aún.
Mykael colocó sus piernas sobre el borde de la pequeña cama individual y se levantó. Luego de siete largos años de búsqueda, finalmente, el día de hoy, tendría todas las respuestas que necesitaba. Entonces, solo así, sus pesadillas terminarían.
Las transparentes y frescas gotas de la ducha enjuagaban la transpiración de su cuerpo trastornado por el sueño, sin embargo, cuando llegó el momento de secarse, fue incapaz de mirarse en el espejo empañado. Nunca se miraba al espejo. Sus ojos daban miedo, incluso a ella misma.
Todo el mundo la consideraba exótica. Los hombres quedaban fascinados y hechizados por la caída de sus rizos oscuros, los cuales enmarcaban sus ojos color esmeralda, ojos que ellos describían como exquisitos. Para algunos, esos exquisitos ojos eran los últimos que verían en sus vidas.
Hoy sus ojos apuntaban a una pared completa de fotos, donde Peter se destacaba en cada una de ellas. Durante cuatro largos años, había colocado avisos en todos los sitios de anuncios de internet que solicitaban una reunión con quien pudiera darle información sobre el hombre que buscaba. Había reunido las imágenes provistas por todos aquellos que respondieron a esos anuncios. Tomaba fotos de rostros, capturándolos con pequeñas cámaras digitales que ella misma había instalado en los centros comerciales, en las mesas de las cafeterías, en las paradas de autobuses y hasta en los vestíbulos de los hoteles. Todas sus acciones eran cuidadosas y deliberadas, justo como Blade le había enseñado. Colocaba las cámaras y luego, días más tarde, publicaba los anuncios para atrapar a su presa.
Particularmente, un hombre había respondido a todos sus anuncios. Para un observador casual, él no se veía como un simple hombre. Habría pasado por un motociclista, obrero de construcción, hombre de negocios, incluso, un anciano. Ella misma habría dudado si no fuera porque desarrolló su propio software de reconocimiento facial. Ahora Mykael estaba segura, después de haber tenido la oportunidad de verse cara a cara con ese hombre, cuando él se presentó en el lugar un poco más temprano, justo el mismo día indicado en el anuncio. Él no la había reconocido, no había ninguna posibilidad de que pudiera hacerlo, y entonces ella aprovechó la ocasión para escuchar su conversación telefónica.
—Tron. Sí, es Ghost. Tengo mala recepción. Otro intento fallido. Este tipo me está molestando.
No logró escuchar la respuesta, no se atrevió a quedarse ahí para escuchar algo más. Simplemente, se dirigió a la parte posterior del restaurante, al interior del caluroso callejón. Después de cuatro años de búsqueda, poder añadir dos nombres a la colecta de información era un suceso absolutamente enorme. Uno de los nombres era Ghost. Él la conduciría a Ice, para que su muerte le hiciera justicia a la de su marido.
El hecho de que la unidad Black Fire respondiera a cada uno de sus anuncios significaba que también ellos la estaban buscando. ¿La estarían buscando con el mismo empeño que ella los buscaba? Tal vez. De cualquier forma, hoy se reuniría con el misterioso hombre llamado Ghost y obtendría todas las respuestas.
Mykael había concertado el lugar del encuentro de la misma manera que había planificado sus trampas anteriores, con la colocación de anuncios precisos en los sitios de boletines locales:
¿Están buscando a un topo Black Fire? Reunámonos.
El primer anuncio le proporcionó la imagen del motociclista.
Black Fire, ¿están cazando al topo? Decoy puede ayudarlos. Ese mensaje atrajo al empresario.
Cometieron un error, ¿verdad, Black Fire? Dejen que Decoy los ayude. Esa vez, fue un anciano. Y, por último, Decoy puede solucionarlo para ustedes, Black Fire, la condujo a mirar fijamente la imagen granulosa de un obrero de construcción. Sin embargo, a pesar de que este llevaba puesto el casco, eso no le impidió ver sus intimidantes ojos. Mostraban una mirada fría y peligrosa. Había sentido la presencia física de ese hombre a medida que él daba una mirada rápida alrededor de la cafetería de Reno sin siquiera observarla por completo.
El término local era algo relativo. Ninguno de los lugares que había elegido para “las reuniones” estaba a menos de trescientos kilómetros de su casa, al norte de Las Vegas. Eso hasta el día de hoy. Hoy había azuzado a su presa más cerca porque quería que él confiara en ella. Necesitaba tomarlo por sorpresa.
Mykael se deslizó y abrochó su pantalón estilo segunda piel, un pantalón corto confeccionado con unos veinte centímetros de tela de mezclilla. Su pequeña camiseta roja dejaba ver una especie de guiño que hacía el arete en su ombligo. Sus botas de tacón de diez centímetros se elevaban más allá de sus rodillas. Se veía como cualquier chica trabajadora de la noche estadounidense. Unos ojos sombreados y unos labios que suplicaban ser besados completaban el look.
No sabía mucho sobre el hombre con quien se reuniría, solo que era eso, un hombre y, generalmente, era todo lo que necesitaba saber. Lo mejor de todo era que estaba segura de que él pensaba que se reuniría con otro hombre: Decoy. Verla, quizás, le haría estallar la mente.
Mykael enrolló sus sábanas y su manta dentro de una funda de almohada. Amaba el desierto de Nevada, siempre se sintió segura allí en la pequeña y adorable cabaña a la que había llamado hogar durante los últimos cinco años, pero, a pesar de eso, no lamentaba dejarla atrás. Salir de allí por penúltima vez significaba estar un paso más cerca de su objetivo final. Antes de dejar el lugar, limpió todas sus huellas y se conectó al servidor de Black Fire utilizando el código de acceso secreto de Peter para el sistema BIOS personalizado. Era imposible rastrear sus huellas en el ciberespacio: las destruía con cada paso que daba mientras buscaba. Ghost nunca se enteraría que ella había estado ahí, en lo absoluto, y mucho menos por qué o a nombre de quién.
Una vez que dio con su nombre, trabajó para tener acceso a su itinerario y al del segundo nombre, el otro hombre llamado Tron. Los archivos de Ice y Viper habían sido borrados. Era como si nunca hubieran existido. La noche anterior, logró acceder al itinerario de Ghost y hoy inició sesión con la esperanza de encontrar alguna actualización en la agenda, sin embargo, nada había cambiado.
Decoy. Mediodía. Dallas Station, LVN.
Mykael sonrió. De hecho, como ahí lo apuntaba, Decoy se encontraría con Ghost en Dallas Station al mediodía. Cerró el archivo de Ghost y le dio una mirada rápida a su reloj. Debía apresurarse.
Realizó una búsqueda veloz de cualquier referencia reciente sobre Ice y se sorprendió cuando la computadora mostró una barra de espera. La emoción crecía en su pecho. Ella había usado el mismo código la noche anterior sin obtener ningún resultado. ¿Qué habría de diferente esta mañana?
Ice. Ref: Agenda GL.
—¿Agenda GL? —Mykael miró la pantalla deseando que el código se reensamblara en algo que pudiera entender. “Agenda GL. ¿Qué? ¿Quién era GL?”.
El cronómetro de su reloj sonó y Mykael, aún desconcertada, apagó el equipo automáticamente mientras comenzaba a limpiar la cabaña para evitar dejar alguna huella.
Cuando estaba a medio terminar, la computadora emitió un sonido y se apagó. El disco duro fue borrado y reescrito con galimatías. Los archivos que necesitaría, en caso de que quisiera reiniciar todo, quedaron guardados en una memoria flash que extrajo del puerto USB y luego guardó en una mochila junto con la mayoría de sus efectos personales. Diez minutos después, la cabaña estaba vacía.
Mykael volvió a la sala principal y lanzó una última mirada a su alrededor. Solo una hebra de su cabello yacía detrás de una silla. La recogió con una sonrisa en su rostro. Hasta el día de hoy, sus ojos no le habían fallado.
Dos minutos después, se subió al asiento de su ruidosa camioneta pick-up a la que ella llamaba la mula, su única indulgencia. Una delgada capa de polvo cubría inofensivamente el verde metálico del capó. Mykael encendió el motor y esa capa fue sacudida por la potencia brutal de los cuatrocientos cincuenta caballos de fuerza que cobraron vida. Las partículas de polvo, un homenaje a la tormenta de la noche anterior, bailaron en su camino fuera del capó. Mykael luchó contra el impulso de acelerar el motor.
Para el día de mañana, una promesa de diez años y su pequeña mula en dirección al sur le permitirían soltar sus riendas para, finalmente, desaparecer en México.
Sin embargo, aún pensaba en Ice. El hombre seguía siendo un misterio, nada había cambiado durante los últimos diez años. Con su camioneta atravesando las resplandecientes olas de calor que se elevaban de la autopista hacia Las Vegas, Mykael tomó su teléfono celular. Si contactaba a su hermano, podría tener una semana libre. ¿Era tiempo suficiente? Sonrió ante su optimismo y, de ese mismo modo, lo sintió desvanecerse. El cuándo ya no importaba, simplemente era algo que debía hacer. Peter, Edward y su hermana serían vengados y el agujero en su corazón, ese monstruo ansioso y codicioso que devoraba cada día una parte más de sí misma, se desvanecería. El abismo tenía que terminar. Mykael había tomado el control y el recuerdo de María, la mujer que llegó a ser alguna una vez, la que sabía cómo amar y cómo reír, se esfumaba cada día más.
Pensó un poco en el después. Aunque, quizás, no habría un después. Quizás la venganza sería suficiente y, al momento de cumplir con ella, tal vez moriría. Pero ni siquiera eso importaba. Simplemente, no podía seguir viviendo con ese dolor por mucho tiempo más, ya sea que contara con la cooperación de Ghost o no, lo cual tampoco importaba. No necesitaba a Ghost ni su colaboración. Solo era necesario obtener su comunicador, el único acceso externo a los archivos de él. Los archivos le dirían todo lo que necesitaba saber.
El hombre a quien la unidad Black Fire llamaba Ghost se detuvo al lado del pequeño jet, permitiendo que el calor del desierto lo abrasara. La temperatura era de mucho más de treinta, y se acercaba a los cuarenta grados centígrados. Fuera de su casa, en Virginia, las flores de cerezo comenzaban a desplegarse. Estarían muertas sobre el césped para el momento en el cual regresara, sin embargo, era bueno estar de vuelta en el trabajo. Durante los últimos tres meses, había programado reuniones con todos los miembros de su equipo. Solo el último punto de su agenda de transición fue pospuesto en numerosas oportunidades debido a las convulsiones en Medio Oriente y Corea. Para pertenecer a una unidad que no existía sobre ningún papel, la verdad era que el Tío Sam, ciertamente, los mantenía ocupados.
Agradecido por las gafas oscuras que mantenían los inclementes rayos del sol a niveles tolerables, extendió su placa y logró entrar en la pequeña, pero fuertemente custodiada, terminal de la fuerza aérea. El teniente general Caruthers estaba ahí, pero, con un poco de suerte, podría evitar encontrarse con él hasta otro día. Sobrecostos, adquisición de equipos, informes de rendición de cuentas..., maldición, él odiaba la parte administrativa de dirigir la unidad. Entró rápidamente, giró a la izquierda y descendió un tramo de escaleras. El acceso a los planos del edificio, como parte de su trabajo, resultó ser de gran ayuda. El teniente general tendría que esperar hasta la próxima semana para recibir su informe.
Diez minutos después, Ghost escondió su bolso en un todoterreno deportivo que lo esperaba. Solo le faltaba una última verificación y dejaría atrás la puerta principal, dirigiéndose al sur, a Las Vegas. Con el aire acondicionado enfriando la transpiración de su frente, revisó uno de los archivos guardados en su mente.
Decoy representaba una amenaza para su equipo. Ese hombre sabía quiénes eran ellos, lo que hacían y, además, sabía que uno de los miembros había asesinado a otro por error. Por ello, Ghost llegó con tres horas de anticipación con el único fin de establecer un “territorio propio” antes de reunirse con él. El lema del equipo era siempre, siempre evitar las bajas civiles. Si Decoy no reescribía su propio archivo y no demostraba que no representaba ninguna amenaza, Ghost tendría que eliminar esa amenaza.
Una vez que terminara la reunión con Decoy, tenía que comenzar a recabar información de inteligencia mucho más importante.
Los Cochillos. Los datos eran pocos, pero indiscutibles. Un hombre, un hombrecito. Bajo en estatura, pero no en cojones. Por sí solo, Los Cochillos había eliminado a casi todo el cártel de Caldera durante los últimos diez años, una basura a la vez, de forma constante y con movimientos calculados. Su paciencia y lo evasivo que era apuntaban a que debía ser todo un profesional y nadie, absolutamente nadie, conocía su verdadera identidad. Eso tenía que cambiar. Si Ghost no podía reclutar a Los Cochillos y ponerlo bajo control, el “hombrecillo” solo tendría dos opciones: ir a la cárcel o morir.
Ese era el segundo punto en su agenda. En primer lugar, debía encargarse de Decoy.
Ese hombre sabía del topo de su unidad, eso era seguro. Las publicaciones de Decoy apuntaban a que la muerte de Blade no debió haber ocurrido. ¿Era posible que Decoy también supiera sobre la mujer de Blade? Su amigo, Max Crayton, estaba desesperado por descubrir qué le había pasado a la chica de su compañero de equipo. Él había regresado de la jungla con una vaga descripción, pero ni una sola pieza de evidencia concreta, solo la certeza de que ella existía.
La reunión de hoy era una oportunidad para poner fin al misterio que había molestado tanto a Max como a Ghost durante los últimos siete años. Decoy estaba relacionado con Blade. Decoy sabía de la existencia de Black Fire, sabía del topo y de la traición de Viper. El descubrir cómo lo sabía era uno de los objetivos de la misión de hoy, por qué razón era otro interrogante, aunque menos apremiante, sin embargo, quién era el de mayor importancia. De todas maneras, él no sabía qué camino tomaría el día, solo que terminaría esta búsqueda, encontraría las conexiones, conectaría los puntos y terminaría. El juego con Decoy le había costado demasiado tiempo a la unidad y los mantuvo demasiado pegados al embrollo con Viper.
El mismísimo Viper seguía siendo un misterio. A pesar de las aseveraciones de Max, el antiguo líder de la unidad no había perecido en aquel complejo en el norte de Denver. Toda la información que Ghost pudo recabar lo llevó a creer que, probablemente, el hombre había muerto con posterioridad en una de las bases médicas ultrasecretas de los Estados Unidos. No se encontraron rastros de inteligencia que dijeran lo contrario y, según Max, sus heridas habían sido severas. El teniente general Caruthers solo dijo que Viper no causaría más problemas a la unidad. Ghost no estaba listo para cerrar el archivo por completo, pero, por ahora, solo acumulaba polvo en Virginia.
Había sido idea de Decoy que se reunieran aquí, en el infierno del desierto y el hotel fue elección de Ghost. Era uno de sus favoritos en la localidad. No tan impecable o lujoso como el Strip, pero era perfecto para lo que tenía en mente. Estacionó su vehículo y tomó su pequeño bolso de lona del asiento trasero. Largos pasos lo llevaron a través del reluciente asfalto. Las puertas dobles de cristal lo atraían como si resguardaran un oasis. Una vez dentro, se detuvo junto a una palmera para disfrutar de las ráfagas de aire helado.
El casino estaba muy concurrido, no colmado, pero con suficiente acción para satisfacer a los propietarios. Ghost ubicó el letrero que señalaba el camino a la recepción. Típico de los casinos. Tendría que cruzar varios metros de máquinas tragamonedas para llegar allí. En la fila de tragamonedas más cercana, un cliente embriagado intentaba ponerse de pie y tumbó su propia silla, mientras comenzaba a forcejear con el único brazo de la máquina. El hombre era grande. Era tan increíblemente grande que, quizás, sería capaz de derribar la máquina de su lugar. Ghost parpadeó ante las maldiciones, cada vez más fuertes, que salían de la boca del hombre ebrio, y se percató de cómo tres guardias de seguridad se dirigían a su lado y se preparaban para esquivar la escaramuza que se produciría a continuación.
Súbitamente, a su lado izquierdo, Ghost percibió el destello de una cuchilla que se inclinó como un ariete hacia su pecho. Girando en el último segundo posible, desvió el peso principal del empuje, aunque no en su totalidad. Sintió un dolor agudo y sorpresivo en su hombro que lo distrajo por solo un segundo. Nadie lo sabía mejor que él; ese segundo podía ser fatal.
Una peluca de reflejos rubios con enorme flequillo ayudaba a ocultar las facciones de Mykael mientras aparcaba en el estacionamiento adyacente al Mirage. Entró al hotel, dejando atrás el calor y atravesó el casino ignorando a los turistas que, felizmente, alimentaban con dólares a las máquinas tragamonedas. Salió por una puerta lateral y se deslizó en el asiento trasero de un taxi que la esperaba.
—Al Circus Circus —solicitó, colocándose unas delgadas y oscuras gafas sobre sus ojos, aunque ese no era su destino final, pues se dirigía al Dallas Station.
El agente de Black Fire llamado Ghost no sabía con quién se reuniría. Pero ella, sí. Incluso, si él ignoraba sus peticiones e intentaba ocultar su identidad, Mykael reconocería sus ojos en cualquier lugar. No, no correría ningún riesgo. Nunca lo hacía. Peter le había enseñado bien.
Ghost le negaría la información que necesitaba, incluso si ella hacía uso de sus atributos. Tendría que volverse aún más encantadora, llevarlo a su cabaña, darle toda la información que él quisiera y luego esperar a que se durmiera. Una vez que tuviera el comunicador en sus manos, Ice estaría muerto y su cuerpo estaría frío mucho antes de que Ghost tuviera la oportunidad de advertirle que una mujer había tenido acceso a su archivo.
En el Circus Circus, Mykael deslizó un anillo con un macizo diamante en su dedo anular, se registró y con la tarjeta de su habitación en la mano, tomó el ascensor hasta el cuarto piso. Una vez allí, bajó por una serie de escaleras y se introdujo en la parte laberíntica. Se cambió la peluca rubia por una de color castaño claro antes de tomar el ascensor de vuelta al vestíbulo. Desde ahí, se dirigió a una cabina de alquiler de automóviles, girando la cabeza con cada movimiento de sus caderas. Veinte minutos después, con un recibo de tarjeta de crédito en mano, dejó caer su bolso de viaje en el maletero de un sedán de tamaño mediano, salió por la parte trasera del estacionamiento y dobló hacia la autopista, hacia el norte. Intentó relajarse en el asiento.
Pensar, planificar y decidir cuál sería su próximo paso era algo fácil para Mykael. Peter le había enseñado todo lo que necesitaba saber para poder tener éxito el día de hoy. Ella había aprendido cómo lograrlo. Entonces, ¿por qué su corazón latía de ese modo cuando se suponía que ya no sentía absolutamente nada? ¿Por qué las sangrientas pesadillas la despertaban con el cuerpo empapado en sudor cuando todo lo que había hecho era ver cómo fluían las situaciones?
Eso no era lo único que había hecho, se recordó a sí misma innecesariamente. Había jurado vengar a Peter, pero no solo a Peter, también a Melina, y había hecho el juramento de asegurarse que ninguna otra mujer tuviera que sufrir lo mismo que ella. Ningún otro niño sería arrebatado de sus familias para ser convertido en contrabandista de drogas y trabajar para hombres malvados. El horror del camino que había elegido cubría sus noches con oscuras pesadillas y carcomía su alma, pero no se detendría, no hasta que todos los involucrados estuvieran muertos.
El abismo nació el día de la muerte de su hermana. Al principio, había alimentado ese abismo. Era bueno no sentir nada, no llorar. Cuando ella perdió a Peter, cuando su hermoso bebé murió apenas un mes después, un enorme abismo cobró vida, tragándose todo en su interior. No había luchado contra eso, simplemente se rindió a medida que limpiaba la última lágrima de su rostro y le dio la bienvenida a esta forma de vacío absoluto.
Ahora, después mucho tiempo, lo entendía mejor. El abismo no era un simple agujero negro que absorbía todo sin dejar rastro. El abismo era una entidad que estaba viva, respiraba y exigía cada vez más. Quería salir. Vengar a su familia. El dolor de la muerte de Peter y la de su hijo estaban esperando, al igual que su luto. Sin embargo, ese terrible dolor que roía su interior, donde se suponía que debían estar sus emociones, ese espantoso vacío que la dejaba fría, siempre fría, al fin se iría.
O quizás la devoraría por completo. Si eso pasaba, moriría. Moriría o escaparía.
¿Realmente importaba cuál?
—No para mí —murmuró, y condujo sobre la inmensa área de estacionamiento fuera del Casino Dallas Station.
Ghost observó salir al asaltante que empuñaba el cuchillo por la puerta trasera, todo antes de que los guardias de seguridad lo notaran. El segundo hombre no fue tan afortunado. Ghost lo sometió contra el suelo en menos de dos segundos. Luego se alejó de la escena colocando su mano derecha sobre la herida del deltoides izquierdo para ocultar la sangre, aunque solo fuera por un momento.
Un escaneo rápido del lugar reveló que la única conmoción eran los guardias de seguridad que hablaban con el hombre que luchaba con las máquinas tragamonedas. La atención de los guardias se enfocó muy rápidamente en el hombre que yacía en el piso. Ghost no creía en coincidencias, por lo que el aspirante a asesino de las máquinas tragamonedas tenía que estar involucrado. Su mirada barrió la habitación de nuevo. Allí, junto al mostrador de la recepción, con toda la longitud del casino entre ellos, estaba Carlos Caldera. Uno de los únicos dos sobrevivientes miembro de la familia Caldera, gracias a Los Cochillos. El hombre cruzó el casino, dirigiéndose directamente hacia él con otros cuatro grandes hombres rodeándolo.
El ruido frenético de las máquinas tragamonedas se hizo más ensordecedor; las impresiones de los civiles presentes eran instantáneamente evidentes. Mierda. A Caldera no le importaba dónde tomaría lugar la pelea, pero a Ghost sí.
A una distancia más cercana a él, los guardias estaban a punto de terminar con el asaltante de la máquina tragamonedas. Si Ghost podía atraer la atención de Caldera y la de sus amigos hacia el estacionamiento, podría minimizar las bajas. Incluso, sería mejor si pudiera asegurarse de que los guardias de seguridad encontraran al compañero de su atacante antes de que Caldera y sus esbirros llegaran a él. Ellos se rendirían o, al menos, tendrían que buscar otra salida.
Ghost retrocedió hacia el vestíbulo, atravesando la primera fila de puertas, ahí fue interceptado por una prostituta.
—Oye, marinero. —Él trató de esquivarla, pero ella se pegó a su brazo y colocó su mano sobre la de él sin hacer caso a la sangre que comenzaba a correr entre sus dedos.
—Lo siento, necesito…
—Sé exactamente lo que necesitas, a Decoy, cariño —prometió Mykael. Ella lo empujó contra la pared del vestíbulo. Por suerte, se había puesto las botas de tacones de diez centímetros. Recordó que él era alto, aunque no imaginó que sería así de alto. Ahora, si podía hacer que él cooperara, podría sacarlo de esta con vida. ¿Por qué diablos estaba Caldera en el hotel? ¿Acaso Carlos sabía quién era ella? ¿Existía la posibilidad de que él la estuviera esperando?
¡No hay tiempo! No lo había. A través de las puertas del vestíbulo ella podía ver el interior del hotel. Alcanzó a observar a dos guardias de seguridad arrodillados ante un hombre inconsciente en el suelo. Ellos estaban entre Ghost y Caldera, pero ¿por cuánto tiempo? Mykael le quitó la chaqueta de los hombros y la escondió detrás de las macetas de un árbol en la esquina del vestíbulo. Caldera reconocería su ropa. Le colocó su chal sobre el hombro y le dio un beso al hombre llamado Ghost.
El tiempo… simplemente… se detuvo.
La adrenalina, que bombeaba tan salvajemente por su cuerpo solo unos momentos antes, disminuyó la velocidad. Su corazón trastabilló, dio un vuelco. Su cerebro se desconectó. Él deslizó su mano izquierda sobre el brazo de Mykael descendiendo hasta llegar a su muñeca. La giró y su espalda golpeó la pared a medida que él llevaba su mano hacía atrás y luego la mantuvo allí, atrapada entre los pesos combinados de sus cuerpos. Una vez más, Ghost utilizó su mano izquierda para sujetar su rostro, empujando su cabeza ligeramente hacia atrás para adaptarse mejor a sus labios. En total contraposición con la fuerza que brotaba de sí, el beso fue suave, un suave roce de sus labios sobre los de ella, una vez, dos veces y, a continuación, solo la punta de la lengua la alcanzó en forma de una solicitud.
Mykael únicamente pudo escuchar su propio gemir y separó sus labios ante el beso de este extraño, siendo incapaz de detener el torrente que recorría su cuerpo, oleada tras oleada, rugiendo a través de sus venas, reviviendo cada terminación nerviosa hasta cegar su conciencia ante el movimiento de esa boca sobre la suya, de los dedos acariciando su mejilla y de la pared de músculos tan duros como una roca rozando sus pechos. Ese roce, ese beso, ese hombre.
Su cerebro fue recuperando el funcionamiento lentamente, al menos lo necesario como para darse cuenta de que, mientras él usaba sus dedos para acariciar su mejilla, sus labios ya no se movían sobre los de ella, sino que se dirigían hacia su oreja.
—Encantado de conocerte, Decoy —susurró él y, posteriormente, la liberó para que ella pudiera levantar su mano y colocarla entre los cuerpos de ambos—. Parece que estamos en medio de una emboscada.
¿Qué creía él que era ella? ¿Le dio dos besos? Ella apretó la mano que aún tenía ubicada sobre su hombro izquierdo y tiró de él, acercándolo para poder ver por encima de su contundente musculatura. Al hacer ese movimiento, sus senos quedaron en contacto directo con su mano. Las rodillas de Mykael se debilitaron por una fracción de segundo.
¡Suficiente!
—Los de seguridad se están llevando al hombre que estaba en el piso —informó ella.
—¿Qué hay del tipo que estaba rodeado por un círculo de amigos?
—Todos se voltearon y se dirigieron afuera cuando los de seguridad encontraron al hombre en el piso.
Los dedos de Ghost se movieron muy lentamente por encima de su pecho, extendiéndose suavemente por su clavícula, acariciando la parte trasera de su cuello hasta sujetar su cara una vez más.
—Así que, ¿se fueron? —Su respiración se mezcló con la de ella, olía a canela; Mykael, por su parte deseaba probarlo de nuevo.
—Salieron solo unos segundos después, es por eso que elegí esta pared.
—¡Qué chica tan inteligente! ¿Estás lista para que nos vayamos? —En lugar de animarla a cruzar las puertas, lo cual era lo que había esperado, él plantó sus labios sobre los de ella y la besó nuevamente.
Al igual que la vez anterior, el cerebro de Mykael se detuvo en el tiempo.
Le devolvió el beso, no para seguir proporcionándole una mayor cobertura ante la amenaza o para alentar sus payasadas, lo hizo porque no tenía otra opción. Quedándose sin aliento, con nada más que unos pocos latidos de su corazón, ella sabía que se estaba ahogando y no le importó. ¿Alguna vez sintió algo así? ¿Había probado algo así? ¿Alguna vez un beso había resonado tan profundo dentro de sí como para detener el tiempo?
Ghost ignoró la punzada en su hombro y todo el sentido común. Ambos estaban escondidos en el interior del hotel, detrás de un par de palmeras, así que, si Caldera había dejado a uno de sus esbirros para limpiar el lugar, tendrían que utilizar el factor sorpresa. Él se tomó un momento para deslizar su mano sobre las suaves curvas de las caderas de Decoy, instando a su cuerpo a acercarse al suyo, permitiéndole a ella sentir qué tanto de esta farsa en realidad no lo era. Con la suavidad de su piel, el sabor a miel pura de sus labios, esta mujer no era nada comparado con cualquier cosa que él hubiera experimentado antes. Resucitaba sensaciones que él habría jurado que estaban muertas desde hacía mucho tiempo. Él necesitaba un momento más, unos latidos más para continuar explorando, para sentir sus caderas moverse hacia adelante, hacia un contacto más íntimo y así poder hacerla gemir levemente de nuevo.
El recuerdo de ese sonido lo trajo de vuelta a la realidad . Si ella hacía otro gemido parecido, él no podría detenerse. A pesar de cómo estaban las cosas, él no rompía el contacto con nada más que con sus labios. Apoyó su frente sobre la de ella y el choque de los latidos de sus corazones mantuvieron el tiempo en sincronía con las bocanadas de aire que él necesitaba desesperadamente.
—Maldición. —Retiró su mano izquierda, colocando la palma en la pared junto a su cabeza, hizo un gesto como de interrogación. ¿Qué demonios pasaba? Esto era una operación. ¿Los delincuentes estaban escapando y él estaba en el vestíbulo besando a una mujer? ¿Besando a Decoy? ¿Decoy era una mujer?
—Si intentas algo como eso de nuevo, sin invitación, te advierto que esa será la última vez que te atreverás a hacer algo así —dijo Decoy, y su rodilla lo rozó denotando la explicación de su advertencia— ¿Fui clara?
Ghost se apartó de la pared, fuera del alcance de la rodilla, dándose algo de espacio.
—Sí, señora.
Mykael se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla y luego otro en los labios.
—Mi auto está ahí, justo afuera. —Eso pareció ser un desafío, tal como si ella lo hubiera provocado a hacerlo anteriormente.
Mykael se apartó de su lado, deslizándose fuera del alcance de su brazo derecho y salió antes de que él pudiera parpadear. A él le tomó cinco largos y gigantescos pasos alcanzarla. Cuando finalmente lo hizo, ella colocó su brazo alrededor de su hombro, ¿lo estaba secuestrando o estaba cubriendo todo el desastre de sangre con su palma? Tuvo que esforzarse para evitar que lo sorprendido que estaba no se reflejara en su rostro.
—Me estás asustando, ángel.
—Sí, a eso me dedico.
Ghost se dio cuenta en el momento cuando sus dedos encontraron la cortada en su hombro, no por la reacción de ella, sino porque presionó tan fuerte que él casi maldijo.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—Salvándote el trasero. —Si su ubicación actual hubiese sido segura, ella se habría detenido para mirarlo de forma incrédula. En cambio, le dio una palmada en la mano con la cual él había sostenido la de ella— Presiónala —dijo y luego abrió la puerta del pasajero para él, se dirigió a la parte posterior del pequeño automóvil rentado y sacó un paquete de toallitas húmedas para limpiarse los dedos antes de ubicarse detrás del volante
— Yo conduciré —le dijo Mykael. La expresión en el rostro de Ghost la hizo creer que, tal vez, en ese momento, él no era capaz de pensar.
—¿A dónde vamos? —le preguntó él.
Mykael ignorando su pregunta, encendió el automóvil, pisó el acelerador a fondo y retomó el diálogo.
—¿Planeaste esta pequeña cita?
—¿Estás bromeando? —Ghost respondió con otra pregunta.
—No. —Mykael giró en una esquina estrecha, casi sobre dos ruedas, arrojándolo contra la ventana— ¿Qué tan profundo es el corte?
—Bastante profundo.
—Usa tu camisa —sugirió ella—. Te conseguiré otra cuando me detenga para comprar vendas. ¿Sabes quién lo hizo?
—Se me vienen un par nombres a la mente.
—¿Quién sabía de nuestra reunión?
—Eso no tiene nada que ver contigo.
Mykael mantuvo su mirada al frente. Le daba igual si él quería creer eso. Sabía lo que sucedía mejor que él. La presencia de Caldera era prueba suficiente.
—¿A dónde vamos? —él repitió y