La tentación vive al lado - Volveré a enamorarte - Maureen Child - E-Book
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La tentación vive al lado - Volveré a enamorarte E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

La tentación vive al lado Divorciada y con un hijo pequeño, Nicole Baxter no necesitaba a ningún hombre en su vida. Pero cuando el multimillonario Griffin King se mudó a la casa vecina, Nicole acarició la posibilidad de tener una aventura con él. Griffin no solo era guapo y varonil, sino que también era de los que no se comprometían, lo que lo convertía en el amante ideal... siempre y cuando ella no se enamorara. Griffin King saltaba de una mujer a otra, sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con su hermosa y sensual vecina, más deseaba estar con ella. La única mujer a la que no debería acercarse... Volveré a enamorarte Después de dos largos años, Sam Wyatt volvió a casa. Tenía grandes planes para la estación de esquí de su familia, pero antes debía enfrentarse a su exmujer, a la que había dejado atrás. Lacy acababa de recuperarse del abandono de Sam y, de repente, este se convirtió en su jefe. Le era imposible trabajar con él y no volver a enamorarse, aunque cuando descubrió los verdaderos motivos por los que Sam la seducía supo que no podría perdonarlo…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 234 - mayo 2021

© 2013 Maureen Child

La tentación vive al lado

Título original: The King Next Door

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2015 Maureen Child

Volveré a enamorarte

Título original: After Hours with Her Ex

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2015

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1375-375-1

Table of Content

Créditos

La tentación vive al lado

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Volveré a enamorarte

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

–¿Habrá una forma femenina para la palabra voyeur?

Cómodamente recostado en el jacuzzi del jardín, Griffin King tomó un sorbo de cerveza y observó cómo la vecina entraba en el garaje y volvía a salir con varios sacos de abono.

Nunca había visto a una mujer tan concentrada en su trabajo. La mayoría de las mujeres que él conocía no hacían otra cosa que tenderse en una camilla para recibir masajes. Pero Nicole Baxter era diferente.

La había conocido un año antes, cuando su primo Rafe se casó con Katie Charles, la Reina de la Cocina y vecina de Nicole. Griffin sonrió. Katie seguía llevando adelante su negocio de repostería y, bendita fuera, le había dejado unas cuantas docenas de galletas a Griffin mientras se alojaba con ellos.

A pesar de todas las veces que había estado en casa de Rafe, apenas había hablado con Nicole. Lo único que sabía de ella era que estaba divorciada, que era madre soltera y que nunca dejaba de trabajar. Tal era su tesón que Griffin se cansaba solo de mirarla.

Y sin embargo, no podía dejar de mirarla..

Tal vez fuera la fascinación por lo prohibido, la mujer que nunca podría ser suya. O quizá se sintiera atraído por toda ella.

Sacudió la cabeza y se quitó las gafas de sol para dejarlas en el borde de madera de secuoya. El sol brillaba con fuerza, pero el jacuzzi quedaba a la sombra de un gran olmo que se erguía entre la casa de Nicole y la casa donde Griffin vivía actualmente.

Rafe y Katie estaban de viaje en Europa y Griffin se había ofrecido para cuidar la casa. Griffin había puesto en venta su apartamento de la playa y no soportaba la continua visita de curiosos que no tenían intención de comprar. De esa manera, hospedándose en casa de Rafe, podía respirar tranquilo y al mismo tiempo vigilar la vivienda de su primo.

Una solución ventajosa para todos. Si no fuera por Nicole. La siguió con la mirada mientras ella atravesaba el jardín. Tenía el pelo rubio y no muy largo, a la altura de los hombros, lo llevaba recogido tras las orejas. Vestía una camiseta rosa sin mangas y unos vaqueros cortos y deshilachados que dejaban a la vista unos muslos morenos y bien formados. Sus curvas eran todo un regalo para la vista.

Y saber que ella también lo miraba bastaría para invitarla al jacuzzi... si no lo impidiera una razón de peso.

–¡Mamá!

Connor, el niño de tres años con grandes ojos azules y pelo rubio. Griffin no tenía nada contra los niños. La familia King se había tomado muy en serio el mandato bíblico de «creced y multiplicaos», y Griffin tenía más sobrinos y primos pequeños de los que podía contar. El problema era intimar con las madres solteras. Por mucho que admirase el valor de una mujer independiente capaz de llevar adelante su trabajo y cuidar ella sola de un hijo, Griffin no quería nada serio. Y cuando había niños por medio, siempre surgían complicaciones.

Lo había aprendido años atrás y su regla era inquebrantable: nada de mujeres con hijos.

–¿Qué pasa, Connor? –la voz de Nicole flotó en el aire de junio. Por muy ocupada que estuviera, Griffin jamás había detectado el menor tono de impaciencia en su voz.

–Quiero cavar –gritó el pequeño, y blandió una palita de plástico como un vikingo con una espada.

Griffin sonrió al pensar en la cantidad de agujeros que él y sus hermanos habían cavado en los parterres de su madre. Y cuántas horas de castigo habían pagado por las rosas y margaritas muertas.

–Enseguida, cariño –le dijo Nicole, y le echó un rápido vistazo a Griffin sobre la valla.

Él le respondió alzando la cerveza. Ella frunció el ceño y se volvió rápidamente hacia su hijo.

–Deja que mamá vaya a buscar las macetas al garaje, ¿de acuerdo’

–¿Necesitas ayuda? –le ofreció Griffin.

Ella volvió a mirarlo con expresión recelosa.

–No quiero interrumpir tu baño.

Griffin sonrió. Por el tono en que se lo había dicho parecía estar celebrando una orgía.

–Siempre puedo volver a meterme.

–Eso parece –murmuró ella–. No es necesario, Griffin. Puedo arreglármelas sola.

–Muy bien. Si cambias de idea, avísame. Estaré aquí.

–Donde estás todos los días.

–¿Cómo? –le preguntó, aunque la había oído muy bien.

–Nada –respondió ella, y se dirigió hacia el garaje con su hijo pisándole los talones.

Griffin le dio otro trago a la cerveza. Sabía lo que Nicole pensaba de él y le molestaba que lo viera como a un vago, pues aquellas eran las primeras vacaciones que se tomaba en cinco años.

La empresa de seguridad que dirigían él y su hermano gemelo, Garrett, era la más importante del sector a nivel mundial, lo que significaba que los hermanos King siempre estaban ocupados. O al menos así había sido hasta que Garrett se casó con la princesa Alexis de Cadria y se quedó a cargo de las operaciones europeas, mientras que Griffin siguió ocupándose del negocio estadounidense.

Pero hasta el más adicto al trabajo necesitaba tomarse un respiro de vez en cuando, y Griffin había decidido tomarse el suyo mientras una agencia inmobiliaria se dedicaba a enseñar su apartamento de la playa.

Aún no sabía dónde se instalaría. Quería quedarse en algún lugar cerca de la costa, tal vez en una vivienda como la de Rafe y Katie. Lo único que sabía con seguridad era que su apartamento le resultaba demasiado frío e impersonal. Lo había decorado con muy buen gusto una mujer con la que Griffin estuvo saliendo en una ocasión, pero nunca llegó a sentirlo como un verdadero hogar. Y era el momento de acometer un importante cambio en su vida, animado por el matrimonio de Garrett. Él no tenía ninguna prisa por casarse ni nada por el estilo, pero sí buscarse una casa nueva. Tomarse unas vacaciones...

Por desgracia, esas vacaciones no estaban resultando todo lo idílicas que deberían ser. Apenas llevaba unos días relajándose en casa de Rafe y Katie y ya estaba impaciente por hacer algo. Llamaba a la oficina tan a menudo, solo para comprobar cómo iba todo, que su secretaria había amenazado con marcharse si no dejaba de incordiar.

Griffin confiaba en sus empleados, pero la inactividad empezaba a sacarlo de sus casillas. No estaba hecho para quedarse sentado sin hacer nada. No sabía cómo relajarse y disfrutar del tiempo libre. Garrett le había apostado quinientos dólares a que sus vacaciones no durarían ni diez días y que en breve estaría de vuelta en la oficina. Griffin no estaba dispuesto a perder una apuesta, y para ello tendría que pasarse tres semanas sin dar golpe, por mucho que le costase.

¿Qué demonios hacía la gente cuando no trabajaba?

Él sabía muy bien lo que le gustaría hacer, pensó mientras recorría con la mirada las curvas de Nicole. Pero no era solo el hijo de su vecina lo que refrenaba sus impulsos. Katie, la mujer de Rafe, le había dejado muy claro un año antes que Nicole era intocable. En su fiesta de compromiso les había advertido a Griffin y a todos sus primos que su mejor amiga había sufrido mucho por culpa de su exmarido y que no iba a tolerar que un King le hiciera daño.

En el mundo había millones de mujeres disponibles, por lo que a ninguno de los King le supuso un gran problema olvidarse de Nicole Baxter. Lo malo era que Griffin tenía demasiado tiempo libre y sus pensamientos volaban una y otra vez hacia su guapa vecina.

Tampoco le ayudaba el hecho de que, mientras él la observaba, ella lo estuviera observando a él. Y encima con una expresión de descarado interés en el rostro. Griffin no era ningún idiota y sabía cuando una mujer sentía atracción por él, y en cualquier otra circunstancia no habría dudado en aprovecharse de la situación.

Así al menos tendría algo que hacer...

Pero aquella mujer no parecía estar quieta ni un segundo. Cuando la vio regresar del garaje con una enorme bandeja de plantas, Griffin frunció el ceño. Estaba seguro de que no aceptaría su ayuda, pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras ella se tambaleaba bajo la pesada bandeja. Dejó la cerveza, salió del jacuzzi y cruzó la puerta que separaba los dos jardines.

–Dame eso –le dijo, y le quitó la bandeja sin esperar respuesta.

–No necesito tu ayuda. Puedo arreglármelas sola.

–Sí, lo sé. Eres mujer. No necesitas a un hombre. Vamos a fingir que ya hemos tenido esta discusión y que has ganado tú. ¿Dónde quieres que deje esto?

Miró a su alrededor hasta localizar las bolsas de abono y echó a andar hacia ellas. La hierba era cálida y suave bajo sus pies descalzos y el agua le chorreaba del bañador. El sol le calentaba la espalda, pero la gélida mirada de Nicole lo traspasaba como dagas de hielo. Dejó la bandeja en el suelo y se volvió. Nicole seguía donde la había dejado, al otro lado del jardín, agarrando a Connor de la mano. El pequeño sonreía a Griffin.

–No ha sido tan horrible, ¿verdad? –dijo Griffin.

–¿Qué?

–Aceptar la ayuda.

–No... Supongo que tengo que darte las gracias, aunque no te he pedido ni necesitaba tu ayuda.

–No hay de qué –repuso, y volvió riendo hacia la valla, el jacuzzi y su cerveza. Nicole le había dejado muy claro que no era bienvenido en su jardín.

Casi había llegado a la puerta cuando su voz lo detuvo.

–Griffin, espera.

Él la miró por encima del hombro.

–Tienes razón –admitió ella–. Necesitaba la ayuda... y la agradezco sinceramente.

–Vaya, parece que alguien se había levantado con el pie izquierdo –repuso él, sonriente.

Ella se rio, y Griffin se vio envuelto por el delicioso sonido de su risa suave y cantarina.

–No, nada de eso... pero podemos firmar una tregua.

–Perfecto –apoyó un brazo en la puerta y miró brevemente a Connor, quien corría hacia su pala de plástico–. ¿Y te importaría decirme por qué nos hace falta una tregua?

Un soplo de brisa agitó los mechones de Nicole, quien se los apartó de los ojos y se los sujetó tras las orejas.

–Tal vez «tregua» no sea la palabra adecuada –miró brevemente a Connor por encima del hombro–. Supongo que Katie te habrá pedido que me ayudes mientras ella y Rafe están fuera y...

–No.

–¿En serio? –preguntó ella, no muy convencida.

Griffin la miró fijamente. Sus cabellos agitados por la brisa. La nariz roja por el sol. Sus ojos tan azules como la bóveda celeste sobre sus cabezas. Una fuerte sensación le atenazó las entrañas. Deseaba a aquella mujer.

–De acuerdo, lo admito. Katie me pidió que le echara un ojo a todo el vecindario... lo cual te incluye a ti. Pero, para ser precisos, nos advirtió a todos que te dejáramos en paz.

–¿A todos?

–A los primos King.

–No me lo creo –una mezcla de asombro e indignación ardió en sus ojos.

–Créetelo. Después de casarse con Rafe nos dejó muy claro que eras intocable.

–Genial... –murmuró ella en voz baja.

Griffin levantó las manos.

–Eh, no fui yo. Solo digo que... no tienes nada de qué preocuparte. No estoy dispuesto a quedarme sin galletas por intentar algo con la amiga de Katie.

Aunque, para ser sincero consigo mismo, a Griffin no le habría importado quedarse sin galletas con tal de probar a Nicole... Si no hubiera sido madre.

Nicole tampoco quería quedarse sin las galletas de Katie. Las mejores de toda California y seguramente del mundo.

Desde que su mejor amiga se casara con Rafe King, había habido un continuo trasiego de hombres ricos, guapísimos y solteros en la casa de al lado. Y todos ellos habían tratado a Nicole como a una hermana pequeña.

Nicole había comenzado a creer que había perdido todo su atractivo femenino. No buscaba una relación seria, eso ya lo había probado con su ex-marido y el resultado no podría haber sido peor, pero no le importaría un poco de coqueteo de vez en cuando. Que ningún King se fijara en ella resultaba, cuanto menos, desconcertante.

Pero al fin sabía el motivo.

Entendía los motivos de Katie. Su amiga solo intentaba protegerla, pero Nicole era una mujer adulta que tenía un hijo, una casa y un negocio. Podía cuidar perfectamente de sí misma.

–No tenía que hacer eso.

–¿El qué, preocuparse por una amiga? No me parece tan extraño, sobre todo después de la forma en que la trató Cordell.

Nicole lo recordaba muy bien. Katie había abjurado de todos los King después de su amarga experiencia con uno de ellos. Para poder conquistarla, Rafe tuvo que ocultar su apellido hasta que estuvieron comprometidos.

Por mucho que le molestara la intromisión de su mejor amiga, Nicole no podía enfadarse con Katie por tener buenas intenciones.

Todos los King eran una tentación irresistible para cualquier mujer, pero Griffin estaba en un nivel superior. Había algo en él, su sonrisa, tal vez, o quizá su actitud natural y despreocupada, que le hacía sentir cosas que no sentía desde hacía mucho, muchísimo tiempo.

Nicole se había pasado los últimos días observándolo discretamente. Era difícil no fijarse en él, puesto que se pasaba casi todo el día medio desnudo en aquel maldito jacuzzi. La imagen de sus negros cabellos, sus ojos azules y la piel mojada de sus marcados abdominales pedían a gritos que...

–¿Sufres amnesia o algo así? –le preguntó Griffin.

–¿Eh? ¿Que? –perfecto, Nicole. Pillada in fraganti mientras te lo comes con los ojos–. No, no, estoy bien. Ocupada, nada más.

–Sí, ya me he dado cuenta –se pasó una mano por el pecho y Nicole siguió el movimiento con los ojos.

Maldición. Era como si estuviese hipnotizada por la testosterona.

–¿Nunca te sientas a descansar en la sombra? –le preguntó él mientras se estiraba perezosamente. Los músculos del pecho se tensaron y las bermudas descendieron ligeramente.

Nicole tragó saliva y cerró los ojos un instante.

–No tengo tiempo.

Tener su propio negocio le permitía dedicar las tardes a las labores domésticas. Pero las tareas se acumulaban y con frecuencia le ocupaban los fines de semana. Y además estaba Connor. Miró a su precioso hijo y sonrió. Lo más importante de todo era asegurarse de que el pequeño se sintiera protegido y amado.

No, no tenía tiempo para descansar en un jacuzzi, como Griffin King.

–Connor está cavando –observó él.

Ella ni siquiera miró a su hijo.

–Pues claro. Es un niño y le gusta jugar con su pala.

–Eres una buena madre.

Sorprendida, miró a Griffin a los ojos.

–Gracias. Procuro serlo.

–Se nota.

Sus miradas se mantuvieron durante unos largos y chispeantes segundos, hasta que Nicole giró la cabeza.

–Será mejor que vuelva al trabajo.

–A plantar macetas.

–Sí, pero antes tengo que cambiar la luz de la cocina... ¿Te importa echarle un ojo a Connor mientras voy al garaje a por la escalera?

–¿La escalera?

–Para cambiar la luz del techo.

Él asintió.

–Tú vigila a Connor. Yo iré a por la escalera.

–No es necesario, yo puedo... –empezó a protestar ella, pero él ya se alejaba hacia el garaje.

–Ya hemos tenido esta conversación, ¿recuerdas? No hay problema.

–No hay problema –repitió ella en voz baja.

Apreciaba la ayuda, pero estaba acostumbrada a valerse por sí misma. Sabía desatascar los desagües y apretar las juntas de las cañerías, sacaba ella misma la basura y mataba las arañas.

No necesitaba la ayuda de un hombre.

Pero una vocecita en su cabeza le susurraba lo contrario.

–Está bien –se dijo a sí misma, viendo como Griffin llevaba la vieja escalera de madera sobre el hombro. Sus bermudas parecían haber descendido un centímetro más– me echará una mano y luego se irá a casa.

Y ella podría seguir mirándolo desde una distancia segura.

–¿Dónde está la bombilla nueva?

–En la encimera.

Él volvió a dedicarle una rápida sonrisa.

–La cambio en un santiamén.

No, no le resultaría tan fácil. La cocina, al igual que resto de la casa que había heredado de su abuela, era vieja y anticuada. El tubo fluorescente medía un metro de largo y era casi imposible sacarlo de las pletinas a menos que se supiera cómo moverlo. Tendría que ayudar a Griffin.

Miró a su hijo, que estaba cavando con su pala como los piratas de su libro favorito, seguramente en busca de un tesoro enterrado. Desde la ventana podría vigilarlo sin problemas, por lo que entró en la cocina detrás de Griffin. Él ya había colocado la escalera de mano bajo el tubo fundido, pero le lanzó a Nicole una mirada de reproche cuando subió al primer peldaño y toda la escalera se tambaleó.

–¿Cómo puedes subirte a esta cosa? ¿Quieres romperte la cabeza o qué?

–Resiste bien –replicó ella. La escalera de su abuelo era tan vieja como la casa, pero muy segura–. Si te parece inestable es porque pesas más que yo.

–Si tú lo dices... –murmuró él, y subió otros dos peldaños de la vacilante escalera–. Enseguida quito el tubo.

–No es fácil –dijo ella–. Tienes que girarlo hacia la izquierda dos veces, luego a la derecha y luego otra vez a la izquierda.

–Es un tubo fluorescente, no la combinación de una caja fuerte.

–Eso es lo que tú te crees –repuso Nicole, intentando no fijarse en los abdominales que quedaban a la altura de sus ojos. Estar tan cerca de Griffin King la afectaba peligrosamente.

Pero tenía que recordar que Griffin, como el resto de los King, era un maestro de la seducción y no podía bajar la guardia con él. Aun así, se imaginó bajándole las bermudas hasta...

–Ya lo tengo –el gruñido de Griffin la sacó de sus fantasías.

–Ten cuidado. Recuerda que primero tienes que moverlo hacia la izquierda.

–Ya-casi-está –tiró del tubo y lo sostuvo en una mano con gesto triunfal–. ¡Listo!

Un torpedo rubio salió corriendo por la puerta trasera. Connor se movía tan rápido que no vio la escalera hasta chocar con ella.

Nicole soltó la escalera para agarrar a su hijo. La escalera se tambaleó hacia la derecha.

Griffin perdió el equilibrio y se agarró con la mano libre al soporte del tubo fluorescente. Lo arrancó del techo. Los ojos casi se le salieron de las órbitas.

Nicole ahogó un grito. Connor chilló. La escalera se inclinó aún más. Griffin se bajó de un salto antes de caer, con el soporte destrozado en la mano.

Tres pequeñas explosiones. Nicole miró hacia arriba y vio las primeras llamas.

–¡Dios mío!

–¡Todo el mundo fuera! –gritó Griffin. Soltó el tubo y agarró a Nicole y a Connor para ponerlos a salvo.

Capítulo Dos

Los bomberos fueron muy amables.

Dejaron que Connor se subiera al camión y se pusiera un casco, bajo la atenta vigilancia de un veterano bombero.

Nicole lo agradeció. Necesitaba un minuto. O dos. O mejor una hora. Suspiró y contempló la desoladora imagen que tenía ante sus ojos. El césped, embarrado, estaba cubierto de mangueras y vecinos curiosos. Incluso el señor Hannity, que debía de tener más de cien años, se había asomado al porche para ver el lamentable espectáculo. En cuanto a Griffin, estaba hablando con uno de los bomberos como si fueran viejos amigos.

De pie y sola al final del camino de entrada, Nicole apenas escuchaba las voces y los ruidos que la rodeaban. Los oídos le zumbaban, tenía un nudo en el estómago y las piernas aún le temblaban.

Su casa...

Aún no había vuelto a entrar. No quería ver en qué estado había quedado la cocina. Podía imaginárselo. Y un inquietante pensamiento se sumaba a su aflicción.

El seguro.

La casa estaba asegurada, pero para poder hacer frente a las cuotas había tenido que aceptar un deducible muy elevado en la póliza. Eso significaba que tendría que pagar ella misma gran parte de los daños.

¿Cómo podría hacerlo? ¿Y cómo iba a no hacerlo?

–Jim dice que podría haber sido mucho peor.

–¿Eh? ¿Qué? –se sorprendió al encontrar a Griffin ante ella. Estaba tan hundida en su desgracia que no lo había visto acercarse.

–¿Otra vez amnesia? ¿O es tal vez la conmoción? Quizá deberías sentarte...

–No quiero sentarme –lo único que quería era tirarse en la hierba y ponerse a patalear y chillar, lo cual jamás haría–. Quiero ver en qué estado ha quedado mi casa y comprobar si es segura.

–Jim dice que sí.

–¿El bombero con el que estabas hablando?

–Fuimos juntos a la escuela, ¿verdad que es casualidad? Ahora es el jefe de bomberos. Jim Murphy. Casado. Con un millón de críos y...

–Me alegro por él –lo cortó Nicole–. ¿Pero qué ha dicho de mi cocina?

–Bueno... Enseguida vendrá a hablar contigo, en cuanto acabe de revisarlo todo.

–¿El fuego se ha extinguido?

–Completamente –le aseguró él, y le puso brevemente una mano en el hombro–. Lo provocó una chispa eléctrica, como ya sabrás.

Sí, lo sabía muy bien. Seguramente se pasaría varias semanas soñando con aquellas explosiones.

–Al parecer, la instalación eléctrica era muy antigua.

–Hasta hoy funcionaba perfectamente –arguyó ella, aunque Griffin tenía razón. El cableado era viejo, al igual que las tuberías. Había hecho planes para reformar la casa, el baño y el dormitorio. Pero el dinero no le alcanzaba.

–Lo lamento –se disculpó él–. Si no hubiera tirado del soporte...

Una parte de ella quería echárselo en cara, pero, por desgracia, de nada le serviría enfadarse. Sacudió la cabeza e hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.

–Son cosas que pasan. Ya no tiene solución.

De hecho, tenía suerte de que Griffin no se hubiera roto la crisma al caer de la escalera. Las facturas médicas habrían sido desorbitadas.

–Además –añadió, girándose para mirar a Connor. El niño le sonrió bajo el enorme casco de bombero–, todos estamos bien, y eso es lo que importa.

–Buena actitud.

Jim Murphy se acercó a ellos.

–Señorita Baxter, puede volver a entrar en la casa sin problemas, pero le aconsejo que no se quede en la misma hasta que un electricista haya revisado toda la instalación.

–¿No hay peligro de que vuelva a haber un incendio?

–Ninguno –le aseguró el bombero–. No hay luz en la cocina, pero como la casa es vieja el circuito abarca la mitad del salón, de modo que tampoco allí hay corriente. Insisto, un técnico debe revisar la instalación a fondo antes de volver a dar la luz.

–Si, por supuesto –técnicos, electricistas, pintores, contratistas... Al pensar en las facturas sintió otra vez ganas de chillar y patalear. Pero en vez de eso se obligó a sonreír–. Gracias por haber venido tan rápido.

–Un placer haber servido de ayuda –respondió el bombero, mirando la casa por encima del hombro–. La estructura es sólida, como suele ser habitual en las casas viejas. Ya sé que ahora le parece una catástrofe, pero le aseguro que podría haber sido mucho peor. Aparte de la cocina la casa apenas ha sufrido daños.

«Algo es algo», pensó Nicole.

–Gracias, Jim –le dijo Griffin–. Me alegro de haberte visto. Saluda a Kathy de mi parte, ¿eh?

–Claro –los dos hombres se alejaron hacia el camión–. Y a ver si salimos por ahí alguna noche.

Los bomberos seguían moviéndose por el césped, hablando y riendo mientras enrollaban las mangueras. Los vecinos volvían a sus casas y Connor estaba conduciendo el camión con una sonrisa de oreja a oreja. Lo único que a Nicole le preocupaba en esos momentos era qué iba a hacer a continuación. Porque la triste verdad era que no tenía ni idea.

–¿Estás bien?

Levantó la mirada y se sorprendió al ver que Griffin había vuelto con ella.

–No mucho.

–Me lo imagino. Pero supongo que la casa estará asegurada, ¿no?

–Pues claro que está asegurada –espetó ella de malos modos, y enseguida se arrepintió. No era culpa de Griffin que la cocina se hubiera quemado.

En teoría sí que era su culpa, ya que había arrancado los cables del techo mientras cambiaba una bombilla que ella no le había pedido que cambiara. Pero no era como si le hubiese prendido fuego a su cocina deliberadamente.

–Pues entonces, anímate –le aconsejó él–. Estás a salvo. Connor está a salvo. Y la casa se puede reformar.

–Lo sé –dijo ella, intentando convencerse a sí misma. Encontraría la manera de solucionarlo, aunque tuviera que solicitar una hipoteca. La casa estaba pagada y Nicole se consideraba afortunada por no tener que pagar una cuota todos los meses, pero no le quedaban muchas opciones–. Tienes razón. Estamos a salvo y el resto puede arreglarse –miró hacia el camión y a su alborozado hijo–.Voy a por Connor, antes de que se largue con ese camión y nunca más vuelva a verlo.

–Todo saldrá bien...

–¿Te das cuenta de que la gente siempre dice eso cuando todo está lejos de salir bien?

–Cierto, pero ignorar la situación no cambiará nada.

–Eso también es cierto –miró brevemente la casa antes de dirigirse hacia el camión y recoger a su hijo, a quien no le hizo ninguna gracia despedirse del simpático bombero–. No tienes por qué entrar conmigo –le dijo a Griffin al volver junto a él, con Connor apoyado en la cadera.

–Claro que sí –replicó él con expresión resuelta y ella no supo si sentirse aliviada o enfadada.

Era curioso cómo dos horas antes ella estaba ocupándose de su jardín mientras lanzaba miradas furtivas a un Griffin casi desnudo en el jacuzzi, y que en esos momentos se disponían a inspeccionar juntos el devastado interior de su casa.

Los nervios y la angustia le revolvieron el estómago, pero era la presencia de Griffin lo que más la alteraba. Podía sentirlo tras ella, como si el aire estuviera cargado de electricidad.

No era el momento para sucumbir a un arrebato hormonal.

Al rodear la esquina y ver la puerta trasera abierta pensó en las moscas y bichos que debían de estar colándose en la casa. Pero enseguida se dijo que los insectos eran el menor de sus problemas. Se preparó mentalmente para lo que fuera a encontrar y subió los tres escalones de la entrada.

Nada podría haberla preparado para lo que iba a encontrarse.

Era como si un tornado hubiese arrasado la cocina. Manchas de humo en las paredes y unos grandes agujeros parecían observarla desde el techo.

Quería llorar, gritar, agarrar una escoba y un recogedor y ponerse a limpiar. Pero al observar lo que quedaba del techo supo que iba a hacer falta algo más que un barrido.

–¡La casa está sucia! –gritó Connor, batiendo las palmas.

–Está todo hecho un desastre –añadió Griffin innecesariamente.

–No sé ni cómo empezar a limpiar –murmuró, mirando hacia la puerta que comunicaba con el salón. También allí se veían las huellas de la tragedia. Los muebles habían sido desplazados y el suelo estaba encharcado.

–No tienes que limpiar nada –le dijo Griffin.

–¿Ves a alguien aparte de mí que pueda hacerlo? –le llevaría días poner un poco de orden.

–Avisaremos a una empresa de limpieza –sugirió él.

–No puedo permitírmelo.

–No puedes hacerlo sola, y yo no voy a hacerlo.

–¿Quién te ha pedido que hagas nada? –exclamó ella, perdiendo otra vez los nervios.

–Tú no –repuso él–. No pedirías ayuda ni aunque estuvieras hundida hasta el cuello en arenas movedizas, ¿verdad?

–Te equivocas si crees que puedes ofenderme. Llevo cuidando de mí misma desde hace años.

–¿Y puesto que puedes hacerlo, debes hacerlo?

Connor se retorció en sus brazos y Nicole lo sacó de nuevo al jardín. Dejó al niño en el suelo y vio cómo se alejaba corriendo hacia el parterre y su querida pala.

–Ya sé que intentas ayudar –le dijo a Griffin, sin mirarlo–, pero será mejor que te vayas a casa.

–¿Así de simple? –se colocó ante ella para obligarla a mirarlo. Sus penetrantes ojos azules la retaban a apartar la vista, lo que ella no hizo–. ¿Crees que voy a volver al jacuzzi y olvidarme de todo?

–¿Por qué no?

Él dejó escapar una breve carcajada.

–Dejaré pasar esa ofensa. Lo que me gustaría saber es si eres realmente tan cabezota o si solo estás actuando por mi bien.

Sus palabras desconcertaron a Nicole.

–¿Por qué iba a hacer algo por tu bien, Griffin?

–Eso mismo me pregunto yo. Pero lo que acabas de decir no tiene sentido. No voy a dejarte aquí sola con un niño de tres años, en medio de este desastre.

Nicole no sabía por qué Griffin se tomaba tan a pecho aquel incidente. Al fin y al cabo no era su casa la que había salido ardiendo.

–No te corresponde a ti decidirlo.

–Pues decídelo tú. ¿Cómo vas a arreglártelas sin electricidad y sin cocina?

Para eso no tenía respuesta, pero ya se le ocurriría algo. Siempre conseguía salir adelante. Por ella y por su hijo.

–Es mi casa, Griffin. ¿Adónde voy a ir?

–Conmigo.

–¿Qué?

Griffin se pasó una mano por el pelo, pero en esa ocasión Nicole estaba tan aturdida que apenas se fijó en la flexión de sus músculos.

–El incendio no ha sido culpa mía –dijo él.

–No del todo.

Griffin arqueó una ceja y Nicole se preguntó cómo conseguía hacer eso la gente.

–Intentabas ayudar –añadió con un suspiro.

–Y te he quemado la cocina.

–No he dicho que hayas ayudado –aclaró ella con una sonrisa–. He dicho que intentabas hacerlo.

Él también sonrió.

–La casa de Rafe y Katie es muy grande.

–Lo sé. Katie siempre se está quejando de no saber cómo será su casa de un día para otro. Rafe no para de añadir habitaciones o de echar paredes abajo para hacerla más grande.

Nunca había envidiado la seguridad económica que Katie había ganado al casarse con un King. Pero a veces, cuando estaba sola por las noches, sentía celos del amor que su amiga había encontrado. Ella y Rafe hacían tan buena pareja que Nicole no podía evitar envidiarla.

–Sabes que es la mejor solución, Nicole –insistió Griffin–. La casa es tan grande que no tendremos ni que vernos el uno al otro. No puedes quedarte aquí. No es seguro. Ni para ti ni para Connor.

–Puede que no...

–¿Acaso quieres quedarte en un hotel mientras arreglan la casa?

No, de ninguna manera. No tenía dinero para pagar las reformas y hospedarse en un hotel al mismo tiempo.

–Además –continuó Griffin–, así podrás vigilar las reformas de cerca.

Todo lo que Griffin decía tenía sentido, pero Nicole detestaba estar en deuda con alguien. Desde que aprendió la dolorosa lección con su exmarido, había evitado depender de los demás y pedir favores.

Miró a Griffin y apretó los dientes con irritación al verlo tan seguro de sí mismo. No tenía más remedio que aceptar su sugerencia. Pero si Katie y Rafe hubieran estado en casa, su amiga habría insistido en que ella y Connor se quedaran con ellos. Así que tampoco había mucha diferencia.

Una pareja felizmente casada ofreciéndole alojamiento temporal, o la misma oferta hecha por un hombre soltero, guapísimo y arrebatadoramente sexy que le revolucionaba las hormonas con solo mirarlo.

¿De verdad no había tanta diferencia?

–Sabes que es la única solución.

–Sí –asintió. Volvió a mirar la cocina e intentó imaginársela después de las obras. Si no fuera muy caro, quizá podría modernizarla un poco.

Miró de nuevo a Griffin, quien la observaba con sus brillantes ojos azules.

A la mañana siguiente Griffin se frotó los ojos, irritados por la noche en vela, y se dijo que más le valdría acostumbrarse. La casa era muy grande, cierto, pero había olvidado que todos los dormitorios daban al mismo pasillo. Su dormitorio quedaba directamente frente al de Nicole, y había estado escuchando sus movimientos durante toda la noche. Pasos por la habitación, el chirrido de la cama al acostarse y al levantarse, más pasos, la puerta abriéndose, pisadas por el pasillo hasta la habitación donde dormía Connor, otra puerta abriéndose, una pausa, pasos de regreso a la habitación, la puerta cerrándose y más vueltas por el dormitorio. Todo eso repetido varias veces a lo largo de la noche.

No era el ruido lo que le molestaba, no, lo que le impedía conciliar el sueño era imaginarse a Nicole deambulando por la casa descalza y con sus rubios cabellos despeinados. ¿Qué se pondría para dormir? ¿Un camisón? ¿Una camiseta? ¿Nada?

Tenía que sofocar sus deseos y comportarse como un caballero. Ofrecerle alojamiento a Nicole sin intentar seducirla. No sonaba muy divertido, pero debía y podía hacerlo.

Era una madre, por amor de Dios. Y luego estaba la amenaza de Katie. Además, tenía treinta y tres años. El número mágico. La edad que se había fijado como punto y final a sus días de mujeriego y vividor. Lo quisiera o no, tendría que madurar.

–El problema es que no quiero.

–¿Estás hablando solo?

Levantó la mirada y vio a Nicole entrando en la cocina con Connor en brazos. Llevaba unos pantalones cortos blancos y una camiseta rosa sin mangas que hacía juego con las uñas de sus pies. Se había recogido el pelo detrás de las orejas y unos aros plateados reflejaban la luz de la mañana.

–¿Qué? No, no... –sacudió la cabeza y se fijó en la taza de café que sostenía entre las manos–. Solo estaba pensando.

–Vaya, pues haces mucho ruido al pensar.

–¡Abajo! –gritó Connor.

Griffin puso una mueca. Era demasiado temprano para la charla y los gritos.

–¿Quieres un poco de leche, cariño? –le preguntó Nicole.

Griffin a punto estuvo de responder «no, gracias».

–¡Leche! ¡Y galletas!

–Galletas para desayunar, no –dijo Nicole, riendo.

Griffin miró al pequeño. ¿Sería muy cruel taparle la boca con cinta adhesiva?

Nicole le sirvió un vaso de leche a Connor y se puso a preparar los huevos. Parecía tan cómoda en la cocina de Katie como en su propia casa.

–¿Quieres que te prepare algo? –le preguntó a Griffin.

–No, yo nunca desayuno –murmuró, concentrándose en el café. La cafeína... el secreto de la supervivencia.

Hacía tanto ruido al batir los huevos y mover la sartén que Griffin apretó los dientes.

–He decidido que voy a vivir esta situación como un regalo.

–¿Ah, sí? –intentó quitarle a Connor la cuchara con la que golpeaba la mesa, pero el dramático mohín del niño lo hizo desistir.

Se levantó para volver a llenarse la taza.

–Bueno –continuó Nicole–, hay que arreglar la cocina, y he pensado en aprovechar la ocasión para redecorarla y no solo reformarla.

–Es una buena idea –concedió él, volviendo a sentarse. Connor le sonrió y siguió aporreando con la cuchara como si estuviera tocando la batería.

Griffin no era una persona mañanera. Prefería mantener una agradable conversación mientras se cenaba con vino, y nunca se quedaba a dormir con ninguna de las mujeres con las que salía. Pero aquella mañana no solo tenía a una mujer con la que hablar, sino también un niño pequeño al que soportar.

–Connor va a la guardería –estaba diciendo Nicole–. En cuanto lo haya dejado allí, volveré para llamar a la compañía de seguros y a un contratista.

–Tú ocúpate de llamar a la compañía de seguros. Yo llamaré a King Construction. Te harán mejor precio que en cualquier otro sitio.

Nicole lo pensó un momento antes de aceptar.

–Gracias.

Tal vez apreciara su ayuda, pero no le gustaba aceptar favores.

–De nada. ¿De qué sirve tener familia si no puedes llamarlos cuando los necesitas? Como Rafe está fuera, hablaré con Lucas. Es posible que pueda venir hoy mismo a echar un vistazo.

–De acuerdo –le sirvió a Connor los huevos revueltos al mismo tiempo que Griffin le quitaba la cuchara de la mano al crío–. No estás acostumbrado a tratar con niños, ¿verdad?

–No tan temprano –admitió él, sintiéndose un poco culpable por haberle quitado la cuchara a Connor. Resignado, se la devolvió.

A aquellas horas estaría sentándose para tomar su primer café en el balcón de su apartamento, contemplando el mar y disfrutando del silencio. Luego se ducharía, se vestiría y llegaría a King Security poco después de las nueve.

Qué irónico que su agenda laboral le pareciera repente más relajante que sus vacaciones.

Capítulo Tres

–¿Pero se puede saber qué has hecho aquí? –preguntó Lucas King mientras observaba la cocina de Nicole con ojo crítico. En pocos minutos había examinado hasta el último rincón, enchufe y desconchón.

–Yo no le prendí fuego a la cocina –protestó Griffin, apoyándose en la destrozada encimera.

–Pues es lo que parece –subido en una escalera metálica, Lucas había asomado la cabeza por el agujero del techo para inspeccionarlo con una linterna–. ¿Has provocado todo esto simplemente cayéndote de una escalera?

–Sí –respondió él secamente. Sabía muy bien que Lucas se lo contaría al resto de la familia y que él se convertiría en el hazmerreír de todos–. Me agarré al soporte del tubo fluorescente para no caer, pero...

–Pero en vez de eso lo arrancaste de la pared, ¿no?

–No te he hecho venir para que te pases de listo, sino para examinar los daños. ¿Son muy graves?

–Bastante. La instalación es muy vieja y hay cables pelados. Me extraña que haya aguantado tanto tiempo.

Griffin sintió un escalofrió al pensar en Nicole y su hijo viviendo allí solos. ¿Y si se hubiera producido un incendio en mitad de la noche?

–Supongo que no podremos echarte la culpa –comentó Lucas mientras bajaba por la escalera–. El cableado de toda la casa está a punto de prender.

Griffin se apartó de la encimera y echó un rápido vistazo alrededor. Vio cosas que no había advertido antes, como los dibujos de Connor en el frigorífico, una tetera con forma de gallo, jarrones de vidrio verde volcados en el alfeizar junto a flores marchitas...