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¿De que esta hecho la trama del miedo? Drenen lo sabe. A través de sus historias, te desafía a descubrir qué colores, formas y sustancias tienen tus propios miedos. La única forma de conocerlos es enfrentarlos...hasta el último renglón.
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Seitenzahl: 82
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La trama del miedo
Olga Drennen
Ilustraciones:
*Eatyoucarrots
El baldío
Una tarde, Ramiro nos dijo que había visto algo extraño en el baldío de la esquina de la escuela. Las chicas saltamos con horror como si nos hubiera picado una araña pollito. En primer lugar, porque el solo oír la palabra “baldío”, nos daba escalofríos. Después, porque teníamos que reconocerlo, pasaban cosas raras allí. Era bien sabido que todo vagabundo que buscaba refugio entre los matorrales, o desaparecía sin dejar rastro, o tenía un accidente. Los perros gruñían y los gatos escapaban del lugar como alma que lleva el diablo. Hasta los matorrales parecían afectados por algo dañino. Crecían oscuros, torcidos, con formas grotescas.
Por eso, cuando Ramiro vino a hablarnos del baldío, todas nos asustamos.
—Algo extraño, ¿cómo qué? –le preguntamos.
—¡Qué sé yo! Fue a la salida. Cuando ustedes aparecieron en la calle. Se formó una niebla con figura “casi” humana. Horrible.
Le teníamos terror a esa esquina, en especial después de lo de Jazmín. Una chica no puede evaporarse así como así, casi a la vista de todos, justo al salir del colegio.
—No digan pavadas –contestaba el resto de nuestros compañeros–, seguro que se la llevaron en un auto. ¿Cómo pueden ser tan tontas? Ese día llovía a baldes, seguro que no la vimos por eso.
Pero nosotras estábamos seguras. Habíamos visto a Jazmín cuando cruzaba el baldío y después, nadie volvió a verla ni supo nada de ella.
—Para mí que las chicas tienen razón –opinó Ramiro con una sonrisa maligna.
Ramiro había entrado en nuestra división ese mismo año. Se convirtió, desde el principio, en una espina clavada en la garganta de docentes y alumnas. Desde el principio, contestó con descaro a los profesores y a las chicas nos molestó todo el tiempo. En cambio, con los varones trataba de ser un poco más amistoso. De todos modos, pocos lo aguantaban al pobre.
Venía con los peores antecedentes. No había quién ignorara que lo habían expulsado de muchas escuelas, por haber hecho disparates de todo tipo y color.
Lo recibimos con un poco de desconfianza. Su aspecto decía bien a las claras que no era un santo. Tenía un gesto burlón, y en todo momento se mostró dispuesto a hacer lío.
Con Jazmín, en cambio, las cosas fueron distintas. Perteneció al grupo desde primer año. Era una chica dulce que hablaba poco y caminaba como quien pisa nubes. Cuando se la tragó la tierra, empezaron a circular todo tipo de historias.
—La raptaron. Yo vi un auto gris dando vueltas.
—Yo, una combi colorada con los vidrios polarizados.
—¡Por favor!, ¿y cómo hicieron para subirla sin que nadie oyera los gritos?
—Por ahí, un hombre la amenazó y se la llevó a la fuerza…
—Es el baldío –dijo Ramiro.
Y todos lo miramos como si hubiera dicho que él era Napoleón.
Por eso, esa mañana cuando vino a contarnos que había visto niebla o vaya a saber qué en el baldío, primero nos asustamos, pero después, cuando uno de los chicos le contestó, soltamos una risotada.
—Seguro que es la niebla del castillo de Drácula.
Sin embargo, mientras temblábamos o nos reíamos por las ocurrencias de nuestros compañeros, la policía investigaba qué había pasado con Jazmín.
—Dicen que los padres la hicieron socia del club de la otra cuadra…
—Sí, por la timidez.
—Bueno, eso no quiere decir nada.
Después alguien averiguó que se había puesto de novia con un chico que iba con ella a la pileta.
—No, ¿a natación? Imposible, Jazmín odiaba el agua. Capaz que era un compañero de patín...
Nadie estaba seguro de nada. Todos opinaban. Pero, por lo menos, parecía claro que alguien del club había tenido algo que ver con su desaparición.
—También puede ser que se haya ido por su propia voluntad, con ese novio que no conocemos...
Pero todas las hipótesis fracasaron. Durante muchos días, nadie supo de nuestra compañera.
Hasta la mañana aquella en que Ramiro entró con los ojos desorbitados en la división. Tomó asiento y empezó a decir algo por lo bajo a la compañera sentada a su lado. Los que estaban cerca vieron cómo ella se ponía pálida a medida que él le hablaba. La pobre no volvió a recuperar el color hasta que tocó el timbre del recreo.
En cuanto estuvimos en el patio, los rodeamos para preguntar qué había pasado.
—Cuando entré en el colegio y pasé por la Dirección, escuché a un policía decir que sospechan que Jazmín está muerta... y que su cuerpo no debe estar lejos.
La noticia corrió de boca en boca y cuando terminó el recreo, no hubo chico ni chica que no supiera lo que había pasado.
—¿Y si nos adelantamos y hacemos nosotros una investigación? Algo tenemos que encontrar –propuso Ramiro.
Desde ese momento en adelante, después del almuerzo, muchos alumnos de la escuela recorrieron la zona en grupos, palmo a palmo.
Empezaron la búsqueda por los alrededores de todos los árboles, siguieron en cada jardín y vereda. El club, los edificios vecinos, la escuela, el frente de las casas, el largo y ancho de las calles: nada quedó sin revisar.
Nosotras, en un grupo encabezado por Ramiro, rastreamos el baldío.
—¡Miren! –gritó al rato mientras agitaba un corbatín azul como el que las chicas usábamos en el colegio.
El corbatín sucio de tierra y pasto, que onduló en el viento, nos llenó de espanto. Podía ser el de Jazmín, pero nadie podía asegurarlo. Sin embargo, el hallazgo nos animó a seguir con la búsqueda. Pero poco más encontramos que se pudiera relacionar con nuestra compañera. Algún lápiz sin punta, un par de hojas de carpeta que las lluvias pasadas habían borroneado y un bolígrafo colorado. Todo lo demás era barro, tierra, basura y el verde agarrotado de la hierba.
—Tenemos que llevar lo que encontramos a la policía –propuso una de las chicas.
Pero el resto de los compañeros no estuvo de acuerdo. Muchos dijeron que iban a contestar que esas cosas no probaban que fueran de Jazmín.
—Y, además, nos van a decir que metamos la nariz en nuestros asuntos. Mejor, nos callamos y seguimos con la búsqueda.
Poco duró el entusiasmo. A la semana siguiente, los profesores nos avisaron que iban a tomar pruebas y nos vimos obligados a dejar de lado la investigación.
¿Y quién fue el único que no quiso estudiar? Ramiro, por supuesto.
Empezó a llegar tarde. Sus notas bajaron hasta el fondo del mar y en los recreos no hablaba con nadie. Poco a poco, dejó de ser el chico rebelde y revoltoso para convertirse en otro diferente del que había sido. De pronto, lo vimos serio, preocupado. Casi triste.
—Hoy –dijo una mañana–, vi la niebla con forma horrible otra vez. Chicas, no pasen solas por ahí.
Soltamos una carcajada más que ruidosa. No, esa vez, no íbamos a asustarnos. Al escucharnos, él, en lugar de hacer el gesto burlón de siempre, se dirigió, cabizbajo, a buscar un libro de Naturales a la biblioteca.
—Ese no es Ramiro. Para mí que tiene un doble –dijo una compañera tentada de risa.
—O nos prepara una de sus bromas macabras o está enfermo –dijo otra.
Cuatro días después, el viernes, a Ramiro se le ocurrió proponernos la loca idea de que fuéramos en grupo al baldío, al anochecer. Le contestamos que no, por supuesto.
—Bueno, entonces voy solo –dijo al ver que nadie aceptaba.
El lunes, una ráfaga de noticias y de angustia nos sorprendió. En cuanto entramos, nos pidieron que nos reuniéramos en el patio. Era una mañana nublada, hacía frío. La directora hizo un gesto a los chicos encargados de izar la bandera para que no la enarbolaran y nos pidió silencio con la mano. No supimos por qué, pero esa vez, acatamos la orden de inmediato. Cuando todos estuvimos callados y quietos, carraspeó.
—Chicos –dijo con una voz que nos heló la sangre– tengo que darles una mala noticia: Apareció Jazmín… mejor dicho, el cuerpo de Jazmín.
Al escuchar la noticia, un murmullo de espanto creció en el patio hasta convertirse en grito: ¡estaba muerta!
—Pero hay algo más –dijo la directora con gesto angustiado–. La policía también encontró los restos de Ramiro. Parece que el viernes a la noche salió de su casa y nunca más volvió.
Nos informaron que los dos chicos estaban completamente cubiertos de tierra en el baldío. Al escucharla, no pudimos más que pensar que nuestro compañero había estado en lo cierto. Algo raro pasaba en el baldío, Ramiro no mentía. Mientras nos mirábamos sin entender, la directora agregó algo más que nos llenó de horror.
—Jazmín y Ramiro tenían las manos apretadas, como quien quiere defenderse de algo terrible...
Desde entonces, si por casualidad alguno de nosotros dirige su vista hacia el baldío, enseguida desvía sus ojos. Es por el miedo a encontrarse, al igual que Ramiro, con la niebla inhumana y atroz.
Canción de cuna
No bien terminó de almorzar con Rodo, su hermanito, Ana lavó los platos tal como le había pedido su mamá. Después los secó y se asomó al patio donde Rodo jugaba con la pelota.
En ese momento, escuchó la tele que habían dejado encendida en el comedor.
—Ya viene el lobo feroz –decía una voz desagradable.
Prestó atención. A ella le gustaban los dibujitos, aunque estaba segura de que debía de tratarse de alguna otra cosa, porque a esa hora, no había dibus.