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La vastedad, la complejidad y la genialidad de la poesía de Johann Wolfgang Goethe (Frankfurt 1749-Weimar 1832) explican por qué la cultura de su tiempo, y hasta nuestros días, lo consagró como a un semidiós. Figura capital del romanticismo y posteriormente del clasicismo, el pensamiento crítico contemporáneo está todavía profundamente perplejo ante su obra. Profundidad metafísica a la vez que ligereza en el acento expresivo, siempre Goethe es él mismo: hondo y epidérmico, inteligente y sensual; cerebro y corazón en tangencias paralelas y seguras. Es decir, un genio.
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La vastedad, la complejidad y la genialidad de la poesía de Johann Wolfgang Goethe (Frankfurt 1749-Weimar 1832) explican por qué la cultura de su tiempo, y hasta nuestros días, lo consagró como a un semidiós. Figura capital del romanticismo y posteriormente del clasicismo, el pensamiento crítico contemporáneo está todavía profundamente perplejo ante su obra. Profundidad metafísica a la vez que ligereza en el acento expresivo, siempre Goethe es él mismo: hondo y epidérmico, inteligente y sensual; cerebro y corazón en tangencias paralelas y seguras. Es decir, un genio.
Johann Wolfgang von Goethe
(Cien poemas)
Johann Wolfgang von Goethe, 1831
Vino la mañana, sus pasos temía
el suave sueño que dulce me rodeaba
y desperté, de mi cabaña tranquila
fui montaña arriba nueva el alma;
A cada paso dábame alegría
la nueva flor que con gotas colgaba;
el nuevo día se alzaba con encanto
y todo me reanimaba reanimado.
Cuando subí, se alzó de los prados del río
en bandas suave hacia arriba una niebla.
Se retiró cambiando y a rodearme vino,
creció volando sobre mi cabeza:
un turbio velo me cubría aquel sitio,
ya no podía gozar de la vista tan bella;
pronto me vi de nubes como inundado
y conmigo mismo en lo oscuro encerrado.
De pronto pareció que el sol traspasaba,
se hizo ver en la niebla una claridad.
O bien se hundía suave mientras bajaba;
o se partía al subir por monte y matorral.
¡Cómo el primer saludo hacerle esperaba!
La esperaba aún más bella tras la oscuridad.
La aérea lucha no tenía aún su término,
me rodeó un esplendor y quedé ciego.
Pronto hizo que mis ojos despegara
un impulso interior del corazón decidido,
sólo podía osarlo con rápida mirada,
pues todo parecía arder encandecido.
Allí en vilo con las nubes transportada
una mujer divina ante mis ojos vino.
Nunca imagen más bella vi en mi vida
me miró y en vilo quedóse sostenida.
¿No me conoces? Dijo una voz dejando
un timbre del mayor amor y de fidelidad:
¿Me reconoces? La que el puro bálsamo
en alguna herida de la vida vínote a echar.
Bien me conoces, soy a quien tu afanado
corazón en eterna alianza vínose a atar.
¿No te vi con ardientes lágrimas del corazón
ya de muchacho anhelarme con pasión?
Sí, grité, mientras dichoso me inclinaba
hacia la tierra, te he sentido tanto;
me diste paz, cuando la pasión agitaba
por los jóvenes miembros sin descanso,
tú me has como con celestiales alas
en el día de ardor la frente refrescado.
Tú me diste los dones mejores de la tierra
y cada dicha sólo por ti quiero tenerla.
No te nombro. Bien que por muchos te oigo
a menudo llamada, y cada uno te dice suya,
que a ti se dirige créese cada ojo,
casi a cada ojo tu rayo es tortura.
Como te conozco estoy casi solo,
antes tuve muchos amigos de aventura.
Sólo conmigo he de gozar de mi dicha
ocultar y encerrar tu luz propicia.
Sonrió, habló: ¡Ves, qué cuerdo entonces,
necesario, fue sólo un poco descubriros!
Apenas estás seguro del engaño más pobre,
apenas eres señor de infantiles albedríos,
y ya te crees lo bastante superhombre,
dejas del hombre el deber incumplido.
¿Cuán diferente eres tú de los demás?
Conócete, vive con el mundo en paz.
¿Perdóname, grité, no lo hice adrede,
debo sin más dejar los ojos abiertos?
Vive en mi sangre un albedrío alegre,
el valor de tus dones bien lo aprecio.
En mí el noble bien para otros crece,
ni puedo ni quiero esconder el talento.
¿Por qué el camino fue tan añorado,
si no debo enseñarlo a los hermanos?
Y cuando hablé me miró la alta criatura
con una indulgente mirada compasiva,
estaba en sus ojos toda mi lectura,
lo que mal hecho y lo que bien había.
Ella sonrió y ya sentí mi ventura,
mi espíritu se alzó a nuevas alegrías:
Pude ahora con íntima confianza
acercarme a ella y de cerca mirarla.
Entonces estiró la mano en las bandas
de nubes ligeras y de vapor cercano,
cuando lo cogía prender se dejaba,
se dejó tirar, la niebla ya fue en vano.
Por el valle entonces paseó mi mirada,
hacia el cielo miré sublime y soleado.
Sólo a ella vi, un puro velo sosteniendo,
la envolvía, miles de pliegues haciendo.
¡Yo te conozco, conozco tus defectos,
sé lo que en ti de bueno vive y arde!
Así dijo, oigo su hablar eterno,
recibe lo que ha tiempo te guardase;
quien toma este regalo con ánimo sereno,
a ese dichoso, nada puede faltarle.
De vapor de mañana tejido y de luz solar,
el velo de la poesía de manos de la verdad.
¡Y si tú y tus amigos al mediodía
sentís el bochorno, lanzadlo al aire!
Enseguida susurra el fresco de la brisa
olor a especias y flores y aroma os trae,
calla del sentimiento terrenal la angustia,
un lecho de nubes la tumba se hace.
Toda ola de vida deviene calmada,
el día se vuelve suave y la noche clara.
¡Venid pues, amigos, si en vuestros caminos
la carga de la vida más y más os dobla,
o si vuestro camino con flores guarnecido
un renovado bien de frutos de oro adorna,
hacia el próximo día avanzamos unidos!
Así vivimos, fortuna pisa nuestra hora
y además si los nietos nos añoran con dolor
debe para su gusto perdurar nuestro amor.
1784
¡Hermana de la luz primera,
imagen de ternura en duelo!
Niebla de argénteo aguacero
en tu linda cara vuela.
Despierta tu pie suave
de cuevas de día cerradas
tristes almas retiradas,
a mí y a nocturnas aves.
¡Curioso tu mirar divisa
un horizonte lejano!
¡Elévame a mí a tu lado
da a la ilusión esta dicha!
Y en la placentera calma,
vea el astuto caballero
tras el enrejado vítreo,
las noches de su muchacha.
Do mora el placer penumbra
baña sus redondos miembros.
Ebria mirada desciendo.
¿Qué se le oculta la luna?
¡Pero qué deseos son estos!
Gozar en ansia infinita,
estar colgado allí arriba:
Ay, codicias hasta estar ciego.
1769
Me esparcen, mano ligera,
florecillas y hojitas,
dioses de la primavera
juegan en airosa cinta.
Céfiro, tómala en tus alas,
ponía en su mejor vestido;
Y ante el espejo se para
ella en su contento vivo.
Se ve rodeada de rosas
y como una rosa joven.
Tu mirada, vida hermosa,
y recompensado estoy.
¡Amor al corazón aúne,
si me das tu mano ahora
ya la cinta que nos une
no es débil cinta de rosas!
1770
si una vez te veo la cara,
si te miro los ojos una vez,
en mi corazón la pena se aclara;
¡Dios sabe mi bien!
Si yo te quiero no lo sé.
1770/71
¡La naturaleza
reluce tanto!
¡Cómo brilla el sol!
¡Cómo ríe el campo!
Salen las flores
en cada rama
y voces miles
de la enramada,
de cada pecho
placer y alegría.
¡Oh tierra, oh sol,
Oh gozo, oh dicha!
Oh amor, oh amor,
tan bello y áureo,
tal nube matinal
allá en lo alto;
bendices glorioso
el surco fresco,
en olor de flores
el mundo entero.
¡Cómo te quiero,
oh niña, niña!
¡Cómo me quieres!
¡Tus ojos brillan!
¡Ama la alondra
el aire que canta
y el olor del cielo
las flores del alba,
como te amo
con sangre ardiente,
tú me haces joven
alegre y valiente
para nuevos versos
y nuevas danzas!
¡Sé feliz siempre
como me amas!
1770/71
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
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