Lady Susan - Jane Austen - E-Book

Lady Susan E-Book

Jane Austen.

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En aquella Inglaterra de 1800, los hombres dominaban a gusto los asuntos públicos mientras las mujeres tejían y destejían los privados. Muy joven, Jane Austen escribe esta novela breve que ya exhibe su extraordinario talento narrativo. Lady Susan es una mujer irresistible e inescrupulosa, en la tradición de la Holly Golightly de Truman Capote, la Scarlett O'Hara de Vivien Leigh y también, entre nosotros, aquella madre de The Buenos Aires Affair, de Manuel Puig. En más de un sentido ya no es una niña: es una mujer. Como escribe en una de sus cartas: "El dominio del francés, del italiano, del alemán, de la música y del dibujo, entre otras cosas, hacen que una mujer arranque aplausos, pero no suman un solo pretendiente a la lista. La distinción y los modales siguen siendo más valiosos". Lady Susan tiene los modales, pero sobre todo tiene la inteligencia y la audacia. Posiblemente le debamos a Jane Austen tanto los argumentos y personajes de innumerables telenovelas kitsch como, menos evidentemente, las intrigas y retratos del policial inglés. Con todo, Lady Susan es también una novela sobre la amistad; sobre los lazos que entablan las mujeres mientras persiguen, bajo un orden social implacable, su independencia. La delicada traducción y el prólogo de Eduardo Berti no hacen más que resaltar la admiración por esta narradora impar que, a las pocas líneas, conseguirá hechizar al lector hasta la última página.

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No se leen los clásicos por deber o respeto, sino por amor. Italo Calvin

En aquella Inglaterra de 1800, los hombres dominaban a gusto los asuntos públicos mientras las mujeres tejían y destejían los privados. Muy joven, Jane Austen escribe esta novela breve que ya exhibe su extraordinario talento narrativo.

Lady Susan es una mujer irresistible e inescrupulosa, en la tradición de la Holly Golightly de Truman Capote, la Scarlett O'Hara de Vivien Leigh y también, entre nosotros, aquella madre de The Buenos Aires Affair, de Manuel Puig. En más de un sentido ya no es una niña: es una mujer. Como escribe en una de sus cartas: “El dominio del francés, del italiano, del alemán, de la música y del dibujo, entre otras cosas, hacen que una mujer arranque aplausos, pero no suman un solo pretendiente a la lista. La distinción y los modales siguen siendo más valiosos”. Lady Susan tiene los modales, pero sobre todo tiene la inteligencia y la audacia.

Posiblemente le debamos a Jane Austen tanto los argumentos y personajes de innumerables telenovelas kitsch como, menos evidentemente, las intrigas y retratos del policial inglés. Con todo, Lady Susan es también una novela sobre la amistad; sobre los lazos que entablan las mujeres mientras persiguen, bajo un orden social implacable, su independencia.

La delicada traducción y el prólogo de Eduardo Berti no hacen más que resaltar la admiración por esta narradora impar que, a las pocas líneas, conseguirá hechizar al lector hasta la última página.

Colección Por qué leer a los clásicos

Director: Edgardo Scott

Lady Susan / Jean Austen. Prólogo de Eduardo Berti.

1a edición - San Martín: UNSAM EDITA, 2024

Libro digital, EPUB - (Por qué leer a los clásicos / Edgardo Scott)

Traducción de: Eduardo Berti

ISBN 978-631-90801-7-9

1. Literatura. I. Scott, Edgardo, dir. II. Berti, Eduardo, prolog.

III. Berti, Eduardo, trad. IV. Título.

CDD 820

© 2024 de traducción y prólogo, Eduardo Berti

© 2024 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín

UNSAM EDITA

Edificio de Containers, Torre B, PB, Campus Miguelete

25 de Mayo y Francia, San Martín (b1650hmq), prov. de Buenos Aires

[email protected]

www.unsamedita.unsam.edu.ar

Diseño de tapa e interior María Laura Alori

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723. Editado en Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.

Lady Susan

Jane Austen

Prólogo y traducción Eduardo Berti

POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS

Índice

Prólogo de Eduardo Berti El irrestistible encanto de la intriga

Lady Susan

I. De Lady Susan Vernon al señor Vernon

II. De Lady Susan Vernon a la señora Johnson

III. De la señora Vernon a Lady De Courcy

IV. Del señor De Courcy a la Señora Vernon

V. De Lady Susan a la señora Johnson

VI. De la señora Vernon al señor De Courcy

VII. De Lady Susan a la señora Johnson

VIII. De la señora Vernon a Lady De Courcy

IX. De la señora Johnson a Lady Susan

X. De Lady Susan a la señora Johnson

XI. De la señora Vernon a Lady De Courcy

XII. De Sir Reginald De Dourcy a su hijo

XIII. De Lady De Courcy a la señora Vernon

XIV. Del señor De Courcy a Sir Reginald

XV. De la señora Vernon a Lady De Courcy

XVI. De Lady Susan a la señora Johnson

XVII. De la señora Vernon a Lady De Courcy

XVIII. Ídem

XIX. De Lady Susan a la señora Johnson

XX. De la señora Vernon a Lady De Courcy

XXI. De la señorita Vernon al señor De Courcy

XXII. De Lady Susan a la señora Johnson

XXIII. De la señora Vernon a Lady De Courcy

XXIV. Ídem

XXV. De Lady Susan a la señora Johnson

XXVI. De la señora Johnson a Lady Lusan

XXVII. De la señora Vernon a Lady De Courcy

XXVIII. De la señora Johnson a Lady Susan

XXIX. De Lady Susan a la señora Johnson

XXX. De Lady Susan al señor De Courcy

XXXI. De Lady Susan a la señora Johnson

XXXII. De la señora Johnson a Lady Susan

XXXIII. De Lady Susan a la señora Johnson

XXXIV. Del señor De Courcy a Lady Susan

XXXV. De Lady Susan al señor De Courcy

XXXVI. Del señor De Courcy a Lady Susan

XXXVII. De Lady Susan al señor De Courcy

XXXVIII. De la señora Johnson a Lady Susan

XXXIX. De Lady Susan a la señora Johnson

XL. De Lady De Courcy a la señora Vernon

XLI. De la señora Vernon a Lady De Courcy

Epílogo

Nota sobre los autores

Nota sobre la colección

Prólogo El irrestistible encanto de la intriga

por Eduardo Berti

Se ha establecido que Jane Austen (1775-1817) escribió Lady Susan en algún período entre 1794 y 1805, año de la muerte de su padre. Muchos biógrafos sostienen que concluyó la obra en 1795, al cumplir veinte años; otros afirman que su elaboración fue simultánea a la de Susan (ese fue el título que llevó la primera versión, de 1803, de Northanger Abbey). En cualquier caso, la breve novela no fue publicada en vida y recién se divulgó en 1870, como un apéndice de la Memoir of Jane Austen, mezcla de evocación y biografía escrita por su sobrino James Edward Austen-Leigh. La autora dejó el texto sin título, y Austen-Leigh lo bautizó Lady Susan.

No es la única “obra de aprendizaje” de Austen que ha sobrevivido. Entre 1787 y 1795, la autora forjó textos como The Beautiful Cassandra, Frederic and Elfrida, Evelyn, Love and Freindship (Amor y amistad, con un error ortográfico en la palabra friendship, “amistad”, que sigue apasionando a algunos estudiosos) y la muy original History of England (Historia de Inglaterra), que atribuyó a “un historiador parcial, prejuicioso e ignorante” y donde se ríe abiertamente, a sus dieciséis años de edad, de monarcas como Enrique IV, Jacobo I, Carlos I o Eduardo V, de quien comenta que vivió tan poco que “nadie tuvo tiempo de pintar su retrato”.

De todas estas obras juveniles, Lady Susan parece ser la más atrayente y madura. Por su extensión y su temática, se la puede concebir como un puente entre los primeros ejercicios y las novelas de madurez, que abarcan los títulos Sense and Sensibility (Sentido y sensibilidad, también traducida como Sensatez y sentimientos, 1811), Pride and Prejudice (Orgullo y prejuicio, 1813), Mansfield Park (1814) y Emma (1816), además de dos textos publicados póstumamente: Northanger Abbey (La abadía de Northanger) y Persuasion (Persuasión).

Para fijar un contexto, digamos que la obra de Austen permite, a grandes rasgos, una división en tres fases: una primera etapa de aprendizaje, con obras prometedoras como Catherine o, en menor medida, El castillo de Lesley; una segunda etapa (entre 1795 y 1805, aproximadamente) en la que escribió los primeros manuscritos de Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio y La abadía de Northanger; y una tercera y última etapa, tras una suerte de intervalo debido a la muerte de su padre y a unas cuantas mudanzas, de la que resulta otra trilogía, iniciada alrededor de 1811, que incluye Mansfield Park, Emma y Persuasión. A estas tres fases cabe añadir dos libros menos conocidos1 que tuve la suerte de traducir hace una década: Los Watson, correspondiente al intervalo entre la segunda y tercera etapa o, si se prefiere, entre la primera y la segunda trilogía de novelas de madurez; y Sanditon, obra que empezó a escribir en los primeros meses de 1817, pero que dejó inconclusa debido a los graves problemas de salud que ocasionaron su muerte casi inmediata.

Siempre me interesó el modo en que Austen emplea, en Lady Susan, el molde de la novela epistolar. La elección formal se debe, casi sin ninguna duda, a la influencia de Pamela o la virtud recompensada (1740) de Samuel Richardson, e incluso de Las amistades peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos, dos clásicos del género. Hoy este procedimiento puede parecer tradicional, pero en su tiempo constituyó una novedad y, asimismo, un excelente ejemplo de lo que, un siglo y medio más tarde, el fundador del grupo Oulipo, el francés François Le Lionnais, denominó “tercer sector”, que consiste en emplear como estructura novelística —o simplemente narrativa— formas que no tienen prestigio literario, que no fueron concebidas para la cultura. Le Lionnais identificaba “tres sectores”: en el primero incluía a los clásicos (Dante, Shakespeare, Cervantes, entre otros) y a los “valores conocidos”, con todo lo subjetivo del caso; en el segundo sector englobaba a la escritura más popular: best-sellers comerciales, fotonovelas, policial masivo, “paraliteratura” y la ficción “de género”; en el “tercer sector”, por último, estaba todo lo no pensado originalmente como literatura: los grafitis, las instrucciones o los manuales de uso, la posología de un medicamento, la noticia periodística, el problema matemático o científico, el aviso clasificado, las noticias necrológicas, las cartas a la administración pública. (Otro ejemplo, más cercano en el tiempo, podría ser el uso que hizo Edgar Lee Masters de las lápidas de los cementerios de un pueblo para plasmar en 1915 su espléndida Antología de Spoon River, libro que no me canso de recomendar y que, a su vez, le hace un guiño a ese conjunto de epigramas que es la Antología palatina).

Si el abanico de cartas que despliega Austen en Lady Susan resulta atractivo para los lectores contemporáneos, se debe en buena medida a que rompe la noción de punto de vista único, dando cabida a una pluralidad de ópticas y versiones, e incluso a una variedad de tonos y sensibilidades. Las cartas nos presentan un elenco que desde luego no excluye (no debe excluir) a más de un narrador “no fiable”, lo que nos obliga a abrir bien los ojos y a desconfiar de cuanto se nos dice. Este territorio será explorado, años después, por otros autores en lengua inglesa como Wilkie Collins, con The Moonstone (La piedra lunar, 1868), o Henry James, con dos relatos también epistolares: “A Bundle of Letters” (Un fajo de cartas) y “The Point of View” (El punto de vista). Este conjunto de obras anticipa a maestros de la multiplicidad de perspectivas y del relato caleidoscópico, como William Faulkner o, en nuestro idioma, Juan Carlos Onetti.

He leído que el padre de Jane, el reverendo George Austen, poseía una nutrida biblioteca en la que se destacaban los libros de Samuel Richardson, Henry Fielding y Samuel Johnson, además de ciertas obras más transgresoras para la época, como Hermsprong, Man As He is Not (1796), novela filosófica de Robert Bage, y posiblemente también Vindication of the Rights of Woman (1792), escrito feminista de Mary Wollstonecraft.2

Ya de joven, Austen “leía en francés e incluso en italiano”, según indicó su sobrino, y “su conocimiento de la obra de Richardson era único y asombroso”. Al margen de esto, la autora fue desde su más temprana juventud una ferviente escritora de cartas. La correspondencia con su gran cómplice Cassandra (única hermana mujer, al lado de cinco hermanos varones) ha sido una valiosa fuente de información para los biógrafos. Austen-Leigh afirmó, lleno de orgullo, que esas cartas se destacaban no solo por su escritura sino también por su pulcritud: “En aquellos tiempos reinaba el arte de doblar y de sellar las cartas. La correspondencia de alguna gente se veía mal hecha; la de ella, en cambio, era siempre impecable y con el sello de cera en su sitio justo”.

Antes de Lady Susan, Austen ya había intentado escribir ficción valiéndose de una secuencia epistolar. El precedente más notable es un breve cuento titulado “Amelia Webster”, que narra el arreglo de tres bodas a partir de siete cartas muy escuetas. Otros ejemplos se encuentran en Love and Freindship y en un relato escrito alrededor de 1792, “The Three Sisters” (Las tres hermanas). Hay quienes afirman, incluso, que el primer manuscrito de Orgullo y prejuicio (cuyo título original era First Impressions; o sea, Primeras impresiones) también fue concebido en formato epistolar.

Dos particularidades que me atraen especialmente de Lady Susan son, primero, su desenlace, con la repentina intrusión de un narrador en tercera persona, especie de adenda que la autora añadió en el último momento, y segundo, la distribución de las cartas, que no ambiciona agotar las posibilidades latentes entre los muchos personajes (todas las combinaciones plausibles, en su doble rol de autor y destinatario), pero que es compleja y reposa en la gran variedad de ejes: lady Susan que le escribe al señor Vernon y viceversa, pero también a la señora Johnson, quien le responde, y más tarde al señor de Courcy, quien también le responde; Catherine Vernon que le escribe a lady de Courcy (su madre) y al señor de Courcy; el señor de Courcy que le escribe a Catherine Vernon y a sir Reginald; sir Reginald que le envía una carta a su hijo, etcétera.

Esta especie de remolino epistolar genera una dinámica y una agilidad que incluye también la presencia, como “fuera de campo”, de ciertas cartas solo mencionadas o resumidas. Esta dinámica y agilidad bien pueden explicar el renovado interés que despierta esta novela, llevada al cine en 2016 por Whit Stillman –realizador y responsable de la adaptación–, con un elenco encabezado por Kate Beckinsale (lady Susan Vernon), Chloë Sevigny (Alicia Johnson) y Xavier Samuel (Reginald de Courcy), curiosamente bajo el título de Amor y amistad (un título que se presta a confusión, ya que Love and Freindship es un texto paródico escrito mucho antes por Austen, que tiene poco y nada en común con la trama de Lady Susan).

Por lo demás, en la “novella”, como denominan los ingleses a las novelas breves, se encuentran concentrados varios elementos esenciales de su ficción: agudeza para los detalles, reflexiones certeras (Austen es bien conocida por deslizar en sus obras pensamientos como este, que aparece en Orgullo y prejuicio: “el orgullo se relaciona más con nuestra opinión de nosotros mismos; la vanidad, con lo que nos gustaría que otros pensaran de nosotros”), una trama y un estilo más bien sobrios y al límite de la parquedad, un humor delicado y a la vez crítico, un talento llamativo para retratar los matices psicológicos de los personajes femeninos y un tratamiento particular de los personajes masculinos, cuyo mundo laboral suele ser soslayado en beneficio del ámbito familiar.

A la obra de Austen se le ha estampillado más de una vez la etiqueta, un poco fácil, de neoclásica. Es una forma de decir que, a diferencia de los escritores románticos o góticos, fue adversa al sentimentalismo, cultivó la ironía (por cierto, entre sus antepasados se contaba el humorista Theophilus Leigh) y tendió a un punto de vista objetivo. Si en La abadía deNorthanger hay ecos de la novela gótica (la protagonista, Catherine Morland, está obsesionada con el universo de Ann Radcliffe), esto no hace sino reforzar la idea central: los peligros de una imaginación desbordante (del “quijotismo” o “bovarismo”) y las ventajas de la razón.

Al mismo tiempo, Austen escapa a las categorizaciones más simples. En sus novelas de adultez, que trascienden el realismo más convencional, hallamos una poderosa voz autoral, es cierto, a través de narradores omniscientes (narradores que, como un dios, parecen saberlo todo) que intervienen, comentan o se entrometen en las acciones; con todo, Austen lleva este procedimiento más allá de sus límites acostumbrados cuando, por ejemplo, al final de la misma Northanger Abbey, en uno de mis pasajes favoritos, rompe el marco narrativo, según observa David Lodge, poniendo al descubierto la ilusión novelesca y desafiando la “suspensión de la incredulidad”. Reconoce ante el lector que “un novelista no puede ocultar que se acerca el final de la historia (como sí puede hacerlo un dramaturgo o un director de cine, por ejemplo) porque lo delata el escaso número de páginas restantes”.3

No estamos lejos de la autoconciencia y la metaficción, que mucho después serán ingredientes fundamentales de la narrativa posmoderna. Esto demuestra que André Brink dio en el clavo cuando, en su ensayo The Novel: Language and Narrative from Cervantes to Calvino, planteó o recordó que estos procedimientos no son en absoluto exclusivos de las vanguardias más recientes y que, para comprobarlo, basta con leer atentamente el Quijote (la segunda parte, en especial, me dirán) o el inagotable Tristram Shandy y Viaje sentimental por Francia e Italia, ambos de Laurence Sterne.

Rapidez, multiplicidad

Tuve un vínculo de gran cercanía con la obra de Jane Austen allá por 1998 y 1999, mientras escribía La mujer de Wakefield. Esta, mi segunda novela, nació de la lectura de un cuento bastante famoso del estadounidense Nathaniel Hawthorne, contemporáneo y amigo de Herman Melville, y uno de los maestros de Edgar Allan Poe, a tal punto que la teoría del cuento moderno de Poe proviene de dos reseñas sobre el libro Cuentos contados dos veces (Twice -Told Tales, 1837), de Hawthorne.

En el relato de Hawthorne, llamado “Wakefield”, un hombre le anuncia a su esposa, la señora Wakefield, que debe partir en viaje de negocios y que regresará en breve, pero se toma veinte años (como Ulises en la Odisea, como el viajero en el tango “Volver” de Gardel); y, lo más insólito de todo, pasa este exilio justo enfrente del hogar abandonado, observando su propia ausencia, convertido en una suerte de curioso impertinente que es testigo de la vida de su mujer sin él, testigo de un mundo sin Wakefield.

En su relato, Hawthorne se concentra por completo en el marido: la esposa no tiene nombre y no toma ninguna iniciativa. La mujer de Wakefield, más aún, no le interesa en absoluto como personaje ni como perspectiva.

En mi novela lo que interesa es la vida de ella: sus emociones, sus reacciones, sus dudas y sus sospechas. En mi novela intenté obrar a la vez en dos sentidos: un cambio de punto de vista, desde luego, pero también un cambio de escala, de tal modo que el cuento de Hawthorne se convierte, precisamente, en un cuento contado dos veces.

Leí y releí a Jane Austen mientras componía este libro en el que, aunque la señora Wakefield no narra en primera persona, el narrador pone el foco fundamentalmente en ella. Leí Mansfield Park, Orgullo y prejuicio, Emma y sus otras novelas, en inglés pero también en traducción al castellano, en busca de algunas pistas para tejer, a fines del siglo XX, una ficción ambientada a inicios del XIX, en esos mismos tiempos en los que Jane Austen tenía entre 30 y 40 años.

Algunos años más tarde, ya publicada La mujer de Wakefield, me topé con Lady Susan en su versión original. Y fue una especie de amor a primera vista, uno de esos flechazos que intentamos explicar o entender a posteriori, pero que suelen depender de algo que excede la razón. Me ocurrió con Lady Susan, en todo caso, algo que no me sucede tan a menudo: me puse a traducir el libro, no todo, algunas cartas, algunos fragmentos, al tiempo que lo iba leyendo. Como aquellas canciones que nos cautivan, que nos resultan a la vez asombrosas y familiares, y que comenzamos en el acto a tararear, al mismo tiempo que las vamos descubriendo.