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"Las montañas del oro" (1897) es un poemario que Leopoldo Lugones escribió entre los veinte y los veintidós años. Como Rubén Darío, puso todo su empeño en la renovación poética para alcanzar la emancipación del espíritu a través de la transformación del lenguaje literario.-
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Seitenzahl: 64
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Leopoldo Lugones
Saga
Las montañas del oro
Copyright © 1897, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726642018
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Es una gran columna de silencio i de ideas
En marcha.
El canto grave que entonan las mareas
Respondiendo á los ritmos de los mundos lejanos;
El rumor que los bosques soberbiamente ancianos
Dan, como si debajo de largas sepulturas
Sintiérase crujidos de enormes coyunturas;
Las sordas evasiones de las razas, que arroja
El heroísmo nómade á la vendimia roja;
El ¡han! de los supremos designios, que se escacha
En el postrer hachazo que acabará la lucha,
Ya sea que se trate de un cedro ó de un gigante;
Las torres que no alcanza con su talón triunfante
La horda; el trájico viento de las batallas;
todo
Lo que es grande, ó solemne, ó heroico de algán modo,
— Clamores de conquistas, rumores de mareas—
Va en esa gran columna de silencio i de ideas
Que el poeta ve alzarse desde las hondas grutas.
El Sol es su vanguardia!
— Por las eternas rutas
Que accidentan la historia, van los pasos enormes.
Es un largo desfile de tinieblas informes.
Mas, dominando aquella procesión tenebrosa,
El alba se levanta como una húmeda rosa
Cuyos pétalos caen en una lluvia de oro.
El poeta apostrofa con su clarín sonoro
A la columna en marcha; lo que dice, resuena
Como el flujo de bronce de una hornalla harto llena.
Tan fuertes son sus alas, que aquel sér de ancho aliento
Parece que en los hombros lleva amarrado el viento.
Es el gran luminoso i es el gran tenebroso.
La rubia Primavera le elige por esposo.
Él se acuesta con todas las flores de las cimas.
Las flores le dan besos para que él les dé rimas.
El sol le dora el pecho, Dios le sonríe—apenas
Hai nada más sublime que esas sonrisas, llenas
De divinidad, que hacen surgir sobre la obscura
Silueta de los montes una inmensa blancura
Zodiacal.—Forja el hierro de su peto i su casco
La Paciencia en los yunques de una ideal Damasco,
I el Silencio custodia la hoguera donde amasa
Con bronce i sombra el verbo que templará en la brasa.
A fin de que los hombres alcancen con sus bocas
Su oreja, enormemente sentado entre dos rocas
Como un afable cóndor les escucha; i los hombres
Creen que están á un mismo nivel, almas, i nombres,
I cabezas. Los grandes hombres i las montañas
Es forzoso que siempre estén de pié. Estrañas
Son las voces del antro á la cumbre. La oruga
Que esconde entre las hierbas su imperceptible fuga,
Ve al águila i opina:« eres un sér monstruoso,
Águila!» —En cambio el águila no ve á la oruga. Hermoso
I divino es el cielo porque es indiferente
A las nubes que le hacen mal. El cielo es la frente
De Dios, sobre la eterna serenidad suspensa:
Cuando se llena de astros i sombra, es que Dios piensa.
El cielo se repite en las frentes radiosas.
No importà que ellas sean claras, ó misteriosas
O formidables, siendo capaces del martirio.
¡No de la infamia! Tanto vale rasgar un lirio
Como manchar un astro; el viejo Cosmos gime
Por la flor i la estrella con un amor sublime
I total. Grave enigma de amor! Esto consiste
En que el gran Sér no quiere que ninguno esté triste.
I el dolor, ese fuego que exalta todo nombre,
(Cristo sangriento, brilla; triste, suda como hombre.)
Es un heroico vino que ignora la tristeza.
Hombres! no escupáis nunca sobre una gran cabeza.
No seáis mancha cuando pudierais ser herida.
El hierro sufre en lo hondo de la fragua encendida,
Pero hasta hoi nadie ha visto las lágrimas del hierro.
El poeta es el astro de su propio destierro.
Él tiene su cabeza junto á Dios, como todos,
Pero su carne es fruto de los cósmicos lodos
De la Vida. Su espíritu del mismo yugo es siervo,
Pero en su frente brilla la integridad del Verbo.
Cada vez que una de esas columnas, que en la historia
Trazan nuevos caminos de esfuerzo i de victoria,
Emprende su jornada, dejando detrás de ella
Rastros de lumbre como los pasos de una estrella,
Noches siniestras, ecos de lúgubres clarines,
Huracanes colgados de gigantescas crines
I montes descarnados como imponentes huesos:
Uno de esos enjendros del prodigio, uno de esos
Armoniosos doctores del Espíritu Santo,
Alza sobre la cumbre de la noche su canto.
(La alondra i el Sol tienen de común estos puntos:
Que reinan en los cielos i se levantan juntos.)
El canto de esos grandes es como un tren de guerra
Cuyas sonoras llantas surcan toda la tierra.
Cantan por sus heridas, ensangrentadas bocas
De trompeta, que mueven el alma de las rocas
I de los mares. Hugo con su talón fatiga
Los olímpicos potros de su imperial cuadriga;
I, como de un océano que el sol naciente dora,
De sus grandes cabellos se ve surgir la aurora.
Dante alumbra el abismo con su alma. Dante piensa.
Alza entre dos crepúsculos una portada inmensa,
I pasa, transportando su empresa y sus escombros:
Una carga de montes i noches en los hombros.
Whitman entona un canto serenamente noble.
Whitman es el glorioso trabajador del roble.
Él adora la vida que errumpe en toda siembra,
El grande amor que labra los flancos de la hembra;
I todo cuanto es fuerza, creación, universo,
Pesa sobre las vértebras enormes de su verso.
Homero es la pirámide sonora que sustenta
Los talones de Júpiter, goznes de la tormenta.
Es la boca de lumbre surgiendo del abismo.
Tan de cerca le ha hablado Dios, que él habla lo mismo.
Aquella gran columna se ha poblado de voces:
«Las cosechas proficuas esperan nuestras hoces.
Los metales, esclavos de inmutable obediencia,
Trazan la ruta. El índice severo de la ciencia
Señala el paraíso de la grandeza humana.
El yunque i el martillo, sí; mas no la campana.
La razón es el lábaro del ideal eterno;
La razón que no admite ni el cielo ni el infierno.
Dios es un viejo amo, desterrado monarca
Que agoniza en la inmensa desolación de su arca.
— Substituir la noche por la aurora, i el falso
Culto por la evidencia de la luz; i el cadalso
Por el libro; ser astro, ser cumbre, ser progreso;
Sentir sobre la frente la dicha como un beso
Floral; prender al flanco de la tiniebla el rayo
Cual flamíjera espuela; contradecir el fallo
De los siglos; dar cimas á la conciencia augusta;
Romper los viejos moldes de la creencia injusta;
Confiscar á la sombra su vasto calabozo;
Anegar las tinieblas en un vasto alborozo;
Deshacer para siempre las coronas de espinas;
Sembrar modernas rosas sobre el altar en ruinas;
Desencajar las claves del formidable techo
Que encubre la sombría negación del derecho;
Bautizar con vitales perfumes toda frente;
Esprimir frescas uvas sobre el deseo ardiente;
Desafiar las borrascas con la altivez de un cedro
Secular; pedir cuentas á César como á Pedro
—«César que mata i Pedro que miente»;—alzar la mano
Hasta la consagrada mejilla del tirano,
I con el mismo esfuerzo que inicie la venganza,
Ante el culto de muerte proclamar la Esperanza:
¡Hé aquí el nuevo dogma! Dios, lacerante yugo,
Es el primer tirano i es el primer verdugo.