Lazos ocultos - Kate Walker - E-Book

Lazos ocultos E-Book

KATE WALKER

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Beschreibung

Veinticuatro horas después de una boda relámpago en Venecia, Amy descubrió que su marido se había casado con ella para conseguir un antiguo anillo de incalculable valor. Entonces, la joven decidió escapar de Italia. De vuelta en su país, incapaz de confesar lo estúpida que había sido, no le contó a nadie que se había casado con el millonario Vincenzo Ravenelli. Pero, cuatro años más tarde, aún sabiendo que nunca amaría a nadie como había amado a Vincenzo, Amy decidió librarse de su pasado. Había llegado el momento de volver a Venecia y enfrentarse con su esposo para que le concediera el divorcio.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Kate Walker

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lazos ocultos, n.º 1208- septiembre 2021

Título original: Her Secret Bridegroom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-852-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TIENE que haber un error! —exclamó Amy, mirando la formidable mansión—. No puede ser.

El conductor del taxi acuático le soltó una perorata en italiano, indignado. Las únicas palabras que Amy entendió fueron: Ravenelli y palazzo. El hombre parecía convencido de que estaban en la dirección que ella había indicado.

Pero no podía ser. La casa del Ravenelli que estaba buscando, la casa que había compartido con él durante un breve período de tiempo, era un sitio mucho menos grandioso.

—Pero, signore… —empezó a decir. El hombre la interrumpió con otra retahíla en italiano, acompañada de descriptivos gestos con las manos—. Por favor, yo estoy buscando la casa de Vincenzo Ravenelli…

—Y la has encontrado —escuchó una voz. Una voz profunda con fuerte acento italiano. Una voz que, para disgusto de Amy, seguía teniendo el poder de enviar escalofríos por su espalda—. Has encontrado mi casa y, por fin, me has encontrado a mí, querida esposa.

Demasiado tarde, Amy se dio cuenta de que la segunda parrafada del conductor había sido dirigida hacia una ventana de la casa, no hacia ella. Y los gestos, destinados a llamar la atención del hombre que había salido a la puerta para ver qué pasaba.

Amy sintió pánico. Durante unos segundos, estuvo tentada de decirle al conductor que diera la vuelta, que se alejara de allí lo más rápidamente posible, pero lo pensó mejor.

Demostrarle que tenía miedo, mostrar cualquier reacción sería ponerse en manos de Vincenzo. Si salía corriendo como un cervatillo asustado al escuchar su voz, nunca podría convencerlo de que ya no significaba nada para ella.

De modo que se obligó a sí misma a controlar su agitación y, aunque no podía esconderla del todo, se volvió con una sonrisa falsa en los labios.

—Hola, Vincenzo.

Quería dar una impresión de frialdad, aunque por dentro sentía un millón de conflictivas emociones. Su mente y su corazón lo rechazaban violentamente, pero su instinto respondía de una forma primitiva ante la presencia de aquel hombre.

—Hola, Amy.

—No has cambiado nada.

Ojalá hubiera cambiado. Ojalá la distancia y los años hubieran puesto a aquel hombre en perspectiva y pudiera mirarlo con objetividad.

Pero ni en mil años podría evitar la conmoción que le producía aquel físico poderoso. Nada podría hacerla inmune a aquel cabello negro como ala de cuervo que brillaba bajo los últimos rayos de sol del atardecer, aquellos ojos oscuros y brillantes, los pómulos altos, la nariz recta…

Ninguna mujer podría mirar aquel rostro bronceado y no volver a mirarlo una segunda vez. Y, a pesar de todo lo que sabía sobre él, a pesar del dolor y la humillación que él le había causado, tampoco Amy podía.

—Tú sí has cambiado —dijo él, con los labios apretados.

—Estás… muy bien —murmuró Amy, sin saber qué decir. La compostura que había intentado mantener desapareció al ver al hombre que estaba frente a ella, alto y orgulloso, colocado en una posición que la hacía levantar la cabeza para hablar con él.

—Ojalá yo pudiera decir lo mismo —replicó Vincenzo, sarcástico—. Pero me temo que estoy en desventaja. No puedo verte bien desde aquí. Dime, moglie mia, ¿piensas salir de ahí o vas a quedarte en el canal toda la tarde?

—Primero tengo que pagar… —empezó a decir ella, indignada, abriendo el bolso.

—Yo lo haré.

Antes de que pudiera sacar el monedero, Vincenzo sacó unos billetes.

—Gracias.

El conductor había presenciado, sorprendido, el intercambio de palabras y cuando Vincenzo había dicho moglie mia, «esposa mía», los ojos del hombre se abrieron como platos. Decidida a no dar pábulo a murmuraciones, Amy se tragó la protesta.

Habría tiempo para eso después, se dijo a sí misma.

La reacción del conductor le había recordado que el apellido Ravenelli era famoso en Venecia y no solo porque la familia llevara trescientos años produciendo un exquisito y carísimo cristal. Sin duda, las actividades del hijo mayor de aquella rica y poderosa familia darían mucho que hablar a los periódicos y revistas locales y sería mejor no echar más leña al fuego.

Vincenzo, sin embargo, no parecía preocupado.

—De nada, carissima —sonrió, alargando la mano para ayudarla a salir del taxi, como si fuera un príncipe recibiendo a una princesa. Aunque ella sabía que no era más que una de sus sangrientas ironías.

—Mi maleta… —murmuró, ignorando la mano y saltando a la acera por sí misma. Tocarlo, sentir aquella mano rozando la suya, como había hecho tantas veces en el pasado, sería más de lo que podría soportar.

—Guido se encargará de ella —dijo Vincenzo. Un hombre bajito salió entonces de la casa como por ensalmo y tomó su maleta—. ¿Eso es todo lo que traes?

—Es lo único que necesito —dijo ella, irritada. Vincenzo había mirado la desvencijada maleta con el mismo desprecio con el que, una vez, había tratado sus sentimientos y Amy tuvo que hacer un esfuerzo para no darse la vuelta—. Además, dejé casi todas mis cosas en Venecia.

—Es cierto. Pero, ¿qué te hace pensar que las he guardado? ¿No me dijiste que te ibas para siempre, que no pensabas volver jamás?

—Las cosas cambian.

—Eso es verdad —sonrió Vincenzo. Pero esa sonrisa no tenía calidez alguna; todo lo contrario—. Y cuando predije que esto pasaría, cara, tu respuesta fue darme con la puerta en las narices. Pero no importa. Será mejor que continuemos esta conversación dentro de la casa. Supongo que estarás cansada después del viaje.

—Gracias —murmuró Amy.

Quizá después de recuperar la tranquilidad encontraría valor para decirle por qué estaba allí.

Había intentado imaginar cuál sería la reacción de Vincenzo al verla, pero no se le había ocurrido que sería esa sarcástica indiferencia. Si tenía que ser sincera, había imaginado que se comportaría como lo había hecho ella cuatro años antes, cuando Vincenzo la había seguido a Inglaterra.

Aterrorizada y herida por su traición, Amy había sido incapaz de controlar su pánico. El recuerdo del día que le dio con la puerta en sus aristocráticas narices seguía plagando sus sueños.

—Entonces, vamos dentro —dijo Vincenzo, precediéndole hasta la puerta del palacio—. Bienvenida a mi casa.

Amy se quedó paralizada por el esplendor del grandioso vestíbulo.

A sus pies, el suelo de mármol de Carrara reflejaba la luz de los candelabros que colgaban de un techo altísimo. Las paredes estaban desnudas, excepto por un enorme espejo dorado sobre una mesita de caoba. Y, al otro lado de los ventanales, las aguas de uno de los famosos canales de Venecia se deslizaban, silenciosas, al atardecer.

—Qué maravilla —murmuró—. Parece una catedral. ¿Desde cuándo vives aquí?

Cuando se conocieron, él tenía un apartamento al otro lado de la ciudad. Un sitio grande y lujoso, pero nada comparado con aquello.

—Esta es la casa de mi familia —contestó Vincenzo. Podía ver que sus ojos se habían ensombrecido, pero él disimuló inmediatamente—. Mi padre murió el año pasado —explicó con frialdad, como si se negara a aceptar compasión de nadie—. Heredé esta casa, los viñedos y el imperio de los Ravenelli.

Amy abrió los ojos de par en par, el azul profundo haciéndose casi azul marino.

—¿Todo?

Vincenzo era rico cuando lo conoció, pero si había heredado el negocio de su padre, seguramente se habría convertido en multimillonario.

—Todo. De modo que ahora, cara mia, eres la esposa de un hombre muy rico.

A pesar de su determinación de mantener la compostura, esas palabras eran una provocación imposible de soportar.

—Nunca fui realmente tu esposa. Nuestro matrimonio fue una mentira de principio a fin. ¿Te portas así con todas las mujeres, Vincenzo?

—¡Amy!

Vincenzo había dicho su nombre en tono de advertencia. Una advertencia que ella decidió ignorar.

—¿Tienes que mentir para seducirlas?

—Per Dio… ¡Amy, ya está bien!

No había levantado la voz, pero en su tono había algo que la hizo medir sus palabras. Había tal ira en sus facciones, tal frialdad en sus ojos que decidió morderse la lengua. Si se mostraba hostil no conseguiría lo que había ido a buscar. Pero los recuerdos seguían doliendo tanto que no había podido controlarse.

—Yo… —empezó a decir, pero Vincenzo estaba mirando a otro lado.

—Guido.

Cuando Amy se dio la vuelta, comprobó que el criado estaba al pie de una escalera de mármol. Por eso se había enfadado tanto, pensó, porque el otro hombre estaba escuchando la conversación.

—Sí, señor.

—Lleve arriba la maleta de la signora. A la habitación azul.

—Pero… no voy a quedarme aquí —protestó ella.

Vincenzo la miró con tal desprecio que Amy se sorprendió de no haber quedado reducida a cenizas.

—¿Y dónde vas a dormir?

—En un hotel.

—Impossibile. Eres mi mujer y, como tal, debes quedarte en mi casa. Guido…

Pero el hombre ya estaba subiendo la escalera. Obviamente, le tenía demasiado respeto como para no obedecer a la primera.

Unos segundos después, Vincenzo la tomó violentamente por la muñeca y la llevó sin ceremonias hasta un salón.

—Espera un momento…

—Tenemos muchas cosas de qué hablar, bella mia, pero te agradecería que cualquier conversación fuera en privado. No quiero que todo el mundo conozca los detalles de nuestro matrimonio y las razones por las que no has vivido conmigo durante los últimos cuatro años.

—Yo tampoco —admitió ella.

Después de todo, esa era la razón por la que, después de abandonar Venecia cuatro años atrás, no le había contado a nadie que había estado casada. Ni siquiera su madre conocía las terribles consecuencias del inocente viaje a Italia.

—Entonces, estamos de acuerdo. En público, eres mi mujer y te portarás como tal.

Amy había herido su fiero orgullo masculino, el orgullo que empujaba a Vincenzo Ravenelli a portarse siempre como el mejor y más brillante de los hombres. El más exitoso, el más poderoso. El hombre que tenía el mundo a sus pies y cuya vida era un modelo.

Excepto en su matrimonio.

Aquel era el momento de decirle para qué había vuelto a Venecia. Para decirle que quería poner fin a esa farsa de matrimonio.

Pero cuando abrió la boca para pronunciar la palabra «divorcio», vio la furia en sus ojos y el valor la abandonó.

—¿Y en privado?

—¿En privado? —repitió Vincenzo con voz ronca. Lo que Amy vio en sus ojos entonces produjo una reacción que no tenía nada que ver con la rabia y la irritación que había sentido un momento antes—. En privado, cara mia, ya veremos. He esperado cuatro años y supongo que puedo esperar un poco más.

Después de decir aquello, deslizó un dedo por sus labios con una sensualidad que la obligó a ahogar un gemido.

—Vincenzo…

—Ya ha empezado, moglie mia. Ya hemos acortado distancias. Algo me dice que pronto olvidarás ese tonto orgullo que te mantuvo alejada de mí y recordarás lo que compartimos.

Realmente, lo creía, pensó Amy. Estaba convencido de que solo tenía que esperar arrogantemente. Que ella se arrodillaría a sus pies, suplicándolo que la perdonase por haberlo abandonado, suplicándole que la dejara volver con él.

Pues estaba muy equivocado. Era el momento de contarle cuál era la razón que la había llevado a Venecia. Furioso o no, iba a decírselo inmediatamente.

Pero cuando abrió la boca, Vincenzo inclinó la cabeza y la besó de una forma tan dulce, tan tierna, que pareció hurgar dentro de ella y acariciar su corazón.

—Lo recuerdas, ¿verdad? —murmuró él sobre su boca—. Recuerdas cómo fue, cómo podría volver a ser.

—¿Cómo fue? —repitió Amy, con los ojos brillantes de furia—. ¿Te refieres a la atracción física que sentía por ti? Yo estaba deseando tener «mi aventura italiana» y tú apareciste en el momento preciso, eso es todo. Si crees que fue algo más que una cuestión de hormonas juveniles, estás muy equivocado.

El comentario no lo molestó. Al contrario. Incluso parecía más seguro de sí mismo, más arrogante después de oír eso.

—Vaya, la gatita ha sacado sus garras. Eso es lo que esperaba. No me hubiera gustado que cayeras en mis brazos inmediatamente. Así no habría placer ninguno.

—¿Qué quieres decir?

—En asuntos del corazón, innamoratta, la caza puede ser tan emocionante como la posesión. El retraso solo aumenta el apetito y el deseo. Lucha todo lo que quieras, bella mia, pero solo estarás luchando contra lo inevitable. Alguna vez tendrás que rendirte y tu rendición será aún más dulce.

—¡Nunca! —exclamó Amy, incrédula.

—Nunca digas nunca, querida. Estamos hechos el uno para el otro. La única noche que hemos compartido, nuestra noche de bodas, fue suficiente para convencerme de ello.

Pero aquella noche era la única que Vincenzo iba a conocer, decidió Amy. Su matrimonio había terminado veinticuatro horas después y estaba decidida a ponerle fin de una vez por todas.

Pero primero quería una satisfacción. Dejaría que aquel arrogante creyera que estaba jugando con ella y después, solo después, le diría la verdad.

De ese modo, le devolvería toda la angustia y el dolor que él había causado durante cuatro años.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ME gustaría beber algo… —empezó a decir Amy, dando un paso atrás. Necesitaba poner distancia entre ellos—. Tengo mucha sed.

—¿Qué quieres, té helado, agua…? Diré que lo suban a tu habitación.

—¿Mi habitación?

—Por supuesto. Tú tienes tu propia habitación, cara mia. Los dos sabemos para qué estás aquí, pero eso no significa que no esté dispuesto a darte un poco de tiempo… hasta que te acostumbres. Hemos estado separados mucho más tiempo del que estuvimos juntos y debemos acostumbrarnos el uno al otro.

Amy sabía todo lo que tenía que saber sobre Vincenzo Ravenelli. ¿Qué más tenía que saber, además de que su frío y sofisticado exterior escondía un alma retorcida y mezquina? Una vez se había dejado engañar por esa apariencia de educación y elegancia, pero nunca más.

—Me gustaría descansar un rato —dijo, apartando la mirada.

—Por supuesto.

Vincenzo, el epítome de la cortesía, la llevó a una magnífica habitación decorada en tonos azules, con una mullida alfombra de color crema y una enorme cama cubierta con un edredón de seda.

A su izquierda, una puerta llevaba a un baño con el suelo de mármol y, frente a ella, los altos ventanales cubiertos por cortinas de terciopelo azul dejaban entrar el cálido sol italiano, en contraste con las nubes grises que había dejado atrás en Inglaterra.

—Es muy bonita.

—Tu entusiasmo es abrumador —replicó él, irónico.

—Ya me conoces —murmuró Amy, apartando la mirada.