Los crepúsculos del jardín - Leopoldo Lugones - E-Book

Los crepúsculos del jardín E-Book

Leopoldo Lugones

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Beschreibung

Se trata de una recopilación de poemas de Leopoldo Lugones publicada en 1905. En este poemario el poeta recurre a los temas de la mitología griega, se aleja de la tradición romántica y se inspira en los parnasianos y simbolistas franceses.-

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Seitenzahl: 71

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Leopoldo Lugones

Los crepúsculos del jardín

(POESÍAS)

Saga

Los crepúsculos del jardín

 

Copyright © 1905, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726642001

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PREFACIO

Lector, este ramillete

Que mi candor te destina,

Con permiso de tu usina

Y perdón de tu bufete;

No significa en ninguna

Forma, un anárquico juego,

Ó un desordenado apego

Por las cosas de la luna.

Pasatiempo singular

Tal vez, aunque harto inocente,

Como escupir desde un puente

Ó hacerse crucificar;

Epopeya baladí

Que, por lógico resorte,

Quizá sirva á tu consorte

Para su five o’clock tea...

Perdóname las cadenas

De amor, que me llagan vivo;

Nadie disputa al cautivo

La libertad de sus penas.

Mi flaqueza vencedora

Lleva consigo el desquite,

Si al mismo mar se le admite

El sonrojo de la aurora.

Mas yo sudé mi sudor

En mi parte de labranza,

Y el verde de mi esperanza

Es primicia de labor.

Obrero cuya tarea

Va sin grimas ni resabios,

Mientras á flor de sus labios

Un aria vagabundea...

 

1905.

CISNES NEGROS

Á Mariano de Vedia.

La tarde en muelle lasitud declina

Ligeramente enferma, y el ambiente

Está suave como una muselina

Habitual, cuyo roce no se siente.

Abrúmase el estanque; entre los juncos

Una vieja piragua se desfonda,

Quizá arrastrando los recuerdos truncos

De algún drama de amor sobre la onda...

Para que el kiosco en su cristal se marque

Con la trivial fidelidad de un calco,

Reposa el agua: el nemoroso parque

Tiene una majestad de catafalco.

Hay una estatua entre la fronda obscura;

Abstracto albor su desnudez aviva,

¡Y cómo impone al bosque la mesura

De su castidad grave y pensativa!

Adquiere la alameda encanto agreste —

Su ámbito, diluyendo las siluetas,

Acaba en una infinitud celeste

Que la tarde sembró de violetas.

Duerme el estanque en su matiz de plomo;

Mas, fina rama ó invisible vuelo,

Rizan su frágil superficie como

Una felpa frisada á contrapelo.

Y esa fugaz tremulación del agua

Fuera la única inquietud acaso,

Si no surgieran junto á la piragua

Tres enlutadas de indolente paso.

Casi niñas las tres, sus brazos flojos

Con prematuro afán siegan quimeras,

Y asombra lo profundo de sus ojos

Y la devastación de sus ojeras.

Como un temple sutil vibra el linaje

En sus nervios; un áspero pregusto

De voluntad, aun bajo del encaje

Da al mórbido mentón algo de adusto.

Sabrán sufrir y odiar, pero se augura

Que ya agobiadas de ancestral flaqueza,

Su odio es más ironía que amargura

Y su mal es esplín más que tristeza.

Su palidez ya casi luminosa

Las vuelve más esbeltas y más leves,

Como evocando la asunción gloriosa

De un diáfano crepúsculo en las nieves.

Y sus cabellos de fragancia queda,

Que artístico alfiler prende y alhaja,

Hacen pensar en la excesiva seda

De un insecto anormal que se amortaja.

Una se yergue con aciago hastío,

Y en la obsesión fatal que la acomete,

Presenta á la pasión en desvarío

La atracción inquietante de un florete.

El Deber como un ayo antiguo y lerdo,

Fastidia su inconciencia soñadora

Regañando al pasar (¡ah, qué recuerdo

De un pecado mortal me asalta ahora!)

Sus ojos miran cual los de una ciega,

Sin expresión, sin rumbo, sin visiones,

Y la estupefacción que los anega

Anticipa espontáneas perversiones.

Son sus labios capullo en que rebosa

Sangre de esclavos por nutricio jugo,

Fatigándose en ellos la golosa

Beatitud de un ídolo verdugo.

La otra tiene por todo distintivo

Un menudo lunar junto á su cuello.

De cuando en cuando un ademán cursivo

Como el céfiro, alisa su cabello.

Bagatela jovial, sólo en la liza

De algún fútil amor sufrió quebranto,

Y ese lunar que la individualiza

Como el tilde á la i forma su encanto.

Adora las baladas «A la Luna»—

Sabe un poco de Schummann, no muy triste,

Y corona superflua como una

Cinta, el viejo blasón que ya no existe.

Pero la estirpe, de altivez dechado,

La agobia en su magnífico decoro.

(¡Oh prima á quien pudiera haber amado

Cuando tenía un corazón de oro!)

Sellando la piedad lúgubre y rica

De su luto, con fiel recogimiento,

La tercera en el agua se duplica

Como un joven ciprés ya macilento.

Sugiere en la quietud casi nocturna,

La ilusión de un cariño que se yerma

En la melancolía taciturna

De amar sin esperanzas á una enferma.

(Las nobles fuentes que el jardín decoran,

Gimen en la abismada lejanía,

Con esos balbuceos que ya lloran

Y que no son palabras todavía).

Sueña quizá las acuitadas trovas

De amadores heridos de pesares,

Por quienes en sus ríspidas alcobas

Plañeron Berenguelas y Guiomares;

O en el novio ideal, mancebo blondo

Entrevisto por la íntima persiana,

Que á la tarde pasó, miró muy hondo,

Y que no volverá á pasar mañana...

La noche da á las tres aire de esfinje;

Y el negro traje al agravar la duda,

Con la caricia de sus curvas finge

Líquida ondulación que las desnuda.

Cuando de pronto, con ligero arranque,

En su blancura casi refulgente,

El solitario cisne del estanque

Boga hacia ellas armoniosamente...

EL BUQUE

A la señora...

Suena la hora: en traje de oro va la tarde á la ribera.

Sobre el brillo de las aguas una barca va á zarpar.

El oleaje brilla mucho, toda el agua reverbera...

¿Se habrá hundido algún tesoro bajo el vértigo del mar?

— No, que el mar en estos días no tragó ningún tesoro,

Dice el pálido remero que en la barca va á zarpar;

Es la tarde que á las olas arrojó puñados de oro.

¿Acaso ignoráis, señora, lo avariento que es el mar?

Y mi alma canta: el amor glorioso

dora tus cabellos, y tu seno tiene para

mí benevolencias reales.

Suena la hora: en traje rojo va la tarde á la bahía.

Sobre el brillo de las aguas orza un lúgubre bajel.

El oleaje está sangrando de irritada pedrería

Como un río de rubíes, y el bajel se va con él.

Bajo el palio de los pinos alguien canta un himno extraño...

Véis, señora? en apariencia nadie guía ese bajel,

Pero todos aseguran que en noviembre de cada año,

De aquí parte, sin que sepan qué marinos van en él.

Ymi alma dice: el amor carnal

esclarece tus mejillas, y tu boca tiene

para mí vinos de púrpura.

Suena la hora: en traje blanco va la tarde á la atalaya.

Sobre el brillo de las aguas boga un lento bergantín.

El oleaje tiene espumas, y en el sueño de la playa

Cada ola, tristemente, deshojando va un jazmín.

Tras los pinos familiares algo pálido agoniza...

Hacia costas encantadas se apresura el bergantín.

Ah, señora, ese suspiro de la mar que el viento riza,

Ha empapado con su angustia vuestras manos de jazmín!

Y mi alma piensa: el amor ajado

agota tu sangre, y tu piel tiene para

mí suavidades castas.

Suena la hora: en traje rosa va la tarde al horizonte.

Sobre el brillo de las aguas cruza un foque de crespón.

El oleaje está encrespado; la mar alta como un monte;

Flotan aves gigantescas en un fondo de ilusión.

Cual doncellas desmayadas van las nubes; lentamente

Se destiñe en el crespúsculo aquel foque de crespón...

Ah, señora, sobre el brillo zodiacal de vuestra frente,

Ha tendido sus dos alas el gran pájaro Ilusión!

Y mi alma sueña: el amor perdido

apaga tus ojos, y tu mano tiene para mí

abandonos de convalescencia.

Suena la hora: va la tarde con su traje violeta,

A soltar deshecho en bruma su postrer moño de tul.

¡Qué llorosa está la tarde! algo sufre, algo la inquieta;

Tiene lágrimas el fondo de su gran mirada azul.

En su traje que apacigua la soberbia de los mares,

Estremécense lloradas las estrellas sobre el tul,

Y como fútil viuda que evoca sus azahares,

Va extrayéndolas la tarde del lejano abismo azul...

Y mi alma llora. El mar está solo.

La nave ha partido. Señora...

apoyaos en mi pena...