Los elegidos - Vengan y vean - Jerry B. Jenkins - E-Book

Los elegidos - Vengan y vean E-Book

Jerry B. Jenkins

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Los elegidos: Vengan y vean es el segundo libro de la serie Los elegidos, una serie de novelas basadas en el fenómeno mundial de series en video The Chosen [Los elegidos]. Este libro sigue a la segunda temporada y contiene no solo las historias contadas en la serie de videos, sino también historias, pensamientos y motivaciones convincentes de personajes clave que le darán al lector nuevos conocimientos que no se pueden obtener simplemente viendo la serie de videos. Las novelas Los elegidos son un recurso que ayuda a los lectores y espectadores de la serie a establecer una relación más profunda con Jesús tal como se representa en el Nuevo Testamento. A través de este libro, los lectores se identificarán con las luchas, las victorias, las dudas y los problemas de la vida real que cada persona experimenta, incluso aquellos elegidos personalmente por Jesús.

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MÁS ELOGIOS PARA LOS ELEGIDOS: TE HE LLAMADO POR TU NOMBRE

«Por más de 70 años he escuchado los relatos de las historias de redención de la Biblia sin la emoción y la pasión que indicarían que personas reales experimentaron verdaderamente esos acontecimientos. ¿Quién agotó la vida y la energía de los corazones de aquellos hombres y mujeres? El relato que hace Jerry Jenkins de Los elegidos: Te he llamado por tu nombre es una transfusión refrescante que hace recobrar vida a las personas de la Biblia y a su historia de redención. Tendrás la sensación de estar allí, y oirás al Mesías llamarte por tu nombre».

—Ken Davis, autor galardonado, conferencista y consultor de comunicación

«Lo único que existe mejor que la película es el libro, y lo único mejor que el libro es la película. Jerry B. Jenkins ha tomado el brillante proyecto de Dallas Jenkins, esta mirada a las vidas de quienes Jesús eligió para ser sus seguidores, sus amigos y su “familia”, y ha ido un paso (o varios) más allá. Los lectores se sentirán atraídos rápidamente a las páginas, así como los espectadores fueron atraídos a los momentos melodramáticos del proyecto cinematográfico Los elegidos. No puedo hablar lo suficiente de ambos».

—Eva Marie Everson, presidenta de Word Weavers International y autora best seller

«La serie cinematográfica me hizo llorar, pero el libro de Jerry me mostró al Jesús que quería conocer. Los elegidos: Te he llamado por tu nombre atrae al lector a la humanidad de Jesús. Esta historia capta una mirada auténtica a su personalidad. Su amor, humor, sabiduría y compasión se revelan para cada persona con la que se encontró. Mediante la interacción de Jesús con los personajes de la vida real, también yo experimenté al Salvador que llama a los perdidos, a los pobres, los necesitados y olvidados a tener una relación auténtica».

—DiAnn Mills, ganadora del Christy Award y directora, Blue Ridge Mountain Christian Writers Conference

«Jerry Jenkins es un maestro narrador que ha captado la acción, el dramatismo y la emoción de la serie de videos Los elegidos en forma escrita. Mucho más que hacer una mera sinopsis de la temporada, Jerry ha modelado y desarrollado los ocho episodios para convertirlos en una novela vertiginosa. Si te gustaron los videos, saborearás de nuevo la historia a medida que Jerry da vida a cada personaje. Y si no has visto la videoserie, esta novela hará que quieras empezar a verla… ¡en cuanto hayas terminado de leer el libro, por supuesto!».

—Dr. Charlie Dyer, profesor independiente de la Biblia, presentador del programa de radio The Land and the Book

«Escribiendo con precisión e inmediatez, Jerry Jenkins nos sumerge en la mayor historia jamás contada de una forma fresca y poderosa. Jenkins es un maestro tomando escenas y temas profundos de la Biblia y entretejiéndolos en viajes fascinantes, estén o no centrados en la época de Jesús o en los últimos tiempos. Los elegidos amplía la maravillosa serie de televisión y acompaña a los lectores a través de su particular forma de volver a contar la historia del evangelio».

—Travis Thrasher, autor best seller y veterano de la industria editorial

«Para una niña que creció con las historias de la Biblia, no es una tarea fácil transformar a los archiconocidos personajes en una experiencia que sea fresca y viva. Eso es precisamente lo que ha hecho Jerry Jenkins con su más reciente novela, Los elegidos: Te he llamado por tu nombre. Desde el primer capítulo quedé fascinada. Y en el segundo y tercero comencé a ver con nuevos ojos y un corazón más abierto al Jesús que he amado por tanto tiempo. Este libro ofrece al lector algo más que mera diversión. Le ofrece la posibilidad de experimentar una verdadera transformación».

—Michele Cushatt, autora de Relentless: The Unshakeable Presence of a God Who Never Leaves

«Qué mejor forma de darle vida al evangelio que explorar el impacto que Jesús marcó sobre aquellos con quienes tuvo contacto. Y qué mejor aliento para todos los que hoy tenemos hambre de su presencia transformadora. Recomiendo sin duda alguna tanto el video como el libro para cualquier persona que anhele experimentar su amor transformador de una forma más profunda».

—Bill Myers, autor de la novela éxito de ventas Eli

«La historia de Jesús ha sido contada una y otra vez, pero con esta hermosa y novelable narrativa, Jerry Jenkins aporta perspectivas únicas y atractivas a los relatos bíblicos de Jesús y sus seguidores, haciéndose eco de los que aparecen en la aclamada serie de videos Los elegidos creada por Dallas Jenkins. Como alguien que siempre piensa que el libro era mejor que la película, me agradó mucho descubrir un libro y una videoserie que sean igualmente fascinantes e incluso transformadores».

—Deborah Raney, autora de A Nest of Sparrows y A Vow to Cherish

«Los elegidos: Vengan y vean es Jesús en tiempo presente. La historia capta la atención del corazón y te permite experimentar lo que las personas ven, sienten y gustan. Ensúciate los pies con ellos. Transformará tu tiempo presente».

—Chris Fabry, autor best seller de Cuarto de guerra y la serie Dejados atrás: Serie para niños

Vengan y vean

Edición en español, © 2023 por BroadStreet Publishing.

Publicado en inglés con el título Come and See, copyright © 2022 Jenkins Entertainment, LLC. Todos los derechos reservados.

Un libro de Enfoque a la Familia publicado por BroadStreet Publishing.

Enfoque a la Familia junto con su logo y diseño son marcas registradas de Focus on the Family, 8605 Explorer Drive, Colorado Springs, CO 80920.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o de otro tipo) sin el permiso previo por escrito de Focus on the Family.

A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico ha sido tomado de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. / Las escrituras marcadas como «NVI» son tomadas de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.

Editores de la versión inglesa: Larry Weeden y Leilani Squires

Diseño de portada: Michael Harrigan

Los diseños de “The Chosen” y la “School of Fish” son marcas registradas de The Chosen, LLC, y son usadas con permiso.

Traducción, adaptación del diseño y corrección en español por LM Editorial

Services | lmeditorial.com | [email protected] con la colaboración de Belmonte Traductores y produccioneditorial.com (tipografía).

ISBN: 978-1-4245-6597-9 (tapa rústica)

e-ISBN: 978-1-4245-6598-6 (libro electrónico)

Impreso en China / Printed in China

23 24 25 26 27 * 5 4 3 2 1

A Arthur Taylor, un ejemplo del creyente en palabra y obra, y capellán de Welland Canal Mission, St. Catharines, Ontario, Canadá

Basada en The Chosen (Los elegidos), una serie de videos de varias temporadas creada y dirigida por Dallas Jenkins y escrita por Ryan M. Swanson, Dallas Jenkins y Tyler Thompson.

NOTA

La serie Los elegidos fue creada por personas que aman la Biblia y creen en ella y en Jesucristo. Nuestro deseo más profundo es que indagues por ti mismo en los Evangelios del Nuevo Testamento y descubras a Jesús.

Natanael le dijo: —¿Puede algo bueno salir de Nazaret? Felipe le dijo: —Ven, y ve.

JUAN 1:46

Contenido

Parte 1: Trueno

Capítulo 1: «… Antes de conocerme»

Capítulo 2: Perdido

Capítulo 3: Encontrar a jesús

Capítulo 4: La tarea

Capítulo 5: Sinceridad

Capítulo 6: El mal samaritano

Capítulo 7: Hijos del trueno

Parte 2: «Te vi»

Capítulo 8: Arruinado

Capítulo 9: El desconocido

Capítulo 10: Acertijos

Capítulo 11: Cenizas

Capítulo 12: El agradecimiento

Capítulo 13: Pronto

Capítulo 14: Ven y ve

Capítulo 15: Como Jacob

Parte 3: Todo

Capítulo 16: La fila interminable

Capítulo 17: Fama

Capítulo 18: El dilema

Capítulo 19: Alrededor del fuego

Capítulo 20: El ataque

Parte 4: Oportunidad

Capítulo 21: Paralítico

Capítulo 22: Desesperación

Capítulo 23: La tarea

Capítulo 24: El fariseo

Capítulo 25: Mejor

Capítulo 26: El encuentro

Capítulo 27: El reencuentro

Capítulo 28: «Mírame»

Capítulo 29: La trampa

Parte 5: Espíritu

Capítulo 30: El interrogatorio

Capítulo 31: Lo demoníaco

Capítulo 32: La lección

Capítulo 33: La conversación

Capítulo 34: Terror

Capítulo 35: Investigacion formal

Capítulo 36: Una espada mejor

Capítulo 37: Oro político

Capítulo 38: En las profundidades

Parte 6: Perdonado

Capítulo 39: La presencia

Capítulo 40: Las escaleras

Capítulo 41: 613 reglas

Capítulo 42: Política

Capítulo 43: Olvidado

Capítulo 44: No queda nada

Capítulo 45: Confrontación

Parte 7: Ajuste de cuentas

Capítulo 46: Preparación

Capítulo 47: Peligroso

Capítulo 48: Una palabra para los sabios

Capítulo 49: Capturado

Capítulo 50: Desesperación

Capítulo 51: Testigos oculares

Capítulo 52: Diversión

Capítulo 53: Falsa profecía

Capítulo 54: «Padre nuestro…»

Parte 8: Más allá de los montes

Capítulo 55: El acuerdo sobre el terreno

Capítulo 56: Sin errores

Capítulo 57: Ilusiones

Capítulo 58: Especulación

Capítulo 59: Simetría

Capítulo 60: Convencido

Capítulo 61: La introducción

Capítulo 62: Color

Capítulo 63: La multitud

PARTE 1

Trueno

Capítulo 1

«… ANTES DE CONOCERME»

Hogar de Juan, Éfeso, 44 d. C.

Tristeza.

El quinto día de guardar la Shiva, el periodo de luto por su hermano Santiago el Grande, muerto a espada por orden del rey Herodes Agripa de Judea, Juan intenta distraerse de su sufrimiento. El discípulo que cree que fue el más favorecido por Jesús ha sacado las pocas notas que ha guardado desde los días que pasó con el Rabino. Estimulado por esta última tragedia, está impaciente por complementarlas y detallarlas antes de que sus compañeros y él mismo se arriesguen a seguir el mismo destino. Inquieto por ordenar bien su relato, Juan ha invitado a sus amigos a compartir sus recuerdos, aquellos quienes estuvieron con él y su hermano con Jesús durante tres años que ningún mortal podría olvidar nunca. Las iglesias, el mundo, deben saberlo.

Juan ha llenado de sillas y bancos la sala principal de su modesta casa. Pero ¿llegarán sus amigos, especialmente en una noche como esta? Todos ellos asistieron al funeral de Santiago el Grande, por supuesto, y acompañaron a la madre de Jesús y a Juan la primera noche. No se requiere ni se espera de ellos que regresen una segunda vez durante el periodo de siete días de luto, pero lo cierto es que esta vez él les ha pedido algo más que tan solo consuelo y apoyo.

El cielo se cubrió de nubes negras en la tarde, y ahora aparecen relámpagos distantes en el horizonte. Si sus queridos compatriotas no llegan pronto, les sorprenderá un gran aguacero. Juan abre un poco la puerta principal y un viento frío le obliga a sujetarla con fuerza para evitar que golpee contra la pared.

—Paciencia —dice María, la madre de Jesús, a la vez que levanta su chal para cubrir su cabeza—. Vendrán. Sabes que lo harán. Es apenas la primera hora de la noche.

La mujer de aspecto radiante ha vivido con Juan desde la crucifixión de su hijo hace ya mucho tiempo. Desde la cruz, Jesús le dijo: «Mujer, ¡he ahí tu hijo!». Y también le dijo a Juan: «¡He ahí tu madre!».

En efecto, María inmediatamente fue como una madre para Juan, y él la valora y se siente valorado. Los años, y también la tristeza, han vuelto gris su cabello; sin embargo, él valora cada arruga que ve en su rostro sereno.

—Cierra la puerta —le dice ella, poniendo su mano suavemente sobre su hombro.

Cuando él la cierra, una ráfaga de viento entra por la ventana y apaga una vela que está sobre el alféizar, y comienza a llover.

—Oh, no —exclama él.

—No te preocupes —dice María—. Estos hombres han soportado todo tipo de condiciones meteorológicas…

—Pero la joven María estará con ellos…

—¡Es una mujer adulta! —responde ella con una sonrisa—. Y no hay duda de que está preparada. Tan solo asegúrate de que el fuego arda con fuerza, y prepárate para lavar pies embarrados.

Una hora después, todos han llegado; se han sacudido la lluvia de sus ropas, sus pies están limpios y han tomado turnos para estar delante del fuego. Lamentando haberles hecho pasar por todo eso, Juan se siente aliviado y reconfortado. El estado de ánimo es un poco diferente al que había sido la primera noche de la Shiva, pero claramente sus amigos se sienten un poco incómodos, sin saber bien qué decir y cómo actuar.

—Esta noche tan solo quiero conversar —les dice, intentando tranquilizarlos.

Los ánimos son serios, pero él debe levantar la voz por encima del ruido del fuego y el viento que sopla. Se sienta en una mesa delante de ellos, y sus páginas son iluminadas por velas parpadeantes.

—Haré preguntas y tomaré algunas notas.

—¿Sobre tu hermano? —suelta Mateo.

—Él está en mi corazón y mi mente, desde luego —responde Juan—, pero no. Quiero conversar sobre Jesús. Comenzaré contigo, Pedro, si no te importa. Háblame de cuando lo conociste por primera vez.

Pedro sonríe con su barba ya canosa.

—Mucho antes de que me cambiara el nombre. Vaya, ¿la primera vez? Tú sabes cómo fue la primera vez, Juan. Estabas allí.

—Quiero oírlo.

Pedro da un suspiro.

—Yo estaba en la vieja barca de Andrés. Había tenido una mala noche —dice, y levanta la mirada—. Al principio ni siquiera sabía que era él. ¿Recuerdas? Creí que era un romano a punto de arruinarme la vida. —Sonríe y menea la cabeza.

—¿Y qué ocurrió después?

Simón Pedro narra toda la historia: que al principio se opuso a la ayuda del hombre, al final siguió su consejo, y poco después casi se hunde por una captura de peces salidos de la nada. Cayó a los pies de Jesús y le suplicó: «¡Apártate de mí! Soy pecador». Pero Jesús le dijo que no temiera, que lo siguiera y se convertiría en pescador de hombres.

Después llega el turno de Tomás. Le dice a Juan:

—Fue en un momento en que pensé que mi carrera y mi reputación estaban a punto de ser destruidas.

No puede evitar reír, y a Juan le resulta en cierto modo consolador en un momento reservado para la tristeza y el luto anotar el relato de Tomás de cuando Jesús salvó una fiesta de boda, y también la reputación de Tomás y Rema, al convertir el agua en vino.

—¿Mi primera vez? —pregunta Natanael—. Felipe solo me dijo: «Ven, y ve». Y lo hice. —Sentado, mira fijamente a Juan—. Mira, no sé cómo describirlo, excepto que… él me conocía antes de conocerme.

Natanael estaba sentado solo y angustiado debajo de una higuera, y el Rabino lo había visto allí y lo conocía por su nombre.

—¿Yo? —dice Andrés sonriendo—. Yo estaba junto a Juan el Bautista…

—Juan el Raro —interrumpe Simón Pedro, quizá olvidando dónde está y por qué.

—Y él pasó por allí caminando. Llegué a conocerlo. Y Juan enloqueció y dijo: «¡He aquí!».

—Me comeré otro insecto —se burla Pedro.

Andrés le da un ligero empujón.

Solo podía ser Simón Pedro, piensa Juan.

Tadeo se sienta delante de Juan y al lado de Santiago el Joven.

—Para mí, la primera vez… Jesús estaba sentado allí almorzando con algunos obreros, conversando y bromeando.

El recuerdo le causa gracia, y después parece entristecerlo.

—Yo iba de camino a Jerusalén —dice Santiago el Joven; pero, de repente, se derrumba—. Lo siento. Todo esto… es difícil hablar de esto. Me recuerda lo mucho que lo extraño.

—Pero tenemos que hacerlo —dice Juan.

—Lo sé. Es que… hablo a otros de él cada día. Pero, con todos ustedes que lo conocieron, es difícil.

Ahora tiene enfrente a la joven María, que es ya una mujer madura y que muestra la misma belleza dócil que él ha visto en ella desde que fue liberada de demonios.

—Cuéntame sobre la primera vez que lo viste —le dice Juan.

Ella sonríe tímidamente.

—Fue en una taberna —dice, asintiendo con la cabeza—. Él puso su mano sobre la mía. —Levanta su mirada rápidamente—. Lo cual no es lo que parece. Quizá debas omitir esa parte, confundirá a las personas.

—Todavía no sé qué voy a incluir —dice Juan—. Solo estoy escribiéndolo todo.

—Está bien —dice ella, y narra la historia del desconocido que se reveló a ella como su creador y redentor llamándola por su nombre y transformando su vida.

A Juan le llama la atención el contraste entre el Mateo que está sentado delante de él y el recaudador de impuestos que era cuando Jesús lo llamó. En ese entonces vestía ropas elegantes que podía permitirse fácilmente, y su rostro juvenil era suave e imberbe. Ahora muestra una barba muy tupida, y sus ropas son tan sencillas y harapientas como las de los otros.

—Fue en la cuarta mañana de la tercera semana del mes de Adar —comienza Mateo—, alrededor de la segunda hora.

El Mateo de siempre.

—No tiene que ser tan preciso —dice Juan.

—¿Por qué no debería ser preciso? —responde Mateo—. Mi relato será preciso.

Esto no sorprende nada a Juan. Sabe que Mateo está trabajando en su propio relato, y tiene muchas ganas de ver cómo refleja al autor tan meticulosamente obsesivo. Por ahora, disfruta de la historia de Mateo cuando respondió asombrado al llamado del Maestro y sorprendió a su guardia romano simplemente al dejarlo todo para seguir a Jesús.

Juan deja para el final a María, la madre de Jesús. Ella se acomoda delante de él; se ve cansada. Él le hace la misma pregunta que ha planteado a los demás.

—Mi respuesta podría no tener sentido —dice ella.

—Inténtalo, madre.

—Casi ni recuerdo un momento en el que no lo conociera. —Hace una pausa y parece estudiar a Juan—. Hubo una pequeña patadita.

Juan mueve una hoja de papiro limpia de su montón y escribe con su pluma de bambú.

—Continúa.

María duda, a la vez que lo mira.

—Hijo mío, ¿por qué estás haciendo todo esto? ¿Por qué ahora?

—Porque estamos envejeciendo, y nuestros recuerdos están…

—Me refiero a por qué ahora, durante la Shiva.

—Porque todos están aquí. Necesito escribir sus recuerdos, y así…

—Necesitas llorar a Santiago.

Juan no puede mirarla a los ojos.

—Él no será el último de nosotros a quien le pasará esto. ¿Quién sabe cuándo volveré a ver a los demás, o si es que…? No estoy apurado por escribir un libro entero, pero sí quiero anotar las historias de testigos oculares ahora, mientras estemos juntos.

—¿Mateo también escribirá algo?

—Él está escribiendo solamente lo que vio y lo que Jesús le dijo directamente. Pero yo estuve allí en cosas que Mateo desconoce. Yo estuve en el círculo más íntimo de Jesús. Él me amaba.

—Él amaba a todos ustedes. —María sonríe—. Tú solo sientes la necesidad de hablar más veces sobre eso.

Juan no puede negarlo.

—Yo prefiero atesorar estas cosas en mi corazón —dice María tristemente, y Juan anota incluso eso—. Sabes que, sin intentaras escribir cada cosa que él hizo, el mundo entero no podría contener los libros que serían escritos.

Juan se la queda mirando asombrado.

—Sí. Un aviso. Es bueno, voy a incluir eso. Verás, madre, si no escribo estas cosas se perderán en la historia. Santiago estaría de acuerdo.

Ella vuelve a quedar en silencio. Finalmente, pregunta:

—¿Por dónde comenzarás?

—Por el principio, naturalmente. Solo que no estoy seguro de cuál sería el principio.

—Su nacimiento —sugiere ella.

—Antes.

—¿Sus ancestros?

—Estoy seguro de que Mateo incluirá eso.

—¿Tal vez las profecías? —pregunta María—. ¿La promesa a Abraham?

Juan asiente con la cabeza.

—Pensé en comenzar con Abraham, pero hay aún muchas cosas antes de él.

—¿Qué había antes de Abraham?

—Noé.

—¿Y antes de él?

—El huerto.

—Bien —dice ella—, puedes comenzar ahí.

—Pero quiero que se sepa que él era mucho más de lo que se podía ver o tocar. ¿Qué había antes del huerto? «En el principio… la tierra estaba desordenada y vacía…».

El ruido de los truenos hace que Juan mire por la ventana.

—No puedo oírlos sin pensar en ustedes dos —dice María.

Jesús a menudo se refería a Juan y su hermano como los Hijos del Trueno. Juan menea la cabeza.

—No puedo creer lo mucho que soportó. Otros ni siquiera recordarán el sonido de su voz. Solo serán palabras.

—Él dijo que no eran solo palabras, ¿recuerdas? —dice María—. «El cielo y la tierra pasarán…».

—«Pero mis palabras no pasarán jamás».

—Son eternas —dice ella.

Mientras suenan más truenos en el cielo, María se levanta lentamente.

—Ya pensarás en algo. —Se acerca a él rodeando la mesa y aprieta suavemente sus hombros—. Tómate tu tiempo. —Le da un beso en la cabeza—. Me voy a la cama.

Y mientras Juan mira por la ventana, sus amigos se disponen a recoger sus ropas. El peso del día y el recuerdo de su hermano le abruman hasta el punto de quedarse en silencio mientras todos se van. Tan solo les da un abrazo y asiente con la cabeza.

Juan se sienta otra vez delante de sus hojas de pergamino, sin poder retener la oleada de recuerdos. Piensa en él mismo en la despreciada Samaria años antes, siguiendo el rastro de su hermano mayor por un terreno pedregoso y duro. Con una soga gruesa atada a su cintura, se esfuerza por tirar de una tarima de madera cargada de piedras con largas púas por debajo en un intento por romper la tierra.

Capítulo 2

PERDIDO

Samaria, 13 años antes

Cada paso demuestra ser una experiencia difícil a medida que Juan y Santiago empapan sus túnicas de sudor bajo el implacable calor del sol. ¿Por qué están allí, arando la tierra de quién sabe a quién pertenece y que parece resistirse a cada uno de sus esfuerzos? Por una parte, Juan se siente especial al haber recibido el encargo de parte de Jesús mismo de realizar esa misteriosa tarea. Pero, por otra parte, sigue sin poder entender por qué el Maestro está en esa zona olvidada de Dios, anatema para los judíos durante generaciones. Todos le habían advertido, preguntado y aconsejado que diera un rodeo.

Juan se maravilla ante sus propios pensamientos; desde que comenzó a seguir al Rabino, su mente ha sido llevada a nuevos horizontes. Menea su cabeza al haberse referido a esa región como olvidada de Dios. Piensa: Ya no está olvidada, ¿no es cierto?, dado lo que él mismo y todos ellos creen acerca de Jesús. El Mesías está aquí y, por lo tanto, el Divino tiene algún propósito incluso en este lugar. Y, como siempre, al final Jesús aclarará el porqué.

Pero, por ahora, Juan sigue a Santiago, quien maneja una viga de madera que han armado toscamente y que tira de un arado sencillo atado a una soga gruesa, forzándolo a clavarse en la tierra. Y por mucho que le gustaría seguir dando vueltas a pensamientos profundos, del tipo de los que Jesús estimula en él, lo único en lo que puede pensar Juan es en dónde preferiría estar: en cualquier lugar excepto allí.

—¡Preferiría limpiar la captura después de un largo fin de semana de pesca!

—¡Qué asco! —dice Santiago—. ¡Apestarías durante un mes! Yo preferiría remendar cada agujero en las velas de la barca de Abba.

Juan sonríe.

—Y probablemente te coserías las manos en el proceso. —Se inclina para apartar piedras de su camino, lanzándolas más allá de la estrecha franja de tierra que han estado labrando por más de una hora—. Yo preferiría luchar con un pez espada.

Santiago baja su incómodo arado y lanza algunas piedras.

—¿Y lucharías en el agua con el pez?

—Hablaba de un anzuelo. Pero lo sacaría del agua con mis propias manos si eso significara no pasar una noche con estas personas.

—Sabes que tiene una espada en su cara, ¿cierto? —dice Santiago, y los dos se agachan para plantar semillas.

—Tuvimos suerte, hermano. —Juan se ríe—. Estamos plantando mientras los otros intentan seguirle el ritmo al Rabino en Sicar.

—No fue suerte —dice Santiago, que se pone serio de repente—. Él nos eligió. ¿Las semillas a dos pulgares de profundidad?

—Sí, sí, en filas a tres manos de distancia. —Juan se levanta—. ¿Por qué crees que él hizo eso, que nos escogió para esto?

Santiago parece estudiar a Juan.

—¿Porque somos buenos trabajadores? Y quizá sabe que no nos gustan los samaritanos.

Juan se queda pensando en eso.

—Tal vez a Jesús le agradamos más.

—Sí, debe de ser eso —dice Santiago sonriendo.

Juan intenta mantener un tono distendido, pero está serio.

—Entonces, ¿por qué crees que yo le agrado más?

—Por la misma razón por la que me agradas más: no supones ninguna amenaza para nadie, intelectualmente ni físicamente.

—Gracias, hermano… Un momento…

—Lo que quiero saber es para quién estamos plantando esto. Jesús dijo que alimentaría a generaciones.

—Supongo que viajeros —dice Juan—. Gente que pase por aquí, como nosotros. «La hospitalidad no es solo para los que tienen hogar, Juan» —dice imitando a Jesús, y eso hace sonreír a Santiago.

—Mejor no dejes tu trabajo diario.

—Es demasiado tarde para eso.

—¡Sí! Para mí también. Vamos, continuemos. No quiero perder este trabajo.

Mientras vuelven a esforzarse y tirar del arado, Juan dice:

—Preferiría hablar con Mateo por más de un minuto.

—Yo preferiría escuchar las bromas de Andrés.

• • •

Tomás, Rema (su amiga viticultora y su prometida) y el padre de ella, Kafni, se detienen en una bifurcación en el camino en la Samaria rural. Los tres viajan a pie, y Kafni lleva un burro con una pesada carga sobre sus lomos. Rema estudia el mapa.

—Sicar está al otro lado del monte Ebal —dice ella.

Debaten sobre cuál será la mejor ruta, y Tomás concluye que tienen que virar al sur.

—Porque, si seguimos hacia el oeste, encontraremos la ciudad hostil de Sebastia.

—Es más rápido pasar entre el monte Gerizim y el monte Ebal —dice Kafni.

—Pero más peligroso —responde Tomás.

—No si evitamos las ciudades —dice Rema, y Tomás sonríe.

—No hay modo de evitar ciudades en un camino. Eso es lo que hacen los caminos: conectan ciudades.

—No sacarás a mi hija del camino.

—Kafni, di mi palabra de que protegeré a Rema del peligro.

—¿Puedes incluso protegerte a ti mismo?

Tomás da un suspiro. ¿Cómo expresarlo?

—Con el debido respeto…

—Estás yendo hacia Samaria a buscar a un grupo de hombres desconocidos —dice el hombre.

—Y una mujer —dice Rema.

—Una mujer que está con un grupo de hombres. No me contestes, jovencita. Esto es una necedad.

Tomás echa una larga mirada a Rema. Ella señala a un grupo de mujeres samaritanas que están lavando ropa en un arroyo.

—Quizá ellas conozcan el camino.

—¡Shalom! —grita Tomás.

Se acercan dos muchachos adolescentes.

—¡Oye! —grita uno de ellos—. ¿Qué haces hablando a nuestra madre? ¡Judío!

Sin querer buscar problemas, los tres reanudan su camino.

• • •

A la mañana siguiente

En una pequeña posada en la plaza principal de Sicar, Simón tiene noticias para Andrés, Santiago el Joven, María Magdalena y Mateo.

—Tadeo contó cincuenta, y llegan más a cada minuto. ¿Está listo Jesús?

—Está en el cuarto de atrás —responde Andrés.

—Necesitaba un momento a solas —dice María.

Simón sacude su cabeza.

—Pero hay muchos que quieren oír más.

—Ha estado hablando a la gente desde el amanecer —dice Santiago el Joven—. Necesita un descanso.

Andrés dice que llevará un poco de agua a Jesús.

—Creía que la mayoría de personas se habían ido tras el primer sermón —dice María.

—Se fueron para ir a buscar a sus familias y amigos —dice Simón—, y ahora regresaron por triplicado.

Mateo está sentado un poco apartado de los demás, usando una aguja para mover cuentas en un pequeño cuadro de conteo.

—La población de Sicar es de aproximadamente dos mil personas.

—Sin incluir a mujeres y a niños —dice María.

—Hay doce horas de luz al día en esta época del año —continúa Mateo—. Y él dijo que nos quedaríamos dos días aquí, lo cual suma más de veinticuatro horas; por lo tanto, el número de hombres que debemos alcanzar por hora es ochenta y tres punto tres, tres, tres, tres…

—¿Y qué es punto tres, tres, tres de un hombre, Mateo? —pregunta Simón.

—¡Simón! —Andrés lo reprende.

—Hay una multitud aumentando ahí afuera, y necesitamos saber qué hacer.

—¿Por qué no le contamos la situación y que él decida? —dice María.

—Es lo que hará, de todos modos —dice Santiago el Joven.

—Yo se lo diré —dice Andrés, alejándose con una copa de agua.

—¿Cuántos estadios de ancho tiene esta ciudad? —pregunta Mateo, haciendo reír a Simón—. Nos dará una indicación de cuántos codos cuadrados necesitamos cubrir por hora.

Este tipo es incorregible, piensa Simón mientras sacude su cabeza.

—¿Indicación? ¿Codos por hora?

—Su ministerio merece que pensemos cuidadosamente —dice Mateo.

Simón lo mira con una expresión muy seria ahora, todavía batallando con su resentimiento hacia el hombre y su anterior ocupación.

—Nadie está pensando con más cuidado que yo.

Andrés regresa.

—Se ha ido.

—¿De qué estás hablando? —pregunta Simón.

—No está en su cuarto ni en ningún lugar en la casa. Miré en el callejón…

—¿Lo perdimos?

—Probablemente no esté perdido —dice Andrés echando una mirada a Santiago el Joven.

—Bien, Santiago —dice Simón—, tú revisa la parte sur. Andrés y yo iremos por el norte. María, dile a Tadeo que vigile a la multitud.

Mateo se levanta.

—¿Y yo?

Sí, piensa Simón. ¿Y tú, que no hace mucho tiempo mantenías a los judíos esclavizados a impuestos despiadados?

—Quédate aquí —le dice— por si él regresa.

—Regresaré pronto, Mateo —dice María, haciendo que Simón se pregunte por qué ella es tan increíblemente amable con él—. Y no me alejaré mucho —añade.

Mientras ella se da la vuelta para marcharse, Mateo dice:

—Quedarme aquí me da la mayor probabilidad de localizar a Jesús primero.

—Muy bien —dice ella con una sonrisa.

Capítulo 3

ENCONTRAR A JESÚS

Simón se pregunta cómo pudieron llegar a esa situación. ¿Puede alguien realmente perder al Mesías? Ah, él es independiente, sin duda, y calmado ante cualquier cosa que llegue a su camino. Está claro que lo encontrarán, y sin señales de desgaste, pero eso no hace que Simón esté menos frenético por encontrarlo. Simón y Andrés recorren apresurados el mercado de Sicar, lleno a rebosar, preguntando a todo el mundo.

—¿Has visto al maestro de Galilea, el hombre que llegó aquí ayer? Estaba en la plaza. Mi Maestro, es así de alto, con barba y cabello largo. ¿No? ¿Has visto al Maestro?

Santiago el Joven recorre toda la plaza cojeando y preguntando: —¿Ha pasado por aquí al que llaman Jesús de Nazaret? ¿Has visto a Jesús el maestro?

Simón reconoce a una mujer mercader que había estado entre la multitud el día anterior.

—¿No habrás visto al Maestro pasar por aquí?

—Pasó por aquí hace un rato —responde ella—. ¿Regresará a la plaza?

Andrés escoge sus palabras con cuidado.

—Está haciendo… un encargo. ¿Por dónde se fue?

—Por ese callejón —dice señalando.

Mientras ellos se apresuran a marcharse, ella exclama:

—¡Estaba por ir a verlo otra vez y llevar a una amiga!

—Estará allí —le asegura Simón—. Seguirá enseñando. No te decepcionará.

• • •

En el callejón, Jesús está tumbado de espaldas debajo de una carreta apoyada sobre unas piedras, acomodando cosas en la parte inferior. El dueño, un africano, mira hacia abajo. Jesús presiona las partes, probando su robustez.

—Ya está —dice Jesús—. Todo está bien ajustado.

—Entonces, era el eje —dice el africano—. Le dije a mi hermano que era el eje.

—A veces, lo único que se necesita es un nuevo par de ojos. Ahora dame un poco de alquitrán y quedará como nueva.

El hombre le da a Jesús un cubo y una brocha.

—Eres bueno con esto. Deberías quedarte en la ciudad y abrir una tienda.

Jesús lo imagina, y eso le divierte.

—¿Debería hacerlo? —dice, asintiendo con la cabeza—. Una tienda.

Una mujer rebosante de alegría entra en el callejón con un par de amigas.

—¡Rabino! —dice, y se gira hacia sus compañeras—. ¡Rápido, llamen a los demás! —les indica.

Jesús reconoce a Fotina, la mujer que conoció en el pozo de Jacob, la primera persona a quien le reveló su verdadera identidad. Ella se ríe, obviamente emocionada por verlo.

—Esa mujer —dice el africano— te presentará a cada samaritano en el país.

—Eso espero —dice Jesús sonriendo.

Se dirige a ella con una sonrisa, y está claro que ella no sabe qué decir o hacer. Ladea su cabeza, toca los costados de su falda con las palmas de sus manos y después se seca la cara y el cuello.

—Hace calor —dice.

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En la posada, Mateo está sentado a solas y se mueve inquieto, recorriendo con sus dedos arriba y abajo la elaborada túnica que le recuerda su época de abundancia. Alguien llama a la puerta y se levanta de inmediato. ¿Será Jesús?

Se acerca apresuradamente y abre la puerta, y se encuentra con tres personas a las que no reconoce: un joven, una mujer joven y hermosa, y un hombre de más edad. El joven dice:

—Shalom.

Mateo frunce el ceño. Hay que responder por educación.

—Shalom —dice sin ninguna emoción.

El hombre joven lo estudia.

—No te conozco —le dice.

—Tal vez estás en el lugar equivocado —le responde Mateo, y comienza a cerrar la puerta.

El joven empuja la puerta y vuelve a abrirla.

—Ah, estamos buscando a Jesús.

—Todo el mundo lo busca —dice Mateo; cierra la puerta y se dirige a sentarse otra vez en el banco.

Pero desde el otro lado de la puerta, oye a María Magdalena.

—¡Ah, están aquí! ¡Tomás! Y Rema, ¿cierto?

Mateo vuelve a abrir la puerta, y esta vez encuentra sonriendo a la joven.

—Sí, ¿María? —pregunta.

—Buena memoria —responde María, y da un abrazo a Rema—. ¡Qué bueno tenerlos aquí!

—Qué bueno verte otra vez, María —dice Tomás inclinando su cabeza.

Kafni se aclara la garganta.

—Él es el padre de Rema, Kafni.

María le sonríe, pero él la ignora y entra en la posada.

—Lo siento —musita Tomás.

Kafni parece examinar el lugar. Mira cuidadosamente a Mateo, pero no lo saluda. Cuando todos están dentro, Rema pregunta:

—¿Dónde están todos?

—Están buscando a Jesús —responde María.

—¿Se perdió? —dice Tomás.

—Él nunca se pierde —responde ella—. Probablemente necesitaba unos momentos. La gente de la ciudad clama por verlo. Ha estado cambiando muchos corazones.

—Sé cómo es eso —dice Tomás—. Entonces, tu amigo no estaba siendo grosero.

María los presenta y Mateo dice:

—Llegaste al hogar de un desconocido y cuando abrí dijiste: «No te conozco». ¿Acaso eso no es ser grosero?

Parece que agarra desprevenido a Tomás.

—Tuvimos un viaje complicado —dice finalmente—. No fue fácil. ¡Y los samaritanos! ¡Vaya! Pensé que nos iban a despedazar.

—Samaritanos y judíos son enemigos históricos —dice Mateo.

—Lo sé —responde Tomás—. Sabíamos que el viaje sería duro, pero es como si Jesús estuviera activamente haciendo difícil seguirlo.

—Yo vine solo porque él salvó la reputación de mi viñedo y de sus carreras —dice Kafni—. No es que eso les importe.

Tomás se dirige a Mateo y María.

—Me alegra haberlos encontrado al menos. Pero ¿por qué no están ustedes…?

—¿Buscándolo? —pregunta Mateo—. Yo me quedé. Es probable que él regrese al último lugar donde lo vieron.

—Iba a decir por qué no están un poco más alejados de la ciudad. Pero ¿en qué basas que regresará donde fue visto por última vez? ¿No es más probable que haya ido a su siguiente compromiso?

—Él no sigue un horario.

—¡Ah! —exclama Tomás—. Entonces, tal vez yo pueda ser útil como organizador. Se me dan bien los números, los tiempos. —Mira a Rema, quien asiente con la cabeza—. La precisión es mi especialidad.

Mateo está a punto de responder con sus propias credenciales cuando llegan Santiago el Grande y Juan, sucios de la cabeza a los pies y sudorosos.

—¡Ah, lo lograron! —dice Santiago, y da un apretón de manos a Tomás.

—Me alegra verlos de nuevo —dice Juan, y también le da un apretón de manos.

Tomás entonces mira su mano fijamente.

—Lo siento —dice Juan—. Ha sido un día largo.

—Estuvimos trabajando —dice Santiago el Grande.

• • •

Para entonces, Jesús ha regresado a la plaza, donde una multitud de personas le rodea. Algunos están sentados en peldaños y otros caminan por pasarelas elevadas. Desde un pequeño espacio a la sombra en lo alto, observa y escucha el quinto esposo de Fotina, Nedim, de quien ella intentó divorciarse para poder casarse con un nuevo amante antes de que Jesús se encontrara con ella en el pozo.

—Sabemos que Dios busca a los enfermos más que a los sanos —está diciendo Jesús—. Piénsenlo así. ¿Hay entre ustedes algún pastor de ovejas?

Un joven de cabello largo y que agarra un cayado responde:

—Yo.

—¡Ah! —dice Jesús—. Nos honra tenerte aquí. En mi corazón guardo un lugar especial para los pastores.

Se puede ver ahora que llega Santiago el Joven, cojeando y sonriendo. Desde el otro lado de la plaza llegan Simón y Andrés, casi sin aliento, junto con Tadeo. Simón siente un gran alivio.

—¿Quién cuida de tu rebaño ahora? —pregunta Jesús al joven pastor.

—Mi hermano. Tomamos turnos.

—¿Cuántas ovejas tienen?

—Cien, Maestro.

—Digamos que una de ellas se pierde. ¿Qué harías?

—Saldría a buscarla, por supuesto.

—¡Por supuesto! Pero ¿y las otras noventa y nueve?

—Tendría que dejarlas atrás. No puedo perder una oveja.

—Ya veo. ¿Y si la encuentras?

El joven sonríe.

—La pondría sobre mis hombros y la llevaría a casa. ¡Y probablemente bailaría de alegría!

Jesús se ríe y le pregunta:

—¿Y qué les dirías a tus amigos, que han estado preocupados por ti?

—Les diría que se alegren conmigo ¡porque encontré a mi oveja perdida!

Jesús se dirige al resto del grupo.

—¿Oyeron lo que acaba de decir? Él se alegra más por una oveja que por las noventa y nueve que nunca se perdieron. Por lo tanto, no es la voluntad de mi Padre que una de ellas perezca. Del mismo modo, les digo que habrá más alegría y gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento.

Simón está fascinado por la atención embelesada de la multitud.

—Míralos —susurra Andrés.

—Por el modo en que escuchan —dice Simón— no se podría distinguir a judíos y samaritanos.

• • •

A medida que avanza el atardecer en las afueras de Samaria, Melec, el dueño del campo pedregoso que Santiago el Grande y Juan se pasaron el día arando, les dice a su esposa y a su hija de siete años que debe intentar ejercitar su pierna rota.

—¿Dónde irás? —pregunta su esposa.

—Caminaré por el terreno, Chedva —le responde él, saliendo de su granja destartalada apoyándose en la muleta que él mismo fabricó.

—¿Estás seguro de que puedes hacerlo, padre?

—Estaré bien, Rebeca. Iré despacio.

Abrumado por la vergüenza de su pobreza y ahora su incapacidad de hacer nada al respecto, Melec avanza a medio paso cada vez, con su pierna atada hasta el muslo a una improvisada férula de madera y cuero que hicieron él y su esposa. Sintiéndose indefenso e indigno, se pregunta si es así como se siente el final de la vida. No puede imaginar qué hará de comer Chedva al día siguiente, y mucho menos otros días. Seguramente, su escasísima cena ha agotado sus provisiones de harina y otros productos esenciales. Ellas estarían mejor sin mí.

Pero ¿qué es esto? Ante una luz que se desvanece, no confía en lo que ven sus ojos. El último pedazo de tierra que albergaba alguna esperanza de cultivar algo no se ve como estaba el día anterior, cuando se preguntaba si tenía esperanza de contratar a alguien para trabajarla, incapaz de poder pagarle hasta que produjera una cosecha, si es que eso sucedía. Melec entrecierra sus ojos y se acerca un poco más arrastrando los pies.

¡No puede encontrarle ningún sentido! Lo que antes era una escasa franja de tierra seca se despliega ahora ante su vista como una tierra negra rica en humedad que alguien experimentado ha arado. Se obliga a sí mismo a mirar todavía más de cerca. Si no se equivoca, la tierra que ahora parece ser fértil, ¡en realidad ha sido plantada! ¿Quién haría una cosa así?

Levanta su mirada al cielo. ¿Qué hice para merecer esto? ¡Nada! ¡Menos que nada! Y caen lágrimas por sus mejillas. ¿Se atreve a decirles algo a su esposa y su hija? No. ¿Y si resulta que ha sido un sueño cruel?

• • •

La posada en Sicar

Tomás, Rema y su padre están sentados en medio de un silencio incómodo, bebiendo sorbos de agua en una mesa en la antecámara, cuando entran Jesús y varios discípulos, que regresan tras el largo día de predicación. Están exultantes por todo lo que han visto.

—¿Viste a la mujer y a su hijita? —está diciendo Tadeo.

—Sé que Simón las vio —dice Santiago el Joven.

—Siempre me emociono. —Simón se encoge de hombros.

—Lo sé —dice Andrés—. Crees que no lo harás y entonces…

Los tres se levantan de la mesa y Tomás exclama:

—¡Shalom!

—¡Ah, viniste! —dice Simón—. Lo lograste.

—Claro que sí —dice Jesús sonriendo, y se apresura a dar un abrazo a Tomás—. Qué bueno verte.

—Igualmente, Rabino. ¿Recuerdas a Rema?

—¿Cómo podría olvidarla? Entonces, ¿también te unirás a nosotros?

Ella vacila.

—Bueno, Rabino, este es mi padre, Kafni.

—Ah, sí. ¡El dueño del viñedo que produjo un vino tan bueno para mis amigos! Shalom.

Kafni batalla claramente por mantener la cordialidad.

—Muy amable por decir eso.

—Imagino que querrás hablar conmigo, ¿cierto? —dice Jesús.

—Si tienes tiempo, me gustaría hacerte algunas preguntas.

—No serías un buen padre si no lo hicieras. Me gustaría proponer lo siguiente, si te parece bien. Los dos tuvimos días muy largos, ¿no es cierto? Este lugar tiene cuartos disponibles para ustedes. Entonces, ¿por qué no descansamos un poco y por la mañana hablamos de todo? ¿Te parece bien?

—Yo, pues… supongo que sí.

—Es un plan. Gracias —dice Jesús. Pone una mano sobre el hombro de Kafni y el hombre se pone tenso—. Nos agrada que estés con nosotros —continúa Jesús—. Y ahora, si me excusan por un momento, debo ir a hablar con un par de hombres que hoy realizaron un acto de servicio verdaderamente extraordinario.

Simón da unos pasos al frente.

—Déjanos escoltarte, Rabino.

Jesús parece esbozar una sonrisa.

—Si lo desean.

Aparta una cortina para entrar en la cocina, con Simón, Andrés, Santiago el Joven y Tadeo detrás de él. Allí encuentra a Juan y Santiago el Grande ante una mesa llena de comida, todavía sudados y sucios, y con sus bocas llenas. Ellos levantan la mirada alarmados.

—Hemos llegado —anuncia Jesús.

—¿Qué sucedió? —Santiago el Grande se las arregla para preguntar con la boca llena.

—Les estaba diciendo a todos el trabajo tan extraordinario que ustedes dos hicieron hoy. Deben de estar famélicos.

—Pues sí —dice Juan claramente avergonzado—. Teníamos hambre.

—Coman. —Jesús se ríe—. Recuperen fuerzas. Y cuando terminen, por favor, describan el trabajo a los demás. Espero que todos tomen nota de lo que hicieron Juan y Santiago el Grande. Buenas noches, amigos.

Al pasar al lado de los otros discípulos, Jesús da a Simón unas palmaditas en el hombro. Simón echa una mirada a Andrés y da un suspiro. Ellos dos han sido distinguidos una vez más. Los hermanos levantan sus copas y fingen miradas de humilde orgullo, como para decirle a Simón: «Eso es. ¿Oyeron eso?».

Lo último que quiere Simón es escuchar todo aquello. Lo cierto es que sabe que probablemente nunca oirá el fin de la historia.

Capítulo 4

LA TAREA

Sicar, a la mañana siguiente

Jesús ha encomendado otra tarea a Juan y Santiago el Grande, indicándoles que lleven con ellos al resto del grupo. Simón, a quien no le gusta no saber las cosas, y francamente disgustado por no estar a cargo, se encuentra entre el grupo de discípulos. Siguen a los dos hermanos subiendo y bajando escalones de piedra de la ciudad, atravesando callejones que conducen a calles estrechas.

—¿A dónde vamos? —pregunta Mateo a Andrés.

—No sé más que tú. Jesús les dio una tarea y dijo que vayamos con ellos. Yo tampoco lo entiendo.

—Describieron que movieron piedras y cavaron. ¿Ahora ellos son líderes?

—No lo sé —dice Andrés con una sonrisa—. No sonaba más difícil que pescar, pero…

—Yo nunca he hecho trabajo pesado —anuncia Mateo.

Andrés se le queda mirando, aparentemente incapaz de imaginarlo.

—Supongo que tendrás que adaptarte, como todos nosotros.

Simón le dice a Tomás:

—La lista de cosas que él podría hacer es larga. Primero, hay una colonia de leprosos al oeste, y le están rogando que vaya.

Desde detrás de Simón, María explica:

—No se les permite entrar en la ciudad, de modo que no pueden oírlo.

—Las leyes de pureza judías y samaritanas prohíben acercarse a cuatro codos de un leproso —dice Andrés.

Santiago el Grande, que dirige el camino al lado de Juan, exclama por encima del hombro:

—¿Qué distancia tenemos que mantener de estos samaritanos?

—Ya estuvimos a cuatro codos de un leproso antes, Andrés —dice Juan.

—Solo digo que, si él quebranta la ley, podría causar una revuelta.

—Y para la cena, nos han invitado a la casa del tesorero de la ciudad —le dice Simón a Tomás—. Y tenemos otra invitación a cenar en la casa del sumo sacerdote de Sicar, y eso podría ser problemático.

—¿Por qué problemático? —pregunta Mateo, cubriéndose la boca con un pañuelo mientras se mueven por la ajetreada ciudad.

—Las creencias samaritanas están en conflicto con las creencias judías —dice Andrés—. Quizá quiera enredar a Jesús en sus palabras.

—No creo que él tenga miedo de quedar atrapado por sus palabras —dice Santiago el Grande.

—Yo solo digo…

María muestra una mirada cómplice a Rema y dice:

—Podríamos estar en otro lugar, con personas que realmente quieran escucharlo y no discutir.

—Si convence al rabino de la ciudad —dice Mateo—, su mensaje será predicado mucho después de que salgamos de esta aldea.

—Déjalo en manos del Jefe, ¿sí? —dice Simón, y se gira hacia Tomás—. ¿Qué opinas? ¿Cena con el tesorero o con el sumo sacerdote?

—¡Con ninguno! —dice Juan.

—Cena ¿con quién, entonces? —pregunta Tomás.

—Mira —dice Simón—, hay mucha gente que quiere hablar con él.

—Sí —interviene Juan girándose para mirar al resto—, pero él quiere preparar la cena.

—Esa es la tarea —proclama Santiago el Grande mientras los demás se acercan en círculo.

—¿Ah, sí? —dice Simón, entretenido y cruzando los brazos—. ¿Esa es la tarea? Ustedes sí que disfrutan esto de saber las cosas, ¿no?

—¡Vaya! —dice Juan señalándolo—. ¿Lo dices tú, Simón?

—¿Qué quieres decir?

—Nos dijo sus planes a nosotros —dice Santiago el Grande—. Entonces, Mateo, distribuye el dinero como corresponda; Tadeo, compra pan suficiente para doce…

—Trece —dice Juan.

—Trece personas.

—¿Con levadura? —pregunta Tadeo—. ¿Sin levadura, de centeno, germinado, espelta?

—Variado —dice Juan—. Tú eliges.

Mientras Mateo le entrega monedas, Simón pregunta:

—¿Trece? ¿Quiénes son los otros?

—Santiago el Joven —continúa Santiago el Grande—, compra una pata de cordero que incluya codillo y solomillo; no, no, dos patas de cordero.

—Solo tenemos… —dice Mateo.

—¡Andrés! Uvas, grosellas, cerezas si encuentras.

—A este ritmo —insiste Mateo—, no tendremos suficiente para…

—Al inicio de este viaje —le dice Juan— no esperábamos encontrar una bolsa de oro, ¿no es cierto? ¡Le estamos dando un buen uso! Simón…

—Sí, maestro —dice él, rebosante de un sarcasmo que hace pausar a Juan.

—Tres odres de vino.

Simón piensa en una réplica, pero la reprime.

—Hecho.

Mateo le entrega monedas, pero Simón se detiene antes de aceptarlas. ¿Recibir dinero de Mateo, para variar? Todavía no puede entender por qué Jesús quiere a este hombre como parte del grupo.

—Mateo, pimienta negra, cebollín, sal y aceite de oliva.

—Con estos gastos no llegaremos a Judea —dice Mateo.

—Ten fe, Mateo —le dice Juan—, en él. María, busca puerros, ajo y cebollas, ¿de acuerdo?

Cuando los otros parten para realizar sus tareas, Simón se queda.

—¿Y ustedes que van a hacer?

—Saldremos de las calles —responde Juan.

—¿Por qué?

—El mayor problema de Samaría…

Santiago el Grande termina el pensamiento de Juan:

—Demasiados samaritanos.

• • •

Simón se dirige a la mesa de una viticultora y pide tres odres de vino.

—¿De qué tipo? —le pregunta ella. Él hace una pausa.

—¿Tinto? Algo con clavo de olor, supongo.

—¡Simón!

Él se da la vuelta y ve que se acerca Fotina.

—¡Estás aquí! —le dice—. Estuve buscándolos a todos.

—Por suerte para ti, todos estamos en este mercado.

—¿Y qué están haciendo? ¿Él va a enseñar aquí?

—Estamos de compras, aunque no lo creas.

Ella se dirige a la viticultora.

—Este hombre me dijo…

—Todo lo que hiciste, sí, nosotros mismos lo escuchamos. Por sus palabras, creemos que él es el Ungido. No tienes que seguir repitiéndolo, Fotina.

Pareciendo avergonzada, como si no pudiera contenerse, Fotina levanta sus hombros.

La viticultora entrega los odres a Simón, y entonces agarra otro más.

—No —dice él—, solo necesito tres.

—Este es por cuenta de la casa —dice ella—. Lo que sea por él.

—Simón —dice Fotina—, necesito que entregues un mensaje. —Sonríe mientras le entrega un pequeño rollo y le insta a que lo lea.

Es una invitación a cenar con ella y su esposo Nedim. Ella está entusiasmada.

—¿Todos?

—¡Sí! —dice casi con lágrimas en sus ojos.

—Pero somos diez personas.

Ella menea su cabeza como si eso no importara.

—¿Por favor?

Capítulo 5

SINCERIDAD

Más tarde esa misma mañana

Kafni está sentado en la zona de cocina común de la posada, manteniendo una mirada desesperada sobre las sombras que se mueven afuera. Necesita estar de camino a su casa pronto, y se siente tratado rudamente por el predicador itinerante. El hombre le había prometido una conversación en la mañana, aunque Kafni tiene que admitir que nunca fijaron una hora exacta.