The Chosen – Te he llamado por tu nombre (revisada y ampliada) - Jerry B. Jenkins - E-Book

The Chosen – Te he llamado por tu nombre (revisada y ampliada) E-Book

Jerry B. Jenkins

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Basada en la aclamada serie de videos "The Chosen", la historia más asombrosa jamás contada, la vida de Jesús, llega con una narrativa fresca y nueva del autor de éxito de ventas del New York Times, Jerry B. Jenkins.  ¿Cómo habría sido encontrarse con Jesús cara a cara? ¿Cómo te hubiera hecho sentir, o cambiado tu manera de pensar acerca de Dios? ¿Habría puesto tu mundo al revés? Viaja a Galilea en el primer siglo. Sé testigo de la diferencia que Él marcó en la vida de aquellos a quienes llamó a seguirlo, y cómo fueron transformados para siempre. Experimenta la vida y el poder del unigénito Hijo de Dios como nunca antes, a través de los ojos de personas comunes como tú y yo.

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A cualquier autor que haya escrito y vendido tantos libros como Jerry Jenkins se le podría perdonar que tuviera tendencia a apoyarse en la estructura familiar mientras produce otro manuscrito. Por fortuna, Jenkins no es “cualquier autor”. Aunque la historia general de cuando Jesús escoge a sus discípulos resultará familiar para algunos, es el hábil manejo que tiene el autor del lenguaje histórico y de las costumbres de la época lo que da a su más reciente creación un brillo que raras veces sienten los lectores de cualquier novela. The Chosen: Te he llamado por tu nombre ha sido creado con un contexto sabio y profundo. Jerry Jenkins nació para escribir este libro.

—Andy Andrews, autor bestseller del New York Times con The Traveler’s Gift, The Noticer y Just Jones

Lo único que existe mejor que la película es el libro, y lo único mejor que el libro es la película. Jerry B. Jenkins ha tomado el brillante proyecto de Dallas Jenkins, esta mirada a las vidas de quienes Jesús eligió para ser sus seguidores, sus amigos y su “familia”, y ha ido un paso (o varios) más allá. Los lectores se sentirán atraídos rápidamente a las páginas, así como los espectadores fueron atraídos a los momentos melodramáticos del proyecto cinematográfico The Chosen. No puedo hablar lo suficiente de ambos.

—Eva Marie Everson, presidenta de Word Weavers International y autora bestseller

La serie cinematográfica me hizo llorar, pero el libro de Jerry me mostró al Jesús que quería conocer. The Chosen: Te he llamado por tu nombre atrae al lector a la humanidad de Jesús. Esta historia capta una mirada auténtica a su personalidad. Su amor, humor, sabiduría y compasión se revelan para cada persona con la que se encontró. Mediante la interacción de Jesús con los personajes de la vida real, también yo experimenté al Salvador que llama a los perdidos, a los pobres, los necesitados y olvidados a tener una relación auténtica.

—DiAnn Mills, ganadora del Christy Award y directora, Blue Ridge Mountain Christian Writers Conference

Jerry Jenkins es un maestro narrador que ha captado la acción, el dramatismo y la emoción de la serie de videos, The Chosen, en forma escrita. Mucho más que hacer una mera sinopsis de la primera temporada, Jerry ha modelado y desarrollado los primeros ocho episodios para convertirlos en una novela vertiginosa. Si te gustaron los videos, saborearás de nuevo la historia a medida que Jerry da vida a cada personaje. Y si no has visto la video serie, esta novela hará que quieras empezar a verla… ¡en cuanto hayas terminado de leer el libro, por supuesto!

—Dr. Charlie Dyer, profesor independiente de la Biblia, presentador del programa de radio The Land and the Book

Escribiendo con precisión e inmediatez, Jerry Jenkins nos sumerge en la mayor historia jamás contada de una forma fresca y poderosa. Jenkins es un maestro tomando escenas y profundos temas de la Biblia y entretejiéndolos en viajes fascinantes, estén o no centrados en la época de Jesús o en los últimos tiempos. The Chosen: Te he llamado por tu nombre amplía la maravillosa serie de televisión y acompaña a los lectores a través de su particular forma de volver a contar la historia del evangelio.

—Travis Thrasher, autor bestseller y veterano de la industria editorial

Para una niña que creció con las historias de la Biblia, no es una tarea fácil transformar a los archiconocidos personajes en una experiencia que sea fresca y viva. Eso es precisamente lo que ha hecho Jerry Jenkins con su más reciente novela, The Chosen: Te he llamado por tu nombre. Desde el primer capítulo, quedé fascinada. Y en el segundo y tercero comencé a ver con nuevos ojos y un corazón más abierto al Jesús que he amado por tanto tiempo. Este libro ofrece al lector algo más que mera diversión. Le ofrece la posibilidad de experimentar una verdadera transformación.

—Michele Cushatt, autora de Relentless: The Unshakeable Presence of a God Who Never Leaves

Qué mejor forma de darle vida al evangelio que explorar el impacto que Jesús marcó sobre aquellos con quienes tuvo contacto. Y qué mejor aliento para todos los que hoy tenemos hambre de su presencia transformadora. Recomiendo sin duda alguna tanto el video como el libro para cualquier persona que anhele experimentar su amor transformador de una forma más profunda.

—Bill Myers, autor de la novela éxito de ventas, Eli

La historia de Jesús ha sido contada una y otra vez, pero con esta hermosa y novelable narrativa, Jerry Jenkins aporta perspectivas únicas y atractivas a los relatos bíblicos de Jesús y sus seguidores, haciéndose eco de los que aparecen en la aclamada serie The Chosen, creada por Dallas Jenkins. Como alguien que siempre piensa que el libro era mejor que la película, me agradó mucho descubrir un libro y una video serie que sean igualmente fascinantes e incluso transformadores.

—Deborah Raney, autora de A Nest of Sparrows y A Vow to Cherish

Te he llamado por tu nombre

Edición revisada y ampliada en español, © 2021, 2023 por Jenkins Entertainment LLC. Publicado en inglés con el título I Have Called You by Name, Revised and expanded edition, copyright © 2021, 2022 por Jenkins Entertainment, LLC.

Un libro de Enfoque a la Familia publicado por BroadStreet Publishing. Enfoque a la Familia junto con su logo y diseño son marcas registradas de Focus on the Family, 8605 Explorer Drive, Colorado Springs, CO 80920.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o de otro tipo) sin el permiso previo por escrito de Focus on the Family.

La mayor parte del texto bíblico ha sido tomado de La Biblia de las Américas © Copyright 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. / Algunas escrituras son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.

Editor de la versión inglesa: Larry Weeden

Diseño de portada: Michael Harrigan

Fotografía de portada: Michael Harrigan/Wirestock/stock.adobe.com

Los diseños de “The Chosen” y la “School of Fish” son marcas registradas de

The Chosen, LLC, y son usadas con permiso.

Traducción, adaptación del diseño y corrección en español por

LM Editorial Services | lmeditorial.com | [email protected] con la colaboración de Belmonte Traductores (traducción) y Candace Ziegler/ www.produccioneditorial.com (tipografía).

ISBN: 978-1-4245-6812-3 (tapa blanda, edición revisada)

e-ISBN: 978-1-4245-6813-0 (libro electrónico, edición revisada)

Impreso en Malaysia / Printed in Malaysia

23 24 25 26 27 * 6 5 4 3 2 1

A la hermana Pam,

quien irradia el amor de Dios

Basada en The Chosen (Los elegidos), una serie de videos de varias temporadas creada y dirigida por Dallas Jenkins y escrita por Ryan M. Swanson, Dallas Jenkins y Tyler Thompson.

«No cabe duda de que The Chosen se convertirá en una de las obras más reconocidas y aclamadas de los medios de comunicación cristianos de la historia». MOVIEGUIDE®Magazine

NOTA

La serie The Chosen fue creada por personas que aman y creen en la Biblia y en Jesucristo. Nuestro deseo más profundo es que indagues por ti mismo en los Evangelios del Nuevo Testamento y descubras a Jesús.

«No temas,

porque yo te he redimido,

te he llamado por tu nombre;

mío eres tú».

Isaías 43:1

Contents

Parte 1 El pastor

Capítulo 1Obsesión

Capítulo 2Una Señal

Capítulo 3El Mundo Debe Saber

Parte 2 Te he llamado por tu nombre

Capítulo 4Poseída

Capítulo 5Maestro De Maestros

Capítulo 6Recaudador De Impuestos

Capítulo 7El Barrio Rojo

Capítulo 8La Caseta De Impuestos

Capítulo 9El Pescador Luchador

Capítulo 10Un Encuentro Infame

Capítulo 11Estoico

Capítulo 12La Muñeca De Madera

Capítulo 13Solo Dios Mismo

Capítulo 14Defensa

Capítulo 15El Abismo

Capítulo 16Arruinados

Capítulo 17El Arreglo

Capítulo 18Redimida

Parte 3 Sabbat

Capítulo 19Cada Siete Días

Capítulo 20Jazmín

Capítulo 21Dóminus

Capítulo 22Indulto

Capítulo 23Audiencia Del Sanedrín

Capítulo 24Decisiones

Capítulo 25Una Lengua

Capítulo 26Encuentro Con El Fariseo

Capítulo 27Provocación

Capítulo 28Invitado Sorpresa

Parte 4 Jesús ama a los niños

Capítulo 29Abigail

Capítulo 30Josué

Capítulo 31Más Preguntas

Capítulo 32«Mi Razón»

Parte 5 La Roca

Capítulo 33El Accidente

Capítulo 34Confrontación

Capítulo 35El Hombre Salvaje

Capítulo 36La Confesión

Capítulo 37A Pescar

Capítulo 38La Oportunidad Llama A La Puerta

Capítulo 39Es Él

Capítulo 40La Pesca

Capítulo 41Lo Imposible

Parte 6 El regalo de bodas

Capítulo 42Perdido

Capítulo 43Preparativos

Capítulo 44En La Mazmorra

Capítulo 45Relato Para Edén

Capítulo 46Anticipación

Capítulo 47Primera Incursión

Capítulo 48Momento Incómodo

Capítulo 49El Séquito

Capítulo 50A Tiempo

Capítulo 51«¿Cuál Es Su Nombre?»

Capítulo 52Escasez

Capítulo 53Sorpresa

Capítulo 54Crisis

Capítulo 55El Milagro

Parte 7 Compasión indescriptible

Capítulo 56Revelado

Capítulo 57El Ascenso

Capítulo 58El Leproso

Capítulo 59La Pregunta

Capítulo 60Abarrotado

Capítulo 61Enseñanza

Capítulo 62«Una Situación»

Capítulo 63Conmoción

Capítulo 64El Paralítico

Capítulo 65El Escape

Parte 8 Invitaciones

Capítulo 66La Serpiente De Bronce

Capítulo 67Mundos En Colisión

Capítulo 68La Disculpa

Capítulo 69La Visita

Capítulo 70El Plan

Capítulo 71La Reunión En La Noche

Capítulo 72Diferente

Parte 9 «Yo soy Él»

Capítulo 73El Pozo

Capítulo 74Cena De Pecadores

Capítulo 75Adonai El Roi

Capítulo 76Se Fue

Capítulo 77Presciencia

Capítulo 78La Confrontación

Capítulo 79Curada

Capítulo 80De Viaje

Capítulo 81El Favor

Capítulo 82Desvío

Capítulo 83Como Quiera, La Gente Debe Saber

Capítulo 84Ya Es El Tiempo

Reconocimientos

El Fenómeno Que Nació Del Fracaso

PARTE 1

El pastor

Cuando César Augusto se convirtió en emperador de Roma, Judea se convirtió en una provincia romana.

Durante 400 años, los profetas de Israel habían guardado silencio. Los sacerdotes leían las Escrituras en voz alta en las sinagogas, mientras los oficiales romanos patrullaban las calles, imponiendo fuertes impuestos a los hebreos.

Las profecías rumoraban sobre la llegada del Mesías que salvaría al pueblo de Dios.

Capítulo 1

OBSESIÓN

Cedrón, Israel

De baja estatura, pero muy musculoso, con una cascada de rizos balanceándose sobre su frente, Simón sabe que luce más joven que de veinte años de edad. Sin embargo, será el responsable de sus tres hermanas menores cuando reciba el legado de la tierra y el rebaño de su padre, lo cual podría suceder hoy si fuera esa la razón por la que sus padres lo han llamado cuando debería estar en los pastos.

Su padre ha estado enfermo por dos años, y sin poder acompañarlo en los campos. Simón extraña la ayuda y la mentoría de su padre, pero eso le ha forzado a aprender mucho. Los oficiales de Cedrón habían visitado a sus padres el día anterior, y aunque Simón deseaba haber sido incluido, supone que hoy le informarán de los detalles.

Se encuentran en el cuarto de sus padres, donde su papá yace tendido en la cama.

—He fallado —comienza diciendo el viejo.

—No digas eso —dice Simón—. Has hecho todo lo que pudiste.

—Déjalo hablar —dice su madre—. Está intentando disculparse.

—¡Pero no tiene por qué disculparse! Yo sé que estaría en el campo conmigo si no fuera por…

Su padre levanta la mano.

—Lo hemos perdido todo. No tengo nada que dejarte.

—Pero…

—¡Déjame hablar! —carraspea su padre—. Me siento muy mal, pero les he fallado a todos ustedes.

—¿Qué estás diciendo?

—No tienes que regresar a los campos. Los nuevos dueños ya están aquí.

Simón se tambalea.

—Pero las ovejas, mis hermanas, nuestro futu…

—Es culpa mía —dice su papá—. ¡Lo siento! No hay nada más que decir.

Asombrado, pero a la vez deseoso de consolar a su padre, Simón quiere darle las gracias por todo lo que le ha enseñado, por cómo ha alimentado la obsesión del muchacho por las Escrituras, las profecías, el Mesías prometido. ¿Qué hará él ahora? ¿Y qué será de todo ese estudio?

—Tendrás que irte y encontrar un trabajo —dice su mamá—. Nos quedamos con esta casa, pero sin tierras ni ganados. Y todavía cinco bocas que alimentar.

—Haré lo que sea necesario, por supuesto —dice Simón—. Pero ¿dónde iré? ¿Qué voy a hacer?

Su padre se incorpora apoyándose sobre un codo.

—Siempre has querido ir a Belén. Sus rebaños suministran al templo de Jerusalén para los sacrificios. Es muy probable que los pastores siempre necesiten ayuda.

¡Belén! Tan solo a unos treinta y cinco kilómetros al este, ¡pero aparece en las profecías! Simón se imagina visitando la sinagoga allí. Pero ¿tendrá tiempo para eso? Tendría que buscar que alguien lo contratara si esperaba mantener con vida a sus padres y sus hermanas.

Todo el futuro de Simón ha cambiado en un instante, y sin embargo la idea de reubicarse en Belén ya ha amortiguado el golpe.

Una semana después

Desesperado por no quedarse atrás, Simón tira del ronzal de un cordero blanco y camina con esfuerzo apoyándose en la tosca y áspera muleta que se ha fabricado con la rama de un árbol. Por delante, los tres pastores mayores a los que sirve, cada uno llevando su propio cordero hacia Belén, hacen una pausa y se giran para provocarlo. Aarón, de piel oscura en contraste con su túnica de algodón blanca, imita la cojera de Simón, fingiendo que su bastón de caminar es una muleta.

—¡Vamos! —grita Joram, el de más edad, con su canosa barbilla que reluce bajo el incesante sol— ¡Sigamos!

Las ganas de Simón de demostrar que él se preocupa tanto de su oveja como sus jefes, habían hecho que se lastimara. Había llevado un rebaño hasta una cueva caliza durante una tormenta, y cuando una se escapó, él la persiguió, cayendo por un desfiladero y lastimándose el tobillo izquierdo. Habría agradecido un poco de compasión o gratitud, pero solamente había recibido desdén. Y ninguna ayuda, a no ser por una huraña sugerencia del barbinegro de Natán de “vendarlo fuerte”. Natán es el único que al menos mira al joven cuando habla.

Simón espera alcanzar a los tres hombres cuando se detienen en el pozo de camino a la ciudad, así que se sigue esforzando. Se dobla del dolor con cada paso, y le cae el sudor por su rostro mugriento.

A poca distancia, Simón ve a los otros pastores que llegan al pozo. Cinco mujeres cargan vasijas de barro y odres, muy ocupadas hasta que los pastores se acercan. A Simón le sorprende que las mujeres no intentan esconder su aversión, cuatro de ellas se retiran de inmediato, tapándose la nariz.

—Bonito día, ¿no creen? —dice Natán en voz alta a una de ellas, la cual asiente y sonríe, pero se cubre el rostro y se va rápidamente—. ¡Regresa! —le dice, mientras ella se va.

Cuando Simón llega al pozo, los otros pastores ya han llenado sus odres de agua y comienzan a reanudar la marcha. La única mujer que aún estaba allí se va cuando llega Simón. Él llena su odre y se va apresurado, intentando que los demás no se alejen demasiado. Al pasar por la señal que apunta a Belén, se acuerda de las Escrituras que tanto atesora, ya que su padre lo había educado con una pasión por estudiar la Torá. Aunque Aarón y los demás se burlan de su pasión, Simón ha memorizado largos pasajes, especialmente acerca de su nuevo hogar. Mientras se obliga a seguir caminando, con el cordero balando, Simón repite en voz alta:

«Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad.

»Por tanto, Él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel.

»Y Él se afirmará y pastoreará su rebaño con el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor su Dios. Y permanecerán, porque en aquel tiempo, Él será engrandecido hasta los confines de la tierra.

»Y Él será nuestra paz».

¿Podría ser? ¿Podría salir de aquí el Mesías? Parece que eso es esperar demasiado, pero al mismo tiempo Simón cree a los profetas con todo su corazón. Se imagina al Elegido defendiendo a los judíos y arreglando las cosas entre ellos y los romanos.

Capítulo 2

UNA SEÑAL

En el tramo final de la caminata de más de cien millas desde Nazaret a Belén, José se da cuenta de que su esperanza de que este arduo viaje fuera una especie de respiro de su trabajo, era una fantasía. ¡Cómo le encantaría volver a trabajar ahora mismo, sudando bajo el sol, porque él y sus compañeros estaban construyendo algo, algo que duraría! Pero ahora huele a otro tipo de sudor mientras guía lentamente a su burro fuerte, pero de aspecto andrajoso, con su prometida embarazada delicadamente equilibrada sobre su lomo. No puede evitar creer que este registro e impuestos obligatorios han llegado en el peor momento posible.

María puede dar a luz en cualquier momento, y él ora en silencio para que no sea este preciso día. ¿Qué hará él? ¿Qué podrá hacer en medio del desierto en este camino polvoriento? Claro, pasan extraños en ambas direcciones, pero ¿quién se detendrá para ayudar a una pareja cuya vestimenta deja claro que son nazarenos? Es más probable que los escupan a que los ayuden en el momento de mayor necesidad. Afortunadamente, la última persona que los bendijo con un sorbo de su propia agua fue un pastor, casi tan marginado como ellos.

José está desesperado por llegar a Belén, tanto por encontrar un pozo como por encontrar un lugar para que María descanse. Ella apenas se queja, pero él sabe que debe sentirse miserable.

Debe confesar que hay un poco de alivio por todo lo que ya han soportado. Su prometida es la mujer más piadosa que jamás haya conocido, incluso habiendo aprendido a leer en privado para poder estudiar la Torá, aunque solo se permiten hombres en la escuela hebrea. Entonces, cuando su embarazo comenzó a mostrarse, mucho antes de que se programara su boda, él quedó tan sorprendido y decepcionado, sí, de ella, como cualquiera en Nazaret. Conociéndola como la conocía, de ninguna manera podía encontrarle sentido. Y aunque muchos, naturalmente, lo culparon por su situación, él se negó a proteger su propia reputación rompiendo el contrato matrimonial, como habría hecho justificadamente cualquier prometido ofendido.

Pero entonces llegó el mensajero del cielo, que se le apareció en un sueño y le aseguró que el bebé que cargaba María en su vientre era el hijo de Dios. Lleno de asombro y aun encontrándole difícil de creer, intercambió historias con María, solo para descubrir que sus mensajeros celestiales los habían instado a ambos a no temer. Estuvieron de acuerdo en que una cosa era decirlo, y otra muy distinta practicarlo.

En este momento, José tiene miedo. Le asegura a María que buscará a Samuel, un pariente lejano, tan pronto como lleguen a Belén. Tiene que confesar que ha pasado mucho tiempo desde que lo vio.

—No sé si vive en la misma casa.

—Eso espero —dice María—. Has hablado mucho sobre él. José suspira.

—Veremos. Por supuesto, no tendremos tiempo para buscarlo si se muda.

—Ya veremos —añade ella, tocando el saco de agua como si esperara que algo, cualquier cosa, apareciera en él.

—¿No hay ni siquiera una gota? —pregunta José.

Ella niega con la cabeza.

Él suspira mientras el burro se detiene. José chasquea la lengua y empuja a la bestia.

—Eh, ¿José?

—Sí.

—¿Puedes parar por favor? Me gustaría caminar un poco.

—¡No, María! ¿Por qué querrías caminar?

Él se preocupa por ella y el bebé, por supuesto, pero principalmente quiere llegar a Belén, por su propio bien y el de ella. María es fuerte, él lo sabe. Ella fue sola a visitar a su prima Elisabet, caminando unas cien millas cuesta arriba en dirección opuesta desde Nazaret, ¡mientras estaba embarazada de tres meses y medio! Atravesó una ruta conocida por bandidos y otros peligros, luego permaneció con Elisabet durante tres meses, y regresó sola después de seis meses de embarazo.

Eso la salvó temporalmente del escándalo en su ciudad natal, escándalo del que José no se libró. Sus compañeros de trabajo se burlaban y abucheaban, y algunos, dolorosamente, simplemente lo miraban en silencio con evidente disgusto, pues lo consideraban un judío devoto. Todo lo que pudo hacer fue confiar en la promesa de Dios.

Pero este viaje es diferente. María parece que no puede reprimir sus gritos de incomodidad y dolor, por lo que José oscila entre apresurarse y parar. Debe encontrar un refugio, pero también debe tener mucho cuidado con su amada y su hijo. Espera disuadirla de desmontar el burro.

—Es peligroso.

—Me estoy sintiendo un poco incómoda…

¿Cómo es capaz de sonar tan dulce, tan preciosa, a pesar de su dolor?

—Elisabet de hecho me dijo que es bueno caminar y moverme cuando tuviera ganas.

José suspira de nuevo, mirando a lo lejos y luego detrás de ellos.

—No tendremos agua hasta que te lleve a la ciudad. Necesitas descansar.

Detiene al burro.

—Déjame ponerte más cómodo, ¿eh?

Él se coloca el bastón bajo el brazo y trata de enderezar la manta debajo de ella.

—José —dice ella— no es necesario que seas el único que camina. Además, estamos lo suficientemente lejos de Nazaret como para que ya no tenga que ocultar mi condición.

—¡María, esta manta está atascada! No hay manera de que te sientas cómoda.

—José. Me gustaría caminar contigo. Por favor.

¿Qué debe hacer? En el fondo, él quiere hacer lo que ella quiera. Pero siente la carga que conlleva.

—Soy responsable de ti, María. Por ti y… —Pone la mano suavemente sobre su vientre—. Tú nos proteges…

—¡Sí!

—Dejaré que me ayudes a bajarte.

Esto le parece divertido, y la aconseja apuntándole con el dedo.

—Está bien, puedes caminar unos minutos, ¿eh? ¡Pero, por favor, no demasiado lejos!

Vuelve a la cabeza del burro para incitarlo a avanzar.

—Necesitas guardar tus fuerzas.

—De hecho, necesito que me ayudes a bajar —dice María.

—Ah, sí, lo siento.

Él regresa y la sostiene mientras ella se baja del burro.

—Lentamente, lentamente. Cuidado con el bebé.

Ella gime mientras él la baja al suelo.

—¿Estás bien?

—Sí, sí. Oh, esto me hace sentir mejor.

—Ajá —asiente no tan seguro de haberlo permitido, pero agradecido de que ella parezca disfrutarlo.

—Gracias —él no sabe cómo responder—. Gracias por protegerme —añade—. No sé si he dicho eso todavía.

¿Cómo puede decir eso? Ella le ha estado agradeciendo durante días desde que salieron.

—Aún nos queda un corto camino por recorrer. Veamos cómo nos va en la noche y…

—No estoy hablando de eso. Me refiero a… antes.

—Oh. Este…

—He querido decir algo durante todo este viaje. Y yo simplemente… no lo hice, y debería haberlo hecho.

Una vez más, José no sabe qué decir. Ella es mucho mejor en ese tipo de conversaciones.

—Mmm.

—Debería haberlo hecho hace meses.

—No es necesario —dice él, mirando al frente mientras caminan, pero ella a un paso detrás. ¿A dónde quiere ella llegar con esto? Estuvo a punto de encerrarla en privado, antes de que Dios lo visitara.

—Sí, sí, lo quiero hacer. Mi padre pudo haberte devuelto toda la dote de la novia.

¡La dote de la novia!

—Nunca se trató del dinero.

—Sé que no lo fue, y sé que no es de buena educación hablar de ello. Pero nadie te habría culpado.

—¿De qué?

—Por romper nuestro compromiso públicamente.

—María, yo…

—Podrías haberte comprometido con alguien a quien no tuvieras que ocultar. Así la gente no estaría chismeando de ti. Además, podrías registrarte sin tener que arrastrarme en este burro todo el día por cinco días.

Ahora sí que está totalmente perdido. Nunca se le ocurriría algo así, no después…

Él siente su mano en su brazo.

—¿José? —él se detiene y se vuelve hacia ella.

—Eres un hombre valiente y piadoso. Y debería haberte dado las gracias.

Él la mira fijamente. ¡Cómo ama a esta mujer! Señala al cielo con su bastón.

—Dios me dijo que lo hiciera.

—Sé que lo hizo. Pero tenías una opción.

¿Una opción? ¿Cuando Dios habla?

—¡Ah, ja! No creo que lo haya hecho. Pero me alegro de cualquier manera. No cambiaría nada de lo que ha sucedido desde ese sueño, ¿bien?

Ella le sonríe.

—Yo tampoco —siguen caminando de nuevo—. Oh, todo esto parece imposible, ¿eh? —él añade.

—Sí, sí. ¿Pero recuerdas lo que me dijo el mensajero?

—¿Ah? Con Dios nada es imposible.

—Mi mensajero no dijo eso. Habría sido estupendo, ¿eh?

Ella suspira y sonríe, pero parece algo cansada. Él se la acerca.

—¿Te sientes mejor?

—Un poco sí.

—Bueno. Pues sube, sube —ella se queja mientras monta en el burro.

—Necesitamos ir más rápido —dice José—. Necesitas agua, y me propuse prepararme para la parte en la que tu mensajero y mi mensajero dijeron lo mismo: «Y ella dará a luz un hijo…» —hablan juntos—. «Y llamarás su nombre Jesús».

—Sí —dice él—. Esa parte.

Los niños corren y juguetean en el abarrotado mercado de Belén mientras los hombres regatean en voz alta. Los mercaderes están comprando, llenando sus jaulas de animales que venderán a los peregrinos para el sacrificio en el templo en Jerusalén, a menos de diez kilómetros de distancia. Simón y sus superiores han seleccionado solo lo mejor de sus rebaños, deseosos de conseguir el precio más alto.

Los mercaderes engatusan a los pastores y granjeros para que reduzcan los precios, mientras que los pastores y granjeros elogian la calidad de sus rebaños y sus productos. Joram gesticula apasionadamente mientras discute con un mercader cerca de donde un niño pasa sus manos por una piel de oveja recién esquilada. Aarón se agacha junto a un puesto para oler especias frescas. Mientras Simón se abre paso cautelosamente entre la multitud, se escuchan todo tipo de balidos por todas partes, asaltándolo con el hedor del estiércol.

Un fariseo sale de la sinagoga local para juzgar los posibles sacrificios, y Simón lo ve como su oportunidad. El hombre santo sostiene el cordero negro de Natán, girándolo hacia todos los ángulos mientras Natán exclama:

—¡Perfecto! Nada, sin defecto, nada. Nada mal. ¿Lo ves?

—¡Impecable! —dice el fariseo—. Este es bueno.

Ahora le toca el turno a Simón, y él levanta su cordero blanco ante el fariseo y habla con un tono lastimero.

—Maestro, tengo una pregunta sobre el Mesías. He estudiado la Torá todos los días y…

El fariseo suspira, sin apartar su vista de la inspección.

—Un pastor quiere aprender…

—¡Sí! —dice Simón, sonriendo, y vuelve a recuperar después su seriedad—. ¿Cree que el Mesías nos liberará de la ocupación?

—Sí —dice el fariseo rotundamente, claramente aburrido—. Él será un gran líder militar.

—¿Está seguro? —dice Simón, apresurándose a continuar—, porque el último sabbat el sacerdote leyó del profeta Ezequiel, y no dijo…

—¡Cómo te atreves! —dice el fariseo.

Aarón se acerca rápidamente.

—Lo siento, maestro. Está obsesionado…

—¿Trajeron ustedes este animal?

Simón y Aarón asienten.

—Dije “¡impecable!” —dice el fariseo.

—¡Impecable, sí! —responde Aarón.

El fariseo gira el animal para que puedan ver una herida que hay en su costado.

—Estos son para hombres justos, para el sacrificio perfecto —deja el animal en el suelo—. ¡No puedo enviar este a Jerusalén!

Aarón agarra su cuerda y se dispone a retirarse, inclinándose.

—Lo siento mucho. Lo siento mucho. Lo siento mucho.

El fariseo mueve un dedo ante el rostro de Simón mientras Joram y Natán se acercan.

—¿Te preguntas por qué no ha venido el Mesías? Se debe a personas como tú, ¡que impiden su venida con sus errores! Si vuelven aquí sin un cordero perfecto, los desterraré a todos del mercado.

Al ver al fariseo escupir en el suelo delante de los pastores, Simón duda si quiere disculparse, pero Natán susurra: —Ahora, vengan. Vengan.

Simón se mueve para seguirlos, pero Joram se pone delante de él.

—¡Te advertimos de esto! ¿Además de cojo estás sordo?

—¡Lo siento!

—¡No te vamos a esperar! Carga este animal de nuevo hasta la colina. Si no tendrás que intentar ir a nuestro paso o buscar tu camino de regreso.

Simón mira fijamente al suelo, y mientras los otros se van, Natán se detiene y toca la mejilla del joven.

Humillado, pero sin querer regresar él solo hasta los rebaños, Simón intenta abrirse paso entre la multitud para alcanzar a los otros tres. Pero su tobillo y el cordero le hacen ir despacio, y su muleta se resbala en el barro. Se cae estrepitosamente sobre el codo derecho y se hace un corte en el antebrazo. Mientras está de rodillas busca a los otros dos entre la multitud, pero han desaparecido.

Simón se esfuerza por ponerse de pie y oye una voz sonora. Se da cuenta de que está delante de la pequeña sinagoga, así que orando para que nadie se percate de su presencia, entra a través de una puerta lateral con una cortina para descubrir un santuario elegantemente dispuesto.

En la bima, el sacerdote lee del rollo: «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.

»Multiplicaste la nación, aumentaste su alegría; se alegran en tu presencia como con la alegría de la cosecha, como se regocijan los hombres cuando se reparten el botín».

En la parte trasera de la sinagoga, un hombre mira fijamente a Simón, que está en la entrada con su cordero. El hombre se levanta y se acerca hasta él con el ceño fruncido al ver el codo de Simón, quien se ve horrorizado, goteando sangre en el umbral, y le da un empujón a Simón.

—¡Tienes que irte de aquí!

—¿No puedo escuchar solamente?

—¡No! ¡Este es un lugar santo!

—¡Por favor!

—¡Vete! ¡Sal de aquí! —y va empujando a Simón hasta hacerlo salir por la cortina, y después limpia el piso mientras el sacerdote continúa hablando. Simón escucha desde fuera.

«Porque tú quebrarás el yugo de su carga, el báculo de sus hombros, y la vara de su opresor, como en la batalla de Madián. Porque toda bota que calza el guerrero en el fragor de la batalla, y el manto revolcado en sangre, serán para quemar, combustible para el fuego».

Simón vuelve cojeando al bullicio del mercado, entusiasmado con lo que ha oído acerca del Mesías, pero abatido por haber sido desterrado. Sencillamente, quiere aprender, comprender y adorar. Aparta sus ojos del fariseo que le había amonestado y esquiva a un guardia romano. Mientras Simón se abre camino entre la multitud, se le acerca un caminante enlodado con rasgos afilados, con su rostro sucio y lleno de sudor. Va tirando de un burro que lleva encima a una jovencita embarazada.

—Disculpa, amigo —dice el hombre—. ¿Podrías decirme dónde hay un pozo en esta ciudad? Mi esposa lleva horas sin beber.

Simón asiente.

—Sí. Al otro lado de la plaza.

—Gracias, hermano.

Mientras el hombre se aleja tirando de su burro, Simón consigue ver mejor a la mujer, muy avanzada en su embarazo y con claras muestras de sufrimiento. Debe actuar.

—Espera, espera. Aquí —Simón le entrega al hombre su propio odre de agua.

—Oh, gracias por tu amabilidad —dice el hombre, entregándoselo a la mujer. Ella bebe ansiosamente.

Parece que han estado caminando por varios días.

—¿De dónde vienen? —dice Simón.

—De Galilea. Nazaret.

Simón mira a su alrededor y susurra: —No lo digas en voz muy alta por aquí. Dicen que no puede salir nada bueno de…

—Sé lo que dicen sobre Nazaret —interrumpe el hombre, sonriendo. Él parece ser un hombre bueno, a pesar de cuán exhausto se ve.

—No te preocupes. No se lo diré a nadie. Tu secreto está a salvo conmigo.

—Gracias por tu amabilidad —dice el nazareno, y su esposa sonríe tímidamente.

Simón le extiende su mano al hombre para estrechársela y se presenta.

Pero antes de que el hombre pueda responder, el fariseo se acerca, gritando: —¡Apártense de mi camino!

—Tenemos que irnos —dice el hombre, y su esposa le devuelve su odre de agua mientras avanzan.

Mientras Simón saca su cordero del mercado, aún puede oír débilmente al sacerdote: «Fortaleced las manos débiles y afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón tímido: Esforzaos, no temáis. He aquí, vuestro Dios viene con venganza; la retribución vendrá de Dios mismo, mas Él os salvará».

José estaba completamente cansado y solo podía imaginar cómo se sentiría María cuando finalmente cruzaron la pequeña puerta hacia el pequeño, pero de alguna manera bullicioso, pueblo de Belén. No tenía idea de cuántos miembros de la casa y del linaje de David serían necesarios para residir aquí desde todas partes del país. Ahora bien, el agua del pastor ha refrescado un poco a María, pero ¿aún tiene sentido intentar encontrar a su pariente lejano, a quien, por supuesto, no ha tenido oportunidad de informarle de su situación peculiar y la de María?

Distraído por la multitud, intenta desesperadamente tener su mente centrada al mismo tiempo. María está cansada, todavía tiene sed, sufre dolor, y a punto de dar a luz. No tiene idea de a quién acudir. Mira de un lado a otro, por una calle y por otro callejón.

—Creo que la casa de Samuel está por aquí —dice, tratando de parecer más seguro de cómo se siente. Ha pasado tanto tiempo—. No estoy seguro de cómo responderá a tu, eh, condición, pero tendrá agua y será agradable verlo.

Ella parece aliviada al escuchar eso, pero cuanto más mira José, explorando el mercado y todas las calles que se cruzan, menos segura está de ello.

—En realidad, no sé si es por aquí. Se ve tan diferente. Quizá porque hay tanta gente. Creo que si nosotros… este…

Pero no le gusta la mirada de María. Parece que quiere tirarse del burro, presionando su puño contra su rostro brillante, con los ojos cerrados. Ella lo mira.

—¿Sí?

—No tenemos tiempo para buscar a Samuel —decide él.

—No, no, todo estará bien. Sé que querías encontrarlo.

—Necesito llevarte a la posada, María. Necesitas descansar. Tal vez pueda encontrar un pozo para que puedas beber más y te llevaré directamente a la posada, ¿está bien?

Ella asiente, pareciendo aliviada: —Gracias.

José guía cuidadosamente al burro, con su preciosa carga, por la plaza.

—Ah, tanta gente…

El sol está muy bajo en el horizonte mientras Simón empieza la larga caminata de regreso hasta la colina, junto al resto del rebaño, esperando que sus jefes lo perdonen. Estará oscuro cuando llegue allí, y el hambre le roe por dentro. Sus emociones han subido y bajado muy rápidamente en tan poco tiempo. Estaba ansioso por vender lo que pensaba que era un cordero perfecto. Entonces esperaba sentarse, o al menos estar de pie, escuchando una lectura formal de las Escrituras en la sinagoga. Su desilusión se alivió brevemente cuando pudo ayudar a la pareja desaliñada que viajaba, solo para ver al esposo amable alejarse rápidamente de la ira del fariseo.

María se sienta encima del burro, y su cuerpo le dice que el momento se acerca. Observa cómo José finalmente llega al frente de la fila en la entrada de la posada, donde con mucho tiempo había arreglado su alojamiento. Las cosas no parecen ir bien entre él y el posadero, un anciano con una barba blanca espesa. El hombre parece serio, tratando de explicar algo, y José está claramente agitado. Él ondea un documento enrollado que ha guardado en un bolsillo durante todo el viaje.

—¿Entonces esto es qué, excremento de toro? —dice enfurecido—. ¿Cómo puede enviarme una confirmación y ahora…?

El hombre parece disculparse, pero José no acepta nada.

—¡Me está mintiendo ahora! —grita, y cuando mira en dirección a María, ella finge concentrarse en otra parte para que él no sepa que está presenciando su arrebato. Cuando vuelve a mirar atrás, los dos hombres están conversando seriamente.

El dolor es como daga en su abdomen, y presiona una palma contra él, levantando la mirada hacia el cielo que se oscurece.

—Oh, Dios —respira suavemente—. Tú eres mi Dios. Sinceramente te busco. Mi alma tiene sed de ti. Mi carne desfallece por ti, como en tierra seca y hendida, donde no hay agua.

Su abdomen se contrae y hace una mueca, ahogando un grito. Cuando José se acerca, luciendo derrotado, ella se recompone desesperadamente.

—María…

Es como si no pudiera hablar.

Ella fuerza una sonrisa muy a su pesar. Por favor, no dejes que sean malas noticias. Pero ella teme lo peor.

—Bueno, ¿qué dijo?

—No lo vas a creer. Dijo que están completamente llenos. Con el censo, toda la ciudad está invadida.

Mientras sacude el saco de agua en vano, agrega:

—Creo que es porque él sabe que no somos exactamente… ya sabes, que no puedo simplemente darle más dinero como lo hacen los demás. Estaba furioso, pero mantuve la calma como prometí.

—Por supuesto.

—Le conté nuestra situación, pero eso tampoco hizo ninguna diferencia.

María lucha por no entrar en pánico. Lo último que quiere es dar a luz ahí mismo, no solo en público, sino también en la zona más concurrida de Belén. Ella mira ansiosamente mientras José continúa.

—Finalmente, su esposa dijo que, si queríamos, podíamos intentar acampar en el establo. Nos prometieron agua y mantas para ayudarnos, incluso mantas de cordero para el bebé. No aseguraron que estarían limpias. Pero puedo ir a buscar a Samuel. Si vive en la misma casa, tendrá espacio.

María decide que todo esto sucede por su culpa.

—Lamento habernos retrasado. Debería haberme quedado en el don…

—Oh, María, no es tu culpa.

—José —replica ella gravemente, agarrando su mano—. No podemos seguir buscando.

Parece alarmada.

—¿Han comenzado los dolores?

Ella asiente.

—El bebé ya viene.

José abre sus ojos como platos.

—Lo siento, dijo que no había nada.

—Lo sé. Lo sé.

—Está bien —dice él—. Está bien. Lograremos que funcione, ¿eh?

—Sí, sí, lo lograremos.

Durante meses, José ha estado desconcertado sobre todo lo que ha sucedido entre él y la joven María. Un día se maravilla ante la invasión de su sueño y el mensaje del ángel, y al siguiente se pregunta si realmente podría ser cierto. Por supuesto, ha estudiado la Torá desde su juventud y conoce tales visitas divinas. Pero hasta donde él sabe, han pasado cientos de años desde que alguien experimentó algo así.

Naturalmente, él conocía, confiaba y creía en el relato de María sobre el mensaje que le dio el ángel a ella, y cuando se permite insistir en ello, tiene cierto sentido irracional. Ha visto en su amada lo que Dios ve en ella: una mujer de carácter verdadero y puro. ¿Habría pensado jamás que ella sería elegida para cargar en su vientre y dar a luz al mismísimo hijo de Dios? Una cosa así nunca se le había pasado por la cabeza. Él y todos los judíos anteriores a él esperaban al Mesías prometido, y que él naciera de una virgen era un gran misterio que incluso muchos rabinos eruditos interpretaron de diferentes maneras. ¿Quién es José para desposarse con la misma mujer que Dios escogió para tal tarea?

Si algo de esto tiene algún sentido, es la elección de María. Pero seguramente Dios sabía quién sería su prometido. José nunca antes había considerado siquiera que el Creador pudiera cometer un error. Sin embargo, ¿por qué un carpintero, un constructor, un hombre de mal genio? Intenta ser devoto, ciertamente, y ama a Dios. Pero también sabe quién es, y quién no es.

En contra de su buen juicio, José lleva tímidamente a María al interior para decirle al posadero que aceptarán su oferta.

—El bebé está por nacer y no tenemos otra opción.

El hombre le da a José los suministros prometidos (una jofaina con agua y mantas) y su esposa le entrega a María tiras de tela que, según ella, se usan para envolver los corderos y mantenerlos sin defecto mientras son transportados al templo para el sacrificio. Ocupados con otros invitados que llenaban el lugar, le señalan a José y María la localización del establo, lleno de animales.

Una vez allí, José se da cuenta de que María tiene la misma reacción que él ante la miseria y el hedor. Los ojos grandes y curiosos de vacas, ovejas, cabras y burros los miran pasivamente bajo el leve parpadeo de unas pocas lámparas. Balos y mugidos vacilantes los saludan mientras José guía con cuidado a María entre montones de estiércol.

—Aquí hay suficiente madera —dice, sorprendido por su aspecto ceniciento—. Puedo preparar algo para ti.

—No hay tiempo. Los dolores vienen más rápido.

—Está bien. Podemos hacer esto. Intenta encontrar un lugar donde puedas sentarte en esta manta mientras te preparo algo. Y yo limpiaré, ¿está bien?

Ya habrá oscurecido para cuando el joven pastor asalariado Simón regrese al redil, pero el hambre lo carcome. A pesar de lo que ha soportado, la lectura del sacerdote lo ha animado y, mientras conduce al cordero defectuoso, recuerda el resto del pasaje del profeta Isaías. Lo recita:

«Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán. El cojo entonces saltará como un ciervo, y la lengua del mudo gritará de júbilo, porque aguas brotarán en el desierto y arroyos en el Arabá. La tierra abrasada se convertirá en laguna, y el secadal en manantiales de aguas; en la guarida de chacales, su lugar de descanso, la hierba se convertirá en cañas y juncos».

En la oscuridad de la noche, Simón llega a la colina donde el rebaño descansa durante la noche. Joram, Natán y Aarón están sentados junto a una pequeña fogata, disfrutando de su cena. Se ríen, relatando abiertamente su tiempo en el mercado. Aarón dice: —Sí, bueno, la próxima vez me limpiaré las manos con su túnica. ¡Se desmayará!

Natán hace un gesto con un pedazo de pan.

—Un fariseo es tan tacaño, que cuando escribe su testamento ¡se designa a sí mismo como único heredero!

—¡Y no hereda mucho! —dice Aarón.

Joram se gira cuando Simón llega a la luz de la fogata. Algunas luces cuelgan de la tienda, dando también luz.

—¡Eh! ¡Por fin! ¡Ha vuelto!

—Hola, Simón —dice Natán.

—¡Quédate con las ovejas! —desafía Joram.

—Es un inútil —dice Aarón—. ¿Por qué no se deshacen de él?

—Es un buen chico —Joram se encoje de hombros—. Seguro que quiere algo de comer.

—Aarón hizo la cena hoy —dice Natán—. ¡Así que no ha cocinado nada!

Mientras Joram se ríe, Aarón dice: —La comida es buena. Es una receta de mi abuela, ¡así que no digas nada!

—Por eso tu abuelo se fue —dice Joram, y Natán se ríe a carcajadas. Simón devuelve con poca energía a la oveja con su madre y observa mientras se tumban en el pasto. Cuando se dirige hacia los demás de nuevo, ve que su tobillo ha empeorado, y apenas lo puede mover. Los otros tres ancianos aún siguen hablando del día.

—Desearía que esa mujer no se hubiera ido del pozo —dice Natán.

Aarón asiente, con los ojos mirando a la distancia.

—Era muy bella.

—Muy bonita, muy bonita —dice Joram.

Simón se apoya sobre su muleta.

—¿Puedo comer algo ahora?

—Con nosotros no —responde Aarón meneando negativamente la cabeza—. Llévate allí tu plato —y señala a los rebaños.

—Después de lo que ha ocurrido esta mañana —dice Joram—, dormirás esta noche con las ovejas.

—Y esta vez presta atención —le dice Aarón.

Joram señala a Simón.

—Cuidado con los lobos.

Natán menea un bocado de comida en la palma de su mano.

—Cuidado con el fariseo… puede que venga a buscarte a ti.

Simón agarra una antorcha y la pone en el fuego hasta que prende una llama.

—Un romano se llevó ayer otra oveja —dice Aarón a los demás. Agradecido por no tener que intentar hablar con el nudo en la garganta, Simón se aleja con su plato. Natán lo llama.

—¡Simón! Están hablando otra vez sobre los romanos.

—¡La cocinó delante de mí! —dice Aarón—. ¡Toman lo que quieren!

Joram menea su cabeza.

—Hablemos de otra cosa.

Simón camina fatigosamente por un terraplén cubierto de hierba hacia un arroyo, jadeando, y cada paso le requiere un mayor esfuerzo. Nunca se ha sentido tan solo. Pone su plato sobre una roca y camina por el agua hacia las superficiales aguas pantanosas, clava su antorcha en el barro, y se inclina lentamente para lavar su brazo herido en el arroyo, enjuagándolo con cuidado. Por encima de él, los otros tres se han quedado en silencio, y lo único que escucha son los golpecitos de sus palos atizando el fuego.

—El bebé necesitará un lugar para dormir —dice María.

—¿Qué? —replica José.

—Cuando llegue, necesitará un lugar donde recostarse. Tú haces mi cama. Yo haré la suya.

—Ya pensando como madre, ¿eh?

José no encuentra ni un metro cuadrado en el suelo que no esté cubierto de estiércol. Encuentra una pala y rápidamente comienza a despejar un lugar donde pueda esparcir heno y una manta. Mientras tanto, María, claramente apurada por su angustia, limpia con agua un pequeño comedero y lo cubre con paja. Trabajando principalmente con una mano y la otra puesta sobre su estómago, María dobla y extiende una manta en el pesebre. Una cabra mete la nariz sobre una barandilla de madera y ella se acerca para apartarla. Hace una mueca y gime.

María presiona el dorso de su mano contra su frente.

—Mi alma engrandece al Señor —susurra—. Y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador, porque ha mirado la humilde condición de su sierva.

José deja de palear y se endereza.

—¿Qué es eso? —pregunta él.

—¿Qué?

—¿Qué estás diciendo?

—Oh nada…

—¿Es un cántico de David? Nos vendría bien uno ahora mismo.

—No, lo siento, es… solo algo para mí.

Él vuelve al trabajo rápidamente.

—¿Un poema que creaste?

—Sí, pero…

—¿Cuándo?

—Hace varios meses.

—Me encantaría oírlo.

Ella parece cohibida y niega con la cabeza.

Simón deja a un lado su muleta y se desliza para sentarse junto a su plato. Cansado, sigue peleando por contener las lágrimas. Su herida le hace sentir sucio, y está demasiado cansado para comer. Con su antorcha iluminando el agua, le sorprende encontrarla turbia. En la luz del día, el arroyo había estado claro.

De repente el aire se calma, y las ovejas, las aves y los insectos se quedan en silencio. Cuando el viento vuelve a soplar, las ovejas se ponen de pie. Las ramas se balancean, las hojas aletean y la antorcha de Simón se apaga. Él echa una mirada hacia arriba en la colina, donde Joram, Natán y Aarón se esfuerzan por ponerse de pie, sosteniendo sus túnicas ante el viento. El fuego y las luces colgantes de las tiendas se apagan, y los tres desaparecen de su vista, hasta que el cielo se llena con una luz más brillante que la luz del sol del mediodía. Los hombres caen de rodillas, Joram se postra con su rostro en el suelo, Natán y Aarón miran fijamente con los ojos como platos, y boquiabiertos.

Un ángel aparece entre ellos, y lo que Simón solo puede describir como la misma gloria de Dios brilla a su alrededor. No se puede mover.

El ángel dice: —No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.

Soñando, repite Simón para sí mismo. Estoy soñando. ¡No puede estar sucediendo esto! ¿Este día? ¡En el transcurso de mi vida!

El ángel continúa: —Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

De repente, aparece junto al ángel una multitud de las huestes celestiales, alabando a Dios y diciendo: —Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.

José mira hacia el horizonte.

—María, ¿estás viendo esto? —Él pasa junto a ella para contemplar el cielo a lo lejos, irradiando luz y color—. ¿María? ¡María!

Ella jadea y él se gira y la encuentra aterrorizada, con el líquido cayendo a chorros por sus pies.

—¡José, es hora!

Apenas capaz de respirar, corre hacia ella.

—¡Ven! Te tengo. Ven, siéntate.

—¿No deberíamos pedir ayuda? ¡Nunca has hecho esto antes! ¿Quizá la esposa podría venir a ayudar?

—No, no hay tiempo. Podremos hacerlo.

Él se acerca para acostarla.

Mientras él la coloca sobre la manta, ella grita: —¡No, no, no! ¡No quiero que me veas así!

—María, mírame.

—¡No, no, no, puedo esperar! —dice ella, mirando a lo lejos, como si no se diera cuenta de su presencia—. Ve a buscar a alguien.

—No mires hacia allá, María. Mírame.

Con lo que está pasando en su interior, quiere ser para ella todo lo que necesita. Claramente aterrorizada, ella lo mira a los ojos.

—No estamos solos —le asegura.

—Estoy tan asustada.

—Oye, recuerda lo que dijo tu mensajero, lo primero que dijo tu mensajero. Fue lo mismo que me dijo mi mensajero, ¿recuerdas?

Ella asiente.

—No tengas miedo.

—¡No tengas miedo!

Ella parece forzar una sonrisa.

—Te amo.

Él presiona su frente contra la de ella.

—Te amo.

—Gracias por cuidar de mí —solloza—. Eres un regalo de Dios para mí.

—«Él ha sido nuestra ayuda» —recita José— «y a la sombra de sus alas cantaremos de alegría». Un cántico de David.

—Sí.

—¿Puedo escuchar el tuyo ahora?

Ella se ríe a pesar de todo.

—Ahora no.

Ella gime.

—Ya sé, ya sé. Ya es hora, ¿no?

—Sí.

Él dobla un paño y lo sumerge en el recipiente con agua, frotándole la cara mientras ella gime.

—Está bien. Estoy contigo.

Y en una noche húmeda, el sudor corriendo por el rostro de ambos mientras ella grita, José trae al mundo al hijo de Dios. Las lágrimas de María corren por sus mejillas, mientras él corta y ata el cordón, y le entrega el bebé. Mientras ella limpia al niño con un paño, José saca una bolsa de cuero de su túnica y vierte sal en el agua, sumerge sus dedos y la ayuda a limpiar al bebé. La sal endurecerá la piel aterciopelada del bebé, pero también afirma simbólicamente que el niño es el hijo legítimo de José. El carpintero ya ha soportado la vergüenza y el desdén para reclamar al bebé como suyo. Él nunca flaqueará.

María envuelve al niño en pañales y lo mece, mirando asombrada a José.

—¿Estás mejor? —pregunta él—. ¿Te parece esto cómodo?

Él lo sabe mejor, por supuesto. ¿Qué tan cómodo puede ser? Pero ella le sonríe con cansancio.

—Sí, gracias.

—¿Todavía sientes dolor?

—Sí, pero, eh, la manta debajo está ayudando.

Se miran y sacuden la cabeza, y José siente tal alivio que todo lo que puede hacer es recostarse y reír.

—¡Oh, no sé cómo hiciste eso! ¡Siento que mi corazón va a explotar!

—Oh, no me hagas reír —dice María—. Me duele reír.

Igual de rápido que habían llegado, los ángeles ya no están. Simón se esfuerza por ponerse de pie y oye a sus compatriotas reírse como niños. Sabe que ellos, al igual que él, irán de nuevo a Belén lo más rápido que puedan.

Simón hinca su muleta en el suelo y se impulsa desde el arroyo hasta la falda de la colina, y comienza a correr. Parece haberse olvidado de su tobillo lastimado, corriendo como lo hacía cuando estaba bien. Y mientras más rápido va, más va perdiendo de su vendaje harapiento hasta que su pie izquierdo queda descalzo. Enseguida arroja la muleta y siente como si estuviera volando hacia la ciudad.

¿Qué estarán pensando los otros? Les ha molestado durante días, entreteniéndolos con su fascinación por las profecías antiguas y sus preguntas a los fariseos. Pero más aún, ¿qué pensarán de su imposibilidad de alcanzarlo? Simón les ha retrasado durante mucho tiempo.