The Chosen – Y yo les daré descanso - Jerry B. Jenkins - E-Book

The Chosen – Y yo les daré descanso E-Book

Jerry B. Jenkins

0,0

Beschreibung

Para los fariseos, Jesús es un blasfemo. Para las autoridades romanas, es una amenaza para su gobierno y orden. Pero, para las masas, es un sanador milagroso y un maestro profundo. En este tercer libro de la serie The Chosen [Los elegidos], vemos a Jesús sanando a los enfermos, predicando el Sermón de la Montaña, alimentando a los cinco mil y resucitando a los muertos. Observamos a sus enemigos cada vez más decididos a silenciarlo. Y vemos a sus muy humanos discípulos luchando con sus propias preguntas e inquietudes, creyendo, pero aún sin comprender a su Mesías. Basado en la aclamada serie de video The Chosen, la historia más sorprendente jamás contada, la vida de Jesús, alcanza una narrativa fresca y nueva del autor de éxito de ventas del New York Times, Jerry B. Jenkins.  

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 457

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



MÁS ELOGIOS PARATHE CHOSEN:

Y YO LES DARÉ DESCANSO

Y yo les daré descanso me hizo llorar del mismo modo que lo hace la obra del hijo de Jerry, The Chosen, lo cual debería causar que los pañuelos de papel sigan subiendo su valor en la bolsa. No digas que no te lo advertí.

Mark Lowry, cantante, humorista

Y yo les daré descanso hace que la historia de Jesús y sus seguidores cobre vida de un modo nunca antes visto. Al imaginar historias de fondo plausibles de personajes muy conocidos, Jerry nos permite vernos a nosotros mismos en ellos y llevar nuestros propios defectos a Cristo y acercarnos más a Él. La serie de video y estas novelas bien pueden dar entrada a un avivamiento global de amor por Cristo y movernos a amar a los demás como Él nos ama.

Terry Fator, cantante, ventrílocuo/imitador y ganador de America’s Got Talent

Si alguna vez te has preguntado cómo podría haber sido ser un amigo o un familiar de los doce discípulos de Jesús, Y yo les daré descanso, de Jerry Jenkins, te transportará a las mentes de los primeros seguidores de Cristo. Recordarás su humanidad e incluso podrías verte reflejado a ti mismo a medida que buscas seguir a Aquel que sigue cambiando vidas de modo radical hoy día.

Gary D. Chapman, autor de Los cinco lenguajes del amor

Una obra de ficción que amplía las historias bíblicas es exitosa cuando nos lleva de nuevo a la Palabra de Dios. Y la nueva novela de Jerry Jenkins dibuja un hermoso retrato tras bambalinas de las primeras personas cuyas vidas fueron transformadas por Jesús. Me conmovió especialmente la conversación imaginada entre Jesús y uno de sus seguidores con discapacidad que no recibió sanidad. Las palabras escogidas para este emotivo diálogo me tocaron de un modo profundo y poderoso. Porque, como este discípulo, también yo le he pedido a mi Salvador que me sane del dolor crónico. Y esta escena comunica el hecho asombroso de que Jesús, en todo su amor y bondad, a menudo escoge no sanar a personas. ¿Por qué? Bien, tendrás que leer esta novela para encontrar la respuesta. Pero ten a mano pañuelos de papel; tu corazón será conmovido.

Joni Eareckson Tada, Joni and Friends International Disability Center

Las historias de la vida y ministerio de Jesús en el Nuevo Testamento son algunos de los pasajes de la Biblia más alentadores y reveladores. Con Y yo les daré descanso, Jerry Jenkins nos ha dado una vez más una historia que llevará a los lectores de nuevo a la belleza de Cristo como se revela en la Escritura.

Jim Daly, presidente y presidente ejecutivo de Enfoque en la Familia

Y yo les daré descanso me conecta de nuevo a Jesús. Y, ¡ah, qué Salvador es Él!

Ernie Haase, tenor nominado a los Grammy y fundador de Ernie Haase and Signature Sound

Bien, Jerry Jenkins lo ha vuelto a hacer en su tercera proposición en esta serie. La profundidad de emoción que él capta en quienes rodean a Jesús solamente profundiza aún más nuestra comprensión de lo que Jesús atraviesa en este periodo más intenso y lleno de tensión de su ministerio. Estuvimos enganchados desde la primera página, y al final nos quedamos deseando que llegue más. Si te gusta ver la serie The Chosen, esta novela es lectura obligada.

Al & Phil Robertson, autores y copresentadores del podcast The Unashamed

Y yo les daré descanso

Edición en español, © 2023 por The Chosen, Inc.

Publicado en inglés con el título And I Will Give You Rest, copyright © 2023 por The Chosen, Inc.. Todos los derechos reservados.

Un libro de Focus on the Family (Enfoque a la Familia) publicado por BroadStreet Publishing.

Enfoque a la Familia junto con su logo y diseño son marcas registradas de Focus on the Family, 8605 Explorer Drive, Colorado Springs, CO 80920.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o de otro tipo) sin el permiso previo por escrito de Focus on the Family.

A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico ha sido tomado de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. / Las escrituras marcadas como «NVI» son tomadas de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.

Editores de la versión inglesa: Larry Weeden y Leilani Squires

Diseño de portada: Michael Harrigan

Los diseños de “The Chosen” y la “School of Fish” son marcas registradas de The Chosen, LLC, y son usadas con permiso.

Traducción, adaptación del diseño y corrección en español por LM Editorial Services | lmeditorial.com | [email protected] con la colaboración de Belmonte Traductores y produccioneditorial.com (tipografía).

ISBN: 9781424568109 (tapa rústica)

e-ISBN: 9781424568116 (libro electrónico)

Impreso en China / Printed in China

23 24 25 26 27 * 5 4 3 2 1

A Greg Thornton

Basada en The Chosen (Los elegidos), una serie televisiva de varias temporadas creada y dirigida por Dallas Jenkins y escrita por Ryan M. Swanson, Dallas Jenkins y Tyler Thompson.

NOTA

La serie The Chosen fue creada por personas que aman la Biblia y creen en ella y en Jesucristo. Nuestro deseo más profundo es que indagues por ti mismo en los Evangelios del Nuevo Testamento y descubras a Jesús.

Índice

Parte 1 Regreso a casa

Capítulo 1«No me llames Abba»

Capítulo 2Lágrimas

Capítulo 3La partida

Capítulo 4Las cosas difíciles

Capítulo 5Tiempo de descanso

Capítulo 6Jairo

Capítulo 7Huéspedes

Capítulo 8Las mujeres

Capítulo 9«Algo solo para ti»

Capítulo 10Apartado

Capítulo 11La bodega

Parte 2 De dos en dos

Capítulo 12Emperador de lo obvio

Capítulo 13Restitución

Capítulo 14Nuevo trazado

Capítulo 15El anuncio

Capítulo 16«Estudiando»

Capítulo 17Seguido

Capítulo 18Amor es amor

Capítulo 19En todas direcciones

Capítulo 20Las tareas

Capítulo 21La puerta dorada

Parte 3 «Médico, sánate a ti mismo»

Capítulo 22La caja

Capítulo 23Viejos amigos

Capítulo 24Rumores

Capítulo 25Yo soy

Capítulo 26Hoy no

Parte 4 Limpio

Capítulo 27Enviados

Capítulo 28Lodo

Capítulo 29Discreción

Capítulo 30El reencuentro

Capítulo 31El susto

Capítulo 32El negocio

Capítulo 33Tensión

Capítulo 34Sangre

Capítulo 35Abandonar

Capítulo 36La visita

Parte 5 Intensidad en el campamento de tiendas

Capítulo 37La pérdida

Capítulo 38Preparativos

Capítulo 39Un esfuerzo

Capítulo 40Legado

Capítulo 41Un médico diferente

Capítulo 42Negociación

Capítulo 43La búsqueda

Capítulo 44Un toque

Capítulo 45Corderito

Capítulo 46Nadando

Parte 6 ¿Por qué?

Capítulo 47Conocidos estratégicos

Capítulo 48El hierro afila el hierro

Capítulo 49Reprensión

Capítulo 50Complicaciones

Capítulo 51La confrontación

Capítulo 52El encuentro

Capítulo 53La solución

Capítulo 54Interrupción

Capítulo 55Sin armas

Capítulo 56La pregunta de Juan el Bautista

Capítulo 57Ya es hora

Capítulo 58Injusto

Parte 7 Peligro

Capítulo 59Purim

Capítulo 60Matanza

Capítulo 61Desafiados

Capítulo 62El regreso

Capítulo 63Charlatán

Capítulo 64Negocios

Capítulo 65Intruso

Capítulo 66La explicación

Capítulo 67Flecos de oración

Capítulo 68Tienes que ser tú

Capítulo 69La reprensión

Capítulo 70La amenaza

Capítulo 71Refugiados

Capítulo 72La caminata

Parte 8 Aguas profundas

Interludio

Capítulo 73Fe

Capítulo 74Edén

Capítulo 75Rodeado

Capítulo 76El relato de Nasón

Capítulo 77El dilema

Capítulo 78La hora de Dios

Capítulo 79Cinco panes y dos peces

Capítulo 80El milagro

Capítulo 81La visita

Capítulo 82Impuntuales

Capítulo 83Descanso

Epílogo

Reconocimientos

«No juzguéis

para que no seáis juzgados.

Porque con el juicio

con que juzguéis, seréis juzgados;

y con la medida

con que midáis, se os medirá».

MATEO 7:1-2

PARTE 1

Regreso a casa

Capítulo 1

«NO ME LLAMES ABBA»

Capernaúm, 24 d. C.

Mateo teme el día que hay por delante.

Una joven promesa dentro de la autoridad romana bajo el pretor Quintus, ha visto cómo se ha ampliado su esfera de autoridad. A pesar de ser el recaudador de impuestos más joven en su pueblo natal, ahora está a cargo de imponer sanciones a cualquier ciudadano judío que no pague sus tributos a Roma. Es conocido por su agudeza empresarial y la capacidad de exprimir hasta el último siclo a quienes están en su distrito. Mateo ha aprendido rápidamente todos los trucos de su profesión.

Para apuntalar incluso su lucrativo salario, se embolsa todo lo que pueda recaudar en exceso de lo que en realidad se le debe a Roma. Cuando quiere insinuar una obligación más elevada a otros judíos que tienen más juicio, sugiere que el cumplimiento les permitirá tener un respiro en el futuro, no en la cantidad que él espera sino tal vez en el periodo de tiempo que se les dé para pagar. Maneja con cuidado los recursos para mantener satisfecha a Roma a la vez que duplica sus ingresos en el largo plazo.

Tales prácticas han permitido a Mateo tener su mansión en el barrio más exclusivo del pueblo, sin mencionar la más elegante vestimenta, calzado, fragancias, y joyas. La ironía de todo eso es que acepta con entusiasmo la envidia de sus conciudadanos, mientras que su propia rareza le procura cierta invisibilidad. Él sabe que no entiende la sutileza del sarcasmo y del humor cruel, pero entiende plenamente el desprecio que le muestran dondequiera que es reconocido, pues llega en forma de maldiciones y saliva. Mateo no puede recordar la última vez que fue recibido con una sonrisa. Vive para la insinuación de admiración que proviene de los romanos, que menean sus cabezas con cierto asombro ante lo que él es capaz de exprimir a su propio pueblo.

Mi propio pueblo, piensa. Aparte de algunos otros recaudadores de impuestos, no tiene ningún amigo entre los judíos. Ellos lo consideran claramente el convenenciero y traidor supremo, un garrote financiero. No es suficiente con sufrir el puño de hierro de Roma. No. Ese puño lo lanza ese joven extravagante y con cara de niño, hijo de Alfeo y Eliseba, judíos tan devotos que por años lo llamaron Mateo Leví, convencidos de que algún día él honraría al único Dios verdadero como sacerdote entre su pueblo.

Mateo rápidamente desengañó a sus padres de esa idea cuando era más pequeño y estaba en la escuela hebrea. Incluso entonces era denigrado por muchachos de su edad que podrían haber sido, deberían haber sido, sus compañeros. Sin embargo, él era más delgado que la mayoría, demostraba cualquier cosa menos destreza atlética, y corría (cuando lo hacía) con paso titubeante y torpe. Solamente observaba a los otros armar pelea, sin tener ningún interés en embarrar su túnica o soportar burlas acerca de sus idiosincrasias.

Incluso él mismo no entendía su obsesión por la precisión y el orden. Sus rollos, su papel, sus instrumentos de escritura, y otros objetos similares tenían que estar ordenados delante de él en la mesa. Su aparente afinidad sobrenatural por los números y los cálculos hacían de Mateo lo que los otros llamaban la mascota del rabino. Y, mientras ellos memorizaban concienzudamente la Torá, a él lo adelantaron a clases de matemáticas con estudiantes de más edad.

De algún modo entendía que, aunque los de su propia edad no querían admitirlo, tenían que envidiarlo incluso si no lo aceptaban. Pues bien, él se lo demostraría, los dejaría en el polvo. Y, aunque su capacidad para inducir el desprecio de sus compatriotas se extendía hasta su carrera estelar como recaudador de impuestos, se decía a sí mismo que cambiaría la riqueza y la posición por aceptación cualquier día dado. Incluso sus devastados padres tenían que reconocer su logro tan singular, ¿verdad?

Sin embargo, hoy, mientras soporta su rutina matutina irritante, hay más preocupaciones en su mente que la de simplemente esperar evitar cuantas malas caras y maldiciones de sus compatriotas judíos sea posible. Elegir su vestimenta, sus joyas y su fragancia requiere el usual toque de cada pieza antes de decidir cuáles escogerá cada día, y todo el tiempo va ensayando cómo manejará su tarea arriesgada.

Hoy es el día que deja cerrada su caseta de impuestos y hace las rondas de los hogares que están demorados en sus pagos. Llevará con él al centurión Lucio, uno de los asistentes más amenazantes de su propia guardia. La mera presencia de Lucio intimida a la mayoría para pagar de inmediato. Malhechores que normalmente podrían intentar avergonzar a Mateo por servir como perrito faldero de los romanos, tienden a sujetar la lengua cuando se encuentran con el soldado.

Aunque el día de recaudar impuestos demorados es siempre extraño y agotador, también puede demostrar ser lucrativo. Sin embargo, nada acerca de este día es atractivo para Mateo, pues ha programado su caso más difícil en primer lugar. Y, para este caso, ha asignado a Lucio la tarea de acercarse y demandar lo que se debe. Mateo estará mirando desde cerca, pero sin ser visto.

—Yo me encargo —le dice Lucio a Mateo—. Me encanta este tipo de trabajo.

—Solo encárgate de que pague; hoy.

—Ah, pagará, de un modo o de otro.

Mateo le muestra al soldado el nombre en su cuaderno y señala a la casa. Vestido de rojo resplandeciente, Lucio da largas zancadas hacia la casa, con su metal resonante y su cuero atrayendo miradas de otros que pasan por la calle. Separa sus pies y llama con fuerza cuatro veces.

—¡Ya voy!

Cuando se abre la puerta, la mirada de curiosidad del residente se convierte en un escalofrío. Antes de que el hombre pueda decir palabra, Lucio grita.

—¿Alfeo bar Joram?

—Sí —logra decir el hombre, con un tono incierto.

—Han pasado veinte días de demora desde tu fecha de pago del tributo de este trimestre. Tu recaudador ha pasado tu caso a la oficina romana. ¿Puedes pagar tu sanción ahora?

Alfeo se ha puesto pálido.

—Yo… yo solicité una prórroga en el mes de…

—Tomaré eso como un no. Por decreto de Quintus, honorable pretor de Capernaúm, debo llevarte bajo custodia.

Mateo se pone pálido. No había esperado que Lucio pasara a tal agresión con tanta rapidez. Seguro que Alfeo encontrará rápidamente el modo de pagar.

—Lo siento mucho —dice Alfeo—. No me di cuenta…

Lucio se quita una tira de cuero de su cinturón.

—¡Voltéate!

Eso bastará, decide Mateo.

—Señor —se queja Alfeo—, no me di cuenta. ¿Puedo solicitar una prórroga de solo cinco días?

Desesperado a esas alturas, Mateo mantiene la esperanza de que Lucio le otorgará la petición. Cinco días no son nada. No es como si el hombre fuera un criminal.

Pero Lucio agarra a Alfeo por el brazo. Y desde dentro se escucha la voz lastimera de una mujer.

—Alfeo, ¿quién es?

¡Oh, no!, piensa Mateo. Esto se está descontrolando.

—¡Todo va bien, Eliseba! —grita Alfeo, consiguiendo en cierto modo parecer más seguro de lo que se ve.

—Por favor, te ruego… —susurra a Lucio.

Lucio tira de Alfeo desde la puerta y lo empuja contra el marco.

—¡Adonai en los cielos! —clama Alfeo.

—Adonai no está aquí —responde Lucio, comenzando a atar las manos de Alfeo a su espalda.

Eso es más de lo que Mateo puede soportar, y se acerca rápidamente.

—Yo puedo zanjar esto, Lucio. Realmente hubo un error.

Lucio parece sorprendido y perplejo.

—¿Qué quieres decir? Me dijiste que…

—Lo sé, pero me he dado cuenta de que se calculó mal el tiempo. Yo lo arreglaré. Gracias.

—¿Tú lo calculaste mal? ¡Eso nunca ha sucedido!

—Me dieron información imprecisa, pero ahora está corregida. Yo me ocuparé. Sería mejor que tú vayas a la casa siguiente, y nos veremos en la caseta en una hora.

Lucio mira con furia a Alfeo, menea la cabeza ante Mateo, y se aleja fatigosamente.

Alfeo entrecierra sus ojos ante Mateo.

—¿Ahora eres tú mi…?

—No es prudente hablar de eso ahora, Abba. No hay mucho tiempo.

—Primero, la vergüenza de tu decisión, ¿y ahora tú eres mi recaudador?

—¿Mateo? —dice Eliseba desde la puerta— ¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Tu hijo es nuestro publicano! —dice Alfeo.

—Mateo, no —dice ella cubriéndose la boca.

—¡Envió a un soldado a tu casa! —añade Alfeo.

—Lo siento —dice Mateo rápidamente—. No quería que lo supieran. Yo no escogí este distrito.

—¡Tú escogiste este trabajo! —grita Alfeo—. Los romanos nunca te obligaron a hacerlo. Tú escogiste aplicar. Tú escogiste traicionar…

—Contrariamente a ti, Abba, escogí un futuro seguro —Mateo lamenta esas palabras en cuanto salen de su boca.

—Eres llamado a confiar en Adonai con todo tu corazón —dice su madre—, y no apoyarte en tu propia prudencia y entendimiento.

—¡He confiado! —dice Mateo—. Pero ¿puedes decir una cosa que Adonai haya hecho por nuestro pueblo en cien años? ¿Y en quinientos?

—Un traidor y un blasfemo —añade Alfeo.

¿No entienden que tengo su destino en mis manos?, piensa Mateo.

—Bueno —dice entonces—, le debes a tu gobierno dos meses de tributo.

Alfeo aprieta sus labios.

—Haré un pago al final de la semana.

—Tienes dos pagos de demora. Esperaba que Lucio te convenciera, pero yo no seguiré protegiéndote.

—¡No quiero tu protección!

¿Cómo puede decir eso? Pues bien, si es así como lo quiere…

—Entonces tienes veinticuatro horas, Abba.

—No me llames Abba.

—Alfeo, por favor… —dice Eliseba.

Mateo sabe que debería haber visto venir la situación, pero aun así duele.

—¿Qué?

—Eli —dice Alfeo—, cubre las ventanas y ponte el velo. Hare-mos la Shiva por siete días.

—¿La Shiva?

—No tengo ningún hijo —añade Alfeo a la vez que guía a su esposa sollozante al interior y cierra la puerta de un portazo.

Capítulo 2

LÁGRIMAS

La planicie de Corazín

Siete años después

Hasta donde sabe, los padres de Mateo todavía no lo han perdonado, y mucho menos lo han aceptado. Por lo que él sabe, sigue siendo un huérfano ante los ojos de su padre. Por eso, las palabras de Jesús, el hombre a quien ha entregado toda su vida y su futuro, parecen inundarlo, limpiando cada fibra de su alma.

Su rabino y maestro habla a una multitud inmensa que cubre el monte, predicando un sermón que el exrecaudador de impuestos se siente privilegiado de haberlo ayudado a practicar. Va diciendo las palabras junto con su rabino. «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás” y: “Cualquiera que cometa homicidio será culpable ante la corte”. Pero yo os digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte».

¿Qué hay en este hombre que le permite hablar con tal autoridad y compasión? Es todo lo que Mateo puede hacer para asimilarlo.

Jesús continúa: «Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar».

Mateo tiene un nudo en la garganta. Jesús está hablando para sanar su pasado y ofrecer esperanza para el futuro.

«Y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda».

Mateo se pregunta cómo los otros seguidores del Mesías estarán respondiendo a esas palabras. No puede apartar su mirada de Jesús.

Judas nunca ha oído nada parecido. Se encuentra tan inmerso en el mensaje de Jesús, en su enfoque, incluso en su forma de darlo, que hace que la profesión de Judas palidezca en comparación. Nunca antes había soñado ni siquiera con dejar la lucrativa empresa que tiene junto con su socio, ¡pero de repente se siente tentado a echar su suerte con este nombre! ¿Me he vuelto loco? El grupo de seguidores de Jesús parece no tener nada. ¿Cómo comen? Parece que necesitan ropa nueva.

«Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué come-réis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis…».

¿Está hablando este hombre directamente a Judas, de algún modo siendo capaz de leer su mente?

«¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?».

¿No lo valgo yo? ¡Cómo anhela Judas que lo consideren de ese modo!

Tamar, la egipcia, no alberga duda alguna acerca de la identidad de este maestro. Sabe sin ninguna duda que es el Mesías, porque lo ha visto hacer milagros. Lo vio no solo acercarse y tocar a un leproso, sino realmente abrazarlo. ¡Y lo sanó al instante! Por eso, insistió a sus amigos en que llevaran a un amigo paralítico y lo bajaran por el tejado de una casa para llevarlo ante Jesús. El rabino también lo sanó, incluso delante de fariseos que lo llamaron blasfemo y pecador.

«¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?».

Esa obviedad también asombra a Andrés, que no puede negar que está ansioso por casi todo, especialmente desde que abandonó a su primer rabino, Juan el Bautista, que está encarcelado. Andrés teme por la vida de Juan, por la vida de su propio hermano Simón, por Jesús, por sí mismo.

«¿Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de estos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?».

¿Me está mirando Jesús a mí? ¿Soy yo un hombre de poca fe?

María de Magdala, aunque fue liberada, redimida y perdonada, no puede evitar desesperarse por su propia falta de fe; no en Jesús, pues no tiene dudas sobre él; sin embargo, sigue sin confiar en sí misma. ¿Por qué no pudo evitar alejarse, incluso después de todo lo que Jesús hizo por ella?

«Por tanto, no os preocupéis, diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿qué beberemos?” o “¿con qué nos vestiremos?”. Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas estas cosas. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas».

Eso es todo lo que quiero: el reino del que habla Jesús.

El joven fariseo Yusef no siente otra cosa sino conflicto interior, sudando bajo el sol y escuchando a este hombre que no ha causado otra cosa sino problemas a su mentor y rabino Samuel. Sin embargo, Yusef mismo ha sido testigo de cosas que le hacen cuestionar todo lo que le enseñaron. Ha visto a este predicador hacer milagros, o al menos realizar trucos que parecen milagrosos. Y ahora habla con tal certeza como si realmente pudiera ser el elegido, el… no, no puede ser, ¿verdad?

Yusef desafió a Jesús de Nazaret debido a cosas que había dicho y hecho y, sin embargo, en cierto modo siente cierta empatía por el hombre y sus seguidores. ¿Qué le está sucediendo? ¿Y ahora Jesús lo está señalando? Una cosa es confrontar a un hombre por afirmar ser alguien que no es, por trabajar el día de reposo, por atreverse a perdonar pecados; sin embargo, otra muy distinta es negar lo que te han mostrado tus ojos: una mujer transformada, y un hombre sanado.

«No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os medirá. ¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: “Déjame sacarte la mota del ojo”, cuando la viga está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano».

Se asignó a Santiago el Joven, Natanael y Tadeo la tarea del control de la multitud, aunque están totalmente sobrepasados en números. Sin embargo, esta multitud no necesita ninguna supervisión, porque todos parecen absortos en las profundidades que salen de este hombre sabio.

«Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas».

Mateo observa que María de Magdala está hecha un paño de lágrimas, al igual que varios de los discípulos de Jesús. La madre de Jesús se acerca calladamente y habla en un susurro.

—¿Cómo le va?

Mateo apenas si puede pronunciar palabra

—¿Qué… el bosquejo?

María asiente con la cabeza. Él echa un vistazo a su tablilla.

—Las palabras son las mismas, pero…

—Pero ahora él las está pronunciando.

Corren lágrimas por las mejillas de Mateo mientras escucha todas las bendiciones que Jesús otorga a sus oyentes, sin dejarse fuera ni una sola.

«Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.

»Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados.

»Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.

»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.

»Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.

»Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios.

»Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.

»Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.

»Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros».

Mateo anota en su tablilla que esta planicie debería ser conocida desde ahora como el monte de las Bendiciones. Pero, en cierto modo, eso parece muy poco refinado. Al final, estas declaraciones son demasiado profundas, demasiado conmovedoras, demasiado solemnes para referirse a ellas como meras bendiciones. Bienaventuranzas, decide Mateo. Algún día, cuando escriba su reporte global de todo lo que ha visto de Jesús, conmemorará este lugar como el monte de las Bienaventuranzas.

Capítulo 3

LA PARTIDA

El monte de las Bienaventuranzas

Los dos Simón, uno el expescador y el otro el exzelote al que ahora todos llaman Zeta, están de pie mirando y escuchando. Aquel a quien Jesús le dijo que ahora sería pescador de hombres se encuentra preguntándose lo que debe de pensar Zeta de esta enseñanza. El zelote aportó al grupo una mezcla única de habilidades, la mayoría de ellas diseñadas para el combate cuerpo a cuerpo cuando los judíos finalmente encontraran los medios para hacer frente a los romanos y derrocarlos. Ahora hay poca necesidad de las habilidades de Zeta, pero a Simón le sigue pareciendo una suma interesante a la mezcla.

Jesús continúa.

«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes bien, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa. Y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que desee pedirte prestado no le vuelvas la espalda».

No muy lejos se encuentra Aticus, un miembro veterano de la Cohortes Urbana, un cuerpo policial de élite establecido por César Augusto para actuar como jefes de policía o soldados investigadores. Ha estado siguiendo al Nazareno desde cierta distancia, vigilando a sus protegidos y escuchando meticulosamente, hoy más que nunca. Finalmente, este hombre, esta amenaza potencial para Roma, está haciendo público su manifiesto. Ah, ya lo ha hecho antes, entre sus discípulos y delante de multitudes pequeñas, y otras veces no tan pequeñas; sin embargo, solamente esta reunión muestra la magnitud, y el potencial, de la visibilidad y popularidad del vagabundo.

Aticus se pregunta si él es el único entre los miles que están allí que pensó en llevar provisiones. Eso no es nada nuevo para él, pues siempre lleva por lo menos una pieza de fruta. Sin embargo, si esto se alarga mucho más tiempo, va a necesitar algo más sustancial. Y, por las miradas de la multitud, todos van a necesitar algo.

Por el momento, sin embargo, todos parecen cautivados por las paradojas a las que recurre el predicador cuando establece puntos que parece que nadie ha planteado antes. Como este: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos».

En el nombre de Júpiter, Juno y Minerva, ¿a qué podría referirse este Jesús de Nazaret con esas palabras? ¿Amar a mis enemigos? ¿Orar por ellos? Ni en toda una vida.

De hecho, Aticus reprime una sonrisa solo con pensar en la agitación que podrían causar tales palabras. Y también en cuán equivocado está el pretor Quintus acerca de Jesús. La multitud parece estar en trance. Un hombre como éste podría ser peligroso. ¡Y qué artista! Si Aticus no fuera más listo, diría que los movimientos casuales del hombre entre la multitud mientras habla parecen ser una expresión genuina de afecto por ellos. Seguramente los está preparando para algo, pero ¿qué? ¿Una insurrección? El Nazareno realmente acaricia las mejillas de algunos y parece mirar profundamente a los ojos de otros.

«Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, orad de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal…”».

Bernabé el cojo apoya su muleta al lado de Shula, su amiga ciega. Están acompañados por Zebedeo y Salomé, los padres de Juan y Santiago el Grande, a quienes Jesús ha puesto el sobrenombre de Hijos del Trueno. Bernabé solamente puede imaginar su orgullo porque sus hijos estén relacionados con este orador que hace milagros.

Jesús continúa

«No os acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumulaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón».

Judas está más que intrigado. Está fascinado por este hombre magnético que deja de caminar y se queda quieto, con sus ojos aparentemente danzando por encima de la multitud tan colosal. Judas ha pasado la totalidad de su vida como joven adulto intentando acumular tesoros, tal como el maestro ha expresado de modo tan conmovedor. Es cierto, su corazón está en esos tesoros. ¿A qué otra cosa podría dedicarse? Sin embargo, Jesús claramente tiene a todas esas personas, todas ellas, en la palma de su mano.

«Y todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción. Por tanto, cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca».

Todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, repite Judas en su mente. Se pregunta: ¿qué quiere este hombre que haga yo? ¿Es su búsqueda de riquezas como una casa construida sobre la arena? ¿Podría estar dispuesto a abandonar la idea y seguir a este rabino? En cuanto se permite tener ese pensamiento, parece ampliarse en su interior, ¡y sabe exactamente lo que desea hacer! Hay algo tan dinámico, tan atrayente, tan extraño acerca de Jesús de Nazaret, que Judas no puede pensar en otra cosa que no sea seguirlo, llegar a ser parte de su círculo íntimo.

En el crepúsculo del día, aunque está entre miles de personas, Yusef se siente solo. Y está agradecido por eso. ¿Qué podría ser tentado a decirle a Samuel? ¿Podría camuflar sus verdaderos pensamientos, sus dudas, su intriga (tiene que admitirlo, aunque solo sea ante sí mismo) ante los pensamientos tan estremecedores que Jesús ha plantado? Qué asombroso que él entienda exactamente lo que Jesús intenta decir.

Las charlas que se producen alrededor de Yusef demuestran que otros están influidos de modo similar.

—¿Escuchaste alguna vez algo parecido? —pregunta uno a otro.

—No con esa clase de autoridad. Habló con autoridad verdadera; la suya propia, no de otra persona.—Sí, casi por encima de la Ley. ¿Es un revolucionario?

El otro, al observar las vestiduras farisaicas de Yusef, indica su amigo que baje la voz, y ambos inclinan la cabeza cuando pasan por su lado.

También pasan un cojo y una mujer ciega, recitando frases de Jesús.

—Dijo: Observad cómo crecen los lirios del campo —dice Bernabé—; no trabajan, ni hilan…

—Pero os digo —añade Shula— que ni Salomón en toda su gloria…

Yusef debe encontrar soledad, algún lugar donde meditar en todo eso. Ya no quiere oír nada más, decir nada más, solamente pensar. Debe regresar a su cámara en el bet midrash en la sinagoga, donde nadie lo interrumpirá y estará cerca de los rollos sagrados.

Judas ha tomado una decisión. Tiene una misión y debe decírselo a su socio, el hombre con quien consiguió sacar al dueño de su propiedad con engaños, y más adelante ayudó a los discípulos de Jesús a negociar por este lugar para que Jesús predicara su sermón. Finalmente, Judas lo ve, y muestra una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hadad! —le llama.

—¡Te perdí! —dice Hadad—. ¿Encontraste a esos hombres?

—Estuve con sus seguidores —dice Judas, asintiendo con la cabeza.

—¿Pudiste ver las caras de la gente? Nunca he visto una multitud tan conmovida. Eso de volver la otra mejilla y acumular tesoros en el cielo fue un poco ingenuo, ¡pero este hombre tiene talento!

La frase de los tesoros fue la que menos impresionó a Judas.

—No, nunca he visto nada parecido.

—¿Te imaginas que él venda para nosotros?

¿Vender para nosotros? ¿Piensa que este hombre es un charlatán?

—¿Hadad?

—¿Por qué no hicieron una colecta? ¡Podrían vivir como reyes!

Claro que podrían. Incluso un solo siclo por cada familia habría dado como resultado una fortuna; pero ese no era el punto, piensa Judas.

—Voy a unirme a ellos —dice.

—Vas a hacer ¿qué?

—Lo dejo. Abandono. Me voy con sus seguidores.

—¿Dónde?

—No lo sé. A los confines de la tierra.

Hadad se queda mirando fijamente, desconcertado, como si no pudiera creer que su amigo lo dice en serio.

—A todos los lugares donde este mensaje necesite ser oído —añade Judas.

La sonrisa de Hadad se congela.

—Te demandaré. No puedes…

—¡Renuncio a mis participaciones!

—¡Entonces lo demandaré a él!

Judas menea la cabeza, con ganas de terminar esa conversación y terminar también con Hadad.

—Nada que pudieras quitarle a él será de ningún valor para ti.

Judas se aleja, y entonces se detiene y se voltea ante la pregunta de Hadad.

—¿Y qué tiene él para darte a ti entonces?

El hombre más joven se queda mirando fijamente.

—Buena suerte, Hadad.

Capítulo 4

LAS COSAS DIFÍCILES

El monte de las Bienaventuranzas

Uno de los centuriones romanos más veteranos, el primi Ordine Gayo, está montado en su caballo, inmóvil mientras la multitud emocionada se dispersa conversando. Gayo asignó muchos hombres a este evento, decidido a evitar cualquier problema como lo que sucedió cuando una muchedumbre mucho más pequeña se juntó fuera de la casa de un viejo pescador en el gueto oriental. Allí habló este mismo hombre, pareció sanar a un hombre cojo de nacimiento, y creó lo que el jefe de Gayo, el pretor Quintus, describió como una estampida que demoró al enviado de Herodes e hizo quedar en mal lugar al pretor.

Pues bien, no había habido nada parecido a una estampida, pero sí, la multitud había aumentado y bloqueó la calle. Y lo último que Gayo necesita es cualquier semejanza de repetición de aquello. ¿Quién sabe lo que podría suceder con una multitud cien veces mayor?

Gayo se dijo para sí que ese día había acudido para supervisar a sus hombres, pero la verdad es que estaba allí para ver a Jesús de Nazaret en acción a mayor escala y, tenía que admitirlo, para echar un vistazo a cómo le iba a Mateo. Gayo había sido por varios años el guardaespaldas personal de ese hombre tan extraño, asignado por la Autoridad romana, cuando Mateo era recaudador de impuestos. El primi no podía negar que, a pesar de las peculiaridades excéntricas de Mateo, había desarrollado cierto cariño por el tipo.

Quintus había asignado a Gayo en una ocasión que arrestara a Jesús y lo llevara ante el pretor para interrogarlo. Lo había acompañado el Cohortes Urbana Aticus, a quien consideraba pomposo y condescendiente, justamente el tipo de hombre que el César parecía seleccionar para su propia brigada personal. Gayo no entendía por qué Roma necesitaba una unidad así cuando los centuriones eran perfectamente capaces.

Hablando del diablo. Aquí llega el mismo Aticus con toda su arrogancia. Gayo finge no verlo, y sigue mirando a la multitud. En verdad, no quiere lidiar con el hombre; quiere meditar en todo lo que ha visto y oído. Sería poco profesional admitir ante cualquiera que ha quedado extrañamente impresionado por el Nazareno. Pese a lo únicas e inquietantes que fueron muchas de las cosas que dijo Jesús, Gayo se identifica profundamente con ellas, y necesita tiempo para darles sentido.

Aticus se sitúa al lado del caballo de Gayo.

—¿Y bien? —pregunta.

Gayo continúa mirando fijamente adelante.

—Mmm —refunfuña. No tiene que mirar al urbana para sentir su sonrisa que lo sabe todo.

—Eso mismo pensé yo —dice Aticus—. Nos vemos en la mañana para nuestro reporte a Quintus.

—Mmm.

—Buena charla —dice Aticus, y añade una irritante risita por lo bajo mientras se aleja.

Judas apenas si puede contenerse. Camina hacia las cortinas, por las que ha salido Jesús hacia una plataforma de piedra improvisada. Y parece que él no es el único que espera poder hablar un momento con Jesús. Personas por todas partes preguntan a los seguidores de Jesús si el predicador regresará, si sigue estando cerca, si pueden conversar con él. Judas recurre a su memoria prodigiosa para intentar recordar los nombres de las personas a las que conoció muy brevemente. Ahí están los dos Simón explicando a la gente: «Por favor, el rabino está muy cansado», y «ya terminó por hoy», y «gracias por venir».

Los tres hombres más bajitos (Santiago el Joven, Natanael y Tadeo, aunque no recuerda quién es quién de los dos últimos) están comenzando a desmontar las telas y quitar las piedras. El Santiago más alto y su hermano (su nombre se le escapa a Judas por el momento) están dejando saber a los demás que Jesús ha convocado una breve reunión en unos minutos. Judas mira más allá de los hermanos hacia donde Jesús está de pie con su madre y una mujer más joven: la esposa de uno de los discípulos. Sabiendo que no debería incluirse en la reunión después, Judas decide que es ahora o nunca. Se arma de valor y se acerca con indecisión a Jesús y a las mujeres, esperando que el rabino al menos lo vea y lo reconozca, y así poder tener la oportunidad de expresar el impacto que el sermón ha causado en él.

Jesús se ve agotado, y su madre hace que se siente y le acerca un plato de comida. La esposa del discípulo está cerca, sosteniendo la tela color azul que Jesús llevaba puesta mientras hablaba. Judas titubea en interrumpir, especialmente ahora, pero tampoco quiere perder su oportunidad. Sin embargo, cuando comienza a acercarse le interrumpe el exrecaudador. Judas conoce a ese hombre, Mateo, del pasado. Conoce a muchos recaudadores de impuestos, e incluso él mismo solicitó ese puesto; pero le importaba demasiado lo que otros pensarían de él. Había otras maneras de ganarse la vida de modo lucrativo.

—Pude anotar muchas de las cosas nuevas que dijiste —dice Mateo mientras la madre de Jesús y la otra mujer se apartan un poco—, pero no todas.

Entre bocado y bocado, Jesús habla.

—Está bien. Las diré de nuevo. Podremos hablar de ellas.

—Sí reconocí algunas de ellas por mi estudio de las enseñanzas del rabino Hillel.

—Muy bien, Mateo —dice Jesús, con tono de cansancio.

—Cuando hablaste de reconciliarte con tu hermano, ¿podrías explicar lo que…?

—Mateo, hablemos de esto en otra ocasión, por favor. Tengo mucha hambre y tengo algunas cosas de las que conversar con nuestro nuevo amigo —dice Jesús mirando a Judas.

Entonces, me ha visto.

—¡Oh! —exclama Judas—. Lo siento. Puedo regresar en otro…

—No, en breve juntaré a todos, y me gustaría hablar contigo. Mateo, por favor, ¿puedes ayudar a Santiago el Grande y Juan a juntar a los demás?

Juan, sí, ¡ese era el nombre del hermano!

—¿Ahora mismo? —pregunta Mateo, claramente decepcionado.

—Mmm.

Mateo titubea y después se aleja. Jesús lo llama.

—Gracias por ayudarme.

Mateo sonríe.

—Sí, Rabino.

Jesús se mete un bocado en la boca y levanta la mirada hacia Judas mientras los discípulos comienzan a moverse hacia ellos.

—Entonces…

—Soy Judas de Keriot —dice él mientras se dan un apretón de manos.

—Shalom, Judas. Te vi antes de salir a hablar a la gente, y después observé que escuchabas con mucha atención durante mi sermón.

—Fue maravilloso —dice Judas, deseando poder ser más elocuente.

—Gracias. Natanael me contó brevemente la ayuda que nos brindaste, y que quizá estarías interesado en unirte a nosotros. Él no es fácil de impresionar.

Judas ubica cuál de ellos es Natanael.

—Estudié en el bet midrash —dice efusivamente—, pero mi padre falleció antes de que pudiera seguir a un rabino, así que me quedé en casa a trabajar. Me gustaría seguirte.

—¿Te gustaría?

—¡Mucho! Asistí a la sala de estudio.

Jesús sonríe.

—Te oí la primera vez. No requiero eso de mis seguidores. En realidad, tú serías uno de los pocos que lo han hecho. Solo pido lo que piden muchos rabinos: que busques ser como yo.

—Desde luego que sí.

—Pero eso será mucho más difícil conmigo que con otros rabinos, te lo aseguro. ¿Estás preparado para hacer las cosas difíciles?

¿Cosas difíciles? ¡Haría cualquier cosa!

—Creo que tú vas a cambiar el mundo, y quiero ser parte de eso. Quizá no podría ser un soldado en batalla, pero tengo habilidades comerciales y financieras, y quiero usarlas para que este minis-terio crezca mucho, tan rápido como sea posible. Entonces, sí, estoy preparado para hacer las cosas difíciles.

—Ya veremos. Entonces, supongo que sabes lo que significa Judas, ¿verdad?

—Dios sea alabado.

—Sí. Con tus manos. ¿Alabarás a Dios?

—Cada día.

Cuando llegan los otros discípulos, Jesús deja a un lado su plato y se pone de pie.

—Bueno, en ese caso, Judas, sígueme.

—Gracias,

—Todos están aquí, Rabino —le dice Santiago el Grande a Jesús.

Jesús asiente e indica a Judas que se quede cerca de él. Sin embargo, antes de poder hablar, el resto comienza a aplaudir y sonreír.

—Muy bien, está bien —dice Jesús relajadamente—. Ya basta. En primer lugar, gracias por un día tan maravilloso. ¡Bernabé! ¡Shula! ¡Acérquense! ¿Aprobaron el sermón?

—Fue un poco largo —bromea Bernabé—, pero efectivo.

Shula le da un codazo a Bernabé.

—Fue extraordinario.

Jesús habla dirigiéndose a todos.

—Ustedes hicieron su parte para difundir la noticia, lo cual es una parte vital de nuestro ministerio. Y demos las gracias especial-mente a Natanael, Tadeo, y Santiago el Joven por lo que hicieron para conseguir el lugar y preparar todo esto con tanta rapidez. Sé que todos ustedes los ayudarán a limpiar todo esto antes de irse.

Los otros aplauden a esos tres.

—Yo también tengo un anuncio rápido —añade Jesús—. Sé que algunos de ustedes ya lo han conocido, pero para quienes no, él es Judas de Keriot. Me acaba de pedir que sea su rabino y poder aportar algunos de sus talentos a nuestro ministerio, una petición que me alegra mucho aceptar. Por lo tanto, demos la bienvenida al grupo a Judas.

Hay más aplausos y buenos deseos.

—Bien —dice Jesús al fin—, ha sido un viaje largo en estas últimas semanas. Se ha hecho mucho trabajo y muy bueno, y hay mucho más que hacer en el futuro. Pero, por ahora, tomemos un tiempo para descansar. Simón, especialmente tú necesitas regresar a tu casa —y continúa con un guiño—. Después de que se haya desgastado la alegría de tenerte fuera, Edén realmente comenzó a extrañarte. Por lo tanto, tomen un descanso ustedes dos.

Jesús indica a todos que se acerquen más, y se juntan poniendo los brazos sobre los hombros los unos de los otros.

—Pueden hablar entre ustedes de cómo mantenerse en contacto para que podamos juntarnos de nuevo pronto, pero por ahora, permitan que ore por ustedes.

Todos inclinan sus cabezas y, mientras lo hacen, Jesús habla.

—«El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé paz» —entonces levanta la mirada—. Nos veremos pronto. Gracias.

Judas acaba de unirse al grupo, ¿y ahora toman un tiempo para descansar? ¿Dónde van estos nómadas para hacer eso, y qué se supone que debe hacer él mientras tanto?

Capítulo 5

TIEMPO DE DESCANSO

El monte de las Bienaventuranzas

Aunque todos los demás parecen estar reuniendo sus pertenencias y preparándose para dejar ese lugar, María de Magdala desearía quedarse aquí para siempre. Su corazón está lleno, y sin embargo quiere más. Más de Jesús. Más de su amor, su compasión, su sabiduría, su empatía. Podría estar escuchándolo hasta el amanecer.

Está a punto de preguntar a sus amigas si sienten lo mismo; sin embargo, Tamar, la resplandeciente egipcia de piel de ébano y Rema, el amor de Tomás, parecen distraídas. Se acerca otra mujer, que parece tener quizá diez años más que Jesús. Va vestida con elegancia, incluido un chal muy sobrecargado que tuvo que ser incómodo todo el día bajo el calor.

—Perdón —dice ella—. Ustedes son seguidoras del maestro, ¿sí?

—Sí —responde María—. Shalom.

—¿Podría hablar con él?

—Está a punto de irse —dice Tamar—. Todos nos vamos. Ha sido un día muy largo.

La mujer se quita el chal y lo voltea para revelar el otro lado de color anaranjado.

—Quiero regalarles esto.

María se queda perpleja.

—No, no, es que… gracias. ¿Por qué?

Seguramente, ninguna de las tres parece que pudiera usar una prenda tan deslumbrante. Incluso las lujosas vestiduras de Tamar ya están desgastadas y descoloridas.

—Es una ofrenda —dice la mujer —¿No se hizo una colecta?

—Él no pidió eso —dice Rema—. Este no es el modo de conseguir hablar con él.

Tamar se acerca un poco más con los ojos muy abiertos.

—¿Es de shatush? —agarra el chal y lo sostiene en sus manos.

María ha oído de la lana de gran calidad hecha de pelaje del antílope del Himalaya, pero nunca la ha visto.

—De Nepal —dice la mujer.

—¿Quiere donar esto al ministerio? —pregunta Tamar, pare-ciendo asombrada.

—Sí, y habrá más.

—¿Quién eres tú? —pregunta Rema.

—Me llamo Juana, y traigo saludos para Jesús de alguien, si pudiera tener solo un momento…

—¿De quién? —dice Rema.

Juana parece titubeante, pero susurra.

—Vengo de Maqueronte. He hablado con Juan, el Bautista.

¡Juan! María lanza a la mujer una mirada de sorpresa.

—¡Andrés!

Andrés termina de despedirse de Zeta y Natanael y se acerca, aparentemente mirando con curiosidad a la recién llegada.

—Dice que ha hablado con Juan, en Maqueronte.

Él levanta las cejas.

—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Lo has visto?

—Mi esposo trabaja en la corte de Herodes —dice Juana—, por eso tuve la oportunidad de hablar con Juan desde que… desde que lo encerraron. Quedé intrigada por sus palabras, y…

María se aparta para buscar a Jesús. Seguro que querrá oír eso.

Después de un día largo y agotador, justo cuando Andrés pensaba que nada podría mejorarlo, ahora esto.

—¿Hablaste con él? ¿Está bien? ¿Qué dijo?

—¿Tú eres Andrés?

—¡Sí!

—Te mencionó. Tú eras uno de sus seguidores.

—Sí. ¿Está herido?

—No. Bueno, sí, no es un gran lugar donde estar, y ha moles-tado a algunas personas importantes. Pero quería que tú especial-mente, Andrés, supieras que tiene buen ánimo.

—¿Puedo verlo?

María regresa y presenta a Jesús.

—Claro —dice Juana—. Vi tu enseñanza.

—Hola, Juana. Entonces, ¿has hablado con mi primo?

—Sí, y me ha estado diciendo que necesito oír tus enseñanzas. Cuando llegó a Maqueronte la noticia acerca de esta reunión, no lo consideraron de gran importancia, pero Juan pensó que sería una buena oportunidad para mí.

—Rabino —dice Andrés—, me gustaría visitar a Juan.

—Un momento, Andrés —se voltea hacia Juana—. Entonces, ¿qué le reportarás?

—Que quiero apoyar tu ministerio —titubea y se emociona—. Este fue un día de sanidad para mí, como Juan dijo que sería. Gracias.

—Me alegra oírlo.

—Juan quería que te dijera que tiene muchas ganas de que en algún momento acudas a Herodes. Cree que hay incertidumbre en la corte acerca de él, y también dice que todavía no te están tomando en serio. Piensa que una visita fuerte por tu parte pronto podría resolver ambos asuntos, pero también quería dejar claro que confía en que tu tiempo llegará «pronto».

Jesús sonríe.

—Claro. Gracias por decir eso. Ahora bien, para que mi estudiante aquí no apriete tanto los dientes que se conviertan en polvo, ¿se permite a Juan recibir visitas en este momento?

—¿Vienes a Maqueronte?

—No, voy a pasar un tiempo a solas, pero si pudieras de algún modo arreglarlo para que Andrés visite con seguridad a Juan…

Andrés no puede ocultar su entusiasmo y sus ganas.

—Supongo que podría hacer algunos arreglos —dice Juana—. Mis hombres me llevan de regreso a Maqueronte en mi carruaje en breve. Puedes venir conmigo.

—¡Gracias! —dice Andrés—. Y gracias a ti, Rabino.

—Necesitas descansar y confiar, Andrés. Sin embargo, quizá después de ver a Juan podrás hacer ambas cosas.

Andrés da un abrazo a Jesús, y ambos intercambian shalom. Cuando el pequeño grupo se va dispersando, Simón, el hermano de Andrés, se acerca.

—¿Qué sucede? ¿Todo va bien?

—Partiremos en unos momentos, Andrés —dice Juana, y se aleja.

—¿Quién es? —pregunta Simón.

—Voy a ver a Juan. Ella lo conoce de Maqueronte.

—¿A qué te refieres? Esto no es…

—El Rabino me dijo que vaya. Ella trabaja en la corte de Herodes. No te preocupes por mí. Tú tienes que irte a tu casa con Edén.

—No puedo dejar que vayas solo…

—Estaré bien.

—Andrés…

—Escucha, ¡estaré bien! Pero gracias.

—¿Por qué?

Andrés de repente se ve sobrepasado. A pesar de todas sus peleas, ama a su hermano y no hay nadie con quien preferiría compartir esta aventura única en la vida.

—Por tener cuidado de mí. De todos. Siempre lo has hecho. Eres un gran líder, y no lo digo lo suficiente. Gracias.

Ahora Simón parece consciente de sí mismo. Sonríe, da un suspiro, y pone una mano en la nuca de Andrés.

—Dile shalom a Juan de mi parte.

—¿En serio?

—Lo digo en serio—responde Simón—. Juan comenzó todo esto, presentándote a Jesús —acerca su frente a la de Andrés—, y tú me lo presentaste a mí. Le doy gracias a Juan, y te doy gracias a ti —le da un beso a Andrés en la mejilla—. Te amo. Shalom.

Andrés encuentra a Felipe y se acerca al recién llegado, Judas, para que se una a su conversación. Les dice dónde va y los invita a quedarse en su casa hasta que él regrese.

—Es pequeña, pero nos las arreglaremos. Judas, Felipe puede ponerte el corriente mientras tanto.—Dame la dirección —dice Judas—, y te encontraré. Necesito ocuparme de algunas cosas primero en casa.

Tomás está solo al borde de la zona de la plataforma. Aunque no hubo ninguna sanidad milagrosa esta vez, nunca olvidará cuando Jesús convirtió agua en vino en la boda en Caná. De algún modo, Tomás sintió que él nunca sería el mismo, y eso sin duda ha demostrado ser cierto. Ahora necesita llegar a ser más proactivo acerca de sus intenciones con Rema. Cuando ella, María y Tamar se dirigen hacia donde está, él da un paso al frente.

—¡Rema!

Rema se aparta de las otras, que esperan, y se acerca a él.

—Entonces, ¿hablaste con Juan?

—Sí, estaré con él. ¿Y tú te irás con María?

—Sí.

—Bien —dice Tomás—. Pasaré mañana por tu casa para ver cómo estás.

Rema le sonríe.

—Imaginé que lo harías.

Avanzando a tientas ahora, Tomás sigue hablando.

—¿Es un buen momento que vaya después de la segunda comida?

—Tendré que ver cuáles son mis planes.

¡Tengo que ir más despacio!, piensa Tomás.

—¡Ah! —exclama—. Puedo ir más tarde.

Ella muestra una gran sonrisa.

—Estoy bromeando, Tomás.

¡Uf!

—Ah, sí; claro —titubea, sin estar seguro de qué hacer o decir a continuación—. Bueno, shalom.

—Shalom.

Él se voltea para irse.

—¿Tomás?

—¿Sí —dice dando media vuelta.

—¿Tal vez puedes venir después de la primera comida?

—¡Claro! Es que no quería molestarte. Hemos pasado mucho tiempo juntos últimamente.

Ella sonríe.

—Lo sé.

Ah…

—Espero que este tiempo de separación no sea demasiado —añade ella—; ya sabes, tiempo separados.

Justamente lo que él quiere oír.

—No lo será.

—Bien —dice ella—. Bueno, shalom.

Tomás se queda mirando fijamente mientras Rema regresa con María y Tamar, y entonces ve a Bernabé y Shula a un lado, sonrién-dole. Bernabé asiente con la cabeza y hace una señal con el puño. Tomás sonríe y se aleja como si caminara por el aire.

Capítulo 6

JAIRO

Sinagoga de Capernaúm, el bet midrash

Y