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Todos creemos y aceptamos que la medicina preventiva mejora la calidad de vida de las personas, pero no solemos cuestionarnos si su aplicación puede causar daño. El médico toma la presión a sus pacientes, los pesa, les pide análisis de sangre y colesterol; a las mujeres les realiza una citología, les pide una mamografía y una densitometría ósea. Quiere cuidarlos; busca detectar riesgos y prevenir daños para ayudar a sus pacientes. En este proceso de búsqueda del riesgo se detectan enfermedades, y así aparecen, y así aparecen "los nuevos enfermos", personas que se sienten sanas pero a quienes el médico les ha encontrado un problema de salud. ¿Tiene sentido todo esto? ¿Todas las personas que el médico quiere cuidar se benefician con la detección precoz de las enfermedades? ¿Puede uno llamar enfermedades a estos hallazgos? Estos son los interrogantes que el autor se plantea, un médico de familia que está convencido de la importancia de la medicina preventiva y ha dedicado tiempo a reflexionar con sus colegas y pacientes acerca del impacto de ser catalogado como enfermo.
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Esta edición internacional de Los nuevos enfermos es fruto de un acuerdo institucional entre Ned Ediciones y el proyecto editorial del Instituto Universitario del Hospital Italiano de Buenos Aires,delhospital ediciones, que tiene por misión difundir todos los aspectos relacionados con la salud del ser humano.
© Esteban Rubistein, 2009
© delhospital ediciones
Web: www.hospitalitaliano.org.ar/educacion/editorial
Mail: [email protected]
Diseño: Renato Tarditti
Corrección: María Isabel Siracusa y Rosa Rodríguez Herranz
Supervisión editorial: Claudia Alonzo
Diseño de cubierta: Silvio Aguirre García
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
Primera edición: abril de 2016
© Nuevos Emprendimientos Editoriales S.L.
C/ Aribau, 168-170, 1.º 1.ª
08036 Barcelona (España)
e-mail: [email protected]
www.nedediciones.com
ISBN 978-84-944424-3-8
Reservados todos los derechos de esta obra. Queda prohibida la
reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, de forma
idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otra lengua.
Índice
Prólogo a la edición española
Prólogos
Agradecimientos
Introducción
Prevención primaria
Prevención secundaria
Los nuevos enfermos
Tiempo de anticipación diagnóstica
Mirta G y el “hapre”
Teresa H
La incertidumbre del individuo con un “hapre”
El riesgo
La importancia de no dañar
La vida cotidiana de las personas con hapres
El consejo médico
La revisión médica
Una charla sobre prevención con una médica residente
Reflexiones finales
Bibliografía seleccionada
Prólogo a la edición española
Cuando ya hace unos meses hacía googling con el objetivo de encontrar información para una mesa redonda a la que me había invitado la sociedad madrileña de medicina de familia, y justo cuando estaba empezando a maldecir mi ligereza a la hora de aceptar invitaciones, me encontré la reseña de un libro que comenzaba así: “Todos creemos y aceptamos que la medicina preventiva mejora la calidad de vida de las personas, pero no solemos cuestionarnos si su aplicación puede causar daño”.
Era justo lo que necesitaba; resumía en una frase las cuarenta diapositivas en las que yo intentaba explicar esta misma idea. El problema es que no iba a poder leerlo antes de mi ponencia; como siempre, lo había dejado para el final y no había tiempo material para que el libro llegara a mis manos. Así y todo, me apetecía leerlo, el tema me había interesado desde siempre y sospechaba que mi interés continuaría a pesar de mis sufrimientos con la charla. Además, tenía un valor añadido: el autor se apellidaba Rubinstein (sospeché que era familiar de mis amigos Adolfo y Fernando, aunque luego comprobé que no,) y trabajaba en el Hospital Italiano de Buenos Aires (uno de los centros de excelencia para la medicina de familia de habla española).
He de confesar que, al principio, pensé que sería uno más de los libros que se están publicando sobre el fenómeno denominado mongering diseases, o que sería una acumulación de evidencias a favor y en contra de las actividades preventivas; pero el título –y el subtítulo– me atraían y pronto descubrí lo erróneo de mi prejuicio; bastó leer la introducción:
“Soy médico de familia y una de las tareas más importantes en mi práctica cotidiana es la prevención […]. Estoy convencido de que la medicina preventiva es eficaz, útil, necesaria, importante y que salva vidas y evita sufrimiento, y por eso ejerzo este trabajo con mucho placer y orgullo. Sin embargo, soy consciente de que es una tarea compleja, ya que se realiza con individuos básicamente sanos, y la principal premisa que debe tener todo médico es la de ‘primum non nocere’; es decir, ‘ante todo: no dañar’. En este sentido, la medicina preventiva tiene también desventajas y puede causar sufrimiento a las personas. En este libro me propongo revisar las ventajas de algunas prácticas preventivas, pero también voy a describir algunas desventajas, que afortunadamente no suelen ser graves, pero que creo conveniente discutir y conocer”.
En el libro se valora y explica la prevención primaria, la secundaria y el consejo médico; se hace de forma brillante, sin recurrir en exceso a la “evidencia”. El autor lo logra engarzando sus reflexiones, dudas y conclusiones con el relato de encuentros con sus pacientes. Empeñado, inicialmente, en contrarrestar las exageradas ventajas que el tiempo ha dado a estas intervenciones, llega un momento en que teme caer en una injusticia similar y, al contrario que otros colegas que han tratado el tema, se retrae y plantea la duda. En lugar de la descalificación (necesaria, pero fácil) de ciertas prácticas, pone sus tribulaciones sobre el tapete de una mesa ocupada por su paciente y por él, las saca a colación en el discurrir de la entrevista y deja que lo malo y lo bueno, lo correcto y lo incorrecto, se manifiesten según sean adecuados o no para el ser humano (enfermo o no) que tiene delante.
Lo más sorprendente de este breve libro es que no se dedica a acumular evidencias, y seguro que podría, en contra de la medicina preventiva. Tampoco hace un relato periodístico sobre las enfermedades inventadas sazonado con el morbo de delatar los negocios que estas “nuevas enfermedades” han originado. Lo que hace es plantear interrogantes que un médico de familia comprende de inmediato y que nos asaltan en cada momento de nuestra práctica profesional.
La parcela preventiva ocupa una parte importante del trabajo de un médico de familia; requiere un esfuerzo continuo y repetitivo, del que no se ven resultados inmediatos y cuya incidencia en un individuo concreto es muy incierta. En varios capítulos, y en el alma de todas las páginas del libro, se plantea si todo este esfuerzo merece la pena y si la detección precoz causa más beneficio que daño a los pacientes, a la vez que se deja que estos expliquen lo que sienten ante su médico, que ese día está especialmente inquisitivo con la excusa de que va a escribir un libro.
Otro interrogante es si pueden llamarse enfermedades los hallazgos que suceden durante estas actividades preventivas. El autor hace, en este sentido y al intentar contestar a esta cuestión, un aporte fundamental: encontrar un nombre a una nueva condición que no es una enfermedad, pero tampoco su ausencia; y más que hallarle un nombre, plantea la necesidad de que exista este nombre. Lo explica muy bien con el ejemplo de cómo difiere el significado de la palabra nieve para los esquimales y para los que no lo somos. Para nosotros, esta palabra tiene un único significado y siempre que decimos nieve pensamos en lo mismo; sin embargo, los esquimales utilizan varias palabras para referirse a la nieve: tienen una palabra para la nieve fresca, otra para la nieve dura, otra para la nieve que cae en copos suavemente, otra para la que cae fuerte y duele, etc.
No se puede, no se debería, llamar enfermedad al hallazgo de una densidad mineral ósea dos coma cinco desviaciones estándar por debajo de la media en una densitometría de una mujer sana; de igual manera, no son enfermedades (son otra cosa) la hipercolesterolemia, la hipertensión arterial, la diabetes o incluso un carcinoma in situ.
El autor nos invita a buscar una palabra nueva que esté vinculada con la prevención y con la modernidad de lo que significa adelantarnos en el tiempo natural del desarrollo de las enfermedades. Es hora de inventar una palabra nueva y propone “hapre” una contracción de hallazgo que aparece gracias a la acción de la medicina preventiva. La idea es muy interesante en una época en que términos como prediabetes, prehipertensión o conceptos como disminución del umbral diagnóstico o inercia terapéutica se hacen hueco con éxito en el paradigma médico imperante y ya empiezan a colarse en el espacio del conocimiento colectivo de nuestros pacientes.
El neologismo escogido, “hapre”, tal vez no sea muy atrayente, pero es necesario y, con seguridad, es el primer paso en la batalla de la desmedicalización que debe empezar cuanto antes. Si, como Stein, consideramos que tan solo empleando el nombre de una cosa ya se invoca el imaginario y las emociones asociadas con ella, eliminar el pensamiento de enfermedad de lo que no es sino riesgo o probabilidad aumentada no es una cuestión (solo) semántica; es guiar a los pacientes al sitio donde realmente están.
Con médicos tan brillantes como el Dr. Rubinstein este ineludible itinerario ha comenzado, y algunos de sus pacientes ya lo saben.
Rafael Bravo Toledo
Médico de familia
Madrid
Prólogos
I
Conozco a Esteban Rubinstein desde hace tiempo, diría que desde que soy médica y formo parte del mundo que este libro cuenta; también comparto las ideas que aquí presenta.
El libro muestra una porción de la realidad con la cual convivimos, ya sea como médicos o como pacientes, en relación con la incertidumbre que se maneja en el consultorio. En mi memoria está muy presente la forma en que él siempre ha reflexionado sobre: “¿Qué es lo que me quiere decir el paciente?”, o “¿Cómo suenan mis palabras en el otro?” o si “¿Habré sido claro?” o “¿Qué jerarquía le habrá adjudicado mi interlocutor?”, y otras tantas cuestiones similares. Estas preguntas surgen de la necesidad de comprender qué es lo que realmente le pasa a la persona a quien el médico quiere cuidar y si, persiguiendo ese fin, se actúa lo justo, por demás, o por las dudas. La lista de interrogantes no queda allí, se alarga con las incertidumbres técnicas y sus nombres específicos, que se discuten entre pares o con otros colegas especializados en algún tema, o que lleva a la búsqueda de más información, aunque frecuentemente resulte insuficiente y se sienta aún más su insuficiencia cuando hay una persona que está esperando la respuesta que el médico no tiene con la certeza que quisiera.
En ocasiones los médicos nos vemos forzados a construir “el problema del cuerpo” para ser operativos, luego unirlo a la persona que lo padece, con su historia y, de este modo, poder entender. A fin de cuentas, resulta ser un arte, pero un arte en el que hay normas, reglas, saberes que se deben respetar y que hacen que una práctica sea correcta, o al menos “académicamente correcta”. Paralelamente, también existe otro mundo, de representaciones, significados y creencias sobre lo que está diciendo el cuerpo, y se complejiza cuando esas palabras del cuerpo cobran diferente intensidad, o entran en juego los lazos interpersonales, es decir, los vínculos que uno establece con quien está al otro lado del escritorio o en la camilla y está preguntando, pidiendo ayuda, o buscando un consejo. Muchas veces el médico recurre a un colega para supervisar a través de otra visión u otro estilo, y allí comienza un juego de intersubjetividades, buscando resolver el problema o ser más objetivo, pero ¿servirá ser más objetivo, cuando quizás haya que sincerar la subjetividad y abrir el juego de las entrevistas?
Otro tema que presenta el autor es el lenguaje y cómo, a medida que se avanza en los conocimientos, parecería que faltan palabras, vocablos que puedan describir mejor situaciones médicas particulares, situaciones que requieren tratamientos para evitar convertirse en otras enfermedades. De este modo, en el libro se explican las nociones de prevención primaria y prevención secundaria ejemplificadas con casos, para dar respuesta a preguntas tales como qué se quiere prevenir y en qué medida en ocasiones se hace enfermando, en un camino que tiene riesgos. Durante ese recorrido el médico se plantea no dañar, sobre todo en un contexto de tecnologías cada vez más sofisticadas y más publicitadas que generan la pregunta de la gente, el ser social que se convierte en paciente cuando pasa la puerta del consultorio.
Personalmente, creo que el autor, a través de ejemplos claros cotidianos, entrevistas y diálogos con pacientes y colegas (novatos o experimentados) invita por un lado a reflexionar al médico, y quizás decir: “a mí me pasó lo mismo” o “no se me habría ocurrido pensarlo así” y, por otro lado, tal vez pueda ayudar al paciente a entender mejor cómo piensa el médico, a comprender esas frases del tipo: “vamos a ver”, “quién sabe”, “esperemos un poco”, “no le pedí tal estudio porque no está recomendado que lo haga”, entre las tantas frases que, de alguna manera, se han convertido en clásicas de los médicos, y que tienen su justificación, o su historia, y quizás más importante aún, le ayude a entender si está enfermo o si es un “nuevo enfermo”, según esta nueva categoría propuesta en el libro.
Para terminar, diría que ha sido un honor para mí que Esteban Rubinstein, con quien he tenido el gusto de transitar los pasillos del mismo hospital, de discutir pacientes y de aprender medicina, me haya invitado a escribir estas líneas en un libro que valoro. Ahora solo resta que el lector lo recorra.
Vilda Discacciati
II
Por alguna de esas casualidades no tan casuales me encargué de la coordinación editorial de Los nuevos enfermos. Casualidad porque podría haber estado a cargo de cualquiera de los miembros de nuestro comité editorial, causalidad porque soy la única de ellos que, al igual que Esteban Rubinstein, atiendo adultos en un consultorio. A diferencia de él, soy médica clínica y tengo especial interés por las enfermedades, mal llamadas “factores de riesgo”, vasculares.
El trabajo con el libro generó un intercambio de ideas muy enriquecedor y apasionante, ya que aunque coincidimos en muchas apreciaciones acerca de las incertidumbres que nos genera la práctica diaria, no coincidimos en algunos puntos que, creo, tienen más que ver con la interpretación del lenguaje que con la interpretación de la medicina. Es por ello que me invitó a compartir con los lectores mi punto de vista, que puede generar tantas controversias como el suyo.
Nuestro principal punto de discusión fue el significado de recibir el diagnóstico de hipertensión arterial, hipercolesterolemia o cualquiera de estos “factores de riesgo”. A diferencia de Esteban, creo que se trata de verdaderas enfermedades pues, no solo aumentan el riesgo de tener enfermedades más graves (como infarto de miocardio, insuficiencia cardíaca o accidente cerebrovascular), sino que, a largo plazo, aumentan el riesgo de comprometer la calidad de vida y la independencia de los adultos mayores, pues están directamente relacionados con la aparición de deterioro cognitivo, trastornos de la marcha y otras alteraciones que tienen mayor incidencia en los ancianos.
Ahora bien, ¿el paciente que recibe este diagnóstico debe, inmediatamente, sentirse “enfermo”? Creo que es función fundamental de los médicos poder transmitir a nuestros pacientes la diferencia entre “tener una enfermedad” y “estar enfermo”. Aunque esta distinción parezca un juego de palabras es crucial: en el primer caso la persona sabe que tiene una situación de mayor riesgo, pero esta no afecta su vida y su intercambio con el entorno más allá de las pautas de vida saludable y la medicación que deba tomar; en el segundo, la enfermedad afecta la sensación de bienestar. Poniendo el problema en términos de lenguaje: hay una diferencia enorme entre “tener una enfermedad” y “padecer una enfermedad”. Las conversaciones relatadas en este libro reflejan esta realidad, algunos conviven con el diagnóstico de una enfermedad, otros se sienten afectados por este diagnóstico.
Entonces, ¿dónde está el desacuerdo? En realidad se trata del convencimiento personal de la necesidad de no minimizar el impacto del diagnóstico cambiando el nombre de enfermedad por hapre, sino de trabajar con el paciente para que no padezca su enfermedad.
Dejo el interrogante a todos los interesados en este libro: ¿debemos hablar de “los nuevos enfermos” o debemos repensar la forma en que evaluamos el impacto de las enfermedades sobre la vida de los pacientes?
Claudia Alonzo
Agradecimientos
Pude escribir este libro gracias a la inestimable ayuda de Vilda Discacciati, colega del Servicio de Medicina Familiar, quien siguió todo el proceso de escritura, brindándome asesoramiento bibliográfico, corrigiendo las versiones, alentándome y criticándome.
Agradezco también a Adolfo Rubinstein, a Karin Kopitowski y a Juan Pablo Mouesca, que me aportaron valiosos comentarios, a Carlos García, Melina Verna y varios pacientes con quienes compartí diversos diálogos que volqué en el libro, a Claudia Alonzo, que editó y pulió el original con gran esmero, y a María Isabel Siracusa, quien realizó importantes correcciones. Por último, quisiera agradecer a mi familia, amigos, compañeros de trabajo y pacientes, quienes están siempre cerca, dándole sentido a los libros.
Esteban Rubinstein
Los hechos son inestables por naturaleza.
Naruz me dijo un día que amaba el desierto
porque allí “el viento borra las pisadas de
nuestros pasos como quien apaga una vela”.
Lo mismo, creo, hace la realidad. ¿Cómo
podemos entonces perseguir la verdad?
Lawrence Durrell, Balthazar
Incluso cuando la burguesía era
romántica, sus sueños eran técnicos.
Eric Hobsbawm,
La era de la revolución, 1789-1848
Introducción
Soy médico de familia y una de las tareas más importantes en mi práctica cotidiana es la prevención. Casi todos los días, en el consultorio, intento ofrecerles a mis pacientes ciertas prácticas preventivas con el objetivo de mejorar su salud. Con mis colegas de Medicina Familiar pasamos largas horas discutiendo cuáles tiene sentido realizar y cuáles no; revisamos la literatura médica, discutimos acerca de la evidencia científica que avala el beneficio de ofrecerlas a nuestros pacientes y compartimos nuestras dudas con colegas de otras especialidades. Estoy convencido de que la medicina preventiva es eficaz, útil, necesaria, importante y que salva vidas y evita sufrimientos, y por eso ejerzo este trabajo con mucho placer y orgullo. Sin embargo, soy consciente de que es una tarea compleja, ya que se realiza con individuos básicamente sanos, y la principal premisa que debe tener todo médico es la de “primum non nocere”; es decir, “ante todo: no dañar”. En ese sentido, la medicina preventiva tiene también desventajas y puede causar sufrimiento a las personas. En este libro me propongo revisar las ventajas de algunas prácticas preventivas, pero también voy a describir algunas desventajas, que afortunadamente no suelen ser graves, pero que creo conveniente; discutir y conocer.
Este libro está dirigido a los pacientes en general, a mis pacientes en particular, con quienes he aprendido a lo largo de estos años de trabajo, y también a mis colegas y a otros profesionales de la salud que ven pacientes en el consultorio. No es un manual de prácticas preventivas y no intenta ser exhaustivo. Voy a describir solamente algunas de esas prácticas, a modo de ejemplo, con el propósito de relatar algunas experiencias en ciertas consultas; es decir, situaciones de las que he participado en el ámbito íntimo del consultorio. Creo que es la mejor forma de hacerme entender ya que se trata, de alguna manera, de mi experiencia. No obstante, soy consciente de que al trabajar mayormente con pacientes de clase media de la ciudad de Buenos Aires mi experiencia es limitada y está, sin duda, sesgada por el tipo de personas que atiendo. De hecho, muchos lectores, con razón, podrán encontrar objeciones relevantes en el sentido de que este libro no representa lo que ocurre con la medicina preventiva en la mayor parte del país. Es cierto: el principal problema de la prevención en Latinoamérica no está relacionado con las tensiones que a veces pueden ocurrir entre las ventajas y las desventajas de las prácticas preventivas en el ámbito de la consulta ambulatoria, sino con que gran parte de la población directamente no tiene acceso a ningún tipo de práctica preventiva. Pero ese sería otro libro. Aquí simplemente quiero hablar de algunos temas, de mis pacientes, de mi práctica, de mi experiencia y de mis dudas. Este es el objetivo del libro, y espero que valga la pena.
Por último, también soy consciente de que la medicina preventiva excede el ámbito del consultorio y del caso individual y es particularmente útil para aplicarla en grandes poblaciones (la Salud Pública, la Atención Primaria como estrategia); sin embargo, creo que este libro, basado en relatos pequeños, de algunos casos, quizá también pueda serles útil a las personas que se dedican a tomar decisiones gerenciales y políticas en relación con la salud. Y digo esto porque detrás de cada decisión de políticas de salud que involucra a grandes poblaciones está el ámbito íntimo de cada caso, el paciente que consulta para que le brindemos los adelantos de la ciencia y de la tecnología a fin de prevenir y tratar precozmente las enfermedades, pero también nos pide que lo cuidemos, que lo tengamos en cuenta, que lo escuchemos, que le expliquemos, que no decidamos por él; en suma, que no lo dañemos.
Prevención primaria
Las prácticas que forman parte de la prevención primaria son aquellas que se les ofrecen a las personas absolutamente sanas para evitar que aparezca la enfermedad.
El caso más fácil de comprender es la vacunación. Por ejemplo, si tomamos el sarampión, la enfermedad se previene actualmente con una vacuna cuya primera dosis se aplica cuando el niño cumple un año de vida y la segunda a los seis años. Cuando yo era chico tuve sarampión y todos los chicos de mi época contraíamos la enfermedad en algún momento de nuestra infancia ya que entonces no existía la vacuna. En la mayoría de los casos los síntomas duraban entre cuatro y siete días y después nos curábamos; pero algunos chicos cursaban neumonías u otras complicaciones y algunos se morían. Es decir, el sarampión es una enfermedad muy contagiosa que antes tenía casi todo el mundo y algunos incluso morían por causa de ella. Desde que se vacuna masivamente a la población hay muy pocos casos de sarampión en los países que tienen una muy buena tradición de respeto por ciertas pautas de Salud Pública, lo que determina que, afortunadamente, hoy en día sea muy raro que un niño muera a causa del sarampión. Vacunar a todos los niños contra el sarampión es un ejemplo de una práctica preventiva muy eficaz, que evita que desarrollen la enfermedad; es decir, que los chicos tengan que estar con fiebre, catarro, sintiéndose muy mal y con el cuerpo lleno de manchitas, pero que, fundamentalmente, también evita muertes. De hecho, la vacunación masiva contra el sarampión representa un importante factor en el descenso de la mortalidad infantil.
Ahora bien, el primer concepto que me parece importante rescatar del ejemplo anterior es que en la prevención primaria se aplica una práctica preventiva a un gran número de personas. En el caso del sarampión, la ley exige que se les aplique la vacuna a todos los niños de un año de edad y que se repita un refuerzo o recuerdo a los seis años; es decir, se aplica una práctica preventiva sobre las personas sanas y, por lo tanto, esa práctica debe ser segura y no causar daño. Esto es lo que ocurre con la vacunación contra el sarampión: es muy segura (puede ocasionar fiebre leve o algunas manchitas coloradas, a veces) y es gratuita; por lo tanto, no tiene desventajas, sino solo ventajas. ¿Qué pasa si los padres no quieren vacunar a sus hijos contra el sarampión? Simplemente, no pueden hacerlo, ya que una ley nacional los obliga a cumplir con las vacunas que forman parte del calendario oficial. En ese sentido, la ley ayuda ya que no hay discusión: hay que vacunarse.
A continuación menciono las enfermedades para las cuales la vacunación es obligatoria en la infancia la difteria, la tos convulsa (o tosferina), el tétanos, las infecciones causadas por el neumococo, el haemophilus tipo b, el meningococo y el rotavirus, la poliomielitis (la vacuna más utilizada es la Sabin oral), la hepatitis B, la hepatitis A, la tuberculosis (la vacuna es la BCG), la rubéola, el sarampión, las paperas, la gripe, la varicela y las infecciones causadas por el VPH (virus del papiloma humano). La vacuna contra el VPH se aplica solamente en las mujeres y sirve para prevenir el cáncer de cuello uterino.
Las vacunas del calendario oficial, al ser gratuitas e inocuas en casi todos los casos, no presentan desventajas. Por lo tanto, podría decir que no encuentro ninguna desventaja o un evento que pueda causar sufrimiento a las personas en relación con el cumplimiento del calendario obligatorio de vacunación. Sin embargo, recuerdo una situación que me ocurrió con una mujer que consultó muy angustiada porque se había olvidado de vacunar a su hijo con el refuerzo de la Sabin oral del año y medio. El chico iba a cumplir dos años y la madre estaba convencida de que su olvido ponía en peligro la salud de su hijo. Cuando le dije que no era grave, que podía vacunarlo en ese momento sin problema, la mujer se puso a llorar y me agradeció que la ayudara a sentirse aliviada. Este pequeño ejemplo me parece útil para introducirnos en un aspecto complejo de las prácticas preventivas, que tiene que ver con el sentimiento de culpa por no realizarlas, tanto de forma activa, como veremos en otros ejemplos en los que la persona decide no realizar determinada práctica preventiva, como de forma pasiva, ilustrada por este caso, en el que esta madre sencillamente se había olvidado de concurrir a vacunar a su hijo a los dieciocho meses, y justamente se acordó a los veintitrés meses. Además de que este olvido era muy fácil de solucionar, es importante que no perdamos el contexto en el que estamos actuando, y es este el sentido hacia donde va a ir apuntando paulatinamente el libro. ¡Estamos trabajando con personas sanas! ¡Estamos previniendo! Si un niño que tiene apendicitis no recibe atención es muy probable que se muera; si los padres o cuidadores no lo llevan al médico están cometiendo una negligencia muy grave. De ninguna manera podemos parangonar este hecho con olvidarse de vacunarlo una vez y acordarse cinco meses más tarde, pero bueno, quizá no comencé con el ejemplo más fácil ya que la vacunación obligatoria es un deber de los padres, y al vacunar al niño ellos no solamente están cuidando a su hijo sino también a toda la sociedad, pues uno de los objetivos de la vacunación masiva es erradicar los gérmenes que causan esas enfermedades, y para ello es imperioso que todos los ciudadanos cumplan con la ley.
Daniela T