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Perdida en Montana… y rescatada por el ranchero Cuando Rachel Everly cortó la relación con su novio, éste la dejó en un pueblucho de Montana con sólo su maleta y su querida cámara. Entonces una voz profunda y áspera que parecía sacada de una película de vaqueros le ofreció ayuda. Shane Merritt tenía intención de vender el rancho de sus padres, así que aprovechó la oportunidad para contratar a Rachel como su fotógrafa. Al principio, el entusiasmo de Ranchel por aquella casa destartalada molestó al taciturno vaquero, hasta que empezó a ver con otros ojos a la mujer que estaba consiguiendo que fuera un hogar.
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Seitenzahl: 160
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Myrna Topol. Todos los derechos reservados.
MÁGICO AMOR, N.º 2448 - febrero 2012
Título original: To Wed a Rancher
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-493-4
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
–LO SIENTO. Es obvio que cometí un error. Fue una equivocación confiar en ti. Así que, por favor, suéltame –dijo Rachel Everly con un tono de voz no tan tranquilo como hubiera deseado. Se apartó del coche y del hombre que, hasta hacía unos días, había pensado que había conocido.
–Rachel, deja de comportarte de una manera tan estúpida e histérica. Estás exagerando por completo. Vuelve a subir al coche y marchémonos. Además, todavía sigo siendo tu jefe hasta que este viaje termine. Tenemos una sesión de fotos en Oregón dentro de dos días.
A ella le pareció increíble que Dennis la hubiera llamado histérica y que hubiera sugerido que intentar poner celosa a otra mujer al mentir y decir que tenía una relación con ella estaba bien. Siempre había asegurado que la había contratado por sus habilidades con la cámara.
Pero aquella mañana, tras haber oído como él hablaba con su exnovia y haber escuchado después cómo le contaba que las mentiras que se había inventado ante ésta la habían vuelto loca de celos y que quería volver con él, se había dado cuenta de algo. Dennis había estado todo el tiempo mintiéndole. No era su amigo ni le fascinaba su técnica como fotógrafa. Era un estúpido que había estado utilizándola. Y ya la habían utilizado antes.
No iba a permitir que nadie lo hiciera de nuevo.
Sintió ganas de volver a acercarse al coche para decirle lo que pensaba de él. Pero en aquel momento estaba tan enfadada consigo misma como lo estaba con Dennis. Había actuado tontamente. Siempre se había enorgullecido de no permitir que nadie le tomara el pelo, pero Dennis había descubierto su debilidad. Había utilizado el interés de ambos en la fotografía para hacerle sentir única, cuando en realidad lo que había hecho había sido utilizarla como asistente y cebo para poner celosa a otra mujer. Aunque lo peor de todo era que ella misma lo había permitido. Tenía que alejarse de allí con la mayor dignidad posible.
–Vas a tener que encontrar otra asistente para Oregón. Ya no sigues siendo mi jefe –espetó antes de alejarse.
Durante unos segundos Dennis no dijo nada, pero entonces comenzó a blasfemar. Mientras se alejaba con el coche, las ruedas rechinaron. Rachel cerró los ojos.
–¡Es la última vez que vuelvo a confiar en alguien ciegamente! –exclamó al mismo tiempo que dejaba de oír el sonido del coche en la distancia. No supo qué hacer ni a dónde dirigirse en aquel desconocido pueblo. Se quedó de pie en medio de la solitaria calle en la que se encontraba.
Pero… no estaba completamente sola. Al oír como algo chocaba contra la acera contuvo la respiración. Tensa, abrió los ojos y su mirada se encontró con la de un hombre alto y de hombros anchos que, si juzgaba la manera en la que estaba mirándola, claramente había presenciado su altercado con Dennis. Llevaba puestas unas botas, pantalones vaqueros y tenía la piel bronceada… era el prototipo de cowboy. Estaba junto al escaparate de una tienda y debía haber estado a punto de entrar o salir de ésta cuando había ocurrido el incidente. Su fracaso más personal había sido presenciado por aquel extraño.
–¿Necesita ayuda? –preguntó el hombre con un masculino tono de voz.
Mientras una profunda sensación de fracaso se apoderaba de su corazón, ella pensó que sí. Se encontraba en una difícil situación. Estaba sola. Ni siquiera sabía dónde. En algún lugar de Montana con muchas vacas, botas y material de cowboy. Con un extraño que había presenciado su humillación. Sabía que debería estar agradecida ante la preocupación de éste. Por una parte lo estaba, pero por otra simplemente quería escapar de aquella mirada azul grisácea.
–Yo… ¿qué pueblo es éste?
–Moraine. ¿Necesita que la lleve a algún lugar?
Ella pensó que de ninguna manera se subiría a un coche con un extraño. Tal vez había cometido un gran error en lo que a Dennis se refería, pero había crecido en unas ciudades grandes y peligrosas. Había asistido a clases de defensa personal y sabía cómo comportarse cuando se le acercaba un hombre desconocido.
–No, gracias –respondió con firmeza–. Estoy bien. Sé a dónde voy y cómo llegar. Tengo amigos –añadió, mintiendo.
Aunque no hubiera asistido a clases de defensa personal, sabía que marcharse con un extraño era extremadamente peligroso. Si la secuestraba, nadie sabría dónde estaba.
–Tengo planes –dijo con la esperanza de que él se alejara. Se forzó a sonreír y levantó la barbilla.
Frunciendo el ceño, el hombre se quedó mirándola fijamente durante varios segundos. Entonces asintió con la cabeza y se alejó de allí.
Por alguna extraña razón, Rachel se sintió irrazonablemente molesta ante la rapidez con la que él se había marchado. Tal vez era debido a que en aquel momento no le caían muy bien los hombres… sobre todo los altos y atractivos. Y, desafortunadamente, aquel hombre era realmente guapo. Vio como se acercaba a la puerta de la tienda y volvía a mirarla… con lo que ella interpretó como pena reflejada en los ojos.
Gruñó. La pena era lo peor. En el pasado había tenido que enfrentarse a ella en innumerables ocasiones. Indignada, se enderezó.
–¿Quería algo más? –preguntó como si fuera él quien necesitaba simpatía.
El hombre se quedó mirándola y Rachel le devolvió la mirada forzándose a no parecer afectada.
–Nada –respondió él con desdén antes de entrar en la tienda.
De inmediato, el enfado de ella desapareció. Estaba claro que había actuado de manera estúpida y desagradecida. Pero toda aquella situación era injusta. Se giró y se alejó andando por la calle como si tuviera algún lugar a donde ir.
Pero cuando giró la primera esquina que encontró y vio que estaba casi a las afueras del pueblo y rodeada de tierras de cultivo, comenzó a sentir cierto pánico.
–Detente, Rachel. Tranquila, piensa –se ordenó a sí misma.
La verdad era que se había quedado muy impresionada cuando el mensaje y la fotografía de aquella casi desnuda mujer habían aparecido en el teléfono móvil de Dennis. Simplemente había reaccionado. Haberse dado cuenta de que había sido utilizada y manipulada para herir a otra mujer la había puesto enferma.
Pero en aquel momento no tenía trabajo ni lugar a donde ir. Como había tenido planeado trabajar con Dennis en la Costa Oeste, había dejado su apartamento. Su madre se encontraba disfrutando de su enésima luna de miel y la nueva esposa de su padre sentía bastante desprecio por ella. Y…
Repentinamente se dio cuenta de que se había dejado el teléfono móvil y la cartera en la guantera del vehículo de Dennis. Se sintió realmente abatida. En pocas horas oscurecería y necesitaba un lugar donde dormir… y algún medio para pagarlo.
Intentando tranquilizarse, regresó al pueblo. Miró su cámara, que era su único compañero constante, lo único con lo que siempre había podido contar. Aun así, aquel día no la ayudaría.
Se dirigió a un pequeño edificio donde se leía Angie’s Diner en una de las ventanas. Dentro había sólo un cliente y una mujer de aspecto amistoso detrás de la barra. Cuando abrió la puerta, sonó una campana. La mujer levantó la mirada y sonrió.
–¿Puedo ayudarla en algo?
A Rachel le angustió la sola idea de suplicar trabajo. Respiró profundamente y logró esbozar una sonrisa.
–Hola, soy Rachel Everly. ¿Tú eres Angie?
–La misma.
–Encantada de conocerte. ¿Por casualidad no querrás contratar a alguien?
Angie miró a su alrededor en el casi vacío local. Incluso parecía que el reloj hacía demasiado ruido… enfatizando la falta de clientes.
–Lo siento, no. No eres del pueblo, ¿verdad? –respondió.
–Estoy… de visita –contestó Rachel sin molestarse en explicar por qué necesitaba trabajar si no pretendía quedarse–. ¿Hay algún lugar donde pueda hospedarme?
–Sólo la casa de huéspedes de Ruby. La comida es excelente y son muy amables –dijo Angie, explicándole por dónde se llegaba–. Pero si quieres trabajo… bueno, buena suerte. No hay mucho por aquí.
–Gracias –ofreció Rachel, intentando contener su ansiedad.
Cuando volvió a salir a la calle pensó que tal vez si muy humildemente le suplicaba a la tal Ruby que la dejara ayudar a lavar los platos, por lo menos podría pasar aquella noche bajo techo. Al día siguiente podría pensar qué hacer, pero sabía una cosa; desde aquel momento en adelante iba a tener mucho cuidado con los hombres y los motivos por los que actuaban. Por haber confiado estúpidamente en Dennis se encontraba sin casa en medio de la nada.
Pero aquello era algo temporal, algún día tendría la casa que jamás había tenido. En Maine, el único lugar en el que había sido feliz y al que había estado intentando regresar durante mucho tiempo. Estaría allí si no…
Shane Merritt no estaba de muy buen humor. Estar de vuelta en Montana, aunque fuera sólo temporalmente, lo tenía muy tenso. Y el encuentro que había tenido con aquella extraña mujer en el pueblo no lo había ayudado a mejorar el ánimo. Odiaba sentirse responsable de otras personas. Su pasado demostraba que no era muy aconsejable pedirle ayuda, pero por lo poco que había visto había estado claro que ella estaba perdida en Moraine. Aunque también había sido obvio que no había querido su ayuda.
–Mucho mejor así, Merritt –se dijo a sí mismo mientras conducía–. La mujer te hizo un enorme favor cuando rechazó tu oferta.
Lo cierto era que él estaba deseando volver a su vida errante y a su negocio, el cual le permitía una gran flexibilidad. Pero todavía no podía hacerlo. Y en aquel momento debía conseguir suministros para el rancho.
Desafortunadamente, su teléfono móvil sonó en aquel instante. Aparcó a un lado de la calzada.
–¿Qué tal, Jim? –respondió al ver que era su manager de negocios.
–Hay problemas. Hay que volver a planificar tu próximo trabajo. Debes estar en Alemania dentro de dos semanas.
–Jim, sabes que no puedo marcharme de aquí hasta que no venda el rancho. Cuando llegué… bueno, digamos que Oak Valley está en peores condiciones de lo que había pensado. Intenta conseguirme por lo menos tres semanas.
En realidad, cuanto menos tiempo tuviera sería menos deprimente. Había heredado el rancho familiar hacía unos años y durante meses había estado intentando vender su infeliz hogar de juventud, pero aquélla era la primera ocasión en la que había tenido tiempo de viajar hasta allí para organizar los bienes muebles que había en la vivienda. Era algo que debía hacer él ya que había cosas que habían pertenecido a su madre y a su hermano…
El abrumador dolor que lo embargó tras aquel pensamiento le sirvió de recordatorio del hecho de que le había fallado a su familia y de que, aunque le resultaba muy doloroso, tenía que decidir qué objetos quería quedarse y cuáles no.
–Tres semanas es el tiempo mínimo que necesito para dejarlo todo organizado. El rancho está en muy mal estado –continuó, consciente de que aquello era culpa suya.
–¿Estás bien? –preguntó entonces su amigo y empleado.
No. Shane no estaba bien. Estar en aquel lugar había llevado a su mente recuerdos que quería olvidar, aunque por lo menos una vez que resolviera aquella situación podría hacerlo… hasta cierto punto. No tendría que volver al rancho. Podría pasar el resto de su vida viajando como un hombre libre. Sin ataduras.
–¿Shane? –insistió Jim con la preocupación reflejada en la voz.
–Estoy bien –mintió él–. Simplemente ha sido un poco impactante volver al rancho tras haber estado años viviendo en oficinas y hoteles –añadió.
Haber ido a Moraine aquel día había sido un error. El pueblo estaba cargado de demasiados recuerdos para él, recuerdos, arrepentimientos y fantasmas. No pretendía volver.
–No puedo imaginarte en un rancho –comentó el manager–. Ni montando a caballo ni saliendo con una vaquera. ¿Hay algunas mujeres guapas por allí?
De inmediato, la imagen de la mujer que había visto en el pueblo se apoderó de la mente de Shane. Había sido una mujer bajita, bella, alocada y muy valiente. No una vaquera en absoluto.
–No podría decirte. No he venido aquí en busca de mujeres.
–Lo sé, pero ellas suelen buscarte a ti –dijo Jim ya que tenía mucha confianza con Shane–. En ocasiones incluso te siguen a la oficina.
–Eso sólo ha ocurrido un par de veces. No ha vuelto a suceder. Telefonea a Alemania, Jim. Regresaré en tres semanas… aunque tenga que regalar el rancho.
–Está bien, pero si conoces a algunas vaqueras guapas dales mi número –bromeó el manager.
Shane terminó la conversación y continuó conduciendo.
A los pocos instantes recordó el comentario de Jim acerca de las mujeres y la imagen de la joven que había visto en el pueblo se apoderó de nuevo de su mente. La escena que había presenciado entre el hombre con el que había estado y ella había sido tensa. Los ojos marrones de aquella fémina habían reflejado una gran vulnerabilidad, pero se había comportado de manera desafiante y orgullosa. Cuando él le había sugerido que tal vez necesitaba ayuda, ella lo había mirado de manera mordaz, como si se hubiera sentido ofendida… o amenazada.
Él se había alejado, lo que era algo bueno. A pesar de aquellos ojos chocolate que hacían a los hombres pensar en apasionadas noches y placer, lo último que necesitaba era involucrarse con una mujer que asociaba a Moraine, sobre todo con una tan desconfiada.
Además, su vida en aquellos momentos estaba centrada en el trabajo y en expandir su negocio a mercados remotos. Tenía una buena vida. Y le bastaba.
–De vuelta a los negocios, Merritt –se dijo a sí mismo.
Debía ponerse en marcha y actuar con rapidez ya que tenía sólo tres semanas. Necesitaba una mínima ayuda, un ama de llaves que pudiera cocinar y limpiar, así como tomar fotografías para ayudar a vender el rancho.
–¡Demonios! –exclamó al ver la pequeña figura que iba caminando por la calle.
Era ella, era la mujer que había visto hacía unas horas en el pueblo. Llevaba dos bolsas de viaje colgadas a los hombros y tenía las piernas cubiertas de polvo. Parecía muy cansada.
Decidió acercarse a ella, preparado para que volviera a ser muy grosera. Aunque lo que en realidad quería era ignorarla, no podía. Aquella mujer estaba sola, andando por una calle que llevaba a ninguna parte a pocos minutos de que anocheciera. Ni siquiera tenía una linterna para poder guiarse cuando no hubiera luz. Además, él no podía olvidar aquellos preciosos y angustiados ojos… ni dejar de preguntarse si sabría cocinar y si era buena con la cámara que llevaba…
Rachel oyó como un coche se acercaba e instintivamente se alejó de la carretera y apretó su cámara con fuerza contra su cuerpo. Se sentía muy vulnerable en aquel lugar ya que no había ningún sitio al que correr si tenía que hacerlo.
El coche comenzó a circular más despacio y ella se echó aún más hacia la derecha.
–No… –ordenó una voz profunda, voz que ya le resultaba familiar–. Los alambres con púas son muy peligrosos.
Rachel se detuvo en seco y miró a su derecha. Era cierto; había alambres con púas.
–¿Qué quiere? –preguntó con lo que esperó que fuera un tono de voz que reflejara valentía al observar como el hombre detenía el vehículo y se bajaba de éste.
Pero él no se acercó a ella. Se quedó junto a la puerta del conductor.
–¿Que qué quiero? No lo que aparentemente piensa.
–¿Y qué cree que pienso? –respondió Rachel, forzándose a mirarlo a los ojos.
–Está a muchos kilómetros del pueblo o de cualquier vivienda.
–¿Es eso una amenaza? –espetó ella.
–No es ninguna amenaza, es un hecho –contestó el hombre, tendiendo las manos para que Rachel viera que no llevaba ningún arma consigo.
Pero aunque él no supusiera ninguna amenaza física, tenía el típico aspecto del rompecorazones. Ella no podía confiar en un hombre como aquél.
–¿Le importa si le pregunto adónde se dirige? –se atrevió a decir Shane.
A Rachel sí que le importaba, no quería hablar con él. Pero era cierto que durante los anteriores veinte minutos se había planteado si estaba andando en la dirección correcta.
–La mujer de la cafetería me dijo que hay alguien llamada Ruby que me alquilaría una habitación.
–¿Todavía sigue alquilando habitaciones?
–¿No lo sabe? –respondió ella, impresionada.
–Yo no vivo aquí, pero si está buscando a Ruby ha pasado hace más de un kilómetro por el desvío hacia su casa.
–¿A cuánta distancia está la casa de huéspedes del desvío? –quiso saber Rachel, abatida.
–A casi tres kilómetros.
Ella se sintió muy descorazonada. Pero guardó la compostura y comenzó a girarse.
–¿Tiene teléfono? –preguntó Shane.
–Sí.
–¿Dónde está?
–¿Por qué? –contestó Rachel, que no quería decírselo.
–Para que telefonee a Ruby.
–¿Tiene servicio de transporte?
Él esbozó una leve sonrisa que transformó su bella cara en algo arrebatadoramente hermoso. Ella deseó no haberse dado cuenta de su aspecto físico ya que era completamente irrelevante y no la ayudaba en nada.
–¿Servicio de transporte? No que yo sepa –contestó Shane–. Pero si la telefonea puede preguntarle sobre mí para así poder llevarla yo en coche.
–¿Por qué haría eso?
–Digamos que no quiero que me pese la conciencia.
–¿Cómo sé que Ruby y usted no están confabulados?
–No puede saberlo, pero si ése fuera el caso, Angie también tendría que estar en esto con nosotros, ¿no es así?
Él tenía razón. Rachel deseó no estar tan asustada. Pero le aterrorizaba la idea de subir a un coche con un extraño, con un hombre tan guapo y atractivo como aquél.
–Lo siento. Soy de ciudad. No monto en coche con gente que no conozco.
Shane respiró profundamente y la miró fijamente.
–Mi teléfono estaba en la guantera del coche de Dennis –admitió entonces ella.
–Ya veo –respondió él, sacando de su bolsillo un caro modelo de móvil. A continuación se acercó lo suficiente a Rachel como para entregárselo.
Ella lo aceptó y buscó el teléfono de la casa de huéspedes en la agenda del móvil.
–¿Cómo se llama usted? –le preguntó a Shane mientras marcaba el número de la casa de huéspedes de Ruby.
–Shane Merritt.
–Así que… ¿Ruby me dirá que es usted un buen tipo?
–No, seguramente le contará algún asunto personal del que yo no quiero ni oír hablar y le dirá que soy un burro, pero no la clase de burro que secuestra mujeres.
Rachel dejó de marcar y se quedó mirando fijamente a Shane.
–Entonces, aunque acaba de admitir que no es un buen tipo, ¿simplemente quiere llevarme en coche? ¿Eso es todo?
–No exactamente. Ya se lo he dicho. Tengo otros motivos, pero ninguno que deba preocuparle ni hacer que corra en dirección opuesta. Quiero realizarle algunas preguntas sencillas y quiero respuestas del mismo tipo.
–Pregunte –dijo ella, sintiéndose levemente nerviosa.
–¿Sabe cocinar y limpiar bien?
Rachel no sabía casi cocinar ni limpiar, pero fue consciente de que no le convenía ser sincera. Aquélla era la típica pregunta que parecía ir asociada a un trabajo y en aquel momento, debido a su desesperada situación, consideraría cualquier posibilidad.
–Sé hacerlo –respondió.
Él asintió con la cabeza, pero a Rachel le quedó claro que aquélla no había sido la respuesta que había esperado.
–Y con la cámara, ¿es buena fotografiando? ¿Sería posible que pudiera tomarse un par de semanas libres? –preguntó Shane.
Ella abrazó estrechamente su cámara.