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La fotógrafa de Bodas Bellas, Regina, creaba recuerdos perfectos que los novios conservaban para siempre. Sin embargo, al mirar las fotos de su propia boda se dio cuenta de que apenas conocía al hombre con el que se había casado. A Dell O'Ryan lo habían educado para ser un hombre responsable y hacer siempre lo que debía hacer. Por eso, cuando su primo abandonó a la hermosa Regina, dejándola sola y embarazada, Dell no dudó en acudir en su ayuda. El problema era que, incluso después de casarse con ella, Regina era prácticamente una desconocida, por lo que decidió pedirle una cita a su esposa.
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Seitenzahl: 214
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Myrna Topol
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La mujer del heredero, n.º 2220 - abril 2019
Título original: The Heir’s Convenient Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-876-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
EL DÍA en que Regina Landers O’Ryan decidió quitarse la venda de los ojos, hacía un calor terrible en Boston. Aquel día se dio cuenta del gran error que había cometido un año atrás. Se había casado con el hombre equivocado, o más bien, le había permitido a Dell casarse con ella. Y estaba siendo su marido quien estaba pagando el precio del error. Pero al fin se había dado cuenta.
«Está bien, es la última vez», pensó Regina mientras miraba las manecillas del reloj. Dell llegaría pronto a casa. Regina nunca estaba cuando él regresaba de trabajar. A esas horas solía estar en el cuarto oscuro, revelando carretes de fotos. Ella y unas amigas, las Bellas, tenían un negocio de bodas. La empresa se llamaba Bodas Bellas. Con su trabajo se consagraba a convertir en realidad los sueños de las parejas de enamorados. La ironía radicaba en que ella trabajaba dando forma a un romanticismo en el que ya no creía. Pero el problema no era de Regina, sino de Dell. Quizá Dell todavía pudiera encontrar a la mujer de sus sueños. Regina debía dejarlo libre. Decidió sentarse a esperar.
Dell entró en casa. Había vivido toda su vida en aquella mansión. La mansión de los O’Ryan estaba decorada con un gusto exquisito. Nada más entrar, Dell percibió que algo no iba bien. Y no, no se trataba de los fantasmas de la familia O’Ryan. No eran las ánimas de los aristócratas fallecidos lo que le estaban poniendo el vello de punta.
Regina lo esperaba sentada en un vetusto diván que había pertenecido a la familia desde tiempos inmemoriales. Era bastante incómodo. Dell se inquietó de inmediato. Regina jamás lo esperaba.
Al verlo, se levantó a recibirlo. Llevaba en una mano unos papeles. Dell la miró a los ojos fijamente.
–¿Qué te pasa? –preguntó Dell.
–Tenemos que hablar –respondió ella–, ahora.
Regina se aclaró la voz y trató de mostrarse tranquila. No obstante, estaba muy alterada.
–Está bien –contestó Dell.
–No, no nada está bien. Pero qué le vamos a hacer –repuso Regina.
Regina le mostró los papeles que tenía en la mano. El primero era un recorte de una revista local.
–¿Has visto esto? –le preguntó a Dell.
No, no había visto nada. La revista pretendía ser una guía de ocio de Boston, pero en realidad era de cotilleos y rumores.
Dell levantó una ceja sorprendido.
–No, no suelo leer ese tipo de prensa –respondió.
Regina se puso un poco colorada. Dell se dio cuenta que era la primera vez que la veía enrojecer. En realidad no la conocía nada, su matrimonio había sido de conveniencia. Apenas habían pasado tiempo juntos. Ambos vivían bajo el mismo techo pero no se comunicaban. Igual que había sucedido con sus padres, dos extraños viviendo bajo el mismo techo. De todas maneras, la expresión de la cara de Regina lo inquietaba y, además, aquél no era el mejor momento para recibir sorpresas.
Regina asintió con la cabeza. Dell se preguntó si le había leído el pensamiento.
–No. Ya sé que no es el tipo de revista que los hombres como tú leen –dijo–, pero he contrastado la información, y es verdad.
Regina se dio la vuelta, la voz se le entrecortó aunque mantuvo la cabeza alta. Era una mujer de marcadas curvas, pero Dell la encontró más delgada. Mucho más que el año anterior, cuando Regina había entrado en su vida. Había sufrido mucho los últimos meses y si estaba infeliz, en parte era por culpa de Dell. Sin duda sus acciones, intencionadas o no, la afectaban.
–Así que has comprobado datos. Y dime, ¿cuáles son esos datos? –dijo Dell con tono áspero.
Regina se dio la vuelta para mirarle de frente.
–Estuviste a punto de casarte con Elise Allensby cuando tú… cuando nos…
–Nos casamos –completó Dell.
–Ya, pero sólo te casaste conmigo para ayudarme. En realidad querías casarte con Elise. Todo el mundo estaba esperando que anunciarais el compromiso. Yo no sabía nada de eso. Si lo hubiera sabido, no te hubiera… por lo menos eso creo… no te hubiera dado el sí –concluyó Regina obviamente perturbada.
–No te hagas eso a ti misma, Regina –le ordenó–. Si lo que piensas es que destruiste mi historia de amor, no es verdad. Elise y yo jamás hablamos de matrimonio. Y no me rompió el corazón.
Pero en cierto sentido, Regina tenía razón. Si Dell no se hubiera casado con ella, era verdad que se habría planteado afianzar la relación con Elise. De hecho, así lo había hecho antes de contraer matrimonio y exclusivamente por motivos de carácter práctico. Dell no era un hombre romántico, su vida era el imperio O’Ryan. Y Elise provenía de buena familia, además de ser guapa y lista. Ella hubiera sabido cómo comportarse en público.
Sin embargo, desde que se había casado con Regina, no había acudido a ningún evento social con ella. Pero no por culpa de Regina. Dell había tomado la decisión de no tener una vida social compartida. No quería exigir nada a Regina en sus circunstancias. Dell siempre había tenido la sensación de que no tenía derecho a pedirle nada.
–¿Y a ella, le rompiste el corazón?
–No lo sé –respondió Dell. Aunque guardaba un secreto. Nunca le había hablado de la visita privada que Elise había hecho a su despacho el día después de la boda. Nunca había visto a Elise tan emocionada como aquel día. De hecho, había sido la única vez en la que había revelado sus emociones ante él. Pero todo eso había pasado hacía más de un año. Aunque Dell seguía pensando que, por proteger a una mujer, había herido a otra.
Hizo una mueca.
–¿Y por qué le ha dado a esa basura de revista por escribir sobre este tema? –Dell se aproximó un poco más a ella–. Puede ser que Elise hubiera contemplado la posibilidad de casarse conmigo. Y puede que alguien más hubiera barajado la opción. Pero yo jamás se lo propuse. Ya sabes que, si le hubiera prometido algo, o si se hubiera quedado embarazada, habría hecho lo correcto, Regina.
Regina se recostó en el diván. Su respiración era pesada y profunda.
–Sé que habrías hecho lo correcto. Crees en el valor del deber. Fuiste tú quien me rescató.
«Sí, aunque no sirvió de nada», pensó Dell. Regina ya no era una mujer desesperada. Ya no era la mujer necesitada con la que se había casado. Ahora tenía confianza en sí misma y un trabajo con el que disfrutaba. Pero sus ojos no se iluminaban como antes, ya no tenían aquella chispa.
Dell todavía se acordaba del brillo en la mirada de Regina cuando un día, dieciocho meses atrás, se había presentado en su casa. Le habían llevado a ella, por equivocación, el correo de Dell. Desde aquel día, a Regina sólo le habían pasado desdichas. Y Dell había sido el responsable involuntario de muchas de ellas.
–Ya sabes que en lo que a ti respecta, no siempre he hecho lo adecuado –le confesó Dell.
Regina negó levemente con la cabeza. Su cabello castaño rozó la blusa de color amarillo pálido.
–Yo tampoco he hecho siempre lo correcto en lo que a ti se refiere. La semana pasada…
Regina frunció el cejo y empezó a caminar.
Dell se acercó a ella impidiéndola que avanzara. Se acercó más para intentar descifrar la expresión de su rostro, pero ella se resistía a ser observada.
–¿Qué ocurrió la semana pasada? –preguntó Dell. Regina soltó un fuerte suspiro.
–Estaba en una boda haciendo las fotografías. De repente una señora mayor, Adele Tidings, se fijó en el nombre de mi pegatina de identificación. Me preguntó si tenía lazos de sangre contigo. Cuando le dije que era tu esposa, se preguntó cómo era posible que no me hubiera visto en los actos sociales en los que te había visto a ti solo. Entonces me di cuenta de lo horrible de la situación. Y no supe qué decirle. Así que la mentí. Le dije que había estado enferma durante mucho tiempo.
–Regina. Adele es buena persona, pero se mete donde no la llaman. No tiene ningún derecho a preguntarte sobre asuntos personales. No te preocupes por ella –le intentó tranquilizar Dell. Pero Regina negó con la cabeza.
–Pero tú y yo sabemos perfectamente que no he estado enferma. Tú me ayudaste a recuperarme casándote conmigo. Pero desde entonces, ni siquiera me he planteado acompañarte a ningún acto social. Aunque sabía perfectamente que era parte del trato, de tus negocios. En definitiva, no he cumplido mi parte del trato.
–Regina, no hicimos ningún trato. Nos casamos por una buena razón, aunque fuera poco convencional. Y también es verdad que este año no ha sido el más alegre de nuestras vidas. No tienes por qué disculparte.
Pero Regina no lo creía. No le convencían las razones de Dell.
–Jamás me has mencionado nada –continuó Regina–, pero en este artículo dicen que se rumorea que tienes planes de abrir una sede en Chicago. Dice que alguno de tus ricos clientes te está presionando para que expandas tus negocios por esa zona y que una mujer ha reunido a un grupo de amigos de influencia para convencerte de que te mudes allí. Están dispuestos a hacer todo lo que sea necesario, a darte toda la cobertura económica para que te marches a Chicago. Sin embargo, tú pareces negarte a pesar de que es una oportunidad única. Incluso la ciudad de Chicago piensa que sería un gran éxito tenerte entre ellos. Y grandes personalidades de la ciudad se preguntan cómo es posible que rechaces tal oferta.
Dell dejó escapar un sonoro suspiro.
–Muchas veces, la gente hace elucubraciones sobre cosas de las que no tienen la menor idea.
–De hecho la revista dice que no te planteas mudarte porque tu esposa tiene un negocio en Boston y no quieres enfadarla con una mudanza a otra ciudad –continuó Regina.
Parecía tan enfadada, pero tan dulce al mismo tiempo, que a Dell le dieron ganas de sonreír.
–Pues tendríamos que hacerles saber que la sede del negocio está precisamente en Boston. Que aquí también está la casa familiar donde quiero vivir y que quizá lo que realmente pase es que no me apetece expandir el negocio al Medio Oeste.
Regina frunció el ceño.
–¿Es ésa la verdadera razón? –le preguntó.
No. No era verdad. A Dell le encantaba Chicago. Y llevaba tiempo pensando en expandir su negocio a esa zona. Pero hubiera sido una locura por su parte abandonar a su frágil mujer en ese periodo tan delicado. En aquel momento no se podía permitir ni viajar ni el nivel de trabajo que la expansión le exigiría. No podía embarcarse en un proyecto tal con Regina en aquel estado. Sí, los rumores eran ciertos, al menos en parte. Pero los O’Ryan siempre se habían caracterizado por priorizar a la familia y Dell conservaría la buena reputación del apellido. Abandonar a su mujer, sólo un año después de la boda, haría correr como la pólvora los rumores.
–Sólo te digo que, como en todo en la vida, no existe una única razón detrás de una decisión, sino un cúmulo de circunstancias –le dijo a Regina, dando un rodeo a la pregunta que le había planteado–, y no quiero que te preocupes por esto, ya me encargaré yo.
Regina se levantó y se acercó a él.
–Cuando tú tenías seis años y yo tenía diez no nos conocíamos. Pero como todo el mundo en la ciudad, sabía perfectamente quién eras. Recuerdo que un día de verano pasé por delante de tu casa. Tu padre te estaba explicando por qué un O’Ryan no podía andar descalzo por ahí como hacían los otros niños. Tenías en los ojos una mirada de deseo, de inocencia. No te dabas todavía cuenta de que vivíamos en mundos totalmente diferentes. Me diste pena. Y creo que acabo de ver esa misma mirada en tus ojos ahora mismo. Los rumores son ciertos. Te gustaría ir a Chicago. Pero no lo haces porque te sientes responsable de mí. Bueno, pues ya está bien. Dell, quiero que pongamos fin a este matrimonio.
Aquella última frase le pilló desprevenido. Sintió como si le acabaran de dar un puñetazo en el pecho. El dolor le atravesó el cuerpo.
–¿Perdona? –logró decir Dell–. ¿Por qué?
Una triste sonrisa se apoderó de los labios de ella. Los ojos castaños también se entristecieron.
–Nos casamos por los motivos equivocados. En aquel entonces, nos parecieron razonables. En parte, tú querías protegerme. Y te agradezco mucho todo lo que has hecho por mí. Todo lo que has sacrificado por mí. Sabes lo agradecida que estoy, pero ya no estoy a la deriva. Y no soy el tipo de mujer que necesita sentirse protegida, Dell, no tenemos nada en común.
–Sí. Tenemos un matrimonio en común.
Dell no sabía bien qué estaba haciendo, por qué estaba discutiendo. La realidad era que no tenían absolutamente nada en común. Eran dos personas totalmente distintas.
Regina soltó una carcajada. Deliciosa y suave.
–Sabes perfectamente que no es suficiente. Tú perteneces a la vieja guardia, a una familia de aristócratas, estás acostumbrado a acatar órdenes y a hacer lo correcto. Y yo en cambio soy un poco salvaje y caótica. Siempre lo he sido y siempre lo seré.
Dell abrió la boca. Regina le puso la mano sobre los labios para impedir que hablara.
–No tienes por qué defenderme. Me he pasado la vida entera tratando de parecerme a lo que mis padres querían que fuera. Pero por fin me he dado cuenta de que soy diferente. Y no sólo eso. Me gusta serlo, disfruto siendo distinta. Y por fin he aceptado mi creatividad y mi tendencia al desorden. Por su puesto, no encajo en tu mundo. Es cierto que te saco cuatro años, pero tú siempre has sido el adulto. Y yo siempre he sido la… no sé. Siempre he sido yo misma.
–Pero es que no hay nada malo en ti –repuso Dell.
–Sí. Es verdad, no hay nada malo en mí. Lo único es que no te convengo y….
–Y yo no encajo contigo –completó Dell.
Regina lo miró con angustia.
–No he querido decir eso. No busco un romance. No quiero nada de eso, así que no te preocupes por mi vida amorosa –repuso Regina.
–¿Crees que estoy interfiriendo en tu vida amorosa?
–¡No! –la voz de Regina sonó un tanto vehemente, lo que hizo que Dell tuviera ganas de sonreír. Pero se contuvo.
–Mentirosa. Ser una O’Ryan no es precisamente divertido si no estás acostumbrada –siguió Dell.
Regina miró de reojo la revista que todavía tenía en la mano.
–La gente te mira con lupa, te juzgan. Y yo no te estoy ni siquiera ayudando –dijo.
–Regina, yo no estoy preocupado –respondió Dell.
Por lo menos no estaba preocupado por eso. Existían razones de peso que justificaban la ausencia de Regina en actos sociales. Su matrimonio no era normal. Desde luego, no era el matrimonio perfecto que ambos hubieran elegido. Y no les había traído satisfacciones.
La mirada de Regina reflejaba dolor.
–Todos los días atiendo a mujeres felices en la tienda. Están felices porque se van a casar y es lo que más desean en este mundo y así es como debe ser. Admítelo, Dell, lo nuestro no funciona. No somos una pareja normal. Ni siquiera nos tocamos.
Las últimas palabras las dijo en voz muy baja.
Dell suspiró.
–Pero podríamos tener una relación física –le propuso a Regina.
Dell jamás la había tocado, sólo como a una amiga y antes de casarse. La noche de bodas Regina no había podido evitar llorar. Había sollozado en silencio y Dell se había dado cuenta y se había detenido. A partir de aquella noche, Dell se había limitado a ganarse el pan y llevar dinero a casa. Había estado dispuesto a ser paciente, a esperar.
–No, no podemos hacerlo, no funcionaría. Sería una farsa –continuó ella.
Dell estudió las facciones de Regina. Evidentemente, había pensado con cuidado lo que le estaba diciendo.
–¿Y cómo estás tan segura de que no funcionaría?
Regina pestañeó. La pregunta la había sorprendido.
–Quiero decir el matrimonio –continuó Dell–, no me refiero a la parte física. ¿Cómo estás tan segura de que nuestro matrimonio no va a funcionar?
Regina miró a Dell. Los ojos de ambos se encontraron.
–Porque no ha funcionado –dijo ella con seguridad, recordando los meses pasados.
Dell también recordaba los meses pasados. Pensaba que Regina había dejado de ser una mujer feliz el día en que se había casado con él. Dell se había pasado la vida aprendiendo a comportarse como un O’Ryan. Se había empeñado en cuidar la reputación de la familia. La boda con Regina disipó cualquier atisbo de escándalo. Pero al mismo tiempo hizo que dejara de lado su vida personal, como si ya hubiera cumplido con la misión encomendada. El matrimonio no había sido satisfactorio, pero sin embargo…
–En realidad no hemos intentado que el matrimonio funcione, ¿verdad? –le preguntó a Regina–. Dices que a Adele le sorprende que no se te vea más conmigo, pero es que de hecho nadie nos ha visto juntos. Es como si sólo estuviéramos casados en el papel.
–Pero hay una explicación para todo. Te casaste conmigo casi obligado.
Dell se contuvo, no quería reaccionar de manera inapropiada.
–Yo elegí casarme contigo, Regina –dijo esto aún sabiendo, en lo más profundo de su ser, que no era del todo verdad. Se había casado con Regina por muchas razones. Entre ellas por honor, porque se sentía culpable, porque sabía que era su deber. Y sobre todo, para proteger el nombre de la familia y el de ella.
Pero ¿la había protegido? ¿Había hecho las cosas bien?
Quizás. Pero lo cierto era que desde el día en que Regina le había llevado aquellas cartas, se habían distanciado. Tanto que parecían amigos lejanos.
Regina no era el tipo de mujer con la que Dell hubiera salido, tampoco con la que se hubiera acostado ni a la que hubiera elegido para traer al mundo al próximo heredero O’Ryan.
Sin embargo, a Dell le gustaba Regina. Era cálida y espontánea. No se conocían mucho, pero hubieran podido llegar a ser buenos amigos si él no hubiera cometido aquel error. Si él no hubiera tomado aquella infame decisión que había puesto el mundo de ambos patas arriba obligándoles a convertirse en marido y mujer.
Y de nuevo se encontraban en un momento difícil. Obligados a tomar una decisión complicada. Una decisión imprudente. Pero él no era un hombre alocado. Eran las emociones exacerbadas las que producían decisiones inapropiadas. Y él era un hombre que sabía controlar las emociones. Sabía que la irresponsabilidad sólo conducía al dolor, la ruina y la frustración.
–Elegí casarme contigo –dijo de nuevo Dell–. Pero no he sido un buen marido. Y creo que antes de tirar la toalla, deberíamos darnos la oportunidad de enmendar este matrimonio.
Regina respiró profundamente. Avanzó unos pasitos, claramente perturbada.
Dell la siguió. De repente Regina se dio la vuelta y casi se tocaron. Estaban más cerca el uno del otro de lo que jamás habían estado. Dell percibió el sutil perfume a miel de ella. Sintió un pequeño arrebato de deseo. Se controló.
–Pero tú no me quieres –dijo ella–. Elise…
–No –repuso Dell–, no te quiero. Pero tampoco quiero a Elise. No estoy interesado en el amor. Y no creo que el amor sea el factor más importante en un matrimonio. Además, acabas de decir que tú tampoco buscas amor ni un romance. Podemos intentarlo. Podemos seguir casados. Ya lo estamos, ¿por qué abandonar ahora?
–Porque ahora que puedo pensar con claridad, me he dado cuenta de que no seré una buena O’Ryan.
–Demasiado tarde. Ya eres una O’Ryan.
–Pero sólo debido a un ritual y a un papel. De hecho, ni siquiera me acuerdo de la ceremonia.
–Pero todo eso cuenta también –repuso Dell.
Regina le sonrió levemente, con una sonrisa encantadora. Dell tuvo que contener un instinto masculino que le impelía a acercarse más a ella.
–Dell. No he tenido un buen año. Pero por fin he recuperado mi sentido del equilibrio y mi independencia. Ayúdame a salir de aquí. Sólo intento hacer lo correcto.
Dell negó con la cabeza.
–Estás intentando hacerme un favor. Intentas dejarme libre para que siga con mi vida. Pero el divorcio no es la solución. No cuando ni siquiera lo hemos intentado. Estamos casados Regina. Y eso es innegable, a pesar de que no nos casáramos como tus clientes se casan. Por lo menos deberíamos darnos la oportunidad de conocernos antes de iniciar el camino del divorcio. Puede que tengamos éxito. De hecho, si tenemos éxito, nos evitaremos muchos problemas y toda la farándula y mala prensa que se da a los jóvenes matrimonios que se divorcian demasiado pronto. ¿Entiendes?
Regina parecía un poco contrariada, pero asintió.
–Sí. Supongo que sí.
Pero ¿como era posible que Dell hubiera adivinado que lo estaba haciendo por él?
–¿Qué periodo de prueba nos ponemos? –le preguntó.
–¿Qué te parecen dos meses? ¿Suficiente como para conocernos y convertirnos en una pareja?
–No sé –dijo Regina–, me da la sensación de que no es justo para ti.
A Dell le parecía lo mejor que podían hacer. Los O’Ryan jamás actuaban por impulso. De hecho, el único impulso que había seguido en su vida había sido casarse con Regina. Y el fracaso de aquel matrimonio era la prueba de que las cosas meditadas y lentas salen mejor.
Regina había sido una habitante silenciosa y extraña en la casa. Dell había aceptado ese hecho y, con el tiempo, ella se había curado. Sus ojos volvían a brillar. Ahora era una mujer con energía que estaba renaciendo de las cenizas. Pero Dell apenas la conocía. Quería por lo menos conocer a la mujer de la que se suponía se iba a divorciar. Y bueno, quizás decidieran seguir casados… Había llegado el momento de hacer las cosas bien. Despacio y metódicamente.
–Si todavía te agobia que no seamos una pareja al uso, no te debes preocupar más –le dijo–. Lo mejor para un matrimonio es no estar enamorados. El amor sólo trae complicaciones, decisiones aceleradas y equivocadas. Si lo piensas, los lazos emocionales harían el divorcio muy difícil, si es eso lo que ocurre en un futuro.
Decisiones aceleradas. Dell se maldijo a sí mismo cuando escuchó esas palabras salir de su boca. Regina se había quedado de piedra al oírlas. Dell se acercó a ella y le tocó la barbilla con el dedo índice.
–Vamos a darle a nuestro matrimonio la oportunidad que se merece –le pidió.
Despacio, Regina asintió. Dell sintió el contacto de la mandíbula de Regina en su mano y sintió la urgencia de acariciarla.
–Si es eso lo que quieres –respondió Regina.
Dell no tenía ni idea de lo que quería. Lo único que sabía era que quería tomar decisiones racionales. Aunque cuando miraba a Regina su racionalidad se tambaleaba un poco. Ella alzó la barbilla. El dedo de Dell acarició el cuello de Regina y disfrutó de aquella piel suave. Una piel pensada para la caricia masculina.
–¿Y qué vamos a hacer con la parte física? –le preguntó Regina de repente, como si le estuviera leyendo el pensamiento. El cuerpo de él se puso tenso. Regina lo miró con preocupación. Él se aclaró la garganta.
–Ese tema puede esperar –contestó tratando de tranquilizarla. Dell se preguntó si su voz habría sonado normal–. Por ahora sólo nos estamos tomando un tiempo para ver si podemos estar juntos.
–O para ver si nos separaremos –añadió Regina.
Dell tuvo la sensación de que Regina ya había tomado su decisión. Estaba decidida a terminar con el matrimonio. Y probablemente así sería. De hecho, no tenían nada que ver el uno con el otro. Pero un O’Ryan nunca se amedrentaba ante un reto. Tenía que darlo todo en la batalla.
No podía resignarse a dejar marchar a su esposa sin haber probado sus besos. Dell se dio cuenta de la nueva atracción que estaba sintiendo por ella. Por aquella piel de seda y aquellos labios sensuales. Sabía que tendría que controlarse. Tenía que hacer las cosas bien. No se podía dejar llevar por los impulsos. Pero la imagen de aquellos labios carnosos siguió revoloteando en su mente mucho después de que Regina se fuera.