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El amor no tiene normas Myrna Mackenzie Después de que su prometido le robase la herencia, a Genevieve Patchett no le quedó más remedio que buscarse un trabajo. Por suerte, consiguió una entrevista con el empresario más provocador de Chicago, Lucas McDowell, pero su arrebatador atractivo la dejó sin palabras. Encanto inocente Jennie Adams Jayne Cutter debería haberse tomado las sonrisas seductoras del atractivo Alex MacKay, diez años más joven que ella, como un gesto de puro coqueteo, pero él consiguió que bajara la guardia y que deseara comprobar hasta dónde los llevaría la atracción. Alex no tenía tiempo para aventuras amorosas; estaba centrado en alcanzar el éxito en su negocio y en descubrir la verdad sobre su pasado. Pero la bella Jayne era una distracción sorprendente. Mientras la princesa duerme Melissa McClone La obediente princesa Julianna tenía un secreto: era mucho más feliz sintiéndose libre, con la brisa marina alborotándole el cabello. Aunque estaba prometida con Enrique, un hombre correcto y aburrido, se sintió atraída al instante por su hermano, el príncipe rebelde Alejandro.
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Seitenzahl: 531
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 477 - mayo 2019
© 2011 Myrna Topol
El amor no tiene normas
Título original: Riches to Rags Bride
© 2011 Jennie Adams
Encanto inocente
Título original: Surprise: Outback Proposal
© 2011 Melissa Martinez McClone
Mientras la princesa duerme
Título original: Not-So-Perfect Princess
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011 y 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-971-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
El amor no tiene normas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Encanto inocente
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Mientras la princesa duerme
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
GENEVIEVE Patchett estaba mirando la puerta de caoba del despacho donde iba a tener la primera entrevista de trabajo de su vida. A pesar de tener veintiséis años, tenía un currículum vacío, muchas explicaciones que dar y un montón de facturas por pagar. Lucas McDowell, el hombre que tenía en sus manos su futuro y su supervivencia, tenía fama de ser un hombre de negocios frío y exigente que sólo contrataba a los mejores. Y ella no era la mejor.
Alargó la mano para tomar el pomo de la puerta y su mano tembló, así que lo sujetó con fuerza y se concentró en mostrarse competente. Tenía que conseguir aquel empleo. Su amiga Teresa le había conseguido aquella entrevista.
Genevieve abrió la puerta un poco y enseguida se quedó quieta. Al otro lado se oía una discusión. Una voz femenina hablaba más alta.
De repente la puerta se abrió de par en par y se encontró frente a una mujer morena, muy alta y guapa.
Gen se apartó y la mujer rió con ironía.
–No te vayas, querida. Es todo tuyo. Tan sólo ten cuidado y no te enamores de él. No tiene corazón –dijo la mujer–. Lucas, tu siguiente víctima está aquí.
Con ésas, la mujer se fue por el pasillo y Genevieve pudo por fin ver al hombre moreno de anchos hombros que estaba sentado ante el escritorio. Por una décima de segundo, se preguntó si salir corriendo era una opción. Lucas McDowell llevaba un traje impecable. Tenía facciones de luchador callejero, unos ojos de color gris metálico capaces de ver todas sus inseguridades y… el ceño fruncido.
–Entre, cierre la puerta y siéntese –dijo, señalando la butaca azul que estaba frente a su mesa.
Ella obedeció rápidamente y no dijo nada. Estaba acostumbrada a aquellas salidas de tono. Sus padres eran personas muy temperamentales.
El hombre la miró detenidamente, desde el rostro a las manos que tenía en el reposabrazos de la butaca. Con esfuerzo, contuvo la respiración y trató de relajarse.
–Imagino que usted es Genevieve Patchett –dijo–. Muy bien, empecemos.
Pero estaba claro que no tenía ningún interés en empezar nada con ella. Seguía frunciendo el ceño.
Genevieve quiso llorar. Por enésima vez desde que su mundo se viniera abajo, se sintió al borde de un precipicio. Aquella sensación de miedo se estaba convirtiendo en una sensación habitual. Había perdido su reputación y pronto se le acabaría el poco dinero que le quedaba de su fortuna después de que su exnovio, un asesor financiero, vaciara todas sus cuentas. Entonces, se vería obligada a dormir en las calles. Así que huir corriendo de la única entrevista de trabajo que había conseguido no era una opción.
«Déjalo ya», se dijo.
Aquel hombre podía tener una mirada de acero, ser un gigante de la industria y tener una compañía de equipamiento recreativo, pero ella se había criado en una familia que se codeaba con la élite social del mundo. El hecho de que ahora se viera obligada a mendigar para comer no cambiaba eso. Sus padres siempre le habían dicho que teniendo seguridad, o al menos fingiendo tenerla, una persona podía conseguir cualquier cosa.
Se sentó erguida y se obligó a olvidar la desagradable escena que había visto. Lo miró directamente a sus ojos grises intimidatorios.
–Señor McDowell. Me gustaría que…
–No –dijo él, su voz cortante como un cuchillo–. Señorita Patchett, los dos sabemos que lo que le gustaría no va a afectar su destino.
–¿Mi destino?
La manera en que lo había dicho, como si tuviera alguna clase de control sobre ella, hizo que Genevieve se revolviese en su asiento. Se sentía muy sola. Aun así, sabía que era muy afortunada de que le hubiera concedido aquella entrevista.
–Muy bien –convino ella, esperando que continuara.
Deseaba escapar de su insolente mirada.
–Dejemos una cosa clara. La única razón por la que está aquí es porque uno de mis empleados se ha marchado a Australia y ha sido recomendada por Teresa March –dijo, aunque Genevieve ya lo sabía.
Había sido un golpe de suerte que Teresa hubiera estado en la ciudad visitando a unos familiares. Le había contado que Lucas, un hombre con el que Teresa había trabajado, estaba en Chicago buscando un colaborador justo cuando Genevieve estaba empezando a contar sus últimos dólares. Sin dudarlo, Teresa había insistido para intentar conseguirle el trabajo a Gen.
«¿Debería decirle algo? ¿Debería decirle que estoy agradecida a Teresa? ¿O se dará cuenta de lo desesperada que estoy?», pensó.
No sabía. A pesar de tener veintiséis años, aquello era nuevo para ella.
«Déjate llevar por tu instinto», pensó.
Pero haciendo eso había llegado a confiar en Barry, que había aprovechado para robarle todo el dinero y traicionarla, además de hacerle daño. Aun así, Teresa podía haberle salvado la vida al conseguirle esa entrevista. Tenía que elogiarla.
–Teresa es una santa –dijo y se sonrojó al ver que él arqueaba una ceja.
Teresa tenía fama de ser una chica a la que le gustaba pasárselo bien, aunque nunca dejaba que la diversión interfiriera en el trabajo.
–Bueno, no es exactamente una santa, pero es una persona muy agradable una vez se la conoce –añadió Genevieve, corrigiéndose–. Yo… Usted la conoce y…
La expresión de Lucas no revelaba nada. Se quedó callado mientras ella se ponía cada vez más nerviosa.
Genevieve quiso llevarse la mano a la boca. ¿Por qué estaba tartamudeando? Lucas McDowell no la consideraba la candidata ideal. Iba a pensar que era tonta y la despediría de allí sin darle el trabajo.
–Le estoy muy agradecida por esta entrevista –concluyó y rápidamente se preguntó si habría sonado demasiado ansiosa.
Le dirigió una rápida e intensa mirada, como si pudiera leer sus pensamientos, y anotó algo en un cuaderno. El corazón de Genevieve empezó a latir con fuerza. Se imaginaba gastándose su último dólar sin saber qué dirección tomar o dónde ir.
–Lo siento. Yo… Señor McDowell, ¿podemos empezar de nuevo? –preguntó ella.
Él dejó el cuaderno y rodeó la mesa hasta quedarse ante ella con los brazos cruzados. Estaba muy cerca y Genevieve se vio obligada a mirarlo a los ojos.
–¿Empezar de nuevo?
–Sí, así. Soy Genevieve Patchett, creo que tiene un puesto vacante y quisiera ser la persona que lo ocupe. Tengo referencias –dijo y sacó la lista que Teresa le había ayudado a preparar.
El hecho de que aquellas referencias fueran de personas que todavía no habían oído los malvados rumores que Barry había hecho correr sobre ella, la hacía sentir culpable. Quería pedirle a Lucas que no creyera los rumores que oyera sobre ella, pero Teresa le había aconsejado que no lo hiciera.
Lucas tomó el papel y sus dedos estuvieron a escasos centímetros de los de ella. El pulso estuvo a punto de parársele al ver que lo tomaba y lo dejaba en la mesa sin leerlo.
–¿No las quiere? –preguntó con voz entrecortada.
–No las necesito. Ya he comprobado su pasado. Sé todo lo que necesito saber. Si no lo hubiera hecho de antemano, no estaría aquí ahora.
–Entiendo.
Pero su cabeza daba vueltas. ¿Qué sabía? ¿De qué se había enterado?
Por vez primera, Lucas sonrió. Aquella sonrisa transformó su rostro en algo… masculino y viril, además de peligroso. Genevieve se dio cuenta de que se estaba acomodando demasiado en su asiento. Se enderezó y levantó la cabeza.
«Intenta mostrarte segura y competente», se ordenó.
–No lo entiende, pero no es culpa suya. Este trabajo no se parece en nada a lo que ha hecho anteriormente.
Abrió la boca para decirle que nunca había tenido un trabajo, pero la cerró. Le había dicho que conocía su pasado. Si era cierto, entonces sin duda lo sabría. Pero quizá quería poner a prueba su sinceridad. Abrió la boca de nuevo, pero volvió a cerrarla. Esa sinceridad podía echarlo a perder todo. Y entonces se moriría de hambre y…
–Yo…
Cerró los ojos dispuesta a hacer lo correcto o, al menos, a que las palabras que salieran de su boca fueran las correctas. Todavía tenía que elegir entre decir la verdad o desfallecer. Una mujer no podía alimentarse de verdades.
–Nunca ha tenido un trabajo serio, ¿verdad? –le preguntó, poniendo fin a su dilema.
–¿Y eso importa? –preguntó tragando saliva.
«Por favor, que diga que no».
–No lo sé todavía. Depende.
Genevieve respiró hondo, confiando en que no se diera cuenta de lo nerviosa que estaba.
–¿De qué depende?
–Para empezar, no tiene ni idea de lo que implica este trabajo, ¿verdad?
–Lo cierto es que no.
Confiaba en que no implicara algo que estuviera más allá de sus habilidades.
–¿Qué quiere que haga?
–Lo que quiero si le doy el trabajo… Bueno, empecemos por algunas preguntas sobre usted.
Era un hombre desesperante. No había contestado a su pregunta y… Oh, no, ahí llegaba la parte más dura.
«No me pregunte por las mentiras que Barry ha contado sobre mí porque ya ha habido mucha gente que me ha dado la espalda por su culpa».
–¿Cuáles son sus habilidades?
Aquélla era la clase de pregunta que podía hacer que saliera por la puerta antes de que la entrevista comenzara.
«En circunstancias menos estresantes, puedo mantener una charla, sé cómo hay que vestirse, cómo elegir un buen vino, cómo supervisar al servicio…».
Por alguna razón, dudaba de que cualquiera de aquellas cosas fuera a serle de ayuda en aquel momento.
–Yo… No sé qué clase de habilidades son las que está buscando –dijo, confiando en que le diera una pista de lo que necesitaba.
–Necesito a alguien que sepa conseguir lo que se propone.
–Yo he… –dijo y su voz se quebró.
Se las arregló para tragar saliva, respirar hondo y volver a empezar. Si no le daba una buena respuesta, si no sonaba convincente, iba a perder aquella oportunidad. Genevieve se esforzó en seguir respirando con normalidad.
–He organizado eventos y he supervisado las listas de invitados –dijo con un tono de voz sorprendentemente firme, teniendo en cuenta los frenéticos latidos de su corazón.
Lo cierto era que los eventos consistían en la fiesta que sus padres daban todos los años. Lo que a ella le tocaba hacer nunca había sido difícil. Sus padres siempre le decían lo que querían exactamente y siempre era lo mismo. Respecto a la lista de invitados, la gente siempre había acudido en tropel para ver el arte de sus padres, así que su principal misión había sido reducir la lista de invitados hasta dimensiones proporcionadas. Su papel siempre había sido discreto tanto para organizar la fiesta como para llevar un control del trabajo de sus padres.
Lucas se cruzó de brazos, lo que acentuó la anchura de sus hombros y la hizo sentir más pequeña de lo que era. Una sonrisa asomó en sus labios, como si supiera lo que estaba pensando. Confiaba en que no supiera lo que estaba pensando.
–Sus padres, Ann y Theo Patchett han revolucionado el mundo del diseño con sus figuras de cristal artesanal. Tengo entendido que viajó con ellos a todas partes y que estuvo a su lado en todo momento. Imagino que consiguió todo lo que quería.
Pero se lo había imaginado mal, pensó Genevieve. Sus padres habían tenido una personalidad muy fuerte y había tenido que hacer todo como ellos habían querido, a la sombra de sus egos. No destacaba en nada y últimamente, nada le había salido bien. Después de la muerte de sus padres, se había comprometido con un estafador que había conocido gracias a ellos y que luego le había robado antes de abandonarla. ¿Debería contarle a Lucas McDowell la verdad?
«No, se te da bien cumplir órdenes. Así que cumple las órdenes e intenta hacer lo que te diga. Eso, si te contrata».
–Sus padres decoraron algunas de las casas más lujosas del mundo –estaba diciendo él–. Teresa me llamó cuando iba a empezar a entrevistar a candidatos. Necesito a alguien que sepa decorar y que sea organizado. Eso es lo que más me interesa.
Genevieve se preguntó qué sería exactamente lo que Teresa le había contado y cuánto de bien conocería a Teresa. Era una mujer lista y exagerada. Si Lucas pensaba que Genevieve era un genio creativo y descubría la verdad… No podía mentir y menos después de lo que había pasado con Barry. Abrió la boca para decir que no se parecía en nada a sus padres, pero la cerró.
–No tengo la experiencia de mis padres –dijo con franqueza–, pero he pasado la vida en sitios preciosos, admirándolos durante largas horas y en algunos casos catalogando los detalles cuando mis padres necesitaban ayuda.
Estaba segura de que no era aquello lo que estaba buscando, pero Lucas la miró detenidamente.
Genevieve trató de no estremecerse ni de reparar en lo guapo que era. Varias veces en su vida, su confianza había sido traicionada, pero nunca de la manera en que lo había hecho Barry. El amor ciego por un hombre había sido su perdición. No le pasaría nunca más. Teresa ya le había advertido de la reputación de Lucas como rompecorazones.
«No importa lo irresistible que sea», pensó Gen.
No necesitaba un hombre. Lo único que quería en aquel momento era un trabajo. El dinero sería su salvación. Necesitaba poner orden en su vida y no confiar en nadie. Era una regla muy sencilla. Pero antes tenía que conseguir el empleo. Levantó la mirada y vio que Lucas la estaba estudiando detenidamente.
–¿Quién eligió su ropa? –preguntó de pronto.
–¿Disculpe? –preguntó sorprendida, pero rápidamente recuperó su expresión de tranquilidad.
Era una pregunta extraña, pero ¿y qué? Quizá fuera un excéntrico, pero sólo tenía que importarle que le estaba ofreciendo un empleo.
–La he elegido yo.
Se la había hecho a medida. Por aquel entonces, tenía mucho dinero.
–Ya.
Genevieve trató de evitar responder a aquello, pero no pudo.
–¿Tiene algo de malo?
Él reparó en su falda color bronce y en su blusa de color dorado oscuro, con botones de cristal color crema asimétricos que ella misma había hecho.
–Es interesante. El efecto es soso, incluso antiguo. Pero los botones son… lo más extraño. Contrastan con el resto del atuendo, pero quedan bien. Se ve que sabe acerca de colores y mezclas para conseguir que el resultado funcione. Y los colores destacan tu cabello pelirrojo. Aunque la falda es demasiado corta.
De manera automática, Genevieve se miró las piernas. La falda dejaba al descubierto sus rodillas.
Se mordió el labio. Si la contrataba, iba a ser muy difícil trabajar con él.
–Es el largo que suelo llevar. ¿Supone algún problema con su código de vestimenta?
Lucas se sorprendió.
–No tengo ningún código. Tan sólo quería comprobar cómo defendía su postura.
–Yo…
Quería decirle que estaba siendo injusto. Estaba siendo entrevistada para un puesto de trabajo y temía enfrentarse a su posible jefe. Pero decirle a alguien que estaba siendo injusto no era su estilo. Le gustaba seguir la corriente para agradar. Y en aquel momento, estaba asustada, nerviosa, cansada y hambrienta.
–No me gustaría que jugara conmigo –dijo ella, sorprendiéndose a sí misma.
Quizá estuviera más cansada de lo que pensaba, puesto que se estaba comportando de una manera estúpida. ¿Qué hombre contrataría a alguien que lo reprendía? Abrió la boca para disculparse, pero fue demasiado tarde. Lucas ya estaba hablando.
–Tiene razón. Mi comentario ha sido injusto dadas las circunstancias. Así que hagamos una cosa. Durante el resto de la entrevista, trate de contener los nervios y compórtese como lo haría si ya estuviera trabajando para mí. ¿De acuerdo?
–Y… –dijo ella y tragó saliva–. ¿Qué pasa si no le gusta cómo me comporto?
–No la contrataré –respondió él encogiéndose de hombros–. En cuanto tenga la más mínima duda, daré por terminada la entrevista. ¿Le parece bien?
–¿Es siempre así de franco, señor McDowell?
Si la contrataba, ¿tendría que estar alerta todo el tiempo?
–Siempre.
Él se quedó mirándola a los ojos y Genevieve no pudo apartar la vista. Aquella expresión… Parecía que estaba esperando a que objetara algo. Genevieve sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta. Aquel hombre era muy poderoso y el hecho de que tuviera su futuro en las manos le resultaba aterrador, pero todavía no había dado por terminada la entrevista.
–Creo que puedo hacerlo bien, señor McDowell.
–Soy un poco imbécil. Su falda está bien. Contésteme a una pregunta: ¿tiene algún problema con la gente sin hogar, con la gente que no tiene dinero ni prestigio, con la gente con problemas?
«Voy a acabar desmayándome. ¿Está hablando de mí? ¿Hasta dónde han llegado sus averiguaciones? ¿Conoce todos mis problemas?».
–Creo que la gente no debería ser juzgada por su situación económica. Me gustaría que la mayoría de la gente pensara como yo.
Pero sabía que ése no era el caso.
Lucas sacudió la cabeza.
–De acuerdo. Última pregunta: Teresa y usted no se han visto mucho últimamente, pero me contó que de jóvenes, estaban muy unidas. Estoy seguro de que compartió secretos con usted. Me gusta saber todo sobre mis empleados, su pasado y su presente. ¿Puede contarme alguno de esos secretos?
–¡No! –exclamó Genevieve en un tono de voz demasiado alto.
Se había sorprendido ante aquella pregunta extraña y grosera. Por unos segundos, sintió asco. Aunque nunca antes hubiera tenido una entrevista de trabajo, estaba segura de que ese tipo de preguntas no eran apropiadas. ¿Qué clase de hombre tenía enfrente?
Miró a Lucas y en aquel momento supo que con su respuesta había sentenciado su destino. Lucas la estaba observando intensamente, con aquellos ojos hipnotizadores. ¿Qué se sentiría sin dinero, sin casa y sin comida? Sin duda alguna pronto lo sabría.
–No –dijo de nuevo, esta vez con más tranquilidad.
Teresa, a pesar de su dinero y de su carácter alegre, había tenido una infancia difícil. Confiaba en Teresa.
La expresión de los ojos grises de Lucas pareció suavizarse.
–¿Cuándo puede empezar a trabajar? –preguntó él.
–¿Cómo?
–Trabajar. ¿Cuándo puede empezar a trabajar? ¿A eso ha venido, verdad?
–Sí, pero pensé que… Su pregunta… Yo…
–La mayoría de la gente tiene secretos. No tengo interés en revolver en el pasado de Teresa. Lo que quería saber era si estaba dispuesta a revelar esos secretos para conseguir un trabajo. Tenía que estar seguro. El puesto es suyo.
Genevieve dejó escapar un suspiro profundo. Todavía se sentía desorientada y algo alarmada ante la atracción física que sentía hacia aquel hombre que no seguía las reglas. ¿Cómo iba a tratar con alguien cuyos métodos no acababa de entender?
–Me temo que estoy en desventaja, señor McDowell. Teresa me dijo que para este trabajo sería necesario tener conocimientos en decoración y ser ordenada. Me contó lo poco que sé, pero como ya le he dicho antes, no tengo ni idea de lo que implica o por qué necesita que revele los secretos de una amiga.
–Lo sé y me disculpo por esta extraña entrevista. Lo único que puedo contarle es que algunas de las tareas que desempeñará, si acepta el empleo, serán públicas y otras confidenciales. La persona que contrate ha de ser capaz de manejar información personal muy confidencial. Es difícil medir esa clase de lealtad. La mayoría de los candidatos insistirían en que son capaces de mantener la discreción, pero en realidad hay poca gente capaz de resistirse a contar una historia jugosa. Así que, me disculpo por mis maneras. Le aseguro que de ahora en adelante, tendremos una relación laboral normal.
Genevieve lo dudaba. No había nada normal en Lucas McDowell.
–De acuerdo. ¿Podría contarme por favor en qué consiste el trabajo?
Él la miró sorprendido.
–Es muy educada, teniendo en cuenta que la he intimidado.
–Es usted el que tiene la sartén por el mango.
–Cierto. De acuerdo, Genevieve. He comprado unos terrenos en los suburbios. La idea es construir un refugio para mujeres sin suerte, un lugar donde puedan rehacer sus vidas. Vamos a conseguir que sea algo de lo que la ciudad esté orgullosa. Espero que sea el primero de muchos, así que vamos a darle mucha publicidad. Quiero que el Hogar de Angie sea un lugar perfecto, el epicentro de un movimiento que cambiará vidas. Eso quiere decir que habrá que dar a conocer el proyecto al público y a los posibles patrocinadores –dijo y tomó aire antes de continuar–. Algunas mujeres no querrán dar a conocer detalles íntimos. Otras, confiarán tanto como para contar parte de su historia. Es importante que la persona que contrate sepa organizar un gran espectáculo, a la vez que mantenga la discreción. Tengo que estar seguro de que quien trabaje para mí sepa dar a conocer el proyecto sin traicionar la confianza de sus habitantes. Es una fina línea que no debemos cruzar.
Genevieve sabía lo que era ver traicionada su confianza.
–Por eso me preguntó por Teresa.
–Si hubiera intentado decir algo sobre su pasado, la habría detenido inmediatamente y no la habría contratado.
–Señor McDowell, le aseguro que lo entiendo. No siempre es fácil ni aconsejable confiar en alguien.
–Estoy de acuerdo.
–Entonces, ¿por qué yo?
Él se encogió de hombros.
–Me gusta elegir a mis empleados. Teresa es de confianza. Ella la recomendó, aunque eso sólo no habría sido suficiente. Necesito un buen director de proyectos y estoy seguro de que podía haber encontrado a otra persona. Pero usted tiene una ventaja, algo a su favor.
¿Directora de proyectos? Genevieve deseó cerrar los ojos. ¿Habría exagerado Teresa sus habilidades?
–¿Cuál es mi ventaja?
–Si ha organizado los eventos sociales de sus padres, sabe cómo conseguir las cosas y cómo enfrentarse a contratiempos, problemas y empleados. Ha demostrado que sabe mantener un secreto si es necesario y tiene experiencia en decoración, algo que yo no tengo. Además, como le he dicho, no quiero que este proyecto, el Hogar de Angie, sea algo puntual. Quiero conseguir donaciones para abrir más casas.
Genevieve trató de evitar el temblor de sus manos. Lo último que quería en aquel momento era llamar la atención. Además, a pesar de su apellido, no era capaz de atraer gente.
Tragó saliva.
–Usted es conocido –dijo ella.
Él sacudió la cabeza.
–Tengo dinero y un negocio exitoso. Salvo algunas excepciones, los empresarios conocidos no dan nombre a edificios. Pero la gente como sus padres, artistas reconocidos mundialmente, sí. Su apellido es como un diamante. Pone a la gente de buen humor, los emociona. Y usted tiene ese apellido.
Genevieve sintió que el corazón se le encogía. Como siempre, despertaba interés por los talentos de sus padres. Quería dar marcha atrás, pero no podía.
–¿Quiere eso decir que de verdad he conseguido el empleo? –preguntó.
–Sí, si lo quiere. Si no, dígamelo ahora. Tengo una agenda apretada. En cuanto acabe aquí, tengo cosas que hacer en Francia, inaugurar una nueva tienda en Japón y quiero terminar aquí en seis semanas. Así que, si no puede hacer esto, o no quiere, dígamelo. Es libre para marcharse, Genevieve.
Quería marcharse. Había cosas que no le gustaban de aquella situación. Su nombre, a diferencia del de sus padres, no serviría. Debería decírselo a Lucas. Ni siquiera tenía las habilidades que estaba buscando. También estaba él. Le resultaba intimidador y demasiado masculino. Pero se estaba muriendo de hambre. Su debilidad no era sólo a causa de los nervios. No podía elegir. Tenía que hacerse con aquel empleo.
–Quiero este trabajo. Seré su…
–Directora de proyectos.
Ella asintió. Aquel cargo debía de ser para una persona más audaz.
–Seré su directora de proyectos. Soy la persona que busca.
Por unos segundos, los ojos grises de Lucas se tornaron feroces. Genevieve cayó en la cuenta de lo poco que sabía de aquel hombre.
–Bien –dijo Lucas alargando la mano.
Genevieve se la estrechó. Su mano era más grande que la suya. Debería de haberse sentido atrapada, insignificante. De repente reparó en él más como hombre que como jefe. Eso podía ser un problema.
–Tiene que saber que me gusta involucrarme en un proyecto como éste, Genevieve –dijo soltándola–. Si ambos vamos a coordinar y vender este proyecto, tenemos que conocerlo bien desde dentro. Los encargados de todas las fábricas y tiendas que tengo pasan un tiempo en las trincheras para conocer bien el negocio. Así que empezaremos inmediatamente. Mañana la recogeré y nos dedicaremos a trabajar en el Hogar de Angie. Vístase para la faena.
–¿De qué tipo?
–Para trabajo sucio. ¿Tiene ropa que pueda estropear?
Tenía ropa. Era lo único que todavía tenía en abundancia, aunque no estaba segura de tener de la clase que Lucas decía.
–No hay problema –dijo confiando en que su sonrisa resultara creíble–. Le daré mi dirección.
–Ya la tengo.
De nuevo, Genevieve se sintió abrumada, demasiado insignificante para aquel hombre. Se sentía vulnerable y eso era lo último que quería en aquel momento.
–No permitiré que me diga lo que tengo que hacer, señor McDowell –se dijo más tarde, mientras buscaba en su armario ropa adecuada a lo que le había dicho.
Sabía que había mentido. Aquel hombre parecía saberlo todo de ella. Estaba en desventaja con él y se había prometido que nunca volvería a estar en desventaja con ningún hombre. Iba a tener que esforzarse para que así fuera e ignorar todas las cosas que le ponían nerviosa de Lucas. Confiaba en que fuera posible.
Lucas sacudió la cabeza después de que Genevieve se fuera. Quizá aquello resultara un desastre. Era una mujer joven, desvalida y nunca había trabajado en su vida. A pesar de haberle dicho que quería el empleo, podía cambiar de opinión si había complicaciones o si le surgía algo mejor. Había pasado su juventud tratando con gente que pensaba que quería hacer cosas buenas y que en cuanto surgía algún inconveniente cambiaba de opinión.
Además, era muy guapa. Incluso con el pelo recogido, o tal vez por eso mismo, sus rasgos clásicos resaltaban. Recordó sus piernas y rápidamente apartó aquella imagen de su cabeza. Lo último que necesitaba era tener una relación con una celebridad que no estaba en su mejor momento y que buscaba mejorar su situación. Las mujeres lo habían usado, o al menos lo habían intentado. Como huérfano, la gente había pensado que al acogerlo ganarían puntos como buenos samaritanos. Como hombre que se había abierto paso hasta conseguir riqueza y poder, mujeres como Rita lo tenían por un trofeo y buscaban su riqueza y su poder. De lo único de lo que ninguna de ellas se había dado cuenta era de que no tenía nada que ofrecerles. Hacía años que se mostraba frío. Ahora todo lo que tenía era trabajo y sentimientos de culpabilidad. Y sería lo único que se permitiría.
Pero no iba a sentirse culpable por Genevieve Patchett. Su relación sería estrictamente laboral, nada personal. Él no era responsable de sus problemas y no iba a cargar con ella en su conciencia. Tampoco iba a pensar en sus piernas ni en sus preciosos ojos verdes.
A LA mañana siguiente, Genevieve se levantó de la cama y observó las sucias y destartaladas paredes de la pequeña habitación que había alquilado.
«Hoy empiezo a trabajar para Lucas McDowell», pensó tratando de contener el nerviosismo que sentía.
¿Sabría ser la empleada que Lucas quería? Nunca antes había necesitado trabajar, pero ahora…
–Necesito…
Sus palabras se vieron interrumpidas por los gritos que llegaban a través de las paredes de papel. Algo duro golpeó la pared. Genevieve se sobresaltó. Aunque aquellos ruidos eran habituales, todavía no se había acostumbrado. Todo era muy diferente a la vida de lujo que había llevado hasta hacía unos meses. Su vida anterior había terminado. Estaba desesperada.
Su nerviosismo aumentó un poco más al reparar en la crudeza de su situación. El sol ya había salido y Genevieve sabía que en cualquier momento su casera aparecería para exigirle que pagase la renta. Debía ya un mes.
Se olvidó de todo aquello y se dio prisa. Esperaba haberse marchado cuando la señora Dohenny apareciera. No quería que su nuevo jefe se enterase de que no pagaba la renta.
Cerró los ojos un segundo, respiró hondo y siguió haciendo sus cosas. Se dio una ducha rápida y se fue a la cómoda, único mobiliario junto con la cama y la silla. Allí tenía las pocas cosas que le quedaban de sus lujos anteriores: un tarro casi vacío de una crema limpiadora muy cara, media barra de labios en un estuche dorado y un frasco de perfume a medias que se negaba a utilizar salvo en emergencias. Una vez que se acabara, no tendría más.
Mirando lo que le quedaba de su vida anterior, Genevieve suspiró. El coste de aquellas tres cosas superaba la renta mensual de aquella habitación, pero en aquel momento eran los últimos vestigios de un estilo de vida que nunca volvería a llevar.
El reloj hizo clic, marcando el paso de otro minuto. Genevieve miró el colchón tan distinto de la confortable cama que antes tenía y sintió pánico. Lucas McDowell llegaría en breve a recogerla. ¿Qué pensaría si viera aquella habitación con agujeros en las paredes y rejas en las ventanas para ahuyentar a los ladrones? Entonces se daría cuenta de que, si no podía ocuparse de ella, mucho menos podría ser directora de proyectos.
No podía dejar que eso pasara. Con mano temblorosa, tomó la barra de labios y el resto de las cosas. Lentamente, como si quisiera hacer que los últimos objetos de su una vez elegante vida duraran un poco más, empezó a aplicarse el maquillaje. Luego, buscó la ropa más vieja que tenía. Cuando Lucas llegara, tendría que sonreír y mostrarse segura. No era la primera vez en su vida que deseaba ser de la clase de personas extrovertidas y seguras que se ganaba a la gente con su personalidad y talento en vez de ser callada y discreta.
Pero deseando no había conseguido nada en su vida. No había conseguido que sus padres la amaran ni se había salvado de un prometido sinvergüenza. En aquel momento, lo único que podía ayudarla era su determinación a hacer lo que hiciera falta para sobrevivir.
Confiaba en que fuera algo más que sobrevivir. Quería ser… más, quería convertirse en una persona diferente: valiente, exitosa e independiente. No quería volver a tener que depender de nadie en su vida. Eso quería decir que tenía que agradar a Lucas McDowell.
Lucas frunció el ceño al llegar al sucio y viejo edificio de apartamentos que coincidía con la dirección que le había dado Genevieve Patchett. No era de Chicago, pero de adolescente había vivido un tiempo allí. Además, había hecho muchos negocios en la ciudad y, aunque no fuera así, sabía reconocer un barrio peligroso cuando lo veía. De niño, había vivido en uno. Se había dado cuenta varias manzanas antes de llegar allí.
Genevieve debía de haber caído más bajo de lo que pensaba. Pero no era su problema, ¿no? El lugar donde viviera su nueva directora de proyectos no era asunto suyo. La única razón por la que estaba allí era para acompañarla hasta el lugar de trabajo y sólo lo estaba haciendo porque las obras que se estaban llevando a cabo en verano habían interrumpido temporalmente el transporte público de la zona en donde el Hogar de Angie se ubicaba.
«No te fijes en este sitio y ve a buscarla», se dijo y abrió la puerta del coche.
En ese momento la vio. Salía de edificio como si alguien la estuviera siguiendo, mirando hacia atrás y con miedo en los ojos.
Sí, era miedo. Conocía aquella expresión. Algo asustaba a Genevieve Patchett.
–No, por favor, no salga –dijo ella dirigiéndose al lado del pasajero del deportivo–. No quiero llegar tarde en mi primer día y… Alguien podría hacerle algo a su coche –añadió mientras tomaba la manilla.
Él salió del coche, ignorando sus comentarios. A pesar de que no tenía que preocuparse por ella, había normas que tenía que seguir. La disciplina mantenía a una persona a salvo y ayudaba a mantener las distancias. Así se podían controlar las cosas, algo necesario especialmente desde que se diera cuenta de que no tenía por qué depender de los caprichos egoístas y dañinos de otros. Así que…
–No me preocupa el coche, Genevieve.
Sin decir nada más, se acercó a la puerta del pasajero y se la abrió. Pero mientras se alejaban de allí, no pudo evitar preguntarse de qué tendría tanto miedo.
Esas especulaciones tenían que acabarse. Tan sólo debía pensar en Genevieve Patchett en las tareas relativas al trabajo. Le gustaba su vida ordenada y se daba cuenta de que ella, con aquellos ojos verdes que dejaban ver todas sus emociones, provocaría la clase de desastre que nunca querría tener. No se relacionaba con nadie y menos aún con sus empleados. Por suerte, estaba allí para hacer un trabajo temporal. Sus caminos correrían paralelos durante un breve período de tiempo. Después, no volvería a pensar en ella.
De momento, estaba allí, era su empleada y… Llevaba una blusa de color azul pálido, unos pantalones estrechos claros y zapatos con un poco de tacón. Sin duda alguna era ropa cara, no la adecuada para el día que tenían por delante.
No pudo evitar fruncir el ceño. ¿Cómo había permitido que Teresa lo convenciera? Recordó que era él el que había contratado a Genevieve y no Teresa. Y lo había hecho porque era una Patchett, porque tenía los requisitos necesarios y un apellido que podía ser de utilidad. El que su apellido estuviera ligado al proyecto atraería la clase de atención que necesitaba. El Hogar de Angie aparecería en los periódicos, así que el aspecto que tuviera Genevieve no era importante.
Lo cual estaba bien porque en aquel momento, pensó mirándola de soslayo, estaba muy guapa. Tal vez aquella ropa no fuera la más práctica, pero le sentaban muy bien. Su boca se veía… pequeña, rosada, húmeda…
«Maldita sea, McDowell, déjalo ya. Está fuera de tu alcance».
–¿Es eso lo más sencillo que tiene? –preguntó, apartando todos los pensamientos inapropiados que estaba teniendo.
Ella jugueteó con la manilla de la puerta en lo que parecía un tic nervioso.
–Lo siento. Es lo único que tenía que fuera de algodón.
–Parece más de seda y satén –preguntó él frunciendo el ceño.
Genevieve respiró hondo.
–No había previsto algo así.
No estaba seguro de a qué se refería con la expresión «algo así», pero de repente la encontró más vulnerable que antes. Eso hizo que se cuestionara una vez más por qué la había contratado.
–Ya le he explicado cómo mis empleados se implican desde el primer momento, pero no le he contado lo importante que es esta tarea. El edificio donde se ubicará el Hogar de Angie está hecho una ruina. Me temo que se va a manchar la ropa.
Ella asintió, como si estuviera acostumbrada a recibir malas noticias. Y se imaginó que así debía ser, teniendo en cuenta que había perdido todo su dinero.
–Si me ensucio la ropa, ya me la lavaré. Necesito aprender a hacer cosas como ésa. No me asusta trabajar, señor McDowell.
Quizá creyera eso, pero todavía no sabía lo que le esperaba. Tenía unas manos suaves y delicadas. Eran manos que no estaban acostumbradas a trabajos manuales ni a tocar suciedad. Y el hecho de que estuviera aprendiendo a hacer cosas como lavarse una blusa, era una muestra de lo privilegiada que era. A diferencia de ella, él no había nacido en un entorno privilegiado, a pesar de todo el dinero que tenía. Sabía cómo trabajar con sus propias manos y, teniendo en cuenta el poco tiempo con el que contaba para terminar aquel proyecto, no podía ser blando con ella.
Tenía que cumplir el plazo por muchas razones. La fecha de inauguración era importante por motivos en los que prefería no pensar. Además, estaba el hecho de que retrasarla supondría que muchas personas necesitadas tuvieran que esperar más para mudarse. Aquella gente no tenía dinero y nunca lo había tenido.
–No hay tiempo que perder –dijo como si su cerebro hubiera decidido decir en voz alta lo que estaba pensando.
O quizá fuera porque una parte de él esperaba que, si se mostraba duro con ella, dejaría de desear volver a mirar aquellos enormes ojos verdes.
–Le aseguro que no tiene de qué preocuparse.
A pesar de su amable tono de voz, adivinó que la había ofendido. Aquello no era ético. Era inaceptable. Mostrar confianza con sus empleados, para bien o para mal, no era adecuado.
–¿Qué necesita?
Ella se quedó pensativa, como si estuviera decidiendo qué decir.
–Sinceridad. Quiero decir que me gustaría un trabajo sencillo y honesto.
Así que primero le había contestado que sinceridad y luego, probablemente había decidido que no era lo más adecuado para decirle a su jefe. La respuesta más obvia era decirle que sería sincero con ella. Pero no iba a decirlo. Hacía tiempo que había aprendido a decir sólo lo necesario y eso no siempre era lo más honesto. Había crecido en un mundo de promesas incumplidas, así que apenas hacía promesas.
–Tendrá un trabajo honesto y le pagaré bien por ello –dijo él.
Eso era, después de todo, lo mismo que le ofrecía a todo el mundo.
–Gracias, señor McDowell.
La fatiga de su voz lo hizo sentirse como un imbécil. La relación entre ellos era extraña y eso era un problema. Durante las siguientes semanas, trabajarían juntos y tendrían que hacerlo con prisas. Necesitaba su ayuda. No quería que lo llamara señor McDowell, pero no sabía muy bien por qué. Aunque tampoco quería saberlo.
–Llámame Lucas.
–Muy bien, Lucas. Quizá no me hayan enseñado a arreglármelas sola, pero tengo intención de aprender a ser independiente. Tengo que ser independiente y confiar en mí misma para hacerlo todo. Deseo eso más que nada. No quiero tener que recurrir a casarme con alguien para que me mantengan. Necesito convertirme en alguien completamente autosuficiente para hacer esto y hacerlo bien, así que no se preocupe por la blusa.
Ella sonrió algo incómoda y Lucas no pudo evitar sentirse afectado por su mirada transparente y su inocencia. Aunque no sabía lo que estaba haciendo, parecía dispuesta a cualquier cosa. Eso hizo que quisiera saber más de ella. No solía relacionarse con nadie y menos con alguien como Genevieve. Quizá porque a través de su vinculación con el Hogar de Angie, quería olvidar a las mujeres vulnerables que había conocido a lo largo de su vida y las circunstancias que lo habían llevado a ocuparse de aquel proyecto.
Genevieve se dio prisa en salir del coche. No quería que Lucas creyera que quería un trato especial.
Aun así, cuando Lucas abrió la puerta de la casa, tuvo que contenerse para no dejar escapar una exclamación. El vestíbulo era enorme y los pocos muebles que había estaban cubiertos de polvo y suciedad. Había telarañas por todas partes, algunas de las cuales la estremecieron. Además, había yeso desprendido del techo en el suelo. Las ventanas estaban mugrientas.
–¿Cuánto tiempo hace que está vacía? –preguntó sin poder evitarlo–. ¿Y por qué?
–Hace años. Originariamente era una casa pequeña y fue ampliada por un hombre al que le tocó la lotería, pero que luego perdió todo el dinero. Es demasiado grande y costosa de mantener en comparación con el resto del vecindario, y tampoco está en un lugar lo suficientemente bueno para alguien que pueda pagarlo. Así que ha permanecido así durante años, desde que su dueño la dejara. Nadie sabía qué hacer con ella.
–¿Por qué…? No entiendo. ¿Por qué la has elegido?
Una sonrisa asomó en sus labios, dándole un aire más atractivo.
«Aléjate de este hombre, Gen. Te hará daño», se dijo, sintiendo un nudo en el estómago.
–Lo siento. ¿He dicho algo divertido? –preguntó Genevieve.
Lucas se quedó mirándola a los ojos con tanta intensidad, que fue incapaz de apartar la mirada. El nudo de su estómago se tensó. A punto estuvo de dar un paso atrás para frenar su reacción.
–Supongo que no estoy acostumbrado a contratar miembros de clases privilegiadas –dijo él–. La mayoría de los empleados no se habría atrevido a cuestionar mis motivos.
Su falta de experiencia estaba quedando en evidencia.
–No debería haber preguntado –dijo ella.
–No, pregunta todo lo que quieras saber. Yo te contestaré si me parece que es relevante para el proyecto. Y en este caso, así es. Necesitábamos un edificio grande, pero que no fuera llamativo. Enclavada en esta zona residencial modesta, pero segura, las mujeres del Hogar de Angie no destacarán. Podrán pasear tranquilamente, formar parte de la comunidad y, por una vez en sus vidas, tener un lugar donde recuperarse y encontrar algo de alegría y satisfacción sin sentir miedo. El edificio es perfecto para nuestras necesidades. Venga, te lo enseñaré.
Quería decir que no. La casa le resultaba triste y vacía. El hecho de que alguien la hubiera construido en un momento de felicidad en su vida y que luego perdiera toda esa felicidad le resultaba demasiado familiar.
«Pero mi desventura es culpa mía», se recordó.
Las señales acerca de Barry habían estado ahí, pero las había ignorado. Había habido momentos durante su noviazgo en que Barry se había comportado de manera superficial y desinteresada con los demás, pero no le había dado importancia porque a sus padres les caía bien y sus amigos lo admiraban.
Además, a pesar de que Barry había resultado ser un caradura que le había robado su fortuna mientras lloraba la muerte de sus padres, lo cierto era que había tenido años para aprender de finanzas y no se había molestado en hacerlo. Aunque se hubiera cuestionado qué era lo que Barry estaba haciendo, no habría sabido qué preguntas hacerle. Si hubiera sabido más, habría podido salvarse. Pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho.
Eso tenía un aspecto positivo: se había visto obligada a pisar tierra firme. Nunca más volvería a confiar en alguien de la misma manera.
–Adelante –dijo ella–. Estoy lista.
Pero eso no era cierto. Si Lucas volvía a sonreír… Bueno, ahora entendía por qué Teresa le había dicho que Lucas era demasiado peligroso para tenerlo como amigo. Acababa de reprenderse por haber confiado demasiado en un hombre y allí estaba, mirando la boca de Lucas, un hombre del que no debía de pensar más que para asuntos de trabajo.
«Así que concéntrate en lo necesario y haz un buen trabajo».
De no ser así, Lucas no tendría motivos para darle aquel empleo. De nuevo otro hombre la haría a un lado y no podía permitir que eso pasara. A partir de ese momento, iba a poner toda su atención en aquel proyecto. Al final de aquel camino encontraría libertad, salvación e independencia.
–Estoy deseando empezar –dijo ella y Lucas arqueó una ceja–. Lo digo en serio.
Necesitaba ganar dinero cuanto antes para pagar las facturas que debía y recuperar su autoestima. Cerró los ojos y trató de no pensar en todo lo que iba a tener que hacer.
–¿Por dónde empiezo? –dijo mirando las escobas y demás material de limpieza que había en un rincón.
–Por hoy quiero que conozcas el edificio y lo que tenemos que hacer. Aquí vivirán ocho mujeres, así que quiero que conozcas el espacio y que me ayudes a decidir cómo podemos aprovecharlo al máximo y decorarlo. Yo me gano la vida con material deportivo y me he ocupado de la construcción de varios centros comerciales, pero estoy seguro de que sabes mejor que yo lo que las mujeres quieren tener en la casa de sus sueños. También eres experta en decoración y en planificación de eventos.
–De acuerdo. ¿Qué clase de eventos serán?
Su corazón latía con tanta fuerza que era imposible que Lucas no pudiera escucharlo. Siempre le había gustado estar en un segundo plano y no en primera línea.
–Esta casa está en un barrio residencial. Queremos asegurarnos de que los vecinos se sientan a gusto con nosotros. Para ello, tenemos que explicarles que las mujeres que vivirán aquí serán sus vecinas y que estarán dispuestas a hacer que el vecindario sea mejor. Este sitio –dijo dibujando un círculo en el aire– pretende ser un lugar al que lleguen las mujeres destrozadas y se marchen orgullosas de lo que son y de lo que pueden ser.
–Eso es maravilloso. Lo que estás haciendo es maravilloso.
Quiso saber cómo habría surgido aquel proyecto, pero no se atrevió a preguntar. Quizá había muchas cosas que se le escapaban, pero tenía que haber algo personal para estar haciendo algo tan diferente a dirigir un imperio de material deportivo.
Para su sorpresa, él frunció el ceño ante su halago.
–No es para tanto. Lo cierto es que soy un hombre muy rico y puedo poner esto en marcha, aunque no es suficiente. El verdadero poder reside en hacer que haya más gente detrás del Hogar de Angie y de los siguientes proyectos. Así que, cuando acabemos con la reforma, abriremos las puertas. Quiero que organices una presentación con la gente más influyente de la ciudad. Nuestro objetivo es impresionarlos para que se involucren. Luego me ayudarás a encontrar a las mujeres y a los empleados que vivirán y trabajarán aquí.
Ella parpadeó, tratando de no mostrarse abrumada por lo que esperaba de ella.
«Respira, Gen, respira. Tómatelo con calma».
–Está bien. Tiene sentido. De momento, creo que debería empezar por limpiar. Esta casa es muy grande.
«Demasiado trabajo para una mujer que no ha hecho nada parecido».
De nuevo apareció aquella sonrisa en sus labios. ¿Qué había dicho para que le pareciera tan gracioso?
–Estoy seguro de que nunca has hecho algo así y no espero que tú sola limpies este caos. Van a venir dos ayudantes que harán la mayor parte de las reparaciones y de los trabajos de pintura y limpieza. Pero te respetarán más si ven que no tienes miedo a mancharte las manos.
¿La estaba desafiando? Genevieve no tenía ni idea de por dónde empezar. Nunca antes había estado en una situación así. Ni siquiera la manera de trabajar de sus padres le servía de ejemplo. Aun así, no quería hacer demasiadas preguntas. Si iba a ser directora de proyectos, debería mostrarse autoritaria. No quería preguntar nada que la hiciera parecer tonta. Barry siempre se había reído de su ingenuidad.
–De acuerdo. No me da miedo.
No le asustaba mancharse las manos. Pero Lucas, un hombre que imponía con su presencia, sus modales y su físico… Sí, él sí la asustaba, pero no quería pensar en ello.
Tomó una escoba y empezó a barrer. Enseguida se levantó polvo y sintió que le picaba la garganta. No pudo evitar toser.
Lucas apareció a su lado y tocó su mano. Fue apenas un roce, pero todo su cuerpo se estremeció. Genevieve se apartó y dejó de barrer.
–Tranquila, Genevieve. Es sólo polvo. Tienes que barrerlo así –dijo y se lo demostró.
Ella tomó de nuevo la escoba, avergonzada por no ser capaz de hacer una de las tareas más sencillas. Se esforzó en no pensar en la sensación de los dedos de Lucas sobre su piel.
No importaba. Lo único que debía importarle era aprender y sentirse bien consigo misma.
Apenas habían transcurrido dos horas cuando Lucas se dio cuenta de que estaba empapada. Estaba hecha un desastre.
«Un atractivo desastre», se corrigió, frunciendo el ceño.
Estaba lavando las paredes y el agua le caía por los brazos, arrastrando las capas de suciedad que había acumulado al barrer y limpiar el polvo. La humedad de la blusa hacía que se le pegara al cuerpo, pero no se quejaba.
Un sentimiento de admiración lo invadió. Además no pudo evitar reparar en la esbelta figura que dejaba entrever la tela mojada.
«Déjalo, McDowell. Trabaja para ti y está fuera de tu alcance».
Conteniendo un gruñido, Lucas dejó el trapo que estaba usando para limpiar las ventanas y se fue al armario en el que tenía ropa para cambiarse. Sacó una camisa desteñida y se acercó a Genevieve.
–Quizá quieras ponerte esto. Y… no creo que necesites usar tanta agua.
Lo miró aturdida. Parecía cansada. Llevaba trabajando sin parar desde que llegaran, dos horas antes. Al mirarse la blusa y reparar en su pecho, Lucas se dio cuenta de que se sentía avergonzada. Se había ruborizado.
–Yo… Gracias. Sí, menos agua, lo tendré en cuenta –dijo tomando la camisa que le ofrecía.
Era demasiado grande para ella, mejor.
–Es hora de tomarse un respiro.
–No, estoy bien. Tengo que acabar esto. Tenemos poco tiempo, ¿no?
–Así es. Pero incluso los jefes necesitan descansar. Thomas y Jorge llegarán en cualquier momento. Tenemos que decirles lo que tienen que hacer. Un jefe con aspecto agotado no transmite confianza a sus empleados.
Lo cual era cierto, pero parecía una excusa. Aun así, ella asintió con la cabeza. Se detuvo un momento para beber agua y descansar un minuto. Luego, siguió lavando las paredes.
Cuando Thomas y Jorge aparecieron, Lucas los presentó.
–Es usted muy guapa, señorita Patchett.
Jorge le dio un codazo a Thomas en el estómago.
–Thomas, la señorita Patchett es nuestra jefa. Muestra un poco de respeto. Perdone a mi hermano, señorita Patchett, es su primer trabajo.
Para sorpresa de Lucas, Genevieve rió.
–No hay nada que perdonar, Jorge. Éste es mi…
¿La princesa iba a contarles a Thomas y a Jorge que era su primer trabajo? Eso sería un error.
Lucas carraspeó y la miró.
Ruborizada, Genevieve abrió los ojos como platos y lo miró, antes de girarse hacia Jorge.
–Estoy encantada de conocerte, Jorge. Y Thomas, muchas gracias por el cumplido. Estoy mojada y sucia y te agradezco tu esfuerzo para hacerme sentir mejor. Estoy deseando ponerme a trabajar con vosotros –dijo y se secó la mano en los pantalones, antes de ofrecérsela.
Tenía las uñas rotas y apenas quedaba rastro de la laca rosa que se había aplicado esa mañana. Thomas estrechó su mano e hizo una reverencia. Jorge sonrió e hizo lo mismo.
Lucas ya los conocía de antes. Era él quien los había contratado. Los saludó y esperó a que la directora de proyectos diera el siguiente paso. Al ver que no decía nada, la miró.
Genevieve lo miró a los ojos y se ruborizó. Luego levantó la barbilla y carraspeó.
–Lucas y yo hemos estado limpiando el salón y la entrada. Thomas, ocúpate de la cocina y Jorge del cuarto de estar. Avisadme si tenéis alguna duda.
–Tengo una pregunta. ¿Habrá que hacer algo con yeso? Tengo experiencia, pero Thomas no. Si hay mucho que hacer, tal vez necesitemos ayuda.
Los ojos de Genevieve reflejaron pánico. Lucas maldijo para sus adentros y luego abrió la boca para decir algo, pero ella lo interrumpió.
–Todavía no lo sé –dijo sacudiendo la cabeza–. Ya os lo diré. De momento, quitemos toda esta suciedad.
Los dos hombres asintieron antes de marcharse.
Cuando se hubieron ido, Lucas se acercó a ella.
–Buena respuesta.
A continuación la guió hasta las habitaciones y le enseñó cuáles eran las zonas más perjudicadas, explicándole cómo debía llevarse a cabo la limpieza, los arreglos y cuál debía ser el resultado final.
–Cuando terminemos, cada mujer necesitará su propio espacio, pero tiene que haber zonas amplias para relacionarse. Esto es una casa y a la vez una comunidad. Y eso ha de reflejarse en los espacios –dijo él.
Genevieve apenas habló, limitándose a escuchar.
–Supervisaré que sea así –dijo con voz débil.
–Estaré a tu lado, pero tengo un negocio que dirigir. Este proyecto será cosa tuya.
Lo único que haría sería asegurarse de que se cumplieran los plazos. Era muy importante acabar a tiempo.
–Entiendo –dijo Genevieve asintiendo con la cabeza.
Sin hablar, tomaron un pasillo. Sus pisadas eran amortiguadas por la moqueta. Se oía correr el agua en una habitación cercana.
–No sé. La señorita Patchett es muy agradable, pero no tiene experiencia –estaba diciendo Jorge–. Espero que sepa lo que está haciendo y no nos haga cometer errores. No quiero perder este trabajo.
–Es muy guapa. ¿Crees que el señor McDowell y ella…?
La voz de Thomas se interrumpió.
–No –dijo Jorge–. He trabajado antes para el señor McDowell y sé que no le gusta mezclar el placer con los negocios. Además, ella es… demasiado inocente para él. No es su tipo –añadió e hizo una pausa antes de continuar–: No deberíamos estar hablando de esto, nos pueden oír. No está bien y además, nos pueden echar.
Genevieve se había quedado parada. Avergonzada, levantó la vista y miró a Lucas. De repente, lo tomó de la mano y tiró de él hacia el pasillo. Luego, con las mejillas encendidas, respiró hondo.
–¿Cuánto tiempo crees que se tardará en reformar este sitio? –preguntó levantando la voz lo suficiente para que los dos hombres los oyeran.
Era evidente que no quería que Thomas y Jorge se dieran cuenta de que los habían escuchado.
–Tiene que estar acabado en seis semanas. Después, lo daremos a conocer y vendrán a vivir las mujeres. Luego, me iré de viaje. ¿Crees que podrás conseguirlo? –preguntó él, siguiéndole el juego.
–Puedo conseguir cualquier cosa, señor McDowell –dijo con voz temblorosa, pero lo suficientemente alta como para que se escuchara.
Continuaron por el pasillo, pasando de largo la habitación en la que Thomas y Jorge estaban trabajando.
–He mentido. Me gusta fingir que sé exactamente lo que estoy haciendo, pero creo que se nota que estoy aprendiendo. Te diré una cosa, Lucas. Puede que todavía no sepa ocuparme de todo, pero no tengo intención de defraudarte. Quiero hacerlo lo mejor posible.
Un hombre amable le habría dicho que eso sería suficiente.
–Eso espero.
Confiaba en que consiguiera el resultado que necesitaba. Si todo salía como había planeado, Genevieve sería su vía para contactar con la gente que le interesaba.
Al final del día estaba mojada, sucia y agotada. Unos mechones de pelo se le habían escapado de la coleta y tenía un arañazo en una mejilla. Parecía estar a punto de desplomarse en cualquier momento.
–Te llevaré a casa –dijo él–. Enhorabuena, has sobrevivido a tu primer día.
Pero se preguntó si volvería al día siguiente o si se daría por vencida.
Cuando llegaron a su apartamento, al ver aquel vecindario peligroso, Lucas recordó que Genevieve había dejado atrás su vida anterior. No se creía lo que había dicho acerca de que nunca se casaría por dinero. Si pasaba mucho tiempo en un lugar como aquél, una mujer, e incluso un hombre, harían lo que fuera por salir de allí. Sabía de aquellas cosas.
«No debería vivir en un sitio como éste».
Aquel pensamiento lo pilló por sorpresa. Nunca dejaba que las relaciones con sus empleados se volvieran demasiado personales. Pero aquel proyecto era algo personal, puesto que suponía el pago de una deuda que debía desde hacía mucho tiempo. En cuanto lo terminara cerraría un capítulo de su vida y ataría unos cabos sueltos. Entonces podría concentrarse en su futuro, sin correr riesgos emocionales.
–Gracias por traerme –dijo Genevieve, girándose para abrir la puerta del coche.
Se la veía incómoda.
–No encajas en un sitio como éste –dijo él deteniéndola.
Para su sorpresa, sonrió.
–Sí encajo. Aquí somos todos unos inadaptados. Quizá yo no sea como la media.
Luego salió del coche y se dirigió al edificio sin fijarse en lo que la rodeaba. Llevaba el bolso bamboleando sobre su cadera.
No debería sorprenderle su descuido. Una princesa como ella estaría acostumbrada a que otros velaran por su seguridad.
Gruñó, abrió la puerta del coche y salió.
–¡Genevieve!
Ella se giró, sorprendida, con los ojos abiertos como platos.
–Cierra la puerta con llave –dijo él–. No quiero perder a mi directora de proyectos por un descuido.
Genevieve se sonrojó y se mordió el labio. ¿Aquel brillo en sus ojos era de resentimiento? Era un misterio. No lo había visto antes.
–Tengo seis cerraduras –dijo ella, alzando la barbilla–. No confías en mí, ¿verdad?
Había una cierta arrogancia de principiante en sus palabras.
Él se quedó pensativo.
–Te he contratado.
–Porque soy una Patchett.
No iba a negarlo ni a decirle que confiaba en ella. No estaba seguro de que así fuera. Lo cierto era que había empezado a pensar que contratarla había sido un error, pero las razones no tenían nada que ver con el proyecto. Había algo en ella que le hacía no confiar en sí mismo. Tenía la terrible sensación de que sabía lo que era y no era algo bueno.
Pero la había contratado. Lo único que podía hacer era lidiar con aquel desastre. Era un profesional superando situaciones malas y dejando atrás mujeres problemáticas. Si Genevieve era más problemática que la mayoría… Bueno, no dejaría que eso ocurriera. Le explicaría lo que tenía que saber para hacer su trabajo, supervisaría sus progresos en la distancia y luego la despediría con el dinero suficiente para dejar aquel lugar.
Y luego, cada uno seguiría su camino. Fin de la historia.
GENEVIEVE permaneció tumbada en la oscuridad, mirando el techo, pero viendo el atractivo rostro de Lucas con el ceño fruncido. Poco a poco fue repasando lo que había hecho durante el día.
–Ni siquiera sabías barrer ni limpiar una pared –protestó y se cubrió el rostro con las manos–. Este hombre debe pensar que ha contratado a una idiota. Probablemente esté buscando entre la lista de candidatos para sustituirme. No cumplo ninguno de los requisitos, nada de lo que él necesita.