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Noveno de la serie. Alex Lowell había ido a Las Vegas a divertirse con sus tres mejores amigas. Había renunciado al amor y a encontrar al príncipe azul y la única cita que quería tener era ¡una con sus amigas en el spa! Pero los días de descanso y relax de Alex se vieron interrumpidos cuando la recepcionista del hotel se puso de parto y ella acudió en su ayuda, ganándose así una propuesta de trabajo del propietario del hotel, Wyatt McKendrick. Wyatt era un buen tipo, además de sexy, y tentó a Alex a volver a abrir su corazón…
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Seitenzahl: 222
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Myrna Topol. Todos los derechos reservados. ENAMORARSE EN LAS VEGAS, N.º 53 - marzo 2011 Título original: Saving Cinderella! Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9849-2 Editor responsable: Luis Pugni
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ALEXANDRA Lowell contempló la brillante fachada del hotel McKendrick de Las Vegas, el más exclusivo en el que probablemente había entrado en toda su vida, y esperó que ese fin de semana no fuera un error. Su cuenta bancaria estaba prácticamente tiritando por tanto gasto, pero su amiga Jayne se encontraba en una situación desesperada y necesitaba alejarse de todo, así que Alex se olvidaría de su situación económica... por el momento…
Sonrió a sus tres amigas.
–Estoy haciendo la cuenta atrás. Vamos a pasar un fin de semana increíble en un universo alternativo –les dijo con alegría.
Serena se rió.
–Universo alternativo, ¿Alex? Estamos en Las Vegas, no en otro planeta.
Alex le dirigió a su amiga una paciente sonrisa.
–Vamos, Serena, has estado en mi apartamento. Lo adoro, me encanta poder tener por fin mi propia casa, pero es chiquitito. Esto es… es…
–Un universo alternativo –terminó Molly con una carcajada.
–Está bien, tenéis razón –dijo Serena–. Este lugar es impresionante. Fijaos en toda esa gente, el bullicio, la opulencia que hay en todo.
–Y tenemos un fin de semana entero –dijo Jayne–. Maldita sea, ¡vamos a pasarlo genial!
Su sonrisa deslumbraba, pero Alex sabía que sólo la lucía por el bien de todas. Ese fin de semana Jayne tendría que casarse, pero eso no sucedería y Alex lo lamentaba por ella. Las amigas no permitían que sus amigas sufrieran solas por un corazón roto. Las amigas hacían todo lo posible por animarse.
–Absolutamente –dijo Alex–. Ha sido una idea genial, Serena.
Serena había sido la que había sugerido la escapada a Las Vegas y la emoción de vivir una aventura estaba empezando a tomar forma.
–Entonces… ¿creéis que es cierto que aquí pasan un montón de cosas salvajes? –preguntó Molly.
–Eso espero –dijo Jayne con obstinada determinación–. Nos merecemos un poco de desenfreno. Durante este fin de semana, San Diego y todos los que viven en él dejan de existir.
Lo cual, para Alex, fue un fantástico consejo. Jayne no era la única que estaba pasando por un momento decisivo en su vida; Alex tenía problemas en casa.
–Absolutamente –dijo Molly–. Las únicas personas que importan este fin de semana sois vosotras, mis mejores amigas. Vamos a arrasar con todo.
–Y no nos lamentaremos –dijo Serena–. Cuando recordemos estos días quiero que tengamos una sonrisa puesta en la cara.
–Y cuando nos marchemos de aquí –declaró Alex–, sólo nos llevaremos una cosa con nosotras: un brillo de felicidad. Nunca vamos a mirar atrás y a cuestionar las elecciones que hemos hecho este fin de semana.
Con esas palabras, todas se sonrieron y echaron a andar hacia sus destinos.
EL SÁBADO por la tarde, Alex, cansada pero resplandeciente después de haber estado en el balneario, de compras, cenando y bailando, fue corriendo a por una carta de recuerdo del Sparkle, el restaurante que había en la última planta. Al día siguiente sus amigas y ella se marcharían de Las Vegas y quién sabía si volverían alguna vez.
Sin embargo, sólo una mirada a la conserje del hotel le bastó para saber que algo iba mal y la hizo detenerse.
La mujer esbozó una débil sonrisa.
–¿Puedo ayudarla? –preguntó con un fino hilo de voz.
Alex vaciló. La sonrisa de la mujer era fingida, pero sería una entrometida si hacía preguntas, ¿verdad? Se recordó que en el pasado su costumbre de lanzarse a ofrecer ayuda sin que se lo pidieran había hecho que acabaran diciéndole que se metiera en sus asuntos… o cosas peores. Intentó no pensar en el doloroso recuerdo de lo que había sucedido algunas de las veces que había sobrepasado los límites, pero quedarse anclada en los errores pasados no iba a servir de nada en esa situación. La mujer parecía angustiada, y…
–Lo siento –dijo Alex–. No quiero ser entrometida, pero creo que algo va mal. ¿Puedo ayudarla? ¿Quiere que llame a alguien?
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par.
–¡No! ¡Usted es una huésped! Quiero decir… estoy bien. Sólo un poco cansada.
Al instante Alex se sintió culpable por haber hecho que la mujer se sintiera incómoda y disgustada por haber cometido el mismo error otra vez. Muchos de los dolorosos momentos de su vida habían empezado cuando había intentado ayudar demasiado. El recuerdo de su última relación condenada al fracaso aún la perseguía.
«Déjalo ya», se ordenó. «Discúlpate por haber hecho que esta mujer se sienta incómoda y márchate. No pienses en los errores que has cometido».
La conserje, de pronto, dejó escapar un grito que hizo reaccionar a Alex. Bajó la vista y se fijó en que había algo en lo que no había reparado: prácticamente pegada a la mesa y con las manos cruzadas delante de ella, la mujer había logrado… o casi… ocultar su embarazo. Alex no pensó en nada más. Esa mujer estaba pasando una auténtica penuria y en ese caso cambiaban las reglas. No podía vacilar.
–Olvida que soy un huésped –dijo Alex–. ¿A quién quieres que llame?
La mujer parecía una modelo de las portadas de Vogue, con el cabello y el maquillaje perfectos, pero sus ojos reflejaban miedo.
–No… no sé… No… –se había levantado y estaba mirándose la barriga–. No debería estar pasando. Me faltan cuatro semanas y… no estoy preparada. No estamos preparados. Necesito que alguien cuide de mi hijo y le dije a Wyatt, mi jefe, que aún quedaban semanas hasta que tuviera que sustituirme. No puede haber llegado el momento.
Pero había llegado, y estaba claro que había que hacer algo.
–Estoy segura de que Wyatt lo entenderá –dijo Alex.
La mujer la miró como si estuviera loca.
–A Wyatt le gusta que las cosas se hagan ordenadamente. Nada de jaleos ni líos.
«Entonces a Wyatt yo no le gustaría», pensó Alex, aunque al instante desechó esa idea; Wyatt, quien quiera que fuera, no le preocupaba.
–¿Te duele?
–No. Sí. Me siento rara. Es distinto de la otra vez. Es como… más rápido. Pero me queda otra hora de trabajo. Lois, la conserje de la noche, no vuelve de vacaciones hasta mañana, así que Wyatt ni siquiera puede encontrarme sustituta para hoy. Tengo que quedarme –Emitió un grito ahogado y se puso una mano en la espalda.
Alex ocultó lo angustiada que se sentía.
–No te preocupes… Belinda –dijo leyendo la placa que había sobre su escritorio–. He hecho un curso de primeros auxilios y te ayudaré. ¿Estarías más cómoda sentada? No tienes que estar de pie por mí.
La mujer abrió los ojos de par en par.
–No… puedo sentarme. Mojaré la silla. El agua…
–No te preocupes por la silla –dijo Alex rodeando el escritorio–. Tienes que levantar los pies.
La mujer se sentó. Su perfecta piel palideció.
–¿Tienes el número de tu doctor?
–En mi monedero. En mi bolso. En el cajón.
En escasos segundos, Alex tenía la información e hizo la llamada. Habló con la recepcionista, dio el nombre de Belinda y recibió instrucciones. Llamó a un joven del mostrador de recepción y le pidió que localizara a su jefe.
–Tu jefe tendrá que encontrar a alguien para que ocupe el puesto de Belinda. Se va al hospital.
El joven miró la cara afligida de Belinda.
–Randy, sé lo importantes que son las próximas semanas para Wyatt –dijo la mujer apenas sin respiración–, es la temporada de los premios y vendrán críticos, un montón. Y serán anónimos. No podemos bajar la guardia.
–Estoy segura de que Wyatt lo entenderá –dijo Alex, aunque no lo sabía. Insistió en que el joven fuera a llamar a su jefe.
La mujer gritó.
–Respira –le indicó Alex con una voz dulce, pero firme–. Olvídate del hotel. Expulsa el aire.
Belinda obedeció. Alex se arrodilló a su lado, le agarró la mano y comenzó a darle instrucciones.
Una mujer vestida con un conjunto muy caro se presentó en el mostrador con expresión de incertidumbre.
–¿El Bistro Lizette?
Belinda estaba agachada. Alex agarró un mapa del escritorio, lo miró y respondió:
–Segundo piso, ala oeste, he estado allí. Le encantará –sonrió y con eso se libró de la mujer.
A lo lejos se podía oír una ambulancia y, cuando apareció otra persona en el mostrador, ella le dio indicaciones, pero no pudo evitar fijarse en que el chico de la recepción parecía preocupado.
–Wyatt viene hacia aquí –dijo mientras Alex empezaba a guiar a Belinda durante otra contracción–. Tal vez no deberíamos estar a la vista del público. Este hotel es el bebé de Wyatt…Y que conste que no pretendía hacer ningún chiste.
–Yo me ocupo de Wyatt –dijo Alex–. Tiene muchos dolores, no pienso moverla mientras no llegue la ambulancia.
Esperaba que ese tal Wyatt no regañara a Belinda por no haber programado mejor la llegada del bebé y también esperaba que no fuera ese hombre alto, atractivo, intimidante y vestido con traje de chaqueta que acababa de entrar al vestíbulo y se había girado hacia ellos.
Wyatt cruzó el vestíbulo hacia la mesa de la conserjería. Allí, dos paramédicos subían a Belinda a una camilla. Una mujer esbelta con el pelo largo y moreno le sonreía, le daba la mano y se giró hacia un hombre que había junto al mostrador. El hombre asintió, agarró el mapa que la mujer le había dado, y salió de allí.
–He llamado a tu marido y le he dicho que se reúna contigo en el hospital. Tu vecina va a quedarse cuidando de tu hijo. Me ocuparé de todo hasta que llegue alguien –le dijo la mujer a Belinda, con una voz calmada y clara–. No te preocupes. Todo está bajo control.
En ese momento, Randy, de recepción, vio a Wyatt y fue hacia él.
–Wyatt, he intentado que la mujer se llevara a Belinda a un lugar con menos público, la gente está mirando, pero me ha dicho que si te enfadabas ella se ocuparía.
Wyatt enarcó una ceja. Dada su altura y las altas expectativas que tenía puestas en sí mismo y en los demás, tenía cierta tendencia a intimidar. Las mujeres, la gente, no decían que fueran a «ocuparse de él». Y el hecho de que esa mujer en concreto lo hubiera dicho resultaba… interesante.
Vio a una señora con una blusa floreada avanzar hacia el mostrador vacío de recepción, frunció el ceño y se dirigió hacia él. Pero después de ver su serio rostro y el de Randy, fue hacia la mujer que estaba con Belinda; esa sonriente y tranquila mujer que él no podía dejar de mirar.
Debería hacer algo, debería ayudar, como solía hacer, pero aún no. Los paramédicos estaban haciéndoles preguntas a Belinda y a la mujer que ocupaba su puesto. Tenía que ver qué sucedía y, si fuera necesario, iría al rescate.
Vio que la huésped de la camisa floreada comenzó a disculparse efusivamente y explicaba que había llenado demasiado la bañera, pero la mujer de cabello oscuro sonrió con dulzura, miró a Belinda y levantó el teléfono.
–Por favor, no se preocupe –le dijo a la mujer mientras anotaba el número de habitación–, se ocuparán de ello. Avísenos si tiene algún otro problema.
La mujer con el problema de fontanería agarró la mano de su salvadora, de esa belleza morena, para darle las gracias.
Corrección, «belleza» no era la palabra exacta. La mujer no era la clásica guapa, pero había algo en ella que creaba la ilusión de belleza. A pesar de la extraña situación en la que se encontraba, actuaba como si hiciera eso todos los días y cuando Belinda gimió de dolor, le dirigió dulces y reconfortantes palabras, su preocupación parecía sincera. El gemido álida, sufría. Tenía que ayudar.
–Llama a la oficina central y diles que envíen a cualquiera que pueda echar unos minutos aquí durante sus descansos –le dijo a Randy–. Por supuesto, les pagaré el doble por los minutos de más que trabajen. Podremos ocupar el puesto vacío… al menos por hoy –dijo caminando hacia Belinda.
–Wyatt, lo lamento –dijo la joven al verlo; él le tomó la mano.
–¿Por traer una nueva vida al mundo? No tienes que lamentar nada.
–Pero mi sustituto… –un largo gemido de angustia salió de sus labios y todo el cuerpo de Wyatt reaccionó a su dolor.
–¿Está bien? –le preguntó a uno de los paramédicos.
–Va a tener un bebé, hombre, pero todo parece ir bien. El dolor es parte del proceso.
–No pienses en el trabajo. Es una orden. Esta mañana he encontrado sustituto.
Ante sus palabras, Belinda sonrió débilmente.
–¿Has encontrado a alguien? Bien, entonces ya puedo irme –le dijo al paramédico antes de girarse hacia la mujer de cabello oscuro–. Gracias por hacer que no me haya vuelto loca.
–Gracias a ti –respondió la mujer–. No todos los días puedo decir que haya hecho algo tan satisfactorio.
Mientras los paramédicos se la llevaban, la mujer morena echó a andar hacia los ascensores.
Wyatt la alcanzó en tres largas zancadas.
–Disculpe, pero ¿quién es usted?
Ella se detuvo y, cuando lo miró con unos ojos del color del cielo, Wyatt sintió como si un enorme puño lo golpeara en el pecho. ¿Quién demonios podía tener unos ojos tan azules?
–Nadie –dijo ella.
Por un momento, Wyatt pensó que estaba respondiendo a la pregunta que él se había hecho sobre sus ojos… hasta que cayó en la cuenta de que estaba respondiéndole quién era.
–No soy más que una huésped que estaba en el vestíbulo cuando Belinda se puso de parto. No es para tanto –e hizo intención de marcharse.
–¿Que no es para tanto? Lo siento, pero… no. Soy el propietario de este lugar y creo que sí que ha sido para tanto. Sea quien sea, usted no es «nadie». Ha podido con una mujer de parto, con un Randy aturullado, con la consejería de un hotel que desconoce y todo ello a la vez que atendía a huéspedes nerviosos. Ninguno se ha sentido ofendido por el trato ni molesto y el ambiente del hotel no se ha visto alterado lo más mínimo. Dígame, señorita… «nadie», ¿suele hacer esto a menudo?
–No exactamente esto, lo de los partos, pero por desgracia, sí, tengo tendencia a meterme en esta clase de situaciones. Una vez intenté hacerle un masaje cardíaco a alguien sin saber que la víctima formaba parte de un grupo de directores de cine aficionados que estaban rodando una película. Fue embarazoso para mí y frustrante para ellos.
Hablaba en voz baja.
–No me arrepiento de haber ayudado a Belinda. Incluso el mayor ogro del mundo lo habría hecho. Pero el otro asunto… lo de atender a sus clientes… la verdad es que no me he parado a pensar en ello. Puede que les haya dado información incorrecta y lo más probable es que tenga que solucionar alguna emergencia. No me extraña que ese chico de la recepción estuviera tan irritable.
Wyatt se fijó en esos ojos azul cielo que parecían tan vulnerables. La veía como una mujer atractiva, no simplemente como una mujer que había ayudado a su empleada y a su hotel. Frunció el ceño. Tenía el acceso prohibido a las clientas del hotel.
Sacudió la cabeza.
–Me alegra que no dudara. Ha hecho que no pare el ritmo del hotel y ha ayudado a Belinda. Por lo que he podido ver, y lo que Randy me ha dicho, se ha hecho cargo de una situación difícil con calmada eficiencia.
Ella dejó escapar una deliciosa carcajada.
–¿Cree que eso podría decírmelo por escrito? Sé que me he puesto un poco mandona con Randy, y algunos dirían que en lugar de ofrecerle ayuda médica a Belinda lo que he hecho ha sido meter las narices donde no me llaman. ¿De verdad he actuado como si fuera algo perfectamente habitual en mí atender una consulta sobre fontanería? Espero que la gente apropiada se haya hecho cargo de ese problema. Si es así, entonces me alegro de que todo haya salido bien y de que no haya sucedido nada terrible. Pero bueno, sea como sea, usted ya puede volver a hacer felices a sus huéspedes –y con una sonrisa añadió–: Es un hotel verdaderamente bonito.
Le dio una palmadita en el brazo, como si él también fuera otro cliente que necesitara ayuda. Por alguna razón, eso lo molestó, aunque era ridículo. Lo que esa mujer pensara de él era irrelevante. Él nunca dejaba que le importaran las opiniones de los demás. Excepto en lo que concernía a la reputación del hotel McKendrick.
Lo cual lo llevó a lo que era realmente importante: esa mujer había hecho que las cosas se mantuvieran bajo control. Lo había impresionado, para bien, como nadie que hubiera entrevistado hasta el momento. ¿Cómo lograba hacerlo con tan poco esfuerzo?
Wyatt no lo sabía, pero tenía intención de descubrirlo. Con la marcha de Belinda, el tiempo de contemplaciones había pasado. En su opinión, la diferencia entre un buen negocio y un negocio mediocre era saber cuándo ser atrevido y audaz. La puerta de las oportunidades se había abierto, pero podía cerrarse de golpe.
–Disculpe, señorita… –Lowell. Alexandra Lowell. Pero casi todos me llaman Alex.
Casi todos. Se preguntó si los que no entraban en esa categoría eran hombres. No importaba. Se aclaró la voz.
–Alex. Está bien. Si no le molesta la pregunta, ¿a qué se dedica?
Esos enormes ojos azules parpadearon.
–Trabajo en la recepción de una cadena de hoteles y dirijo una página web que promociona San Diego.
–Ah –eso lo explicaba todo. Ya poseía la destreza que necesitaba todo buen conserje, mientras que él tenía un mostrador de conserjería vacío y sin vistas de ser ocupado.
Ése era el problema. El hotel McKendrick era famoso por su opulencia, por sus atenciones y detalles y, sobre todo, por su servicio. Ese hotel era el proyecto que había salvado la vida de Wyatt. Lo había construido de la nada y había volcado su alma en él durante aquellos oscuros días en los que había llegado a un punto en el que se había dado cuenta de que si no canalizaba su ira en un objetivo que mereciera la pena, se destruiría a sí mismo.
El hotel era una máquina bien engrasada, pero incluso una máquina bien engrasada podía estropearse si no se la cuidaba. Unos cuantos clientes sin acceso a un conserje competente que los atendiera podían cubrir al hotel de críticas en páginas de Internet y hacerle mucho daño. Perder a Belinda dejaba un vacío en atención al cliente que tenía que ser ocupado inmediatamente. Él podía atender algunos asuntos, pero no todo el tiempo. Además, algunos huéspedes lo encontraban intimidante. Tenía que hacer algo. Y tenía que hacerlo ahora.
Wyatt miró a Alex, una mujer que, al parecer, era del agrado de los clientes; una mujer que tenía experiencia en actividades turísticas. Ninguno de los candidatos que Wyatt había entrevistado hasta el momento podría haber hecho lo que había hecho Alex. Sus instintos insistían en que actuara.
Pero se resistía. Ella era una completa desconocida que decía tener tendencia a lanzarse a ayudar a la gente, lo cual significaba que podía ser demasiado impulsiva y eso podría traerle problemas. Y, además, tenía esa mirada increíblemente vulnerable que él encontraba tan atractiva.
–Si dirige una página web, doy por hecho que es buena haciendo búsquedas por Internet.
–Esa página es mi debilidad. Por cierto, la página del hotel McKendrick es genial. El tour virtual de los restaurantes es impresionante… aunque una carta con los helados que se sirven en el bar de la piscina estaría bien. Claro está, siempre que quiera sugerencias –de pronto parecía incómoda–. Por… por favor, olvide que he dicho eso. Lo lamento si he sido grosera.
«McKendrick, esta mujer acaba de darte una sugerencia para mejorar la página web del hotel. Por lo menos tendrías que entrevistarla», gritaron sus instintos.
De acuerdo. A pesar de los fallos y errores que había cometido en su vida, tenía un instinto infalible para lo que era positivo para el hotel. Había amasado una fortuna siguiendo su instinto. A Randy lo había contratado de manera espontánea y nunca se había tenido que arrepentir de ello. Además, ahora que Belinda no estaba no podía permitirse seguir entrevistando a gente que no desempeñaría bien el trabajo. Y estaban en Las Vegas. Allí todo era rápido, temporal. Una persona que conocías hoy podía marcharse a las dos horas. Y Alex era una huésped. Sólo estaba de paso.
–Me pregunto… ¿tiene un minuto para pasar a mi despacho? –le preguntó de pronto–. Tengo unas cuestiones que hacerle.
–Me esperan mis amigas –respondió ella con cautela.
Él asintió.
–¿Cinco minutos? Es importante.
Ella seguía vacilando.
Por un segundo a Wyatt le pareció oírla murmurar algo sobre que lo más sensato era contar hasta diez, pero entonces ella asintió.
–De acuerdo. Después de todo, ¿qué pasa por cinco minutos?
«Mucho», pensó Wyatt. Mucho podría pasar y él tenía mucha experiencia al respecto. Sin embargo, en esa ocasión esperaba que lo que sucediera fuera algo más positivo.
WYATT miró a Alex mientras recorrían el pasillo hacia su despacho. Era alta y esbelta e… inquieta. Un momento antes se había disculpado para hacer una llamada.
–Mis disculpas por haberla apartado de sus amigas.
–Sólo quería decirles dónde estaba. Hacía un rato que me esperaban. Pero, ya que estoy aquí… ¿me ayudaría a hacerle llegar una tarjeta a Belinda? Los bebés son importantes.
–¿Tiene hijos?
–No. No estoy casada.
Wyatt sintió cómo todos sus sentidos se pusieron en alerta, junto con una ligera sensación de alivio; sin duda una reacción instintiva ante el hecho de que nadie reclamara a esa belleza. Pero… ¿por qué nadie la reclamaba? Él jamás se había planteado ir detrás de una mujer que quisiera tener hijos. Él no era de los que prometían relaciones «para siempre» y por eso mismo no era de los que tenían hijos.
Pero no importaba; o ella aceptaba lo que estaba a punto de proponerle y su nueva relación crearía una distancia entre ellos, o ella rechazaría su propuesta y jamás volvería a verla.
«Cinco minutos», se recordó él mientras abría la puerta de su despacho.
–Siéntese.
Ella miró la silla como si tuviera chinchetas debajo del tapizado.
–¿Algún problema?
–No. Sólo estaba pensando que me siento un poco como un niño al que han mandado, sin esperárselo, al despacho del director. Señor… señor…
–McKendrick. Wyatt McKendrick.
–Claro. Señor McKendrick. No estoy segura de qué trata todo esto, pero he de decirle que me siento bastante incómoda.
–Y que, además, es bastante sincera.
Ella se encogió de hombros.
–Ésa soy yo –pero, a pesar de sentirse incómoda, se sentó. Llevaba un vestido blanco y él no pudo evitar fijarse en que tenía unas piernas fantásticas–. Tanta sinceridad molesta a algunas personas.
Wyatt sacudió la cabeza.
–La sinceridad es… –«lo que les pido a mis empleados», había querido decir. Pero no quería empezar así; empezar con las reglas para los empleados sería una equivocación–. Seré breve, Alex. Estoy seguro de que ha podido ver lo preocupada que estaba Belinda por su sustituto.
Alex parecía algo recelosa y vaciló al responder:
–Sí.
–Se toma su trabajo muy en serio, sobresale en lo que hace.
–Debe de ser difícil encontrar un buen conserje.
–Sí. El trabajo requiere de alguien que pueda estar al tanto de todo.
–Claro.
–Alguien que sepa cómo hacer que los clientes se sientan cómodos, que vean que hay interés por lo que les preocupa, tanto si necesitan entradas para un concierto como si tienen un problema de fontanería.
Ella parpadeó. Wyatt pensó que el comentario había ido demasiado lejos, ya que ella se había ocupado de ese mismo problema hacía escasos minutos, pero no tenía tiempo que perder.
–Claro que un buen conserje también conoce todos los detalles de la ciudad, pero eso puede aprenderse.
Alex frunció el ceño.
–No lo entiendo. ¿Por qué me dice esto?
–Ahora mismo no tengo conserje.
–Le dijo a Belinda que había contratado a alguien.
–Mentí. Ella se habría preocupado y ahora mismo tiene que concentrarse en sí misma y en su familia.
Una pequeña y preciosa sonrisa hizo que el extraordinario rostro de Alex pareciera incluso más fascinante.
–No habla como el ogro que Randy parece ver en usted.
Él enarcó una ceja.
Ella se sonrojó.
–Olvide lo que he dicho.
–Ya está olvidado. Randy, a pesar de lo mucho que se aturulla, es muy bueno en lo que hace.
–Y como propietario de este… palacio de hotel, eso es muy importante para usted.
–Absolutamente. Sólo quiero a los mejores.
De pronto ella pareció más relajada.
–Bien. Por un minuto me había preocupado. Parecía como si fuera a ofrecerme un empleo.
–Y así es. Necesito un sustituto para Belinda –se sorprendió a sí mismo por haberlo soltado de esa forma. Aunque estaba en un apuro, había pretendido pensárselo un poco más. Investigar sobre ella, aunque no importaba, eso podría hacerlo después.
–No puede hablar en serio. Nunca he sido conserje.
–Y yo nunca había tenido un hotel hasta ahora. Algunas personas nacen para ciertas cosas.
–No sabe nada de mí.
–Sé lo suficiente. Y descubriré el resto.
–Podría ser una completa idiota.
–No, imposible.
–Podría ser una ladrona.
Él sacudió la cabeza.
–No lo creo.
–Podría vivir en San Diego –lo miró bajo unas pestañas larguísimas. Su expresión decía claramente: «Dame una respuesta para eso».
Wyatt se permitió la más pequeña de las sonrisas.
–Eso ya lo ha mencionado. San Diego es una ciudad preciosa.
–Lo sé. Y me encanta.
–Y… no está interesada en trasladarse.
–Lo siento. No. Tengo planes en la ciudad. Además de mi página web, San Diego a tu manera, tengo la esperanza de poder abrir pronto una tienda con el mismo nombre. Así que, aunque me halaga que me haga la oferta de contratarme, sin tener referencias mías, no puedo mudarme.