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Carson Banick, la oveja negra de la familia, había vuelto y ahora el futuro y la fortuna de su familia estaban en sus manos. Tenía que casarse con la mujer adecuada y tener un heredero. Beth Krayton, la dura secretaria de Carson, sabía que podía conseguir todo lo que se propusiese por sus propios medios, sin ningún hombre… A pesar de no ser en absoluto la mujer ideal para él, la atracción que Carson sentía por Beth era cada vez más intensa y pronto iba a tener que plantearse qué era más importante, salvar a su familia o el amor de aquella mujer…
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Seitenzahl: 203
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Myrna Topol
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Polos opuestos, n.º 2167 - septiembre 2018
Título original: Marrying Her Billionaire Boss
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-624-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
Desesperación» era una palabra tan fea… Desgraciadamente, describía muy bien la situación de Beth Krayton. Tenía aproximadamente cuarenta y ocho horas para encontrar un buen empleo y un sitio agradable donde vivir en Lake Geneva, en el estado de Wisconsin, antes de que sus hermanos descubrieran su paradero e intentaran obligarla a volver a Chicago.
Sabía con certeza qué arma utilizarían para ello: la culpabilidad. Y a ella nunca se le había dado bien enfrentarse a la culpabilidad. A sus hermanos y ex tutores siempre se les había dado muy bien echarle la culpa a ella; pero después del «incidente» de dos años atrás, las cosas habían ido de mal en peor; y desde que había perdido su empleo…
El recuerdo de la humillante escena ocurrida dos días antes le provocó náuseas. Cuando había oído a sus hermanos y a las esposas de éstos discutiendo soluciones al «problema de Beth», se había dado cuenta por fin de que, por mucho que se esforzara en ser independiente, cuanto mayor era, más se empeñaba su familia en dirigirle la vida.
Tras la muerte de sus padres años atrás, sus hermanos habían prometido criarla y protegerla. Ella siempre había esperado que llegara el día en que la trataran de igual a igual. Pero esa conversación que había oído por casualidad y que la etiquetaba como una de esas jóvenes mujeres incapaces de tomar sus propias decisiones, había aniquilado todas sus esperanzas. Por fin entendía que ellos no descansarían hasta que creyeran que estaba a salvo bajo la protección de otro hombre. Y sólo demostrando que era capaz de arreglárselas sola sin un marido podría convencerlos para que dejaran de meterse en su vida.
–Si fuera posible… –se dijo en voz baja mientras ahogaba apenas un gemido de desesperación.
Cerró la boca. No causaría una buena impresión de cara a su nuevo empleo si la gente la veía hablando sola o gimoteando en lugares públicos. Y tenía que causar una buena impresión, porque el tiempo pasaba y lo único que se interponía entre ella y sus objetivos (y sus hermanos) era un hombre llamado Carson Banick, un rico hotelero que había publicado un anuncio solicitando una asistente personal con experiencia en la industria hotelera.
Beth no tenía ni un ápice de experiencia en la hostelería. Pero eso no podía importar, se iba diciendo para sus adentros mientras se acercaba al edificio donde se celebraría su entrevista. Al hojear los anuncios clasificados había encontrado unos cuantos empleos para los que estaba cualificada y que le permitirían vivir de su sueldo. Ese empleo le garantizaría una fuente de ingresos básica, no decía nada de estudios superiores y, sobre todo, podría ayudarla a labrarse un futuro profesional y a ser ella misma. Jamás había logrado ninguna de las dos cosas, y las deseaba tanto que no podía explicarlo.
Carson Banick tenía que contratarla; y ella convencerlo de que le gustaba, de que era la adecuada. Haría falta derrochar todo su encanto, aunque como nunca le habían dicho que lo tuviera, no sabía si le saldría.
–Hoy seré encantadora, maldita sea –dijo en voz baja mientras empujaba la puerta del trailer que habían colocado en un extremo de un solar en construcción. Al entrar se encontró de frente con el hombre más guapo que había visto en su vida.
Él la miraba con expresión ceñuda.
Carson levantó la vista del montón de papeles que tenía en la mesa, irritado por la distracción de la puerta. Ya había entrevistado a unas cuantas personas, pero aún no había encontrado lo que buscaba. Y a juzgar por la apariencia de la mujer que acababa de entrar, no era probable que de aquella entrevista surgiera nada positivo.
No le inquietaba la falda marrón, que más que falda parecía un saco; ni tampoco sus ojos ligeramente rasgados, ni la melena corta de aquel tono pelirrojo tan llamativo. La ropa y el peinado se arreglaban con dinero; y él tenía de sobra.
No. Era la expresión dolida y desafiante de su mirada. Estaba claro que aquella mujer tenía una fuerte carga emocional en su vida, y él precisamente no era quién para acercarse a personas heridas. Ya lo había demostrado en distintas ocasiones recientemente. Las personas, las importantes, como su ex prometida, o su hermano, habían sufrido en el transcurso.
Carson trató de no pensar en la cara que había puesto Emily cuando la había dejado. Se esforzó para no recordar el miedo escrito en el rostro de su hermano justo después del accidente, o en cómo Patrick no había reaccionado cuando Carson había ido a verlo la semana anterior, tal y como ocurría desde el día de la tragedia. Trataba de ignorar que él era el responsable de la caída de su hermano en esa montaña; y le acongojaba la injusticia de que Patrick perdiera la movilidad en las piernas, mientras él, Carson, ocupaba el lugar que por derecho le correspondía a Patrick.
Se levantó, diciéndose que debía centrarse en el presente, en esa mujer; tenía que hacer aquel trabajo, continuar hasta que Patrick volviera a la normalidad. Carson rezaba para que Patrick se curara del todo, aunque los médicos le habían dicho que no estaba progresando como habrían esperado. La única manera de ayudar a su hermano era ocupando su puesto y haciéndolo lo mejor posible.
Aspiró hondo y estudió a la mujer con la mirada. No. No le valdría en absoluto. Ni por asomo contrataría a alguien que necesitara de su comprensión, o que le hiciera pensar en sus fracasos.
Necesitaba a una ayudante competente y con los conocimientos adecuados; alguien que lo ayudara a que se obrara un milagro para lo que sería un futuro hotel, y que fuera lo antes posible. La mujer que tenía delante no parecía tener experiencia en milagros, pues su aspecto era frágil, emocional…
¡Pero por qué se fijaba en esas cosas! Tal vez ni siquiera había entrado allí por el trabajo; podría ser una vendedora o alguien que se hubiera perdido. Pero Carson vio esa expresión de desesperación del que iba buscando un empleo.
–¿En qué puedo ayudarla? –dijo mientras daba la vuelta a la mesa–. Supongo que está aquí por el puesto –dijo él.
Ella asintió brevemente, pero levantó un poco la cabeza, como si él la hubiera ofendido.
–Sí, estoy aquí por el puesto de secretaria para el nuevo complejo Banick.
Mostraba aún esa expresión un poco altanera y orgullosa, como si lo desafiara a echarla de allí.
Carson suspiró.
–Entonces ha venido al sitio adecuado. Soy Carson Banick.
Ella pestañeó.
–¿Usted… es el dueño de la empresa?
–¿No me cree?
–No es eso. Sólo que no esperaba que las entrevistas las hiciera alguien tan impetuoso.
Carson se encogió de hombros.
–La persona que consiga este puesto trabajará conmigo.
Ella bajó la vista y asintió concisamente.
–¿Tiene una solicitud?
–Sí, por supuesto, y le voy pedir que me rellene una, pero la solicitud es una mera formalidad. Prefiero obtener la información de primera mano.
Para qué pedirle que rellenara papeles si se largaría en unos minutos. Ninguna de las personas a las que había entrevistado había sido la adecuada, pero al menos le habían parecido más profesionales que ésa que tenía delante.
Parecía, pensaba Carson, que iba a resultar más difícil de lo que había pensado encontrar a la persona adecuada. En Lake Geneva estaban en temporada alta, y había más empleos que cubrir en la exclusiva población turística que personas disponibles para ello.
Era inaceptable. Tenía que tomar una decisión en los días siguientes. Sabía que las cosas se estaban retrasando un poco, pero había esperado, con la fe de que se produjera el milagro y Patrick regresara. Al principio, y como era costumbre en él, había ignorado los ruegos de sus padres. Pero al final se había visto obligado a reconocer que tendría que ocuparse de la construcción del nuevo hotel: el mayor proyecto de su hermano. Cuando los médicos le habían dicho que la falta de progreso de Patrick parecía estar relacionada con la tensión nerviosa, Carson había arrimado el hombro. Por extraño que fuera, a lo mejor su comportamiento acabaría repercutiendo positivamente en la recuperación de su hermano. Le quitaría de encima a los accionistas y a sus padres, Rod y Deirdre Banick. Por una vez Carson sería el hermano mayor responsable y haría lo que estuviera en su mano para proteger a Patrick.
A Carson no se le pasó por alto el sarcasmo. Sus padres se habían pasado años tratando de que él ocupara el lugar que por derecho le correspondía; pero él siempre se había rebelado y había hecho lo que le había dado la gana, ignorando así el negocio familiar. Patrick había sido el cerebro al timón de Empresas Banick durante cinco años, desde que la salud de su padre lo había obligado a jubilarse. Pero de pronto todo había cambiado. Cuando Patrick se curara y pudiera reclamar su lugar como heredero de Banick, el hotel tenía que estar funcionando a la perfección; y tenía que ser una obra maestra. Eso significaba que Carson debía hacer lo que jamás había hecho en su vida, que era dejar atrás sus días de rebeldía y ser un verdadero Banick. Y eso exigía imperativamente una secretaria de alto nivel; pero en ese momento no había ninguna candidata allí salvo ella.
La silueta pálida de su mandíbula estaba rígida, esperando a que él diera el paso siguiente. No era de extrañar. Se dio cuenta de que además de hacerla esperar, la contemplaba con demasiada dureza.
–Siéntese –le dijo al tiempo que le señalaba la silla donde se habían sentado las otras entrevistadas.
Ella se adelantó despacio, se sentó y se alisó la falda sobre las rodillas. Había en su gesto cierta inocencia, cierta femineidad, en contraste con el aire valiente del mentón. Carson tuvo ganas de abofetearse. Él no tenía nada que ver con la inocencia, y que esa mujer fuera o no femenina ni le iba ni le venía.
–Cuénteme algo sobre usted –le dijo para centrarse de nuevo en el tema que los ocupaba.
Era una pregunta terrible para una entrevista, pero la respuesta solía ser reveladora. Los entrevistados le contaban lo que pensaban que él quería escuchar. Eso podría ser importante, ya que un asistente personal debía ser capaz de anticiparse a veces a situaciones algo difíciles.
–Me llamo Beth Krayton. Soy nueva en Lake Geneva, pero he estado antes de visita. Siempre me ha encantado este lugar y tengo la ilusión de establecerme y vivir feliz aquí.
Le pareció una respuesta más digna de una modelo en un concurso de belleza, pero cuando Carson la miró a los ojos vio que Beth Krayton era sincera. También notó que se había agarrado la falda, como si estuviera muy nerviosa. Cuando ella vio que él le miraba la mano, soltó la falda y se sentó un poco más derecha.
–Mire, señor Banick, veo que no tiene intención alguna de contratarme.
Entonces fue él el sorprendido, y pasados unos segundos se recostó en el asiento y se cruzó de brazos.
–¿Y por qué dice eso? –le preguntó.
–Bueno, aparte de que está frunciendo el ceño, está claro que es perfectamente capaz de contratar a quien le parezca, y seguramente tendrá un motón de candidatas cualificadas a la puerta.
Carson esperó a ver si decía más. Ella le había dado la entrada perfecta para echarla, que era lo que debería estar haciendo en ese momento. Pero cuando vio que ella no se levantaba para marcharse, pudo más su curiosidad.
Siempre había sentido debilidad por lo imprevisible.
–Entonces, si estaba tan segura de que no conseguiría el empleo, ¿por qué ha venido? –le preguntó él.
Ella lo miró a los ojos y Carson sintió algo extraño. La mirada herida no había desaparecido, pero había algo más; algo que no era capaz de nombrar pero que le fascinó de inmediato.
–Yo… he venido porque quiero este puesto. Pensé que estaría trabajando para uno de sus empleados, alguien más como yo. Sin embargo… Bueno, éste es su hotel.
En realidad no. Económicamente él se beneficiaba del negocio familiar, pero los hoteles eran de Patrick. Carson se había hecho su lugar en el mundo, y aunque ese mundo ya no le resultaba emocionante, no había vuelto a casa. Las circunstancias de la vida lo habían llevado a regresar para dirigir el negocio familiar. Un proyecto desastroso o mal dirigido y los recursos y la reputación que con tanto cuidado se habían forjado acabarían en entredicho. En sus manos estaba el futuro de su hermano, y de su familia. Era un pensamiento trascendental, pero no era ése el momento para reflexionar sobre todo ello.
–¿Y ahora quiere echarse atrás porque no quiere trabajar para el dueño? –le preguntó él.
Ella se puso de pie; pero en lugar de darse la vuelta y marcharse, se inclinó hacia delante.
–Para nada. Tal vez haya venido aquí con la idea equivocada, o a lo mejor no soy lo que usted espera o busca; pero estoy convencida de que de un modo u otro debería contratarme.
Carson no se pudo contener, y se le escapó una sonrisa.
–¿Por qué?
–Porque necesito este trabajo más que cualquier otro de los que entreviste. Me han criado mis cuatro hermanos mayores, todos chicos; siempre han querido y quieren dirigirme, así que como comprenderá estoy acostumbrada a tratar con personas poderosas y difíciles.
Él ladeó la cabeza pensativamente, y Beth se puso colorada.
–Con esto no quiero decir que usted sea difícil; pero si está trabajando con contratistas y ese tipo de personas, estoy segura de que de vez en cuando se pondrán difíciles. No me dan miedo las situaciones dificultosas.
–Bien. ¿Y qué es lo que le da miedo?
Ella no vaciló.
–No mucho, la verdad.
Pero al decirlo bajó los párpados imperceptiblemente. Aunque trataba de ser valiente, había cosas que le daban miedo. Carson no estaba segura de si debería aplaudir su valentía o darle la espalda a su clara inocencia. De lo que sí estaba seguro era de que de pronto le parecía mucho más interesante que cualquiera de las más convencionales y aburridas candidatas que había visto ese día. La ridiculez de tal idea le hizo fruncir el ceño.
O bien Beth Krayton no se había fijado en ese gesto o bien prefirió ignorarlo. Se puso un poco más derecha. Para ser tan menuda, tenía una postura muy regia.
–Seré sincera con usted, señor Banick. Tal vez no tenga las habilidades que busca, pero aprendo rápidamente y soy capaz de centrarme en absorberlo con la mayor rapidez. Podrá contar conmigo para todo; y haré lo que sea necesario.
–¿Tiene experiencia en el campo de la hostelería?
Ella negó con la cabeza, y su melena pelirroja y un tanto despeinada rebotó suavemente con el movimiento.
–Ninguna. Y tampoco tengo título universitario, si me va a preguntar eso. Pero soy capaz de tomar el mando, y no dejo pasar una buena oportunidad. Nunca me he echado atrás ante ningún reto, y no creo en la palabra «imposible».
–Hay mucha gente que dice eso –dijo Carson.
Eso la hizo reflexionar un instante.
–Sí, es cierto… En mi caso, suelo ponerlo en práctica. El hecho de estar aquí cuando no tengo ninguna razón para pensar que me vaya a contratar es en parte prueba de ello. Le prometo que haré de este trabajo la prioridad en mi vida.
Carson frunció el ceño. Eso era lo que quería escuchar, pero le sonaba un tanto extraño. Quería hacerle otras preguntas, algunas personales, pero había límites que un empleador no podía sobrepasar. Su siguiente pregunta tendría que ser planteada con cuidado.
–¿Y si la necesito aquí de noche?
Por un instante aquellos ojos marrones se iluminaron. Parecía esperanzada. Se le ocurrió que era muy bonita, pero al momento tachó su pensamiento de ridículo. A él siempre le habían gustado las mujeres un poco entradas en carnes, no las delgadas, ni las nerviosas; y menos las mujeres que fueran despeinadas, o de mirada intensa como la de Beth Krayton. Menos mal que no podía liarse con una empleada. Francamente, después de lo de Emily, no tenía intención de liarse con ninguna mujer que no fuera capaz de encajar en el mundo de la empresa. No sería justo ni para él ni para la otra parte, sobre todo teniendo en cuenta que hacía poco había visto la necesidad de casarse. Patrick ya no podría tener hijos, y tendría que darle a la familia un heredero del imperio Banick.
–¿Señor Banick?
Carson salió de su ensimismamiento y se centró en Beth Krayton. Ella estaba intentando plantear su caso, y por lo tanto merecía toda su atención.
–¿Sí?
–He dicho que podría estar aquí cuando sea necesario. Esto no será para mí un simple trabajo.
–Es un trabajo temporal –le advirtió él–. En cuanto el hotel se inaugure, mi implicación y este puesto concluirán.
Ella se quedó un poco descompuesta.
–¿De acuerdo? –dijo él.
–Lo podré soportar. De todos modos, será bueno para mi currículum.
–Aún no la he contratado.
Aunque le parecía la candidata más entusiasta de todas, y por ello la mejor aspirante, se dijo que si la contrataba tal vez cometiera un error; sobre todo a nivel personal. Porque Beth Krayton poseía algo intrigante, y él no podía permitir que una aspirante en busca de un empleo lo intrigara.
–Sé que no me ha contratado.
–Hábleme de su último empleo.
Ella se quedó pálida, y al momento se sonrojó.
–Era representante en la sección de atención al cliente de una tienda de repuestos del automóvil.
–¿Y por qué lo dejó?
Por primera vez ella pareció incómoda.
–¿Acaso… la despidieron? –le preguntó en voz baja.
–Sí, en parte sí.
Carson se dio cuenta de que ella quería dejarlo ahí; pero él tenía que saber qué había pasado.
–¿En qué sentido?
–En el sentido de que… –suspiró y lo miró a los ojos–. Seré sincera, señor Banick. Cuando yo era más joven, era un poco alocada. Me metía en líos y conseguía que mi familia, que se empeñaba en protegerme demasiado, quisiera protegerme todavía más. Conocían a mi último jefe, y les dio por pensar que sería también un marido estupendo para mí. Él, por supuesto, era de la misma opinión. Como no me interesa tener una relación ni casarme, yo era la única que pensaba que Barry y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Nadie me obligó a nada, pero la situación se volvió incómoda. Cuando dije que no tenía interés, Barry me pidió que me marchara.
Beth hizo una pausa.
–Pero no crea que me echaron por incompetente –continuó–. Y esté tranquilo porque mis días de locuras han quedado muy atrás. Si me contrata para este empleo no le pesará. Necesito la colocación y haré un trabajo ejemplar. Espero que no le dé importancia a las circunstancias que rodearon mi último trabajo. Si le sirve de algo, mi trato con los clientes era excelente. Sencillamente no pude fingir que mi jefe me interesaba como hombre.
Beth terminó su largo discurso con las mejillas coloradas. Estaba claro que hablar de su último jefe le resultaba demasiado incómodo.
Ella no se daba cuenta, pero acababa de decirle las cosas adecuadas. Había sido algo alocada de joven, lo mismo que él; y por eso comprendía lo que significaba que tratara de dejar atrás el pasado. Además, a Beth Krayton no le interesaba tener ninguna aventura amorosa. Eso simplificaba las cosas. En una relación de trabajo tan estrecha él no podía permitirse ni siquiera pensar en la posibilidad de tener una aventura. Sin embargo…
–Señorita Krayton –empezó a decir, sabiendo que su tono de voz la alertaría de una mala noticia.
–No diga nada aún. Me doy cuenta de que mis experiencias anteriores no son las más ideales, pero… ¿por qué no me contrata unos días de prueba? –le sugirió de pronto–. Si dentro de dos semanas no le parezco útil para el puesto, lo ayudaré a encontrar una sustituta. Incluso estaría dispuesta a trabajar gratis esas dos semanas.
Carson arqueó una ceja. Ella no le parecía de esas personas que podían estar dos semanas sin cobrar.
–Es muy amable por su parte, señorita Krayton.
Carson miró el reloj y después el calendario. Cuando Patrick había iniciado ese proyecto, había pensado completarlo a finales de año. Desde su accidente hacía tres meses, se había avanzado bastante poco, y los accionistas empezaban a impacientarse. El desastre parecía inminente, y el futuro de aquel negocio, orgullo y alegría de Patrick, estaba en juego. Carson había esperado demasiado tiempo para intervenir, y en ese momento debía mover montañas.
No sabía si Beth Krayton era la mejor candidata, pero parecía totalmente comprometida a hacerse con el puesto y demostrar que valía para ello. Eso era más de lo que podía decir de las demás personas a las que había entrevistado, la mayoría de las cuales había mostrado más interés en el salario y en los beneficios que en el trabajo en sí. Y ella le había ofrecido una salida fácil si aquello no funcionaba.
Él era allí casi tan nuevo como ella; pero no iba a dejar que nadie que trabajara allí, ni siquiera él, se distrajera con tonterías. En cuanto empezaran, la vida sería como un torbellino; y sin duda tendrían que echar muchas horas extras.
–Nada de periodo de prueba –concluyó Carson–. La contrataré hasta que haga algo que justifique un despido. En Banick tratamos con justicia a nuestros empleados.
Carson ahogó un gemido al percatarse de que había hablado igual que su padre. Beth sonrió.
–¿Qué? –dijo él.
–Ha dicho que me contrataría.
Carson sonrió sin poder evitarlo.
–Sí, eso he dicho, ¿no?
La miró y vio que su nueva y menuda asistente estaba casi dando saltos.
–Gracias, señor Banick. Y gracias por no obligarme a pasar un periodo de prueba. Lo habría hecho, pero poder comer las dos próximas semanas será estupendo.
Él sacudió la cabeza y sonrió de nuevo.
–No querría que mi ayudante se perdiera una comida. Me lo dirá si tiene algún problema en ese sentido, ¿verdad?
–No debería haber dicho eso –dijo ella toda sofocada–. Estaba bromeando.
Carson estaba seguro de que no había sido una broma.
–Por supuesto. Aun así, me lo dirá si necesita algo.
Un breve asentimiento fue la única respuesta que le dio. Carson estuvo a punto de suspirar. Así que la mujer era orgullosa, y él tendría que ingeniárselas para evitar su orgullo. No era un pronóstico demasiado bueno para una relación laboral, pero ya era demasiado tarde para arrepentimientos. Beth Krayton era oficialmente su nueva asistente.
Él le tendió la mano, que ella estrechó. Se fijó que tenía los dedos largos y elegantes.
–Bienvenida a Empresas Banick –le dijo, tratando de sonreír como lo harían Patrick o su padre.
Ella también sonrió.
–Me alegro de estar aquí.
–Empezará mañana a las nueve.
Beth asintió.
–Le daré mi dirección en cuanto la tenga.
Fue a retirar la mano, pero Carson no la soltaba.
–¿Ni siquiera tiene un sitio donde vivir?
Ella se encogió de hombros y se sonrojó.
–Me marché de casa de repente.
–¿De repente?
–Esta mañana.
Carson asintió, preguntándose dónde se habría metido. Iba, por supuesto, a averiguar quién era Beth Krayton.
Claro que no importaría demasiado. No le interesaba nada de ella, salvo su habilidad para ayudarla a hacer su trabajo.
Tenía una misión, y nada, y menos una mujer menuda como ella, iba a detenerlo.