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Mágico amor Myrna Mackenzie Shane Merritt tenía intención de vender el rancho de sus padres, así que aprovechó la oportunidad para contratar a Rachel como su fotógrafa. Al principio, el entusiasmo de Rachel por aquella casa destartalada molestó al taciturno vaquero, hasta que empezó a ver con otros ojos a la mujer que estaba consiguiendo que fuera un hogar. Un baile de amor Fiona Harper La bailarina principal Allegra Martin había pasado su vida sobre el escenario. Sin embargo, se rumoreaba que la superestrella había perdido chispa. Así que, cuando le ofrecieron pasar una semana en una isla tropical, participando en el programa de supervivencia de Finn McLeod, no dejó escapar la oportunidad. Junto a los almendros Jennie Adams Stacie Wakefield estaba cansada de tener siempre un papel secundario. Cuando su despampanante hermana mayor le robó el novio, fue la gota que colmó el vaso. Se marchó y comenzó una feliz vida, sola. Hasta que conoció a su nuevo jefe, el melancólico exsoldado Troy Rushton. Troy le enseñó la mujer que podía ser… y ella le demostraría que necesitaba que el príncipe encantado estuviera a su lado.
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Seitenzahl: 526
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 485 - septiembre 2019
© 2011 Myrna Topol
Mágico amor
Título original: To Wed a Rancher
© 2012 Fiona Harper
Un baile de amor
Título original: The Ballerina Bride
© 2011 Jennie Adams
Junto a los almendros
Título original: Once Upon a Time in Tarrula
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-377-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Mágico amor
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Un baile de amor
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Junto a los almendros
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
–LO SIENTO. Es obvio que cometí un error. Fue una equivocación confiar en ti. Así que, por favor, suéltame –dijo Rachel Everly con un tono de voz no tan tranquilo como hubiera deseado. Se apartó del coche y del hombre que, hasta hacía unos días, había pensado que había conocido.
–Rachel, deja de comportarte de una manera tan estúpida e histérica. Estás exagerando por completo. Vuelve a subir al coche y marchémonos. Además, todavía sigo siendo tu jefe hasta que este viaje termine. Tenemos una sesión de fotos en Oregón dentro de dos días.
A ella le pareció increíble que Dennis la hubiera llamado histérica y que hubiera sugerido que intentar poner celosa a otra mujer al mentir y decir que tenía una relación con ella estaba bien. Siempre había asegurado que la había contratado por sus habilidades con la cámara.
Pero aquella mañana, tras haber oído como él hablaba con su exnovia y haber escuchado después cómo le contaba que las mentiras que se había inventado ante ésta la habían vuelto loca de celos y que quería volver con él, se había dado cuenta de algo. Dennis había estado todo el tiempo mintiéndole. No era su amigo ni le fascinaba su técnica como fotógrafa. Era un estúpido que había estado utilizándola. Y ya la habían utilizado antes.
No iba a permitir que nadie lo hiciera de nuevo.
Sintió ganas de volver a acercarse al coche para decirle lo que pensaba de él. Pero en aquel momento estaba tan enfadada consigo misma como lo estaba con Dennis. Había actuado tontamente. Siempre se había enorgullecido de no permitir que nadie le tomara el pelo, pero Dennis había descubierto su debilidad. Había utilizado el interés de ambos en la fotografía para hacerle sentir única, cuando en realidad lo que había hecho había sido utilizarla como asistente y cebo para poner celosa a otra mujer. Aunque lo peor de todo era que ella misma lo había permitido. Tenía que alejarse de allí con la mayor dignidad posible.
–Vas a tener que encontrar otra asistente para Oregón. Ya no sigues siendo mi jefe –espetó antes de alejarse.
Durante unos segundos Dennis no dijo nada, pero entonces comenzó a blasfemar. Mientras se alejaba con el coche, las ruedas rechinaron. Rachel cerró los ojos.
–¡Es la última vez que vuelvo a confiar en alguien ciegamente! –exclamó al mismo tiempo que dejaba de oír el sonido del coche en la distancia. No supo qué hacer ni a dónde dirigirse en aquel desconocido pueblo. Se quedó de pie en medio de la solitaria calle en la que se encontraba.
Pero… no estaba completamente sola. Al oír como algo chocaba contra la acera contuvo la respiración. Tensa, abrió los ojos y su mirada se encontró con la de un hombre alto y de hombros anchos que, si juzgaba la manera en la que estaba mirándola, claramente había presenciado su altercado con Dennis. Llevaba puestas unas botas, pantalones vaqueros y tenía la piel bronceada… era el prototipo de cowboy. Estaba junto al escaparate de una tienda y debía haber estado a punto de entrar o salir de ésta cuando había ocurrido el incidente. Su fracaso más personal había sido presenciado por aquel extraño.
–¿Necesita ayuda? –preguntó el hombre con un masculino tono de voz.
Mientras una profunda sensación de fracaso se apoderaba de su corazón, ella pensó que sí. Se encontraba en una difícil situación. Estaba sola. Ni siquiera sabía dónde. En algún lugar de Montana con muchas vacas, botas y material de cowboy. Con un extraño que había presenciado su humillación. Sabía que debería estar agradecida ante la preocupación de éste. Por una parte lo estaba, pero por otra simplemente quería escapar de aquella mirada azul grisácea.
–Yo… ¿qué pueblo es éste?
–Moraine. ¿Necesita que la lleve a algún lugar?
Ella pensó que de ninguna manera se subiría a un coche con un extraño. Tal vez había cometido un gran error en lo que a Dennis se refería, pero había crecido en unas ciudades grandes y peligrosas. Había asistido a clases de defensa personal y sabía cómo comportarse cuando se le acercaba un hombre desconocido.
–No, gracias –respondió con firmeza–. Estoy bien. Sé a dónde voy y cómo llegar. Tengo amigos –añadió, mintiendo.
Aunque no hubiera asistido a clases de defensa personal, sabía que marcharse con un extraño era extremadamente peligroso. Si la secuestraba, nadie sabría dónde estaba.
–Tengo planes –dijo con la esperanza de que él se alejara. Se forzó a sonreír y levantó la barbilla.
Frunciendo el ceño, el hombre se quedó mirándola fijamente durante varios segundos. Entonces asintió con la cabeza y se alejó de allí.
Por alguna extraña razón, Rachel se sintió irrazonablemente molesta ante la rapidez con la que él se había marchado. Tal vez era debido a que en aquel momento no le caían muy bien los hombres… sobre todo los altos y atractivos. Y, desafortunadamente, aquel hombre era realmente guapo. Vio como se acercaba a la puerta de la tienda y volvía a mirarla… con lo que ella interpretó como pena reflejada en los ojos.
Gruñó. La pena era lo peor. En el pasado había tenido que enfrentarse a ella en innumerables ocasiones. Indignada, se enderezó.
–¿Quería algo más? –preguntó como si fuera él quien necesitaba simpatía.
El hombre se quedó mirándola y Rachel le devolvió la mirada forzándose a no parecer afectada.
–Nada –respondió él con desdén antes de entrar en la tienda.
De inmediato, el enfado de ella desapareció. Estaba claro que había actuado de manera estúpida y desagradecida. Pero toda aquella situación era injusta. Se giró y se alejó andando por la calle como si tuviera algún lugar a donde ir.
Pero cuando giró la primera esquina que encontró y vio que estaba casi a las afueras del pueblo y rodeada de tierras de cultivo, comenzó a sentir cierto pánico.
–Detente, Rachel. Tranquila, piensa –se ordenó a sí misma.
La verdad era que se había quedado muy impresionada cuando el mensaje y la fotografía de aquella casi desnuda mujer habían aparecido en el teléfono móvil de Dennis. Simplemente había reaccionado. Haberse dado cuenta de que había sido utilizada y manipulada para herir a otra mujer la había puesto enferma.
Pero en aquel momento no tenía trabajo ni lugar a donde ir. Como había tenido planeado trabajar con Dennis en la Costa Oeste, había dejado su apartamento. Su madre se encontraba disfrutando de su enésima luna de miel y la nueva esposa de su padre sentía bastante desprecio por ella. Y…
Repentinamente se dio cuenta de que se había dejado el teléfono móvil y la cartera en la guantera del vehículo de Dennis. Se sintió realmente abatida. En pocas horas oscurecería y necesitaba un lugar donde dormir… y algún medio para pagarlo.
Intentando tranquilizarse, regresó al pueblo. Miró su cámara, que era su único compañero constante, lo único con lo que siempre había podido contar. Aun así, aquel día no la ayudaría.
Se dirigió a un pequeño edificio donde se leía Angie’s Diner en una de las ventanas. Dentro había sólo un cliente y una mujer de aspecto amistoso detrás de la barra. Cuando abrió la puerta, sonó una campana. La mujer levantó la mirada y sonrió.
–¿Puedo ayudarla en algo?
A Rachel le angustió la sola idea de suplicar trabajo. Respiró profundamente y logró esbozar una sonrisa.
–Hola, soy Rachel Everly. ¿Tú eres Angie?
–La misma.
–Encantada de conocerte. ¿Por casualidad no querrás contratar a alguien?
Angie miró a su alrededor en el casi vacío local. Incluso parecía que el reloj hacía demasiado ruido… enfatizando la falta de clientes.
–Lo siento, no. No eres del pueblo, ¿verdad? –respondió.
–Estoy… de visita –contestó Rachel sin molestarse en explicar por qué necesitaba trabajar si no pretendía quedarse–. ¿Hay algún lugar donde pueda hospedarme?
–Sólo la casa de huéspedes de Ruby. La comida es excelente y son muy amables –dijo Angie, explicándole por dónde se llegaba–. Pero si quieres trabajo… bueno, buena suerte. No hay mucho por aquí.
–Gracias –ofreció Rachel, intentando contener su ansiedad.
Cuando volvió a salir a la calle pensó que tal vez si muy humildemente le suplicaba a la tal Ruby que la dejara ayudar a lavar los platos, por lo menos podría pasar aquella noche bajo techo. Al día siguiente podría pensar qué hacer, pero sabía una cosa; desde aquel momento en adelante iba a tener mucho cuidado con los hombres y los motivos por los que actuaban. Por haber confiado estúpidamente en Dennis se encontraba sin casa en medio de la nada.
Pero aquello era algo temporal, algún día tendría la casa que jamás había tenido. En Maine, el único lugar en el que había sido feliz y al que había estado intentando regresar durante mucho tiempo. Estaría allí si no…
Shane Merritt no estaba de muy buen humor. Estar de vuelta en Montana, aunque fuera sólo temporalmente, lo tenía muy tenso. Y el encuentro que había tenido con aquella extraña mujer en el pueblo no lo había ayudado a mejorar el ánimo. Odiaba sentirse responsable de otras personas. Su pasado demostraba que no era muy aconsejable pedirle ayuda, pero por lo poco que había visto había estado claro que ella estaba perdida en Moraine. Aunque también había sido obvio que no había querido su ayuda.
–Mucho mejor así, Merritt –se dijo a sí mismo mientras conducía–. La mujer te hizo un enorme favor cuando rechazó tu oferta.
Lo cierto era que él estaba deseando volver a su vida errante y a su negocio, el cual le permitía una gran flexibilidad. Pero todavía no podía hacerlo. Y en aquel momento debía conseguir suministros para el rancho.
Desafortunadamente, su teléfono móvil sonó en aquel instante. Aparcó a un lado de la calzada.
–¿Qué tal, Jim? –respondió al ver que era su manager de negocios.
–Hay problemas. Hay que volver a planificar tu próximo trabajo. Debes estar en Alemania dentro de dos semanas.
–Jim, sabes que no puedo marcharme de aquí hasta que no venda el rancho. Cuando llegué… bueno, digamos que Oak Valley está en peores condiciones de lo que había pensado. Intenta conseguirme por lo menos tres semanas.
En realidad, cuanto menos tiempo tuviera sería menos deprimente. Había heredado el rancho familiar hacía unos años y durante meses había estado intentando vender su infeliz hogar de juventud, pero aquélla era la primera ocasión en la que había tenido tiempo de viajar hasta allí para organizar los bienes muebles que había en la vivienda. Era algo que debía hacer él ya que había cosas que habían pertenecido a su madre y a su hermano…
El abrumador dolor que lo embargó tras aquel pensamiento le sirvió de recordatorio del hecho de que le había fallado a su familia y de que, aunque le resultaba muy doloroso, tenía que decidir qué objetos quería quedarse y cuáles no.
–Tres semanas es el tiempo mínimo que necesito para dejarlo todo organizado. El rancho está en muy mal estado –continuó, consciente de que aquello era culpa suya.
–¿Estás bien? –preguntó entonces su amigo y empleado.
No. Shane no estaba bien. Estar en aquel lugar había llevado a su mente recuerdos que quería olvidar, aunque por lo menos una vez que resolviera aquella situación podría hacerlo… hasta cierto punto. No tendría que volver al rancho. Podría pasar el resto de su vida viajando como un hombre libre. Sin ataduras.
–¿Shane? –insistió Jim con la preocupación reflejada en la voz.
–Estoy bien –mintió él–. Simplemente ha sido un poco impactante volver al rancho tras haber estado años viviendo en oficinas y hoteles –añadió.
Haber ido a Moraine aquel día había sido un error. El pueblo estaba cargado de demasiados recuerdos para él, recuerdos, arrepentimientos y fantasmas. No pretendía volver.
–No puedo imaginarte en un rancho –comentó el manager–. Ni montando a caballo ni saliendo con una vaquera. ¿Hay algunas mujeres guapas por allí?
De inmediato, la imagen de la mujer que había visto en el pueblo se apoderó de la mente de Shane. Había sido una mujer bajita, bella, alocada y muy valiente. No una vaquera en absoluto.
–No podría decirte. No he venido aquí en busca de mujeres.
–Lo sé, pero ellas suelen buscarte a ti –dijo Jim ya que tenía mucha confianza con Shane–. En ocasiones incluso te siguen a la oficina.
–Eso sólo ha ocurrido un par de veces. No ha vuelto a suceder. Telefonea a Alemania, Jim. Regresaré en tres semanas… aunque tenga que regalar el rancho.
–Está bien, pero si conoces a algunas vaqueras guapas dales mi número –bromeó el manager.
Shane terminó la conversación y continuó conduciendo.
A los pocos instantes recordó el comentario de Jim acerca de las mujeres y la imagen de la joven que había visto en el pueblo se apoderó de nuevo de su mente. La escena que había presenciado entre el hombre con el que había estado y ella había sido tensa. Los ojos marrones de aquella fémina habían reflejado una gran vulnerabilidad, pero se había comportado de manera desafiante y orgullosa. Cuando él le había sugerido que tal vez necesitaba ayuda, ella lo había mirado de manera mordaz, como si se hubiera sentido ofendida… o amenazada.
Él se había alejado, lo que era algo bueno. A pesar de aquellos ojos chocolate que hacían a los hombres pensar en apasionadas noches y placer, lo último que necesitaba era involucrarse con una mujer que asociaba a Moraine, sobre todo con una tan desconfiada.
Además, su vida en aquellos momentos estaba centrada en el trabajo y en expandir su negocio a mercados remotos. Tenía una buena vida. Y le bastaba.
–De vuelta a los negocios, Merritt –se dijo a sí mismo.
Debía ponerse en marcha y actuar con rapidez ya que tenía sólo tres semanas. Necesitaba una mínima ayuda, un ama de llaves que pudiera cocinar y limpiar, así como tomar fotografías para ayudar a vender el rancho.
–¡Demonios! –exclamó al ver la pequeña figura que iba caminando por la calle.
Era ella, era la mujer que había visto hacía unas horas en el pueblo. Llevaba dos bolsas de viaje colgadas a los hombros y tenía las piernas cubiertas de polvo. Parecía muy cansada.
Decidió acercarse a ella, preparado para que volviera a ser muy grosera. Aunque lo que en realidad quería era ignorarla, no podía. Aquella mujer estaba sola, andando por una calle que llevaba a ninguna parte a pocos minutos de que anocheciera. Ni siquiera tenía una linterna para poder guiarse cuando no hubiera luz. Además, él no podía olvidar aquellos preciosos y angustiados ojos… ni dejar de preguntarse si sabría cocinar y si era buena con la cámara que llevaba…
Rachel oyó como un coche se acercaba e instintivamente se alejó de la carretera y apretó su cámara con fuerza contra su cuerpo. Se sentía muy vulnerable en aquel lugar ya que no había ningún sitio al que correr si tenía que hacerlo.
El coche comenzó a circular más despacio y ella se echó aún más hacia la derecha.
–No… –ordenó una voz profunda, voz que ya le resultaba familiar–. Los alambres con púas son muy peligrosos.
Rachel se detuvo en seco y miró a su derecha. Era cierto; había alambres con púas.
–¿Qué quiere? –preguntó con lo que esperó que fuera un tono de voz que reflejara valentía al observar como el hombre detenía el vehículo y se bajaba de éste.
Pero él no se acercó a ella. Se quedó junto a la puerta del conductor.
–¿Que qué quiero? No lo que aparentemente piensa.
–¿Y qué cree que pienso? –respondió Rachel, forzándose a mirarlo a los ojos.
–Está a muchos kilómetros del pueblo o de cualquier vivienda.
–¿Es eso una amenaza? –espetó ella.
–No es ninguna amenaza, es un hecho –contestó el hombre, tendiendo las manos para que Rachel viera que no llevaba ningún arma consigo.
Pero aunque él no supusiera ninguna amenaza física, tenía el típico aspecto del rompecorazones. Ella no podía confiar en un hombre como aquél.
–¿Le importa si le pregunto adónde se dirige? –se atrevió a decir Shane.
A Rachel sí que le importaba, no quería hablar con él. Pero era cierto que durante los anteriores veinte minutos se había planteado si estaba andando en la dirección correcta.
–La mujer de la cafetería me dijo que hay alguien llamada Ruby que me alquilaría una habitación.
–¿Todavía sigue alquilando habitaciones?
–¿No lo sabe? –respondió ella, impresionada.
–Yo no vivo aquí, pero si está buscando a Ruby ha pasado hace más de un kilómetro por el desvío hacia su casa.
–¿A cuánta distancia está la casa de huéspedes del desvío? –quiso saber Rachel, abatida.
–A casi tres kilómetros.
Ella se sintió muy descorazonada. Pero guardó la compostura y comenzó a girarse.
–¿Tiene teléfono? –preguntó Shane.
–Sí.
–¿Dónde está?
–¿Por qué? –contestó Rachel, que no quería decírselo.
–Para que telefonee a Ruby.
–¿Tiene servicio de transporte?
Él esbozó una leve sonrisa que transformó su bella cara en algo arrebatadoramente hermoso. Ella deseó no haberse dado cuenta de su aspecto físico ya que era completamente irrelevante y no la ayudaba en nada.
–¿Servicio de transporte? No que yo sepa –contestó Shane–. Pero si la telefonea puede preguntarle sobre mí para así poder llevarla yo en coche.
–¿Por qué haría eso?
–Digamos que no quiero que me pese la conciencia.
–¿Cómo sé que Ruby y usted no están confabulados?
–No puede saberlo, pero si ése fuera el caso, Angie también tendría que estar en esto con nosotros, ¿no es así?
Él tenía razón. Rachel deseó no estar tan asustada. Pero le aterrorizaba la idea de subir a un coche con un extraño, con un hombre tan guapo y atractivo como aquél.
–Lo siento. Soy de ciudad. No monto en coche con gente que no conozco.
Shane respiró profundamente y la miró fijamente.
–Mi teléfono estaba en la guantera del coche de Dennis –admitió entonces ella.
–Ya veo –respondió él, sacando de su bolsillo un caro modelo de móvil. A continuación se acercó lo suficiente a Rachel como para entregárselo.
Ella lo aceptó y buscó el teléfono de la casa de huéspedes en la agenda del móvil.
–¿Cómo se llama usted? –le preguntó a Shane mientras marcaba el número de la casa de huéspedes de Ruby.
–Shane Merritt.
–Así que… ¿Ruby me dirá que es usted un buen tipo?
–No, seguramente le contará algún asunto personal del que yo no quiero ni oír hablar y le dirá que soy un burro, pero no la clase de burro que secuestra mujeres.
Rachel dejó de marcar y se quedó mirando fijamente a Shane.
–Entonces, aunque acaba de admitir que no es un buen tipo, ¿simplemente quiere llevarme en coche? ¿Eso es todo?
–No exactamente. Ya se lo he dicho. Tengo otros motivos, pero ninguno que deba preocuparle ni hacer que corra en dirección opuesta. Quiero realizarle algunas preguntas sencillas y quiero respuestas del mismo tipo.
–Pregunte –dijo ella, sintiéndose levemente nerviosa.
–¿Sabe cocinar y limpiar bien?
Rachel no sabía casi cocinar ni limpiar, pero fue consciente de que no le convenía ser sincera. Aquélla era la típica pregunta que parecía ir asociada a un trabajo y en aquel momento, debido a su desesperada situación, consideraría cualquier posibilidad.
–Sé hacerlo –respondió.
Él asintió con la cabeza, pero a Rachel le quedó claro que aquélla no había sido la respuesta que había esperado.
–Y con la cámara, ¿es buena fotografiando? ¿Sería posible que pudiera tomarse un par de semanas libres? –preguntó Shane.
Ella abrazó estrechamente su cámara.
–Me está poniendo nerviosa –comentó, comenzando a marcar de nuevo el número de la casa de huéspedes… como si el oír una voz de mujer fuera a salvarla de aquel loco–. No sé de qué va todo esto, pero no realizo fotografías pervertidas y no puedo imaginarme qué podría querer usted con mi cámara o conmigo…
Él frunció el ceño y levantó una mano. Sus ojos azules reflejaron un gran enfado.
–Está muy confundida si cree que estoy interesado en algo pervertido o personal.
Shane pareció tan ofendido que Rachel supo que se había equivocado. Intentó encontrar respuestas y pensó en una que le pareció convincente.
–Comprendo, tiene esposa, tal vez incluso hijos. Necesita un ama de llaves y quizá… ¿un retrato de la familia al completo? Sin duda alguna puedo hacerlo. Puedo tomar fotografías de su familia –contestó, pensando que cobraría el suficiente dinero como para llegar a Maine.
Una vez allí decidiría cuál sería el siguiente paso a seguir.
Desafortunadamente, Shane se quedó mirándola como si hubiera dicho algo obsceno.
–No tengo familia. No quiero que fotografíe personas, sino objetos. Quiero vender un rancho junto con todos sus muebles y maquinaria. Quiero venderlo todo. Quizá haya una subasta y tal vez ofrezca algunos artículos en Internet. Simplemente necesito a alguien que me ayude a acondicionar la casa para que sea vendible y que tome algunas fotografías para poner el rancho en el mercado. Si usted puede hacer ambas cosas sería maravilloso porque tengo muy poco tiempo para contratar a alguien y arreglarlo todo.
–Ya veo.
–¿Tiene tiempo? ¿Consideraría aceptar un trabajo? Puedo hacer que le merezca la pena. A no ser…
Ella esperó a que continuara hablando.
–Tal vez tiene que volver a casa –dijo finalmente él.
Rachel tenía que marcharse de aquel pueblo y como había decidido ir a Maine debía buscar trabajo allí, pero no tenía por qué ser en aquel momento. De hecho, aquel trabajo que estaba ofreciéndole Shane Merritt parecía su mejor opción para obtener un poco de perspectiva de las cosas y pensar con calma lo que realmente quería hacer.
Marcó el número de teléfono de Ruby… completándolo en aquella ocasión. Le explicó a la mujer que Angie le había recomendado su casa de huéspedes, pero que se había perdido y que tenía la oportunidad de que un tal Shane Merritt la llevara en coche hasta su casa.
–¿Shane Merritt? –gritó Ruby–. ¿Shane Merritt ha vuelto al pueblo? Ese perverso y desalmado diablillo.
Rachel parpadeó y puso el teléfono en manos libres.
–Entonces cree que sería una locura aceptar que me llevara en coche, ¿verdad?
–Dígame una cosa, ¿sigue siendo tan pecaminosamente guapo como siempre? ¿Tanto que dan ganas de lamerlo de arriba abajo?
Ruborizada, Rachel miró a Shane a los ojos y quitó la opción de manos libres.
–Tiene… tiene buen aspecto. Yo diría que muy sano –respondió, ruborizándose aún más.
–Umm –dijo Ruby–. Supongo que ésa es una manera de expresarlo.
–Yo… ¿tiene una habitación que pueda alquilarme? –preguntó entonces Rachel.
–Sí, claro. Así que Shane va a traerla hasta aquí. ¡Hace años que no lo veo! Ese estúpido –comentó Ruby con una voz que vacilaba entre la emoción y el enfado–. Era un tipo muy complicado que siempre se metía en problemas. Además, era terco, obstinado y evasivo. Malo y poco fidedigno en lo que a mujeres se refería. Cruel. Te hacía sentir amada un día y al siguiente se había marchado. Malo.
–Ya veo –contestó Rachel en voz baja–. Así que no debería montar en coche con él, ¿verdad?
–¿Qué? Oh, no, monte en coche con él. Yo no tengo manera de ayudarla a llegar hasta aquí. Simplemente no confíe en él; le haría mucho daño.
–Está bien, gracias –ofreció Rachel antes de colgar el teléfono y mirar a Shane–. Dice que eres malo –comentó, tuteándolo.
Él se encogió de hombros.
–Dice que eres evasivo y obstinado –continuó ella.
–¿Supone eso un problema? Lo que te ofrezco es un trabajo temporal. Seré tu jefe –aclaró Shane, tuteándola a su vez.
Rachel tuvo que reconocer que él tenía razón; estaban hablando de un trabajo, no de una cita.
–En absoluto –concedió.
–Bien –dijo Shane. Parecía impaciente.
Pero por alguna razón la impaciencia le hacía parecer muy sexy. Ella tuvo que recordarse a sí misma que Ruby le había dicho que no confiara en él.
–Así que… ¿vas a llevarme a casa de Ruby?
–Sí –respondió Shane, que obviamente era un hombre de pocas palabras.
Rachel pensó que era mejor de aquella manera ya que habría menos interacción entre ambos. Aunque sería aún mejor si él no tuviera un aspecto tan viril…
–¿Y si decido no trabajar para ti? –preguntó repentinamente.
En realidad no tenía ninguna otra oferta laboral, pero aquel hombre, aquel abrumador hombre que se quedaba mirándola como si pudiera leer los secretos y miedos que ella guardaba escondidos…
–De todas maneras te llevaré a casa de Ruby –aseguró él.
–Porque no quieres que te pese la conciencia –dijo ella. De inmediato se planteó por qué estaba insistiendo en aquello, por qué estaba intentando descubrir los motivos de Shane. Obviamente era porque se sentía cansada y frustrada. Y muy enfadada. Sobre todo consigo misma por haber sido tan ingenua e impulsiva como había sido.
–No, no quiero –respondió él–. ¿Significa eso que no aceptas el trabajo? No has dicho que no, pero tampoco que sí.
Rachel lo miró fijamente a los ojos.
–Sí –contestó, angustiada al pensar que tal vez no estaba haciendo lo correcto.
–¿A pesar de las advertencias de Ruby?
–No me importa lo malo que seas –explicó ella–. Esto sólo versa sobre trabajo.
–No hay ninguna posibilidad de que haya algo más –concedió Shane.
Otra mujer tal vez se habría sentido ofendida, pero no Rachel.
–Y para que tengamos las cosas claras –prosiguió él–, he mencionado que tengo poco tiempo; este trabajo no puede durar más de tres semanas. Después tengo que marcharme.
–No necesito más tiempo. Simplemente quiero el suficiente dinero para irme de aquí.
–Está bien –dijo Shane, tendiéndole la mano–. Entonces tenemos un acuerdo, ¿no es así?
Ella se quedó mirando la mano durante un momento. Era grande, muy masculina y tenía unos largos dedos. Entonces colocó una mano sobre la palma de él y éste, muy brevemente, le dio un apretón. Se sintió muy acalorada al embargarla una gran calidez. Fue consciente de que se había comprometido a entregarle su tiempo a aquel abrumador hombre.
–Sí, tenemos un acuerdo –concedió.
Shane le soltó la mano tan rápidamente como la había agarrado y ella tuvo que recordarse que no debía confiar en él…
Horas después, tumbada en una estrecha cama mientras miraba la luna, se estremeció al recordar todo lo que había ocurrido aquel día. Su relación con Dennis había sido un tremendo error. Había sido una ingenua. Él le había hecho sentir única debido a su destreza con la cámara. Y en aquel momento sabía que aceptar trabajar para alguien como Shane podía ser un gran error.
Pero no iba a permitir que lo fuera. Iba a estar alerta. Además, limpiar una casa y tomar algunas fotografías no iba a cambiarle la vida…
–TE PROMETO que en cuanto pueda te pagaré por dejar que me quede aquí –dijo Rachel, secando una taza y colocándola en el armarito que le indicó Ruby.
Intentó no prestar atención a los sonidos del exterior para no estar esperando oír el coche de Shane acercarse a la casa de huéspedes. Por alguna razón, la sola idea de volver a montar en coche con un hombre tan atractivo la tenía asustada.
Desafortunadamente, Ruby se había percatado de su nerviosismo. Y lo había malinterpretado.
–No te preocupes –la tranquilizó–. Seguramente Shane llegue a tiempo. Cuando era joven era muy rebelde. Si le ordenabas hacer algo, lo más seguro era que hiciera lo contrario. Era muy peleón… lo que le llevó a la cárcel en un par de ocasiones. Pero estoy segura de que ahora es diferente. Es un exitoso hombre de negocios y como siempre ha sido un genio con las matemáticas estoy segura de que pasa mucho tiempo trabajando y no tanto haciendo diabluras o engatusando mujeres.
Una imagen de Shane medio desnudo tumbado en una cama se apoderó de la mente de Rachel, que frunció el ceño y se preguntó qué le ocurría. Él ni siquiera le caía bien.
Se estremeció. Desde hacía dos años, desde que Jason la había abandonado por una «mujer femenina», por la mujer que según le había dicho había estado esperando toda la vida, ella no había querido empezar ninguna relación con ningún otro hombre. Pero en aquel momento parecía que estaba compensando por aquello al relacionarse con un hombre de poca confianza tras otro. La idea de que estaba convirtiéndose en su madre, que había acostumbrado adoptar una empalagosa actitud con cada hombre que se le había acercado, le hizo ponerse enferma.
Tomó otra taza y se forzó a pensar en el trabajo que había sido tan afortunada de conseguir… aunque era un tipo de trabajo para el que no estaba cualificada. Casi había quemado la casa de huéspedes de Ruby al intentar ayudar a ésta a cocinar y nada parecido podía ocurrir con Shane.
–Así que… ¿Shane es bueno con los números? ¿Es contable o algo así?
–No creas que puedes lograr que un hombre como Shane sea menos peligroso al encasillarle en un oficio. Seguro que sigue siendo un rompecorazones. Además, tiene esos seductores ojos…
–No me he dado cuenta –mintió Rachel.
En ese momento oyó como se cerraba de un golpe la puerta de un coche y casi se le cayó la taza de las manos. En menos de un minuto aquellos seductores ojos estuvieron mirándolas a Ruby y a ella.
–¿Estás preparada? –preguntó Shane con su profunda voz.
Rachel no se encontraba preparada en absoluto, pero era consciente de que no debía confesarlo.
–Sí, en cuanto termine aquí. Le debo un gran favor a Ruby.
–No te preocupes –terció Ruby–. Márchate ya.
–Puedo esperar –dijo Shane.
–Gracias –contestó Rachel, empleando un remilgado tono de voz.
–Bueno… ¿has desayunado ya, Shane? –quiso saber Ruby.
–Sí.
–¿Quieres desayunar de nuevo? Si has tenido que cocinar tú mismo, seguramente habrás comido algo muy malo.
Una fugaz pero amplia sonrisa se reflejó en la cara de él, sonrisa que reveló los arrebatadores hoyuelos que se le marcaban al hacerlo. Rachel intentó no quedarse mirando ya que estaba segura de que Ruby estaba observándola para ver su reacción.
–No me gustaría molestarte –respondió Shane.
–Si no te falla la memoria, debes saber que siempre hay algo aquí preparado. Siéntate y come.
–Gracias –ofreció entonces él, acercándose a la mesa.
Rachel se angustió al darse cuenta de que a Shane le gustaba comer y de que Ruby era una excelente cocinera. Se preguntó cuánto tiempo tardaría su nuevo jefe en despedirla. Esperaba ser capaz de ganar un poco de dinero antes de que aquello ocurriera… para por lo menos poder acercarse unos kilómetros a su destino.
Rachel Everly no estaba encantada con el trabajo que le había ofrecido. A Shane le quedó claro al montarse ambos en su camioneta y dirigirse a su rancho.
Aunque no la culpaba. Él tampoco estaría muy contento si se hubiera encontrado en la misma situación que ella y hubiera tenido que ganar dinero para regresar a su casa. Además, Ruby era toda una cuentista y Dios sabría lo que le había contado a Rachel. Había muchas historias circulando acerca de él y ninguna le favorecía. Algunas incluso tocaban temas que ni siquiera quería recordar. La mayoría, si no todas, eran ciertas.
–Te vendrá bien prestar atención al camino por el que vamos –comentó tras unos minutos–. Algunas de estas carreteras de pueblo no están muy bien señalizadas y es fácil perderse. Necesitarás saber cómo regresar a la casa de huéspedes.
–¿Está tu rancho suficientemente cerca como para ir andando? –preguntó Rachel.
–Sólo si eres un caballo y tienes mucho tiempo.
Shane no quería llegar a conocer a aquella mujer. Había ido a Moraine a cortar el último lazo que le unía a aquel lugar y cuando se marchara no quería tener que volver a mirar atrás. No iba a permitirse a sí mismo hacer algo de lo que pudiera arrepentirse. No en aquella ocasión.
–No comprendo –dijo ella.
–Tienes que conocer la zona porque habrá muchas ocasiones en las que yo esté en el extremo opuesto del rancho y no pueda llevarte a casa de Ruby cuando tengas que regresar por la noche. O tal vez tengas que ir por suministros. Por lo menos hay muchos vehículos en el rancho. Esperanzadoramente encontraremos alguno que pueda correr y podrás utilizarlo.
–Me explicarás muy bien en qué consiste mi trabajo, ¿verdad?
–Sí, pero básicamente consiste en limpiar y tomar fotografías.
–Y cocinar, ¿no es así? –recordó Rachel mientras agarraba el manillar de la puerta.
–Sí –respondió él–. Mira, no sé lo que Ruby te ha contado de mí. Le gusta inventarse historias. Pero no tienes nada que temer de mí. Te dije en serio que no habrá nada personal en este trabajo.
–No había pensado otra cosa –contestó ella, sentándose muy erguida.
–Estás prácticamente arrancando el manillar de la puerta.
Rachel soltó el manillar como si le hubiera quemado.
–Lo siento. Supongo que es por estar en un lugar que no conozco. Soy una chica de ciudad y jamás he estado en un rancho.
–Ya veo –dijo Shane, pensando que si juzgaba la manera en la que ella había discutido con él el día anterior y la larga caminata que había realizado a solas, no parecía ser de la clase de persona que le tenía miedo a la hierba, a las vallas y a los árboles.
–Y por si no quedó claro ayer –prosiguió Rachel–, tú tampoco tienes que preocuparte por mí. Seré completamente profesional. No soy de esas mujeres que tienen ideas románticas. No estoy buscando un cowboy. No tengo citas con la gente con la que trabajo. Si me notas un poco tensa, no tiene nada que ver con algo de lo que me haya dicho Ruby. Simplemente estoy intentando orientarme.
–Comprendo. Me disculpo por haber pensado que tal vez Ruby te hubiera dicho algo que te había inquietado.
Rachel giró la cabeza para mirarlo y su oscuro pelo le acarició la mejilla.
–Perdóname, pero Ruby ha dicho… ¿has estado realmente en la cárcel? –preguntó.
Sorprendido, Shane sintió como una ráfaga de antiguos malos recuerdos se apoderaba de su mente.
–Sí –respondió ya que no tenía sentido negarlo. Pero lo hizo con un duro tono de voz.
–Lo siento, ha sido muy grosero por mi parte preguntar eso… aunque tenía que saberlo –se disculpó Rachel–. Tengo la mala costumbre de ser ligeramente impulsiva y demasiado directa. Alguien me dijo una vez que era muy perspicaz.
¡Fantástico! Shane había querido un trabajo rápido sin complicaciones y había terminado con una mujer que iba a husmear en aspectos de su vida que no quería compartir con nadie.
–Intentaré contenerme –continuó ella–. Dime si me paso de la raya.
–No te preocupes. Lo haré –prometió él.
Rachel pareció relajarse un poco. Cuando llegaron a Oak Valley y vio los enormes árboles que había en la propiedad, se giró hacia Shane.
–Esto parece muy grande. ¿Es todo tuyo?
–Sí, soy el único dueño del rancho Oak Valley –respondió él.
–¿Y aun así vas a venderlo? –preguntó ella con la incredulidad reflejada en la voz.
Shane intentó no fruncir el ceño, pero le resultó difícil. No quería tener que dar explicaciones de sus acciones, ni de cómo había sido su niñez en aquel rancho, ni contar lo que había pasado después y por qué jamás se quedaría allí.
–Aunque es tu hogar… –prosiguió Rachel.
–No es mi hogar –aclaró él con un duro tono de voz.
Ella guardó silencio ante aquel comentario. Shane se reprendió a sí mismo y se dijo que había sido un idiota ya que había logrado que todo aquello pareciera aún más personal de lo que era. Rachel estaba allí simplemente para trabajar y no iba a exponerla a su historia.
–He vivido aquí la mayoría de mi vida, desde que tenía tres años, pero llevo diez alejado del rancho y dirijo un negocio que me obliga a viajar constantemente. Vivo en muchos lugares diferentes –explicó, esperando que aquella contestación dejara satisfecha a su acompañante.
–¿Y te gusta? ¿Vivir en muchos sitios distintos?
–Me encanta. Nací para viajar de un lugar a otro.
–A mí no me gusta –dijo ella, negando con la cabeza. Sus largos y oscuros rizos se balancearon hacia los lados–. Lo único que quiero es tener una casa en mi lugar favorito. En Maine. En el mismo lugar todo el tiempo.
Shane la miró y vio que Rachel estaba mirándolo a él. Se preguntó qué le habría ocurrido para desear con tanto fervor una casa en la que echar raíces.
Su curiosidad debió haberse reflejado en su cara ya que ella se ruborizó. Al observarla, un intenso acaloramiento se apoderó de su cuerpo.
Pero aquello no estaba bien. Rachel era su empleada.
–Has dicho que eres una chica de ciudad. Si tienes alguna pregunta, siéntete libre de hacerla.
–¿Sobre el rancho?
–Sobre lo que sea que necesites saber.
–Tal vez te arrepientas de haber dicho eso –advirtió ella.
A él no le cabía duda de que Rachel tenía razón.
–Cabe la posibilidad de que no responda a cada pregunta de la manera que tú quieres –advirtió a su vez.
–Está bien. Eres mi jefe. Siempre puedes decirme que estoy llegando demasiado lejos con mis preguntas, o directamente que deje de hacerlas. Puedes decirme que no.
Shane volvió a sentir como aquel intenso acaloramiento le recorría el cuerpo. Quiso gruñir. No le gustaba lo que aquella chica de ciudad provocaba en él…
Rachel deseaba poder relajarse un poco. Haber descubierto que su jefe y ella tenían distintas metas en la vida había sido liberador, pero todavía estaba muy pendiente de él a cada momento. Tal vez tenía algo que ver con la sensación de vacío que respiraba en la tierra que estaban atravesando. Parecía que Shane y ella eran las dos únicas personas que había en kilómetros a la redonda.
Le había dicho en serio que no era una romántica. Había sido muy joven cuando había aprendido por primera vez que las relaciones sentimentales no estaban hechas para durar para siempre y que las promesas no siempre se mantenían. Las relaciones sentimentales que había tenido siendo adulta no habían hecho otra cosa que confirmar sus primeras impresiones.
Pero, maldita fuera, Shane tenía algo que provocaba que las mujeres quisieran… mirarlo. Era desconcertante. La lujuria nunca había formado parte de su vida y el hecho de que estuviera teniendo acalorados pensamientos acerca de él era muy alarmante.
Se ordenó a sí misma que debía centrarse en el trabajo para el que la había contratado.
–Así que… tienes tres semanas. ¿Y qué es exactamente lo que hay que hacer durante ese tiempo? –preguntó de manera informal.
–El rancho lleva años vacío –respondió Shane–. Algunas cosas se han deteriorado. Los pastos no han sido segados y hay que hacerlo, para después plantar semillas en ellos. Hay que arreglar algunas vallas, reparar algunos edificios, comprobar los sistemas de riego, quitar las malas hierbas… Como ya te he mencionado, hay que limpiar la casa. El lugar tiene que tener buen aspecto para que pueda ser capaz de venderlo rápido. Una vez que esté en condiciones para ponerlo en el mercado, quiero que tomes algunas fotografías. Entonces pondré el rancho a la venta y si no aparecen compradores lo llevaré a subasta.
Rachel asintió con la cabeza.
–Aparte de los pájaros, todo está muy silencioso –comentó–. No parece que tengas animales. ¿No tiene que tener animales un rancho? ¿No son ellos precisamente los que hacen que un rancho sea… un rancho?
Él esbozó una de sus arrebatadoras sonrisas, pero afortunadamente para ella la borró de su cara antes de que pudiera verla con claridad.
–Sí –concedió–. La mayoría de los ranchos tiene animales, pero éste va a ser vendido y nadie ha vivido aquí desde… hace mucho –añadió.
Ella se dio cuenta del dolor que reflejaron momentáneamente sus ojos.
–Cuando heredé el rancho, no estaba preparado para hacerme cargo de él, por lo que simplemente dejé que las cosas quedaran como estaban… salvo por el hecho de que no puedes dejar ganado sin atender. Contraté a alguien para que lo vendiera. Y los caballos…
–Claro, también tenías caballos.
–Todavía los tengo. Quería encargarme personalmente de ellos, por lo que alquilé unos establos en un condado cercano y allí se quedaron.
–¿Es más bonito aquel condado que éste? ¿Tiene mejor hierba o algo así…?
–Sí, tiene mejor hierba –mintió Shane mientras continuaba conduciendo.
Rachel supo que aquella respuesta era mentira, pero suponía que como su empleada no tenía derecho a conocer las razones personales que llevaron a Shane a tomar aquella decisión. Esbozó una mueca y pensó que tal vez había preguntado demasiado. Aquélla era una mala costumbre que había desarrollado cuando había sido muy jovencita como resultado de haber tenido que conocer rápidamente a grandes grupos de personas.
Aun así, cuando subieron con la camioneta por una pendiente y vio una casa en la distancia, no pudo contenerse…
–¿Es ésa la casa…? ¿O…? No sé mucho de ranchos, pero… ¿no tienen en ocasiones varias edificaciones?
–Hay otras edificaciones, pero ninguna tan grande. Sí, ésa es la casa –respondió él sin ningún tipo de orgullo reflejado en la voz.
Mientras se acercaban a la construcción, ella comprendió por qué. Pensó que debía decir algo, pero no quería que pareciera que estaba criticando nada.
–Es… es una edificación impresionante –dijo.
No era mentira. De hecho, en algún momento de su historia debía haber sido impactante. Era una gran casa blanca que dominaba la propiedad. Pero la pintura estaba en muy mal estado, las chimeneas estaban medio derruidas y parte de la madera del porche se había desintegrado.
Shane detuvo la camioneta y ambos se bajaron. Se dirigieron a la vivienda y él abrió la puerta. Al hacerlo, rozó el brazo de Rachel y ésta se sintió muy alterada. Aquel breve contacto le había hecho tener una gran reacción física. Era completamente ridículo… y perturbador.
–Lo siento –se disculpó él por haberla rozado.
–No pasa nada –respondió ella como si la cercanía de Shane no la afectara–. Si éste va a ser mi lugar de trabajo, me gustaría ver el resto de la casa.
–Prepárate –contestó él.
Cuando Rachel entró en la vivienda comprendió aquella advertencia. La casa se encontraba en un pésimo estado. Había polvo y telarañas por todas partes. No había cortinas en las ventanas y uno de los cristales de éstas estaba roto. Las habitaciones amuebladas lo estaban por muebles muy antiguos y la cocina era un absoluto espanto. La instalación eléctrica no parecía muy buena.
–Simplemente quiero arreglarla lo suficiente para poder vender el rancho –comentó Shane cuando le hubo enseñado todas las habitaciones menos una.
–¿Y esta habitación? –preguntó ella, asintiendo con la cabeza ante la única sala que no le había enseñado.
–No te preocupes por ésa –dijo él–. Era el dormitorio de mi hermano pequeño, Eric.
–¿Crees que le importará si le echo un vistazo? –dijo Rachel, sonriendo.
–No. El rancho le pertenecía a él. Pero ahora es mío.
Y aparentemente lo había heredado. Lo que significaba que su hermano estaba muerto.
–Siento mucho tu pérdida –ofreció ella.
–Yo también –fue todo lo que dijo Shane–. Por ahora vamos a dejar la habitación tranquila.
Pero Rachel pensó que si quería vender el rancho, tal y como había asegurado, finalmente tendría que arreglar también aquel dormitorio.
–Lo que tú digas –concedió–. Eres el jefe.
A continuación se dio cuenta de que había mucho trabajo que hacer en aquella casa y de que no tenía ninguna experiencia al respecto. Nunca había tenido una casa propia de la que ocuparse y la comida que la había nutrido había sido en mayor parte institucional. Y cuando no lo había sido, habían sido otras personas las que habían cocinado para ella…
–¿Rachel? –dijo él con la preocupación reflejada en los ojos.
–¿Sí? –respondió ella.
Shane estaba tan cerca de ella que podía sentir la calidez que desprendía su cuerpo. Le faltó el aliento al observar cómo la miraba.
–Si has decidido que no quieres el trabajo, dímelo –exigió él.
–Necesito el trabajo –contestó Rachel, esperando no parecer demasiado patética.
–Está bien. Yo te ayudaré a levantar las cosas pesadas.
–Sé que soy bajita, pero soy capaz de hacer este trabajo sola –aseguró ella, alterada ante la idea de que él la ayudara a levantar muebles y de tenerlo tan cerca. En realidad no sabía a quién estaba intentando convencer, si a Shane o a ella misma…
Pensó que trabajar con él tal vez iba a ser un reto mucho más grande que el llevar a cabo las tareas de limpieza y cocina que le exigía. Pero tenía que intentarlo para poder llegar a Maine.
–¿Has estado alguna vez en Maine? –preguntó.
–Es tu lugar favorito –comentó él.
–Sí. Y también es mi futuro, el lugar en el que pretendo construir mis sueños.
–Te deseo mucha suerte, de verdad, aunque no creo mucho en la construcción de sueños. Soy más práctico. He estado en Maine, pero hace muchos años. No tengo ninguna razón para volver.
Rachel sintió un gran alivio al darse cuenta de que nunca volvería a cruzarse con Shane una vez que se marchara de allí.
–VOY a sacar todo del comedor para que puedas comenzar a trabajar allí, pero antes ocupémonos de buscarte un medio de transporte –comentó Shane.
–Estupendo –respondió Rachel.
Él pensó que aquella respuesta era muy entusiasta considerando el mal estado en el que se encontraba la casa. Desde que su madre había fallecido hacía muchos años la vivienda había comenzado a deteriorarse, pero a él no le había importado.
Pensó que muchas mujeres habrían salido huyendo al encontrarse con una vivienda en aquel estado para limpiar, pero Rachel no lo había hecho y eso la honraba… como también lo hacía el que no le hubiera preguntado nada más acerca del dormitorio de Eric. En éste había colocado él todas las pertenencias de su madre y de su hermano. Había encerrado el pasado en aquella estancia. Antes o después iba a tener que enfrentarse a aquellos recuerdos, pero no quería hacerlo aquel día. Ni al día siguiente. Ni ningún día próximo…
–Por aquí se va al garaje –dijo mientras Rachel lo seguía–. Veamos qué podemos encontrar que te guste.
–No soy muy exigente. Supongo que lo que me importa es que sea un vehículo fiable. Por aquí tenéis unas carreteras muy largas y solitarias –contestó ella.
–Cierto, lo importante es que sea fiable –concedió Shane, guiándola hacia una construcción gris que había junto a la vivienda. Una vez allí, abrió las puertas dobles que daban acceso al garaje.
–Vaya… hay… ¿cuántos? Diez coches –dijo Rachel, impresionada.
–Lo sé.
–Ése del fondo parece ser de otra era.
–Lo es. Es un Duesenberg. Probablemente no está en muy buen estado para circular.
–¿No es uno de esos coches de colección?
–Para los que coleccionan coches, sí.
–¿Y lo tienes ahí cubierto de telarañas?
–Así son las cosas –respondió él.
El Duesenberg había sido el orgullo de su padrastro. Junto con el rancho, desde luego.
–No me interesan mucho los coches de colección –aclaró, pensando que tampoco le interesaban los ranchos.
–Lo comprendo. ¿Y qué es lo que te gusta?
Shane pensó que lo que le gustaba era besar a mujeres poseedoras de preciosos ojos marrones que echaban chispas cuando la mujer se enfadaba o se ponía nerviosa… o que brillaban cuando la mujer se emocionaba.
–No soy coleccionista. Me gusta más montar piezas. De coches. Motores, sistemas eléctricos. La parte técnica –explicó, levantando el capó del coche más cercano.
Al comprobar algunos vehículos más se dio cuenta de que ninguno estaba en buen estado.
–Creo que podré lograr que alguno de estos dos funcione –comentó, indicando un coche familiar negro y un deportivo rojo.
–El negro es un color muy práctico, así como también lo es que sea un coche familiar –dijo Rachel.
Pero Shane vio cómo le brillaban los ojos al fijarse en el deportivo.
–Yo siempre he tenido debilidad por el color rojo –respondió sin saber por qué había dicho aquello. Jamás le había prestado mucha atención al color de su coche y, si le daban a elegir entre rojo y negro, lo más probable era que eligiera este último.
–No sé. El rojo parece muy llamativo. Simplemente estoy aquí para ejercer de ama de llaves. Debería ser práctica –comentó ella.
–¿Siempre eres práctica?
–En realidad, no –confesó Rachel–. Casi nunca lo soy.
–Estoy bastante seguro de que el deportivo se encuentra en mejores condiciones que el coche familiar –mintió él sin comprender por qué estaba haciendo aquello.
Se aseguró a sí mismo que su motivo no era que estuviera interesado en Rachel, porque no lo estaba… ¿o sí? Tal vez estaba haciéndolo porque si pensaba en la situación en la que se encontraba ella no pensaba en la suya y evitaba recordar que estar allí le embargaba de malos recuerdos. Concentrarse en Rachel era más fácil…
–Vamos a poner el coche en marcha –sugirió.
Finalmente tuvo que telefonear a Somesville, que estaba en el condado vecino, para que le enviaran de urgencia una nueva batería, bujías y fluidos. A pesar de que desde que se había marchado de Moraine hacía tantos años no había vuelto a mirar el motor de un coche, la experiencia que había adquirido con los motores le hacía estar completamente seguro de que no le ocurría nada al deportivo. El problema que encontró fue… Rachel.
–Permíteme ayudar, Shane –pidió ella una vez que él comenzó a instalar los artículos que habían recibido–. Me vas a dejar un coche y aquí estoy de pie sin hacer nada. ¿Qué puedo hacer para ayudar? Enséñame.
–Te mancharás –contestó él, mirando los pantalones azules y la blusa blanca que llevaba Rachel.
–No soy una mujer indefensa que teme mancharse y que pasa todo el tiempo acicalándose para que la gente piense que tengo buen aspecto –espetó ella.
–Nunca he dicho que fueras así –aseguró Shane, pensando que de hecho Rachel tenía muy buen aspecto.
–Lo siento –se disculpó ella–. Es cierto. Es sólo que… he conocido algunas de esas mujeres. Digamos que… es algo que me da mucha rabia. Y, en serio, quiero echar una mano. Eres mi jefe. Debería ayudar.
–Está bien –concedió finalmente él–. Vamos a ver qué podemos encontrar para que no te manches de grasa –añadió, dirigiéndose a abrir algunos cajones del armario que había en el garaje. Buscaba algún viejo delantal que todavía quedara por allí.
Pero los cajones estaban muy desordenados. No tanto como la casa, pero casi.
–¿Qué te parece esto? –sugirió Rachel sujetando en alto un mono de trabajo.
El mono de trabajo de Eric.
Shane sintió como si alguien acabara de darle un puñetazo en el pecho. Abrió la boca para decirle que no, pero vio que Rachel ya estaba poniéndose el mono.
Todas sus objeciones murieron en su garganta… al entrar en alerta cada célula de su cuerpo. Observó como aquel mono cubría a la perfección la curvilínea figura de su empleada. Durante varios segundos creyó haber dejado de respirar. Estaba muy alterado.
Pero la situación empeoró. Cuando ella echó los brazos para atrás para ponerse las mangas del mono, no pudo evitar fijarse en la delicada curva de sus pechos… Cuando se abrochó la cremallera, él pensó que estaba actuando como si nunca antes hubiera visto un cuerpo femenino.
Se apresuró a agachar la cabeza por debajo del capó del vehículo.
–Toma –dijo, sujetando una llave inglesa.
Para su sorpresa, la chica de ciudad se apresuró a colocarse debajo del sucio coche y le pidió que le explicara cómo se cambiaba el aceite y cómo se sustituía el filtro. Insistió en ayudar a cambiar las bujías y la batería.
Cuando terminaron de hacerlo, él la miró y vio que estaba sonriendo.
–A juzgar por tu aspecto, parece como si hubiéramos estado haciendo algo emocionante.
–Ha sido algo nuevo para mí. Y he recibido clases gratis. La gente paga mucho dinero para que les enseñen a hacer lo que me has enseñado tú hoy. Además, cuando finalmente regrese a Maine y reúna el suficiente dinero para comprar la casa de mis sueños y un pequeño coche, tal vez necesite saber de mecánica.
Aunque estaba deseando hacerlo, Shane se negó a preguntarle acerca de su vida y de sus sueños. Simplemente asintió con la cabeza.
–Pero tú… –continuó Rachel–, me parece increíble la gente que puede hacer lo que acabas de hacer. Parece que sabes mucho de coches.
–He arreglado muchos motores –respondió él.
–¿Hacerlo forma parte de tu negocio?
–¿Cambiar el aceite a los coches? –preguntó Shane, incrédulo.
Ella se ruborizó con intensidad.
–Supongo que la respuesta es no –dijo–. Ruby me ha dicho que eres un exitoso hombre de negocios. Simplemente pensé… ya sabes… que si haces lo que te gusta….
–Tiene sentido, pero yo dirijo una consultoría que enseña a las empresas a utilizar la tecnología más eficientemente.
–Ah, sí, por eso Ruby me dijo que eras excelente con las matemáticas.
–Eso siempre ha sido una exageración –aclaró él.
Rachel frunció el ceño.
–¿No te gustan las matemáticas? –quiso saber Shane, rompiendo la regla que se había impuesto a sí mismo acerca de no preguntar sobre la vida privada de ella.
No sabía qué tenía Rachel que le hacía olvidar sus propias normas…
–No es una de mis habilidades –concedió ella–. Pero admiro a aquellos que dominan los números y hacen con ellos lo que quieren. Simplemente… –añadió, ruborizándose aún más– no es nada.
–Obviamente querías decir algo más.
–Nada importante. Sólo que el estereotipo del ganso al que le gustan mucho los números no se aplica a ti. Según Ruby, eres muy mujeriego y…
Él la miró fijamente y levantó una ceja.
–Está bien –dijo Rachel–. Dejémoslo así. De todas maneras, no es la clase de cosa de la que deba hablar una empleada con su jefe.
Shane pensó que dada su incapacidad para ignorar a «su empleada», así como su desmesurada reacción física ante ella, probablemente no debería haberla contratado. Pero lo había hecho.
Las cosas estaban sucediendo demasiado rápido. Estaba empezando a asociar a Rachel con Moraine y el rancho, dos lugares en los que no pretendía volver a pensar una vez que regresara a su vida. Incluso podía ver que ella tenía la clase de sueños que un hombre como él jamás podría hacer cumplir. Cuanto antes terminaran su relación laboral, mejor.
Rachel acababa de llegar a la casa de huéspedes de Ruby cuando Angie, la encargada de la cafetería, llegó para visitarla.
–Se dice por el pueblo que estás trabajando para Shane. Pensé que debía acercarme para advertirte. Te harán preguntas.
–¿Sobre qué? –preguntó Rachel, impresionada.
Ruby y Angie se miraron entre ellas.
–Bueno, algunas mujeres querrán saber si sigue siendo tan arrebatador como siempre. Si te altera todo por dentro cuando te mira con esos preciosos ojos azules y dice tu nombre con su profunda voz.
–¿Qué? ¡No! –respondió Rachel.
Las dos mujeres volvieron a mirarse entre sí. Claramente no la creían.
–Está bien. Es atractivo. Tengo que reconocerlo –admitió Rachel–. Y es… no sé…
–¿Extremadamente sexy? –sugirió Angie–. Lo vi en el pueblo. El tiempo no le ha hecho ningún daño. Al mirarlo te derrites…
–Es atractivo –repitió Rachel remilgadamente–. Pero yo sólo soy su empleada.
Ruby abrió la boca para decir algo.
–Sólo su empleada –insistió Rachel–. No estoy buscando un hombre.
–Hmm –dijo Angie–. He oído que justo ayer te libraste de uno malo. Celia Truro ha dicho que se fijó en él y que no podía competir en absoluto con Shane en lo que a aspecto físico se refiere.
–Yo no estaba saliendo con Dennis. Trabajaba para él.
–Aun así… él era el hombre con el que estabas y si era un estúpido, atacarlo al compararlo con Shane no te hará daño.
Rachel intentó parecer ofendida, pero terminó sonriendo.
–Está bien. Dennis era un estúpido y no muy guapo.
–No puedo creer que te dejara tirada en medio de la calle –comentó Ruby.
–Él no me dejó tirada; yo le dejé tirado a él.
–Bien. Fuiste muy inteligente. Yo leo muchos romances y conozco a muchos hombres en mi negocio… –explicó Angie– y un hombre bueno de verdad, sin importar la relación que hubiera entre ambos, por lo menos habría insistido en llevarte hasta la estación de tren más cercana o en asegurarse de que tenías dinero. O hubiera llamado a alguien que te ayudara. Los héroes no se van y dejan a una mujer sola sin ninguna manera de llegar a su casa, sea cual sea la situación. Y es mejor no relacionarse con hombres malos.
Rachel estuvo de acuerdo con aquello último.
–Tengo que preguntarte si es cierto que Shane va a vender Oak Valley –quiso saber Angie.
–Para eso me ha contratado; para que lo ayude a arreglar el rancho para la venta.
–Es una pena –comentó Ruby–. En su época, ese rancho fue el mejor de la zona. ¿Va a vender toda la propiedad?
–Todo, hasta la cubertería.
–¿De verdad? Me encantaría ver algunas de las cosas que vende –dijo Angie–. He conocido a ciertas personas que trabajaron en su rancho durante algún tiempo y me han dicho que la madre de Shane tenía cosas preciosas.
–¿Nunca has estado allí? –preguntó Rachel.
Ruby y Angie se miraron entre ellas de nuevo.
–El padrastro de Shane era un ermitaño. No le gustaba tener invitados.
–Bueno, pues Shane va a permitir que la gente entre y vea la casa cuando la ponga a la venta –reveló Rachel.
A las dos mujeres del pueblo se les iluminaron los ojos.
–¿Cuándo será eso? –quisieron saber casi al unísono.
–Dentro de tres semanas. Tal vez un poco antes.
–Estaremos allí –aseguró Ruby.
–Seguro que irá mucha gente –supuso Angie.
–Esperanzadoramente para comprar el rancho –comentó Rachel.
–Tal vez –respondió Ruby, que parecía dubitativa–. Pero no mucha gente de por aquí puede permitirse comprar un rancho tan grande. La mayoría de la gente simplemente irá para mirar.
–Y a las mujeres se les caerá la baba por Shane –añadió Angie.
Rachel pensó que tal vez debía haberlo consultado con su jefe antes de haber compartido aquella información. Quizá éste pretendía invitar personalmente a quién quería que fuera a ver el rancho…