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Alan Watts solía decir que para despertar tus sentidos a veces necesitas ir más allá de tu mente. Probablemente, más que cualquier otro profesor en Occidente, este célebre autor autodenominado artista espiritual, y que también sirvió como sacerdote angelical, fue quien despertó la pasión de incontables buscadores de la sabiduría por las delicias espirituales y filosóficas de India, China y Japón.
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Seitenzahl: 318
ALAN WATTS
Más allá de tu mente
Embaucadores, interdependencia
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Colección Psicología
MÁS ALLÁ DE TU MENTE
Alan Watts
1.ª edición en versión digital: mayo de 2019
Título original: Out of your mind
Traducción: Diana Tarragó
Maquetación: Marga Benavides
Corrección: Sara Moreno
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
© 2017, Alan Watts por el texto, © 2017, Mark Watts por el prólogo
Traducción publicada según licencia con Sounds True Inc.
(Reservados todos los derechos)
© 2018, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-486-4
Maquetación ebook: leerendigital.com
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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Índice
Portada
Más allá de la mente
Créditos
Agradecimientos
Prólogo por Mark Watts
Primera parte. La naturaleza de la conciencia
Capítulo 1. Los modelos cosmológicos del mundo
Capítulo 2. La metáfora de la vida como teatro
Capítulo 3. La transacción eterna
Segunda parte. El tejido de la vida
Capítulo 4. Niveles de percepción
Capítulo 5. La vida como una trampa
Capítulo 6. La vida como un juego
Tercera parte. El éxtasis inevitable
Capítulo 7. Apego y control
Capítulo 8. Hipnosis y adaptación
Capítulo 9. Disolución armoniosa
Cuarta parte. El mundo tal como es
Capítulo 10. El «koan» del zen
Capítulo 11. La no-dualidad en acción
Capítulo 12. La gran duda
Quinta parte. El mundo como él mismo
Capítulo 13. La cosmología hindú
Capítulo 14. Los jugadores y los no jugadores
Sexta parte. El mundo como el vacío
Capítulo 15. El método budista
Capítulo 16. La transitoriedad o como quieras llamarlo
Capítulo 17. La doctrina del vacío
Acerca del autor
Agradecimientos
Especial agradecimiento a Robert Lee por plasmar estas conferencias con tal excelencia en un magnífico libro y a Tami Simon y a todo su equipo de Sounds True por recopilar una magnífica colección de conferencias y transformarlas en lo que se ha convertido, a lo largo de los años, en algo tan espectacular como ha sido la producción y publicación de Más allá de tu mente.
Prólogo por Mark Watts
A mediados de los años cincuenta, mi padre captó a un gran número de seguidores a raíz de las conferencias que daba en la emisora de radio KPFA en Berkeley, California. Esas conferencias propiciaron, al poco tiempo, su best sellerWay of Zen y su pionero Psychotherapy East and West. Su enfoque tuvo una gran acogida en el Área de la Bahía, donde un público de mente abierta presenciaba cómo se analizaba la sabiduría asiática a través de la mirada innovadora de la psicología occidental y de los descubrimientos científicos emergentes de la era posatómica. En sus conferencias, Alan solía defender que el budismo debía concebirse como una forma de psicoterapia y no compararse, en ningún caso, con las religiones de Occidente. En vez de eso, él estaba convencido de que, en esencia, la conciencia ecológica y la experiencia mística eran expresiones de una misma expresión de la conciencia. A mediados de los años sesenta y gracias a sus conferencias en la radio y sus libros de gran relevancia, Alan hizo su primera incursión en el círculo universitario; durante los siguientes doce años estuvo impartiendo conferencias para un amplio público, seminarios para grupos más reducidos e incluso para grupos por todo el país. Muchas de estas sesiones fueron grabadas y recopiladas.
Prácticamente diez años después, tras revisar docenas de seminarios que mi padre grabó entre finales de los años sesenta y principios de los setenta, seleccioné las grabaciones (que fluyen las unas con las otras en perfecta armonía) de seis acontecimientos históricos que se convirtieron en la colección de audios llamada Out of Your Mind. Todas ellas son lecciones excepcionales que incluyen: The Nature of Consciousness, Web of Life, Inevitable Ecstasy, The World as Just So, The World as Self, y The World as Emptiness.
Tras su publicación, Out of Your Mind tuvo un éxito inmediato y se convirtió así, con los años, en una de las series de Alan Watts más escuchadas de todos los tiempos, atrayendo a todo tipo de audiencia de todo el mundo.
Estas series de conferencias empiezan tratando temas universales que incluyen cuestiones esenciales sobre la percepción compartida, la cosmología comparativa y el papel que desempeña el ser humano en el mundo natural. En estas conferencias, mi padre demostró de forma convincente que nuestro sentido común en Occidente está arraigado a una ciencia obsoleta y a unas bases culturales que predominaron en el siglo xix. Siempre dispuesto a desafiar el statu quo, Alan desmintió suposiciones que muchos daban por sentadas y demostró así que la «realidad cotidiana» del mundo occidental ha quedado totalmente desfasada y que está muy lejos de ser la verdadera realidad.
A medida que iba exponiendo sus argumentos, también ofrecía soluciones tanto psicológicas como cosmológicas y, acercándose a la perspectiva del budismo que exploraba en sus seminarios, ofreció una nueva y convincente perspectiva alternativa en la que todos nosotros y el universo somos inseparables y al mismo tiempo también somos expresiones de «todo lo que sucede». En esta visión definitiva y recíproca del mundo no sólo encontramos nuestro lugar en la naturaleza surgiendo de ella, sino que encontramos también las herramientas necesarias para compartir con los demás esta perspectiva de vida capaz de romper con todos los esquemas mentales.
A pesar de ser consciente de la fuerte repercusión que tenían sus conferencias, nunca imaginé lo que estaba por llegar a medida que éstas fueron expandiéndose por el mundo. Aparte de su popularidad entre los oyentes de Sounds True, la colección de conferencias empezó a atraer a un público nuevo y más joven, y unos cuantos años después de su publicación empezaron a aparecer citas y vídeos con cierta frecuencia por las redes sociales. También aparecieron publicaciones creativas en formato audiovisual basadas en clips que llegaron a obtener millones de visitas (20 millones la última vez que se contabilizaron), pero, sin duda, el aspecto más gratificante de seguir con el trabajo de mi padre es poder ver cómo estas ideas llegan a la vida de muchas personas, adquieren nuevas formas y continúan expandiéndose.
Capítulo 1
Los modelos cosmológicos del mundo
Me gustaría empezar analizando algunas ideas básicas que determinan nuestro sentido común en Occidente; es decir, nuestras nociones fundamentales sobre la vida. El origen de estas ideas se remonta en nuestro pasado histórico y tienen una influencia sobre nosotros mucho más abrumadora de lo que realmente creemos. Me refiero a nuestras creencias más básicas y fundamentales sobre el mundo, aquellas que han sido integradas en nuestro sistema lógico y en la misma naturaleza del lenguaje que utilizamos para comunicarnos.
A partir de ahora utilizaré la palabra mito para referirme a estas ideas, no para indicar que algo es completamente falso, sino para evocar la imagen de algo extraordinariamente poderoso. En este caso, un mito es una imagen que nos sirve para entender el mundo. En la actualidad, vivimos bajo la influencia de dos imágenes muy poderosas, ambas completamente inapropiadas en el estado actual en el que se encuentra el conocimiento científico. Uno de los retos más importantes hoy en día consiste en reemplazar esos mitos por una imagen del mundo mucho más apropiada, satisfactoria y sensata que se corresponda con lo que realmente experimentamos en él.
Así pues, las dos imágenes básicas del mundo que llevan más de dos mil años operativas son, en esencia, modelos de universo: el modelo creacionista y el modelo mecanicista. Veamos en qué consiste el primero de ellos.
El modelo creacionista del universo tiene su origen en el libro del Génesis, y a partir de este libro, el judaísmo, el cristianismo y el islam conforman su imagen primaria del mundo. Esta imagen no es otra que la de un artefacto creado por el Creador, de la misma manera que un ceramista trabaja la cerámica para hacer vasijas o un carpintero fabrica mesas y sillas a partir de madera. No olvidemos que Jesús, hijo de Dios, es también hijo de un carpintero. De ese modo, la imagen que tenemos de Dios es la de un ceramista, un carpintero, un técnico o un arquitecto que creó el universo según su voluntad.
La noción de que el mundo consiste en cosas (primordiales o substanciales) es la esencia de este primer modelo de universo. Del mismo modo que un ceramista somete y transforma la cerámica a su voluntad, el creador confecciona el universo a partir de estas piezas esenciales, sirviéndose de ellas para lograr la forma más caprichosa. En el libro del Génesis, el Señor Dios crea a Adán a partir de polvo: fabrica un figurín de cerámica, le infunde un don y le da vida. La cerámica recibe toda esa información ya que, por sí misma, carece de forma e inteligencia y eso hace que requiera de una inteligencia externa (una energía externa) para cobrar vida y adquirir algún sentido.
Así es como nosotros heredamos este concepto de ser artefactos, seres que hemos sido fabricados. En nuestra cultura, los niños les preguntan a sus padres «¿Cómo me hicieron?», «¿Quién me creó?». Los niños chinos o indios (más específicamente hindús), sin embargo, no se hacen este tipo de preguntas. Un niño chino le pregunta a su madre «¿Cómo crecí?». Aquí tenemos dos conceptos totalmente distintos: crecer y hacer. Cuando creas algo, primero hay que unificar las piezas, ponerlas en su sitio y trabajar las desde fuera hacia adentro. De nuevo, éste es el sistema que utiliza un ceramista para modelar la cerámica o un escultor cuando trabaja la piedra. Sin embargo, cuando observamos el crecimiento, la dirección es la opuesta: desde dentro hacia fuera. El crecimiento implica expansión, desarrollo y apertura, y todo eso ocurre en un mismo cuerpo y al mismo tiempo. La forma original y más simple de una célula viva en el útero va volviéndose, a medida que se desarrolla, cada vez más compleja.
Así pues, el proceso de crecimiento puede considerarse opuesto al proceso de creación. Hay que tener en cuenta que en este modelo hay una diferencia esencial entre aquel que crea y aquello que es creado; es decir, entre el creador y su creación.
¿De dónde surgió esa idea? Básicamente, el modelo creacionista del universo tuvo sus orígenes en culturas con un gobierno de carácter monárquico. Para ellos, el creador del universo fue también concebido como el rey del universo («el Rey de los reyes, el Señor de los señores, el único Gobernador de los príncipes…»). Éstas son citas del Libro de Oración Común. Aquellas personas que se presentan ellas mismas ante el universo de esta manera conciben su realidad más cotidiana como lo haría un súbdito con un rey, es decir, adoptando una actitud servicial hacia aquel que lleve la voz cantante. Me resulta bastante curioso que aquí, en Estados Unidos, una población como la nuestra gobernada por un sistema democrático siga sosteniendo esta teoría monárquica del universo.
La idea de que debemos arrodillarnos, inclinarnos y postrarnos ante el Señor del universo con humildad y respeto es un remanente de las culturas del antiguo Oriente. ¿Y eso por qué? Básicamente, porque no hay nadie que más aterrorizado que un tirano, y por eso siempre lo verás sentado con la espalda contra la pared mientras tú debes acercarte a él desde una altura inferior y con el rostro mirando hacia el suelo. De esta manera no podrás atacarle con un arma. Cuando te acercas a él, en ningún momento te incorporas para mirarle, porque entonces podrías atacarle. Y motivos no te faltarían, porque no hay peor criminal que aquel que, como él, se adueña de tu vida. En otras palabras, aquel que tiene el poder tiene también total potestad de cometer crímenes contra ti, y los criminales son aquellos que, en primer lugar, deberían estar en prisión.
Fijémonos ahora en el diseño de las iglesias. ¿Qué aspecto tienen? Aunque en algunos casos ya no sea así, durante muchos años la Iglesia católica situaba el altar en la parte este del edificio con la parte de atrás pegada a la pared. El altar representa el trono, y el cura, el líder (el visir de la corte), quien se inclina en señal de respeto hacia el trono, situado justo delante, mientras los demás nos postramos también ante éste. Las catedrales católicas más suntuosas son conocidas como basílicas, del griego basileus que significa «rey». Así pues, una basílica es la casa del rey, y los rituales de la Iglesia católica están basados en los rituales de la corte de Bizancio. Una iglesia protestante dista un poco de la católica (recuerda más a un tribunal judicial), pero su apariencia traiciona una creencia propia del mismo modelo de universo: en una corte americana, el juez viste una toga negra como hacían los ministros protestantes mientras todos los demás se sientan en una especie de estrado (púlpitos y bancos muy parecidos a los que utilizan el juez y los miembros del tribunal para sentarse).
La apariencia que muestra el cristianismo al mundo deja entrever una visión autocrática de la naturaleza del universo, y así lo refleja la arquitectura de sus iglesias. La versión católica construye todo alrededor del rey, mientras que el diseño de la iglesia protestante gira alrededor del juez. Pero cuando intentas aplicar estas imágenes al universo (a la verdadera naturaleza de la vida) te das cuenta de lo limitadas que son.
Para empezar, analicemos la supuesta separación que hay entre materia y espíritu (un concepto esencial en el modelo creacionista). ¿Qué es la materia? Ésta es una pregunta que los físicos intentaron resolver años atrás con el afán de saber de qué materia estaba compuesto el mundo. Pero ya hace tiempo que dejaron de hacerse esta pregunta, porque cuando exploraron la naturaleza de la materia, los físicos se percataron de que sólo podían describirla en términos de comportamiento (en términos de forma y de patrones). Al encontrar partículas cada vez más pequeñas (átomos, electrones, protones y todo tipo de partículas nucleares) no consigues nunca obtener nada esencial, por lo que sólo pueden describirse por su comportamiento.
Lo que sucede es lo siguiente: utilizamos la palabra cosas porque así es como concebimos el mundo cuando nuestros ojos están desenfocados. Pensamos en cosas como si se tratara de algún tipo de mejunje indiferenciado, pero eso se debe básicamente a que estamos viendo borroso. Si enfocamos nuestra visión, somos capaces de ver formas y patrones, y de lo único que podemos hablar realmente aquí es de patrones. La imagen del mundo que nos ofrecen las creaciones más sofisticadas de la física no es una con cosas formadas o de vasijas de cerámica, sino de patrones (patrones danzantes con diseño y movimiento propio). Pero para nuestro sentido común, esta imagen es aún totalmente desconocida.
Eso nos lleva a la segunda imagen operativa del mundo: el modelo mecanicista. A medida que el pensamiento occidental fue evolucionando, el modelo creacionista empezó a tambalearse. Durante mucho tiempo, la ciencia occidental, influenciada por el judaísmo, el cristianismo y el islam, sostuvo la idea de que existían ciertas leyes naturales que habían sido establecidas desde un principio por el Creador, aquel que creó el universo. Así pues, tenemos cierta tendencia a pensar que los fenómenos naturales se rigen por ciertas leyes preestablecidas, como si se tratara de una máquina que funciona a la perfección (o de un tranvía o un tren que siempre llega puntual). En el siglo xviii, sin embargo, los intelectuales occidentales empezaron a cuestionarse esa idea, aunque más específicamente la posibilidad de que existiera realmente un creador (o un arquitecto universal). Argumentaron que sí podrían existir leyes universales, pero que éstas no eran obra de un creador.
En otras palabras, la hipótesis de Dios no fue de mucha utilidad a la hora de hacer predicciones, y de eso mismo se ocupa precisamente la ciencia. ¿Qué va a pasar? Primero estudiamos lo que sucedió en el pasado, lo describimos detalladamente y después hacemos predicciones sobre lo que puede suceder en el futuro: en eso consiste la ciencia. Y para ponerlo en práctica y acertar con las predicciones, resulta que no se necesita a Dios como hipótesis porque no influye en absolutamente nada. Por esa razón descartaron la hipótesis sobre la existencia de Dios y mantuvieron la hipótesis de las leyes, dado que es posible hacer predicciones a partir de comportamientos predecibles en el universo. Así pues, descartaron al creador de las leyes y mantuvieron las leyes.
Y así es como llegamos a la concepción que tenemos actualmente del universo, la de una máquina que funciona basándose en los mismos principios que un mecanismo de relojería. La imagen del mundo que propuso Newton se basa en los billares: los átomos van chocando entre sí como bolas de billar en ángulos previsibles. El comportamiento de cada individuo, por consiguiente, se concibe como una compleja disposición de bolas de billar que impactan con todo lo que las rodea, y exactamente en eso consiste el modelo mecanicista del universo: la noción de la realidad como energía ciega. En el siglo xix, Ernst Haeckel y T. H. Huxley compartieron esa manera de pensar describiendo el mundo como una mera fuerza sin inteligencia, y también lo hizo la filosofía de Freud, que identificaba nuestra energía psicológica básica con la libido, el deseo ciego.
Así pues, partiendo de esta teoría, todos somos fruto del azar. De esa exuberante energía ciega y como resultado de la más pura casualidad, aquí nos encontramos todos con nuestros valores, nuestro lenguaje, nuestra cultura y nuestro amor. Es como pensar que si miles de monos se pusieran a aporrear miles de máquinas de escribir durante millones de años al final conseguirían escribir la Enciclopedia Británica y luego inmediatamente volverían a aporrear las máquinas de escribir sin ton ni son. Pero si aceptamos esta idea y nos aferramos a la vida y a nuestra condición de humanos, nos encontramos que a cada paso que damos tenemos que enfrentarnos a la naturaleza, porque si no lo hacemos la naturaleza nos devolverá a nuestro estado primitivo. Por esa razón imponemos nuestra voluntad sobre el mundo como si se tratara de algo completamente ajeno a nosotros, algo que sólo existe en el exterior, y como consecuencia vivimos en nuestra cultura con esa idea de estar enfrentándonos continuamente con la naturaleza.
Hace falta destacar que en Occidente, la masculinidad suele medirse en términos de agresividad, y es muy probable que eso se deba, en mi opinión, a que tenemos miedo; aparentamos ser rudos y fuertes, pero en realidad toda esa farsa es totalmente innecesaria. Si tienes lo que hay de tener, no hace falta aparentar ni mucho menos someter a la naturaleza a la fuerza. ¿A qué se debe tanta hostilidad?
No eres un ser independiente de la naturaleza, sino un aspecto o síntoma de la naturaleza. Como ser humano, la idea de crecer paralelamente a este universo es comparable a una manzana creciendo fuera de un manzano. Un árbol que da manzanas es un árbol con manzanas, al igual que un universo en el que habitan seres humanos es un universo con seres humanos. La existencia de personas pone de manifiesto el tipo de universo en el que vivimos, pero como estamos bajo la influencia de estos dos grandes mitos (el modelo creacionista y el modelo mecanicista del universo) experimentamos esa sensación de no pertenecer a este mundo. En el lenguaje común utilizamos la expresión «vine al mundo», pero no fue así: nosotros surgimos del mundo.
La mayoría de la gente tiene la sensación de ser algo que existe únicamente dentro de un cuerpo de huesos y piel, de ser una consciencia que observa a este ser, y cuando miramos a aquellos que se parecen a nosotros los consideramos personas sólo si tienen un color de piel, una religión o lo que sea similar a la nuestra. Si nos damos cuenta, siempre que hemos decidido borrar del mapa a cierto grupo de personas nos hemos referido a ellas como si no fueran personas o no exactamente humanos, por lo que les hemos llamamos despectivamente monos, monstruos o máquinas, pero en ningún caso personas. Toda hostilidad que podamos sentir hacia otros y hacia el mundo exterior proviene de esta superstición (de este mito), de esta teoría sin fundamento alguno que reduce nuestra existencia a un mero saco de huesos y piel.
Me gustaría proponer una idea diferente. Partamos de la teoría del Big Bang, aquella que afirma que 1000 millones de años atrás hubo una explosión primordial que esparció todas estas galaxias y estrellas por el espacio; digamos en pro del argumento que fue así, como si alguien hubiera cogido un bote de tinta y lo hubiera lanzado contra la pared; la tinta se hubiera esparcido por el impacto desde el centro hacia fuera, donde hubieran quedado en los extremos todas esas gotitas y formas abstractas. Del mismo modo, al comienzo de todo hubo una gran explosión que se expandió después por todo el espacio y, como resultado, ahora estamos aquí tú y yo sentados como seres humanos complejos y aislados en uno de los extremos de esa primera explosión.
Si piensas que eres un ser atrapado bajo tu propia piel, seguramente te definas a ti mismo como una floritura diminuta y compleja entre otras tantas allí fuera en el espacio. Quizás hace 1000 millones de años fuiste parte de ese Big Bang, pero ahora ya no lo eres; ahora eres un ser aparte. Pero eso sólo se debe a que te has distanciado de ti mismo, y todo depende, al fin y al cabo, de cómo te definas. Te propongo una idea alternativa: si hubo una gran explosión al principio de los tiempos, tú no eres el resultado de esa explosión al final del proceso. Tú eres el proceso.
Tú eres el Big Bang, tú eres esa fuerza original del universo manifestándose en lo que sea que seas en este momento. Tú te defines a ti mismo como señor o señora fulanita de tal, pero en realidad no dejas de ser esa energía primordial del universo que aún sigue en proceso. Lo que ocurre simplemente es que has aprendido a definirte a ti mismo como una entidad separada de todo.
Ésta es una de las suposiciones básicas que deriva de los mitos que nos han hecho creer. Realmente estamos convencidos de que existen cosas por separado y sucesos por separado. Una vez le pregunté a un grupo de adolescentes cómo definirían la palabra «cosa». Al principio dijeron que «una cosa es un objeto», pero eso es un sinónimo, otra palabra diferente para referirnos a una «cosa». Pero entonces una chica avispada del grupo dijo «una cosa es un nombre», y dio en el clavo. Los nombres no forman parte de la naturaleza, sino del lenguaje, y en el mundo físico no existen los nombres ni tampoco las cosas por separado.
El mundo físico es ondulado. Nubes, montañas, arboles, gente; todo está en movimiento. Sólo cuando los seres humanos empiezan a modificar objetos es cuando se crean edificios en línea recta en un intento de hacer del mundo un lugar estático. Y aquí nos encontramos, sentados en habitaciones con todas estas líneas rectas, aunque todos escapamos de aquí para seguir en movimiento.
Controlar algo que está en continuo movimiento es difícil. Un pez es escurridizo; si tratas de cogerlo, se escabulle fácilmente de tu agarre. Entonces, ¿cómo podríamos atraparlo? Utilizando una red. Del mismo modo, utilizamos redes para mantener este mundo en movimiento bajo control. Si quieres controlar algo que está en movimiento, tendrás que arrojar algún tipo de red sobre ello. Y en eso nos basamos para medir el mundo, en redes llenas de agujeros de arriba abajo que nos ayudan a identificar dónde se encuentra cada movimiento. De esta manera es como conseguimos dividir el movimiento en partes. Esta parte del movimiento es una cosa, esta otra parte del movimiento es un suceso, y así es como hablamos sobre cada una de las partes como si estuvieran separadas entre sí. En la naturaleza, sin embargo, el movimiento no viene dado en «partes»; ésa es sólo nuestra forma de medir y controlar patrones y procesos. Si quieres comer pollo, para poder darle un mordisco primero tendrás que cortarlo, ya que no viene a bocados. De la misma manera, el mundo no viene dado en cosas ni sucesos.
Tú y yo tenemos la misma continuidad con el universo físico que una ola con el océano. Las olas del océano y la gente del universo. Pero nos han hipnotizado (literalmente) para que sintamos y percibamos que existimos como entidades separadas y atrapadas bajo nuestra propia piel. No nos identificamos con el Big Bang del principio, sino que creemos que somos el producto final; y eso nos tiene a todos aterrorizados. Creemos que nuestra ola va a desaparecer y que moriremos con ella, y no hay nada más terrible que eso. Como le gustaba decir a un sacerdote que conocí: «No somos nada. Pero algo sucede entre la sala de maternidad y el crematorio». Ésa es la mitología bajo la cual nos regimos, y por eso nos sentimos todos tan infelices y desgraciados.
Algunas personas afirman que son cristianas, que van a la iglesia y que creen en el cielo y en el más allá, pero no es así. Sólo piensan que deberían creer en eso, en las enseñanzas de Cristo, pero en lo que realmente creen es en el modelo mecanicista. La mayoría de nosotros pensamos igual, pensamos que somos algún tipo de casualidad cósmica o algún acontecimiento por separado que ocurre sólo entre la sala de maternidad y el crematorio y que cuando se apagan las luces, se acabó.
¿Por qué alguien pensaría de esta manera? No hay ninguna razón para pensar así, ni siquiera científica; es sólo un mito, una historia inventada por personas para poder sentirse de cierta manera o para poder jugar a cierto juego. Pero a estas alturas, la supuesta existencia de Dios se vuelve cada vez más incómoda. Empezamos con la idea de Dios como alfarero, arquitecto o creador del universo, y eso no estuvo nada mal porque, a fin de cuentas, nos hizo sentir que la vida era importante, que teníamos un propósito y que había un Dios que se preocupaba por nosotros, y eso hizo que nos sintiéramos valiosos ante los ojos del Padre. Pero al cabo de un tiempo, cuando nos dimos cuenta de que Dios podía ver todo lo que hacíamos y sentíamos, incluso nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos, eso ya empezó a incomodarnos. Entonces, para poder liberarnos de ese sentimiento nos convertimos en ateos y comenzamos a sentirnos aún peor, porque cuando nos deshacemos de Dios nos deshacemos de nosotros mismos y pasamos a convertirnos en meras máquinas.
Tal y como expuso Camus en El mito de Sísifo, «El único problema filosófico realmente serio es el suicidio». Si crees en el modelo mecanicista (en el que eres una especie de consciencia por separado que existe de forma individual allí fuera, en el mecanismo ciego del espacio), plantearse el suicidio no suena tan descabellado. ¿Debería uno suicidarse o no? Ésa es una buena pregunta. ¿Por qué seguir? Sólo deberías seguir adelante si el juego al que estás jugando vale realmente la pena. El universo ha perdurado durante muchísimo tiempo, por lo que una teoría satisfactoria del universo ha de ser una por la que podamos apostar. Es de sentido común: si quieres seguir con el juego necesitas una teoría óptima para jugar, porque, de lo contrario, si el juego carece de sentido, podrías plantearte el suicidio.
Aquellas personas que idearon el modelo mecanicista fueron aquellas que estuvieron jugando a un juego muy divertido para ellas. Decían: «Todos vosotros que creéis en la religión no sois más viejos carcamales y pensadores ilusionados. Queréis que vuestro papaíto desde allí arriba en el cielo os consuele en tiempos difíciles, porque la vida es dura y amarga. La única forma de triunfar en la vida es curtiéndote y contratacando; tienes que ser fuerte y enfrentarte a la realidad. La vida no es más un montón de basura, por lo que debes imponer tu voluntad al mundo para hacer que funcione a tu voluntad». Sin duda, una teoría muy conveniente que inventaron los europeos cuando salieron por el mundo a colonizar nativos; fue una manera de justificar sus actos mientras se halagaban ellos mismos.
Incluso hoy en día, si eres una persona inteligente y con estudios, lo que se espera de ti es que creas en el modelo mecanicista, ya que es la única teoría del mundo considerada como respetable. Así que, para considerarte una persona intelectualmente rigurosa, se supone que tienes que ser cuadriculado.
Básicamente hay dos tipos de filosofía: la racionalista y la sentimentalista. Los racionalistas son precisos, razonables y les gusta todo desmenuzado y claro; por otro lado, a los sentimentalistas les gusta más la imprecisión. En la física, los racionalistas son aquellos que creen que la circunscripción fundamental de la materia son las partículas, mientras que los sentimentalistas creen en las ondas. En cuanto a filosofía, las personas racionalistas son positivistas lógicos, mientras que los sentimentalistas son idealistas. Aunque siempre estén discutiendo entre ellos, ninguno de los dos podría posicionarse sin el otro, porque no sabrías que estás posicionándote como racionalista a menos que alguien estuviera posicionándose como sentimentalista. Los racionalistas no pueden concebirse sin los sentimentalistas, aunque la vida no es ni racionalista ni sentimentalista: es sentimentalmente racionalista y racionalmente sentimentalista.
Como filósofo que soy, si nadie discutiera mi punto de vista, no sabría qué pensar. Por esa razón, si tú estás dispuesto a debatir conmigo, sólo puedo estar agradecido, porque es gracias a tu cortesía al tomar un punto de vista diferente al mío como puedo llegar a entender lo que pienso y lo que realmente quiero decir. No puedo, en otras palabras, prescindir de ti.
Toda esta idea de que el universo no es más que una fuerza sin inteligencia que va jugando por allí sin ni siquiera disfrutarlo, es una teoría del mundo bastante ofensiva. Las personas que inventaron este juego (el juego de derribar el mundo) se creyeron superiores por ello. Pero las cosas no son así. Si aceptas esta teoría del mundo, lo único que consigues es aislarte; piensas que el mundo es un mecanismo, una trampa, y comienzas a sentir hostilidad hacia él, como si se tratara de una disposición de mecanismos electrónicos y neurológicos dispuestos de manera totalmente calculadora en los que, de alguna manera, quedas atrapado. Y te quedas atrapado en un cuerpo que poco a poco va degenerando: te diagnostican cáncer o cualquier enfermedad terminal y tu vida se vuelve un auténtico infierno. Aunque estos doctores mecánicos intentarán ayudarte, al final, claro está, fracasarán estrepitosamente. Quieras o no seguirás empeorando, lo que presenta un panorama realmente desalentador, y todo es, en definitiva, una verdadera lástima. Si te encontraras en una situación como ésta y pensaras que así es como funcionan las cosas, casi sería mejor coger y suicidarse.
Tal vez pienses, después de todo, que en algún lugar recóndito te espera un castigo eterno por haberte suicidado; o quizás pienses en tus hijos y en cómo quedarían huérfanos si decidieras suicidarte. Así que no te queda más remedio que seguir viviendo con esta misma forma de pensar que inconscientemente transmites a tus hijos. Luego ellos seguirán viviendo también para ayudar a sus hijos, sin llegar a disfrutar de sus vidas y con el mismo temor a suicidarse, y así sucesivamente.
Lo que intento decir con todo esto es que el modelo mecanicista (la noción básica de sentido común sobre la naturaleza del mundo que tenemos la mayoría de nosotros en Occidente) es simplemente un mito. Es una idea tan irreal como la de Dios Padre con su barba blanca sentado en su trono celestial; ambos son mitos, mitos con muy poco fundamento que distan mucho de la realidad.
Si hay algo que podamos llamar inteligencia, amor o belleza, es algo que encontramos en las personas, y si este tipo de cosas existen en los seres humanos, en nosotros, eso significa que la inteligencia, el amor y la belleza surgen a partir de un esquema de cosas. Las manzanas son fruto de los manzanos, las rosas brotan de los rosales y nosotros surgimos del universo. La tierra no es una inmensa roca infestada de organismos vivos, del mismo modo que tu esqueleto no está compuesto por una serie de huesos infestados de células. Sí, es cierto que la tierra es geológica, pero de esta entidad geológica surgen personas, y nuestra vida en la tierra es característica de un sistema solar con personas, que a su vez es característica de nuestra galaxia, y nuestra galaxia es característica de todo un cuerpo de galaxias, y quién sabe de qué puede ser característico eso.
Como hace un científico al describir el comportamiento de un organismo vivo, cuando nosotros hablamos sobre una persona hablamos de sus acciones. Para describir cómo es esa persona, debemos describir su comportamiento, pero si esa persona se encontrara en un espacio vacío sería imposible; sería como decir que lo único que sucede tiene lugar debajo de su piel. En otras palabras, si lo que queremos es hablar sobre una persona que camina, deberíamos empezar por describir el suelo que pisa, ya que las personas no van colgando las piernas por ahí en espacios vacíos. Nos movemos en relación a algo, es decir, nuestras acciones sólo pueden ser descritas dentro de un contexto. Supongamos por un momento que te estoy hablando: mi manera de hablar no es algo en sí mismo, requiere de tu presencia. Te estoy hablando, y esa acción no puede describirse del todo a menos que también te describa a ti. Para describir mi propio comportamiento debo describir el tuyo, como también el comportamiento del entorno.
Así pues, lo que tenemos es un gran sistema de comportamientos que hace que tú y yo estemos relacionados. No sé quién soy yo a menos que sepa quién eres tú, y tú no sabes quién eres a menos que sepas quién soy yo. Como dijo un sabio rabino una vez: «Si yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces yo no soy yo, y tú no eres tú». En otras palabras, no estamos separados, sino que nos definimos mutuamente y dependemos el uno del otro. Si apoyamos dos palos uno junto al otro se quedarían de pie porque se sostienen entre sí, pero si quitamos un palo y el otro cae, podemos ver claramente la interdependencia que tiene el uno con el otro. Y esto es exactamente lo que nos pasa: nosotros, nuestro entorno y todo junto somos sistemas interdependientes.
Cualquier buen científico sabe que cuando haces referencia al mundo externo te estas refiriendo tanto a ti como a tu cuerpo. Tu piel en realidad no te separa del mundo, sino que es un puente por el cual el mundo fluye hacia ti y tú fluyes hacia él. Eres como un remolino: un remolino tiene forma definida, pero en ningún momento el agua permanece inmóvil. El remolino es fruto de la corriente, así como nosotros somos fruto del universo. Si te vuelvo a ver mañana, te reconoceré como el mismo remolino que vi ayer, pero que sigue en movimiento. El mundo entero se mueve a través de ti: rayos cósmicos, oxígeno, un bistec detrás de otro, la leche, los huevos y todo lo que comes. Todo fluye a través de ti; eres movimiento y el mundo te mueve.
El problema viene cuando no nos enseñan a pensar de esta manera. Los mitos que subyacen nuestra cultura y nuestro sentido común no nos han enseñado a sentirnos parte del universo, y por eso nos sentimos ajenos a él, como si fuéramos seres por separado enfrentándonos al mundo. Pero necesitamos sentir lo antes posible que cada uno de nosotros somos el universo eterno porque, de lo contrario, vamos a seguir volviéndonos locos, destruyendo el planeta y cometiendo suicidios colectivos cortesía de las bombas nucleares; y nada más. Aunque cabe la posibilidad de que haya vida en algún otro lugar de la galaxia, y quizás ellos sepan jugar de otra manera.
Capítulo 2
La metáfora de la vida como teatro
El modelo creacionista del mundo (el mundo como un estado político y monárquico en el que todos vivimos entre sufrimientos como súbditos de Dios y en el que hemos sido creados como artefactos que no existen por derecho propio) requiere de una profunda humildad y de agradecimiento eterno. En este mito, solamente Dios existe por sus propios méritos, mientras que los demás existimos como una especie de favor, por lo que deberíamos estar muy agradecidos. Es como si un padre estricto dijera: «Mira todo lo que he hecho por ti, todo el dinero que gasté en comprarte ropa decente y en educarte, y ahora resulta que no eres más que un hippie, ¡maldito niño ingrato!». Por ello se supone que debes lamentarte profundamente y disculparte por ser quien eres.