Matilde de Magdeburgo - Hildegund Keul - E-Book

Matilde de Magdeburgo E-Book

Hildegund Keul

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Beschreibung

Esta biografía de Matilde de Magdeburgo es una obra sobre mística en tiempos de cambio. En ella se traza un recorrido que hilvana con claridad y rigor los aspectos históricos, literarios y espirituales de la vida de esta mística y poeta del siglo XIII. Su vida transcurrió en una época de cambios: nacida en 1207, abandonó el castillo y su origen noble para hacer frente, en la bulliciosa ciudad comercial de Magdeburgo, a los retos de su tiempo. Allí vivió gran parte de su vida como beguina, ayudando a los pobres y desamparados. Finalmente, perseguida por algunos líderes de la Iglesia, ingresó en el monasterio de Helfta donde se conviertió para sus hermanas en maestra de la mística. Con su libro La luz que fluye de la divinidad, publicado también en Herder Editorial, Matilde hace oír su voz en cuestiones acuciantes que tienen que ver con Dios, con la religión, el erotismo y la poesía, la pobreza y la espiritualidad.

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Hildegund Keul

Matilde de Magdeburgo

Poeta, beguina, mística

Traducción:

Título original: Mechthild von Magdeburg. Poetin – Begine – Mystikerin

Traducción: Almudena Otero Villena

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2007, Verlag Herder, Friburgo de Brisgovia

© 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona

1.ª edición digital, 2016

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3416-7

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Dedico este libro a las hermanas de Maria Ward

M. Gerburga Schmitz cj, Eisleben,

y M. Walburga Filtzinger cj, Fulda,

que en 1997 dieron comienzo a una nueva

vida espiritual en el monasterio de Helfta.

Índice

INTRODUCCIÓN: DESENTERRAR TESOROS, DESCUBRIR RECURSOS

La poesía de Matilde

El libro de Matilde

La mística de Matilde

Las fuentes

«Poeta, beguina, mística»: Los lugares y los temas en la vida de Matilde

I LA VIDA EN EL CASTILLO: LA CAUTIVADORA POESÍA DE LOS TROVADORES

1. Vivir en la palabra y en el canto: La trovadora del amor de Dios

2. El saludo que fluye del Espíritu Santo: La llamada a los doce años

3. «Me atrevo a todo aquello en lo que Dios pone su confianza»: El abandono de la seguridad del castillo

II LA VIDA EN LA CIUDAD DE MAGDEBURGO: EL MOVIMIENTO PAUPERÍSTICO Y SU MÍSTICA

1. «Entonces fui por amor a Dios a una ciudad»: En medio de las transformaciones de la época

2. «Pues los bienes de la pobreza son santos»: El movimiento pauperístico de las beguinas

3. «La más insignificante entre vosotros»: Matilde como beguina

4. El peligroso poder de la riqueza y el poder vivificador de la pobreza

5. La cultura religiosa de la ciudad y María, la madre de los pobres

III VIDA EN LA PALABRA: CÓMO MATILDE SE CONVIERTE EN POETA Y MÍSTICA

1. «Que no me atreví a callar»: La asombrosa entrada en escena de La luz que fluye de la divinidad

2. La fuerza visionaria del movimiento pauperístico: Tras las huellas de los signos de los tiempos

3. El conflicto en torno a la autoridad de las mujeres en cuestiones divinas

4. La apuesta por la lengua vernácula: La palabra de Dios en camino por Europa

5. «Que la boca iletrada instruya a las lenguas letradas»: Cómo la mística surge de conflictos que vale la pena llevar adelante

6. La poesía de Dios: Mística y erotismo

IV VIVIR EN EL MONASTERIO DE HELFTA: ENVEJECER CON LA «MAESTRA DE CANTO ESPERANZA»

1. Matilde como maestra de la mística

2. Estudio y espiritualidad, ciencia y cura de almas: Por qué Matilde encuentra una audiencia en Helfta

3. Mística y pastoral en el monasterio de Helfta: Dar una señal, dejar pistas

CONCLUSIÓN. UNA RECEPCIÓN HISTÓRICA LLENA DE PERIPECIAS Y VALORACIÓN EN LA ACTUALIDAD

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE DE IMÁGENES

Matilde de Magdeburgo

1207

Matilde nace en uno de los numerosos castillos que hay en los alrededores de Magdeburgo, el mismo año que Isabel de Hungría.

1219

A la edad de doce años Matilde experimenta el «saludo que fluye del Espíritu Santo», su primera experiencia mística.

1230

Matilde abandona el castillo de su familia y se marcha a la ciudad de Magdeburgo. Allí vive y trabaja como beguina.

1250

Matilde comienza a redactar su libro «La luz que fluye de la divinidad».

1260 / 1261

El sínodo provincial de Magdeburgo pone a las beguinas de la región bajo la tutela del clero parroquial y acaba con su autonomía.

1270

Matilde ingresa en el monasterio de Helfta, donde se convierte en maestra de la mística.

1282 / 1294

Matilde muere en el monasterio de Helfta

INTRODUCCIÓNDESENTERRAR TESOROS, DESCUBRIR RECURSOS

La luz que fluye de la divinidad, así llamó Matilde de Magdeburgo en el siglo XIII su libro en siete libros. Después de permanecer durante mucho tiempo en el olvido, la obra encuentra hoy un interés creciente. ¿Es la búsqueda de la iluminación presente en la mística lo que hace su texto tan atractivo? ¿Es su poesía, que fascina a las personas e inspira su vida cotidiana? ¿Es la vinculación de Matilde con el movimiento pauperístico, que nos descubre nuevos recursos para nuestros días?

Existen buenas razones para que hoy nos ocupemos más intensamente de la beguina Matilde de Magdeburgo, de su poesía y su mística. El hecho de que naciera hace aproximadamente 800 años ofrece a este respecto un pretexto especial. Es cierto que apenas conocemos de ella unos pocos datos biográficos, pero su obra expone con elocuencia lo que le preocupa, qué cuestiones la conmueven y aquello que para ella es importante decir. ¿Qué tenía que decir su libro entonces y qué tiene que decir hoy?

La obra de Matilde suscitó en la Edad Media turbulentos debates. Y hoy no es una reliquia cubierta de polvo que sería preferible admirar tras un cristal. La poesía y la mística de esta mujer ofrecen un rico tesoro lingüístico que en los últimos años se ha descubierto y explotado de nuevo. Su libro obtiene reconocimiento en el mundo literario y toma la palabra en la Teología, se le pregunta en el diálogo interreligioso y despierta el interés de los estudios feministas. La mística de Matilde llama la atención, su vida provoca curiosidad, su poesía fascina.

La poesía de Matilde

Como poeta, Matilde goza hoy de un gran prestigio. En el calendario de la lírica que hace la radio pública alemana está, por supuesto, representada; sus textos se incluyen de buen grado en antologías poéticas. Matilde compone minnelieder, poesía trovadoresca. Versos como los siguientes podían resistir incluso los críticos oídos de los trovadores medievales:

Todo aquel que fue una vez

herido por el amor verdadero

ya nunca se curará del todo

a menos que vuelva a besar la boca

que su alma dejó herida.

(II, 15)

Llena de creatividad lingüística, la lírica de Matilde ha contribuido de forma fundamental al desarrollo de la lengua alemana. Esta primera obra mística en alemán se ha ganado un lugar en la literatura universal: «La obra representa el testimonio más importante de la mística en lengua alemana anterior al Maestro Eckhart», escribe el Kindlers Neues Literaturlexikon. Le debemos este aprecio en la germanística y en la teoría literaria a las cuidadas ediciones del texto, las traducciones y los estudios lingüísticos.

El libro de Matilde

La luz que fluye de la divinidad es en muchos aspectos una obra sorprendente. Es literatura religiosa que pone el acento en el ascetismo y la castidad; sin embargo, habla un lenguaje que chispea de erotismo. Matilde quería vivir en Magdeburgo retirada y en pobreza; sin embargo, con su libro se posiciona en cuestiones controvertidas que en aquel entonces eran discutidas en toda Europa. Una y otra vez, la mística insiste en que su lenguaje es quebradizo y frágil; no obstante, escribe una obra de una enorme fuerza poética. Religión y erotismo, mística y política, libertad y espiritualidad, lo inefable y lo revelado son temas que su libro pone ante los ojos de las lectoras y los lectores actuales.

Las formas que adopta la escritura del libro son inusitadamente ágiles. En él se alternan oraciones y debates, proverbios y tratados, poemas y disertaciones, visiones del cielo y discurso político, adivinanzas y poemas de amor. El paso entre unos y otros es con frecuencia fluido, pues los textos narrativos, poéticos y reflexivos se solapan.

La obra de Matilde tiene un título expresivo y programático. Le dirige a Dios la pregunta: «Oh, Señor, ¿cómo se deberá llamar este libro para que sirva solo a tu gloria?». Y Dios responde: «Se deberá llamar la luz que fluye de mi divinidad en todos los corazones que viven sin falsedad» (I, 0). El título indica de qué trata el libro. Este canta a la luz que fluye de la divinidad, y al mismo tiempo la llama. Pues en y con las palabras que proceden de la pluma de Matilde comienza a fluir esa luz que ilumina la oscuridad de la vida.

La mística de Matilde

«Mística» deriva de la palabra griega que suele traducirse por «misterio», y desde el siglo XVIII designa determinadas obras de carácter teológico y espiritual. La mística cristiana se caracteriza porque pone sobre la pista del misterio de la vida revelado en la Resurrección de Jesucristo de la muerte.

Matilde de Magdeburgo le otorga a su «mística de la luz que fluye» unas características particulares. En Magdeburgo ella se une al movimiento pauperístico y forma parte de las beguinas. Este movimiento de mujeres se deja interpelar de un modo especial por las profundas transformaciones de su tiempo. Matilde descubre con ellas la pobreza como su lugar de vida, en el que se plantean y responden cuestiones acuciantes sobre Dios.

Las fuentes

Matilde escribe La luz que fluye de la divinidad a lo largo de varias décadas y lo va publicando de forma sucesiva. Los libros del I al VI se tradujeron al latín, probablemente estando ella aún viva. No se conserva, sin embargo, ningún ejemplar de esta época. Las versiones de las que hoy disponemos son más tardías.1

El único texto completo es el que suministra el célebre «Codex Einsidlensis 277», una copia de la traducción al alemánico, realizada en el sur de Alemania en el círculo de los «amigos de Dios» al que pertenecía Enrique de Nördlingen, durante la segunda mitad del siglo XIV.El testimonio más antiguo procede de la línea latina de la tradición manuscrita, con una copia de 1350 aproximadamente.Se han transmitido partes del texto en los manuscritos de Colmar (un tercio del texto completo), Wurzburgo (un quinto) y Budapest (un décimo); además, se han trasmitido de forma dispersa capítulos sueltos en manuscritos de los siglos XV y XVI.

El libro de Matilde fue traducido al alemán actual, entre otros, por Margot Schmidt, Gisela Vollmann-Profe ofrece desde el 2003 una excelente edición bilingüe con traducción propia, en la editorial Deutsche Klassiker. Ambas traducciones tienen importantes aportaciones, por ello en el presente libro se citarán las dos. De manera puntual, y a modo de aclaración, se incluirán en cursiva términos específicos del alemán medieval.

«Poeta, beguina, mística»: Los lugares y los temas en la vida de Matilde

Se conocen solo unos pocos datos de la vida de Matilde, pero estos son fundamentales. Procede de un castillo, en el que se familiariza con la poesía trovadoresca; trabaja en una ciudad, en la que como beguina se sitúa frente a los signos de su tiempo; envejece en el monasterio de Helfta, donde es apreciada como maestra de la mística. El presente libro gira en torno a estos espacios de su vida.2 A la luz de su obra se examina cuáles son los motivos que conducen a Matilde hasta estos lugares y qué posiciones defiende en los debates de su tiempo. Se dedica por ello un capítulo específico a la cuestión de cómo Matilde se convirtió en poeta y mística: «Vivir en la palabra».

Se demuestra así que estos temas siguen siendo aún hoy de gran actualidad: la cuestión de la pobreza y la espiritualidad, el tema de un nuevo lenguaje para hablar de Dios y la cuestión del misterio de la vida, que aparece en las transformaciones de la propia época. La biografía de Matilde se presenta ante nosotros con sus rupturas y partidas, sus derrotas y sus éxitos. Narra cómo Dios frustra sus planes, cómo se impone con impertinencia, revelándose a la vez como «luz que fluye» y que abre nuevas perspectivas para los problemas acuciantes de la vida.

Hildegund KeulRolandseck

ILA VIDA EN EL CASTILLO:LA CAUTIVADORA POESÍADE LOS TROVADORES

Matilde nace en la primera década del siglo XIII y procede de uno de los numerosos castillos que existen en los alrededores de Magdeburgo. El año de su nacimiento es probablemente 1207, quizás algo más tarde.1 Apenas se pueden hoy verificar otros datos biográficos de su juventud. De sus padres no se sabe nada con exactitud. Podrían haber fallecido ya durante la infancia de Matilde, aunque ella no habla de la muerte de sus padres. Sea como fuere, Matilde subraya que para sus parientes y amigos fue siempre «muy querida» (IV, 2). Durante su infancia vive la experiencia positiva de ser deseada y amada.

1. Vivir en la palabra y en el canto: La trovadora del amor de Dios

La juventud de Matilde está marcada por el estamento nobiliario en el que nació. Es probable que no pertenezca a una clase políticamente relevante, pues el nombre de su familia no se ha transmitido. No existen tampoco indicios en el mundo de la política sobre su trayectoria vital posterior, como sí existen en el caso de Isabel de Hungría. Aún así, Matilde posee numerosos privilegios y se beneficia de las ventajas de vivir en un castillo. Allí el abastecimiento es bueno, pues incluso en momentos de hambruna los habitantes de los castillos tienen acceso a víveres durante más tiempo. El peligro de morir de hambre es considerablemente menor que en el caso de las personas que trabajan para ellos y que, como siervos, producen los alimentos en condiciones muy penosas. La asistencia médica en un castillo es especialmente buena cuando hay cerca un convento de monjas, que provee al castillo de hierbas y conocimientos medicinales. No obstante, muchas mujeres nobles morían durante el embarazo o el parto. En la Edad Media la esperanza de vida de las mujeres era muy baja.

El camino trazado para una hija en la nobleza es el matrimonio y las obligaciones sociopolíticas que están asociadas a la posición de señora de un castillo. En el mundo de la nobleza el matrimonio no es una decisión personal, sino un cálculo de poder político. Sirve para unir entre sí a familias amigas o que hasta ese momento estaban enemistadas, establecer nuevos vínculos de sangre y afianzar con ello la influencia política. Es habitual y en modo alguno escandaloso desposar pronto a las muchachas con muchachos u hombres jóvenes que nunca antes habían visto. Isabel de Hungría (1207-1231) fue enviada a la edad de cuatro años a la corte de su prometido para educarse junto a él. El orden social de aquel tiempo preveía la entrega de las muchachas a la familia del futuro esposo, del que ellas dependerían legalmente; viven en el lugar de residencia del padre de aquel (patrilocalidad).

El espacio vital de las mujeres que viven en un castillo es diverso. Los señores están de viaje con frecuencia y también por largos periodos de tiempo, vigilando su territorio, en la guerra o en misión diplomática. La landgravina Isabel, que viajó con su marido Luis a la asamblea imperial o al tribunal de la región, vivió, sin embargo, a menudo sola durante su matrimonio (se calcula que entre un tercio y la mitad de sus siete años de matrimonio).2 En la Edad Media la vida de los hombres de la nobleza es más errante que sedentaria, como en el caso del rey, que con frecuencia cuenta con un lugar preferido, pero ninguna residencia fija, y habitualmente se traslada de un palacio imperial a otro. Cuando el señor del castillo está de viaje, la señora, además de llevar la casa, tiene responsabilidades más amplias, que van desde el cuidado de las tierras, pasando por la solución de problemas jurídicos, hasta la gestión de los ingresos y los gastos del castillo.

Además —y esto es especialmente importante para el futuro de Matilde— las mujeres son las encargadas de la organización de la cultura, la música y el canto, la retórica y la poesía. «Las mujeres nobles, que a menudo poseían más formación que sus pares masculinos, cumplían una importante función en las actividades literarias».3 Las mujeres conforman la vida cultural. Ocupan un lugar central en el minnesang, la poesía trovadoresca, reciben a los trovadores y organizan las fiestas del castillo. Ya Adelaida de Pavía († 999), que vivió y gobernó temporalmente en el arzobispado de Magdeburgo, podía, a diferencia de su esposo Otón el Grande, leer y escribir. Fue llamada regina litteratissima,4 dominaba varios idiomas y en las negociaciones políticas era indispensable como traductora.

También en el siglo XIII las mujeres nobles poseen instrucción, aunque, al carecer de estudios universitarios, se las considera iletradas. Parte de su formación consiste en el conocimiento básico de la lengua latina, las historias bíblicas y las vidas de santos. Se mueven, por supuesto, en un mundo religioso, participan regularmente en el culto, aprenden a cantar los salmos, celebran las fiestas religiosas. Esto posibilita que Matilde se inspire en los recursos espirituales, teológicos y culturales del cristianismo. El modelo de las muchachas y mujeres lectoras es la madre de Dios, María, que en aquella época era representada ante el pueblo con la Sagrada Escritura en la mano. Asimismo, le enseñó a leer una mujer, santa Ana. «Es significativo que santa Ana, la patrona de las madres, sea representada habitualmente enseñando a leer a su hija, la virgen María».5 Según la iconografía, María recibe la visita del ángel mientras lee el versículo 84,9 en el salterio: «Escucha mi plegaria, hazme caso, Dios de Jacob».

El hecho de que Balduino, hermano carnal de Matilde, entrara en la Orden de los dominicos muestra que crecieron en una casa paterna en la que las cuestiones religiosas eran, sin duda, un asunto importante. Si damos por supuesta la autenticidad de la atribución histórica, Balduino es mencionado en La luz que fluye de la divinidad al menos dos veces. Matilde y él permanecen unidos durante toda su vida por sus intereses religiosos. Un título del libro sexto indica que Matilde apunta algo para él en un cedelen (una nota): «Esto escribió la hermana Matilde en una nota a su hermano Balduino, de la Orden de Predicadores» (VI, 42). Balduino asumió un cargo; según los datos de la traducción latina, ocurrió en el monasterio dominico de Halle, donde él, contra su voluntad, llegó a ser subprior. Se sentía tan desbordado que «lo abandonó su fortaleza juvenil y perdió su masculino vigor» (IV, 26). Matilde recibe de Dios como respuesta: «La alegría más grande que hay en el cielo es la voluntad de Dios. Cuando la falta de voluntad se convierte en voluntad aparece en el corazón del ser humano afligido la alegría divina [...]. Querido hermano, ¡siéntete en armonía con Dios y alégrate de su voluntad!» (VI, 42). La traducción latina añade que Balduino ponía todos sus esfuerzos en la ciencia y que llegó a la Orden de Predicadores por mediación de Matilde. Aparentemente, se consideraba que Matilde era una persona muy influyente, una autoridad que en una situación difícil proporciona consejo a su hermano.

Los inicios de esta autoridad que Matilde encarnará más tarde como consejera y mentora hay que buscarlos en las oportunidades de educación que tuvo en el castillo. Las muchachas aprenden allí a tejer y bordar, a leer y escribir, y reciben clases de canto. Una gran parte de las muchachas nobles son educadas en escuelas monásticas y pueden así beneficiarse de los tesoros culturales de la vida monacal. A diferencia de la mayor parte de las mujeres del país, que no tienen ningún acceso a la educación y cuya habilidad lingüística se mueve en estrechos límites, las mujeres de los castillos se hallan familiarizadas desde pequeñas con la educación cortesana, con las palabras, los ritos, las canciones y las danzas del mundo materno. Pertenecen a una cultura marcada por la lírica y la poesía trovadoresca, la prosperidad y la alegría de vivir, la música y la danza. El ingenio y capacidad de réplica, la agudeza y la ironía se valoran en gran medida.

Matilde no indica en su obra de dónde procede exactamente, a qué familia pertenece y cómo vivió en su infancia; tales cuestiones biográficas no eran para ella relevantes. Sus temas son otros. Pero su lenguaje delata que procede de un hogar noble. Puede valerse de una sólida formación y utilizar con maestría el tesoro idiomático y de imágenes del mundo cortesano-caballeresco. Para su posterior labor de escritora es determinante haberse criado en la época de las trovadoras y trovadores, en la época de la música trovadoresca y del arte de la alegre palabra amorosa. Unos pocos decenios antes del nacimiento de Matilde, Leonor de Aquitania (1120-1204) hizo de Poitiers un centro trovadoresco. Promovió la lírica trovadoresca e inspiró a los poetas. De ella dice la historiadora Régine Pernoud que sobresalía entre «quienes la rodeaban por su extraordinaria inteligencia, su amor a las letras y el bello decir».6 El trato ritualizado de unos con otros y la destreza con el lenguaje cortesano, el conocimiento de la literatura de la época y las habilidades artísticas son los ideales de la vida cortesana, que marcan la infancia de Matilde.

Pareja bailando

Su obra posterior muestra que Matilde se mueve en la lírica trovadoresca como pez en el agua. Siente entusiasmo por ella y por ella se deja inspirar. La lírica trovadoresca del castillo pone a su disposición un vocabulario del que bebe durante toda su vida. El laúd y la cítara, la vihuela y la viola, el salterio y el arpa prestan sonido a su infancia. Las ruidosas fiestas interrumpen con música y danza la vida cotidiana del castillo y le confieren un esplendor mágico. En las largas noches de invierno se cuentan historias y se cantan canciones. Estas recuerdan peligros superados y amenazantes aventuras, hablan de fracasos humillantes y de una valentía inaudita, de amor y odio, traición y lealtad. La cultura cortesana vive del amor a la literatura, al lenguaje creativo y a la melodiosa poesía.

En las regiones de habla alemana, la poesía trovadoresca vive su apogeo entre mediados del siglo XII y finales del siglo XIII. La nueva forma de canto y lírica, que venera en grado sumo a la frouwe (dama) y se consume en la añoranza de la amada, atrae a amplios círculos. La magia de la poesía trovadoresca, el minnesang, nace de la armonía entre palabra y música, en la que el lenguaje cobra vida y comienza a danzar. En esa época la literatura no se lee en voz baja, sino que se entona como recitado. Hasta el siglo XV no hay música instrumental independiente. Los instrumentos musicales se encuentran más bien al servicio de aquello que el o la cantante tiene que decir. Su función es hacer sonar las palabras.7 Asimismo, todo gira en torno al amor y su poder; en torno a la vida que descubre, así como al esfuerzo y al dolor que causa.

En la Edad Media la palabra minne («amor» en alemán medieval) está en boca de todos. El término no es un producto artificial de la corte, sino que se emplea en todas las capas de la población. No es hasta el siglo XV que pasará de moda, y se impondrá la palabra liebe, antes menos frecuente, para designar el amor.8 La minnelyrik o lírica amorosa de los trovadores, por el contrario, es una especialidad de la vida cortesano-caballeresca. Los trovadores son poetas que vagan de un lado a otro por las ciudades y castillos medievales e interpretan sus canciones en las grandes fiestas, torneos y ferias. Componen ellos mismos y versifican improvisando. Si son buenos, en su camino les precede el nombre que se hacen con sus canciones. Proceden tanto de las capas nobles como del medio urbano, que se encuentra en pleno auge por la artesanía y el comercio. Como vagabundas y vagabundos ven mucho mundo, acompañan a las cruzadas y no es posible concebir las famosas peregrinaciones a Santiago de Compostela sin ellos. Divulgan las novedades por el país y son siempre una fuente muy útil de información. Su canto cortesano irrumpe en las calles y callejas de la ciudad y deja su huella en los romances y en las canciones callejeras.9

La poesía trovadoresca forma parte del abanico extraordinariamente variopinto de la cultura musical de la Baja Edad Media, con la que Matilde entra en contacto más tarde en la ciudad de Magdeburgo. En la corte, la lírica trovadoresca goza de un gran prestigio. La nueva burguesía de las ciudades imita esta cultura y en las fiestas hace tocar música, para bailar o simplemente como diversión. En la plaza del mercado o en la casa de baños, la gente escucha cantos y pitos, el violín y el tambor. La Plena Edad Media es un tiempo de música. El canto y la danza forman parte de las diversiones que todas las personas pueden permitirse.

Pero a los juglares no solo se los aprecia, pues el erotismo y la muerte les hacen la vida difícil. En la iconografía la muerte se representa como un juglar: «Nadie parece más apropiado para inducir a las personas a seguir a la muerte hasta el inframundo que el juglar con su embriagadora música».10 Los juglares suscitan miedo y aversión, porque actúan en lugares de muerte, como el patíbulo. También las personas proscritas, a las que se expulsa de la ciudad y se priva de derechos, eran «anunciadas a campanadas» y «expulsadas a golpe de timbal». Se espera que la música le confiera al destierro una mayor eficacia. Debe proteger la ciudad, el lugar de la vida que florece, de la desdicha y la muerte.

La ambivalente relación con los juglares se muestra también en los reproches que se alzan desde las filas de la Iglesia: «Con su música sensual y lasciva, el juglar seduce al pueblo y lo desvía de una conducta decente y cristiana. Especialmente la música para danza, o sea, el ámbito de los juglares, era vista por el clero con malos ojos».11 Frente al código de costumbres burgués, que se orienta a una moral represiva, las bailarinas y cantores exhiben la vitalidad de su erotismo. Los alegres juglares tampoco son fáciles de domesticar políticamente. Cantan canciones satíricas y anuncian a bombo y platillo verdades que otros ni siquiera se atreven a decir en privado. Los juglares son siervos que escapan con toda libertad de los controles y orden sociales. Su vida errante en los caminos es peligrosa, pero se convierten en avispados artistas de la vida, que saben abrirse paso. Los juglares son temidos y añorados, celebrados y perseguidos. Su canto es sospechoso de ser música infernal, pero personifica al mismo tiempo el aleluya de los coros angélicos. En las capitulares ilustradas del salterio conducen la demoníaca danza en corro de los pecados, o permanecen en compañía de ángeles y religiosos ante el trono de Dios para hacer sonar su música celestial.12

En el variopinto abanico musical de la Alta Edad Media la poesía trovadoresca ocupa una posición especial. Despliega una fuerza que crea cultura, porque hace sonar el misterio de la vida. Canta con palabras y sonidos la desbordante felicidad del amor secreto, el dolor penetrante de la despedida en la refulgente aurora y las ansias irrefrenables de vivir en la primavera que despierta. Pero también toman la palabra los aspectos oscuros de la vida: la herida del amor rechazado y la crueldad de la enfermedad y la muerte. El trovador se consume en el anhelo por la amada, que está muy cerca en su corazón y es, sin embargo, tan inalcanzable. Las trovadoras y trovadores no se arredran ante nada humano, pues se hallan ante lo divino del amor. También la poesía trovadoresca profana tiene un significado religioso. «Por regla general, el amor religioso (agape) fue denominado igualmente minne [...]. El amor a Dios tenía prioridad sobre el afecto entre los sexos, en el que se fundamenta el servicio amoroso que el caballero le rinde a la dama (dienen umbe wîbe gruoz: servir para alcanzar el saludo de una mujer) y que, por lo demás, no queda abolido por el amor a Dios».13

La discusión jovial y el apasionado canto de amor expresan aquello que conmueve profundamente a los seres humanos. La poesía trovadoresca vive del lamento solitario y el diálogo provocador, de la palabra amorosa llena de sensualidad y la melodía melancólica. Las bromas y las risas son moneda corriente, pero sus notas pueden provocar también la reflexión. Su música toca los sentimientos más profundos y puede conducir al delirio y el trance, la hipnosis y el éxtasis. Los trovadores y trovadoras son maestros y maestras del recitado improvisado. Investigan la misteriosa esencia del amor, se duelen de las víctimas que este exige y ensalzan la recompensa que promete.

La poesía trovadoresca se separa del ofensivo erotismo de la poesía goliarda y está al mismo tiempo profundamente unida a él. Guiada por la prohibición de lo sexual, rodea el tabú con alusiones picantes y una ambigüedad inequívoca. La queja amorosa seria, pero también los versos insinuantes tienen aquí su sitio, las aventuras salvajes y el sugerente «tandaradei»14 de Walther von der Vogelweide. Los ritmos de baile se suceden con alegres matices y sonidos melancólicos. El anhelo de muerte y las ganas de vivir proporcionan intensos duelos de palabras. «El amor me ordena que cante»: así lo expresa sin rodeos Rudolf de Fenis. Los trovadores y trovadoras están inflamados de amor. «Eres mía, soy tuyo. De esto puedes estar segura».15

La poesía trovadoresca camina tras las huellas del misterio de la vida, que se revela en la felicidad y en la tribulación, en el dolor y en la esperanza del amor. Este es el puente que une la poesía trovadoresca con la mística de Matilde. Matilde no empezó a escribir hasta pasados los cuarenta años, cuando ya llevaba viviendo mucho tiempo como beguina en Magdeburgo. De esto se hablará en el siguiente capítulo. Ahora de lo que se trata es de mostrar el mundo en el que Matilde creció y que puso a su disposición un vocabulario al que ella, aún décadas después, recurre con éxito. La poesía trovadoresca le descubre un mundo lingüístico con innumerables metáforas y una arrolladora fuerza expresiva.

Poesía y giro de los versos

La palabra «poesía» procede del griego poiein: