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LOS MEJORES MISTERIOS SOBRE EL MUNDO DE LOS LIBROS UNA OBRA DE LA ETERNA CANDIDATA AL NOBEL DE LITERATURA El ansia de un amante de los libros lo lleva al asesinato en este oscuro relato. Identificado sólo por el alias Charles Brockden, el narrador de esta historia encuentra una librería que despierta su deseo al instante: siente con urgencia el deber de agregarla a su ya extensa colección. Pero el dueño de una tienda tan fina no se desprenderá fácilmente de su forma de vida. Brockden elabora un plan para adquirirla sin que nadie sospeche jamás del crimen: un asesinato imposible de rastrear. Y sabe que tendrá éxito porque ya lo ha hecho antes. BiblioMisterios es una serie de relatos sobre libros mortales escritos por los principales autores de misterio.
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Seitenzahl: 80
Título original inglés: Mystery, Inc.
Publicado originalmente por The Mysterious Bookshop.
© del texto: The Ontario Review, Inc., 2014.
© de la traducción: Ana Isabel Sánchez Díez, 2024.
Esta edición se ha publicado gracias a un acuerdo con Penzler Publishers, a través de International Editors & Yáñez Co, S.L.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2024.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona
rbalibros.com
Primera edición en libro electrónico: Octubre 2024
OBDO395
ISBN: 978-84-1132-956-9
Composición digital: www.acatia.es
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.
Índice
Portadilla
Misterios S.A
¡Estoy muy ilusionado! Porque, al fin, tras varios comienzos en falso, he elegido el escenario perfecto para mi bibliomisterio.
Se trata de Misterios, S. A., una preciosa y antigua librería de Seabrook, Nuevo Hampshire, un pueblo con menos de dos mil habitantes fijos que se asoma al océano Atlántico entre New Castle y Portsmouth.
Para quienes nunca hayan visitado esta legendaria librería, una de las joyas de Nueva Inglaterra, está situada en el histórico barrio de High Street, en Seabrook, por encima del puerto, en una manzana de casas adosadas de piedra rojiza renovadas con elegancia y originalmente construidas en 1888. Aquí encontramos los despachos de un arquitecto, de un abogado, de un cirujano dental; aquí encontramos tiendas y boutiques: artículos de cuero, una joyería de plata artesanal, la Tartan Shop, Ralph Lauren, Esquire Bootery. En el número 19 de High Street, un viejo letrero negro y dorado chirría al viento sobre la acera:
MISTERIOS, S. A. LIBREROS
Libros nuevos y antiguos,
mapas, globos terráqueos, arte.
Desde 1912
La puerta delantera, lacada en un rojo oscuro, no está al mismo nivel que la acera, sino varios peldaños por encima de ella; hay una amplia escalera de piedra y una barandilla negra de hierro forjado. De manera que, cuando te paras en la acera a mirar el escaparate, debes mirar hacia arriba.
Misterios, S. A. consta de tres plantas, todas ellas con ventanas en voladizo, que se iluminan de manera espectacular cuando la tienda está abierta a última hora de la tarde. En la planta baja, los libros se exponen en el escaparate con un (evidente) buen ojo para las encuadernaciones atractivas: ediciones forradas en cuero de clásicos del siglo XIX como La piedra lunar y La mujer de blanco, de Wilkie Collins; Casa desolada y El misterio de Edwin Drood, de Charles Dickens; Las aventuras de Sherlock Holmes, de A. Conan Doyle; así como clásicos de la novela de misterio del siglo XX escritos por Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Cornell Woolrich, Ross Macdonald y Patricia Highsmith, y unos cuantos contemporáneos populares estadounidenses, británicos y escandinavos. Hay incluso un título del que no he oído hablar jamás: El caso de la mujer desconocida: La historia de una de las novelas de misterio más intrigantes del siglo XIX, con una encuadernación que parece de hace décadas.
Cuando entro en Misterios, S. A. siento una punzada de envidia. Pero, un instante después, se ve sustituida por la admiración, pues la envidia es para gente mezquina.
El interior de Misterios, S. A. es aún más bello de lo que había imaginado. Las paredes están revestidas de paneles de caoba, con estanterías empotradas que van desde el suelo hasta el techo; a los estantes más altos se accede por medio de unas escaleras de mano de madera pulida con ruedecillas de latón en la base. El techo está formado por cuadrados de estaño elegantemente repujado; el suelo es de parqué, cubierto de pequeñas alfombras. Como soy coleccionista de libros —y librero—, me fijo en que los libros están expuestos de una forma muy atractiva sin que den la sensación de abrumar al cliente; veo que, con gran astucia, están colocados en posición vertical para atraer la vista; se consigue que el cliente se sienta acogido como en una biblioteca antigua, con sillones y sofás de cuero desperdigados sin método por la sala. Aquí y allá, contra las paredes, hay vitrinas con libros raros y primeras ediciones, sin duda encerrados bajo llave. Siento, en efecto, una punzada de envidia, puesto que de las librerías de misterio que poseo, en lo que considero mi modesto imperio de librerías de misterio en Nueva Inglaterra, ninguna tiene ni por asomo la clase de Misterios, S. A.
Además, son las ventas en línea de Misterios, S. A. las que suponen la competencia más seria para un librero como yo, que tanto depende de ellas...
Astutamente, he programado mi llegada a Misterios, S. A. para media hora antes de la hora de cierre, que los jueves es a las 19:00, cuando es poco probable que haya mucha gente. (Creo que solo hay unos cuantos clientes más, al menos en la planta baja, donde yo alcanzo a verlos). En esta época invernal, el anochecer ha comenzado a una hora tan temprana como las 17:30. El frío del aire es húmedo, así que tengo los cristales de las gafas empañados por una fina película de vapor; los estoy limpiando con vigor cuando una joven dependienta con una melena dorada oscura que le llega hasta los hombros se me acerca para preguntarme si busco algo en concreto, y le contesto que solo estoy curioseando, gracias, «aunque me gustaría conocer al propietario de esta hermosa librería, si está en el establecimiento».
La atenta joven me dice que su jefe, el señor Neuhaus, está en la librería, pero arriba, en su despacho; si me interesan alguna de las colecciones especiales o los fondos antiguos, puede llamarlo...
«¡Gracias! Sí me interesan, pero, de momento, creo que solo echaré un vistazo».
Qué costumbre tan peculiar la de la «apertura de las tiendas». Es posible que Misterios, S. A. contenga cientos de miles de dólares en valiosos productos; sin embargo, la puerta no está cerrada con llave y cualquiera puede entrar desde la calle a una librería prácticamente desierta con un maletín de cuero en la mano y sonriendo con cordialidad.
Por supuesto, es obvio que soy un caballero, y eso ayuda. También soy, podría adivinarse, coleccionista y amante de los libros.
Mientras la confiada joven vuelve a su ordenador, en el mostrador de la caja, puedo deambular a mi aire por el local. Por descontado, evitaré a los demás clientes.
Me impresiona ver que las plantas están conectadas por una escalera de caracol y no por unas escaleras funcionales comunes; al fondo hay un pequeño ascensor que no me tienta, ya que sufro de una leve claustrofobia. (Que un hermano mayor sádico me encerrara de niño en un armario polvoriento es, con toda certeza, el origen de esta fobia que he conseguido disimular ante la mayoría de las personas que me conocen, entre ellas los empleados de mis librerías, que me veneran, creo, por ser un tipo de hombre franco, directo, sensato y ¡libre de cualquier tipo de compulsión neurótica!). En la planta baja de Misterios, S. A. hay libros estadounidenses; en la primera, hay libros británicos y en otros idiomas y Sherlock Holmesiana (toda una pared trasera); en la segunda, primeras ediciones, ediciones raras y colecciones encuadernadas en cuero; en la tercera, mapas, globos terráqueos y obras artísticas antiguas relacionadas con el caos, el asesinato y la muerte.
Estoy seguro de que es aquí, en la tercera planta, donde Aaron Neuhaus tiene su despacho. Me imagino que sus ventanas dan hacia el cercano Atlántico y que el despacho está maravillosamente panelado y amueblado.
Siento nostalgia de mi antigua costumbre de robar libros, hace décadas, cuando era un estudiante sin un céntimo y ansia de libros. La emoción del hurto y la excepcional recompensa, ¡un libro! De hecho, durante años mis posesiones más preciadas fueron los libros robados en las librerías de la Cuarta Avenida de Manhattan, que no tenían gran valor monetario, solo la satisfacción de haber sido robados. ¡Ah, aquellos días anteriores a las cámaras de seguridad!
Como no podía ser de otra manera, hay cámaras de seguridad en todas las plantas de Misterios, S. A. Si mi plan se lleva a cabo con éxito, sacaré la cinta y la destruiré; si no, no importará que mi retrato se conserve en la cinta durante unas semanas y luego se destruya. De hecho, voy algo disfrazado: esta barba no es mía y las gafas tintadas con montura de plástico negro que llevo son muy distintas a mis lentes habituales.
Justo antes de la hora de cierre, en Misterios, S. A. no quedan más que unos pocos clientes, cuya estancia en la librería pretendo exceder. Uno o dos en la planta baja; un individuo solitario en la primera, examinando con detenimiento las estanterías de Agatha Christie; una pareja de mediana edad en la segunda, en busca de un regalo de cumpleaños para un pariente; en la tercera, un hombre mayor observando las obras de arte de las paredes: reproducciones de unos grabados en madera alemanes del siglo XV titulados La muerte y la doncella, La danza de la muerte y El triunfo de la muerte; macabras litografías de Picasso, Munch, Schiele y Francis Bacon; reproducciones de Saturno devorando a sus hijos, El aquelarre y Perro semihundido, de Goya. (¡Qué lástima que entablar conversación con este caballero, cuyo gusto por las obras de arte macabro es muy similar al mío, a juzgar por su ensimismamiento en las Pinturas negras de Goya, suponga una imprudencia por mi parte!). Estoy, en efecto, admirado: es extraordinario que Aaron Neuhaus sea capaz de vender obras de arte tan caras en este rincón tan remoto de Seabrook, Nuevo Hampshire, en temporada baja.