No publiques mi nombre - Cristina Fallarás - E-Book

No publiques mi nombre E-Book

Cristina Fallarás

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Beschreibung

Cristina Fallarás lleva años recibiendo y compartiendo testimonios de mujeres víctimas de violencia de género (primero en Twitter y después en Instagram). En febrero de 2024, esta última red social le cerró la cuenta y todo estalló. En ese momento, Cristina decidió publicar todos esos testimonios en formato libro como herramienta de lucha contra el maltrato a las mujeres, al temer que pudiera perder todo el material acumulado durante tanto tiempo. La forma en la que lo compartía era mediante captura de pantalla, eliminando el nombre de la víctima, eso era lo que ellas le pedían: «No publiques mi nombre». Este libro recopila parte de esos testimonios como una forma de salvarlos del olvido. Las voces reunidas en estas páginas crean una poderosa arma de resistencia política que demuestra que decir #SeAcabó nos permite romper el silencio, el miedo y la vergüenza. La compilación está acompañada, además, de un estudio de la socióloga Nerea Barjola que profundiza el fenómeno del #SeAcabó y los testimonios tras él.

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Página de legales

Los derechos de autora de este libro se reinvertirán en dar voz a los testimonios de las mujeres contra la violencia machista a través de la Asociación Acción Comadres.

© 2024, del prólogo, Cristina Fallarás.

© 2024, del epílogo, Nerea Barjola.

© 2024, Siglo XXI de España Editores, S.A.

Travesía Bellver, 2 - 28039 Madrid

Tel (34) 676 22 28 70

[email protected]

www.sigloxxieditores.com

Diseño interior: Sebastián Sánchez Yáñez Diseño de cubierta: Estudio Pep Carrió Corrección: Íñigo Lomana

1ª edición en formato digital (ePUB): noviembre de 2024

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto451

ISBN: 978-84-323-2134-4 Depósito legal: M-22835-2024

Índice

Portada

Agradecimientos

Prólogo, por Cristina Fallarás.

Una ya no es la misma

Testimonios contra la violencia sexual

Epílogo, por Nerea Barjola.

El silencio no existe

Lista de páginas

Portada

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Puntos de referencia

Portada

Comienzo de lectura

Tabla de contenidos

A todas las mujeres que están construyendo con sus testimonios una memoria colectiva de la violencia contra todas nosotras.

Es una revolución. Sus palabras son nuestras armas. Su valentía, nuestro futuro.

Agradecimientos

Las mujeres cuyos testimonios aparecen en este libro son una pequeñísima parte de todas las que me han enviado sus relatos y siguen haciéndolo. Quiero agradecer a todas ellas, las que aparecen y las que no, miles de mujeres valientes, su contribución a la construcción de una memoria colectiva de la violencia contra nosotras. Este libro es solo una muestra. Con sus escritos, todas ellas hacen de esta sociedad un lugar mejor, más justo, no solo para las mujeres, sino para todas las personas que la habitamos, y muy especialmente para las generaciones venideras. Son las que rompen el silencio para que otras muchas, todas, podamos empezar a vivir en libertad y en paz con nosotras mismas. No es necesario que den su nombre, que expongan su identidad. En la construcción del relato común todas somos todas. Ese relato común precede necesariamente a la denuncia. La memoria que conforman estos testimonios aparece como ineludible y previa a cualquier señalamiento individual en su construcción de una narrativa común que nos explique.

Gracias al trabajo concienzudo, generoso y preñado de humanidad de la periodista Andrea Aldana. Ella es quien ha repasado, uno a uno, los testimonios de las mujeres que aquí aparecen.

Gracias a mis compañeras de ACCIÓN COMADRES: Lydia Aguirre, Andrea Aldana, Piluca Baselga, María Botto, Cecilia Gessa, Marisa Kohan, Esther López Barceló, Karmele Marchante, Marta Prieto, Zinnia Quirós, Vicky Rosell y Amparo Sánchez «Amparanoia». Sin ellas, sin su apoyo incondicional, su compañía y su generosidad, yo no habría podido llevar a cabo la recogida de los testimonios que constan en este volumen y todos los que permanecen en las redes.

Gracias a Lourdes Lucía, siempre generosa, por ponerme en contacto con el editor de este libro, Emili Albi. Y al propio Albi, por asumir el riesgo de imprimir las voces de las mujeres, por comprender la importancia de este acto.

Cristina Fallarás

Prólogo

Una ya no es la misma

Es 30 de agosto de 2023. Una mujer se sienta al teclado y escribe: «Tanto mis primas como yo sufrimos tocamientos por parte de mi abuelo durante años. Hasta los doce, que ya no me dejé más. Mi abuela lo sabía y cerraba la puerta». Me llega solo eso, un párrafo sin adornos, un párrafo roca, párrafo desierto y espina. Son exactamente las 5:19 de la madrugada cuando envía el mensaje. Yo lo abro pasadas las siete y media de la mañana, unas dos horas después de que lo haya mandado, no sé cuántas después de que lo haya escrito. Tampoco sé si eso es estrictamente lo que recuerda, lo que se permite expresar o el resultado de varios recortes y ediciones. En cualquier caso, no puede llevar mucho redactado, porque hace solo un par de días que he instado a las mujeres a que me envíen los relatos de violencia sexual que recuerden. Exactamente, el 28 de agosto.

Para hacer lo anterior, para teclear la agresión o agresiones sufridas, una mujer tiene antes que haberlo rescatado del lugar donde la memoria arrumba todo daño insoportable. El momento de recuperarlo, cuando la agresión de entonces empieza a asomar la cabeza, no resulta exactamente doloroso, no solo. Lo sé por experiencia propia. Resulta mucho peor, es de una bestialidad desconocida. Como si alguien o algo, o tú misma, te quitara una funda de golpe, de un tirón fuerte, y esa funda fuera tu propia piel y dejara el cuerpo en carne viva. Sí, es como desollarte. Es pasmo, grito, rechazo, ira, parálisis, culpa, miedo; es cada uno de estos sentimientos y todos a la vez. Es esa forma de palmotear alrededor y a tientas, en vano, para recuperar la funda que te protegía de ti misma y de tu memoria. Es la soledad en estado puro. Es el Ártico en cueros.

No puedo dejar de pensar en los miles de testimonios que he leído, en los miles de mujeres valientes ante su propio dolor, que recuperan recuerdos tantas veces pringosos de vergüenza y culpabilidad. Pero este es solo el primer paso.

Después llega el momento de lidiar con esos recuerdos. No solo los rescatados de forma consciente, también los otros, que van emergiendo a traición, inesperados, que parecen de la memoria de otra: negación-afirmación, negación-recuperación, negación-evidencia. Ese es el segundo tramo del camino. Todo esto no lo he aprendido en ninguna terapia, ni en los libros, sino de ellas y de su forma de narrarse, de todas nosotras. A algunas les lleva años rescatar y mirar a la cara lo que sucedió; a otras, décadas; muchas pasarán toda la vida enredadas ahí, en los brazos de la inconmensurable estrella de hielo.

Pero este es solo el segundo paso.

Después es necesario ordenar lo sucedido, ponerlo en palabras, o sea, nombrar. No es lo mismo el recuerdo difuso del asco, de la vergüenza, de un escalofrío o de la penumbra de una habitación que nombrar la mano, el dedo, la vulva. Hay que llamar vulva a la vulva, o coño, o genitales, o partes íntimas, o sencillamente «ahí abajo». Para elegir las palabras necesitas arrancártelas del lugar más tierno, el que más duele, esté donde esté en cada caso. Elegir las palabras. Pene, mano, dedos, boca, saliva, culo, pechos. O polla, zarpa, hocico, babas, ano, tetas, pezones. Las palabras son el pensamiento y son la historia misma, el recuerdo. La mujer que escribe «me metía el dedo en el coño» y la otra que dice «me penetraba ahí abajo con la mano» hablan de lo mismo, y una se pregunta si sus vivencias son distintas, igual que lo son sus palabras, si es distinta su rabia.

Nada es simple, cada relato retrata un mundo, muchas vidas en una sola, generaciones, economías. Pero este es solo el tercer paso.

Después hay que sentarse y escribir los términos elegidos, que hasta ese momento son solo pensamiento. Las palabras que han temblado en la mente toman cuerpo sobre el teclado, letra a letra. De cada signo emana el hedor de la herida infectada, cada golpe de tecla rasga una veladura del pudor para ir dejando a la mujer expuesta ante sí misma ya para siempre. En muchos, muchísimos relatos, se repite la frase «es la primera vez que lo cuento» y, sin embargo, hay una diferencia sustancial entre contar y escribir. Escribir incluye la posibilidad de borrar, de corregir, de volver de nuevo sobre lo recordado y de elegir otra palabra más atinada. Para que permanezca.

Escribir es un paso más, tiene otra solidez y, una vez hecho, permanecerá. Pero este es solo el cuarto paso.

Después, en uno de esos gestos que todavía me maravillan, gestos extraordinarios que parecen no responder a ninguna lógica aprendida, que no forman parte de nuestras costumbres, la mujer golpea la tecla adecuada y envía lo escrito, el resultado de todos los procesos anteriores, a otra mujer desconocida. En este caso, a mí.

***

El 20 de agosto de 2023, la selección española ganó la final de la Copa Mundial Femenina de Fútbol contra Inglaterra. Luis Rubiales era entonces el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Millones de aficionadas y aficionados del mundo entero estaban pendientes de sus pantallas cuando él se agarró el paquete —o sea, el bulto formado por pene y testículos— para celebrar el gol de su equipo. El hombre estaba ahí, en el palco, junto a la reina Letizia y su hija, la infanta Sofía, cuando se echó mano a la entrepierna, lo que soliviantó a los sectores más conservadores de la sociedad española. Y me detengo en este detalle porque creo que, sin él, quizás los acontecimientos no se habrían sucedido tan deprisa. Sin embargo, el meollo no estuvo ahí. Los mismos millones de personas que contemplaron el paquete de Rubiales, y algunas más a las que el asunto había pasado desapercibido, vieron atónitas cómo aquel hombre agarraba a la jugadora Athenea del Castillo y la cargaba sobre su hombro como un fardo, agarrándola del muslo. Y, sobre todo, asistieron al gesto que detonó una protesta internacional y que fue el germen de este libro: el presidente Luis Rubiales agarró con las dos manos la cara de la centrocampista Jenni Hermoso y le plantó un beso en los labios contra su voluntad. Aquello provocó la indignación general, las imágenes se hicieron virales y a la Federación solo se le ocurrió inventar un comunicado con declaraciones de la jugadora que resultaron ser falsas.

Lo que siguió fue un clamor internacional para pedir la dimisión de Luis Rubiales del que formaron parte varias políticas españolas. El mismo día 20 de agosto, la entonces ministra de Igualdad del Gobierno de España, Irene Montero ya se refirió al acto de Rubiales como «violencia sexual»: «No demos por hecho que dar un beso sin consentimiento es algo “que pasa”. Es una forma de violencia sexual que sufrimos las mujeres de forma cotidiana y hasta ahora invisible, y que no podemos normalizar». El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declaró que no era suficiente con que el presidente de la Federación pidiera disculpas. Equipos femeninos de fútbol de varios países mostraron su apoyo a Hermoso con brazaletes, pancartas y múltiples declaraciones. Hasta que, solo cinco días después de una victoria que ya no parecía ni victoria ni deportiva, el 25 de agosto de 2023, dos sucesos vinieron a cambiar el curso de lo que estaba ocurriendo y se podía prever que ocurriría: la comparecencia pública de Luis Rubiales y un tuit de la capitana de la selección femenina, Alexia Putellas.

En principio, Rubiales había expresado a sus allegados la intención de dimitir tras el escándalo. Sin embargo, aquel viernes 25 de agosto, con la temperatura exterior en Madrid rozando los 40 ºC, el todavía presidente de la RFEF se plantó ante la asamblea de presidentes de federaciones de fútbol españolas y se arrancó con un «no voy a dimitir, no voy a dimitir, ¡no voy a dimitir!». El aplauso fue largo y sofocante, como la tarde que acababa de empezar. El discurso de Rubiales parecía sacado de un manual del machismo más chusco. Según dijo, el «beso» a Jenny Hermoso fue «espontáneo, mutuo, eufórico y consentido», y él, «víctima del falso feminismo». Criticó a quienes llamaba «falsas feministas», mencionó a su familia, trató de retratarse como la víctima de una confabulación radical, de un mundo donde las feministas, enloquecidas y furibundas, habían subvertido el sentido común. El resultado no solo fue bochornoso, sino que consiguió aquello que no había acabado de lograr el «piquito» —las palabras son suyas— propinado a Jenni Hermoso: puso en marcha un movimiento de denuncia que, siguiendo el modelo del #MeToo, el #Cuéntalo o #BalanceTonPorc, iba a aflorar el hartazgo de las mujeres por la violencia sexual sufrida a lo largo de nuestras vidas. Una violencia sexual que es habitual, constante, socialmente tolerada y que empieza a mostrar sus fauces ya en la infancia.

Puedo imaginar que dos fueron las frases de Rubiales que colmaron la paciencia, entre otras, de la capitana Alexia Putellas, porque la repulsa resultó unánime. La primera: «El deseo que podía tener en ese beso era exactamente el mismo que podría tener dándole un beso a una de mis hijas». Y la segunda y definitiva: «Nos abrazamos. Ella fue la que me subió en brazos y me acercó a su cuerpo». Lo que hacía Rubiales era sacudirse de encima la culpa a base de echársela a la jugadora. A aquel «me acercó su cuerpo» solo le faltaba el clásico «la muy zorra».

Tres minutos pasaban de las dos y media de la tarde, aún estaba caliente el micro de Rubiales, cuando Alexia Putellas publicó el tuit que dio lugar a uno de los mayores movimientos de denuncia de la violencia sexual conocidos. El mensaje era tan sencillo como tajante: «Esto es inaceptable. Se acabó. Contigo compañera @Jennihermoso».

En cuanto lo vi, pensé que ahí estaba el hashtag, que Putellas acababa de brindarnos a las mujeres una nueva posibilidad de relatarnos, esta vez desde las agresiones sexuales: #SeAcabó. Efectivamente, a los pocos minutos las redes empezaron a llenarse de narraciones con besos no deseados, sobeteos, manos que te pasan sobre la teta, roces en el culo y en los genitales…

***

Además del hartazgo por el señalamiento de la jugadora, ese «me acercó su cuerpo», lo ocurrido entre el 20 y el 25 de agosto de 2023, entre la agresión de Rubiales y su miserable alegato público, sucedió algo más, uno de esos cambios en apariencia pequeños, discretos, pero que vienen a modificar la percepción que una sociedad tiene de sí misma. O sea, que es revolucionario. «Qué pensarán de todo esto las verdaderas víctimas» de la violencia machista, se preguntaba Luis Rubiales en su comparecencia. Ahí, justo ahí estaba la clave del cambio: «falsas feministas» y «verdaderas víctimas». Ese señor, de gestualidad violenta y aspecto hipermasculinizado, millonario, blanco, heterosexual, evidentemente machista agresivo, venía a poner en evidencia que son ellos, él y los que son como él, quienes deciden quién es o quién deja de ser víctima, quién agrede y quién sencillamente «da un piquito» o muestra la típica galantería «de toda la vida», de «otros tiempos», como señaló Plácido Domingo en su día.

La idea de que existen las «verdaderas víctimas», frente a las «falsas denuncias» y las «falsas feministas», no resultaba novedosa, pero sí lo fue, en cambio, la reacción que provocó en las mujeres, y resultó sustancial para entender su respuesta. «Yo nunca había pensado que lo que me hicieron era importante —me escribió una de ellas en su particular #SeAcabó—, pero si un pico ha provocado todo esto, he entendido que todo cuenta». En esa frase se resume la construcción que hasta ahora hemos manejado de lo que es una agresión machista, una «verdadera» agresión machista.

En la abrumadora cantidad de relatos que he ido leyendo desde aquel día no aparece la narración de ningún asesinato, de ningún feminicidio. Aparecen, sí, algunas violaciones por parte de varios hombres, lo que venimos a llamar agresiones en manada, pero son rarísimas. La inmensa mayoría de las mujeres cuentan agresiones sexuales en el trabajo, por parte de sus novios, sus padres, abuelos, hermanos, primos, padrastros, agresiones sexuales por la calle, en fiestas, en consultas médicas, gimnasios y colegios, en campamentos de verano y almacenes, tocamientos, masturbaciones impuestas, persecuciones, acosos.

Sin embargo, hasta aquel momento, nuestra idea de qué significaba la violencia sexual, la «verdadera» violencia sexual, permanecía entre las gasas de múltiples silencios. Los medios de comunicación solo relatan los asesinatos, uno a uno. Resulta, por supuesto, imprescindible que lo hagan, pero esa postura ha acabado delimitando qué consideramos una «verdadera» agresión: los asesinatos. Y en el caso de la violencia sexual, algunas violaciones múltiples, grupales, habitualmente perpetradas por menores de edad, a niñas. Eso es lo que aparece en los medios de comunicación, porque es eso lo que nos resulta insoportable. Eso es. Los medios y la construcción patriarcal que los sostiene dictan qué es insoportable y qué no. Qué merece ser contado, señalado, y qué no.

Cuando se señala lo insoportable, se retrata su contrario: lo tolerado. Toda sociedad tiene la violencia que tolera. Y la violencia contra las mujeres —habitual, constante, ubicua— se tolera con esa soltura que conceden las tradiciones bárbaras. Pero de pronto, el asalto de Rubiales a Hermoso hizo añicos la idea de que existen agresiones de primera y de segunda. Sucedió con el #MeToo y con el #Cuéntalo. Se llama mecanismo de identificación. «Leer lo que cuentan otras ha despertado en mí recuerdos que estaban olvidados» es otro de los mensajes que más se repite en los incontables testimonios que he ido leyendo. Si la sociedad no te ampara, si no contempla siquiera la agresión que has sufrido, esta acaba desterrándose al rincón de los dolores inconfesables. El problema es que desde ahí, desde su escondite, va emponzoñando tus relaciones, tu sexualidad, tu confianza en ti misma, tu forma de ganarte el pan, tu vida entera.

Los relatos de las mujeres unidas por el #SeAcabó despiertan a otras mujeres, que a su vez destaparán los recuerdos de otras, que a su vez... en un avance que empieza a llamar a las cosas por su nombre. Es cierto que leyes y teorías ya existían, pero de poco sirven si no nace la costumbre, si no cunde el ejemplo, si no aparece el relato que teje una nueva memoria colectiva. Empezamos a entender que toda agresión machista, por el simple hecho de existir, lo es. Ni mayor ni menor. Cada una es en sí misma una bomba de racimo contra una vida sana y plena, esa que fue posible y se pudrió por el dolor, el miedo, la soledad, el asco tras la agresión sufrida; sufrida y escondida tantas veces. «Es la primera vez que lo cuento.»

Porque esa vida se pudrió, pero no definitivamente, y sé bien de lo que hablo. No, porque el hecho de narrarla, de reconocerte en otras, el sencillo ejercicio de ponerla en palabras, sana. El movimiento #SeAcabó, como el #MeToo o #Cuéntalo, pone en evidencia que no hace falta que te maten o que te violen en manada para reconocer que has sido víctima de una agresión machista. Ni falsa ni verdadera: agredida, como todas. Y ninguna agresión es menor.

***

A continuación, para relatar la mecánica de mi trabajo, reproduzco parte de un artículo que publiqué en la revista Pikara titulado «Ser todas, ser canal», (1) porque considero que si algo está bien explicado es una bobada volver a exponerlo con otras palabras. Este es:

Recibo el texto en mi buzón de mensajes de Instagram. Lo abro y lo leo. Doy las gracias. Veo cómo se puede recortar el mensaje para ofrecerlo en forma de imágenes. Hago las capturas de pantalla. Voy a mis «imágenes» del móvil. Las troceo para que quepan en el muro de la red. Cuido que no aparezca ninguno de sus datos ni la foto de perfil. La mayoría de las mujeres me piden explícitamente que sus relatos sean anónimos. Imagino que quienes no lo hacen es porque saben que desde el primero fue así. Entendí ya antes de empezar que no solo no darían los nombres de los agresores, sino que únicamente desde el anonimato hablarían las mujeres. Las cosas aún funcionan así. Las cosas no tienen prisa. Yo tampoco. Nosotras no deberíamos tener prisa en esto. Alguna me dice: «Tenemos que dar los nombres». Otras apremian:«Tenemos que dar la cara». Los avances tienen su ritmo, como el dolor. Cuando el daño aún sangra —y todos lo hacen, porque el silencio no cose—, no se lo puede azuzar.

[…]

Trabajo con el teléfono. Lo llevo siempre encima. Aprovecho las horas del desayuno y la comida, los viajes en metro y bus, las pausas para descansar del trabajo, los minutos de publicidad en los platós de televisión. Vivo en esos mensajes. A veces, de forma muy consciente, entro en ellos, me enfrasco, puedo temblar con las letras de cada palabra elegida. No es lo mismo escribir coño que vulva, vulva que «dentro de las braguitas» o «ahí». No es lo mismo decir «penetración anal» que «me folló el culo» o «por detrás». Otras veces no, solo los sobrevuelo. Resulta imprescindible permanecer entera. Romperse es algo que no podemos permitirnos. Conozco algunos mecanismos de protección y autocuidado. Recuerdo la época del #Cuéntalo. Arrancó en abril de 2018. Desde entonces hemos aprendido mucho, yo he aprendido casi todo lo que sé sobre esto. Una nunca sabe cuánto sabe ni qué vendrá después. Como sucede con las mujeres y sus relatos, con las violencias y las memorias, solo cabe darles espacio y acompañar. Estar ahí, ayudar a que suceda.

No consiste en ser emisora ni receptora exactamente. Consiste, creo, en ser canal. Recupero, para entenderme y construir, los rudimentos de la teoría de la comunicación. Respondo a la remitente con un beso y las gracias. A veces, muy pocas, necesito algo más, enviarle unas palabras. Otras, no sabría qué decir. No sé cómo contestar a la mujer cuyo marido le huele las bragas cuando las lleva mojadas de flujo para acusarla de haber follado. No quiero extenderme con aquellas que narran las agresiones sexuales en la infancia y adolescencia, que conozco bien. Rechazo la identificación, caer en eso. No es mi papel dialogar. Soy canal.

Eso es. Han faltado los canales. No hay ni ha habido dónde hacerlo. Hace algún tiempo, con la aparición de las redes, cundió la idea de que una es su propio medio de comunicación. Podría suceder un paso más. Se me ocurre que podríamos, además, ser canales de aquellas que eligen no aparecer, no constar, no nombrarse ni poner su cuerpo directamente. Ellas son un mensaje que es el de todas. Prestarnos como canales de sus relatos, construir un todas en narración. Sí, eso podría ser.

***

El 28 de agosto de 2023 empecé a recopilar los mensajes que las mujeres me enviaban por mensaje directo en la red Instagram. A medida que los iba publicando, aumentaba su número, hasta el punto de que se ha acabado convirtiendo en inabarcable. La inmensa mayoría de ellas me pedía lo mismo: «Por favor, no publiques mi nombre» o sencillamente escribían un escueto «anónimo, por favor». Pronto, porque estos movimientos se asumen en cuestión de horas, dieron por sentado que los testimonios se colgaban en mi cuenta eliminando sus identidades. Creo que esa es precisamente la razón por la que he recibido y sigo recibiendo una cantidad casi insoportable de relatos sobre agresiones sexuales sufridas en la infancia por parte de algún familiar. No es el objeto de este libro analizar tal punto, sino ofrecer una muestra significativa. En este caso, los testimonios que aquí constan pertenecen a los primeros meses del movimiento. Publicarlos todos habría requerido varios tomos. En cuanto al orden, sencillamente no hay ninguno. Bueno, en realidad sí, pero no es relevante. Se ofrecen tal y como los descargó la máquina, o sea, en orden alfabético. Como la identidad de las mujeres se ha ocultado, ha desaparecido también cualquier estructura.

En un primer momento, se barajó la posibilidad de agruparlos según el tipo de agresión o según el agresor. Por ejemplo, todas las violaciones paternas, las de carácter laboral, las de sumisión química, las de novios o exnovios… Por mi experiencia sé que la acumulación acaba, si se me permite la expresión, «anestesiando» a la lectora o lector. Cuando una lleva quince relatos sobre los tocamientos en la infancia por parte de un familiar, acaba de alguna manera acostumbrándose y finalmente todos se convierten en el mismo. Evitar eso parece necesario.

A la entrega de este libro llevo diez meses recopilando y publicando relatos de mujeres que han puesto en palabras alguna o todas las agresiones sexuales que han sufrido a lo largo de su vida. Hacia el segundo mes, noviembre de 2023, empezaron a llegarme algunas notas que comenzaban diciendo: «Le he leído a mi madre los mensajes que publicas y me ha contado que…». Ahí entendí que hay muchísimas mujeres, sobre todo a partir de cierta edad, que no tienen acceso a las redes sociales y que era necesario dejar constancia en un libro de al menos una parte de todo el material.

Mi trabajo ha consistido en leer los testimonios, recortarlos, difundirlos, responder a las que se dirigían a mí y compilarlos. La ardua tarea de editar todo ese material ha recaído en la periodista Andrea Aldana. Sé por experiencia propia que, después de hacerlo, una ya no es la misma.

***

[14/7/24, 20:04:55] Andrea Aldana: Te puedo decir más o menos que esto es lo que se menciona: el padre, el abuelo, el hermano, el tío, el primo, el conocido, el novio, el amigo, el conocido de un amigo, el amigo del novio de mi amiga, el médico, el cura, el policía, el jefe, el compañero de trabajo, el profesor, el entrenador, el papá de la amiga, el padrastro, el amigo de mi padre, el primo de unos primos, un desconocido... En fin, nunca están a salvo. Ningún espacio, ni siquiera el más íntimo, que sería el entorno familiar, es un espacio seguro.

[14/7/24, 20:06:16] Andrea Aldana: Eso que te acabo de escribir es una bobada, pero por si te sirve de algo. Yo estoy abrumada.

[14/7/24, 20:12:44] Cristina Fallarás: Me sirve, ¡ya lo creo!

[14/7/24, 20:12:54] Cristina Fallarás: Y sí, es abrumador.

[14/7/24, 20:13:42] Cristina Fallarás: He pasado meses, horas cada día, leyendo a esas mujeres y respondiéndoles, retratando sus relatos y troceándolos para poder publicarlos. Eso te cambia para siempre.

[14/7/24, 20:13:53] Cristina Fallarás: Igual que el trabajo que tú estás haciendo.

[14/7/24, 20:13:57] Andrea Aldana: Uff, Cris.

[14/7/24, 20:14:01] Cristina Fallarás: Pero te digo: te cambia para bien.

[14/7/24, 20:14:02] Andrea Aldana: Y eso es solo en España.

[14/7/24, 20:14:05] Andrea Aldana: ¿Te imaginas?

[14/7/24, 20:14:28] Cristina Fallarás: Imagina en Colombia, en México, en Marruecos, en Mali, en Carolina del Sur.

[14/7/24, 20:14:31] Cristina Fallarás: Madre mía.

[14/7/24, 20:14:37] Andrea Aldana: Espantoso.

[14/7/24, 20:14:42] Andrea Aldana: He estado pensándolo.

[14/7/24, 20:14:47] Andrea Aldana: Y súmale lugares en guerra.

[14/7/24, 20:15:10] Cristina Fallarás: Y los lugares donde ya ni personas se las considera, súmale Afganistán.

[14/7/24, 20:15:22] Cristina Fallarás: Te quiero, preciosa.

[14/7/24, 20:15:27] Andrea Aldana: Horrible.

[14/7/24, 20:15:33] Andrea Aldana: Un beso.

[14/7/24, 20:15:42] Andrea Aldana: Te quiero mucho también.

1. El texto puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.pikaramagazine.com/2023/09/ser-todas-ser-canal/.

Testimonios contra la violencia sexual

30-08-2023 01:10

Con once años, mis padres permitían que pasara tiempo a solas con un amigo de la familia que era de la misma comunidad religiosa, testigos de Jehová. Él me convenció, incluso falsificó documentos del hospital, de que para curarse de sus úlceras de estómago necesitaba beber orina fresca. Me obligaba a mear en un vaso y él iba luego y se lo bebía. Tardé años en entender el nivel de perversión. A eso le unimos señoros en coche que vienen cerca del colegio a pajearse, o señores que vienen y te ofrecen dinero desde su coche al volver del colegio a casa. He vivido siempre en zonas residenciales, esto pasa en todos los lugares y no es un problema de clase. #SeAcabó.

02-09-2023 08:21

Escribo por todos los testimonios que estoy leyendo, que vaya sin nombre, por favor. Tengo miles de recuerdos de hombres tocándome, metiéndome mano, mirándome de forma asquerosa, exnovios que me han violado y he tardado años en entenderlo... Me han llamado puta, zorra, me han llegado a decir: «Ojalá alguien te pille y te destroce», cuando me he defendido. Pero el recuerdo más jodido es de un hombre siguiéndome hasta mi casa, intentando meterse conmigo al portal y, cuando conseguí soltarme, me dijo: «¿Sabes por qué me he quedado contigo? Para demostrarte que no todos los hombres somos malos». Su mirada era de odio y parecía que en cualquier momento se lanzaría a por mí.

Me ha venido otro recuerdo más: una noche un tipo estuvo muy pesado conmigo, todo el rato se acercaba, me rozaba. Fui al baño e intentó meterse conmigo. Cuando salí, me echó su chaqueta por la cabeza, pero me la quité rápido, se la eché encima y lo empujé. Vino directamente hacia mí y le tiré la cerveza encima. Me tuve que ir del bar porque TODOS los tíos me increparon por haberles salpicado.

29-08-2023 03:26

Después de muchos años de lo ocurrido, me atrevo a contar el caso más grave por el que he pasado. Todo mi apoyo a todas las mujeres que han sufrido tanto daño. Yo tenía diecinueve años. Nos divertíamos bailando en la discoteca y en un bar musical, todos nos conocíamos. Ese día estábamos en el bar con mis amigas y llega un chico, con el que bailaba y nos habíamos visto varias veces, con otro amigo que también conocíamos. Él se acerca a mí y me invita a ir a casa de su amigo. Yo era bastante desconfiada, pero sabía que su amigo estaba casado y tenía niños. Le pregunté si ella estaba en casa y me dijo que sí. Los acompaño, y cuál es mi sorpresa cuando llego y no hay rastro de su mujer y los niños. La situación se vuelve muy incómoda y empiezo a tener miedo. El chico nos ofrece algo de beber. Yo nunca tomaba alcohol y me dio un zumo, ellos tomaban una botellita de champagne. Yo le pido que me muestre el lavabo. Cuando salgo, mi amigo se había ido y yo me encuentro sola con el chico casado.

Le digo que también me voy, pero cuando llego a la puerta, está cerrada con llave. Le suplico que me deje salir, empujando la puerta, pero él saca una navaja y me la pone en el cuello. Yo me quería morir. Me lleva a la habitación, me obliga a desnudarme y me viola, con la navaja en la mesita de noche. Ha sido terrible porque no sabía si me iba a matar, pero me dejó ir. No se me pasó ni por un momento denunciar. Sabía que nadie iba a estar de mi lado. Estuve una hora debajo de la ducha tratando de borrar toda huella de aquel violador.

Te ruego discreción. Mi familia jamás ha sabido nada y si mi hijo se llega a enterar de esto, iría a buscarlo. Nunca puede saberlo.

19-09-2023 14:07

Al ser tan pequeña no entendía nada, pero de grande sentía un placer especial haciendo lo mismo. Entiendo que es una confusión traumática que deben de sentir muchas abusadas porque se mezcla el placer sexual con el abuso y la intimidación sexual en la infancia, no quiero decir que cuando era niña lo sentía, pero sí lo sentí después. No puedo ni imaginar lo que deben de estar viviendo todas estas mujeres en su vida sexual ahora mismo. Hay que estar con compañeros que entiendan, respeten, cuiden y, por supuesto, que denuncien la mierda de otros hombres. Mi experiencia es ínfima comparada con los abusos sexuales que estoy leyendo. Os doy muchos ánimos y valentía para salir de ese infierno.

Club de esplai, yo con diez años. Las dos noches, el monitor me llevó a la tienda de campaña y se me puso encima, acostado, a refregarme su cuerpo y su pene hasta que se corría. Yo estaba paralizada. Les dije a mis padres que no quería volver más al club de esplai. Ahí quedó todo.

A los dieciocho años estoy en una terraza con mi madre y veo de frente, sentado en una mesa, al monitor con el polo del club de esplai. Me viene todo a la cabeza y lo entiendo. A esa edad ya habíamos hablado de educación sexual con mis padres y ya sabía por experiencia qué significaba lo que me hizo. Se lo conté al momento a mi madre y me dijo: «Vámonos de aquí, porque cuando llegue tu padre lo mata a hostias». Me siento culpable por no haber denunciado, ya que lo habrá hecho con un montón de niñas más. También me pasó algo que aún me pasa, y es que me excita mucho que me hagan lo mismo que hizo él.

22-09-2023 15:54

Voy con mi historia, que es como la de muchas otras. A los treinta y seis años empiezo a recordar los abusos sexuales por parte de mi padre cuando yo tenía unos seis o siete años. Ahora tengo cincuenta y seis años y me han diagnosticado un trastorno de identidad disociativo que tengo desde que sufrí los abusos y que me salvó la vida.

Durante toda mi vida he sufrido abusos por parte de jefes, taxistas, compañeros de trabajo y desconocidos. Al disociarme era una presa fácil. Lo olvido casi todo y lo sé por pesadillas o flashes. Es todo una mierda.

14-09-2023 13:55

Cuando tenía unos siete años, en el comedor escolar, un compañero de clase me llamó al baño que usábamos tanto niños como niñas. Allí me encontré a su hermano, de unos doce años, quien cerró la puerta y me metió la lengua sin previo aviso. En cuanto pude hui de ahí, pero cada vez que le veía por el colegio o el comedor me entraba ansiedad. Por suerte no tengo secuelas, pero siempre me atemorizó dar mi primer beso de verdad por miedo a sentir la misma sensación.

30-08-2023 01:03

Con dieciséis años comencé a trabajar por primera vez. Los clientes y mi jefe me trataban como una persona adulta, por lo que las bromas sexuales eran continuas y se convirtieron en parte de la jerga laboral. Me reía y sentía que era algo que debía aceptar. Un día, uno de los clientes me tocó el culo. En primera instancia me reí y solo dije: «Por ahí no», con un tono leve. Cuando llegué a casa y reflexioné sobre lo que había pasado, se me escaparon las lágrimas. Estamos acostumbradas a no ser respetadas y a sobrellevar la situación para no parecer exageradas.

28-09-2023 22:11

Fue en la boda de mi hermano. Mi ex me folló mientras yo dormía. En mi casa todavía se lamentan porque lo dejé. Al dejarlo, me mandó un audio de cuarenta y cinco minutos para decirme que si ya no sentía interés por mí era porque no usaba tanga como antes ni tacones, que ahora vestía muy masculina.

La primera vez que fui al ginecólogo tenía dieciocho años, fui con mi tía. Y el señor ginecólogo que me agenciaron soltó un: «Ya sabía que tenías algo muy bonito escondido», cuando abrí mis piernas. Su mirada… Asco. Quedé tan traumatizada, aterrorizada, que jamás he vuelto al ginecólogo. Tengo treinta y cinco años.

03-09-2023 10:44

Anonimato por favor. Cuando tenía catorce años me gustaba un chico, el líder de mi clase, y empezamos a salir. Yo era muy tímida, mi primera relación. Una tarde me llevó a casa de un amigo suyo. No estaban los padres y había dos parejas más, cada pareja en una habitación. Intentó penetrarme, pero me dolía mucho y me negué, me obligó a hacerle una felación. Yo ni siquiera sabía lo que era, sentí tanto asco que tuve arcadas y casi vomito. Cuando salimos del dormitorio contó lo sucedido a las otras dos parejas, dijo que era una estrecha y una calientapollas. No los conocía de nada. Sentí tanta vergüenza que me puse a llorar y se burló de mí. La relación terminó, pero todos los días lo veía en clase y se reía de mí.

Tengo sesenta años y nunca se lo he contado a nadie ni he podido hacer una felación, ni a mi marido.

30-08-2023 11:40

Recuerdo dos momentos con mucha amargura.

Tenía seis años, estábamos de vacaciones y un tipo asqueroso de entre treinta o cuarenta años se nos acerca. En un descuido de segundos de mis padres, me dijo en voz alta: «Si no estuvieran delante tus padres, la de barbaridades que te haría», para después describírmelas. Sabía que algo estaba mal, pero en su momento no lo entendí. Nunca se me olvidaron esas palabras y cuando crecí, comprendí lo que me había dicho y me destrozó por dentro.

Con diecisiete años me lie con un chico, quise parar pero él no, me rompió y arrancó la ropa intentando penetrarme, no denuncié. Estaba en otro país, borracha, sola, y sentí que yo me lo había buscado por imprudente. Muchos años he ido con cadenas gruesas que empuñaba al volver a casa de madrugada. Sabía que si me defendía así, yo misma me podía buscar la ruina, pero era la única forma en que me sentía segura después de haber tenido que correr, incluso delante de un coche con cinco tíos gritando que nos iban a violar a mi compañera y a mí, y tener que dispersarnos y llegar a casa por separado después de despistarlos. Terror, una noche cualquiera, volviendo tranquilas a casa.

Uno de los motivos por los que tuve mucho miedo de denunciar los malos tratos de mi expareja era que, conociendo su carácter, estaba segura de que de alguna forma se buscaría su revancha. Me acordaba de las fotos íntimas que conservaba mías, fotos que sé que aún conserva si no he tenido la suerte de que pierda todos sus archivos. Aunque yo hace siglos que no le contesto, él se encarga periódicamente de hacerse presente y, durante nuestros primeros meses separados, de recordarme sutilmente que tenía ese material.

Trabajo como fisio geriátrica. Las mujeres suelen abrirse mucho con nosotras por la simple cercanía física. Muchas, a lo largo del tiempo, me han hablado de sus experiencias sexuales y su vida en general. Es terrorífico cuántas mujeres sufrieron abuso sexual en la infancia y sus familias lo ocultaban, o incluso las culpaban, en lugar de apoyar. Cuántas fueron violadas en su noche de bodas o en su primera relación con su marido. Cuántas han sido violadas como norma habitual en su matrimonio, cuántas agotadas de parir y criar como animales, explotadas. Cuántas deseaban divorciarse y sintieron que no podían. No eran pocas, os lo puedo asegurar, especialmente en el rural. Y nunca lo contaron, pero con el personal de cuidados a veces se desahogaban y liberaban un poquito.

29-08-2023 23:48

Y cuando el que abusa, física y psicológicamente, es un policía nacional con arma reglamentaria, esposas, porra, etc. ¿Quién te defiende? ¿Quién te cree?

29-08-2023 02:23

Anónimo que hay personas implicadas. No publiques mi nombre, por favor.

Con dieciocho años me drogaron con una copa. Los médicos dijeron que probablemente LSD y sumisión química. Estaba con amigas. La que era mi mejor amiga ligó con un tío y se lo trajo a mi piso. Yo me encontraba fatal, me quedé desmayada, inconsciente en la cama de una de las habitaciones. Mi amiga salió de esa habitación y se quedó el chico con el que estaba ligando. El chico estaba tocándome, aprovechando que estaba totalmente inconsciente y dormida, cuando mi amiga pegó un grito. Me desperté de un susto y ella empezó a insultarme y llamarme zorra, se fue de un portazo. Otra amiga echó del piso al chico que iba con ella. En ese momento no entendí nada, después entendí que había hecho algo malo a mi amiga. Realmente, yo no había hecho nada y nadie me defendió. Esa chica dejó de hablarme y puso en mí contra a todo mi grupo de amigos contándoles que había calentado y ligado con el chico con el que estaba ella. No solo eso, también estuvo un tiempo saliendo con el acosador.

Yo perdí a mi grupo de amigos, menos a dos de ellos, y cogí una depresión. Nadie me defendió. La otra chica, la que echó al abusador de mi piso, estaba poniéndole los cuernos a su novio y era la única que había vivido todo lo que había pasado. Por supuesto, tampoco me llevaron al hospital, aunque me desmayara, aunque me diera una hipotermia y aunque estuviera super drogada sin haber tomado nada. El chico que se lío con la chica testigo, o su amigo, fue el que me dio la copa. Seguramente la drogaron también porque recuerdo que bebió del vaso, pero solo un sorbo o dos, o compartió con él, y era la única testigo de los hechos de esa noche con el abusador.

03-09-2023 04:08

Estoy por trabajo en París. El hotel, por casualidad, está al lado del cementerio de Montparnasse. Leyendo todos los relatos que publicas me viene a la mente que hace quince años, cuando yo tenía veinticinco y mientras visitaba el cementerio porque hay tumbas de muchos artistas y pensadores, un tío se estaba pajeando allí, delante de mí, entre las tumbas. Fue la primera vez que vi a un tío que se pajeaba delante de mí en el espacio público. La última vez fue el pasado 8M, también por casualidad, entre los contenedores de mi casa, mientras iba a coger el metro a las nueve de la mañana.

01-09-2023 14:18

No me acordaba, pero leyendo los relatos he recordado que de pequeña no quería llevar falda al colegio. Creo que nunca se lo contamos a nadie, pero los niños de la clase jugaban a meternos piedras en las bragas. Tendríamos seis o siete años. #SeAcabó.

22-09-2023 14:17

Yo he tenido la suerte de no sufrir más abusos que los considerados normales: que te soben, que te griten barbaridades por la calle... ¿Y sabes qué es lo que más me enfada? Que te ataquen cuando no sabes defenderte, cuando eres joven, vulnerable. Tenía doce años la primera vez que me gritaron «¡menudas tetas!» desde un andamio, catorce cuando me dijeron «yo me masturbo pensando en tus tetas», diecinueve cuando me sobetearon entre las piernas en una estación de metro semivacía, aterrorizada. Y ahora, a mis cuarenta y dos años, cuando me siento fuerte, capaz de responder y defenderme, ya no soy víctima, ya no soy deseable. Pronto lo será mi hija, espero ser capaz de enseñarle a defenderse, a no tolerar lo intolerable, a no normalizar el acoso.

14-09-2023 00:23

Tenía catorce años y en una de mis primeras borracheras me quedé casi dormida. Dormíamos todos juntos en una tienda de campaña y uno de los amigos decidió besarme y tocarme por dentro de las bragas a pesar de no darle ninguna respuesta de placer, ya que estaba consciente pero casi no. Al día siguiente le armé las cuarenta y le expuse frente a mis otros amigos. Sin embargo, a día de hoy me sigue costando no sentir culpa y llamar a lo que pasó por su nombre. Anónima.

29-08-2023 09:25

No publiques mi nombre, no estoy preparada. Yo tenía dieciséis años y trabajaba (y vivía) por primera vez en un complejo turístico lejos de mi casa y de mis padres. Tonteé con un compañero del trabajo, de treinta y cuatro años, sin saber ni lo que hacía. Me llevó al bar del complejo del que tenía llaves. Solos, lo intenté frenar. Dije que no quería, pero siguió. Me tumbó en las escaleras y me bajó los pantalones. Le dije que no quería, que me dolía, pero no paró. Tardé tiempo en descubrir que el sexo no dolía, más aún en asimilar que él lo sabía. Diecisiete años tardé en ponerle nombre a lo que había pasado, gracias al #MeToo. Era mucho más fácil pensar que era culpa mía, porque a los chicos no hay que calentarlos si no estás dispuesta a que pasen estas cosas. Esa noche me violó y no fue culpa mía. #Cuéntalo #SeAcabó.

07-09-2023 04:27

Tantas historias de mujeres desconocidas que nos resuenan y parecen un mismo relato, tu dolor, el dolor de todas, también el mío. Con cinco años, el canguro que supuestamente nos cuidaba a mí y a mis hermanas, mientras mi madre trabajaba, se metía en mi cama. Me olía, se refregaba, me tocaba, me lamía. Yo me hacía la dormida por miedo a que él supiera que me daba cuenta de lo que me hacía.

Mi padre siempre ha opinado sobre mi aspecto, mi cuerpo, mi pelo. De pequeña me daba besos en la boca como una forma cariñosa de saludarme, pero a mí no me gustaba. De mayor tuve que decirle que dejara de darme cachetes en el culo y decirme lo buena que estoy cuando se le antojara. Perdí mi virginidad a los quince años con miedo y pensando que hacía algo malo, sin placer alguno. A los dieciséis tuve mi primera pareja, él tenía treinta y dos.

Con veinte años, un cliente del bar donde trabajaba me convenció de ir para su casa al salir. Me doblaba la edad. Al llegar, cerró la puerta por dentro con llave, se metió una raya de coca y me llevó a su habitación. Le dije que tenía la regla y no quería tener relaciones, pero él dijo que le ponía. Me desnudó, me quitó el tapón de un tirón y me violó.

Llevo diez años en terapia para aprender que no fue culpa mía y para desaprender a tener atracción por hombres mayores que yo, fruto de mi trauma y de una relación totalmente confusa con mi sexualidad.

Estas son solo algunas de mis experiencias de abuso que ahora puedo reconocer gracias a la terapia y al feminismo. Espero que se levanten todas las alfombras y no volvamos a callar nunca más.

20-09-2023 07:46

Llevo semanas leyendo los testimonios que recibes con el corazón encogido y pensando «qué suerte he tenido de no haber sufrido estos abusos». Con el paso de los días, recuerdo «los hombres de la gabardina» en la adolescencia y los tíos que te tocan el culo en bares, el metro o el autobús. Que siempre he ido con miedo por la calle desde que empezaba a anochecer (17 h o 18 h en invierno), simulando que hablaba por teléfono con mi padre cuando volvía de madrugada caminando o en un taxi. Cerraba la puerta del portal detrás de mí y entraba corriendo al ascensor. Esto también es violencia.

Lo más fuerte que me está pasando: este último año he vuelto a salir de noche, ahora me desplazo en silla de ruedas y ya no tengo este miedo, soy invisible al deseo de estos indeseables. Alegrarme porque mi silla me protege de algún modo, vaya tela.

#SeAcabó, entre todas vamos a reconstruir esta sociedad en una más libre e igualitaria. Tengo cuarenta y cuatro años y, cuando volvemos tarde a casa, mis amigas y yo todavía nos escribimos para decirnos que ya estamos en casa. Benditas amigas, bendita tribu.

28-08-2023 13:48

Estoy leyendo los testimonios y he recordado varios míos, porque me he visto muy identificada. Siempre he odiado ir al pueblo, recuerdo a mi tío excesivamente sobón y cariñoso. Toda la vida, mi entrenador de judo me ha dado palmadas en el culo y luego otro que tuve arremetía continuamente contra mi cuerpo. El primer año de universidad, esperando el bus, un coche paró y el conductor empezó a hacerse una paja, me quedé bloqueada y él empezó a carcajearse. De siempre, en discotecas nos han sobado el culo y las tetas y cuando dabas un bofetón, defendiéndote, eras agresiva. Tengo dos hijos a los que educamos en el feminismo, día a día trabajamos por el respeto a la mujer y la igualdad de derechos y posibilidades, mi compañero de vida ha visto en estos años el miedo que me suscita ir sola por la calle, entrar sola a un parking… y lo vive con rabia por lo injusto que es.

Tenía treinta años, pareja estable y un niño de trece meses. Se nos rompió el preservativo y al día siguiente voy a la farmacia a por la pastilla del día después. Me empezaron a dar voces llamándome sinvergüenza y que por conciencia no me vendían la pastilla, que lo hubiera pensado antes. Salí avergonzada.

30-08-2023 05:20

Podría contar muchas, como todas. Pero recuerdo vívidamente el miedo que sentí cuando un tipo se obsesionó conmigo. Cientos de llamadas al móvil, ir a trabajar y que estuviera apoyado en mi coche esperando amenazante, presentarse en mi trabajo y esconderme en el almacén. Por más que le dije, le supliqué, le grité... Nada. Hasta que no intervino la policía (hablando con él, porque «¿qué vas a denunciar si no te ha hecho nada?») no me dejó tranquila. Aún no salgo tranquila a la calle.

Aún puedo recordar perfectamente su voz diciendo mi nombre y me muero de miedo. Llegó a esperarme a oscuras en el portal de mi casa, le tiré por las escaleras... Al día siguiente seguía allí.

Yo me dediqué a advertir a todas las mujeres que vi cerca de mi acosador. Me llamaron de todo, pero sé que más de una dejó de acercarse a él por mi advertencia. Eso sí, si en vez de tener veinte años me pilla ahora, a ese cabrón lo denuncio hasta que se pudra en el sitio en el que debe estar.

03-09-2023 11:51

Tengo treinta y nueve años y hace tres años mi pareja y yo decidimos que el sexo no sería exclusivo de la pareja, aceptamos poder tener encuentros sexuales con otras personas. En estos tres años, habré estado con unos diez tíos, algunos en encuentros repetidos. Ninguno de ellos, NINGUNO, se ha puesto condón. ¿No creen que existan ETS? Por lo menos les decía que embarazada no me iba a quedar, que llevaba el DIU.

30-08-2023 04:39

Quiero que mi testimonio sea anónimo, ya que lo he llevado en total silencio toda mi vida. Sufrí abusos sexuales infantiles desde los ocho años hasta los doce, ininterrumpidamente, por parte de una persona de total confianza de la familia. Me robó mi infancia de la manera más aberrante y cruel posible. Ahora, con veinticinco años, empiezo a sanar poco a poco, pero el dolor emocional que supone algo así es muy duro de sobrellevar.

28-08-2023 02:36

Pasó hace ya quince años. Yo tenía veintitrés, trabajaba en Caja Madrid y estaba contratada temporalmente. En la comida de empresa, en diciembre (estábamos unas cinco mujeres y unos diez hombres), mi contrato terminaba. Y el director de la oficina donde trabajaba dijo en voz alta, para todos los presentes, que ya finalizaba mi contrato y que si quería que él intermediase para que me renovaran el contrato, debía comprarme unas rodilleras. Todos y todas las presentes allí rieron del comentario. Yo me pudría de asco por dentro, pero tuve que hacer una mueca, ya que mis estudios dependían de ese trabajo. Por supuesto fue el último día que vi a ese ser infrahumano.

10-09-2023 17:38

La primera vez que abusaron de mí fue en el colegio. Yo tenía cuatro años y él era un adolescente. Se metió en el baño de las niñas donde yo estaba sola. Hubo más, en diferentes etapas de mi vida. No estoy viva, solo respiro y no sé hasta cuándo podré seguir haciéndolo.

31-08-2023 14:10

Lo que voy a contar no es ni la mitad de fuerte que lo que les ha pasado a otras chicas, pero me marcó muchísimo. Tendría quince años y estaba en la parada de autobús de debajo de casa, iba camino a la feria de mi barrio porque eran fiestas. Recuerdo perfectamente la ropa que llevaba, unos pantalones verdes anchos y una camiseta roja de tirantes con un poco de escote. Un tío se plantó enfrente de mí, mirándome fijamente, y pude ver cómo se empalmaba mientras me sonreía. Recuerdo su cara repugnante. Tengo treinta y tres años y no me he vuelto a poner escote nunca más. Es la primera vez que lo cuento.

28-09-2023 01:19

Mi primer contacto con una erección fue con la bragueta de un desconocido en un autobús a petar. Yo iba con familia y tenía unos once años. No sabía qué era lo que estaba pasando, pero parece que el tipo tenía clarísimo que algo en mí iba a hacer que no reaccionara. Me quedé petrificada al darme cuenta de que no tenía escapatoria hasta que llegáramos a su parada o a la mía.

Luego, con trece o catorce años, la típica y casposa imagen de la gabardina, en un banco de un parque con una amiga. También a los catorce, un tío se empezó a masturbar a mi lado en el cine. Cuando no pude soportar el asco que me daba, me levanté para irme no sé por dónde, porque a un lado tenía a mi familia y al otro a él. Al ver que yo iba a hacer algo, inmediatamente se levantó, se guardó la chorra y se fue del cine. Así miles, y luego toda la vida adulta intentando ser funcional con los afectos, la confianza, etc. Empecé mi relación sentimental más duradera en un contexto claro de abuso de poder.

30-08-2023 05:30

Tengo recuerdos muy vagos de mi infancia. De la adolescencia puedo recordar infinidad de abusos por parte de compañeros del instituto, humillaciones en público. Una vez se repartieron entre los compañeros, impresa, una conversación privada del antiguo MSN (nadie adulto hizo nada al respecto).

Con dieciséis años, y durante meses, estuve sufriendo el acoso y derribo de una persona que tenía problemas mentales, pero eran mis propios supuestos amigos del instituto los que lo animaban a que me hiciera de todo. Con dieciocho años empecé una relación supertóxica, me maltrataba psicológicamente hasta tal punto que me tenía totalmente anulada, conseguía tener sexo conmigo sin yo querer (seis años de relación). A los veintisiete me violó el cuñado de mi mejor amiga un día que salimos a cenar y a tomar unas copas, se lo conté a mi amiga y no me creyó.

Es la primera vez que verbalizo todo lo que me pasó. Gracias a #SeAcabó.

19-09-2023 03:45

Te escribo de forma anónima. Sufrí abusos durante cinco o seis años, perdí la cuenta, por parte de alguien a quien consideraba mi abuelo y lo quería a rabiar. Comenzó de forma inocente, hasta que empecé a sentir vergüenza de ese comportamiento y me culpaba de que él me tocara o me dijera cosas que no eran normales para una niña. Siempre sentí vergüenza y culpa de algo que yo no sabía que estaba mal. Lo guardé durante años, nadie sabía nada, estuve casi quince años ocultándolo. Hace poco me decidí a contarlo. Todo esto ha hecho que tenga que ir al psicólogo, que tenga depresiones, ansiedad, pensamientos suicidas. Físicamente me ha trastocado todo, pues no soy capaz de tener relaciones sexuales con un hombre por miedo, el maldito miedo que hace que mi cuerpo se contraiga. En vez de sentir placer siento dolor, después siento que han utilizado mi cuerpo y me siento muy sucia. Supongo que muchas mujeres han pasado por esto y que lo han superado, pero yo todavía no puedo.

30-08-2023 10:41

Tengo treinta y nueve años y todavía me da miedo volver a casa sola por la noche. Siempre voy atenta, o llamando a alguien, con las llaves en la mano y corriendo hasta la portería. Me he encontrado muchas veces en situaciones que no he pedido: ver a chavales haciéndose pajas con un casco de moto puesto, temprano, mientras iba a trabajar; soportar comentarios casi al oído sobre mi cuerpo o mi ropa; enseñarme el pene en el metro; o con un profesor, veinte años mayor que yo: bajarme la nota por no querer enrollarme con él, etc.

28-09-2023 15:39

Siempre he sentido una repugnancia tremenda a que mi padre se acerque o me toque. A mi hermana también le pasa. No tenemos recuerdos lúcidos, pero ambas compartimos miedo a recordar. Sabemos que hay algo. Siempre nos ha tocado de una forma inapropiada, mezclado con ridiculizaciones, humillaciones, infravaloraciones, victimismo cuando no conseguía lo que quería... Es difícil ponerlo en palabras, pero siempre ha estado ahí. En cuanto a jefes, novios, amigos, compañeros... bueno, podría escribir un libro entero.

11-09-2023 03:49

La primera, el nieto de la vecina de mi abuela. Yo tenía seis años, él unos trece. Me metió el dedo por el culo al ir a sentarme... No supe qué había pasado, pero se reían mucho. Andando por la calle, con once o doce años, pasaron junto a mí dos chicos en bici y el de atrás alargó la mano y me tocó el pecho. Fue en la plaza, yo iba a clases particulares, vamos, a plena luz del día. Ya en la universidad, en Madrid, volvía en el tren de trabajar, sobre las ٢١ horas, cuando un grupo de chicos empezó a gritar desde el andén. Uno empotró su pene contra el tren, frente a mi cara, pero con un cristal por medio... Todas las veces me quedé absolutamente paralizada, pensando: «Disimula, disimula, que nadie se dé cuenta».

Mi mejor amigo después de un concierto. Fui a dormir a su casa, yo dormía en el sofá. Hablamos de esto y aquello y salió el tema de sus sentimientos hacia mí, le dije por milésima vez que no me gustaba, que no quería nada con él... Me quedé dormida. Lo siguiente fue despertar con su dedo dentro de mi vagina. Le empujé, me fui al cuarto, atranqué la puerta y no dormí nada. A la mañana siguiente me dijo: «Ayer estaba un poco borracho». Bebimos dos tercios. Tardé un año en ponerle nombre a aquello y cortar esa relación para siempre.

Hay más, muchas más. Podríamos estar días.

29-08-2023 07:27