Nuevas vidas - El valor de un millonario - Rebecca Winters - E-Book

Nuevas vidas - El valor de un millonario E-Book

Rebecca Winters

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Beschreibung

Nuevas vidas Las familias Valfort y Holden llevaban años enemistadas. Pero cuando murió la abuela de Laura Holden Tate, justo antes de la Navidad, el millonario francés Nic Valfort fue el portador de la noticia. Al acudir a Niza para recibir la herencia que Irene le había dejado, Laura tuvo que alojarse en casa de Nic y, a pesar de que era el enemigo, Laura temió no ser capaz de controlar los sentimientos que despertaba en ella. Y cuando averiguó que la disputa entre las dos familias no tenía el origen que siempre había creído, fue consciente de que aquella Navidad podía transformar sus vidas para siempre. El valor de un millonario Lo último que habría esperado Raina Maywood, heredera de un imperio empresarial, era enamorarse en la boda de su mejor amiga. El millonario hecho a sí mismo Akis Giannopoulos desconfiaba de las mujeres que solo se fijaban en su cartera, pero la atractiva mujer que acababa de conocer en aquel enlace no sabía que era rico. Y habían congeniado al instante. ¿Habría conocido por fin a la mujer que se había enamorado del hombre que había detrás del millonario?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 536 - octubre 2021

© 2014 Rebecca Winters

Nuevas vidas

Título original: At the Chateau for Christmas

© 2015 Rebecca Winters

El valor de un millonario

Título original: The Millionaire’s True Worth

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2016 y 2017

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-945-6

Índice

Créditos

Índice

Nuevas vidas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

El valor de un millonario

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

EL DISTRITO financiero de San Francisco era conocido como el Wall Street del oeste. Nic bajó de la limusina y entró en el rascacielos que albergaba las oficinas centrales de Holden Hotels.

Aunque no nevara en la bahía, a los americanos les encantaban los árboles de Navidad. El que había en el vestíbulo estaba decorado con bolas, ángeles y luces rosas. La cadena hotelera creada por Richard Holden se había convertido en una de las más exclusivas de California.

Nic se había registrado en uno de sus establecimientos, próximo al aeropuerto, tras llegar medía hora antes, a las tres de la tarde. También allí había un árbol de Navidad con un enorme Papá Noel en lo alto. Era imposible no admirar el ambiente navideño que creaban los americanos y que hacía las delicias de los niños de todas las nacionalidades. En otro tiempo, también a él le habría gustado, pero en el presente, las Navidades solo le causaban dolor.

Un guarda de seguridad le preguntó:

–¿Puedo ayudarlo, señor?

–Vengo a ver a la señorita Laura Holden Tate, la directora del departamento de marketing.

–¿Tiene cita?

–No, se trata de un asunto de negocios urgente y necesito hablar con ella lo antes posible.

–¿Su nombre?

–Señor Valfort. Ella lo reconocerá.

–Un momento, por favor. Voy a llamar a su secretaria.

Nic tuvo que esperar unos minutos a recibir una respuesta.

–Tome asiento –dijo el guarda mirándolo con curiosidad–. La señorita Holden bajará enseguida.

Nic se alegró de que estuviera en el despacho y de no tener que ir en su busca.

El apellido Valfort probablemente le habría dado un ataque al corazón. No había dicho su nombre a propósito, para que se preguntara de cuál de ellos se trataba. Pero a Nic no le extrañaba que estuviera dispuesta a dejarlo todo para averiguar el motivo de aquella intrusión lejos de los oídos de su personal. Por su parte, tenía que admitir que sentía curiosidad por la mujer que no había manifestado en todos aquellos años ni interés ni amor, ni tan siquiera curiosidad, por el bienestar de su abuela. Demostraba una frialdad que le costaba concebir.

–Por favor, sírvase un café mientras espera.

–Gracias –pero Nic no quería ni café ni sentarse. Ya había hecho las dos cosas en el vuelo desde Niza.

Quería dar por concluida lo antes posible la misión a la que lo había enviado su abuelo, Maurice. Estaba seguro de que iban a saltar chispas, pero confiaba en que la señorita Tate lo escuchara. Si era tan severa y rencorosa como su madre, estaba a punto de enfrentarse a un reto.

Miró hacia los ascensores preparándose para la batalla. Cada vez que oía un timbre, se fijaba en el grupo de gente bien vestida que salía del ascensor correspondiente. Aunque no tenía una fotografía de la señorita Tate, sabía que era una ejecutiva de rango medio, de veintisiete años, y que era rubia, eso era todo.

Justo cuando empezaba a pensar que algo la había retenido, observó a una mujer de cabello sedoso y rubio-ceniza que caminaba hacia él con un elegante traje de chaqueta azul y unas piernas espectaculares.

Nic sintió una súbita atracción física hacia ella; una reacción que no había sentido con aquellas fuerza desde hacía años hacia ninguna mujer.

¿Aquella era la mujer por la que había cruzado el Atlántico?

Quizá acudía el encuentro de otra persona, aunque Nic miró y vio que estaba solo. Más de cerca, pensó que tenía el aspecto y la figura que debía haber tenido su abuela Irene a su misma edad. Irene había sido una mujer excepcionalmente hermosa.

Nic se quedó atónito ante el asombroso parecido. Eso explicaba que le hubiera resultado tan atractiva. Tenía la elegancia de su abuela y llevaba un collar de perlas, tal y como Irene solía hacer, cuyo brillo se reflejaba en su cabello.

La similitud entre ambas mujeres era inquietante. Aunque la nieta tenía los labios más voluptuosos, y sus ojos eran de un azul más claro.

Además, en lugar de la expresión afectuosa que caracterizaba a Irene, Nic percibió animosidad y desdén en la mirada de su nieta.

–Soy Laura Tate. ¿Qué Valfort es usted?

Nada como ir al grano.

–Nicholas. Mi abuelo Maurice se casó con su abuela Irene.

Nic le oyó contener el aliento. Muy a su pesar, el gesto llamó su atención hacia una figura cuyas curvas no podía disimular ni el más sofisticado traje. Definitivamente, era digna nieta de Irene.

–Paul ha dicho que estaba aquí por un asunto urgente. Debe tratarse de algo de vida o muerte para que haya hecho un viaje tan largo hasta territorio enemigo.

Nic cambió de opinión. Aquella mujer no se parecía en nada a su encantadora abuela, lo que hizo que se irritara aún más consigo mismo por la inesperada reacción física que le había provocado su presencia.

–Preferiría hablar en la limusina donde nadie podrá escucharnos –al notar que ella vacilaba, añadió–: No voy a secuestrarla. No es el estilo Valfort, por mucho que en su familia se rumoree lo contrario.

Al percibir que se tensaba, decidió anunciarle el motivo de su viaje.

–He venido a notificarle que su abuela falleció anteayer en Niza.

En cuanto oyó la noticia, la fachada de Laura se derrumbó por un instante, como una flor que hubiera perdido los pétalos. Nic era consciente de que la información había sacudido su mundo, y aunque no pudiera explicárselo, sintió pena por ella. Las lágrimas asomaron a aquellos cristalinos ojos y con ellas brotó en él un inesperado deseo de protegerla a pesar del rechazo que le causaba la cruel indiferencia que había demostrado hacia su abuela.

–Mi abuelo ha querido que usted y su madre recibieran la noticia en persona. Consciente de que no sería bienvenido, me ha enviado a mí. Si sale conmigo a la limusina, se lo explicaré todo.

Irene Holden había sido la razón de ser de su abuelo. También Nic estaba todavía en proceso de asimilar su pérdida. Había adorado a Irene y su muerte dejaba un enorme vacío que su insensible nieta no podría entender.

¿Era posible que la abuela a la que apenas había conocido estuviera muerta?

De haber sido su estilo, Laura se habría desmayado. Aquel alto y atractivo hombre francés era portador de una noticia que sacudía los cimientos de su vida.

Debía tener treinta años y llevaba alianza de casado. Además, hablaba con un sensual acento francés, probablemente el mismo con el que el canalla de su abuelo había seducido a su abuela. Un hombre así no tenía derecho a ser tan… fascinante.

¿Habría pensado lo mismo Irene de Maurice? La situación era tan surrealista que Laura apenas podía respirar.

Sin necesidad de que Nic repitiera su oferta, lo siguió al exterior. Una vez la ayudó a entrar en la limusina, se sentó frente a ella.

Aparte de un lustroso cabello negro y de sus facciones marcadas, Laura solo podía concentrarse en sus ojos grises, que la observaban como si fuera un difícil acertijo que ni quería ni podía resolver.

–He traído conmigo estas fotografías de Irene. Puede quedárselas. Corresponden al último año, antes de que enfermara de neumonía.

Nic abrió un sobre y le entregó media docena de fotos. En cinco, su abuela aparecía sola. La última la mostraba en un jardín, con el que debía ser su segundo marido, Maurice.

Era evidente que el atractivo hombre sentado frente a ella había heredado su figura atlética y su altura. Pero al contrario que este, el hombre de la imagen tenía el cabello plateado.

Laura observó las fotos detenidamente y la emoción le atenazó la garganta.

–He traído su cuerpo en el avión privado de la empresa. Maurice ha contactado con la funeraria de Sunset, aquí en San Francisco, para que lo recogieran. Esta es su tarjeta de visita.

Laura fue consciente del roce de sus dedos cuando tomó la tarjeta y se dijo que no debía estar bien de la cabeza si en medio de una situación tan desconcertante aquel hombre la impactaba de aquella manera.

–Esperan instrucciones de su familia. Cuando su madre rompió todo lazo con Irene, le dijo que ni ella ni mi abuelo serían jamás bienvenidos.

Un profundo dolor atravesó a Laura. No podía creer que su madre hubiera dicho aquellas palabras. Él debía tener su propia versión del escándalo. En cualquier caso, la situación era tan dramática que no supo qué decir.

–Mi abuelo quiere cumplir sus deseos. Esa es la razón de mi presencia aquí.

Eso tampoco podía ser verdad. Si su abuelo no estaba allí se debía a que era un cobarde.

–Maurice piensa que su abuela deber ser enterrada junto a su primer marido, Richard, y rodeada de su familia.

¿Así que llegaba el momento de acordarse de Richard? Laura se enfureció.

–¡Qué considerado! –dijo, sarcástica.

Él replicó con calma:

–Si tiene alguna pregunta, puede localizarme en el hotel Holden del aeropuerto hasta mañana a las siete de la mañana. Por otro lado, su abuela redactó un testamento hace años en el que le dejaba algo. Desafortunadamente, eso significa que tendrá que volar a Niza para ver al abogado en el plazo de una semana. Después, se ausentará dos meses. Irene confiaba en que los sentimientos de su madre no le impidieran aceptarlo. Ella siempre creyó que la reconciliación era posible.

Laura no pudo contener un gemido. Él siguió:

–Si decide venir, llámeme y organizaré su viaje en nuestro avión privado. La recogeré en el aeropuerto y la llevaré al despacho del abogado. Esta es mi tarjeta –se la dio–. Puede localizarme en Valfort Technologies.

A Laura le sorprendió que no trabajara en el exitoso negocio familiar de hostelería, y más aún que se alojara en uno de los hoteles de su familia.

–¿Tiene alguna pregunta, señorita Tate?

Laura estaba sumida en un torbellino de emociones.

–Solo dos –dijo con la voz quebrada–. ¿La conoció bien?

–Muy bien –contestó él.

La tristeza con la que contestó abrió una herida sangrante en Laura. Entornando los ojos, dijo:

–¿Fue feliz con su abuelo?

–Con él, desde luego.

¿Qué quería decir con esas palabras?

–Eso es lo que usted cree.

Nic no respondió. Su sangre fría indignó a Laura tanto como la ausencia de toda explicación sobre los detalles de un matrimonio que había causado tanto dolor a su madre y a ella misma.

Laura miró al exterior. Necesitaba estar sola para asimilar la devastadora noticia de la muerte de su abuela.

No la veía desde los seis años. Año tras año había ansiado visitarla y conocerla. Pero la lealtad a su madre, Jessica, le había impedido establecer contacto con ella. La muerte acababa de robarle esa posibilidad.

Otro gemido escapó de sus labios. Recorrió con un dedo el rostro de su abuela. El dolor de la pérdida le resultaba insoportable, y la lealtad del pasado le parecía de pronto absurda, equivocada. Aun así, tendría que reprimir su enfado y encontrar la forma de decirle a su inflexible madre que Irene había muerto. Miró a Nic con los ojos nublados.

–Estoy segura de que habría preferido evitar este encuentro. Su lealtad a su abuelo merece una medalla. Supongo que lo mínimo que puedo hacer es darle las gracias por traer a mi abuela.

–De nada.

La cortante respuesta de Nic la dejó desconcertada. Por otro lado, y aunque estaba claro que la misión lo repugnaba, no podía negarse que era un verdadero caballero.

Él bajo para abrirle la puerta. Cuando sus cuerpos se rozaron levemente, Laura sintió que la atracción que había despertado en ella se intensificaba perturbadoramente. El hecho de que se tratara de un hombre casado convertía su reacción en inaceptable. Asió el sobre con fuerza y prácticamente corrió al edificio sin volver la cabeza.

–Teléfono, Nic. Línea dos –dijo Robert desde la puerta del despacho.

–Merci, Robert –dijo Nic, que estaba rematando un dibujo en el ordenador.

Después de tres años, todavía se le encogía el corazón cada vez que tenía una llamada. El primer año tras la desaparición de su esposa, siempre había esperado que se tratara del detective Thibault para decirle que la había encontrado.

–Son las cinco. Me voy a casa. Nos vemos después de las Navidades.

Claro, era 23 de diciembre. Robert iba a casa para estar con su mujer y sus dos hijos. A él no lo esperaba nadie. Tres años atrás las había celebrado con la familia de Dorine en Grenoble. Apenas llevaban cinco meses casados cuando desapareció, en enero.

Robert añadió antes de irse.

–Gracias por los regalos para Pierre y Nicole.

–De nada.

–Todos te deseamos lo mejor.

–Muchas gracias, Robert. Felices fiestas.

Una vez Robert cerró la puerta, Nic conectó la llamada y la puso en altavoz para seguir trabajando.

–Aquí Valfort.

–¿Señor Valfort? Soy Laura Tate.

Nic alzó la cabeza. Su acento californiano le recordó a instante al de Irene. Era asombroso que no hubiera conseguido borrar de su mente a aquella mujer cuando, hasta su viaje a San Francisco, el único pensamiento que lo absorbía era la desaparición de Dorine.

En más de una ocasión, mientras hablaban en la limusina, había percibido que contenía el llanto. No había conseguido reconciliar la imagen de la fría señorita Tate inicial y la de la mujer con sentimientos. Se trataba de un enigma en el que no quería pensar. Desde entonces, no había sabido nada de ella.

Las dos preguntas que le había dirigido habían dejado una marca en él. Una vez le contestó que había conocido bien a Irene, le desconcertó que lo que le preocupara fuera saber si había sido feliz con Maurice. Y seguía sin saber si lo habría hecho por hacerle creer que le importaba verdaderamente.

El plazo de siete días que le había indicado ya había pasado, así que no comprendía el motivo de su llamada.

–¿Es mal momento, señor Valfort?

En realidad Nic vivía un «mal momento» perpetuo, o mejor, vivía en un estado de continuo desasosiego desde que su mujer había desaparecido. Le costaba creer que hubiera huido con otro hombre, pero su psiquiatra le había convencido de que era una posibilidad.

Cualquier otra explicación llevaba torturándolo tanto tiempo, que había llegado un momento en el que cualquier noticia, por muy espantosa que fuera, sería mejor que aquel estado de incertidumbre.

Decidió contestar con una pregunta.

–¿Qué puedo hacer por usted, señorita Tate?

–¿Llego a tiempo de ver a su abogado?

Nic hizo una mueca. Así que no había ido a ver a su abuela, pero quería saber qué le había dejado esta en herencia. ¡Qué predecible!

–Se fue de vacaciones hace dos días.

–Lo temía. Me temo que entre su funeral y otros asuntos personales no he podido venir antes.

–¿Cómo que «venir»? ¿Es que…?

–Estoy en el aeropuerto de Niza.

Nic sintió una descarga de adrenalina. Se puso en pie de un salto.

–¿Cómo ha venido? ¿En el avión privado de la empresa?

–No ocupo un puesto tan alto.

–Querrá decir: por ahora.

–Así que asume que soy una mujer ambiciosa que confía en trepar a lo alto del escalafón. Se ve que no ha aprendido que el mundo sigue perteneciendo a los hombres. Su abuelo fue muy generoso al organizar la entrega del cuerpo de mi abuela con la funeraria; no he querido abusar de su amabilidad pidiéndole que me mandara su avión privado.

Nic frunció el ceño.

–Lamento que haya venido en vano. Llámeme en dos meses. Mi abogado habrá vuelto y usted podrá hacer los arreglos pertinentes para recoger su herencia.

–En contra de lo que piensa, no tengo ningún interés en eso –tras una pausa, Laura añadió–. Debía haber llamado antes, pero ya que estoy aquí, ¿cree que su abuelo se pondría al teléfono si lo llamo, o tiene una opinión de mí tan mala como la suya?

Nic se dijo que si lo que pretendía era sonsacarle a Maurice qué le había dejado su abuela, la esperaba una desilusión.

–¿Hola? ¿Señor Valfort, sigue ahí? –preguntó Laura al no recibir respuesta.

–Sí –Nic temía que su abuelo se emocionara demasiado al conocer a la nieta de Irene. No podía correr el riesgo de que le afligiera descubrir que no había heredado la dulzura de su abuela; estaba demasiado vulnerable.

–Ahora mismo mi abuelo no está disponible –añadió–. Deme un cuarto de hora y la recogeré en el aeropuerto.

–No es necesario. Lo llamaré desde mi hotel y volveré a casa por la mañana.

–Sí es necesario si de verdad quiere que los ponga en contacto –dijo Nic enfáticamente.

–Quiere decir que primero tengo que pasar su examen.

–Mi abuelo está devastado, señorita Tate, y quiero protegerlo. Por eso usted y yo debemos hablar. En persona.

Ella pareció sorprenderse.

–Bueno, si no le supone una molestia…

Estaba claro de que no tenía ni idea de hasta qué punto él estaba decidido a saber qué se traía entre manos.

–Mi abuelo no me perdonaría que no me ocupara de usted.

–Pero no quiero importunarlo.

¿A qué venía tanta amabilidad? ¿Era parte del papel que interpretaba? Si era así, era una actriz consumada.

–Al contrario. Puesto que quiere hablar con él, mi abuelo no me perdonaría que la dejara marchar.

Nic no estaba dispuesto a admitir que sentía curiosidad por volver a verla. Quizá para comprobar que no le causaba tanto impacto como el que había sentido al conocerla.

–Sé que esta es otra de esas misiones que preferiría no tener que cumplir.

Nic suspiró.

–Se equivoca. Este es un regalo de Navidad con el que mi abuelo no había contado –si era sincera, su visita podía salvar a Maurice de una depresión. Por eso necesitaba averiguar si era o no la avaricia lo que la había llevado hasta allí–. Espéreme en la puerta de la terminal. Iré en un Mercedes negro.

–Allí estaré.

Nic decidió instintivamente alojarla en su casa para que su familia no se enterara de nada. Siempre habían censurado a Maurice por haberse casado con una extranjera.

Con la llegada de su preciosa nieta… Las cosas podían complicarse. El parecido físico de Laura con Irene les recordaría a la mujer que había robado el corazón de Maurice; y según cómo fueran las cosas, el conflicto familiar podía estallar con renovada fuerza. La situación debía ser manejada con discreción. Su abuelo y él siempre se habían llevado bien. Su lealtad hacia Maurice era inquebrantable.

Tomó la salida del parque tecnológico hacia el aeropuerto. Justo el día anterior había tenido la seguridad de que Laura Tate no iba a ponerse en contacto con ellos, pero no había tenido el valor de decírselo a Maurice. Ya no tendría que hacerlo.

Aunque el sol ya se había puesto, la vio al instante. Igual que Irene, vestía con un gusto exquisito. Llamaba la atención con un traje de chaqueta con falda tubo de tono gris perla, y una blusa con cuello de encaje. De hecho, el impacto que le causó fue aún más intenso que la primera vez.

Nic detuvo el coche y bajó. Laura solo llevaba una pequeña maleta.

–Viaja ligera –dijo tras ayudarla a subir al coche y sentarse tras el volante.

–No esperaba quedarme más que un par de días. Gracias por venir a recogerme, señor Valfort –dijo ella con aparente sinceridad.

–Nic –dijo él, que se había cansado de tanta formalidad.

–Muy bien, pero solo si me llamas Laura. Tengo una reserva en el Boscolo Excedra, ¿puedes llevarme?

–A mi abuelo no le parecería bien. Cuando fui a California me pidió que cuidara de ti. Por ahora, te alojarás en mi casa. Cuando lleguemos, llamaremos al abuelo.

Nic percibió que ella lo miraba.

–¿Has avisado a tu esposa? A ninguna mujer le gusta que llegue un invitado por sorpresa.

Evidentemente, se había fijado en la alianza. Nic se incorporó al tráfico.

–Mi mujer está fuera –no mentía. Otra cosa era que no supiera dónde–. Mi personal se ocupará de ti. Si Dorine estuviera aquí, querría conocerte.

A su mujer le caía bien Irene. Nic se dio cuenta de que llevaba tiempo pensando en Dorine en pasado. Habían explorado todas las vías posibles para encontrarla, pero no había rastro de ella. El primer año había tenido la esperanza de volver a verla; pero los dos últimos, algo le decía que no sería así.

A poca distancia tomó una carretera que discurría entre árboles y conducía a su casa, desde la que se divisaba el mar. Dorine se había enamorado de ella al instante, pero hacía tiempo que parecía una tumba, habitada solo por su marido y el personal doméstico.

¡La quinta esencia de La Provenza!

La casa de tejas rojas era idéntica a una de las fabulosas villas provenzales que se anunciaban en las revistas más exclusivas del mundo. Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas al pensar cuántas veces habría contemplado Irene los cipreses y las vistas del Mediterráneo.

Laura había viajado a Francia a menudo, pero había evitado el sur por temor a caer en la tentación de ir a ver a su abuela.

¡Qué gran error había cometido al respetar los deseos de su madre! Haciéndolo, se había negado la oportunidad de conocer a la mujer que su abuelo, Richard, había amado y con la que se había casado.

–¿Sabe tu madre que has venido? –la voz grave de Nic la sacó de sus pensamientos.

–Sí –Laura se mordió el labio–. No ha podido impedirlo. Nos hemos peleado.

–¿Lo ha intentado?

–Sí, pero no he querido escucharla. Le he dicho que sería inhumano enfadarse conmigo ahora que Irene ha muerto.

Tampoco la situación con Adam había sido sencilla. El hombre con el que llevaba saliendo varios meses había mostrado su rechazo a que viajara sola. Estaba poniéndose demasiado serio, y Laura se dijo que aquel inesperado viaje le serviría a tomar una cierta distancia y reflexionar.

Su actitud agresiva le había hecho sentirse incómoda. Quizá su madre tenía razón cuando insinuaba que Adam era muy ambicioso y quería de ella algo más que amor. Al ver su reacción, Laura había sospechado que había algo de eso, dado que su apellido iba acompañado de una fortuna. Por culpa de la dolorosa historia que había dividido a la familia Holden, Laura tendía a ser desconfiada. De hecho, no estaba segura de querer seguir saliendo con Adam.

–Ser leal a la familia tiene su precio –murmuró Nic–. No sabes cuantas veces he tenido que reprimir el impulso de llamarte para que vinieras a ver a tu abuela. Ella te adoraba, pero a mi abuelo no le hubiera parecido bien que me entrometiera. Él siempre confió en que vendrías por ti misma.

Laura sintió que se le encogía el corazón.

–Por mucho que quiera a mi madre, debería haber seguido mi instinto. Ahora es demasiado tarde –dijo, quejumbrosa.

Tenía la impresión de que Nic no sabía si creer en su sinceridad. Era lo que pasaba cuando una tragedia enemistaba a dos familias. Tampoco ella sabía si podía creer en lo que Nic decía, pero eso no le había impedido ir. Quería respuestas sobre la abuela a la que siempre había amado en el fondo de su corazón.

Laura bajó del coche antes de que Nic la ayudara. Debía evitar que la tocara porque, por muy mala que fuera la opinión que él tuviera de ella, Laura se sentía fuertemente atraída hacia él. Y se avergonzaba de ello. ¡Nic estaba casado!

Él tomó la maleta y fue a la puerta. En cuanto la abrió, Laura vio un gran Belén sobre un aparador. Cuando entró tuvo la impresión de adentrarse en un cuadro de Matisse, su pintor impresionista favorito.

Contra un fondo de suelo y vigas de madera destacaban varios ramos de flores, cuadros en tonos acules y blancos, y preciosas piezas de cerámica. A través de la cristalera se veía el mar salpicado por veleros.

–¡Qué preciosidad de casa! –exclamó Laura.

–Gracias –Nic dejó la maleta en el suelo–. Si quieres refrescarte, hay un cuarto de baño en la habitación de invitados, al fondo del pasillo.

–Gracias.

–¿Quieres comer o beber algo?

–¿Puede ser un café?

–Le diré al ama de llaves que lo prepare y lleve tu maleta.

Laura agradeció que fuera un excelente anfitrión e intuyera que necesitaba unos minutos a solas para recomponerse.

Al volver al salón, se entretuvo mirando las fotografías que colgaban en el pasillo. Una de ellas mostraba a una mujer de cabello castaño, bonita y menuda, que debía ser la mujer de Nic. En la imagen los dos reían a carcajadas.

A Laura le costaba imaginar que se pudiera ser tan feliz. Ella nunca había tenido una relación duradera. Y cuanto más pensaba en ello, más consciente era de que tenía que romper con Adam. No sacaban lo mejor el uno del otro… y lo que ella sentía a su lado no se parecía ni por asomo a lo que aquella fotografía reflejaba.

Turbada por aquel pensamiento, entró en el salón, donde la esperaba una bandeja con café y galletas. Nic hablaba en francés por teléfono. Laura fue hacia las puertas de salida a la terraza y contempló el jardín, que en la luz del atardecer parecía refulgir.

–Cuando tu abuela venía a verme solía mirar el jardín con la misma expresión que tienes tú ahora. Le encantaba la jardinería. ¿A ti se te da bien?

–No lo sé –dijo ella en tono melancólico.

Laura llevaba años preparándose para el negocio hotelero familiar. Era un mundo masculino en el que había que esforzarse al máximo para destacar. Allí había conocido a Adam, que aspiraba a llegar a lo más alto. Eso era lo que tenían en común.

Al surgir la posibilidad de viajar a Francia y saber más cosas de su abuela, Laura no lo había dudado.

Se volvió hacia Nic, ansiando empezar sus preguntas. Podía percibir su desconfianza, que no era muy distinta a la que ella sentía hacia él. Caminaban por un campo de minas, pero teniendo en cuenta como lo había recibido en San Francisco, sabía que no tenía derecho a exigirle nada.

–¿Hablabas con tu abuelo?

Nic asintió con la cabeza.

–Maurice está de camino.

Capítulo 2

LAURA tragó saliva. Estaba a punto de conocer al hombre al que le habían enseñado a odiar. ¿Cuál era la verdadera historia del affaire entre su abuela y él? La realidad nunca era blanca o negra. Se le formó un nudo en el estómago.

–El castillo está a diez minutos de aquí. Tómate un café mientras esperamos.

Laura se sentó frente a Nic.

–¿Es como un castillo del Loira? –preguntó al tiempo que servía una taza.

Nic la miró con una expresión divertida.

–¿Me creerías si te dijera que la primera vez que Irene lo vio pensó que era el castillo de Cenicienta?

Era la primera vez que Nic se dirigía a ella sin su habitual tono de sospecha y Laura no pudo evitar sonreír.

–Te lo has inventado.

Nic se inclinó para tomar una galleta.

–Pregúntaselo a mi abuelo –dijo, alzando una ceja.

Luego se levantó y salió al vestíbulo. Al volver le dio una fotografía enmarcada.

–Esta es la propiedad. Espero que satisfaga tu curiosidad.

Era una forma de tenderle una rama de olivo y Laura decidió aceptarla. Después de todo, Nic la había llevado a su casa, algo que Laura no habría imaginado ni en sueños cuando se habían visto por primera vez.

–Maurice decía que Irene soñaba con que llegara el día en el que pudiera enseñártelo porque tú adorabas los castillos y las princesas.

–Es verdad. ¡No puedo creer que lo recordara!

Él la observó en silencio.

–Tengo entendido que sufrías por Cenicienta y que te aterrorizaba que sus hermanastras la encerraran en un cuarto con ratas.

–¿Te contó eso? Tengo fobia las ratas. Ni siquiera he podido ver Ratatouille.

Nic le dedicó por primera vez una sonrisa genuina, y Laura confirmó que era el hombre más atractivo que había conocido en su vida Su esposa debía ser la mujer más afortunada del mundo.

Desvío la mirada hacia la fotografía.

–¡Es como un castillo de cuento de hadas! –exclamó.

–Mi bisabuelo Clement restauró el edificio del siglo XVII. Necesitaba mucho espacio para entretener a sus socios. Contiene una chimenea original, una escalera de piedra en espiral y una excelente bodega. El tejado cónico contribuye a darle ese aire de fantasía.

–Es espectacular –dijo Laura. Y pensar que su abuela había vivido allí veintidós años…–. ¿A ti también te gustaba?

–Bien sûr. Mis padres vivían muy cerca y celebrábamos allí todas las reuniones del clan.

–Debías pasarlo maravillosamente.

La sonrisa de Nic se desvaneció poco a poco y Laura dedujo que también su familia había pasado por un infierno. Nic la miró con expresión solemne, como si quisiera ver en su interior. No tenía ni idea de hasta qué punto la invadía un sentimiento de culpa. Temía estar disfrutando en exceso de la compañía de Nic en ausencia de su esposa. No podía permitirlo.

Durante años, Laura había oído con pavor la historia del affaire de su abuela con el abuelo de Nic cuando ella estaba todavía casada. No concebía que una mujer tuviera una relación con un hombre casado. ¿Cómo podía alguien cegarse de tal manera?

Y, sin embargo, se sentía atraída por un hombre que había crecido despreciando a su familia tanto como ella a la de él. ¿Habría sido algo así lo que le pasó a su abuela? ¿Se habría tratado de una atracción tan intensa que finalmente los dos habían estado dispuestos a renunciar a sus familias para permanecer juntos?

Laura solo sabía una cosa: que no debía permanecer sola en casa de Nic más que lo imprescindible. Mecánicamente se llevó la fotografía al pecho, como si necesitara recordarse que la única razón de su presencia allí era Irene, y no el nieto de Maurice, que se estaba convirtiendo en una perturbadora distracción.

–Mi abuela vivió aquí todos esos años y yo no vine a verla nuca –musitó con pesadumbre.

Nic permaneció de pie con las manos en las caderas, en una actitud muy masculina.

–Yo oí muchas versiones del episodio Holden–Valfort hasta que fui lo bastante mayor como para que mi abuelo me contara la verdad.

Laura lo miró con expresión atormentada.

–¿Aceptaste su versión sin cuestionártela?

–Yo amo a mi abuelo sin fisuras. Pero me gustaría conocer tu versión si quieres compartirla conmigo. Así podremos cotejarlas.

Laura dejó la fotografía en la mesa y se puso en pie.

–Mi abuela desapareció de mi vida cuando yo tenía seis años. Casi todo lo que sé de ella me lo han contado mi madre o mi tía Susan, la hermana mayor de mi madre, que nunca se ha casado. Según ella mi abuela tuvo un affaire con tu abuelo aún antes de que se quedara viudo.

–Eso es imposible.

–Me limito a repetir lo que me han dicho. Se supone que eso sucedió a la vez que mi abuelo padecía un cáncer. El abuelo Richard murió joven. Poco después murió la mujer de Maurice; entonces se casó con mi abuela y se mudaron a Francia. Ni mi madre ni Susan han podido perdonar a Irene que tuviera un affaire mientras su padre estaba enfermo.

El rostro de Nic se había ido ensombreciendo hasta tal punto que Laura temía continuar, pero lo hizo:

–Dicen que tu abuelo era un hombre perverso, que fue capaz de seducir a Irene aun antes de que su mujer muriera. Cuando me hice mayor y comprendí lo que significaba el adulterio, entendí por qué mi madre y Susan habían sufrido tanto. Cuando me lo contaron, pude ver el lado más amargo de mi madre. No vivíamos en una casa muy feliz.

Hizo una breve pausa y continuó:

–Pero con los años he aprendido que nadie es perfecto y que todos cometemos errores. Albergar tanto odio hacia mi abuela, al margen de lo que hubiera hecho, no tenía justificación. Le dije que quería venir a ver a Irene, pero me lo prohibió. Entonces le sugerí que buscara ayuda profesional y me acusó de volverme contra ella. Cada vez que mencionaba el tema, me decía que no la quería. Las cosas fueron aún peor cuando intenté hablar con mi tía Susan. Me dijo que si me ponía en contacto con mi abuela, mi madre era capaz de cometer una locura.

La mirada enfurecida de Nic la alarmó. Él se acercó y dijo:

–¡Esa historia está tan tergiversada que si mi abuelo la oye lo destrozará! –para sorpresa de Laura, la tomó por los antebrazos y la atrajo hacia él. La intensidad de su reacción solo podía ser sincera–. Maurice está en las nubes porque has venido. Prométeme que no le dirás lo que acabas de contarme –tenía una vena hinchada en el cuello–. Al menos por ahora.

–No-no diré nada –balbuceó ella.

La energía de Nic la clavó en el suelo. Estaba lo bastante cerca como para que notara su aliento en los labios. Cuando alzó la mirada vio que sus ojos grises eran dos pozos de dolor.

–¿Qué te ha hecho venir? –preguntó Nic con aspereza–. ¿Te ha tentado averiguar qué cantidad de dinero te ha dejado tu abuela? Dime la verdad –sacudió a Laura con suavidad–. Yo puedo soportarla, pero mi abuelo, no.

Su reacción dejó a Laura abatida.

–Supongo que no debe extrañarme que me acuses de algo así. Debido al odio que hay en ambos bandos, pareces haber olvidado un detalle muy importante.

–¿Cuál? –exigió saber Nic.

–Mi abuelo Richard me dejó varios millones en herencia. Tengo todo el dinero que necesito. Lo único que no he tenido ha sido la alegría de crecer cerca de mi abuela. Y aunque me produzca aprensión conocer al hombre que nos la arrebató, estoy decidida a ver qué tipo de hombre es –Laura fue consciente de que había ido elevando el tono de voz. Concluyó–: Espero haber contestado tu pregunta.

Nic dejó escapar un gruñido quejumbroso.

–Mon Dieu –musitó, sonando avergonzado.

Dejó caer las manos lentamente. Cuando la soltó, Laura temió que le fallaran las piernas y se asió al respaldo de la butaca.

En ese momento oyó voces procedentes del vestíbulo. Una mujer y un hombre hablaban en francés.

Sobresaltada, se volvió a tiempo de ver entrar al ama de llaves de Nic con el hombre de cabello plateado que acompañaba a Irene en la fotografía. Llevaba un jersey azul y pantalones color crudo. En persona parecía joven para tratarse de un hombre de ochenta y un años cuyo rostro mostraba señales de sufrimiento. Era extremadamente guapo y había transmitido sus genes a su nieto. Veintiún años atrás, la abuela de Laura debía haberlo encontrado irresistible.

Él cruzó la habitación, mirando a Laura con incredulidad antes de volverse a Nic y decir.

–Debiste saberlo al instante –su acento era más pronunciado que el de Nic.

–Oui, Grand-père. Laura es indudablemente la nieta de Irene.

Los ojos marrones de Maurice se inundaron de lágrimas cuando miró de nuevo a Laura.

–¡Lo que ella habría dado por entrar en esta habitación y verte! Eres tan hermosa como ella.

Desde el primer instante, Laura sintió el amor y el afecto que irradiaba. Por más daño que él e Irene hubieran causado a su familia, era imposible que aquel hombre fuera el que su madre y su tía habían demonizado. Laura carraspeó. Estaba todavía afectada por el dolor que había percibido en Nic.

–Por fin nos conocemos.

Laura intuyó que habría querido abrazarla, pero en lugar de hacerlo, Maurice retrocedió y se echó a llorar. Sacó un pañuelo del bolsillo.

–Es un milagro. Cuando Irene murió pensé que ya nada me haría feliz, pero no es verdad. Has venido. Por favor, sentémonos.

Él se sentó junto a Nic y ella ocupó un sofá frente a ellos.

–¿Cuándo has llegado?

–La he recogido en el aeropuerto hace una hora –explicó Nic–. Había hecho una reserva en un hotel pero la he cancelado.

Maurice sonrió.

–Naturellement. Esta noche vendrás al castillo. Estoy solo, arrastrándome de un lado a otro.

Laura sonrió. El marido de Irene parecía disfrutar de una salud excelente y era difícil imaginarlo «arrastrándose». Era un hombre vigoroso y atlético. Laura no sabía con qué se iba a encontrar, pero desde luego que no esperaba a alguien como Maurice.

–Es muy amable por tu parte, pero no quiero que te molestes y menos cuando no me esperabas –por más que a primera vista le hubiera agradado, Laura no se sentía cómoda aceptando su hospitalidad. Tampoco la de Nic, aunque por distintos motivos, pero no tenía otra alternativa.

Nic debió percibir su inquietud, porque dijo:

–Laura se va a quedar aquí, Grand-père. Ya hemos preparado su dormitorio. Mañana tendréis la oportunidad de conoceros mejor. Ahora mismo, sospecho que está agotada. El vuelo es muy largo.

Laura cruzó una mirada con él, preguntándose si su amabilidad se debía a que temía lo que pudiera decirle a su abuelo; y aunque su suspicacia le doliera, podía comprenderla. Los dos habían crecido aprendiendo a desconfiar de sus respectivas familias.

Maurice asintió.

–Por supuesto. Veo que Nic te ha dado las fotografías.

–Sí, me encantan.

–Me alegro. Las saqué en nuestros numerosos paseos. A lo largo de nuestro matrimonio debimos recorrer miles de kilómetros. A Irene le encantaba caminar.

También a Laura.

Los recuerdos que Maurice estaba evocando la ahogaban de emoción.

–Nic me ha dicho que fuisteis muy felices.

–Éramos almas gemelas. Yo la adoraba –las lágrimas corrieron por el rostro del anciano–. Hasta el día que enfermó de neumonía, disfrutamos del exterior. Ningún hombre ha tenido una mujer tan maravillosa. Sin ella estoy perdido.

Sacudida por la sinceridad del amor que describía, Laura se removió en el asiento.

–¿Cuánto tiempo estuvo enferma?

–Dos meses. Un catarro se complicó y derivó en neumonía. Tras dos semanas en el hospital con antibióticos, el médico nos dijo que todo iba bien. Pero de la noche a la mañana, empeoró… y murió sin poder cumplir su último deseo: que tú y tu familia supierais cuánto os amaba.

Sin poder contener las lágrimas por más tiempo, Laura se levantó y fue hacia el balcón. Las palabras de Nic resonaban en sus oídos: «¡Esa historia está tan tergiversada que si mi abuelo la oye lo destrozará!»

Tras escuchar a Maurice hablar con tanto amor de Irene, entendía que Nic hubiera querido evitar que lo hiriera. Ni Maurice ni Nic fingían. Y ella no pensaba volver a repetir aquellas palabras. Ya habían sufrido todos bastante. La amargura que reinaba en su casa la había marcado. No estaba dispuesta a seguir viviendo con ella.

–Nos vemos mañana, Grand-père.

Al oír la voz de Nic, Laura se volvió.

–Gracias por todo, señor Valfort.

–Llámame Maurice.

–Muy bien, Maurice –Laura tenía la visión borrosa–. Gracias por enviar a Nic con el cuerpo de mi abuela y arreglarlo con la funeraria. Dada la terrible historia de nuestras dos familias, fue un gesto noble y generoso. Me siento en deuda con los dos –se le quebró la voz.

–Tengo que admitir que me costó dejarla ir –dijo con pesadumbre–. Pero siempre puedo contar con el apoyo de mi nieto.

La emoción atenazó la garganta de Laura hasta casi ahogarla.

–Nic fue muy amable –de hecho, dado como lo había tratado ella, había sido un santo–. Hace dos días celebramos su funeral. Ha sido enterrada en el panteón familiar.

–Tal y como tenía que ser –las lágrimas contenidas que distorsionaban la voz de Maurice rompieron el corazón de Laura–. Pero a cambio, tú estás aquí, y le doy gracias a Dios. ¡Cuánto rezó Irene porque llegara este día!

–Y yo quería conocerte –dijo Laura. Lo que no había esperado era tener tan claro que su abuela y él habían sido víctimas y no verdugos–. Irene debió amarte más que nada en el mundo.

–Más que nada, no –la contradijo Maurice–. No pasaba un día sin que te mencionara. Ansiaba reunirse con su pequeña nieta.

Laura no podía soportar tanta emoción. Maurice obviamente, tampoco. Nic le pasó un brazo por los hombros.

–Te acompaño a la puerta.

Laura los vio salir, pero Nic no tardó en volver junto con su ama de llaves.

–Sé que el vuelo es agotador porque lo padecí hace una semana. Arlette te llevará algo para cenar. Duerme cuanto quieras. Hablaremos por la mañana.

–Gracias, pero no creo que pueda quedarme dormida. Necesito relajarme. Si no te importa, pídeme un taxi para ir a Niza. Me gustaría ir al paseo marítimo y empaparme del ambiente. Me ayudará a imaginar cómo vivió Irene todos estos años.

Nic pareció alterado.

–Tu abuela y Maurice solían pasear por la Promenade das Anglais por la noche. Iban a escuchar música de los sesenta a un restaurante donde suelen actuar cantantes que cantan los éxitos de Brel y Aznavour –Nic se frotó la nuca con gesto distraído–. Yo también estoy despejado. Te llevaré con mucho gusto.

–No, no, ya te has molestado bastante. Me bastará con media hora.

Nic la miró entornando los ojos.

–¿Me rechazas porque no me perdonas que haya insinuado algo que es obviamente mentira?

No. Lo rechazaba porque era un hombre casado, pero Laura no estaba dispuesta a admitirlo.

–¿Si acepto me acusarás de querer salir para obligarte a llevarme?

Nic esbozó una sonrisa.

–Puede que sea yo quien te está utilizando para distraerme un rato antes de acostarme.

Su mujer debía tener una razón de peso para estar fuera. De ser su esposa, Laura… ahuyentó ese pensamiento al instante.

–Si es así, no pienso rechazar tu caballerosidad.

Nic enarcó las cejas.

–Jamás hubiera esperado que vinieras a alguna parte conmigo por propia voluntad.

Su risa siguió a Laura hasta su dormitorio, donde recogió un jersey. Nic la esperó en el vestíbulo y caminaron hasta el coche.

Llegaron al paseo marítimo en un cómodo silencio. A Laura le encantó ver los edificios de estilo italiano que conocía por las fotografías de Niza y que le daban un aire mágico.

Nic aparcó en una calle lateral y caminaron hasta el Oiseau Jaune, desde cuyo interior llegaba el sonido de música en directo. Nic encontró una mesa en el exterior y pidió té de menta a un camarero.

Laura se acomodó en su asiento decidida a empaparse de la atmósfera francesa.

–Cuando estuve en Wyoming el año pasado fui a un restaurante francés en el que había un cantante que sonaba como Charles Aznavour. Aunque no entendía nada, me encantó. No puedo creerme que esté aquí. No hay sitio mejor en el mundo.

–Mi abuelo tampoco puede creerlo. Dudo que pueda pegar ojo.

Laura reprimió el llanto.

–Y pensar que me lo he perdido durante todos estos años…

–Has sido víctima de las circunstancias. Todos lo hemos sido.

Laura respiró profundamente.

–No sabes cuánto te agradezco que me hayas traído aquí. Hay algo en este tipo de música que resulta extremadamente romántico, aunque me encantaría saber francés para entender la letra.