Paisajes para el pueblo - Frederick Law Olmsted - E-Book

Paisajes para el pueblo E-Book

Frederick Law Olmsted

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Beschreibung

El legado de Frederick Law Olmsted es mucho más célebre que su nombre. Millones de personas continúan disfrutando de los espacios que imaginó y diseñó hace más de un siglo y que reconocemos sin haberlos visitado: el Central Park de Nueva York, el parque nacional de Yosemite en California, los jardines del Capitolio en Washington, entre otros. Los cuatro textos aquí reunidos, por primera vez en español, exponen la importancia de crear reservas naturales salvaguardando su libre acceso y recorrido; explican la necesidad de planificar la presencia de la naturaleza en las ciudades; resaltan el respeto por los saberes técnicos involucrados en la sobrevivencia y sustentabilidad de paisajes diseñados; y transmiten la relevancia de los paisajes en el contexto urbano, tanto por su aporte al bienestar físico y psicológico de los habitantes, como por su capacidad de convertirse en símbolos de identidad colectiva.

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Paisajes para el pueblo

Paisajes para el pueblo. Ensayos de Frederick Law Olmsted

Edición a cargo de Romy Hecht Marchant

Santiago de Chile, mayo de 2022.

Imagen portada: Xilografía del libro Giardino di agricoltura nel quale si tratta di tutto quello, che s'appartiene à sapere à un perfetto giardiniero de Marco Bussato, Venecia, 1593.

ISBN electrónico: 978-956-9058-52-3

ISBN impreso: 978-956-9058-51-6

Registro de propiedad intelectual: 2022 A-4451

Introducción, edición y compilación © Romy Hecht Marchant

Traducción del inglés:

Lucy Araya Pizarro

María Josefina Cedano Cabrera

Andrea Latrille Frisch

Agustina Poggione García

Edición de la traducción:

Javiera González Dinamarca

Romy Hecht Marchant

Pablo Saavedra Silva

Octavia Silva Durruty

Diseño y diagramación: María Soledad Sairafi, Orjikh editores limitada

[email protected]

www.orjikheditores.com

Impresión: Editora e Imprenta Maval SpA.

Impreso en Chile

Índice

Introducción

Notas generales de la traducción

El Parque del Pueblo en Birkenhead (1851)

Palabras preliminares

Agustina Poggione García

El Parque del Pueblo en Birkenhead (1851)

Yosemite y Mariposa Grove: un informe preliminar (1865)

Palabras preliminares

Andrea Latrille Fritsch

Yosemite y Mariposa Grove: un informe preliminar (1865)

Parques públicos y la expansión de las ciudades (1870)

Palabras Preliminares

Lucy Araya Pizarro

Parques públicos y la expansión de las ciudades (1870)

Reflexiones sobre el tratamiento de plantaciones públicas, especialmente relacionadas al uso del hacha (1889)

Palabras Preliminares

María Josefina Cedano Cabrera

Reflexiones sobre el tratamiento de plantaciones públicas, especialmente relacionadas al uso del hacha (1889)

Bibliografía de consulta

Equipo de trabajo

Paisajes para el pueblo

Ensayos de

Frederick Law Olmsted

Edición y compilación

Romy Hecht Marchant

Traducción

Lucy Araya Pizarro

María Josefina Cedano Cabrera

Andrea Latrille Frisch

Agustina Poggione García

Introducción

Romy Hecht Marchant

Paisajes para el pueblo es la primera traducción al castellano de ensayos de Frederick Law Olmsted (1822-1903), considerado pionero en la promoción de los proyectos de paisaje como agentes de transformación urbana y como estructuras capaces de reinventar aspectos espaciales, ecológicos y programáticos del sitio en que se emplazan y de la ciudad que alguna vez aspiraron ayudar a definir.

Con Olmsted, árboles, prados, lagunas y senderos asumieron un valor restaurativo para el populus, esa comunidad de “sabios y respetables habitantes” que incluía desde “el campesino más pobre” hasta la Reina de Inglaterra; una masa diversa que independiente de su estatus social tenía el derecho a beneficiarse de espacios abiertos. Bajo esta premisa, Olmsted convertiría al parque público en la tipología urbana que hasta hoy nos hace creer en el paisaje como un lugar prístino y capaz de depurar ciudades grises, humeantes y enfermas. Y si bien la lógica de sus ideas se ajusta al contexto de los cambios introducidos por la Revolución Industrial en el Estados Unidos de la segunda mitad del siglo diecinueve, resulta relevante poner a disposición de una audiencia hispanoparlante observaciones e ideas que siguen vigentes, aún cuando el contexto haya cambiado por uno de deterioro a causa de actividades productivas no reguladas, o por la extracción descontrolada de recursos naturales o por desastres ecológicos derivados de la influencia antropogénica, como el aumento global de la temperatura, la disminución de la humedad de los suelos, cambios en los patrones de precipitaciones y en los niveles del mar, pérdida de superficies nivales y glaciales, desplazamiento de las trayectorias de las tormentas o el aumento de incendios forestales.

Los cuatro ensayos que componen este volumen han sido seleccionados por su capacidad de exponer desafíos históricos de la arquitectura del paisaje como profesión y campo de estudio, una situación particularmente aplicable al caso del Chile actual, sometido a los vaivenes de crisis sanitarias, climáticas y políticas. Si bien en las últimas cuatro décadas la disciplina ha alcanzado una creciente visibilidad, escasamente se discute sobre la naturaleza de nuestros paisajes o su significado como entidades culturales donde expectativas humanas, proposiciones de diseño y procesos sociopolíticos han determinado resultados que nos afectan a todas y a todos. Aún más: pese a su antigüedad estos cuatro textos enuncian las mejoras potenciales que paisajes deliberadamente introducidos en el contexto urbano pueden provocar al bienestar físico y psicológico de sus habitantes, hasta convertirse en símbolos de identidad colectiva, siempre y cuando exista una institucionalidad capaz de superar agendas culturales cambiantes, restricciones económicas y decisiones populistas.

Publicado por primera vez en 1851, “El Parque del Pueblo en Birkenhead” registra el ímpetu de un Olmsted-reportero con suficientes habilidades narrativas para transmitir a sus coterráneos hechos que, de otra manera, no hubieran tenido la oportunidad de conocer o de observar con la misma agudeza. La descripción del que es considerado el primer parque público del mundo y que Olmsted visitaría durante un viaje por Europa y las Islas Británicas entre mayo y octubre de 1850, es un testimonio de su descubrimiento de las características intrínsecas del modelo de diseño de paisajes conocido como pintoresquismo. Manipulados en una composición equivalente a la que podría ejecutar un pintor, árboles de distinta envergadura y follaje, praderas de superficies variables y cuerpos de agua con contornos irregulares fueron organizados para ofrecer un efecto coherente de amplitud, abundancia y “naturalidad”, convirtiéndose en un antídoto visible a los males de la vida urbana. Su estadía en el parque de Birkenhead en Merseyside, Inglaterra fue, sin duda alguna, un punto de quiebre en la vida de Olmsted, convirtiéndose en un referente clave y el modelo que, a sus ojos, permitiría que Estados Unidos pudiera convertir a sus nacientes ciudades en metrópolis equivalentes a sus contrapartes europeas.

Pese a haber comenzado la transferencia exitosa del modelo ‘Birkenhendiano’ de parque público a partir de 1858, fecha en que obtuvo junto al inglés Calvert Vaux el primer lugar del concurso del Central Park de Nueva York, solo en 1865 a los 43 años, Olmsted tomaría la decisión de dedicarse activa y exclusivamente a la arquitectura del paisaje. Así, el segundo de los ensayos traducidos, “Yosemite y Mariposa Grove: un informe preliminar, 1865” nos introduce al despegue de su nueva vida profesional que dejaría atrás a un eficiente Olmsted-administrador: primero, de la prospección de los terrenos que serían convertidos en el Central Park (y de sus primeros trabajos de construcción entre 1859 y 1861); segundo, de la Comisión de Salud del Ejército de la Unión durante la Guerra Civil Norteamericana (1861-1863) y, finalmente, del vasto complejo minero de oro de Mariposa en California (1863-1865), estadía que le permite conocer la arboleda de secuoyas contigua del valle de Yosemite. En un detallado informe, Olmsted no solo describe las características de lo que considera un sitio con una belleza escénica particular que necesita ser visitado por la mayor cantidad posible de ciudadanos, sino que llega al extremo de ofrecer un presupuesto detallado para ejecutar intervenciones capaces de mantener dicho carácter y de facilitar, al mismo tiempo, la conservación del sitio para generaciones futuras.

Tras la publicación del informe de Yosemite, Olmsted regresa a Nueva York, siendo contratado a partir de ese momento para el desarrollo de cerca de 500 proyectos, que incluyeron parques públicos y privados, parkways, comunidades habitacionales y proyectos residenciales, campus universitarios, sitios gubernamentales y la habilitación turística de reservas naturales. El tercer ensayo de esta colección, “Los parques públicos y la expansión de las ciudades” corresponde a un discurso pronunciado en 1870, donde Olmsted insistiría en la necesaria masificación del parque público como una pieza urbana clave para contrarrestar el estrés de la vida en la ciudad, y de ofrecer un rango de espacios recreativos para la mayor cantidad y diversidad de residentes. Desde su ya reconocida plataforma como pionero en la construcción de parques en Estados Unidos, Olmsted transmite su compromiso de ofrecer espacios públicos caracterizados tanto por su verdor, atractivo y accesibilidad, como por su capacidad de recuperar el espíritu y la mente de todos los ciudadanos. Es precisamente en estas palabras donde emerge el Olmsted-activista, posicionando al parque como un medio capaz de promover y provocar mejoras urbanas en su capacidad de articular un sentido de comunidad y de proporcionar distintas y diversas oportunidades de recreación. Y no está de más señalar que el texto ofrece también algunas claves para entender el porqué de nuestro apego a paisajes permanentemente verdes, independiente de las condiciones climáticas, disponibilidad de especies vegetales e idiosincrasias culturales específicas de los sitios en que se emplazan.

El último ensayo traducido, “Notas sobre el tratamiento de plantaciones públicas, especialmente relativas al uso del hacha” expone el perfil más crítico de Olmsted, quien evalúa los reclamos presentados por un grupo de ciudadanos para detener la poda descontrolada de árboles en el Central Park. En su informe de 1889 para la Asociación de mejoras del barrio West Side de Nueva York, Olmsted (junto a J. B. Harrison) recurre a un conjunto de citas de expertos en plantaciones (paisajistas, horticultores, técnicos forestales y equivalentes) para exponer el que es quizás uno de los planteamientos más relevantes y vigentes en nuestro contexto: que la mantención de las cualidades de diseño de los parques públicos depende de la existencia de una estructura no solo con los conocimientos adecuados para administrarlos y desarrollarlos en el tiempo, sino con la autonomía suficiente para evitar su transformación desinformada a causa de decisiones populistas y restricciones presupuestarias.

Las palabras de Olmsted resuenan con intensidad en nuestras latitudes. Por ejemplo, pese al creciente interés en Chile por establecer reservas territoriales capaces de salvaguardar los escasos recursos remanentes que nos permitirían afrontar de mejor forma el cambio planetario en curso, el reporte 2021 del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático nos ha dejado en claro que llegamos tarde, a no ser que reduzcamos drásticamente nuestras emisiones de carbono. Asimismo, pese a los intentos gubernamentales de promover la construcción de parques públicos en diversas ciudades del país, contribuyendo así a la ansiada equidad social, seguimos en deuda con nuestros parques históricos, particularmente aquellos que surgieron en Santiago entre la segunda mitad del siglo diecinueve y las celebraciones del centenario de la república, y que han sido canibalizados e intervenidos de manera inadecuada y descontrolada por las autoridades de turno y las empresas que obtienen sus contratos de mantención (sea lo que sea que eso signifique). Es de esperar entonces que algunas de las palabras de Olmsted, publicadas a tiempo para celebrar además el bicentenario de su nacimiento, resuenen en nuestros gobiernos locales y en nuestra ciudadanía.

Al finalizar, es necesario agradecer el apoyo de quienes eran el 2017 el director de la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Emilio de la Cerda, y el jefe del programa del Magíster en Arquitectura del Paisaje de dicha unidad, Osvaldo Moreno. Asimismo contamos con la ayuda invaluable e incondicional del equipo formado por el académico del Magíster en Traducción de la Facultad de Letras Pablo Saavedra, y por las entonces estudiantes Octavia Silva y Javiera González, quienes hicieron todas las ediciones necesarias para que nuestras traducciones lograran una adecuada y fidedigna expresión de la riqueza contenida tanto en las palabras como en las ideas de Olmsted.

En los mismos términos, gracias a Soledad y Pablo, los nombres detrás de Orjikh editores y quienes acogieron con entusiasmo este proyecto de libro, reconociendo que no le pertenecía a un mundo académico a ratos selectivo y excluyente, sino que al público general. Y, por cierto, no puedo dejar de agradecer la dedicación y entrega de Lucy, Josefina, Andrea y Agustina quienes, entre tareas académicas habituales, exámenes de taller, escrituras de tesis y circunstancias de vida encontraron el tiempo necesario para dar forma final a este libro que, no tengo dudas, será un material de consulta y referente para muchas generaciones venideras.

Santiago, abril del 2022

Notas generales de la traducción

Las traducciones buscaron mantener el tono del autor y las expresiones propias de su época, con algunas libertades para asegurar la fluidez del texto. Para esto, definimos los siguientes criterios:

- Se diferencia entre las inclusiones del autor en el texto, contenidas entre paréntesis, y las de traducción, contenidas entre corchetes.

- En el caso de las notas al pie, ellas pertenecen al traductor, a no ser que se indique otra cosa.

- En la medida de lo posible, se han insertado en el texto los nombres de pila de los personajes mencionados, de modo que el lector pueda indagar acerca de ellos.

- Se ha mantenido en la traducción el sistema anglosajón de unidades de medida, incorporándose entre corchetes su equivalencia en el sistema métrico decimal.

- Se ha mantenido el uso de mayúsculas para el uso del término Park o “Parque” que el autor usa reiterada y específicamente para referirse al Central Park de Nueva York.

- Se han mantenido las cursivas usadas por el autor, agregándose las necesarias para nombres en latín y títulos de publicaciones.

- Se ha optado por traducir los gentilicios en minúscula, aun cuando aparecieran de otra forma en el texto original.

- Las ilustraciones incluidas en esta edición no forman parte de los textos originales.

- Se ha mantenido la indicación de género establecida por el autor.

El Parque del Pueblo en Birkenhead (1851)

Originalmente publicado como “The People’s Park at Birkenhead, near Liverpool, by W., Staten Island, New York”, en The Horticulturist Vol. 6 (mayo 1851), pp. 224-228. ‘W’ corresponde a ‘Wayfarer’ [‘Caminante’], nombre de pluma utilizado por Olmsted en los inicios de su carrera.

Palabras preliminares

Agustina Poggione García

Este artículo corresponde a la crónica de la visita que Frederick Law Olmsted realizó al que es considerado el primer parque público del mundo en la ciudad de Birkenhead en Merseyside, Inglaterra, como parte de su viaje a dicho país, Gales y Escocia entre mayo y octubre de 1850. Dado que Olmsted ha sido reconocido por su dedicación a la planificación, expansión e higienización de ciudades y suburbios a lo largo de Estados Unidos gracias a la propuesta de parques, paseos y otros espacios públicos, el Parque de Birkenhead es, en este contexto, uno de los referentes más importantes en su obra: fue el primer parque público que visitó y sobre el que escribió, detonando su decisión de abandonar la granja familiar en Staten Island y dedicarse tanto a la promoción de espacios recreativos públicos en los Estados Unidos, como a su diseño y construcción.

La crónica de Olmsted,“The People’s Park at Birkenhead”, fue originalmente publicada en la revista El Horticultor1, con el fin de persuadir a la ciudadanía norteamericana acerca de la importancia social de construir un parque público en Nueva York2. El texto comienza con una breve descripción de Birkenhead, seguida de una detallada explicación —física y perceptual— del llamado ‘Parque del Pueblo’, para finalizar con un comentario sobre los beneficios sociales, higiénicos y económicos del significado de contar, en medio de la urbe, con un espacio democrático, público y configurado por elementos naturales.

El parque de Birkenhead (fig. 1) fue encargado en junio de 1844 a Sir Joseph Paxton (1805-1865), arquitecto, paisajista y botánico inglés, quizás más conocido por diseñar el Palacio de Cristal para la Exposición Internacional desarrollada en el Hyde Park de Londres en 1851. El parque de Paxtonse emplazó frente a la ciudad de Liverpool, en un antiguo terreno abandonado que comenzaba a transformarse en el botadero de la misma ciudad que había sido cuna de la Revolución Industrial. En este contexto, y ante la necesidad de mejorar la calidad de vida urbana y la falta de áreas verdes, el proyecto transformó un sitio eriazo y en desuso en un parque público, abierto y democrático, cuyos privilegios y beneficios se esperaba fueran aprovechados por ciudadanos de todas las clases sociales, géneros y edades.

De Birkenhead, Olmsted admiró tanto la manipulación de elementos naturales para alcanzar un diseño que emulara tal condición, como la operación económica asociada al desarrollo de un proyecto inmobiliario que permitió la construcción del parque y que aseguró su mantención en el tiempo, principio que utilizaría posteriormente para la configuración del Central Park en Nueva York.

Fig. 1: F. L. Olmsted, “Plano de Birkenhead Park y sitios de Villas adyacentes”. Publicado en The American Cyclopædia, Vol. 13, 1879, p. 103.

De las técnicas proyectuales que el autor reconoce en el Parque del Pueblo, y que replicaría posteriormente en varios de sus proyectos en Estados Unidos, destacan:

1. Un sistema de recorridos establecidos en base a la diferenciación de circuitos para carruajes o vehículos pesados, caballos y peatones;

2. el aprovechamiento de las distintas condiciones del suelo del lugar para diferenciar tanto espacial como topográficamente al parque, y para permitir la creación de un perímetro diferenciado y de una laguna, además de la habilitación de un sistema de riego y drenaje, entre otros;

3. la introducción de una variedad programática definida por una diversidad de elementos (praderas, avenidas arboladas, jardines botánicos, la mencionada laguna y campos abiertos) y no por usos específicos, y;

4. el aprovechamiento del carácter inmobiliario del proyecto para la mantención del parque, que sería posible gracias a los ingresos derivados de la venta de las propiedades de sus bordes y al rol que la comunidad ejercería para su sustentación.

Para Olmsted, estas estrategias fueron las que definirían un parque público elegante y capaz de proveer no solo de áreas verdes a la ciudad, sino también de espacios para un desarrollo individual y comunitario. El parque mejoraría a su vez la imagen del área en que se insertaba, hasta convertirse en un modelo replicable en términos ecológicos, económicos y sociales, capaz de contribuir al adecuado crecimiento y funcionamiento de una ciudad urbana moderna.

1 The Horticulturist and Journal of Rural Art and Rural Taste Vol. 6 (mayo 1851), pp. 224-228. El foco de la revista, editada por Andrew Jackson Downing (1815-1852), fue popularizar lo que entonces se conocía como “jardinería del paisaje” entre ciudadanos que pudieran acceder a algún terreno para su transformación bajo dichos parámetros. Quizás este mismo hecho fue el que determinó que a lo largo de su texto Olmsted se refiriera indistintamente a Birkenhead como parque o jardín.

2 Este mismo ensayo fue publicado en Beveridge y Hoffman (eds.), Writings on Public Parks, Parkways and Park Systems, uno de los volúmenes que recopila de manera cronológica documentos originales e inéditos, artículos y publicaciones oficiales de Olmsted que explican su visión acerca del rol de proyectos de paisaje públicos en el desarrollo de la condición urbana, revelando su legado en temas de arquitectura del paisaje, planificación urbana, ecología y habitabilidad en una ciudad ‘moderna’, entre otros.

El Parque del Pueblo en Birkenhead (1851)

Birkenhead es el suburbio más importante de Liverpool, y tiene la misma relación que Brooklyn con Nueva York o Charlestown con Boston. Cuando se estableció la primera flota de embarcaciones mercantes de la ciudad, aquí no existía ni media docena de casas; hoy tiene una población de varios miles de habitantes y está creciendo a una velocidad que no se le compara a ninguna otra ciudad del nuevo mundo. Esto se debe, en gran parte, a la administración liberal y emprendedora de los terratenientes, que representa un ejemplo digno de ser considerado en las cercanías de varias de nuestras grandes ciudades. Hay algunas plazas públicas, y las calles y los lugares son extensos y están bien pavimentados e iluminados. Un sector importante de la ciudad ha sido construido de manera uniforme y siguiendo, en términos generales, el modelo de los planos ejecutados bajo la dirección de un talentoso arquitecto, Gillespie Graham, Esq., de Edimburgo1.

Hemos recibido esta información de un pasajero mientras cruzábamos en un transbordador el río Mersey, quien, pese a ser un desconocido, entabló conversación y respondió a todas nuestras inquietudes, con franqueza y cortesía. Cerca del desembarcadero encontramos, gracias a sus indicaciones, una plaza de ocho o diez acres [3 ó 4 ha], cerrada por una reja de hierro y diseñada con elegantes masas de arbustos (no árboles) y senderos de gravilla. Las casas de alrededor estaban aisladas y, aunque del mismo estilo general, eran lo suficientemente variadas en detalles para no parecer monótonas. Todas eran de piedra.

Ya nos habíamos ido de ahí y estábamos caminando por una calle extensa y amplia, cuando el caballero que se había cruzado con nosotros se nos unió nuevamente y dijo que, como éramos extranjeros, quizás nos gustaría visitar las ruinas de una abadía que estaba en los alrededores y que por eso nos había buscado; si así lo deseábamos, él podía llevarnos hasta ella. Qué rara manera tienen estos ingleses de ser “descorteses y reservados con los extraños”, pensé.

¿Alguna vez escucharon sobre la abadía de Birkenhead2? Yo jamás había oído hablar de ella. No es famosa, pero como veníamos llegando recién de la tierra de la juventud [Estados Unidos], y aunque he visto desde entonces ruinas mucho más antiguas y más conocidas, jamás he encontrado algo tan noblemente envejecido.

En el mercado fuimos a una panadería y, mientras comíamos unos bollos, aprendimos que la harina de peor calidad era la americana y la mejor, francesa. La harina francesa e inglesa es vendida en sacos, la americana en barriles. El panadero nos preguntó si la harina americana era secada en horno y pensó que, si ese no fuese el caso, podría no ser de tan buena calidad. Cuando nos fuimos, amablemente nos condujo a varios parajes interesantes en los alrededores, y nos guió por el mercado. El edificio es muy amplio, bien pensado y refinado. El techo, que es principalmente de vidrio, es alto y espacioso, y está estructurado por dos hileras de delgadas columnas de hierro, dándole al interior una apariencia de tres galerías iluminadas y elegantes. Los artificios para ventilar e higienizar son muy completos. Fue construido por el municipio en un terreno entregado con este propósito, y costó $175.000.

El panadero nos rogó que no dejáramos Birkenhead sin haber visto el nuevo parque y, a sugerencia suya, dejamos nuestras mochilas con él y nos dirigimos al lugar. A medida que nos acercábamos a la entrada, nos encontramos con mujeres y niñas, quienes, ofreciéndonos una taza de leche, nos preguntaron —“¿Tomarían una taza de leche, señores? Leche de vaca buena, fresca y dulce caballeros, o tibia recién ordeñada”. Y en la entrada había un rebaño de burros, algunos con tarros de leche atados a ellos, otros ensillados y amarrados para ser arrendados a señoritas y niños.

La entrada, que está más o menos a una milla y media [1,6 km] del transbordador, y bastante alejada de la ciudad, es un masivo gran bloque de bella arquitectura jónica [fig. 2], erguido de manera aislada, y que no se sostiene por nada más en las cercanías y cuya apariencia me parece pesada y torpe. Hay una cierta grandeza en ella que los ingleses aprecian, pero la cual, al estar totalmente separada de otras construcciones arquitectónicas, me parece desagradable. Pareciera tener la intención de ser un espectacular prólogo a una gran exhibición de arte. Pero aquí, al igual que en el parque Eaton3 y otros lugares que he visto después, tal prólogo no es seguido por grandes elementos; los terrenos que se encuentran inmediatamente después de la gran entrada son muy sencillos y, aparentemente, ignorados por el jardinero. Hay un gran arco para carruajes y dos más pequeños para los peatones a cada lado y, sobre estos, hay habitaciones, las que probablemente sirven como hospedaje para los trabajadores. No parece haber portero, y las puertas son de libre acceso para los visitantes.

Caminamos un tramo corto por la avenida, y atravesamos otra reja de hierro liviana hasta un jardín denso, frondoso y variado. Cinco minutos de fascinación, y unos pocos más gastados en estudiar la forma en que el arte había sido utilizado para obtener tanta belleza de la naturaleza, y estuve listo para admitir que en la América democrática no había nada que pudiese compararse con este jardín del pueblo. De hecho, estaba satisfecho con que la jardinería hubiese alcanzado aquí un grado de perfección con el que nunca había soñado. No puedo ni intentar siquiera describir el efecto de tanto buen gusto y habilidad que habían sido evidentemente utilizados; solo les contaré que atravesamos senderos serpenteantes, con una superficie constantemente cambiante a lo largo de hectáreas y hectáreas y donde, por todas partes, estaban creciendo con una gracia más que natural toda variedad de arbustos y flores, dispuestas en los deslindes de sectores de césped verdísimo, todo mantenido con la más suma pulcritud. A un cuarto de milla [400 m] de distancia desde la puerta de entrada, llegamos a un campo abierto de césped despejado, brillante; un manto verde recientemente podado donde se había instalado una gran carpa, y donde, en un sector, estaban jugando críquet un grupo de niños y un grupo de caballeros en otro. Contigua a esta zona había una extensa pradera con abundantes grupos de árboles, bajo los cuales descansaba un rebaño de ovejas, y donde estaban jugando niñas y mujeres con niños. Mientras observábamos a los jugadores, fuimos amenazados por un aguacero y nos apresuramos en buscar refugio, el cual lo encontramos en una pagoda en una isla a la que se llegaba por un puente chino. Al igual que otros edificios ornamentales, el lugar se llenó rápidamente por un grupo de gente que, como nosotros, había sido alcanzado de manera sorpresiva al aire libre por la lluvia, y me alegré de observar que los privilegios del jardín eran igualmente disfrutados por todas las clases sociales. Había algunos que incluso eran atendidos por sirvientes, y quienes pidieron de inmediato sus carruajes, pero en su gran mayoría eran de la clase común, y había unas pocas mujeres con niños, o sufriendo de mala salud, que evidentemente eran las mujeres de trabajadores muy humildes. Había unos cuantos forasteros, y pudimos observar que algunos tenían cuadernos y parecían haber venido de lejos a estudiar el jardín. Las casas de campo, pabellones y puentes, entre otros, estaban bien construidos y edificados con materiales resistentes. Uno de los puentes que cruzamos era de nuestro compatriota, patente Remington, una construcción elegante y extremadamente ligera4.

Gran parte de la información que sigue la obtuve de parte del jefe de los jardineros.

Hace diez años el sitio del parque y del jardín era una chacra plana, estéril y arcillosa. Fue puesto en manos del Sr. Joseph Paxton en junio de 1844, quien estableció su forma actual al año siguiente. Caminos para carruajes de treinta y cuatro pies de ancho [10,4 m], con bordes de diez pies [3,5 m] y senderos de distinta amplitud fueron los primeros elementos en ser trazados y construidos. También se ejecutó la excavación para una laguna, y la tierra que se obtuvo de estas obras fue utilizada para hacer montículos y para producir variaciones en la superficie, lo que fue ejecutado con mucha naturalidad