Pasión culpable - Susan Stephens - E-Book
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Pasión culpable E-Book

Susan Stephens

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Beschreibung

La familia Ford había provocado la muerte de su hermano, y ahora Sophie trabajaba para él. Javier iba a obtener la venganza que tanto deseaba de una manera muy placentera. Sohie seguía siendo virgen, pero su aparente seguridad hizo que Javier pensara que se resistía a la atracción que había entre ellos sólo para seducirlo. A medida que la sensualidad de Sophie se despertaba, Javier notaba cómo se le derretía el corazón. ¡Ésa no era la venganza que él había planeado!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Susan Stephens

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión culpable, n.º 1510 - octubre 2018

Título original: The Spaniard’s Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-027-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

El hombre que había sentado en el sofá parecía infinitamente más tranquilo que el equipo de reporteros y cámaras que llenaban la estancia, en la que también estaba el equipo de maquillaje y peluquería.

El hombre hizo una señal para que todos se fueran. En aquel momento, una de las maquilladoras se quedó mirándolo con la boca abierta y no reaccionó.

–Ya basta –dijo él de repente–. No me gusta el maquillaje.

Todas se apartaron rápidamente de él, menos ella.

–Fuera –dijo Javier Martínez Contreras.

A la chica se le llenaron los ojos de lágrimas y Javier se arrepintió de la dureza de su tono. Se puso en pie para pedirle disculpas, pero la chica ya había salido de su apartamento del palacio presidencial.

¿Qué demonios le estaba ocurriendo?

Carraspeó enfadado y su jefe de planta pidió que le llevaran agua.

Javier se volvió a sentar sin reparar en el lujo de la estancia ni de los candelabros de plata ni de los maravillosos cuadros que colgaban de las paredes.

Estaba pasando una temporada invitado personalmente por el presidente en su casa, pero él había vivido con la misma opulencia toda su vida.

Aquello no significaba nada para él. Por eso, había estudiado Medicina y se había perdido en Perú en un proyecto muy importante para él.

Apretó los dientes y esperó a que llegara la periodista que lo iba a entrevistar precisamente sobre aquel proyecto.

Cuando llegó, observó cómo la maquillaban mientras ella se revolvía un tanto incómoda. Javier sabía que ése era el efecto que tenía en las mujeres. Lo deseaba y podría acostarse con ella en cuanto terminara la entrevista.

Pero no lo necesitaba. No necesitaba a nadie. Le gustaba estar solo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Javier Martínez Contreras! ¿Estás seguro, Henry? –exclamó la doctora Sophie Ford cuando su jefe le dio la noticia.

–El doctor Martínez Contreras es uno de los mejores médicos de Europa. Tenemos suerte de contar con él –contestó el doctor Whitland–. Es el médico más preparado para ocuparse del programa de vacunación de Perú.

Pero Sophie no lo escuchaba. A su mente acudían imágenes de unos increíbles ojos azules y de una melena de color castaño con reflejos rubios del sol…

–¿Sophie?

–Lo siento, Henry, ¿qué me estabas diciendo?

Henry frunció el ceño.

–Me han dicho que el doctor Martínez Contreras es un inconformista. Por lo visto, media España es suya, pero el lujo no lo atrae. Él prefiere dedicarse a invertir en programas médicos, así que le debemos estar agradecidos.

Sophie seguía sin decir nada.

–¿Qué te pasa? ¿Sabes algo sobre él que deberías haber dicho antes?

Sophie se preguntó si se habría presentado voluntaria a aquel proyecto de haber sabido quién lo dirigía. Probablemente, no.

–No, Henry. Por lo que yo sé, el doctor Martínez Contreras no tiene trapos sucios –contestó sonrojándose levemente al darse cuenta de que aquello no era del todo cierto.

–Lo dices como si lo conocieras.

–Sí, conocía a su familia cuando era pequeña –admitió Sophie.

–Ah.

–¿Y a él? –insistió Henry.

Sophie sabía que Henry no iba a dejar el asunto hasta que hubiera obtenido la información que buscaba. Estaba interesado en ella y todo el mundo lo sabía.

Sophie recordó a Javier. La última vez que lo había visto ella era una adolescente con las hormonas un tanto revolucionadas, pero ahora era médico y tenía otras cosas mejores en las que pensar que en él.

–Perdona mi interés, pero me he dado cuenta de que cada vez que menciono su nombre te sonrojas. Sé que no es asunto mío, pero…

–Me hubiera gustado saber quién era el jefe del equipo –contestó Sophie encogiéndose de hombros.

–Martínez Contreras prefirió que no se supiera hasta el último momento –le explicó Henry–. ¿Te quieres retirar del proyecto?

–No –contestó Sophie con determinación.

Si surgieran problemas con Javier, podría con ellos. Miró el reloj y se dio cuenta de que quería irse de allí cuanto antes.

–¿Tienes prisa? –le preguntó Henry algo molesto–. Quería hablar contigo de otras cosas.

–Tengo que volver al trabajo…

–Ahora que lo dices, recuerdo algo del doctor Martínez Contreras.

Sophie se tensó.

–Recuerdo que alguien me dijo que se produjo un terrible accidente en España y… ¿tus padres no se divorciaron poco después?

–Sí –contestó Sophie secamente–. Si me disculpas, Henry…

–Te acompaño –dijo Henry poniéndose en pie–. Seguro que al doctor Martínez Contreras le hace mucha ilusión verte.

Sophie sonrió, pero no pensaba lo mismo.

–Gracias, Henry –contestó educadamente.

–¿Te apetece que cenemos juntos esta noche para hablar de tu nuevo proyecto?

–No sé…

–Venga, será una cena rápida… si quieres, vamos a esa brasserie que a ti te gusta tanto.

–¿La que tú odias? –sonrió Sophie.

–No es que la odie, es que ponen la música un poco alta.

–Muy bien, quedamos a las ocho allí.

Sophie se alejó por el pasillo diciéndose que no era que no le gustara estar con Henry sino que todavía no había decidido qué papel desempeñaba en su vida.

 

 

Lo cierto era que Henry había demostrado que era el mentor perfecto, un colega leal y un verdadero amigo.

Quizás, cuando Sophie estuviera preparada, también sería un marido perfecto. Mientras pensaba en ello, Sophie jugueteaba con el anillo de amatistas que le había regalado Henry.

No se trataba de un anillo de compromiso sino de un regalo de amistad.

–Mira por la ventana –le dijo Evie, la piloto–. Estamos llegando.

Sophie admiró el paisaje que tenían ante sí y, mientras Evie aterrizaba, se fijó en una silueta alta y delgada que las esperaba junto a una furgoneta.

–Supongo que te han dado un equipo de radio, así que si ese monstruo de la sexualidad intenta propasarse contigo, llámame, ¿de acuerdo? –sonrió.

–Sé cómo tratar a Javier Martínez Contreras –le aseguró Sophie despidiéndose de la piloto–. Hace muchos años que nos conocemos.

–Obviamente, hace muchos años que no lo ves.

–No, la verdad es que no –admitió Sophie–. Cuando yo lo trataba, era un hombre encantador…

–¿Encantador? Sí, se ve que la gente cambia mucho. Te doy una semana –dijo Evie parando la avioneta junto al nuevo jefe de Sophie.

Y allí estaba.

Javier abrió la portezuela y asomó la cabeza. Al hacerlo, el tórrido calor del exterior se apoderó de la cabina.

–Muy bien, la doctora Ford ha llegado sana y salva –le dijo la piloto–. ¿Te importaría firmarme el…?

–¿Estás de broma? –bramó Javier.

Sophie se apresuró a desabrocharse el cinturón de seguridad.

–Así que eres tú –dijo Javier cuando Sophie se acercó a la puerta del aparato.

–Supuse que lo sabrías –contestó ella con calma pues no quería discutir con él.

–¿Y cómo iba a saberlo?

–Pensaba que Henry te lo habría dicho…

–Henry no tiene ni idea de lo que pasa aquí fuera. No puede ponerse en contacto conmigo cuando estoy en la selva, se lo he dicho mil veces. En cualquier caso, no he venido a hacer de chófer, no estoy aquí para dedicarme a llevar pasajeros de un lado para otro.

–¿Pasajeros? ¡Yo he venido a trabajar!

–¿Ah, sí? Pues deja que te diga que por aquí no hay ninguna clínica cutre en la que puedas hacer el tonto.

Sophie se mordió la lengua. No pensaba entrar al trapo. Le habían bastado dos minutos con Javier para darse cuenta de que la única manera de trabajar con él iba a ser controlando sus emociones.

Entendía que estuviera sorprendido de verla y le habría gustado que hubiera tenido tiempo para asimilar la noticia. Entendía perfectamente que verla de repente le hiciera recordar un pasado y a una familia, la suya, que tenía todas las razones del mundo para odiar.

Era cierto, Javier había cambiado mucho. El Javier que ella conocía jamás la hubiera tratado así.

Sophie intentó bajar las escalerillas de la avioneta, pero él se lo impidió dando un puñetazo en la puerta.

–¡Quítate del medio! –le advirtió Sophie mirándolo con dureza.

–Me encantaría quedarme para ver cómo termináis –intervino Evie–, pero está anocheciendo y me tengo que ir ya.

–Gracias por haberme traído –le dijo Sophie bajando su bolsa de viaje.

–De nada –contestó la piloto.

–Un momento –insistió Javier enfadado–. Vuelve a subir a la avioneta, Sophie.

Pero Sophie ya se había apartado del aparato y se alejaba de él todo lo rápido que podía.

–¡Buena suerte, Sophie! –le gritó Evie mientras daba la vuelta a la aeronave para despegar.

Mientras el motor de la avioneta comenzaba a rugir y se levantaba una gran nube de polvo, Sophie le dio las gracias y Javier tomó su bolsa.

–Gracias.

«Por lo menos, sigues siendo todo un caballero», pensó Sophie.

Pero Javier no cargó con su bolsa sino que se la puso a Sophie al hombro y avanzó hacia su furgoneta.

–A ver cuánto aguantas –la retó.

–Puede que te sorprendas.

–Lo dudo.

Javier maldijo su suerte. ¡Sophie Ford! Sacudió la cabeza asqueado.

–Muchas gracias por tu confianza.

–No me des las gracias por nada todavía. En menos de una semana, me vas estar suplicando que quieres volver a casa.

–Ni lo sueñes –murmuró Sophie frotándose los ojos, que se le habían llenado de polvo.

Javier le abrió la puerta y le ofreció la mano para ayudarla a subir, pero ella la ignoró.

–Donde voy, no hay lugar para ti –le dijo una vez que estuvieron los dos en el coche.

Aparte de las consideraciones personales, Javier necesitaba personal fuerte para aquel proyecto y no a una rubia con la manicura perfectamente hecha.

–Este proyecto es demasiado para una chica de ciudad como tú.

–He venido y me voy a quedar, Javier –le aseguró Sophie–. Será mejor que te hagas a la idea. Has pedido médicos cualificados y yo lo soy. Por lo tanto, me necesitas.

–La semana que viene llegará otra avioneta y tú te irás en ella –ladró Javier.

–Te recuerdo que he firmado un contrato –contestó Sophie mirándolo enfadada.

–¿Y qué? Te indemnizaré.

–No hay suficiente dinero en el mundo para que me compres, Javier –le aseguró Sophie–. He venido a trabajar y no hay absolutamente nada que me vaya a hacer cambiar de parecer.

–Lo que me faltaba –se quejó Javier con impaciencia–. Una mujer cabezota.

–¿Demasiado para ti?

Javier sonrió con desprecio y puso la furgoneta en marcha.

Mientras conducía a toda velocidad por los caminos de tierra, Sophie se preguntó qué hacía uno de los hombres más ricos de España en mitad de la selva peruana.

Cuando se dio cuenta de que Javier la estaba mirando de reojo, se puso a mirar por la ventana. Aquel hombre era demasiado hombre y no había manera de escapar de él en un espacio tan reducido.

¿Así trataba a las mujeres ahora? Se lo imaginó buscando una compañera con la que pasar un rato de placer y a la que apartaba rápidamente de su lado en cuanto los sentimientos afloraran.

Aquello le dio pena.

Sophie decidió concentrarse en el trabajo, pero no le resultaba fácil olvidar aquel accidente del pasado por el que obviamente Javier hubiera preferido no volver a verla.

–Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y estás muy bien –comentó él sorprendiéndola.

Sophie comenzó a abanicarse con algo que había encontrado en el asiento. Además de la altísima temperatura del exterior, estar con él en aquella cabina de dimensiones tan reducidas que, por supuesto, no disponía de aire acondicionado se estaba volviendo insoportable por momentos.

–Te estás abanicando con mi colada limpia –le informó Javier quitándole la prenda de las manos.

¡Eran sus calzoncillos!

–Dóblalos y ponlos detrás –le indicó.

–No pienso…

–Hazlo –insistió él.

Sophie pensó que tenía seis meses para domar a aquel tigre y que porque cediera una vez no iba a pasar nada.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Tras un buen rato en silencio durante el cual Sophie intentó mantener una postura digna, el cuello empezó a dolerle y no tuvo más remedio que relajarse.

Entonces, aprovechó para fijarse en Javier.

–¿Te gusta lo que ves?

–Simplemente estaba pensando que has cambiado –mintió ella con calma.

Lo cierto era que aquel hombre la excitaba sobremanera. Siempre había sido guapo, pero ahora además era peligroso.

–¿Y eso es bueno o malo?

Era bueno porque a Sophie le gustaba el pelo que llevaba ahora, más corto y oscuro, su piel bronceada de fuertes rasgos seguía siendo la misma, aquella boca y esos increíbles ojos…

–No me contestas, ¿eh? ¿Eso es bueno o malo? –insistió Javier.

Su voz reverberaba en el pecho de Sophie como un instrumento de viento.

–Es bueno por una parte pues me alegro de volver a verte –admitió Sophie por fin–, pero también tiene su parte mala pues tú preferirías que no estuviera aquí.

–En eso tienes razón –contestó Javier con brusquedad.

Sophie se enfadó consigo misma por haber caído en su trampa y haber hablado con sinceridad y se puso mirar por la ventana.

–¿No hablarme es una manera de castigarme? –preguntó Javier al cabo un rato.

Sophie se preguntó qué hacía allí. Podría practicar la medicina en cualquier otro lugar. ¿El destino? No, ella no creía en eso. ¿Henry? Aquello parecía más probable.

–¿No te has casado todavía? –añadió Javier.

–¿Para qué? ¿Para tener que aguantar a un hombre como tú? –contestó Sophie con irritación–. En cualquier caso, no es asunto tuyo. Trabajo para ti, pero mi vida personal es mía. He venido para quedarme, será mejor que te hagas a la idea.

 

 

–Tú dormirás aquí –le dijo Javier abriendo una puerta de metal–. Yo me voy mañana por la mañana a la selva.

Sophie dejó la bolsa en el suelo mientras Javier, con los pulgares en las hebillas del pantalón, echaba un vistazo a su alrededor. Probablemente, con la esperanza de que aquel horrible barracón hiciera que Sophie le rogara que quería volver al Reino Unido.

«Por lo menos, está limpio», pensó Sophie.

–Muy bien –contestó–. Estaré preparada al amanecer.

–Me voy yo, no tú –dijo Javier–. Tú te quedas aquí.

–¿De verdad?

Estaba agotada, pero no pensaba rendirse sin presentar batalla.

–Sí, de verdad –contestó Javier–. Mira, Sophie, hay que hacer un montón de cosas. Ha llegado mucho material médico y hay que organizarlo…

–Pues haber pedido un auxiliar administrativo –lo interrumpió ella.

–Aquí trabajamos en equipo y nos repartimos el trabajo.

–Entonces, propongo que nos encarguemos los dos de organizar esto y, una vez terminado, nos iremos los dos a la selva.

–Mi idea era…

–Me doy perfecta cuenta de cuál era tu idea –sentenció Sophie mirándolo con dureza.

Aquel hombre había cambiado. Javier se había convertido en una persona muy compleja.

–Voy a deshacer el equipaje y a cambiarme de ropa –anunció Sophie con la esperanza de que aquello sosegara los ánimos.

–Muy bien –contestó él.

Sophie se apresuró a abrir la bolsa para no tener que aguantarle durante más tiempo la mirada.

–¿Quién duerme aquí? –quiso saber al ver que había varias camas.

–Yo y todo el que pasa por aquí –contestó él encogiéndose de hombros.

Sophie tragó saliva presa del pánico. Había ido allí a trabajar y debía olvidar todos los aspectos personales que la relacionaban con su nuevo jefe.

–Siento mucho si no es de tu agrado pues no es el hotel Ritz precisamente, pero es todo lo que tenemos hasta que podamos construir algo mejor.

–Está bien para mí, gracias –contestó Sophie–. Lo único que no esperaba era tener que compartir este lugar contigo, pero me imaginaba que no iba a ser nada lujoso –añadió–. ¿El baño?

–¿El baño? –se burló Javier–. Según sales a derecha y el tercer arbusto a la izquierda…

–Muy bien –dijo Sophie–. Veo que no voy a llegar a nada siendo educada contigo, así que vamos a dejar las cosas claras. Guárdate tu ironía porque no me asustas.

–Como quieras –contestó Javier levantando las manos en actitud de rendición.